Tras siglos de espera y de marginación, las mujeres acceden, al fin, a la cátedra de los sucesores de los apóstoles y de las apóstolas. Tras siglos de espera y de marginación, algunas mujeres llegarán al ministerio episcopal y lucirán los arreos del cargo: mitra, báculo y pectoral. En la religión del Jesús de Nazaret que, en tiempos de misoginia, se rodeó de mujeres, las convirtió en seguidoras y en las primeras testigos de la Resurrección, éstas tenían vetado el acceso al altar y a la cátedra. Por fin, lo van a conseguir. Aunque sólo sea en el anglicanismo, una de las ramas del cristianismo.
Era lo lógico y natural y entraba dentro de lo previsible. En 1994, esta misma Iglesia cristiana, que cuenta con 80 millones de fieles en 165 países del mundo, aprobó el sacerdocio de la mujer. Desde entonces, son ya 3.827 las sacerdotisas que tienen acceso al altar. Hasta ahora, restringido. Es tal la masculinización de las jerarquías clericales que, hasta en la Iglesia anglicana, tardaron 20 años en subir al siguiente y máximo peldaño del sacramento del orden: el episcopado. La medida es, ciertamente histórica, crea un precedente decisivo y deja en evidencia a las otras ramas del cristianismo, especialmente a la Iglesia católica y a la Iglesia ortodoxa, dado que en las Iglesias protestantes también hay denominaciones que admiten mujeres sacerdotes y obispas. Si los anglicanos, que son tan cristianos como el que más, lo hacen, ¿por qué no pueden hacerlo también los católicos y los ortodoxos? Con el Papa Francisco en Roma, el catolicismo podría, al menos, plantearse la cuestión. Hasta ahora, ni eso podía hacerse. Por dos razones principales. Para la Iglesia católica, el cuerpo de la mujer es un obstáculo para acceder a los ministerios ordenados, porque no representa a Cristo. Y no lo representa o no lo puede representar, porque la mujer no es vir (varón) y, por lo tanto, en función de su sexo, no puede representar a Jesucristo, que fue varón. Esta doctrina, amén de ser una discriminación flagrante en función del sexo, supone una interpretación restrictiva de la Tradición, que reduce el grupo de los seguidores y seguidoras de Jesús al círculo de los Doce, sin tener en cuenta que, en el movimiento de Jesús, el discipulado era una movimiento igualitario y que, además, hombres y mujeres se incorporan en igualdad de condiciones a la comunidad cristiana a través del bautismo, que es un sacramento inclusivo. Por otra parte, la masculinidad de Jesús es utilizada para reforzar la imagen patriarcal de Dios. Si Jesús es hombre y, como tal, revelación de Dios, hay que deducir, según la corriente predominante de la teología católica, que la masculinidad es una característica esencial del propio ser divino. De ahí que los hombres pueden identificarse más con Cristo que las mujeres y, por eso, se han reservado en exclusiva la capacidad de representarlo. Sin embargo, el propio credo Niceno-constantinopolitano asegura: Et homo factus est. Utiliza, pues, el término inclusivo homo (persona) y no el vir (varón), que sí usarán mucho más tarde tanto el Catecismo de la Iglesia ( n. 1.577) como el Derecho canónico (Can. 1.204). Basándose en todas estas razones, Juan Pablo II, en su carta del 22 de mayo de 1994, Ordinatio sacerdotalisafirma: “...Declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”. El ahora Papa santo quiso cerrar el debate, sin conseguirlo. Entre otras cosas, porque no se atrevió a definir como dogma su rechazo al sacerdocio femenino. Y regresa con fuerza. En una sociedad cada vez más secularizada, multiétnica y plurireligiosa, el anglicanismo (religión de Estado) y el catolicismo pierden fieles a borbotones. La mayoría se va a la indiferencia. Para detener la sangría o recuperar a las ovejas perdidas, los anglicanos ofrecen modernidad. Los católicos, hasta ahora sólo tradición. Con Francisco, tradición y apertura hacia una Iglesia más moderna, abierta y en sintonía con los tiempos. En la Iglesia anglicana, una especie de laboratorio de la cristiandad, la mujer y los gays ya no se sienten ni están discriminados. Las mujeres ya pueden ser sacerdotes y, pronto, obispas. Y los homosexuales, también. Algo que para Roma era anatema y que el Papa Francisco tendrá que abordar. Porque, en el catolicismo, más de la mitad del cielo no tiene acceso al altar.
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Si tuviéramos que resumir lo que ha significado la experiencia del Camino de Santiago de este año quizás las palabras que lo definirían serían estas: libertad y familia, libertad porque todos nos hemos encontrado en un clima de poder vivir nuestra vida desde lo que somos, con nuestras peculiaridades y diferencias de manera libre, sin nadie que nos dijera qué teníamos que hacer; de familia, porque no hemos estado solos, porque todos nos hemos sentido parte de un grupo, de una familia muy especial, porque todos hemos sentido que en el fondo los seres humanos somos todos iguales y todos nos necesitamos. Después de siete días juntos hemos experimentado lo que significa la alegría de la fraternidad, mirar al otro como hermano, caminar juntos con sus dificultades, amenazas e ilusiones y sentirnos queridos y aceptados por lo otro, y por supuesto, sentir que también Dios compañero de camino, caminaba siempre a nuestro lado y nos daba la fuerza de su aliento. Como siempre detrás de esta experiencia hay mucho esfuerzo, hay mucho trabajo, pero hay sobre todo mucha ilusión, mucha utopía y mucha esperanza.
