“Señores cristianos, simplificar la realidad de los colombianos a los cajones mentales de su religión es un argumento ridículo”
Creer que la historia social y moral de Colombia empezó únicamente cuando llegaron los cristianos a América hace 500 años, es una de las quimeras más extravagantes que se ha naturalizado en el pensamiento de un buen número de personas en la actualidad. A partir de ese delirio, también se ha derivado la idea de que la única manera de preservar la especie humana y mantener el orden social y moral de nuestro país es imponiendo un supuesto orden natural y una familia original instituida por el Dios judeocristiano. Sin embargo, en la actualidad existe suficiente información para contravenir esos planteamientos y argumentar que en realidad no existe la patente de un diseño original de familia y mucho menos un orden natural diseñado por un Dios que existe desde hace muy poco en comparación con el verdadero recorrido histórico de los humanos. Inicialmente es importante aclarar que cuando la religión cristiana llegó en unos barcos desde España, hace tan solo 500 años, ya habían transcurrido por lo menos 17.000 años de historia humana en el territorio que actualmente es Colombia. Esto indica que cientos de sociedades, que operaban bajo diversas cosmologías, habían ocupado este territorio de manera exitosa y permanente sin la presencia de la religión cristiana; una religión que es absolutamente nueva si se compara con el recorrido histórico de los humanos que existieron en Colombia y en toda América antes de la llegada de los cristianos. Si nos alejamos de América por un momento y nos trasladamos al viejo mundo, donde casi todo es más antiguo, encontramos que los humanos anatómicamente modernos surgieron hace aproximadamente cien mil años en África, un largo periodo de tiempo durante el cual emergieron miles de religiones y dioses muchísimo más antiguos que los que hemos alcanzado a conocer en la actualidad. No habría espacio en este texto para mencionar las antiguas deidades del Paleolítico, las de la antigua Mesopotamia, Egipto, China, Grecia, Roma etc. En ese sentido, si comparamos el recorrido histórico de los humanos, desde hace cien mil años en el viejo mundo, con el surgimiento del cristianismo de nuestra era, hace tan solo dos milenios, entendemos que la religión cristiana es una institución plenamente nueva. Por lo tanto resulta falaz adjudicarle la patente de un orden natural y un diseño original de familia a un Dios tan reciente, porque durante 88.000 años antes del Dios cristiano, miles de sociedades, se enfrentaron al mundo bajo diversas cosmovisiones y distintas formas de organización social que les permitieron persistir en el tiempo exitosamente y perpetuar sus genes a las siguientes generaciones. Es ingenuo creer que solamente los códigos morales cristianos nos garantiza la perpetuación de la especie o la consolidación del orden social y moral correcto, pues como expliqué antes, durante milenios, las sociedades humanas marcharon al ritmo de sus propias religiones y organización social; lograron ejecutar maravillosos procesos culturales que dieron lugar a nuevas cosmologías, al surgimiento de estrategias innovadoras de subsistencia, a la creación de aldeas, ciudades e imperios y al desarrollo de extraordinarios avances tecnológicos y militares. Así lo demuestran, por ejemplo, algunas sociedades prehispánicas, que a la llegada de los cristianos, contaban con altísimas densidades demográficas y organizaciones políticas y militares como las de las ciudades católicas más grandes y modernas de Europa. Las sociedades indígenas en América no colapsaron por ser inmorales o por sus diversas formas de organización social, alejadas del supuesto diseño de familia original, sino por la destrucción masiva y terrorífica a la que fueron sometidas por los cristianos a su terrible llegada, bajo el argumento de que estaban arrojadas a los brazos de Satán. De acuerdo con lo anterior, es falaz argumentar que la familia cristiana es la única y la primera institución que puede conservarnos como especie o mantenernos estructurados correctamente como una sociedad exitosa. Por el contrario, lo que podemos asegurar es que definitivamente las sociedades, a través de la historia humana, han tenido diversos tipos de organización social, donde han existido familias conformadas por un hombre y una mujer, un hombre y muchas mujeres, una mujer y muchos hombres, dos hombres, dos mujeres etc. El mismo Antiguo Testamento nos ofrece información clara sobre los diversos tipos de familia constituidos entre los hebreos de la antigüedad. Tal es el caso de Abraham, cuya familia estaba constituida por su esposa Sara, su concubina Agar y los hijos de cada una. En el caso de Jacob, también sabemos que vivía con sus esposas Raquel y Lea y sus hijos respectivos, y así muchos personajes fundacionales de la religión judeocristiana como el caso del rey David quien, aparte de sus miles de doncellas, convivió, bajo la aprobación de Dios, con varias esposas tales como Mical, Betsabé y Abigail, la cual también estaba casada con otro hombre. Estos casos bíblicos, evidentemente, no son ejemplos de inmoralidad o perversión, en realidad lo que demuestran, así lo nieguen los cristianos, es que las familias a través de la historia han sido diversas y concebidas de acuerdo con el modo en que cada sociedad concibe el mundo al que se enfrenta en el presente. Son innumerables los casos para demostrar que las familias a través de la historia humana han sido diversas y no solo en los términos de la lógica heterosexual. Si volvemos a América, para tener un referente más familiar, podemos sustentar estas ideas a partir de evidencia arqueológica y etnohistórica que demuestran que a la llegada de los cristianos existían sociedades que, como en la actualidad, no aprobaban abiertamente la homosexualidad, pero también había otras que sí lo hacían abiertamente y permitían que esas personas hicieran parte de la estructura social y administraran sus propias vidas. Así lo demuestran muchas de las referencias sobre parejas homosexuales entre nativos americanos que describen los cronistas cristianos durante el siglo XVI, de las cuales, a falta de espacio, destaco solamente dos de ellas: “No contentos de andar tan encarnizados en la lujuria naturalmente cometida, son muy aficionados al pecado nefando, entre los cuales no se tiene por afrenta. Y el que se sirve de macho se tiene por valiente y cuenta estas bestialidades por proeza. Y en sus aldeas por el Sartao hay algunos que tienen tienda pública para cuantos los quieran como mujeres públicas” (Sousa, Gabriel Soares. 