El conocido teólogo Juan José Tamayo acaba de publicar un nuevo libro titulado Otra teología posible en Ed. Herder. Este encabezamiento no es el anuncio al uso de un libro, e incluso de un libro más, no es éste el caso.
Tamayo ha dedicado la mayor parte de su vida a estudiar teología cristiana, sin bien con el paso de los años se ha ido abriendo a otras realidades religiosas, otras espiritualidades y siempre, sin perder de vista el sentido ético dentro y fuera de las religiones. Su inconformismo intelectual y su rebeldía ante lo establecido como sinónimo de inmovilismo, le ha puesto siempre en punto de mira de la ortodoxia tradicional católica, mientras ha sido muy bien recibido por sectores de base o laicos o incluso de otras religiones. Hace casi 30 años que le conozco y he podido seguir su evolución constante hacia una racionalización del hecho religioso. Su punto de partida es el interrogante de porqué las religiones se empeñan tanto en responder a preguntas que a la sociedad actual no le interesan ni les preocupan. El desarrollo de esta inquietud, como es lógico, supone cuestionar la ortodoxia inamovible que mantiene la Jerarquía católica. La consecuencia derivada de esta actitud ha sido el conflicto continuo con dicha jerarquía, cada vez más agudizada, hasta el punto de que últimamente le han impedido hablar en cualquier lugar propiedad de la Iglesia o de órdenes religiosas. Esto supone que la jerarquía, utilizando la estrategia del avestruz, prefiere no saber de otras realidades por si sus seguridades se tambalean. En este nuevo libro, Tamayo lo que propone es el marco sociocultural en el que la teología tendría que realizarse para poder sintonizar con las inquietudes y anhelos de nuestra sociedad, para que no sea un cuerpo extraño, e incluso incómodo a tan amplios sectores sociales en todos los continentes. El autor centra su análisis en tres aspectos concretos: el pluralismo religioso, la interculturalidad y el feminismo. Cada apartado mencionado está exhaustivamente documentado, estudiado y analizado. Si algo tiene Tamayo es su capacidad de retener y asimilar todo lo que lee, que es muchísimo. La documentación aportada a cada tema es enciclopédica. Lo que nos indica que sus propuestas no son ocurrencias individuales. A partir de su ingente conocimiento sobre lo que escribe, él hace su muy enriquecedora aportación sobre la que construye un libro de 406 páginas, de doce capítulos en los que el lector sentirá la sensación de que se le abren puertas y ventanas por donde entra aire fresco y regenerador de ideas que nos sitúan en una realidad más acorde con nuestro tiempo y que las religiones deberían tomar como referencia. Lo contrario es lo que produce el divorcio que estamos constatando cada día entre una sociedad dinámica e innovadora, y una religión instalada en otra época que nada tiene que ver con la de hoy y a la que nada le dice.
0 Comentarios
“Hijo, cuando eres joven, el paso del tiempo te hará cambiar de opinión sobre muchos puntos y te hará pensar lo contrario de lo que piensas ahora. Aguarda, pues, hasta entonces para zanjar tan importantes cuestiones. Y la más importante, aunque para ti cuenta nada, consiste en pensar correctamente a propósito de los dioses” (Leyes, Platón).
Cuando Pablo de Tarso visitó Grecia, “puesto en pie en medio del Areópago, dijo: Atenienses, veo que sois sobremanera religiosos porque al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto he hallado un altar en el cual está escrito: Al dios desconocido. Pues ese que sin conocerle veneráis es el que yo os anuncio”. Quizás aquí el ardiente predicador de Atenas no se percató de que también ese Dios por él anunciado seguiría siendo igualmente desconocido: es el Incognoscible y únicamente podemos hacernos una imagen de Él partiendo de los conceptos –anoréxicos ellos- que manejamos los humanos. Nadie más que ellos ha sido habilitado para comunicar cosa alguna a este respecto. Un discurso revolucionario el del Apóstol de los gentiles que hoy podría repetir sin rubor a propios y extraños en la Explanada del Templo en Jerusalén, la Kaaba en La Meca y, probablemente –yo apuesto que sí- en la Plaza de San Pedro en Roma. Un Dios que yo no puedo conocer desde fuera de mí. El camino a desplegar para lleger a Él –y no sólo el camino sino el término- está dentro de mí. El GPS que nos permite lograrlo son nuestros sentidos: los extra y los intraceptivos y lo que de trascendente hay en nuestro ser. Todo cuanto el hombre puede hacer se desarrolla en el escenario de sí mismo. Lo constató Merleau-Ponty cuando escribió que “es en el interior del mí donde yo percibo el mundo”. Jenófanes, representante del escepticismo epistemológico griego, afirmó ya en el siglo VI antes de Cristo que "si los bueyes, las vacas o los cerdos, tuvieran dioses, los representarían como bueyes, vacas o cerdos". Expresión nada baladí por cierto, capaz de suscitar una reflexión profunda sobre la realidad del hecho religioso, veintiséis siglos más tarde. “Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza”, afirma la Biblia. Pero Jenófanes y el análisis serio de dicho hecho históricamente estudiado demuestra más bien la realidad de todo lo contrario. Es decir, que fue el hombre quien hizo a Dios a imagen y semejanza suya. Y esto lo normal y no hay por qué escandalizarse de ello. Numerosas investigaciones transculturales realizadas sobre las grandes tradiciones del mundo han puesto de manifiesto que este antropomorfismo es una realidad incontestable, y que todas las religiones hoy vigentes -la cristiana incluida- se mantienen ancladas –y esto sí que es lamentable- en el estado mítico-teísta de su evolución natural. Lo que constata que también en esta dimensión continuamos siendo hijos legítimos de los griegos y de los romanos. Nos declaramos oficialmente monoteístas. Pero nuestro Panteón interior sigue poblado de ídolos. Y nuestros ritos y sacramentos, plenos de significados mágicos. En su magnífica obra Espiritualidad integral (Kairós, Barcelona 2007) el psicólogo estadounidense Ken Wilber, máximo representante de laPsicología Transpersonal y coautor también de El paradigma holográfico,asegura que la mayoría de las sociedades, incluida la occidental, se encuentran en este campo bajo el peso de la losa de dicha realidad. En Espiritualidad integral, subtitulada por cierto “El nuevo papel de la religión en el mundo actual”, se atreve a hacer esta afirmación: “…las olas arcaicas, mágicas y míticas del desarrollo por las que deben atravesar los seres humanos constituyen el dominio de los grandes sistemas religiosos y míticos del mundo”. Este es el gran trauma cultural que nuestra sociedad del siglo XXI (¡¡siglo de naves galácticas, de robots y de la nanociencia!!) continúa padeciendo. Pero lo más grave de esta dolencia es que, también según Wilber, su profilaxis –y aquí viene lo paradójico- la tendrían que gestionar básicamente las grandes religiones. Una gestión que implica la ampliación ineludible del horizonte de la Humanidad desde los estadios míticos y etnocéntricos (centrados en “yo y mi grupo”) a los mundicéntricos (“todos nosotros”) y los cosmocéntricos incluso (“nosotros y todas las cosas”). Todo un sueño que, como el de Martín Lutero King, es realizable, si antes no nos hemos autodestruido. Aunque por necesidad del guión y como obertura sine qua non de esta tragicomedia wagneriana, debiera figurar la de Matar a nuestros dioses, como reza el título de la obra de José María Mardones. La sociedad occidental civil tiene hoy una trascendental tarea pendiente, ex aequo con la atribuida a las religiones: readmitir el vituperado hecho religioso, al que todas las culturas del mundo tienen como elemento clave de su configuración y sin el que ningún ser humano podrá llegar a alcanzar su plenitud. Jamás debemos olvidar que el hombre, cuando no halla solución a sus problemas, acaba siempre llamando a las puertas de los dioses. No hacerlo es traicionar su destino y el destino de la Humanidad. Y además… es suicida. Cuando se desacraliza la Historia, el mundo se atiborra de rumores de ángeles. Manifestaciones de ámbito secular: espectáculos deportivos, “ídolos” de la política y el arte, diversión y consumismo… etc. Y en el ámbito religioso: devociones populares, cartas astrales, romerías, apariciones… etc. etc. Todos ellos improvisados becerros de oro que dejan vacías las conciencias y que, en lo más profundo de su ser, no anhelan si no, que algún Moisés sensato se atreva a bajar y los destruya. La Sociedad actual –la global, claro- necesita en estos momentos el urgente alumbramiento de un nuevo orden político-social y religioso más totalmente humano, más profundamente humano, que nos redima y salve en nuestra –hoy más que nunca- maltrecha humanidad. El romper aguas sería, como asegura Platón, “pensar correctamente a propósito de los dioses”. Porque, aunque para muchos cuente poco o nada, eso es lo más importante de todo. No me molestaría que el próximo Papa viniera del último rincón del planeta, hablara un solo dialecto y tuviera apenas 30 años.