Este año comenzamos a planear nuestro camino de Santiago desde el mes de Enero, dado que el año pasado no nos dejaron hacerlo a última hora desde Instituciones penitenciarias, con el argumento de que si lo hacíamos “dañábamos la imagen política del gobierno, dado que si los presos iban de vacaciones y el resto de la gente no podía ir por falta de dinero, la opinión pública no lo iba a entender”, y una semana antes de llevarlo a cabo, con dinero invertido y con mucha ilusión por parte de todos, todo se nos fue al traste. Por eso, este año, decidimos plantearlo muy pronto, y directamente a instituciones penitenciarias con el fin de conseguir el permiso pertinente y luego ya pasarlo a Navalcarnero. Después de varias reuniones, al final en torno al mes de marzo nos dieron vía libre para plantearlo y comenzamos con todos los preparativos. Primero la selección de internos, bien a petición de ellos mismos o bien a propuesta nuestra, después el paso por la junta de tratamiento del centro penitenciario, a continuación la propuesta a instituciones, y tras la aprobación, la sanción definitiva por parte del juez, ya que al ser un permiso de más de una semana es necesaria también su aprobación; por fin, después de todos los trámites tuvimos todos los permisos concedidos, algunos de ellos vinieron apenas cinco días antes de podernos marchar. Pero con todo y con eso, después de todo lo vivido en estos siete días la experiencia es gratificante, tanto para las personas que hemos ido desde la parroquia como para los chavales que han salido de Navalcarnero. Comenzamos el día 6 de Julio cuando salimos unos en la furgoneta al mediodía, y otros por la tarde noche cuando salíamos en tren. Pero unos y otros nos sentíamos ya desde el comienzo grupo; por la noche los de la furgoneta llegaron a Tui, donde durmieron, y por la mañana se reunieron allí con el resto que habían viajado de noche, y rápidamente comenzaron la experiencia de andar en común. El camino es como la vida misma, hay tiempo para todo, y es como si tuviéramos que vivir una vida pero en siete días. En el camino hay mucho que compartir y mucho por supuesto que degustar y que saborear. Quizás lo más importante de estos siete días haya sido justamente eso, que hemos hecho la experiencia de partir de nuestra vida como de algo importante que merecía la pena compartir. En este camino, el tercero ya de los realizábamos con esta experiencia concreta, hemos sido conscientes de que en la vida caminamos, y de que nos vamos encontrando con muchas cosas, con muchas personas, con muchas situaciones diferentes, pero sobre todo hemos sido conscientes de que la vida es un camino especial que es importante recorrer juntos y en el que todos podemos aportar. El grupo de este año, como el de otros, era un grupo variado, de diferentes edades, inquietudes y recorridos, pero cuando nos hemos puesto a caminar todo eso ha quedado en un segundo plano, todos hemos aprendido de todos, y todos hemos hecho posible la gran aventura de la vida en común. Desde el comienzo nos hemos sentido familia, que ha sido una palabra muy repetida a lo largo de estos siete días. Familia con problemas, familias con ilusiones, familia con proyectos, pero familia unida por el mismo fin: querer caminar juntos y sentir que todos somos importantes. En cada una de las etapas salíamos todos juntos, y luego evidentemente cada uno iba siguiendo su propio ritmo, nadie se encontraba solo, porque siempre encontraba a alguien que seguía su propio ritmo y camino; unas veces esperaba yo y otras veces me esperaban, unas veces cedía yo y otras veces cedían otros, porque todos hacemos cosas positivas y cosas negativas. Algunas veces nos hemos perdido, no hemos encontrado el sendero adecuado, quizás estaba mal indicado o nos hemos fiado de la primera flecha que hemos encontrado; y alguien, nos ha devuelto al camino verdadero, quizás hemos tenido que perdernos para poder encontrar lo adecuado. Y esto lo hemos comprobado también caminando en nuestra propia vida, también a veces nos hemos dejado llevar “por flechas falsas” que nos han guiado mal, pero cuando hemos encontrado las auténticas nos hemos encontrado muy agusto, muy felices. En la vida esto nos sucede muy a menudo, y de hecho cuando cada tarde nos reuníamos para valorar el dia también hemos dicho esto: ojo de quien nos fiamos, ojo de quién nos dejamos guiar. Perderse es parte de la vida, como es parte del camino, pero dejarse guiar es también parte de esa misma vida y de ese mismo camino. Nadie somos infalibles, hemos comprobado, todos somos débiles, todos nos necesitamos, y todos somos igualmente llamados a la felicidad. Todos podemos equivocarnos y a la vez todos necesitamos de oportunidades que nos hagan rectificar y encontrar el camino verdadero. Y tanto en el caer como en el rectificar todos dependemos de todos. En el camino no ha habido presos que tenían que rectificar, ni gente en libertad que ya lo sabia todo, los papeles se han ido mezclando, como en la vida misma. Han sonado muchas veces en nuestro corazón las palabras del Evangelio ante aquella mujer adultera “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”; nos hemos sentido perdonados, aceptados, queridos por el resto del grupo. Hemos sentido que nadie nos ha juzgado por lo que habíamos hecho, unas veces llegaban unos los últimos y otras veces llegaban otros, unas veces yo necesitaba curar una ampolla y otras veces la curaba yo; esa es nuestra vida, llena de heridas, llena de ampollas, y llena también de personas que nos vamos encontrando que las van curando día a día También ha habido momentos de espera, porque alguien llegaba antes al sitio y tenia que esperar, esa espera que también es muy importante en nuestras vidas, pero lo importante es llegar, lo importante es estar convencido de que podemos llegar a la meta, y de que alguien siempre nos espera, que no estamos solos. Hemos descubierto que cuando llegábamos al sitio y el resto del grupo nos estaba esperando todo eran abrazos por nuestra llegada, habíamos llegado que era lo importante y nadie nos recriminaba nada. Ojala que en la vida aprendamos todos a esperar, a pensar que a veces la vida tiene su propio ritmo,y nosotros con nuestras peculiaridades somos parte de ese ritmo y de esa vida. Y ojala que aprendamos que Dios también nos espera, que Dios como Padre-madre cada día va esperando que podamos ser felices que es a lo que El nos llama. Días para compartir, días para reir y momentos para llorar, momentos para recordar lo que habíamos vivido pero momentos especialmente de sentirnos escuchados, valorados y queridos. En esos momentos de no poder, encontrar que alguien nos ha echado una mano y nos ha dicho adelante, yo estoy contigo, “yo tampoco te condeno, vete y en adelante no peques más”; seguro que esas palabras de aliento todos las hemos sentido en estos siete de días de camino. Cada uno ha cumplido un papel muy importante en el camino, como también lo cumplimos en nuestra vida, un papel que era insustituible, un papel que era el nuestro y el resto del grupo contaba con que asi lo hiciéramos; la comida preparada por dos personas que se han esmerado en ello, la furgoneta llevada por otra persona que se encargaba de salir a nuestro encuentro, la persona que curaba heridas y preguntaba en cada momento de qué te tenía que curar, los que caminaban a tu lado y te hacían más llevadero ese camino, los que iban fregando los cacharros de cada día, o simplemente los que en cada momento nos brindaban la posibilidad de NO ENCONTRARNOS SOLOS, de sentir que la familia iba caminando. En ocasiones hemos hablado, en otras hemos callado, algunas veces hemos reído, otras quizás hemos llorado, pero nos hemos sentido personas, y nos hemos sentido hijos e hijas de Dios. Ha habido también muchas correcciones desde el cariño, ese que tanto a veces nos cuesta a todos recibir, nos cuesta aceptar que nos hemos equivocado, pero muchos nos han dicho por ahí vas mal, y asi no puedes continuar, y lo hemos escuchado, lo hemos valorado y lo hemos aceptado, porque hemos ido viendo que no había juicio en lo que se nos decía, sino que había un derroche de amor y de fraternidad. Algunos han llegado a decir que el “camino ha sacado lo mejor de mí, ha sacado la persona que hacía mucho tiempo estaba olvidada”, y de eso hemos sido todos responsables porque todos hemos hecho que