1587). “Algunas indias hay que no conocen hombre alguno de ninguna calidad, ni lo consentirán aunque por eso las maten. Estas dejan todo el ejercicio de mujeres e imitan a los hombres y siguen sus oficios como si no fuesen hembras. Traen los cabellos cortados de la misma manera que los machos y van a la guerra con sus arcos y sus flechas y a la caza, perseverando siempre en la compañía de los hombres. Y cada una tiene una mujer que le sirve, con quien dice que es casada, y así se comunican y conversan como marido y mujer” (Gandavo, Pero Magallaes. 1576). Las citas anteriores sugieren, como ya es sabido, que así como en el resto del mundo, en América existían individuos homosexuales desde antes de la llegada los cristianos. También es posible sugerir que en varios casos, esa homosexualidad era naturalmente cometida como lo relata Sousa, y que esa tendencia sexual no era una restricción social para que las personas se unieran en familia para vivir la vida. Con seguridad, los cristianos actuales argumentan que esas inmoralidades eran cometidas porque los indígenas estaban bajo el poder del Maligno. Pero no, nuevamente lo que podemos observar es que las humanos se organizan socialmente de manera diversa y que a través de la historia hemos definido lo que es moral y lo que no lo es de acuerdo con el contexto sociocultural dentro del cual cada sociedad construye y transforma sus propios códigos éticos y morales. En suma, podemos inferir que el supuesto diseño de familia, entendido como un mecanismo activo para perpetuar la especie humana o mantener un orden moral, no se lo pudo haber inventado el Dios cristiano. Por el contrario, se puede argumentar que la idea de vivir en familia, del tipo que sea, es más antigua que toda noción religiosa que podamos conocer en la actualidad. Por otro lado, también es posible deducir que a través del tiempo la idea de familia no solo se ha concebido como una institución exclusivamente biológica diseñada para la procreación, sino también como la unión de dos o más personas que se juntan para ejecutar el proceso social de la vida. En la actualidad sabemos que el vínculo de las personas en familia no se da únicamente para fines biológicos, en tanto que la cantidad de sexo reproductivo requerido para que una pareja transmita sus genes es mínima. Esto implica que las uniones entre humanos posee un alto contenido de comportamiento sexual no reproductivo, que en lugar de obedecer a un diseño original para salvar la especie, en realidad conlleva a la exploración de otros aspectos distintos a los exclusivamente reproductivos; un motivo más para entender por qué a través de la historia humana las familias han sido tan diversas y tan flexibles con el sexo que no termina en procreación. Resulta inconcebible, y hasta ridículo, querer simplificar la realidad de todos los colombianos a los pequeñísimos cajones mentales de quienes en la actualidad profesan la religión cristiana. Es completamente válido que las personas organicen su mundo bajo la lógica de una moral determinada, pero lo que es insólito es que esas ideas sean impuestas a todas las personas aun cuando éstas administran sus vidas a partir de otras formas de concebir su mundo, su sexualidad y su cuerpo. Resulta atroz, que cien mil años después de recorrido histórico y cultural de los humanos, el diseño de las leyes de un Estado contemporáneo aún se vea influenciado por el pensamiento totalizador de los feligreses que aún están convencidos de que la historia moral de un mundo tan antiguo comenzó únicamente cuando apareció la religión de Vivianne Morales.
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11 (y último). Tres prácticas breves para terminar
Me parece oportuno terminar este trabajo sobre el “paso” de las creencias (o construcciones mentales) a la certeza de ser proponiendo tres prácticas meditativas, que tienen como objetivo ejercitarnos o adiestrarnos en trascender la mente, para evitar la trampa primera que consiste en identificarnos con ella. La clave de ese entrenamiento radica en desarrollar la capacidad de tomar distancia y, de ese modo, observar todos los contenidos mentales y/o emocionales que puedan aparecer. Observar la mente Observa tus pensamientos y sentimientos, todos los contenidos que aparecen en tu campo de consciencia. No los pienses, obsérvalos desde la distancia. Como si fueras un foco de luz que ilumina todo, no rechaza nada, pero no puede verse a sí misma. Y nota la diferencia entre los objetos observados y la consciencia que los observa. Cae en la cuenta de que tú no eres ningún objeto (ningún contenido) de tu consciencia, sino la consciencia misma. Nota cómo, al observarlos –al poner consciencia-, los pensamientos se disuelven. Son como “nubes” que aparecen y desaparecen, sin más “sustancia” que la que tu propia creencia les da. Tú eres Eso que está “más allá” de los pensamientos, lo que no puede ser pensado. Descansa ahí, en la Presencia consciente. Soltar los pensamientos Adopta una postura adecuada, lleva la atención a tu cuerpo y a tu respiración. Y, voluntariamente, suelta todos los pensamientos; simplemente, déjalos caer. Observa: ¿qué queda cuando “sueltas” (dejas caer) todo eso? Percíbelo; no quieras pensarlo ni entenderlo (lo convertirías en otro objeto mental más). Simplemente, constátalo. Y saboréalo. Eso que queda es lo que eres, atención desnuda, pura consciencia de ser. Permanece en esa pura consciencia de ser, solo ser, solo estar. ¿Qué hay “más allá” de los pensamientos? Cierra los ojos y deja que tu mente divague en la dirección que quiera. Ahora toma conciencia de lo que estás pensando. El contenido en sí no tiene importancia, basta con que te des cuenta de que existen esos pensamientos. Obsérvalos relajadamente, igual que si estuvieras viendo una película. Deja que vayan pasando por la pantalla de tu mente. Estás mirando tus pensamientos… Ahora, con calma, pregúntate: ¿qué hay “más allá” de los pensamientos? Te darás cuenta de que la respuesta es simple (cualquier otra respuesta sería solo un pensamiento más): Nada. Continúa siendo consciente de esa Nada. Cuando regresen los pensamientos, obsérvalos y luego vuelve a mirar más allá de ellos, detrás de ellos, a la Nada… (La consciencia pura es “nada”. Para la mente, ni siquiera existe, porque no tiene forma. Y, sin embargo, como siempre han enseñado los sabios y como la práctica permite experimentar, esa Nada es Plenitud: lo único Real, frente al mundo aparente de los objetos). Tengo 26 años y soy de Mendoza, Argentina. Me encantan, o, más bien, me fascinan, los teólogos y filósofos españoles; los leo y releo con frecuencia, y muchos de ellos han sido, para mí, una maravillosa guía tanto intelectual como espiritualmente. Pero, quizá, me esté yendo del tema…