Pero sí me encantaría que el fuego del Espíritu le hubiera grabado en las entrañas que la humanidad no va a poder salir adelante mientras no libere a todos los pobres, oprimidos y excluidos del mundo, y que, desde la creación hasta el fin del mundo, ésta ha sido, es y será la voluntad de Dios. Que de su boca no salgan más discursos sobre el amor y la paz que sobre la justicia y la libertad. Que no sea ni fanático ni directivo, que tenga un buen sentido del humor, sea alegre, creativo y audaz. Que rechace la monarquía, no viva en palacios, tire a las ortigas las últimas elegancias del Imperio de Roma, se vista como los simples mortales y transforme a las embajadas del Vaticano en centros de promoción de los Derechos de las personas y colectividades de todos los países del mundo. Que invite con cariño a los paparazzi que lo persiguen a que vuelvan sus cámaras hacia la cara de los olvidados de la sociedad antes que a la de él. Que vaya a visitar al mundo entero, pero que en todas partes use de preferencia la puerta de la gente ordinaria y no la de los reyes, y se preocupe más por la felicidad de las 99 ovejas que andan vagando en las neblinas que por la salud de la oveja gorda y viejita que dormita en el redil. Que no se tome por Dios en la tierra, ni por el dueño de la Iglesia o del Evangelio. Que sea libre ante los tabúes sexuales, y que esté convencido de que el Espíritu de Dios está tan presente en la mujer como en el varón. Que no dude nunca que para enfrentar las graves cuestiones que se están planteando al mundo de hoy, el Espíritu es capaz de inspirar las conciencias tan brillantemente como las mejores encíclicas, tanto fuera como dentro de la Iglesia. En las tormentas y los naufragios, que tenga los ojos siempre puestos en el Resucitado y nos confirme a tiempo y destiempo en la fe de que la vida siempre terminará por triunfar sobre nuestras muertes y nuestras metidas de pata. En fin, que su vida sea tal que al morirse –probablemente a los 33 años, asesinado por algún conservador tradicionalista de su entorno- se hable poco de él y mucho de Jesús, del que habrá sido, después de todo, nada más que el humilde testigo. Como estamos ya a las puertas de la Navidad, vamos a hacer una introducción general para todo este tiempo litúrgico. La mayoría de los textos que vamos a leer estos días, están tomados de lo que los exegetas llaman “evangelio de la infancia” de Mateo y Lucas. Es muy importante que tomemos conciencia del sentido no histórico ni científico de estos textos.
El anuncio del nacimiento de un hijo de dios, el nacimiento de una madre virgen, el nacimiento en una gruta, los pastores adorando al niño, el intento de matar al niño, la huída después de un aviso, la muerte de los inocentes, el anuncio por medio de una estrella, la adoración de unos magos, etc.; todos son relatos míticos ancestrales en las culturas del entorno. Ninguno es original del cristianismo. Lo original es la profunda verdad teológica que se esconde detrás de su escalofriante sencillez. El decir “mítico” no quiere decir “mentira”. Este es el primer error a superar. El mito es un relato que intenta desvelar una verdad radical que atañe al hombre entero, y que no se puede explicar por medio de discursos científicos. Al decir que estos relatos son míticos, no estamos devaluando su contenido, sino todo lo contrario; nos estamos obligando a descubrir el significado profundo y vital que para el ser humano tienen. Lo nefasto es considerarlo como crónicas de sucesos sin mayor alcance vital. Una vez más se hace cierto el proverbio: Cuando el sabio apunta a la luna, el necio se queda mirando al dedo. Todo esto lo ha descubierto la exégesis hace muchas décadas. No acabo de comprender por qué existe tanto miedo a que el pueblo conozca la verdad. ¿No nos dice el mismo Jesús que la verdad os hará libres? ¿O es que lo que nos asusta es esa libertad? Es verdad que la explicación del sentido profundo de estos textos no es sencilla, pero es precisamente esa dificultad la que debería espolearnos. He visto a la gente abrir ojos como platos cuando han comprendido la profundidad del mensaje. En las lecturas de hoy destaca el contraste entre la actitud de David, que después de hacerse un palacio, decide hacer un favor a Dios, construyéndole un templo para que habite; y la actitud de María que ve sólo la gratuidad de Dios para con ella. La humildad de María hace posible el acercamiento a Dios. La soberbia de David, aleja de Él. La lección es clara: nosotros no podemos hacer nada por Dios, es Él, el que lo hace todo por nosotros. Ni siquiera tenemos que comprar su voluntad a partir de sacrificios y oraciones. Él se nos da totalmente antes de que nosotros hayamos llegado a ser. El texto evangélico que acabamos de leer, es uno de los más densos y ricos del NT. El mayor peligro que nos acecha al considerar estos relatos como crónica de sucesos, es que esperamos que Dios actúe de esa misma manera con nosotros. Lo que Lucas nos propone, es una teología de la encarnación entendida desde el AT. Casi todas las palabras del relato hacen referencia a situaciones del AT. El evangelista acaba de narrar la concepción de Juan, que tiene como modelo la de Isaac. Para el relato de la concepción de Jesús, Lucas toma como modelo la creación de Adán. Como Adán, Jesús nace de Dios mismo, sin intermediarios; y como él va a ser el comienzo de una nueva humanidad. No es uno más de los grandes personajes de la historia de Israel. Esta es la clave de todo el relato. “Ángel” (=mensajero) no tiene, en el AT, la misma connotación que tiene para nosotros. No debemos pensar en esos seres al servicio de Dios, sino en la presencia de Dios de una manera humana para que el hombre pueda soportarla. Nazaret no es nombrado en todo el AT; es algo completamente nuevo.Galilea era la provincia alejada del centro de la religiosidad oficial, que era Judea y el templo. Quiere decir que la intervención divina en Jesús rompe con el pasado y va a constituir una auténtica novedad. Lejos del templo y los ambientes oficiales. La escena se va a desarrollar en una casa sencilla de un pueblecito desconocido. “a una virgen”. Ninguna persona ligada a la institución, sino una doncella completamente anónima. Ni tiene ascendencia ni cualidad alguna excepcional. De los padres de Juan acaba de hacer grandes elogios, de María, ninguno. Virgen no debemos entenderla según nuestro concepto actual. Alude a la absoluta fidelidad a Dios, por oposición a la imagen del pueblo rebelde, tantas veces representado por los profetas como la adúltera o prostituta. María representa al pueblo humilde, sin relieve social alguno, pero fiel. “Alégrate, agraciada, el Señor está de tu parte”. Alusión también a los profetas: “Alégrate hija de Sión, canta de júbilo, hija de Jerusalén”.Es un saludo de alegría en ambiente de salvación. Cercanía de Dios a los israelitas fieles. Dios se ha volcado sobre ella con su favor. La traducción