esa convivencia sea la adecuada. Muy importante en todo este camino ha sido la experiencia de “la risa” que nos ha acompañado en todo momento, hemos reído y nos hemos hecho reír, hemos sido capaces de hacer de la risa un elemento especial de conocimiento; muchos días al irnos a dormir, las palabras eran “ no puedo más, me duele hasta el estómago de reírme”, pero no era una risa fácil era en el fondo compartir todo lo que había sido nuestra vida desde hacer que el otro también pudiera pasar un rato divertido. Y muchos también hemos dicho aquello de por qué a veces se lo hacemos pasar mal a los demás, “con lo bonito que es poder reir”. También hemos sentido que en ese camino que hacemos en grupo hay muchas más personas que se pueden ir uniendo y que a veces no contamos con ellas; nos hemos sentido por las personas que nos han dado las ciruelas para seguir caminando, o las que nos han dado agua para beber, o con las que hemos compartido parte de nuestra caminata. En la vida empezamos con un grupo pero tenemos que estar también abiertos a compartir esa vida, ese camino con muchos mas que se pueden ir incorporando. Es el camino de la vida el que juntos hemos hecho. Hemos experimentado también la cantidad de cosas que nos sobran en nuestra vida, y de las que a veces nos sentimos especialmente esclavos y dependemos de ellas; hemos aprendido a caminar con lo justo, con lo imprescindible; a unos nos sobra nuestra comodidad, a otros nos sobra la droga o el alcohol, a otros nos sobra nuestro mal genio o el pensar que tenemos que ser siempre los primeros… pero a todos nos sobra algo y todos somos esclavos de algo, y hemos visto que podemos caminar sin esas cosas que nos impiden ser felices, si durante siete días hemos camino sin droga y sin alcohol o haciendo reir a los demás o preocupándonos un poquito más de los otros, y eso nos ha hecho felices, es que podemos hacerlo siempre, estamos llamados a liberarnos y a tirar de la mochila lo que nos impide ser felices y hacer que otros también lo sean. Y por fin, al sexto día, cansados eso sí llegamos a nuestra meta, a Santiago, que seguro nos estaba esperando; llegamos juntos, con nuestras ampollas y dificultades, con nuestras heridas y fracasos, pero sobre todo con nuestra ilusión, con la ilusión de que cuando nos empeñamos en algo podemos llegar a conseguirlo, con la ilusión de que el esfuerzo al final merece la pena; el camino de Santiago no es fácil, porque no estamos entrenados a caminar, la vida tampoco es fácil pero en ese caminar diario de la vida vamos aprendiendo juntos. Nos esperaba el santo, y asi le hemos abrazado, y seguro que en cada abrazo que le hemos dado hemos puesto también todos nuestros mejores deseos, nuestras mejores propuestas, nuestras mejores ganas de continuar. En la Eucaristía del peregrino hemos dado gracias al Dios de la vida que nos ha permitido un año más vivir semejante experiencia y cuando nos ha sobrevolado el botafumeiro la emoción nos ha embargado porque experimentábamos un olor especial de vida, de esperanza, experimentábamos que el camino nos había abierto a otras perspectivas que no conocíamos, que nos habría abierto al hermano más cercano y por supuesto a Dios. Y quizás hemos escuchado las palabras de Jesus a sus discípulos “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, esas palabras que hemos sentido en todo nuestro camino, cada vez que alguien se acercaba a caminar a nuestro lado. Tercer camino de Santiago, tercera experiencia, diferente a todas las anteriores, especial como cada instante de nuestra vida; ojalá que nunca olvidemos que nadie somos más importantes que otros, que todos nos necesitamos, que todos dependemos de todos, que todos tenemos que ser curados de heridas y de ampollas y que todos estamos también llamados a curar y a liberar. Que nos dejemos guiar en nuestra vida por aquellas flechas que realmente nos conducen a la felicidad, que podamos rectificar porque tenemos derecho a rectificar y que experimentemos que esa familia la hacemos entre todos. Siento que al final de estos días, Dios nuestro Padre-Madre nos sonríe de modo especial, y nos vuelve a decir que cuenta con todos, nos vuelve a decir que merece la pena seguir, que nada está perdido; que cuando volvamos a nuestra vida cotidiana ( por desgracia, algunos de nuevo a la cárcel), llevemos siempre nuestra experiencia del camino de estos días, que no nos paremos, que no miremos atrás, que miremos siempre adelante y sobre todo que miremos también a los otros, que descubramos que Dios cuenta con nosotros para ser soporte y ayuda para los demás, que estemos preocupados que aquellos caminantes más doloridos con los que nos encontramos en nuestra vida. Gracias Señor por esta experiencia de vida, gracias por sentir que sigues confiando en mí, gracias porque sentimos que no nos dejas que tu vas caminando siempre a nuestro lado en el camino fundamental de nuestra vida; gracias por dejarme abrazar por Ti en tantos abrazos y recuerdos bonitos de estos días, gracias por experimentar tu amor en tantos amores que hemos compartido estos días; gracias por el don de la amistad, de la fraternidad, gracias por permitirme asumir mis propios fracasos y equivocaciones y poder rectificar, gracias por sentirme dolorido, lleno de heridas y necesitar que alguien me cure y alivie mi dolor; gracias por tantas personas que pones a mi lado en el camino de la vida y con las que voy caminando, sufriendo, riendo y haciendo proyectos; gracias por experimentar que cuando dos o mas estamos reunidos en tu nombre estas tu en medio de nosotros; gracias por hacerme ver que cuentas conmigo y que cuentas especialmente para hacer un mundo más humano, más fraterno, más solidario y por eso más evangélico. Y sobre todo, gracias por hacerme sentir persona, hacerme sentir que soy muy importante y que todo se puede cambiar en la vida. Y de nuevo las palabras del Evangelio “no te olvides que lo imposible para los hombres es posible para Dios”, que el Dios de la vida que en estos días hemos descubierto nos ayude a pensar que todo es posible, con nuestro esfuerzo, con nuestro compromiso, con el apoyo de los demás y… con el apoyo incondicional de un Dios Padre-Madre que cada día camina a nuestro lado. Fuenlabrada-Navalcarnero, 6 al 13 de Julio de 2014 ———————————-- CARTA DE ALEX A LA GENTE DEL CAMINO DE SANTIAGO ¿Qué tal familia? Iba a escribir una carta para cada uno, pero mejor voy a escribir esta carta para todos, no os podéis imaginar lo que me habéis ayudado, ese cariño y ese amor que me habéis brindado hace muchos, muchos años, que no sentía, y como decían en la misa, este camino me ha servido para arrancarme todas las malas hierbas de mi corazón, para darme cuenta que con sólo el cariño de vosotros he sido el más feliz del mundo y no necesito en esta vida más, ni drogas, ni alcohol, ni ese material que es como el diablo disfrazado en él. En esta corta semana mi propósito es no caer nunca más y me habéis dado toda esa fuerza y mucha más para ser la persona que debería haber sido hace mucho tiempo y os estoy infinitamente agradecido. El grupo que hemos sido de 17 personas con esa compenetración en la que nos hemos ayudado los unos a los otros, ha sido muy bonito yla verdad nunca me imaginé que lo pasaría tan bien, que me encontrara conmigo mismo y ese bienestar que por fin tengo dentro de mí, y todo gracias a vosotros. Sin vosotros hubiera seguido con ese odio, rabia y tristeza que me invadía, me gustaría ayudar a las personas sin pedir nada a cambio, nos veremos mucho ya que estaré siempre en contacto con vosotros. Muchas gracias por haberme cambiado la vida, gracias de mi más profundo corazón. Alex Alejandro es un muchacho de 25 años, que lleva cinco años preso, le han dado la libertad condicional justo en los días del Camino, ha estado con nosotros en el Camino de Santiago del 6 al 13 de julio, con gente de la parroquia Sagrada Familia y con cinco internos más del centro penitenciario de Navalcarnero. Suelo visitar a menudo un Hogar de Ancianos. Me gusta conversar con aquellos que aún guardan su capacidad de razonar. Cuentan sus historias, sus experiencias, sus frustraciones y sobre todo sus miedos. Porque cuando se llega a esa edad, el miedo se instala de una forma permanente. Hablar con esos ancianos es descubrir "mundos" quizás ya olvidados y que parece que no interesan casi a nadie.