Soy un apasionado de la figura de Jesús de Nazaret, al cual considero, al decir de Spinoza, “el más grande de los filósofos”; pero reducir su extraordinaria existencia al más grande de los filósofos es una aporía deleznable: es, quizá, el más importante de los hombres, el más sabio, y no necesitó de un lenguaje abstruso ni de revoluciones empuñando las armas para suscitar la más grandes de las insurrecciones: la del amor y la del perdón al prójimo. Jesús, como dice José Antonio Pagola, es patrimonio de la humanidad, y tanto mejor para los creyentes que así sea. ¿Por qué el galileo debería ser propiedad de los cristianos cuando su mensaje sigue removiendo, con el paso de los siglos, tanta admiración y devoción para los que aman sin Dios? ¿Por qué su vida no puede inspirar a los que vivimos sin iglesias y sin dogmas si él nos enseñó, mejor que nadie, que Dios no se encuentra en los templos sino en las personas que sufren? ¿No nos dio a entender, acaso, que aquellos que transitan su existencia de espalda a los que padecen el azote del hambre y la enfermedad son los más desgraciados de los hombres? Sí: amo su proyecto del Reino de Dios, aunque no sea, estrictamente hablando, creyente. ¿Pero qué importancia tiene? ¿Por qué mi falta de fe, con la que he luchado insistentemente desde mi adolescencia con sus respectivos vaivenes, debería impedirme querer formar parte de ese grandioso proyecto? Con Dios tengo las cuentas claras: si existe, sé que me entendería, que me perdonaría o, quizá, todavía esté esperando el momento propicio para irrumpir inesperadamente en mi vida… ¿Por qué redacto estas líneas? Porque mientras más leo a Jesús y más me embarco en la aventura de su vida, más contradictorio me resulta el binomio inquebrantable entre Jesús y la Iglesia. Por un lado, la sencillez, la humildad, la vida ejemplar itinerante de quien pretendió ver un mundo más justo y feliz; por el otro, esa pomposidad, esa grandilocuencia casi risible, esa perversa indiferencia (hay gente, dentro de la Iglesia, claro que está, que realmente se preocupa por la felicidad de las personas) de quienes dicen ser cristianos pero que no se diferencian, o apenas lo hacen, de quienes no lo son… Me permito una digresión o, si se quiere, una confesión: la última vez que pisé una iglesia, hace poco más de un año, regresé tan desilusionado que no tuve intención de volver: más ritos que amor, más aburrimiento que alegría, más protocolo que entusiasmo, discursos vacíos e inverosímiles…; pero la gota que rebalsó el vaso fue observar cómo la gente que salía de la iglesia hizo vista gorda con un niño que pedía comida en la puerta ésta, impasible ante sus piecitos descalzos y sucios, en detrimento con el mensaje de Jesús de Nazaret. ¿De qué sirve ir a la Iglesia si la indiferencia sigue estando? La gente no se divide, en materia religiosa, entre creyentes y no creyentes, sino entre buenas y malas personas. Lo importante son los actos, no las profesiones de fe; todo lo demás es irrisorio. Si hay algo que la vida me ha enseñado es que no podemos confinarla en doctrinas o en ideologías, pues hay algo más importante que los dogmas: la justicia; y algo más importante, a mi entender, que la fe: el amor. Ante la grave crisis socio-ambiental, la urgencia de una ética planetaria por: Óscar Mateos9/27/2016 Nuestro mundo globalizado y su modelo de consumo son un gran transatlántico con rumbo al desastre. Dicha afirmación no es algo distópico ni exagerado: nuestra huella ecológica ha alcanzado niveles extraordinarios, el planeta ya no es capaz de regenerar buena parte de lo que consumimos y los expertos advierten de que si mantenemos el ritmo actual de consumo, en 2050 necesitaremos el equivalente a por lo menos tres planetas para abastecernos. Las consecuencias de todo este modelo son sabidas y reconocidas por todos: calentamiento global, cambio climático, refugiados ambientales…
El sentido de urgencia respecto a esta grave coyuntura ha sustituido al tratamiento casi anecdótico que la cuestión del cambio climático recibía hace tan solo unos años. La justicia ambiental se ha convertido así en parte intrínseca e ineludible del debate amplio sobre la justicia en el siglo XXI. Desde grandes organismos internacionales hasta los principales líderes mundiales, pasando por científicos o multinacionales, todos hoy reconocen algo que es innegable y ha sido denunciado repetidamente por algunas voces desde hace años: el modelo de vida occidental no es universalizable. El gran crecimiento económico de los llamados países emergentes en base al modelo de desarrollo capitalista no ha sido una buena noticia, pues ha servido para constatar que el desarrollo era algo más que crecimiento económico y que el progreso se ha alcanzado en nombre de la depredación ambiental y la consolidación de un modelo de consumo insostenible. Ha sido necesario esperar a que centenares de millones de personas en el Sur global (especialmente en China e India) abrazaran el modelo, que antes únicamente ostentábamos el 15% del planeta, para darnos cuenta de que el progreso y el desarrollo deben definirse siguiendo unos criterios y valores que no se limiten a la capacidad de consumo y la riqueza económica. Estamos en un callejón sin aparente salida, una verdadera encrucijada, una cuenta atrás a la que la humanidad debe ser capaz de dar la más urgente y diligente de las