oficial, “llena de gracia”, nos despista, porque el concepto que nosotros ponemos detrás de la palabra “gracia”, se inventó muchos siglos después. No se trata de la gracia, (un ser divino que hace al hombre hijo de Dios y heredero del cielo) sino de afirmar que María le ha caído en gracia a Dios. Al contrario que en Mateo, José, descendiente de David, no tiene papel alguno en el plan de salvación anunciado en Lucas. María misma impondrá el nombre a Jesús (=Salvador). No será hijo de David, sino del Altísimo. Ser Hijo, en el relato mítico, no significa generación biológica, sino heredar la manera de ser del padre, y tener por modelo al Padre. No será David ni cualquier otro ser humano, el modelo para Jesús, sino Dios. Jesús no puede tener padre humano, porque en ese caso tendría la obligación de obedecerle e imitarle. El Espíritu Santo y la fuerza del Altísimo son lo mismo. Cubrir con su sombra hace referencia a la gloria de Dios que en el relato del Génesis se representaba por una nube que era signo de la presencia activa de Dios. Santo =“Consagrado”, “Hijo de Dios”, son designaciones mesiánicas. Son títulos que no podemos interpretar como afirmación de la divinidad de Jesús. ‘Consagrado’ hace referencia siempre a una misión. El rey ungido era desde ese instante considerado, hijo de Dios. El relato no hace ningún hincapié en el aspecto biológico porque no tiene importancia ninguna. Lo divino que se manifiesta en Jesús, se da en su humanidad gracias a una consagración, que es obra del Espíritu. El Espíritu no actúa sobre el cuerpo, sino sobre el ser de Jesús, dándole su calidad divina. “De la carne nace carne, del Espíritu nace Espíritu”, dice el evangelio de Juan. No es la carne de Jesús la que procede del Espíritu, sino su verdadero ser. “El Espíritu es el que da Vida, la carne no vale para nada”, dice el mismo evangelio. Claro que Jesús ‘fue engendrado’ por obra del Espíritu Santo, pero de un modo mucho más profundo de lo que pensamos. “Aquí esta la esclava del Señor”. ¡Cuándo nos convenceremos de que la encarnación de Dios no depende de la perfección de la persona en que se encarna! Hemos insistido tanto en los privilegios de María como preparación para la encarnación, que hemos convertido en impensable la encarnación de Dios en alguien, que no sea perfecto. Pablo nos habla del misterio escondido y revelado. El misterio mantenido en secreto por generaciones, es que Dios es encarnación. Dios salva pero desde dentro de cada persona, no desde fuera con actos espectaculares ni siquiera con la muerte de su propio Hijo. La buena noticia es una salvación que alcanza a todos los hombres. Misterio que está ahí desde siempre, pero que muy pocos descubren. No es que Dios realice la salvación en un momento determinado, Dios no tiene momentos. Jesús lo vive en el tiempo y nos lo comunica. Fijaros como cambia el concepto de Dios para el evangelista. El Dios que a través de todo el AT se manifiesta como el poderoso, el invencible, el dador de la muerte y la vida, pide ahora el consentimiento a una humilde muchacha para llevar a cabo la oferta más extraordinaria en favor de los hombres. Ese formidable cambio de la manera de concebir a Dios no siempre lo hemos comprendido los cristianos. Una y otra vez, hemos querido volver al Júpiter tonante, que está a nuestro favor y en contra de nuestros enemigos si cumplimos su voluntad; pero que no dudará en estar contra nosotros si le fallamos. No queremos comprender que Dios se hace presente en los acontecimientos más sencillos. Seguimos esperando portentos y milagros en los que se manifieste el dios que nos hemos fabricado. Ningún acontecimiento espectacular hace por sí mismo, presente al verdadero Dios. Al contrario en cualquier acontecimiento por sencillo que sea, podemos descubrirlo. Somos nosotros los que ponemos a Dios allí donde lo vemos. Pascal dijo: “Toda religión que no predique un Dios escondido, es falsa”. Los budistas repiten: “Si te encuentras al Buda, mátalo”. Todo dios que percibimos viniendo de fuera, es un ídolo. La presencia de Dios en la persona de Jesús, sigue siendo un misterio para nosotros porque no acabamos de dar el salto hacia el Dios que él manifiesta. El Dios de Jesús es un Dios “nadapoderoso” que está absolutamente a nuestro servicio. Solo de nosotros depende, que lo descubramos y lo hagamos visible o que permanezca oculto. Meditación-contemplación “Hágase en mí según tu palabra”. La absoluta disponibilidad de María es una de las claves del mensaje. Dejar hacer a Dios es lo mismo que descubrir lo que está haciendo. Él lo está haciendo todo en cada instante. ………………… Descubrir esta presencia activa, es la esencia de toda vida espiritual auténtica. No tienes que hacer nada ni conseguir nada. En ti está ya la plenitud, que quieres alcanzar. …………… Si la energía de Dios no te ilumina, es que tienes el interruptor en “off”. Si la fuerza del Espíritu no te atraviesa, es que tienes colocada una coraza. No sé si será casualidad que, en los textos evangélicos, la oración más sabia aparezca en labios de Jesús y de María. En el relato de su agonía, Jesús exclama: “Que no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Marcos 14,36); en el de la anunciación, María expresa su actitud en términos similares: “Que se haga en mí según tu palabra”.
Me parece la oración más sabia, porque refleja la única actitud adecuada ante el Misterio o la Divinidad: rendirse a su voluntad. Ante lo Real, ante el Presente, ante “lo que es”, sólo hay una actitud sabia: “que sea”. Se comprende que haya personas religiosas que se sientan “vacunadas” contra estas expresiones, porque, con frecuencia, se han utilizado desde el ego para justificar falsas resignaciones y mudos sometimientos. El ego –que tiende a apropiarse todo, incluso lo más sagrado- retuerce esa oración, dando lugar a actitudes enfermizas que, antes o después, terminarán pasando factura: el sometimiento dará lugar al resentimiento. Pero no es ésa la lectura que hay que hacer de estas expresiones. Para el yo, como para la mente, la realidad es dual. Lo que, en principio, no es nada más que polaridad –en el nivel de las formas, no existe realidad que no tenga su contrario-, la mente lo transforma en dualidadexcluyente. Eso lo hace etiquetando la realidad y atribuyendo un juicio de valor a la misma. Para la mente –para el yo-, todo lo que existe se divide en “bueno” y “malo” (“agradable” y “desagradable”). En su arrogancia, se considera capaz de marcar los límites, sin ser consciente de que, con ello, no hace sino generar confusión y sufrimiento, aparte de un actuar voluntarista y egocentrado. El yo, por tanto, es incapaz de decir las palabras que hemos visto en boca de Jesús y de María. Incluso su propio afán de protagonismo se lo impide. Y cuando las oiga, como decía antes, las malinterpretará. En realidad, sin embargo, son palabras de sabiduría. Y no sólo porque se reconozca en ellas la aceptación de una Sabiduría mayor