Luego están aquellos que por un motivo u otro, ya no pueden expresarse, encerrados en su propia cárcel mental, o aún peor en el olvido de todo. Lo que más impresiona de estos ancianos y ancianas es su gratitud porque alguien se sienta un ratito a escucharles. Te sonríen, algunos te abrazan. Cuando los miras a los ojos, puedes discernir esa vida vivida en un tiempo cuando las cosas tenían otro color, y la vida se medía con otros parámetros. Unas de las veces que visité el Hogar, viví una experiencia que me marcó. Me acerqué a una anciana, y me puse a "charlar" como siempre. La tomé de la mano y le acaricié la mejilla mientras me iba hilvanando una larga historia de sufrimientos, de épocas pasadas. En un momento dado, me miró y me dijo: Gracias, por hablar conmigo, pero sobre todo gracias por tocarme, porque a los muertos no se les toca. Y me haces sentir que aún estoy viva, que cuentas conmigo". Nunca imaginé la importancia de este gesto. Y me puse a pensar que somos seres que necesitamos que nos toquen. El apretón de mano, el abrazo, las caricias transmiten "vida". Es la manera de estar presente al prójimo, no desde la distancia, sino desde la cercanía. Quien abraza se identifica con el otro, quien toma la mano del anciano le transmite ese mensaje de que no está al margen, que aún cuenta. No pude menos que recordar a Jesús de Nazaret cuando tocaba a los leprosos. ¿Por qué lo hacía si según el Evangelio podía curarlos con la palabra? Creo que esa viejecita tenía razón: para decirles que estaban vivos. Jesús conocía la vida de marginación de esas personas, y cómo nadie quería tener contacto con ellos por miedo al contagio y a la impureza ritual. El Maestro los tocaba para sanarlos y hacerles sentir que estaban vivos. Y asumía la consecuencia de volverse "impuro". La anciana me dio vida, pues me desveló algo profundo. No se puede empatizar desde la distancia, sólo con palabras. "A los muertos no se les tocan", nunca olvidaré esas palabras. Gracias a todos vosotros que andáis por la vida, "con la mano tendida". Jesús lo tiene claro: el "Reino de los cielos" es el tesoro por antonomasia, aquel que, al descubrirlo, llena de gozo desbordante y te capacita para desprenderte de todo lo demás.
El siguiente paso consiste en preguntarnos en qué consiste exactamente ese "Reino de los cielos". Durante mucho tiempo, se pensó que se trataba del cielo posterior a la muerte, o de la fe que nos garantizaba la salvación, o incluso de la propia Iglesia. Sin embargo, estas lecturas nos resultan hoy insuficientes y, en último término, inadecuadas para comprender lo que Jesús quería transmitir. El "Reino de Dios" no es el "cielo". Uno de los motivos por el que se cayó en esa confusión se debió al hecho de que fuera el propio evangelio de Mateo –el más leído en toda la historia de la Iglesia- el que hablara de "Reino de los cielos". Sin embargo, es claro que tal denominación se debe únicamente al hecho de que, en el judaísmo, se evitaba pronunciar el nombre divino, sustituyéndolo por algún otro término equivalente: Señor, Altísimo, Gloria, Cielos... Pero parece claro que Jesús no hablaba de un reino que sería posible "post mortem", sino del "Reinado de Dios" en medio de nuestra vida, aquí y ahora. Al identificarlo con el cielo, el proyecto de Jesús se espiritualizó y se pospuso, al tiempo que, en la práctica, fue adquiriendo un tono cada vez más doctrinal y más individualista, en una línea similar a como se entendía la "salvación del alma". Pero a Jesús no le preocupaba el "más allá" de la muerte, sino el "más acá" de la vida de los humanos. Por eso, no habla del "tesoro" como de una realidad futura, sino como un acontecimiento presente, que solo necesita ser descubierto, acogido y vivido. Para él, el "Reino de Dios" constituye el secreto último de lo real: por eso es fuente de gozo y, al mismo tiempo, de transformación personal en radicalidad. Se trata, en definitiva, de otro modo de ver y, en consecuencia, de otro modo de vivir. El "Reino de Dios" no es equivalente a la fe. A veces se ha identificado el Reino con una adhesión mental a determinadas creencias. El motivo es que, según se enseñaba, era precisamente la fe la que garantizaría nuestra salvación eterna. De ahí que se concluyera que se entraba en el Reino a través de la fe. Sin embargo, el Reino no es objeto de fe, del mismo modo que un tesoro no es algo "creído", sino descubierto. Por eso, al reducirlo a un objeto de fe, el tesoro dejaba de ser tal, porque no se veía ni se experimentaba. El "Reino de Dios" no es la Iglesia. Durante siglos, en una eclesiología que no está del todo superada, se llegó a identificar, en la práctica, el Reino con la Iglesia, a veces incluso contraponiéndola con el "reino del mundo". Esta confusión llevó a absolutizar la Iglesia –y el poder jerárquico dentro de ella- y a vivirla enfrentada al "mundo", que se consideraba pecador y adversario. Las consecuencias de tal postura se manifestaron pronto en forma de dualismo casi maniqueo, fundamentalismo, fanatismo y proselitismo. Si tenemos en cuenta que Jesús ni siquiera fundó una iglesia, advertiremos fácilmente que tal "deslizamiento" –del Reino a la Iglesia- no solo carecía de cualquier fundamento, sino que fue origen de peligrosos malentendidos y de creencias sectarias. El "Reino (reinado) de Dios" es una expresión que designa el proyecto de Jesús. Con él se apunta a un tipo de comunidad humana regida por la fraternidad, desde la consciencia de compartir el mismo origen y la misma fuente (Dios, "Abba"). Y dado que "el Padre y yo somos uno", y nuestro fondo es el mismo y único fondo de todo lo real, el "Reino de Dios" es otro nombre más para referirnos a él, a ese fondo que constituye nuestra verdadera identidad. Desde esta perspectiva –y me parece que así es como lo vivía y lo anunciaba Jesús-, no cabe ningún dualismo ni tampoco ningún exclusivismo. El Reino de Dios no esta separado de nada ni deja nada fuera, sino que es el fondo común que todos compartimos. Y no se trata, según el propio Jesús, de creer en él, sino de verlo. Cuando "tocamos" ese fondo que nos constituye –y constituye todo lo real- hemos descubierto y palpado el tesoro, nos llenamos de alegría y "vendemos" (nos despojamos de) lo que tenemos para hacernos con él y vivirnos desde él. El evangelio de este domingo nos propone las tres últimas parábolas del capítulo 13 de Mateo: comentaremos el tesoro y la perla, que tienen un mismo mensaje. Si descubrimos lo que más vale, aseguramos el primer objetivo de nuestra voluntad, porque la voluntad no puede ser movida más que por el bien, descubierto como tal y en el caso de dos bienes siempre será movida por el mayor. Lo que Dios es en mí, es el tesoro. No se trata de un conocimiento discursivo o racional, sino de una experiencia en lo más hondo de mi ser. Seguimos empeñados en descubrir a un Dios que está fuera, y que además nos da seguridades; ese es un camino equivocado que no nos puede conducir a la meta.