respuestas. «El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad» (Laudato Si’, nº 25). «Un grito que viene de la humanidad y de la Tierra misma, uno que tiene que ser escuchado por la comunidad internacional», exhortaba Francisco a los reunidos en la Conferencia de París sobre Cambio Climático(COP21) celebrada en diciembre de 2015. No cabe duda de que la COP21 ha significado un primer paso al poner de relieve la urgencia de la situación actual, pero asimismo ha mostrado una vez más la falta de instrumentos y alternativas para trascender el modelo de producción, consumo y desarrollo que se practica. La rueda del capitalismo necesita seguir girando… En palabras de Pere Casaldàliga: «¿Quién, cómo y cuándo bloqueará sus radios?». Regular por arriba: una comunidad terrestre con un destino común La coyuntura es compleja. Existen instrumentos o iniciativas que abordan algunos de los efectos colaterales de todo este desvarío medioambiental, configurando una «gobernanza fragmentada». No obstante, seguimos careciendo de instrumentos vinculantes que conformen una verdadera gobernanza global, poniendo de relieve uno de los dramas de este siglo XXI: mientras que nuestros problemas se han globalizado, los mecanismos de los que disponemos para regularlos se han quedado atrapados en el marco del Estado-nación. Dentro de este preocupante contexto nos queda por lo menos una buena noticia: parece existir cada vez mayor consciencia de que esta cuestión no es algo ficticio, ni teórico, ni procedente de un reducido grupo de científicos, sino que cunde una creciente sensación de que estamos ante un problema real y acuciante. Incluso el Foro Económico Mundial, que se reúne anualmente en Davos, o los informes de los principales centros de inteligencia mundiales como la CIA han incluido este asunto en sus agendas tras calificarlo como la principal amenaza a la seguridad mundial. Esta toma de conciencia es positiva, siempre que no sea ya demasiado tarde. Sea como fuere, la inexistencia de una ética planetaria y la hegemonía de un modelo económico, social y cultural muy individualista, basado en el consumo, hace difícil afrontar el problema buscando una solución global. Como afirma el prólogo de la Carta de la Tierra, «somos una sola familia humana y una única comunidad terrestre con un destino común». Un destino que no solo nos compromete a nosotros sino también a otras especies, así como a las generaciones que están por venir. El sentido de interdependencia es hoy mucho más importante que en cualquier otro momento histórico: interdependencia con la biosfera e interdependencia con las generaciones futuras. No debemos eludir ese sentido de urgencia. Necesitamos un gran pacto global que supere el paradigma de la seguridad nacional para abrazar el de la seguridad planetaria. Un pacto que implique, comprometa y obligue a todos (individuos, estados, organizaciones, empresas…) a producir, consumir y estar en el planeta de una forma que garantice el futuro de todos. Esa gobernanza global, tan difícil y casi inimaginable en un contexto en el que los intereses nacionales y privados priman por encima del bien común, deberá ser posible si queremos que el planeta siga existiendo. Desbordar por abajo: hacia una civilización de la sobriedad y la pobreza compartidas Pero además de regular este modelo por arriba, es necesario un modo de vida que sea capaz de extenderse y desbordar al sistema por abajo, impulsando una transformación cultural, re-politizando y re-educando nuestras conciencias y nuestros hábitos, pasando, como señala Jorge Riechmann, de una «cultura de la hybris [de la desmesura] a una cultura de la autocontención». Desbordar el capitalismo por abajo sería posible aplicando un modelo de civilización basado en la sobriedad y la pobreza compartidas, y tratando de que la política vuelva a recuperar el poder. Son ya muchas las iniciativas que abogan por el cambio para trabajar en red de una forma mucho más democrática y más participativa. Iniciativas emergentes que aportan la consciencia de que es necesario otro modelo social y cultural. Este modelo cultural debe ser desbordado también desde el plano de la identidad, construida en torno al consumo, entendido como una especie de comensalidad histórica que jerarquiza y genera estratificación social. Todo el mundo consume, pero no todo el mundo consume bien. Deconstruir esta dimensión más cultural, yendo más allá de la dimensión política y gubernamental, es un reto clave para evitar la homogeneización. El diálogo entre civilizaciones y la recuperación de la diversidad cultural del planeta, de sus prácticas y saberes, se impone como un importante reto a tener en cuenta y asumir. Este es nuestro reto. Como Francisco en su encíclica Laudato Si’, somos cada vez más conscientes del diagnóstico, de las alternativas de las que disponemos y de la responsabilidad que supone condicionar la vida de las generaciones futuras. Ahora bien, la cuenta atrás ha empezado, no podemos esperar más. Un modelo basado en la sobriedad y la pobreza no es algo únicamente deseable sino algo necesariamente posible que puede verse potenciado y reforzado a través de la espiritualidad que conlleva el diálogo interreligioso e intercultural. Como preparación del aniversario de la publicación de la "Humanae Vitae" el Instituto Wijngaards ha reunido un grupo interdisciplinario para volver a evaluar la ética del uso de la anticoncepción. Como apoyo a la declaración por parte de uno de sus firmantes me permito reproducir en ese blog una página del capítulo dedicado a la ética en mi "Animal vulnerable. Curso de antropología filosófica", ed. Trotta, Madrid, 2015, p.280-281