que la propia mente, ante la que ésta se rinde con humildad. Sino porque, silenciada y trascendida la mente, venimos a descubrir que las cosas y los acontecimientos no son lo que parecen. En ese nivel transmental, emerge una Comprensión que nos asegura que todo está bien. Las polaridades son expresiones inherentes al mundo de las formas, pero todas ellas quedan abrazadas en una No-dualidad que, integrándolas, las trasciende. Percibimos que polaridad no es sinónimo de dualidad. Y que las etiquetas con que nuestra mente se acerca a la realidad son, sencillamente, engaños, en este nivel más profundo. Esa Comprensión –o Sabiduría-, que sólo emerge en el silencio de la mente y del ego, nos hace ver que el secreto más hondo –y a la vez más simple- es la aceptación completa o rendición a Lo que es. No hay nada que “buscar”; tampoco existe una “iluminación” especial. Más aún, cualquier búsqueda nos despista, porque nos hace creer que la Vida se encuentra en otro lugar o en otro tiempo, cuando lo cierto es que todo está ya aquí... y siempre lo ha estado. Cuando la Comprensión nos muestra que esto es así, sólo cabe una respuesta: vivir el presente, en la aceptación completa de todo lo que aparece en él. De esa Compresión, y sólo de ella, nace la actitud que la citada oración expresa: “Que se haga Tu Voluntad”. Las cosas no son como las ve nuestro yo, porque la mente establece una separación artificial entre ellas y nos confunde. Sólo existe Eso no-dual que en todo se expresa: todo sin excepción es expresión del Misterio. Como le gusta decir a Ken Wilber, “el yo particular es un sabor peculiar del Único Sabor”. Aún podría ampliarse más la frase: todo lo que aparece, más allá de su apariencia, es también un sabor peculiar del Único Sabor. El Único Sabor no es otra cosa que Presencia. Por tanto, sólo podremos “verlo” en la medida en que nos rindamos por completo al presente, de cualquier forma que se manifieste. Todo sin excepción es manifestación de Eso no-dual. ¿Cómo podría ser de otro modo? En lenguaje religioso, podría expresarse de esta manera: Si Presencia es otro nombre de Dios, todo lo que acontece en el presente es un “disfraz” de Dios mismo. La sabiduría consiste en reconocerlo y rendirnos a ello. Y es aquí, justamente, donde se hace presente, una vez más, laparadoja. Al rendirnos, no caemos en la resignación fatalista –ésa es sólo una lectura y creencia del ego-, sino que, por el contrario, es justo entonces cuando se nos regala la actitud y la acción adecuada, que –también ella- será expresión de Eso no-dual que nos constituye. Pero si es tan sencillo, ¿por qué nos cuesta tanto “verlo”? Porque, debido precisamente a lo “simple” que es, nuestra mente piensa que “debe” tratarse de “otra cosa” y sigue buscando en otro lugar, olvidando exactamente lo único que es: el presente. Porque nuestro ego, incapaz de existir en el presente, rechaza "lo-que-es" en nombre de, según él, "lo-que-debería-ser". Es sabido que el ego rechaza siempre el presente, porque en él se disuelve por completo. Únicamente puede “vivir” en el pasado o en la proyección de futuro. Por ese motivo, en lugar de rendirse a “lo que es”, se embarca en proyectos imposibles por lograr “lo que me gustaría que fuese” o “lo que debería ser”… Todos ellos no demuestran sino su ignorancia y no provocan sino sufrimiento, desde una arroganciatípicamente egoica, que podría expresarse de este modo: “las cosas no tienen que ser como son, sino como yo querría que fuesen”. ¿Qué hacer? En el campo de la espiritualidad, no hay doctrinas ni creencias, sino sólo “instrucciones”, que permitan a cada cual experimentar por sí mismo. Señalaría simplemente dos instrucciones: · Ejercitarnos en venir al momento presente, para favorecer el “estado de presencia”, “volcándonos” sencillamente en aquello que estamos haciendo, en lo que está siendo, en el “aquí y ahora”: - cada vez que sorprendemos a nuestra mente vagando a su aire, le sonreímos amorosamente y, como a un cachorro inquieto, la traemos suavemente a “casa”; - y nos vamos adiestrando en “hacer una cosa cada vez”, es decir, en poner toda nuestra atención en la acción concreta que estamos realizando: levantarnos, caminar, asearnos, comer, hablar, trabajar… · No reducirnos a ninguna idea, expectativa, creencia, sensación, sentimiento, reacción… Todo ello no son sino “objetos”, dentro de la Conciencia que somos. El propio yo es otro objeto más. Se trata de adiestrarnos en no olvidar quiénes somos: no somos nada de lo que nos ocurre ni de lo que pasa en nosotros, sino el Espacio conscienteen que todo eso ocurre. Sabiduría es rendirse a lo que es. Por lo demás, ¿acaso puede hacerse otra cosa? No se puede negar lo que es, ni luchar contra lo que es, sin generar sufrimiento. Por el contrario, al rendirnos a lo que es, nos alineamos con el Misterio, con la Vida: de ese modo, nos reconocemos en una identidad que trasciende el yo, nuestra identidad transpersonal y no-dual, y fluimos en ella; o dicho en lenguaje religioso, permitimos que Dios sea, se exprese y se viva a través de nosotros. Eso exactamente es lo que hicieron María y Jesús. Experimentamos entonces que la rendición a Lo que es, es Sabiduría que lleva consigo Paz, Gozo y Amor. Y que encierra una paradoja sublime: Cuando renuncias a todo, lo “consigues” todo. Es también esa Sabiduría la que nos capacita para afrontar, con lucidez bondadosa, cualquier “huracán” que llegue a nuestra vida. El poeta y místico Rumi nos aconsejaba recibir todo lo que nos ocurriera como si se tratase de un “huésped honorable”, portador de un regalo para nosotros. En esa misma línea, el poeta Antonio Colinas les habla a sus hijos: SI A VUESTRA VIDA UN DÍA LLEGASE EL HURACÁN (fragmento) A mis hijos Sólo quiero, por eso, deciros lo que habréis de recordar: recordad y salvad vuestra quietud: si en el norte, a la sombra de un tembloroso álamo, si en el sur, en la brisa de un naranjo; recordad cómo pasa el huracán por el junco, y el junco no se inmuta, y el junco no padece. Porque el junco es flexible. Esperad y sembrad como siembra el viento las estrellas, pues llegará el otoño de los frutos. Si mantenéis en calma la mirada, si aun en la luz sois claros, sed muy flexibles, respirad con paz como la luz respira. Ni el junco, ni el aroma, ni la luz se quiebran. Si a vuestra vida un día llegase el huracán, si hoy llegó el huracán a vuestras vidas, respirad en su furia con quietud, hondamente, y esperad. Ahora más que nunca, sed flexibles, sed junco, aroma, luz. (Antonio COLINAS, Libro de la mansedumbre, Tusquets, Barcelona 1997, pp.63-64). El relato de la Anunciación es, quizá, el más conocido de todos los textos evangélicos; no necesita especial comentario. Frente a nuestra interrogación sobre el "qué sucedió" (qué pudieron ver los ojos) debe predominar la aceptación del mensaje: una especialísima acción de Dios que hace posible la presencia en el mundo de "el hombre lleno del Espíritu", "el Hijo".