Menos mal que la comunidad de Mateo no se atrevió a alegorizarlas. No lo tenía fácil. El mensaje es idéntico en las dos pero tiene matices significativos. Una diferencia es que en un caso, el encuentro es fortuito. Y en el otro, es consecuencia de una búsqueda. Otra es que en la primera se identifica el tesoro con el tesoro, pero en la segunda se identifica con el comerciante que busca perlas. Puede ser una pista para descubrir que la comparación no es con uno ni con otro, sino que hay que buscarla en el conjunto del relato. Las dos opciones se hacen con un grado de incertidumbre. Los dos se arriesgan al dar el paso. La parábola no juzga la moralidad de las acciones narradas; simplemente propone unos hechos para que nosotros nos traslademos a otro ámbito. En efecto, tanto el campesino, como el comerciante, obran de forma fraudulenta y por lo tanto injusta (aunque legal). Los dos se aprovechan de unos conocimientos privilegiados para engañar al vecino. No actúan por desprendimiento sino por egoísmo. “Renuncian” a unos bienes para conseguir más bienes. No es su objetivo vivir de otra manera, sino conseguir una vida material mejor, engañando al otro. En el orden espiritual las cosas no funcionan así. En estas dos parábolas vemos claro cómo no todo lo que dicen es aprovechable. Jesús en el evangelio advierte una y mil veces del peligro de las riquezas; no puede aquí invitarnos a conseguirlas en sumo grado. El mensaje es muy concreto. El punto de inflexión en las dos parábolas es el mismo: “vende todo lo que tiene y compra”. Sería sencillamente una locura. Si vende todo lo que tiene para comprar la perla, ¿qué comería al día siguiente? ¿Dónde viviría? Esa imposibilidad radical en el orden material, es precisamente lo que nos hace saltar a otro orden, en el que sí es posible. Ahí está la clave del mensaje. Hay dos matices, que nos tienen que hacer pensar. El primero es el abismo que existe entre lo que tienen y lo que descubren. El segundo es la alegría que les produce el hallazgo. Yo la haría todavía más simple: Un campesino pobre, que solo tiene un pequeño campo, en el que cava cada vez más hondo, un día encuentra un tesoro. O un comerciante de perlas que un día descubre entre las que tiene almacenadas, una de inmenso valor. Evitaríamos así poner el énfasis en la venta de lo que tiene, que solo pretende indicar el valor de lo encontrado. No se sugiere para nada el ascetismo. Todo lo contrario, se trata de un minucioso cálculo, que les lleva a la suprema ganancia. No damos un paso en nuestra vida espiritual porque no hemos encontrado el tesoro entre los bienes que ya poseemos. Sin este descubrimiento, todo lo que hagamos por alcanzar una religiosidad auténtica, será pura programación y por lo tanto inútil. Nada vamos a conseguir si previamente no descubrimos el tesoro. Nuestra principal tarea será tomar conciencia de lo que somos. Si lo descubrimos, prácticamente está todo hecho. La parábola al revés, no funciona. El vender todo lo que tienes, antes de descubrir el tesoro, que es lo que siempre se nos ha propuesto, no es garantía ninguna de éxito. Un ancestral relato oriental nos ayudará a comprender las parábolas: “Cuando los dioses crearon al hombre, pusieron en él algo de su divinidad, pero el hombre hizo un mal uso de esa divinidad y decidieron quitársela. Se reunieron en gran asamblea para ver donde podían esconder ese tesoro que le habían dado. Uno dijo: pongámosla en la cima de la montaña más alta. Pero otro dijo: No, que terminará escalándola y dará con ella. Otro dijo: La pondremos en lo más hondo del océano. Pero alguien respondió: No, que terminará bajando a lo más hondo y la descubrirá. Por fin dijo uno: ¡Ya sé donde la esconderemos! La pondremos en lo más hondo de su corazón. Allí nunca la buscará”. Tenemos que aclarar que el tesoro no es Jesús, como deja entender Pablo, y sobre todos los santos padres. Jesús descubrió la divinidad dentro de él. Éste es el principal dogma cristiano. “Yo y el Padre somos uno”. Tampoco la Escritura puede considerarse el tesoro. En muchas homilías, he visto estas interpretaciones de las parábolas. La Escritura es el mapa, que nos puede conducir al tesoro, pero no es el tesoro. Tampoco podemos presentar a la Iglesia como tesoro o perla. En todo caso, sería el campo donde tengo que cavar (a veces muy hondo) para encontrar el tesoro. Jesús no pide más perfección sino más confianza, más alegría, más felicidad. Es bueno todo lo que produce felicidad en ti y en los demás. Solamente es negativa la alegría que se consigue a costa de las lágrimas de los demás. Cualquier renuncia que produzca sufrimiento, en ti o en otro, no puede ser evangélica. Fijaos que he dicho sufrimiento, no esfuerzo. Sin esfuerzo no puede haber progreso en humanidad, pero ese esfuerzo tiene que sumirme en la alegría de ser más. Lo que el evangelio valora no es el hecho de renunciar. Lo que me tiene que hacer feliz, es el conseguir mi plenitud. La diferencia entre el valor del Reino y los valores terrenos estriba en que el primero enriquece al que lo encuentra y a los demás; el segundo se consigue a costa de pobreza para los demás. El valor auténtico aporta una alegría continuada. Los valores terrenos aportan una alegría pasajera y que además se consigue con la tristeza de muchos. El tesoro es el mismo Dios presente en cada uno de nosotros. Es la verdadera realidad que soy, y que son todas las demás criaturas. Lo que hay de Dios en mí es el fundamento de todos los valores. El Reino, que es Dios, está en mí. Esa presencia es el valor supremo. En cuanto las religiones olvidan esto, se convierten en ideologías esclavizantes. El tesoro, la perla no representan grandes valores sino una realidad que está más allá de toda valoración. El que encuentra la perla preciosa, no desprecia las demás. Dios no se contrapone a ningún valor, sino que potencia el valor de todo lo bueno. Presentar a Dios como contrario a otros valores, es la manera de hacerle ídolo. Vivimos en una sociedad que funciona a base de engaños. Si fuésemos capaces de llamar a las cosas por su nombre, la sociedad quedaría colapsada. Si los políticos nos dijeran simplemente la verdad, ¿a quién votaríamos? Si los jefes religiosos dejaran de meter miedo con un dios justiciero, ¿cuántos seguirían creyendo? Si de la noche a la mañana todos nos convenciéramos de que ni el dinero ni la salud ni el poder ni el sexo ni la religión eran los valores supremos, nuestra sociedad quedaría paralizada. Solo lo que me hace más humano, y en la medida en que me haga más humano, será positivo. Tener la referencia del valor supremo, me permite valorar en su justa medida todo lo demás. No se trata de despreciar lo demás, sino de tener claro lo que vale de veras. El “tesoro” nunca será incompatible con todos los demás valores que nos ayudan a ser más humanos. Es una constante tentación de las religiones ponernos en el brete de tener que elegir entre el bien y el mal. Radicalmente equivocado. Lo que hay que tener muy claro es cuales son las prioridades, dentro de los valores, y qué valores son en realidad falsos. Meditación-contemplación En tu propio campo tienes el único tesoro. Si aún no te has dado cuenta, es que lo has buscado en otro campo …………… Tu tarea más importante en esta vida, es buscar ese valor incalculable. No es objetivo fácil, porque no se descubre por los sentidos ni por la razón. ………………………… Una vez descubierto lo que hay de Dios en ti, todo lo demás es coser y cantar. Si no experimentas al Dios vivo en el fondo de tu ser, todos los esfuerzos por llegar, serán inútiles. En los dos domingos anteriores, el discurso en parábolas ha respondido a tres preguntas que se hace la antigua comunidad cristiana y que nos seguimos planteando nosotros:
1) ¿Por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús? (parábola del sembrador). 2) ¿Qué hacer con quienes no lo aceptan? (el trigo y la cizaña). 3) ¿Tiene futuro esta comunidad tan pequeña? (el grano de mostaza y la levadura) Quedan todavía otras dos preguntas por plantear y responder. ¿Vale la pena? La pregunta que puede seguir rondando en la cabeza de los seguidores de Jesús es si todo esto vale la pena. A la pregunta responden dos parábolas muy breves, aparentemente idénticas en el desarrollo y con gran parecido en las imágenes. Por eso se las conoce como las parábolas del tesoro y la perla. Lo que ocurre en ambos casos es lo siguiente: a) El protagonista descubre algo de enorme valor. b) Con tal de conseguirlo, vende todo lo que tiene. c) Compra el objeto deseado. Sin embargo hay curiosas diferencias entre las dos parábolas, empezando por los protagonistas. El suertudo y el concienzudo El protagonista de la primera es un hombre con suerte. Mientras camina por el campo, encuentra un tesoro. Su primera reacción no es llevarlo a la oficina de objetos perdidos (que entonces no existe) ni poner un anuncio en el periódico (que tampoco existen). Ante todo, lo esconde. Repuesto de la sorpresa, se llena de alegría y decide apropiarse del tesoro, pero legalmente. La única solución es comprar el campo. Es grande y caro. No importa. Vende todo lo que tiene y lo compra. El protagonista de la segunda parábola es muy distinto. No pierde el tiempo paseando por el campo. Es un comerciante concienzudo que va en busca de perlas de gran valor. Por desgracia, la traducción litúrgica ignora este aspecto: en vez de "El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas", debería decir "a un comerciante en busca de perlas finas". No la encuentra por casualidad, va tras ella con ahínco. Como buen comerciante, calculador y frío, no salta de alegría cuando la encuentra, igual que el protagonista de la primera parábola. Pero hace lo mismo: vende todo lo que tiene para comprarla. La perla y el comerciante Otra diferencia curiosa es que la primera parábola compara el Reino de los Cielos con un tesoro, pero la segunda no lo compara con una perla preciosa, sino con un comerciante. Este detalle ofrece una pista para interpretar las dos parábolas. Ni bonos basura ni timo de la estampita No olvidemos que estas parábolas se dirigen a un comunidad que sufre una crisis profunda y se pregunta si ser cristiano tiene valor. En términos modernos: ¿me han vendido bonos basura o me han dado el timo de la estampita? La respuesta pretende revivir la experiencia primitiva, cuando cada cual decidió seguir a Jesús. Unos entraron en contacto con la comunidad de forma puramente casual, y descubrieron en ella un tesoro por el que merecía la pena renunciar a todo. Otros descubrieron la comunidad no casualmente, sino tras años de inquietud religiosa y búsqueda intensa, como ocurrió a numerosos paganos en contacto previo con el judaísmo; también éstos debieron renunciar y vender para adquirir. Las parábolas, aparte de infundir ilusión, animan también a un examen de conciencia. ¿Sigue siendo para mí la fe en Jesús y la comunidad cristiana un tesoro inapreciable o se ha convertido en un objeto inútil y polvoriento que conservo sólo por rutina? Al mismo tiempo, nos enseñan algo muy importante: es el cristiano, con su actitud, quien revela a los demás el valor supremo del Reino. Si no se llena de alegría al descubrirlo, si no renuncia a todo por conseguirlo, no hará perceptible su valor. Estas parábolas parecen decir: «Cuando te pregunten si ser cristiano vale la pena, no sueltes un discurso; demuestra con tu actitud que vale la pena». ¿Qué ocurrirá a quienes aceptan el Reino, pero no viven de acuerdo con sus ideales? A esta última pregunta responde la parábola de la red lanzada al mar. Difícil de interpretar, porque no queda claro si habla de toda la humanidad, donde hay buenos y malos, o de la comunidad cristiana, donde puede ocurrir lo mismo. Ya que el tema del juicio universal se ha tratado a propósito del trigo y la cizaña, parece más probable que se refiera al problema interno de la comunidad cristiana. Interpretada de este modo, empalmaría muy bien con las dos anteriores. Hay gente dentro de la comunidad que no vive de acuerdo con los valores del evangelio, que no mantiene esa experiencia de haber descubierto un tesoro o una perla. ¿Qué ocurrirá con ellos? La respuesta es muy dura («a los malos los echarán al horno encendido») pero conviene completarla con la última parábola del evangelio de Mateo, la del Juicio final (Mt 25,31-46), donde queda claro cuáles son los peces buenos y cuáles los malos. Los buenos son quienes, sabiéndolo o no, dan de comer al hambriento, de beber al sediento, visten al desnudo, hospedan al que no tiene techo... Los que ayudan al necesitado, aunque ni siquiera intuyan que dentro de ellos está el mismo Jesús. Conclusión Mateo termina las siete parábolas con una nueva enseñanza, expuesta también mediante una imagen: «Un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo». Parece un nuevo enigma, esta vez sin explicación. En sentido inmediato, el escriba que entiende del reinado de Dios es Jesús. Para exponer su mensaje se ha dedicado a sacar cosas nuevas y viejas. Diríamos que del baúl de sus recuerdos ha sacado cosas antiguas: alguna alusión al Antiguo Testamento, la técnica parabólica y el lenguaje imaginati¬vo de los profetas. Pero la mayor parte es de enorme novedad, fruto de la experiencia de Jesús y de su capacidad de observación. La vida del campesino, del ama de casa, del pescador, del comerciante, de la gente que lo rodea, le sirve para exponer con interés su mensaje. Por eso, la comparación final es también una invitación a los discípulos y a los predicadores del evangelio a ser creativos, a renovar su lenguaje, a no repetir meramente lo aprendido. Esta sabiduría es la que deberíamos pedir a Dios, igual que Salomón la pidió para gobernar a su pueblo (1ª lectura). La violencia se actualiza y recrudece en la Franja de Gaza. Desde que tres jóvenes judíos desaparecieron y fueron encontrados asesinados, la espiral de la venganza no tiene fin. Mohamad Abu Khdeir, un joven palestino de 16 años, fue quemado vivo, víctima de la bestialidad humana. Hamás reacciona con más violencia y la ira del estado judío recurre al poderío de la aviación que se vuelve implacable bombardeando a la población civil asediada en la Franja de Gaza.
Los muertos son palestinos, las cifras centenarias se superan cada día, y los heridos exceden de mil quinientos. Las víctimas son principalmente civiles, entre ellos niños, jóvenes, mujeres y ancianos. Y como para escenificar un verdadero infierno, el ejército israelí ha iniciado la invasión del territorio de Gaza con tanques y artillería pesada. Es la iniquidad de la maldad humana llevada a su máxima expresión. Ante la impotencia y la perplejidad el mundo calla. Los poderosos de las naciones verbalizan gestos inocuos y la violencia fratricida no cesa. La conciencia mundial repugna ante imágenes dantescas que delatan el escándalo de una complicidad globalizada y rendida ante el poder militar y económico de un pueblo también sufrido hasta el holocausto. Es incomprensible tanto odio institucionalizado, tanta indiferencia. Más incomprensible es que aquellos que alguna vez fueron masacrados por el odio racial en los campos de exterminio nazi, hoy se vuelvan contra una población inocente que no termina de llorar a sus difuntos. El mundo impávido contempla el genocidio de un pueblo que, luego de cada razzia, termina más expoliado y hacinado en una tierra que le ha sido arrebatada injustamente. Entretanto, Hamás parece ser una sórdida justificación de tanto horror. Así como el mundo un día comprendió que la hecatombe mundial se había ensañado contra el pueblo judío, reservando la triste denominación de holocausto para el sufrimiento de los hijos de Abraham, hoy ese mismo destino ha sido impuesto como condenación de otro pueblo, es el holocausto palestino. En nombre de Yavéh, en nombre de Alá, en nombre de Dios Padre, dejen de matar. Cohetes más grandes para matar más. En ésas anda aún el ser humano. El perímetro de la muerte se amplía con las nuevas armas en manos de los extremistas. Los nuevos "Quassam" vuelan más lejos, pueden llamar a puertas más lejanas, causar sangre, dolor y muerte a 150 kms. Nunca dispusieron los milicianos palestinos de artillería tan poderosa. Dicen que van a abrir la "puerta de los infiernos", pero el único infierno es el del olvido de que todos los humanos somos hermanos; la única gloria, la recuperación de esa memoria.