Como comentaba el epistemólogo y teólogo B. Lonergan, con ocasión de los debates en torno a la encíclica Humanae vitae en 1968, ha perdurado durante siglos el pensamiento de Aristóteles en su De generatione animalium. Se pensaba que la razón del embarazo estaba exclusivamente en la semilla depositada por el varón en el interior de la mujer. Había un insuficiente conocimiento biológico detrás de esa denominación del esperma como semilla, como si dentro de él estuviese precontenido en miniatura el futuro fruto. Se pensaba que esa semilla era la causa instrumental, al servicio de la causa eficiente del varón, que estaba destinada a convertir la materia proporcionada de un modo pasivo por la mujer en un nuevo ser humano, que gestaría y daría a luz en su día. Hasta la animación del cuerpo por la sensitividad se atribuía todo el resultado a la eficiencia causal proveniente del varón. Con semejante manera de entender la biología de la reproducción no es extraño que se pensara que cualquier acto de inseminación era ya por sí mismo un acto de creatividad procreadora. Por consiguiente, cualquier clase de interferencia en ese acto o en sus secuelas para interrumpir su desarrollo se veía como un obstáculo a su actividad causal. Hoy día, ni biológica ni filosóficamente defendería nadie esa manera de entender la reproducción. Es inconcebible entender la inseminación y concepción de esa manera. El acto de inseminar no es en sí mismo un acto de procrear. Hoy se sabe que la relación entre inseminación y concepción es solamente estadística. No se puede decir que ambas sean inseparables, ni se puede prohibir su separación como si fueran algo absolutamente inviolable. De lo contrario, no se podría haber admitido ni siquiera el método de acoplarse al ritmo natural en la regulación de la natalidad. Ya sea el método del ritmo, ya sea un preservativo o diafragma, ya sea la píldora anticonceptiva -sin necesidad de hacer distinciones sobre su artificialidad o naturalidad-, coinciden en introducir una modificación en la relación que se da entre inseminación y concepción: una relación, reiteremos, estadística y no esencial. Cuando la eyaculación del varón descarga millones de espermatozoides en el cuerpo de la mujer, ni esas personas que se unen ni su naturaleza biológica pretenden producir millones de bebés como consecuencia de esa unión. Más aún, hoy día sabemos que, al usar las tecnologías de procreación médicamente asistida también es separable la inseminación del modo corriente de realizarse el coito. No se puede seguir apoyando en una biología anticuada la afirmación de que los aspectos unitivo y procreador son inseparables en todos y cada uno de los actos de unión sexual (como reitera la teología romana). Lo propio de la sexualidad en la especie humana no es lo que tiene en común con otras especies animales, sino el ser expresión de amor. Por eso no se define el matrimonio meramente como contrato, sino como comunidad de vida y amor. Este cambio de paradigma fundamental no se da en la teología y en el magisterio eclesiástico hasta pasada la mitad del siglo XX. El cambio en la manera de entender la concepción se da en biología a finales del siglo XIX (el estudio de von Baer sobre el óvulo femenino es de 1827), pero su asimilación por el pensamiento teológico moral no se da hasta más de medio siglo después. La moral teológica revisionista y reformada postconciliarmente estaba, al fin, capacitada para superar la distinción entre lo artificial y lo natural, así como para admitir el equilibrio entre unión placentera, personal y procreadora en el conjunto y totalidad de la relación, sin necesidad de que en todos y cada uno de los actos de unión sexual se realizasen estos tres aspectos; también para admitir que la procreación no es finalidad exclusiva ni prioritaria de la unión sexual. Sin embargo, razones de política eclesiástica, unidas a la incapacidad para cambiar de paradigma de pensamiento, impidieron dar este paso. Nacer en una pesebrera y morir sin ocupar un metro de tierra sino suspendido en el aire con el suplicio de los malhechores no es una buena presentación para los criterios sociales de nuestro mundo. No puede haber marginación mayor. Jesús, el Cristo, nace desnudo, llorando como todo bebé que llega a esta mundo, mamando de los pechos de su madre la savia de la vida, pataleando en todo cambio de pañales. Nada más común. Nada más natural.
Después, el lento crecimiento, el aprendizaje entre las tablas y los martillos, el cuidado de algunos chivitos, el acarreo del agua desde el pozo hasta el hogar, los juegos con los otros niños aldeanos, la escucha de la recitación de los salmos en la pequeña sinagoga del pueblo. Ya hombre, conocer a Juan, el que bautizaba en las aguas del río Jordán, le cambió la vida. Era un profeta: un hombre con voz tronadora, con mirada de águila, con palabras duras como breñas: “¡el que tenga dos capas, que dé una al que no la tiene! ¡El hacha está puesta al pie del árbol, cambien de actitud en la vida! ¡El reinado de Dios está por llegar!” Jesús recogió ese mensaje y se hizo también predicador. Salió a recorrer los caminos enseñando que el reinado de Dios había llegado y que los flojos y los arribistas no podrían entrar en él. Desde luego, toda su parentela creyó que se había vuelto loco. Hasta su madre quedó angustiada al ver que las palabras de su hijo despertaban la animosidad de las autoridades religiosas. Así sucedía, efectivamente. Los jerarcas no iban a permitir que les alborotara la estantería un hombre del pueblo, ajeno a las cosas del templo, sin formación de rabino ni de maestro de la ley, sin buena reputación porque tenía sus amistades con gente de mala fama, además un hombre crítico del sistema. ¿Qué hay en Jesús de Nazaret, un judío marginal, habitante de una región también marginal del imperio romano, que lo hace único en la historia de la humanidad? ¿Es su persona? ¿Es su mensaje? ¿Es su historia? ¿O es una invención de sus seguidores que lo endiosaron tras el suplicio? «Haciendo una síntesis de todas estas aportaciones podemos afirmar, en primer lugar, que si en la Iglesia existe un Derecho, éste nace precisamente del hecho de que, por voluntad de Jesús, la Iglesia es comunión y comunidad de bautizados, convocados por el anuncio de la Palabra y la celebración de los sacramentos, en la que deben verificarse una serie de derechos y deberes que surgen, no como algo extrínseco al ser de la Iglesia, sino de su misma naturaleza y finalidad, y cuyo ejercicio debe coordinarse con el bien común y con los derechos de los demás. La autoridad en la Iglesia, como creadora de un auténtico derecho, tiene la misión principal de conjugar los intereses de la comunidad en la que nacemos y vivimos la fe, con los intereses personales de los bautizados, mediante la creación y protección del bien común eclesial». Derecho Canónico. I: el derecho del pueblo de Dios. Univ. Salamanca.