La forma literaria del relato, por otra parte, es del género "anunciaciones", con exactamente el mismo esquema que la anunciación a Zacarías del capítulo anterior. La intención de Lucas es clara: se anuncia a Jesús como cumplimiento de La Promesa y la absoluta superación de la Promesa al manifestar quién es ese que viene: Santo, Hijo del Altísimo, heredero del trono de David su Padre, su reino no tendrá fin... Todo esto queda encerrado en el nombre: Jesús = Dios Salvador. Y todo, por la fuerza del Altísimo, por la acción del Espíritu. Es evidente que se coloca aquí por dos razones. En primer lugar, porque estamos ya a pocos días de la Navidad: va a nacer Jesús, hijo de María, y es lógico colocar en este lugar este evangelio en el que aparece el anuncio a María de su condición de Madre de Jesús, y la aceptación por parte de María de esa misión. En segundo lugar, porque en las palabras del ángel se revela la condición de Jesús. El evangelio enlaza directamente con la primera lectura. Se presenta a Jesús como el esperado, el cumplimiento definitivo de la promesa. Pero el cumplimiento de la promesa es mil veces superior a lo esperado... y es sorprendente. Se muestra igualmente que no habíamos esperado bien. Jesús no tiene nada que ver con un rey. Viene el Reino, pero no es de este mundo. La Navidad es celebración de "Dios con nosotros", y para eso nos prepara el Adviento, para "ir al encuentro del Señor". Pero ni "Dios con nosotros" ni "ir a su encuentro" tiene nada que ver con asentamiento en lugares físicos ni con peregrinaciones exteriores. Este es el paso fundamental de Jesús y uno de los pasos que el creyente en Jesús tiene que dar si quiere pasar del Antiguo testamento al Evangelio. El tema de la presencia de Dios y el posterior de la residencia de Dios en medio de su pueblo, es de larga tradición en todos los pueblos y también en Israel. Las primeras "presencias de Dios" son verdaderamente primitivas, de una religiosidad prehistórica. Recordemos las expresiones de Jacob, cuando despierta del sueño de la escala: "Realmente, está el Señor en este lugar y yo no lo sabía" - Y añadió, aterrorizado: "Este lugar es terrible, es la morada de Dios y la puerta del Cielo" (GÉNESIS 24,16) Texto antiquísimo que muestra la fe en un "lugar de poder", un recinto material en el que reside la divinidad, la cual produce terror. Esta misma mentalidad asoma en el episodio del Éxodo en que Moisés encuentra a Dios en la Zarza ardiente. (EXODO 3,5) El Éxodo sin embargo da un paso significativo. Dios va a morar en una tienda de campaña porque el pueblo habita en tiendas de campaña, y Él se mueve con el pueblo. No está en un lugar a donde el pueblo va, sino que va con el pueblo. En el fondo, se está ya diciendo que el verdadero templo no es una casa, sino el pueblo, las personas: ahí reside Dios. La construcción del Templo será un arma de doble filo. Por un lado es la Morada de Dios entre los hombres, signo de la presencia y la protección del Señor. Pero es también un peligroso tranquilizador. "¡Este es el Templo del Señor, el Templo del Señor, el Templo del Señor!", es una expresión que indica bien tanto la devoción como el orgullo de "poseer a Dios", en un Templo, el único lugar de toda la tierra en que Dios puede ser adorado... No es extraño que el texto del libro de Samuel sea muy reticente con la construcción de un Templo, y que se sustituya la construcción de una casa física por la promesa de estar con "la casa de David". No es Dios de un espacio físico, sino del tiempo: no presencia en un lugar al que hay que acudir para encontrarle, sino acompañante en el camino de la humanidad. Y así se presenta a Jesús, como morada definitiva de Dios entre los hombres y revelación de la verdadera presencia de Dios. Este es el misterio a que se refiere Pablo, escondido por los siglos a la mirada de los hombres, revelado ahora en Jesús. Que "Dios con nosotros" no es un templo sino una persona, Jesús. Y que nosotros también somos así: que Dios no está afuera ni arriba, sino dentro, en el fondo, como fuerza vital más íntima. Se está hablando de "El Espíritu", insuflado en las narices del muñeco de barro (Génesis 2) para que fuera un ser viviente; porque el ser humano es barro, pero está animado por el Espíritu de Dios. Esta es la fe que se manifiesta en el relato de Lucas: "Dios está con nosotros". Esto es Jesús: hemos visto que Dios está con nosotros. Pero antes, "Dios con nosotros" significó que por él ganábamos batallas, que por su presencia en el templo nuestra capital era inexpugnable. El Rey David entiende a Dios como aliado, pero no entiende a Dios. El profeta le muestra el futuro: ni templo, ni arca, ni reinado... Jesús, que es mucho más. Me parece importante reflexionar en el cambio profundo de sensibilidad religiosa que supone todo esto. Podríamos mostrarlo con la siguiente oposición: DE DÓNDE VENIMOS Dios protege nuestra nación Dios está “arriba”, "fuera" y "lejos" Dios es lo "extraordinario" A Jesús se le notaba la divinidad Dios aparecía de vez en cuando Encontramos a Dios en el templo Temo a Dios Juez. A DÓNDE VAMOS Dios es el Salvador de todos Dios es lo más íntimo de todo Es el sentido de todo En Jesús había que creer Todo es revelación de Dios "Conmigo lo hicisteis" Qué alivio, mi Juez es Abbá. En resumen, descubrir a Dios en Jesús-Hombre y servir a Dios en los hombres. Misterio mantenido en secreto durante siglos: Pablo es consciente de que hasta que Dios no lo ha dicho, nadie ha podido sospecharlo. Dios ha sido siempre para los hombres lejano, excepcional, dueño, juez... Y a Dios se le ha servido sobre todo en su santo Templo... Solo la Palabra hecha hombre ha sido capaz de hacernos entender que Dios es el alma de lo cotidiano, íntimo, libertador... Abbá, y que solamente en sus hijos le podemos servir. De nuevo una buena, una estupenda noticia. Esto no va de templos suntuosos, de apariciones deslumbrantes. Esto va de reconocer lo divino en las personas, y de reconocer en ellas su espíritu divino. Esto va de ver a Dios en un hombre, el hijo de María, y de reconocer en todos los humanos a los hijos de Dios. Y no es sencillo ni intrascendente. Por esto, por no querer ser el Mesías hijo de David rey terreno, por no dar importancia al Templo, por esas cosas mataron a Jesús. Y este asesinato fue un suicidio: con él murió el viejo Templo y el viejo mesías rey de un pueblo. Y nació, resucitó, el Reino, la fe en Dios desde la conciencia, la fe en Dios creador de vida, la fe en la reunión de los hermanos que trabajan por ese reino que es la dignidad de todos los hijos… Esto es otro Dios, otra religión. Esto es lo que se nos ofrece, en esto hay que creer. María tuvo que creer en su hijo, tuvo que abandonar el templo y cambiarlo por la fracción del pan en las casas. Creer en la Encarnación no es tragarse una anomalía biológica inexplicable: es cambiar de Dios y recuperar la fe en la dignidad humana. En vísperas ya de Navidad se nos enfrenta a la necesidad de hacer un acto de fe en Jesús: Dios es como Jesús lo muestra, no como lo mostraba el Templo; el ser humano es como aparece en Jesús, hijo seguro y responsable, no un esclavo ni un asalariado. La Navidad va a ser una oferta y un desafío: aceptar o rechazar a Dios y al ser humano como se muestran en Jesús.Finalmente, María dijo “sí” a la propuesta de Dios. No fue fácil para Maria aceptar a su hijo como aquel Mesías que nadie esperaba. Quizá sea nuestra misma situación: aceptar a Jesús como es, a Dios como es, no inventar dioses ni ‘jesuses’ a nuestra medida. DEL EVANGELIO Y LAS CARTAS DE JUAN. Tomamos las palabras de Juan pera hacer una profesión de fe en Dios que se revela en Jesús. Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!. Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo A Dios nadie le ha visto nunca. El Hijo nos lo ha dado a conocer. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. No hay temor en el amor; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque él nos amó primero. En sus últimas páginas, la Biblia se torna en un volcán que vomita dragones, serpientes y otras bestias aterradoras, incluyendo una con dientes de hierro. Jinetes enfurecidos barren a fuego y sangre toda la tierra. Peste, violencia, terror y muerte se disputan el mundo. Hasta las estrellas en el cielo se mueren de espanto.