Escrupulosa neutralidad por lo tanto en esa guerra maldita que por enésima vez rebrota en Oriente Medio. Ninguna simpatía hacia ningún bando contendiente, ningún guiño hacia ningún lado, siquiera hacia el Cielo para que agote la sed de venganza en el alma del humano. La propia Gaza debería acallar a los milicianos exaltados y sedientos de venganza. Si las milicias de Hamas detuvieran sus ataques, cesaría el dolor sobre su pueblo. No terminamos de hallar nobleza en la causa violenta palestina. No hay jaleo posible a los cohetes que se lanzan desde su territorio. Una noble causa se estropea desde el instante en que sus métodos dejan de ser nobles. En algún punto será preciso quebrar esa diabólica espiral de violencia. El presidente Mahmud Abas reclama la solidaridad internacional, pero echamos en falta la condena de los misiles lanzados desde Gaza. No podremos acercamos a causa alguna que tenga entre sus objetivos el generar el mayor daño en los inocentes civiles del otro lado. No podremos vestir el pañuelo palestino, mientras que de ese bando no se opte por una respuesta no violenta al ya legendario abuso del Estado de Israel. No podemos creer en ninguna Intifada que no sea florida y pacífica a favor de la fraternidad humana y el encuentro entre los hombres y mujeres de cualquier raza, religión, ideología o condición. A estas alturas del telediario, sólo podemos apoyar las causas que pregonan la integración, el acercamiento entre las gentes y los pueblos diversos. Sólo ese camino nos lleva a las puertas de los Cielos. A estas alturas sólo podemos apoyar a quienes, desde una altura moral, hacen frente a la injusticia y la opresión con unas manos desnudas y un verbo sereno, cargado de argumentos y razones. Por su parte los tanques de la estrella de David se reúnen de nuevo a las puertas de Gaza. Aguardan la hora de arrancar los motores y entrar en la franja, como si toda una historia colmada de batallas no bastara, como si milenios de "ojo por ojo" no hubieran servido para nada, como si el dolor ajeno pudiera remotamente traer seguridad propia, como si las bombas que el ejército israelí lanza sin tregua no cayeran un día sobre los tejados de su propio pueblo… La seguridad, la paz y prosperidad de una nación jamás vendrán de la mano de los proyectiles. Más pronto o más tarde, las mismas bombas que sembramos, son las que cosechamos. El pueblo judío y sus mandatarios debieran haber aprendido ya esa lección, conocer la ley infalible del "karma”, la sentencia ineludible de la causa y el efecto. “Quedan largos días de combate” proclama una Israel que no acusa el llanto de los inocentes. Su lluvia de destrucción y muerte no cesa. La evidente superioridad armamentística debiera ir acompañada de una mayor conciencia, de una cierta ética de perdón y anhelo de reconciliación. Cese esa ofensiva sin piedad, nunca se enciendan tampoco los motores de esos tanques. El Gobierno israelí discute en estos momentos el alcance de la respuesta a los ataques de Hamas. Triunfe la opción más moderada, menos sangrienta y arrasadora. Toca ya abrir otras puertas que no las del Averno. Éste ya lo frecuentamos. Surquen un día los aires de Oriente Medio otra suerte de cohetes. Se agote la sed de venganza en unas y otras gargantas. No más infiernos para nadie. Ahora ya algo de ese cielo de humana armonía y fraternidad. ¡Prevalezca la paz en aquel suelo sagrado, prevalezca la paz en todo el planeta! ¡Shalom! ¡Salaam! Otro verano es posible ¿Qué le falta de paz a la placidez de nuestro descanso estival? Seguramente que todos nuestros congéneres puedan alcanzar esa paz. ¿De qué adolece nuestro disfrute, sino de que todos los humanos seamos ese gozo en contacto estrecho con el mar o la montaña, en conexión cercana con los seres queridos, con la Madre Naturaleza…? Ni la seguridad que reclaman los israelíes, ni la justicia que, en pura ley, reivindican los palestinos vendrán con ningún calibre de artillería. Se encendieron ya los temidos motores. Han arrancado los tanques de la devastación. Durante diez días la muerte caía de los cielos, ahora rueda ya por tierra arrasando cuanto encuentra a su paso. Somos solidarios con quienes no conciliarán sueño, con quienes en estos momentos ven acercarse el horror y la destrucción a sus hogares. Definitivamente no podemos dormir a pierna suelta tampoco en este verano. Sus noches en vela son también nuestro insomnio; sus escombros son también nuestro fracaso. Sus brazos que claman al cielo son también nuestra desolación. Cada estruendo, cada golpe artillero nos aleja de nuestro destino de hermandad humana. La solidaridad desde Europa, desde nuestra geografía privilegiada ha de seguir fluyendo, pero la responsabilidad es seguramente de la entera condición humana. El viejo continente no puede mirar para otro lado, ¿pero es justo que sea en estos días diana de tantas y afiladas críticas? Caminar las playas sabiendo que todas las playas son holladas en paz y tranquilidad, que los niños juegan en la arena sin mirar a un cielo amenazante, que los padres la gozan con esa estampa de sus pequeños. Pasear las playas conscientes de que no hay ningún litoral amenazado, que ningún misil ensangrentará ninguna arena. Coger aviones, surcar continentes, llegarnos a otro rincones remotos del planeta, sin temor a que ningún descerebrado en ninguna parte del mundo, ahíto de jugar con la violenta consola, apretará ningún gatillo y derribará cuanto vuela sobre su cabeza. Pasear tu pequeño mundo, pero saber que más lejos, en el gran mundo, otros pasos son también sin temblor, sin terror, sin minas en los pies, sin cohetes sobre las cabezas. Nos cansamos ya de dilapidar culpables, nos agotó escrutar la historia buscando en ella todos los males. Las espirales de violencia, en cualquier rincón de la tierra pueden acabar en este preciso presente. Lo estamos lamentablemente comprobando estos días en Gaza y en Ucrania: sencillos misiles nunca alcanzaron tan alto y tan lejos, pero no es menos cierto que nunca la comunidad internacional ha albergado tanta conciencia e instrumentos para la paz. Ello no bastará si falta predisposición por parte de quienes aún se obcecan en la batalla. Hoy, aquí y ahora el humano puede disfrutar de un verano sin fin, de una paz sin quebrantos. No, la Unión Europea no es culpable de que Palestina siga sangrando, de que en Orientes más lejanos se impongan leyes salvajes. La hormigonera de aquí dejará un día de dar vueltas allá. La Unión Europea ha de ayudar a los palestinos, pero no puede estar siempre recomponiendo sus casas, sus escuelas, sin que ellos manifiesten voluntad de frenar a sus elementos más exaltados, sin que se rebelen ante el clientelismo de Hamas… Europa puede ayudar a tumbar tiranos en la antigua Yugoslavia, en Líbano, en Iraq…, pero después sus súbditos, sus facciones, sus pueblos y tribus deberán ensayar vivir en comunión, en integración, en armonía. Sí, albergamos responsabilidad. Absolutamente ningún dolor humano nos es ajeno, ¿pero no será preciso que arríen su índice los sempiternos fiscales de fácil dedo acusador? Somos responsables en tanto en cuanto humanos, pero no primeros culpables, si no estamos directamente implicados en el origen, en las causas de esos conflictos. El eco del dolor humano alcanza nuestro sosiego veraniego. Explosiones más o menos lejanas perturban nuestro descanso. Nuestra paz no será total, en tanto en cuanto la humanidad siga sangrando, en tanto en cuanto todos los seres no respiren paz. Desde ese sentimiento de intransferible responsabilidad y solidaridad, apuntar que quizás los europeos no albergamos “plus” de culpa. El ciudadano del mundo tiene un lugar de referencia, sabe que en un continente los diferentes superaron la guerra, crearon un espacio de convivencia, decidieron colaborar y mirar juntos al futuro. Sí, verano y paz para todos/as, pero esa incontenible aspiración ha de nacer primero en el corazón de quienes, en uno u otro lado, contienden. Cada quien virar la historia, instaurar en su entorno un espacio de correctas relaciones, cada quien superar abismos, ancestrales litigios y confrontaciones, cada quien fomentar a su alrededor ese espíritu de sana cohabitación y armonía. Todo nuestro apoyo, toda nuestra fuerza para ese puro, impostergable y cada vez más universal anhelo. Para justificarse, el terrorismo de Estado fabrica terroristas: siembra odio y cosecha coartadas. Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según sus autores quiere acabar con los terroristas, logrará multiplicarlos.
Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza está siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones en el año 2006. Algo parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador. Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares. La democracia es un lujo que no todos merecen. Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelí usurpó. Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina. Ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa. Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa. No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Iraq para evitar que Iraq invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen. La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los palestinos al acecho. Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros. ¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza? El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con ETA, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar a IRA. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de sus vasallos? El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales. En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación de limpieza étnica. Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por cada cien palestinos muertos, un israelí. Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki. La llamada comunidad internacional, ¿existe? ¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el nombre artístico que los Estados Unidos se ponen cuando hacen teatro? Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más. Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas, rinden tributo a la sagrada impunidad. Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se frotan las manos. La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima mientras secretamente celebra esta jugada maestra. Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena. Tranquilos. No va de economía sino del llamativo paralelismo que hay en la visión de la historia que tienen estos dos maestros. Coinciden en tres puntos.
1.- Nuestra historia camina hacia un paraíso futuro. Para el alemán, el paraíso socialista; para el inglés, el paraíso de la técnica. En ese paraíso el ser humano se habrá liberado de su necesidad de asegurar la subsistencia. Promete Marx que entonces podrá dedicarse a “pescar por la mañana o cazar por la tarde” según le apetezca. Y predice Keynes* que tendrá que aprender a “manejar esa liberación de las necesidades económicas apremiantes que ahora ocupan casi todo nuestro tiempo”: pues la técnica hará casi innecesario el trabajo humano. Y concluye que hoy (1930) “atisbamos ya esa tierra prometida del descanso”. 2.- El hombre ha de llegar a ese paraíso a través de medios inmorales. En Marx, por la dictadura explícita del proletariado que luego se quedó en dictadura del partido único que sabe lo que conviene al proletariado. En Keynes, mediante la dictadura implícita del capital que, son palabras suyas, nos enseña “a llamar justo a lo que es injusto elevando algunas de las más odiosas cualidades humanas a la altura de grandes virtudes”. Para ambos esa etapa inmoral será breve: Marx ve la dictadura del proletariado como transitoria. Y Keynes nos pide “unos cien años de hipocresía”. Coincidiendo en esa inmoralidad de los medios, diferirán en sus modelos económicos: pero esto ahora no hace al caso. 3.- También para ambos, el resultado de esos medios inmorales será el nacimiento de un hombre mucho más moral y más humano. Según Marx, unas estructuras comunistas de propiedad acabarán con la contradicción entre egoísmo y amor. Según Keynes, la riqueza creada en la etapa anterior liberará a los hombres de su pasión por el dinero. Entonces (¡pero sólo entonces!) podremos reconocer que esa pasión es “una inclinación vergonzosa, una tendencia de ésas medio criminales y medio patológicas que uno lleva temblando a los especialistas en enfermedades mentales”. Entonces, pero sólo entonces, “podremos regresar a los mejores principios de la religión: que la avaricia es un vicio, la usura un pecado y el amor al dinero detestable… Pero ¡ojo!: esa hora todavía no ha llegado y “durante unos cien años habremos de pretender que lo sucio es noble y que lo noble es sucio: porque ahora lo sucio es rentable y lo noble no lo es; la avaricia, la usura y la desconfianza han de ser nuestros dioses durante un tiempo porque sólo así saldremos del túnel de las necesidades económicas a la luz del día”. Luego, “cuando uno ya tenga asegurada su existencia, se volverá razonable preocuparse por la existencia de los otros”. Es llamativo el clamoroso fracaso de esas predicciones. Ambos fueron unos crédulos beatos en su visión de la historia y del hombre. Esto lo aceptamos en el caso de las sociedades marxistas (aunque nos negamos a reconocer y examinar tanto sus logros iniciales como las verdaderas causas de su fracaso). En cambio no queremos reconocer el desastre de nuestras sociedades capitalistas. En el mundo marxista el hombre siguió siendo egoísta y, una vez liberado de las necesidades materiales, anheló otras libertades más espirituales (de palabra, de reunión…) que el sistema no permitía para no poner en peligro sus primeros logros. En el mundo capitalista, la hipocresía, la mentira y la injusticia siguen instaladas en nuestro sistema como únicos modos indispensables de mantener su eficacia; y aunque unos pocos vivan mucho mejor, otros muchos viven igual o peor. Tampoco se han transformado los seres humanos, como esperaba Keynes: siguen presos del fetichismo del dinero por encima del respeto a la persona, igualmente infelices y terriblemente ciegos ante la enfermedad que la técnica ha causado al planeta y que puede ser ya irremediable. Pero hay que agradecer a Keynes su espantosa ingenuidad que le permitió reconocer en voz alta lo que nosotros sabemos y no decimos: que las virtudes del capitalismo son como el vestido de aquel rey del cuento que, en realidad, iba desnudo. A esa visión mítica de la historia hay que oponer otra: la historia sólo avanzará si nos decidimos a caminar por las sendas de una libertad no egoísta sino responsable: libertad para la fraternidad que, por eso, busca la máxima igualdad entre todos los humanos. No hay paraísos futuros aunque podamos crecer en humanidad y en experiencias de sentido; pero sabiendo que ese crecimiento no se logra con medios inmorales o inhumanos que más bien nos alejan de él. Los seres humanos no nacerán mejores mañana, sino que cada generación ha de comenzar por labrar su propia humanidad. A ello podrán ayudarla tanto una educación buena como la recepción de unas tradiciones valoralmente ricas. Por ello, si bien caídas están las utopías comunistas, es indispensable ahora acabar con las falsas utopías neoliberales que están llevando el planeta a la ruina y a la humanidad a cotas de deshumanización inauditas. Más necesario que evitar una dictadura del proletariado es hoy acabar con la dictadura de los multimillonarios. **NB. Las citas de Keynes son todas de Economic possibilities for our gradchildren, breve capítulo de un libro más amplio de 1930. |
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