La abierta discrepancia entre la teología y la ciencia es un dilema de nunca acabar. Mientras que las sociedades estamos luchando por el equilibrio de oportunidades entre varones y mujeres, en algunas sociedades con ideologías retrógradas y narcisistas continúan los embates a favor del sexismo, entendiendo que la igualdad de oportunidades es un criterio sesgado; por ello, en los sistemas teológicos del mundo las mujeres son simplemente acompañantes sin derecho alguno a acceder a cargos de supremacía, aunque «Jesús es consciente de ser enviado por Dios para presentar y dar cumplimiento, en su verdadero sentido, exigencia y obligatoriedad a la ley del Antiguo Testamento, en cuanto manifestación de la voluntad de Dios, frente a la compleja y dispar interpretación de los escribas, los fariseos y los maestros de la Ley que la equiparaban a la “tradición de los ancianos” y exigían su cumplimiento literal dejando en un segundo plano la actitud interna», que en su oportunidad significó una gran afrenta al pensamiento teológico, a tal punto de erizar las conciencias de los fariseos y saduceos contra la propia vida del “Hijo del Hombre”. Sinceramente, creemos que existen disparidades insalvables entre los jerarcas teologales y las diferentes confesiones religiosas, con los preceptos implantados en la Revolución Francesa, donde la igualdad es uno de los criterios fundamentales que hoy se propugna desde la Organizaciones de las Naciones Unidas y las Cortes Supranacionales, donde el criterio de género es un ordenamiento tácito y formal, aunque siempre existen gobiernos que tratan de no valorar los principales postulados de la igualdad de género, inclusión social y equidad de oportunidades. En consecuencia, en nuestra patria existe una peculiaridad soterrada y que linda con el derecho, porque el principal representante de la iglesia católica (primado del Perú) no pierde tiempo de maltratar al género femenino y sin pudor alguno vocifera insensateces que por el momento no tienen respuesta efectiva y legal por parte de organismos especializados, puesto que se podría emplazar ante el órgano jurisdiccional pertinente contra este cardenal, que dicho sea de paso siempre tiene la soberbia en sus labios y el fuego en su lengua. El comportamiento en extremo cruel contra los pobladores originarios del continente “andino” a manos de los “curas” de la época invasiva y colonización, fue un hito que nunca más puede ser repetido, por esta razón es que de una vez por todas las organizaciones de mujeres y entidades que a diario reclaman el respeto al sexo “débil” y que subrepticiamente un primado eclesial lanza epítetos lascivos, lacerantes y denigrantes contra la mujer. Esto debe y tiene que emplazarse ante el órgano jurisdiccional pertinente, porque esos exabruptos no deberían ser tolerados por muy primado que se sienta. Frases como “las mujeres se ponen en el escaparate”, “hay unas ministras respondonas”, etc., no buscan la unidad ni dentro de la iglesia ni fuera de ella, entendiendo que en los fueros eclesiales, las monjas y mujeres dedicadas a Dios y sus santos, no tienen mayores aspiraciones dentro de la jerarquía organizacional, por ello están sometidas siempre como peones de última generación y casi sin derecho a nada. Aunque en las memorables formas de catequizar de Jesús, siempre trató a todos y todas como una sola unidad. En un mundo donde las diferentes formas de discriminación están proscritas, donde la propia génesis de la Iglesia Católica se basa en los lineamientos apostólicos instaurados por Jesús, donde la buena y prolífica palabra de Dios es para mantener encendido la llama de la buena nueva, y que todos los seres humanos somos depositarios de la herencia divina de Dios, no puede ni debe haber dislates que ofendan la conciencia y el ímpetu de desarrollo de las mujeres. Al respecto, en la cultura andina, desde las primitivas culturas hasta nuestros días (comunidades campesinas originarias y nativas) existe el culto y reconocimiento a todos los elementos de la naturaleza; el hijo del Sol fue el Inca, pero la gracia y fertilidad era y es propiedad fundamental de la Tierra (Tayta Inti, Mama Pacha – Padre Sol y Madre Tierra), en su cosmovisión andina, los naturales dieron igualdad de responsabilidades al varón y a la dama, por ser parte de la unidad y no de la desunión, pero con la invasión española, esta concepción innata se trastocó y la supremacía de Dios -y por lo tanto del varón- fue implantada, llevando a la ignominia a la mujer. Entonces en el Perú tenemos un Cardenal díscolo y parecido a un “pirañita” del Callao, porque la misión de este representante de la Iglesia Católica es la de predicar en todas partes la palabra del Señor, llevar la doctrina que dispone el ministerio episcopal conforme a la iglesia universal y es un derecho reservado e indelegable, puesto que su jerarquía así lo contempla, siendo un pastor de la iglesia dentro de su jurisdicción, siempre debe velar por la unidad de criterio existencial de sus súbditos y creyentes, tal conforme está ocurriendo con las obras y acciones que trasluce el actual Papa, quien renunció a toda opulencia y en sus discursos casi siempre dedica un tiempo a consolar al necesitado y defender sus derechos, recibe y bendice a personas de todo el mundo, a tal punto de pedir como casi rogando que los sacerdotes “no deben cobrar por un oficio religioso” y siempre la palabra de Dios tiene que ser sanador y empático con los fieles creyentes. Reconoció la labor indesmayable de la Madre Teresa de Calcuta y por si fuera poco se unió con otros líderes de confesiones religiosas para orar en un solo recinto, un cambio de actitud de un Papa con legado franciscano. Si Jesús fue un liberador de la palabra de Dios, luchando ideológicamente contra los decrépitos leguleyos, hoy lo que debe hacer el católico de a pie, es reaccionar ante dislates paranoicos de sus representantes católicos, esta declaración tergiversa la unidad de la iglesia y sus postulados, el Nuevo Testamento es una abierta locomoción de la autoridad constituida de la divinidad. El origen de la religión católica es Jesús y esa buena nueva, actualmente la catequesis se tiene que enfrentar a problemas de la indiferencia religiosa y la falta de fe en Dios. Para la mayoría es el final de toda expresión religiosa; o el divorcio entre fe y vida, fe y cultura, donde para algunos el cristianismo es socialmente irrelevante y culturalmente extraño. Pero con la vorágine social, la tansculturalizacion, el eurocentrismo y la cosmovisión andina, siempre habrá y existe un tiempo para pensar en algo divino, ya sea con un padre nuestro o un credo, un llamado a la protección de algún “apu” tutelar o el consuelo que da un sacerdote en su parroquia. Por lo tanto, creemos que ya colmó la paciencia de los católicos las constantes afrentas al ser humano por parte del primado de la iglesia católica y es hora de que se piense en una forma de sanción, porque la ley y el control de convencionalidad así lo exigen. La humanidad está naufragando y no queda mucho tiempo para seguir equivocándose por: Yayo Herrero9/23/2016 La humanidad está naufragando. El deterioro ecológico acelerado, la profundización de las desigualdades en todos los ejes de dominación y la crisis de legitimidad política –con su derivada del crecimiento de los movimientos xenófobos y neofascistas– amenazan con colapsar nuestra civilización. Es urgente abordar la crisis, no queda mucho tiempo para seguir equivocándose.