En medio del horror, un pueblo muy pequeño persiste en la lucha. No tiene armas y no alcanza a contar sus muertos, pero no se rinde. Su defensa es su fe. Su fe le viene de un Cordero, degollado, pero que se mantiene en pie. Cuerpo y rostro de hombre tiene ese Cordero. A pesar de sus manos, pies y corazón traspasados, está prodigiosamente vivo. De la marca de sus heridas saltan rayos misteriosos que, pese a los golpes y las burlas, la indiferencia y los tormentos, curan y sostienen al pequeño pueblo en su empeño por llevar a cabo en el mundo el proyecto de la gran Fraternidad humana. Este pequeño pueblo encarna la esperanza del mundo. No, no adorará al Imperio. No doblará la rodilla ni agachará la cabeza. No obedecerá a la “mano invisible” de aquel uno por ciento de la humanidad que lo dirige todo, hace y deshace Gobiernos, fabrica las armas y siembra las guerras, decide quiénes van a comer en el mundo y quiénes no, y de mil formas más o menos disimuladas impone cómo cada uno tiene que vestir, cómo debe pensar, divertirse, vivir y morir. Es la mano, que con solo ese uno por ciento, detenta las riquezas de la tierra y un poder colosal. Siempre permanece oculto y no ha sido elegido por nadie, pero desde sus cajas fuertes de mil pisos de altura decide la suerte de la humanidad. Usurpa todos los bastiones del poder, mueve todos los hilos, se comporta como el dios creador de trabajo, pan, libertad y progreso, cuando en realidad él es el que vive y se enriquece hasta límites obscenos a expensas del mundo entero. El pueblo pequeño que avanza con el corazón puesto en el Crucificado -que se mantiene erguido- no adorará nunca a los dioses del uno por ciento. No forma parte tampoco del 98% que se pasa la vida imitando y envidiando al primer uno por ciento, soñando incluso con ser parte de él. Aunque a veces se alcen muchas voces reclamando cambios, a la hora de elegir, la gran mayoría vota religiosamente por aquellos que mejor dominan el arte de hacer trampas. De hecho, son ellos, los del noventa y ocho por ciento, los que dan de comer a la Bestia, a sus avatares y a sus reencarnaciones. Lo hacen por ingenuidad, por inconsciencia, por indiferencia o por deprimente oportunismo. Solamente el restante uno por ciento no actúa así. Y es que en el extremo opuesto del uno por ciento que domina, se encuentra otro uno por ciento muy distinto. Los profetas bíblicos lo llamarían “el pequeño resto”. Lo constituye aquel minúsculo pueblo que va en pos del Resistente -degollado pero en pie-, que con toda tranquilidad y no poca ironía desafía a la Bestia bajo la forma simbólica de un simple cordero. Por ser él un simple cordero, los que le siguen no pueden ser fanáticos iluminados, ni prepotentes ni sectarios. Y no se destacan necesariamente como genios o héroes. Son un “pequeño resto”, que apenas se distingue de la masa. A menudo bregan en dudas y contradicciones y en ningún momento viven libres de la traición o del fracaso. Como todos, se cansan, tropiezan, se equivocan y sufren. Sin embargo, algo muy importante les distingue de los demás: saben diferenciar lo genuinamente Humano de lo que es propio de la Bestia. Esta es la conciencia que ilumina su vida y alumbra al mundo. Remando a contracorriente, no aceptan que el mundo sea manejado en las sombras por la codicia, la mentira, la rapiña, la injusticia, la corrupción, la hipocresía, el cinismo, la dureza de corazón, y por la sistemática negativa a asumir al otro como hermano o hermana, o como parte de uno mismo. A través de gestos significativos, individuales y colectivos, se niegan a someterse a lo que han “programado” los altos círculos del uno por ciento. Están abiertos a todas las corrientes de pensamiento, pero nada les puede convencer de que el futuro de los humanos pueda encontrarse lejos del camino señalado por el humilde profeta de Nazaret, aquel que el Imperio crucificó y que Dios resucitó. Este pequeño pueblo, oculto en la inconsciencia del mundo de los dominantes y de los dominados, él es conciencia. Conciencia humilde, discreta, invisible aún, de un mundo distinto, construido simplemente sobre la justicia y la fraternidad. Su modus operandi es el del fermento en la masa. Sintetizando, decimos que nuestro mundo está constituido por un uno por ciento de dominantes en su cabeza, por un noventa y ocho por ciento de dominados desde el cuello hasta los tobillos, y por debajo, soportándolo todo, un uno por ciento de resistentes. Y así nos quedamos con esa imagen grotesca de un dinosaurio con una cabeza muy pequeña pero extremadamente voraz, un tronco desproporcionalmente inmenso, y unos pies minúsculos. Pero sobre estos pies descansa en gran parte el futuro de lo Humano en el mundo. En el imaginario y la fe del pequeño pueblo de resistentes, la victoria del Humano sobre la Bestia descansa finalmente sobre todo lo que representa y significa aquel que, una noche, nació en un pesebre. Y solamente ante él se inclina el pequeño pueblo que resiste a los dominantes y a los dominados. ¿Está solo? No. Mucha gente de otras religiones, o sin fe religiosa, resiste también a la Bestia. Entre ellos, muchos les ganan a los mismos creyentes. Ellos también, por supuesto, forman parte integrante de ese pueblo, pequeño pero valiente, que lleva sobre sus espaldas la esperanza de un mundo menos “bestial” y cada vez más humano. Hacía mucho que no la encendía. No me convenció demasiado desde el primer momento, con ese aspecto de fragilidad, de poca sustancia… Igualmente, me dispuse a un rato de oración con aroma a vainilla (que tampoco es de mis preferidos…)
Cuando me acomodo me doy cuenta de que me falta la birome, el bolígrafo, indispensable. Vuelta al piso, mensaje de texto, a ver por las dudas si es mi primera entrevista de la mañana que se cancela. Vuelvo a sentarme y me da calor, este verano insiste en Buenos Aires. Prendo el ventilador, se apaga la vela. Por supuesto los fósforos están en la cocina… Pasa el tiempo, el fastidio crece, no es tanto el rato disponible… La vuelvo a encender absolutamente resuelta a que si se apaga, al cuerno la vela y el clima especial, y volvamos al Sudoku que por “muy difícil” parece más sencillo en esta mañana de llovizna. El fósforo queda como clavado, no lo puedo sacar y ahí lo dejo, es obvio que el destino de la vela es la basura apenas en un rato… Intento buscar tu presencia. Pedirte que me contagies esa certeza profunda de que el Padre está siempre acá, presente, sosteniéndonos, apostando con nosotros a este parto de la nueva humanidad. La vela empieza a chorrear por una grieta del costado, a agitarse. Mantener esta luz encendida, la de la confianza en la creación de una historia nueva, resulta a veces tan difícil; tal vez sea cuestión de cambiar de posición, de remontar el viento por otro lado (el turbo le da justo en la grieta…). La giro. Y ahí nomás se cae una de las paredes tan debilitada, y el fosforito clavado, vaya a saber cómo, se suma a la causa. Tal vez haya que dejar caer lo caduco, esas paredes que se supone protegen al fuego, e intentar alternativas desconocidas, que lo “im-probable” se vuelva prueba, ensayo, al menos error del cual seguir aprendiendo. Buscar, intentar, renovar. El fuego es inextinguible, sigue ardiendo, parece que sin vela, sin estructura alrededor… sigue encontrando sustento para la combustión, aunque no se vea de dónde… será seguir adelante con menos estructuras, confiando en la capacidad del fuego para incendiar, calentar, forjar, dar solidez… Él, garantizando que la llama conserve intacta su potencia, y sólo basta un soplo de viento en la dirección precisa para re-crear su potencia insaciable, su pasión aclaradora que deja en pie lo genuino y barre con los decorados y con lo que ya no sirve. La ex vela sigue ardiendo aún, regalo insólito para esta rumia que me alienta. 5.000 años que nos pronunciaste tu sueño de justicia y liberación, y la llama sigue ardiendo… en medio de las estructuras quebradas, el fuego entusiasma a unos cuantos y sigue contagiándose. Se lleva de un clan al otro, como en los tiempos anteriores al homo sapiens sapiens, cuando todavía no lo podíamos conseguir por nuestros propios medios y era regalo de los rayos, o solo algunos hechiceros conocían las piedras mágicas que lo hacían nacer. Y entonces los grupos nómadas lo transportaban como su tesoro más preciado para la fundación de comunidades nuevas, de nuevos “hogares” a su alrededor; para sostener la esperanza del invierno, esa de cuando la vida se hace invisible y parece desaparecida. Fue necesario que terminara de abrirse la grieta, que se quebrara del todo la estructura ya inútil de mi vela, para que el fuego se adueñara decididamente de ella. Media hora después sigue ardiendo en “los restos”, en los restos de este nuevo Israel, de esta humanidad herida y quebrada pero viva, con la pasión intacta apenas nos juntamos… Todos guardamos ese tizón en el sitio más cuidado de nosotros mismos, centro de nuestro tesoro, para transportar adonde sea, para transmitirlo a otras generaciones. Será cuestión de dejar caer, o de quebrar, las estructuras que lo ocultan, que lo sofocan. Estando atentos, la vida nos sorprende, encuentra el modo de manifestarse, porfiada, provocadora. Sigue ardiendo aún, puro pabilo, aparentemente sin cera, sacando su energía de profundidades invisibles, de lo hondo de un pozo que no alcanzo a reconocer, más hondura de la que parece, misterio insondable que nos alimenta, nos cachetea a veces para despertarnos. Tan hondo y tan a mano. Y no se apaga, ¿eh?, no se apaga, sigue ahí, nutriendo mi certeza, vos estás… Y el gracias se me hace llanto… El cuarto evangelio da gran importancia a la figura de Juan Bautista, en dos sentidos: en primer lugar, como Precursor: él es el que anuncia la presencia de Jesús; en segundo lugar, para "ponerlo en su sitio". Sin duda, los discípulos de Juan llegaron a pensar que él era "el que había de venir", y era necesario dejar claro que su misión había sido solamente ser "testigo de la luz". Pero la luz es Jesús, no Juan. De ahí la insistente proclamación de Juan: "No soy".
Se dice que los enviados de Jerusalén son sacerdotes y levitas, pero luego se afirma que son fariseos. Estas afirmaciones son más bien contradictorias, y nos hacen pensar en una redacción del texto bastante lejana a medios culturales judaicos. Por otra parte, ya desde estos primeros párrafos se habla de "los judíos", como opositores (como si el Bautista, el evangelista y el mismo Jesús no fueran judíos). Se está subrayando por tanto una de las líneas de fuerza del cuarto evangelio, por otra parte ya expresada en el Prólogo: "Vino a los suyos y los suyos no le recibieron". El cuarto evangelio se escribe en una comunidad expulsada de la Sinagoga, que tiene por eso muy claro que "lo de Jesús" ha roto definitivamente con el judaísmo y es nuevo, más aún que culminación de lo antiguo. Tanto en el cuarto como en el segundo Evangelio, el Bautista es presentado por medio de citas bíblicas (del Éxodo, de Malaquías, de Isaías), de modo que Jesús es anunciado como "el que ha de venir", la culminación de todo lo anterior. Es importante reseñar que la penitencia, la conversión de los pecados que Juan predica, no son el fin, sino el medio para prepararse a la venida del Señor. Nuestro esfuerzo de purificación es un estado de atención, de mostrarse disponibles ante el Señor: se expresa en el signo exterior del bautismo. Pero todo eso es para prepararse: luego viene el Señor, que es el que salva. Nuestras acciones no nos salvan: preparan el camino al salvador, nos disponen bien para recibir la salvación. Todos los textos de estos domingos de Adviento giran en torno a los mismos temas y los repiten una y otra vez. Y con razón, porque son las actitudes básicas indispensables de cualquier seguidor de Jesús, diríamos que de cualquier persona de talante religioso. La acción de Dios y nuestra respuesta se representan siempre como unencuentro entre personas. Los dos que se encuentran, caminan para encontrarse. Dios viene, nosotros vamos, y nos encontramos. Esta manera de expresarse, en la imagen de dos que se encuentran, puede ser luego traducida a conceptos teológicos más abstractos (la libertad y la gracia, la doctrina de la justificación...) pero tales conceptos han demostrado sobradamente su insuficiencia, han creado muchos más problemas de los que han solucionado. Me parece que una de las tentaciones de la Teología Dogmática ha consistido en querer encerrar a Dios en los recipientes de nuestros conceptos. Y no cabe. Conviene más al conocimiento de Dios el modo metafórico, parabólico, que no pretende abarcar a Dios sino orientarnos en la dirección correcta, y no aspira a comprender el misterio interior de Dios mismo sino a aceptar a Dios tal como Él se nos muestra. Podríamos decir que La Palabra no nos dice cómo es Dios sino cómo se porta con nosotros. Así, la imagen de dos que se encuentran, que van al encuentro uno de otro, es más expresiva que cualquier conceptualización. Y es que, para conocer a Dios, es mejor ir a su encuentro que inventarlo. Lo encontramos donde Él se ha mostrado, en Jesús. Lo inventamos cuando nos fiamos más de nuestra razón e intentamos que sea nuestra razón la que invente a Dios. No hace falta inventarlo, ni es razonable. Jesús es para nosotros lugar de conocimiento, lugar de encuentro con Dios. "No tendrás otros dioses delante de mí, no te harás imágenes mías" siguen siendo preceptos llenos de sabiduría. La única imagen de Dios es Jesús, y el único Dios fiable es el que en Jesús se muestra. Es la piedra angular de nuestra fe: quitada esa piedra, el edificio se derrumba. Y precisamente por eso es tan importante conocer a Jesús, tal como lo conocieron los que vivieron con él. Y hoy día hemos de dar gracias a Dios porque tantos sabios estupendos nos lo han acercado. Razón por la cual quizás a otros les da mucho miedo ese conocimiento de Jesús de Nazaret. Este Jesús a quien Juan anuncia muestra a Dios con una característica especialmente definida: se dirige a los pobres, a los corazones rotos, a los cautivos. Esta será una tónica característica de Jesús. Dios no es de ni para los poderosos, los sabios, los ricos, los pontífices, ni siquiera para “los santos”. Dios es de todos y para todos; y la mayoría de estos “todos” son pobres, están cautivos, tienen roto el corazón. Demasiadas veces las religiones (la nuestra también) son de gente poderosa, de sabios y de santos. Jesús va a mostrar que la religión es de sencillos, de enfermos y de pecadores. Esta es sin duda la causa más profunda de la alegría que supone el mensaje que hoy recordamos. Tenemos acceso a Dios, no porque somos santos, ni sabios ni ricos, noaunque somos gente normal, enfermos y pecadores, sino precisamente porque somos gente normal, porque somos pecadores, porque nos aquejan muchas necesidades. Por eso, especialmente por eso, Dios está con nosotros. Es el corazón de la revelación de Jesús. Esto es lo que fundamenta el ambiente de profunda alegría que preside el Adviento como preparación de la Navidad. ¡Podemos conocer a Dios! ¡Hemos comprobado que es Él el que sale al encuentro! Navidad será ante todo la celebración de que Dios está con nosotros, para nosotros, de que la búsqueda humana de más, de más humanidad, de más sentido, está bien fundada, no está abocada al fracaso, se dirige al éxito. Jesús-Emmanuel, "Dios con nosotros, Salvador", es el resumen de nuestra fe y de nuestra esperanza. El Adviento prepara así la Buena Noticia. Hemos usado tanto esta expresión que no la valoramos. Jesús trae una noticia, una novedad, y esta novedad es buena, buenísima: es un Dios nuevo y estupendo: no es un Dios temible, lejano, propiedad de sabios, santos y poderosos. Es una madre ansiosa de todo lo mejor para sus hijos, especialmente para los más pequeños, para los que más necesitan de ella. Es la razón última de que hablemos de Buena Noticia, y de que nuestra primera respuesta sea la alegría. ¿Quién nos ha robado la alegría del Adviento? ¿Quién ha vestido al Adviento con el triste color morado? ¿Quién y por qué ha transformado la alegría de saber que viene el Señor, el consolador, el que da vida, y nos ha cambiado esa alegría por el temor, las penitencias, la amenaza? ¿Quién ha convertido la Buena Noticia de Jesús en un catálogo de misteriosos conceptos abstractos y de ásperas leyes de perfección voluntarista? Hoy es un domingo para sentir y para examinar. Para sentir profundo alivio al reconocer (volver a conocer, enterarse, descubrir) a Dios, tal como Él mismo se ha dejado ver, para quedarse sorprendido, agradablemente sorprendido al comprobar que Dios es mucho mejor que lo que nos habían vendido. Y para examinar: ¿creo en ese Dios, el Dios Salvador que Jesús muestra, o sigo sometido a un ídolo que no existe? Jesús es el Libertador, y nos libera ante todo del miedo a Dios, y de los que tantas veces nos lo han predicado. Pero es también un domingo para la conversión: "anunciar la Buena Noticia a los pobres, vendar los corazones rotos, pregonar a los cautivos la libertad". Nos preguntamos: nosotros la iglesia, ¿somos buena noticia para los pobres, vendamos corazones rotos, pregonamos libertad a los cautivos? Me temo que nosotros la iglesia no nos distinguimos precisamente por eso, no preferentemente por eso. Nosotros la iglesia, en nuestras manifestaciones más públicas, no somos pregoneros de ese Dios-para-los-pobres, sino ostentación de poder, esplendores dorados y sabiduría, que no consuelan ni liberan a nadie. Nosotros la iglesia, en nuestro quehacer cotidiano, no somos un colectivo que dé esperanza al emigrante, al homosexual, a la gente de escasos recursos, a los divorciados, a los esclavizados. Hay colectivos en la iglesia que sí dan esa esperanza, pero nosotros la iglesia, especialmente la iglesia de los países ricos, como colectivo global, no somos ese signo de esperanza. Me parece que la dimensión de esperanza para los pobres es para nosotros un adjetivo, añadido porcentual a una fe más preocupada del dogma, del rito y de la norma. Y no es un adjetivo, es lo más, lo único sustantivo de los que siguen a Jesús. El Gobierno de Monti reinstaura el impuesto de bienes inmuebles que suprimió Berlusconi en 2008, pero deja fuera a las entidades religiosas