Después de décadas de aplicación de capitalismo neoliberal, hemos topado con los límites del planeta. Los territorios de los países empobrecidos, utilizados como mina y vertedero, también dan síntomas de agotamiento, tanto de energía y materiales, en el mantenimiento de los ciclos naturales, así como en la capacidad regenerativa de la biosfera. El cambio climático es ya tan evidente que el negacionismo, tan eficazmente impulsado por los grandes lobbies transnacionales, retrocede. Aunque, como hemos visto en la última Cumbre de París, esa consciencia no se traduzca en decisiones reales que permitan plantar cara a los problemas cruciales que hemos de afrontar. Más bien, nos encontramos con las propuestas de un capitalismo disfrazado de verde y tecnoeficiente que se ofrece a resolver los problemas que él mismo ha causado. Hay quien dice que el deterioro ecológico ha sido el precio pagado para alcanzar el bienestar, pero no es así. A la vez que se destruye la naturaleza, se profundizan las desigualdades en todos los ejes de dominación. Se ha agravado la situación de las poblaciones más empobrecidas que llevan décadas sufriendo esta guerra encubierta y los indicadores muestran cómo crece la distancia entre el Norte Global y el Sur Global. Y las desigualdades también se agrandan en las llamadas sociedades del bienestar: buena parte de la población es precaria y millones de personas se encuentran hoy en día en una situación de exclusión. Especialmente sangrante es la situación de migrantes y refugiadas. Desposeídas de su derecho a permanecer y expulsadas de sus territorios, muchas personas hacen el mismo viaje que las materias primas y los flujos de riqueza, hasta que se encuentran las vallas de la vergüenza, que permiten la entrada de los recursos expoliados y de los capitales pero no así de quienes tratan de escapar de la miseria o la guerra. Millones de personas están en paro y muchas personas empleadas son pobres. El empleo, base sobre la que se construye en las sociedades occidentales el bienestar, ya no es espacio de derechos y las propias condiciones laborales generan pobreza. Así las cosas, muchos seres humanos solo cuentan con el colchón familiar para tratar de eludir la miseria. Y dentro de los hogares, en los que predominan las relaciones patriarcales y desiguales, son las mujeres las que en mayor medida cargan con las tareas que se dejan de cubrir con los recursos públicos. Son quienes cargan con el trabajo y las tensiones que se derivan de la resolución de las necesidades cotidianas en contextos de miseria y sufren en sus cuerpos la violencia del conflicto. Paradójicamente, a pesar de que las señales de desastre son cada vez más claras y más explícitas, los poderes económico y político y las mayorías sociales siguen actuando como si la crisis global no existiese. La inviabilidad material del modelo productivo global y sus nefastas consecuencias sobre amplios sectores de la población permanece fuera de los debates públicos y de las urgencias de las agendas políticas al uso. Solo se podrá abordar esta crisis compleja reorientando el metabolismo social, de forma que no se fuerce a las personas a competir absurdamente contra aquello a lo que le deben la vida. Nos atrevemos a apuntar algunos principios básicos que son insoslayables en esta reorientación. El primero, el inevitable decrecimiento de la esfera material de la economía. Se decrecerá materialmente por las bue- nas (de forma planificada, democrática y justa) o por las malas (a costa de la expulsión y precariedad de muchos). El segundo, el radical reparto de la riqueza y de las obligaciones y la necesidad de reorganizar los trabajos, todos los trabajos. Luchar contra la pobreza es lo mismo que luchar contra la excesiva acumulación. Será obligado, entonces, distribuir el acceso a la riqueza, poner límites a los excesos materiales y aplicar el principio de suficiencia, poniendo como eje central la equidad. Esta transición no será sencilla ni podrá ser realizada sin conflicto. ¿Sería posible afrontar este cambio sin que los poderosos y ricos sientan que las soluciones que permitan resolver la crisis civilizatoria amenazan su posición? ¿Pueden mantenerse los privilegios de las elites a la vez que se garantiza una vida decente a las mayorías y asegura la sostenibilidad ecológica? Sobre todos estos temas pretendemos debatir y reflexionar en los III Encuentros Ecosocialistas Internacionales (www.ecosoc.org), que se celebran en Bilbo el 23, 24 y 25 de septiembre y que tratan de seguir profundizando los diálogos y propuestas ya iniciadas en Ginebra (2014) y en Madrid (2015). Al igual que en los encuentros anteriores, en Bilbo se darán cita sindicalistas, ecologistas, feministas, organizaciones políticas, movimientos sociales, etc. de diversas procedencias geográficas. Es un debate necesario que pretende abordar la situación actual con toda su complejidad, sus contradicciones y dificultades. Poner en colectivo los análisis y propuestas que cada una hacemos por separado, nos puede ayudar a vislumbrar posibilidades y propuestas para abordar las urgentes y necesarias transiciones. Es ya una cuestión de supervivencia. Un nutrido grupo de profesores, auspiciados por la Universidad Católica de América, han salido en defensa de la "Humanae Vitae", después del manifiesto suscrito por más de un centenar de teólogos y expertos proponiendo que la Iglesia revocara la prohibición del uso de anticonceptivos y promulgase un "documento magisterial" que avalase su utilización.
Por contra, estos académicos (590, según la institución), califican de "verdaderas y defendibles desde muchas perspectivas"las doctrinas de la Iglesia sobre sexualidad, el matrimonio y la regulación de la natalidad apuntadas en la encíclica de Pablo VI. Su declaración, bajo el título "Afirmación de la Enseñanza de la Iglesia sobre el Don de la Sexualidad", ha sido presentada este martes en la Universidad Católica de América en Washington. Según los firmantes de la nueva proclama, al negar que ni la ley natural ni las Escrituras ofrezcan ninguna base sólida por la oposición de la Iglesia a los anticonceptivos "la declaración del Wijngaards Institute tergiversa seriamente la postura auténtica de la Iglesia católica". Confunde aún más al situar el debate sobre el terreno de las leyes biológicas cuando de lo que trata Humanae Vitae -documento teológico primario en esta temática y blanca de las críticas de los académicos de Wijngaards -es de las relaciones de personas con ellas mismas y con Dios. El manifiesto de los defensores de la Humanae vitae está por publicarse en su totalidad. Aún así, los académicos ya han publicado una serie de 11 puntos que afirman delinean "la verdadera base" de la afirmación de la Iglesia de que los anticonceptivos son incompatibles con el plan de Dios para la sexualidad y relaciones humanas. Es por eso, sostiene, que "la enseñanza católica respeta la verdadera dignidad de la persona humana y conduce a la felicidad". La esencia de su argumento es la reafirmación del reclamo en Humanae vitae de que es una verdad revelada que el "significado unitivo" y el "significado procreador" del acto sexual no pueden separarse. Entre las razones por las que los académicos sostienen tal postura, señalan el hecho de que "el don del yo" en el acto marital está figurado en la Biblia para reflejar el don de Dios al crear el universo y entregar a su Hijo único. Este artículo de fe es accesible a la razón, tal y como se presenta, por ejemplo, en la "teología del cuerpo" de Juan Pablo II. Los métodos de planificación basados en la conciencia de la fertilidad de la mujer respaldadas por la Iglesia, además, tienen la ventaja de que "no cuestan nada", virtualmente, y que "promueven respeto hacia la mujer". El manifiesto lo han firmado expertos del tamaño del teólogo papal Wojciech Giertych o los autores estadounidenses de renombre George Weigel y Scott Hahn. Publica hoy un artículo Religión Digital (RD) con el título “Más de un centenar de teólogos y expertos exige a Roma un “documento magisterial” que avale el uso de anticonceptivos”, con un sobre título que versa así “Su utilización puede ser “moralmente legítimo e incluso moralmente obligatorio”, firmado por un tal Cameron Doody, del Instituto Wijngaards, de Gran Bretaña, en una campaña de preparación de las bodas de oro dela Humanae Vitae, por el papa Pablo VI, allá por el año 1968. Entre los firmantes de ese documento hay seis españoles de renombrado prestigio. ( Se trata de Juan Barreto Betancort, Benjamín Forcano, Juan Masiá, Jesús Peláez del Rosal, José María Vigil y Evaristo Villar). El documento en sí me ha parecido muy farragoso, poco claro y bastante pesado.
Pienso que eso sucede, las características que he señalado más bien negativas, o, por lo menos, menos favorecedoras, por no atacar el asunto de frente, y desde la base. Mientras no se determine la inmoralidad del acto sexual en sí mismo, y no se desligue clara y valientemente de la procreación, estaremos mareando la perdiz, y dando vueltas a un laberinto interminable. Los firmantes del documento enviado a la Santa Sede, todos ellos con fama bien merecida de expertos en el tema, desde los horizontes de la Teología Moral, de la Sociología, de la Ciencia, de la Psicología, y de otras disciplinas relacionadas con el tema, tratan de desvincular la relación sexual de la consecuencia que muchos moralistas deducen: la procreación. Y apelan para ello a la Biblia y a documentos del Magisterio de la Iglesia. Esfuerzo inútil e innecesario. Pienso que el comienzo del estudio, discusión y tentativa de solución tiene que empezar por una valiente, decidida, y clara, negación de la mayor. Me explico. Comenzaré por una anécdota que hasta puede que ya la haya contado en este blog. En mi último curso de Teología, un profesor nuevo, de cuyo nombre sí que me acuerdo, pero no lo digo, porque ya abandonó hace tiempo la vida religiosa, y el ministerio presbiteral. Además tendré que contar lo cortado que se quedó, y la cara de susto que puso, cuando al iniciar el tema con ganas y aparente seguridad, – se trataba de la sexualidad “in genere”-, un compañero nuestro levantó la mano para intervenir, y, cuando le concedieron el permiso, preguntó: “¿por qué la sexualidad es pecado? ¿en qué se basan para esa aseveración? Y siguió: “Si no es por un motivo ajeno a la pura sexualidad, como la injusticia, caso del adulterio, o la violencia, o el egoísmo, o el abuso de poder, u otras circunstancias, en la sola sexualidad no veo pecado. Los otros comportamientos serían, con ocasión del sexo, pecados de injusticia, de violencia, de egoísmo, de abuso, pero no propiamente se trataría de un pecado sexual”. Puedo testificar que en aquel momento, año 1967, casi todos los teólogos ss.cc. pensábamos igual que nuestro valiente y decidido compañero. El profesor, que había preparado otro discurso racional totalmente diferente, no supo por donde seguir. Y ese que he presentado en el párrafo anterior es el nudo gordiano de la cuestión. Na atrevo a decir que en la Biblia ningún comportamiento puramente sexual es descrito como pecado. Otras cosas son las “aberraciones” que presenta en algunos casos, que constituyen pecado, en la opinión de los escritores de entonces, por el desvío, o el maltrato, de las leyes de la naturaleza. Pongamos el caso del “onanismo”, o “marcha atrás”, inaugurado históricamente, que sepamos, por Onan, de ahí su nombre. Constituyó un pecado tremendo por faltar a dos preceptos fundamentales: directamente, por no cumplir con la sagrada obligación del “levirato”, de dar un hijo a su hermano mayor; y, por derivación, del mandamiento fundamental, “amar al prójimo como a sí mismo”. Pero las interpretaciones medievales, muy marcadas por la obsesión del sexo como pecado mayor, incidieron, a veces, en que el pecado consistía en el derramamiento del semen fuera de su lugar natural, impidiendo así la procreación. Pero en la sensibilidad del pueblo ¡judío, y de otros muchos en la antigüedad que primaban la importancia del clan, el pecado de Onan consistió en el gravísimo pecado de, por odiar a su hermano, no querer darle descendencia legal. Porque aunque biológicamente no lo fuera, por la ley sí sería considerado hijo del hermano mayor, aunque hubiera muerto. Y otra pregunta antes de acabar: el ser humano, ¿es o, o no es, un ser de la naturaleza, por tanto, natural? Por qué el artificio de volar un pesadísimo avión, aparentemente en contra de las leyes de la naturaleza, no es artificial, y una actuación científico-farmacéutica que regula el proceso de concepción sí lo es? Y si la Naturaleza, para los creyentes Dios, se preocupa tanto de mimar los gérmenes de la vida que va a ser procreada, ¿por qué se despreocupa tanto como para permitir que en cada eyaculación se pierdan millones de espermatozoides? Y todo esto viene a cuento porque el Concilio Vaticano II fue el primero que, en documento oficial de la Iglesia, porque teólogos y moralistas ya lo habían afirmado, usó la expresión de “paternidad responsable”. Y afirmar, como se oye de vez en cuando, quela gente que se “aparea como animales” constituyen una especie de vergüenza de la especie es una tremenda e injusta equivocación: son los animales los que, por instinto, sólo se relacionan sexualmente movidos por el celo de la hembra, es decir, para la procreación. El ser humano supera al puro animal en el sexo y en la comida, porque no los busca sólo para procrear o sobrevivir, sino que es capaz, por ser humano y racional, de hacer de esos ejercicios algo más que biología: hace arte. ¿Puede ser pecado la fina cocina y el dulce y apasionado placer sexual? |
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