El Gobierno de Monti aprueba un duro paquete de medidas de ajuste Entre el 20% y el 30% de todo el patrimonio inmobiliario italiano —115.000 casas, 36.000 parroquias, 9.000 escuelas, 4.000 hospitales y centros sanitarios— pertenece a la Iglesia. No obstante, desde 1992, el mayor casero de la República goza del privilegio, aprobado por el Gobierno de Giuliano Amato, de no pagar el ICI (Impuesto de Bienes Inmuebles), tal vez la tasa que más fastidia a los italianos y que por eso mismo el gran populista Silvio Berlusconi eliminó en 2008 para la primera vivienda. Ahora, con la llegada de las vacas flacas, el Gobierno tecnócrata de Mario Monti ha reinstaurado el impuesto… salvo para la Iglesia. Y en Italia se ha armado la de Dios es Cristo. En solo 48 horas se han recogido 100.000 firmas para que se elimine tal privilegio. Las redes sociales se han convertido en las principales instigadoras de la revuelta: “Si la Iglesia es la casa del Señor”, reza una irreverente página de Facebook, “¿por qué Dios no paga el ICI?”. Para que el diablo no se ría de la mentira, hay que subrayar que, si bien corresponde a la Iglesia la parte del león, muchísimas otras instituciones se benefician de la bula fiscal. Tampoco pagan el ICI las demás confesiones religiosas, ni las embajadas, ni las fundaciones líricas, ni tampoco los cines —sí los multicines—, ni las ONG ni organismos internacionales como la FAO. Por no pagar —¿quién pagaba en Italia hasta ahora?—, no pagan ni las salas de billar. La cuestión más polémica es que la Iglesia, al margen de los lugares dedicados estrictamente al culto o a la atención de personas necesitadas, dispone también de un buen número de albergues y hospitales privados que le reportan pingües beneficios y que tampoco pagan el ICI. Ello es posible gracias a una interpretación ventajista de una curiosa frase de la actual legislación. El caso es que, en 2006 y después de una larga polémica, el Gobierno del socialista Romano Prodi no tuvo más remedio que acotar los privilegios que hasta ese momento afectaban a todos los inmuebles de la Iglesia. Pero lo hizo con una frase ambigua: “La exención se puede aplicar solo a los inmuebles no exclusivamente comerciales”. La trampa —dicho sea sin mala fe— estaba en el “no exclusivamente”. Bastaba, por tanto, que el hotel o el hospital en cuestión dispusieran de un oratorio en su interior para que se pudieran acoger a la exención fiscal. Si bien la discusión no es nueva —el grupo Radicali tiene una demanda interpuesta ante la Unión Europea (UE) contra el Gobierno italiano por trato de favor a la Iglesia—, la polémica ha estallado en toda su crudeza tras el duro ajuste económico puesto en marcha en las últimas horas por el Gobierno de Mario Monti. Un Gobierno muy cercano al Vaticano y que, sin embargo, se encuentra ahora entre la espada de la justicia y la pared de la incoherencia. ¿Cómo puede pedir a los italianos que se aprieten el cinturón hasta niveles jamás vistos y mantener al mismo tiempo la manga ancha con el clero? La Iglesia posee entre el 20% y el 30% del patrimonio inmobiliario del país Los primeros en apreciar el contradiós han sido los príncipes de la Iglesia. El viernes, el cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), optó por entrar de lleno en el asunto. A su llegada al genovés palacio de la Meridiana —para asistir a un congreso sobre el poder y la ética—, Bagnasco pidió ver a los periodistas y, lejos de atribuir la polémica a una confabulación judeo-masónica, lanzó dos mensajes muy claros. En primer lugar, la Iglesia está dispuesta a discutir, y a aceptar llegado el caso, las posibles correcciones de una legislación que hasta el momento tanto le ha favorecido. Y, en segundo lugar, Bagnasco se mostró dispuesto a investigar las “zonas grises”, los “puntos oscuros” en los que las instituciones eclesiásticas hubieran podido incurrir al aplicar torcidamente la exención del ICI. “La justicia no tiene tiempo ni lugar. Está bien en cualquier momento”. La caída del caballo de monseñor Bagnasco está siendo muy comentada en Italia. Aunque no todo el mundo concede al cardenal el beneficio del arrepentimiento. Hay analistas que ven el inicio de una operación pactada con el Gobierno —la comunión es total— para minimizar los daños de un asunto que tiene mal arreglo. En primer lugar, porque una hipotética e improbable supresión del privilegio conduciría a la ruina a un buen número de órdenes religiosas que, al margen de los oropeles del Vaticano, se las ven y se las desean para sufragar el mantenimiento de los edificios donde habitan. Y, en segundo, porque ya no se trata solo de una cuestión entre el Gobierno y la Iglesia con los ciudadanos —cada vez más indignados— en el papel de testigos. Sino que, antes del próximo mes de mayo, la Unión Europea debe contestar a la demanda del grupo Radicali y decidir si las ayudas de Italia al Vaticano son legales. En el caso de que no lo sean, el Estado italiano puede ser condenado a entregar a Europa el importe de las exenciones —presentes y pasadas— sobre los bienes inmuebles. ¿Será capaz el nuevo primer ministro de reclamarle a la Iglesia los cuartos que se ahorró cuando lo era el pecador Berlusconi? Interrogado sobre estas cuestiones al término de la cumbre de Bruselas, Mario Monti solo apuntó: “Sobre los inmuebles de la Iglesia puedo decir que en estos 17 días no hemos tomado todavía ninguna decisión. Y me detengo aquí…”. Aunque luego añadió, enigmáticamente: “Tenemos también conocimiento de una investigación de la Unión Europea sobre las ayudas del Estado”. Monti y Bagnasco, Il Professore e Il Cardinale, saben que el fallo de la investigación es importante, pero no más que el de la opinión pública. Los italianos ya están notando en carne propia la dureza del ajuste —sube el combustible, bajan las pensiones— y, muy pendientes del difícil momento histórico que les ha tocado vivir, recuerdan con nitidez unas palabras pronunciadas el pasado mes de septiembre por el cardenal Bagnasco: “La evasión fiscal es un cáncer social”. Un cáncer y también un pecado. Lo cometa quien lo cometa. Los radicales han denunciado en la UE el trato de favor a la curia |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |