¿Cuatro semanas para prepararnos a recordar el nacimiento de Jesús? No. El Adviento es más que eso. No se trata de recordar románticamente un hecho pasado, se trata de comprender a fondo lo ocurrido y prepararnos para el encuentro definitivo con el Señor.
Suplica (Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7) La primera lectura nos sitúa siglos antes de la venida de Jesús. El pueblo de Israel se ve como un trapo sucio, como árbol de ramas secas y hojas marchitas. La situación no sería muy distinta de la nuestra. Pero el pueblo, en vez de culpar a los políticos, a los banqueros, al FMI y a la Sra. Merkel, piensa que todo se debe a que Dios le oculta su rostro por culpa de sus pecados, porque nadie invoca su nombre ni se aferra a Él. Lo lógico sería que el pueblo prometiese cambiar de conducta, interesarse por Dios. Sin embargo, en vez de prometer un cambio le pide a Dios que sea él quien cambie: que recuerde que es nuestro Padre (la idea aparece al comienzo y al final de la lectura), que vuelva, rasgue el cielo y baje. ¿Cómo responderá Dios a esta petición? Realidad (1 Corintios 1,3-9) La respuesta de Dios supera con creces lo que pedía el pueblo en la lectura de Isaías, aunque de modo distinto. Dios Padre no rasga el cielo, no sale a nuestro encuentro personalmente. Envía a Jesús, y mediante él nos ha enriquecido en todo y nos llama a participar en la vida de su Hijo. Por consiguiente, añade Pablo, “No carecéis de ningún don”. En una época de crisis, en la que tanta gente se lamenta, a veces con razón, de las muchas cosas de que carece, estas palabras pueden resultar casi hirientes: “No carecéis de ningún don”. Buen momento el Adviento para pensar en qué cosas valoramos: las materiales, que a menudo faltan, o las que proporciona Jesús: la certeza de que Dios es fiel, está de nuestra parte y nos mantendrá firmes hasta el encuentro final con Él. Vigilancia (Marcos 13, 33-37) No deja de ser irónico que precisamente el evangelio no hable de Dios Padre ni de Jesús. Se centra por completo en nosotros, en la actitud que debemos tener: “vigilad”, “velad”, “velad”. Tres veces la misma orden en pocas líneas. Porque el Adviento no es solo recordar la venida del Señor, es también prepararse para el encuentro final con Él.
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Empieza el Adviento. ¿Para qué sirve el calendario litúrgico - los tiempos litúrgicos?
Si lo representamos gráficamente visualizamos un círculo donde empezando con el Adviento, recorremos los tiempos de la vida de Jesús, con sus celebraciones más importantes y los tiempos ordinarios que culmina con la celebración de Cristo Rey del Universo. ¿Acaso no es así la rueda de la vida? Tiempos de gestar, de dar a luz, de alimentar y cuidar de esa vida, tiempos ordinarios de vivir la rutina, el día a día buscándole el sentido a todo lo que ocurre en estos tiempos a veces áridos, o sin más. Otros, tiempos de persecución, de sufrimiento, de muerte, de enterrar y dejar ir, y tiempos de primavera en que la vida brota de nuevo. Y al final, de las etapas, un reconocimiento en los y las discípulas de que Jesús es el Señor, el “kerygma” de la comunidad cristiana. Luego necesitamos tiempos de asimilar, de ser iluminados por dentro (Pentecostés: Él se hace presente, es el aliento de nuestra vida, de nuestra historia y de la del Universo, y por fin, empoderadas con esa Vida, llega el tiempo de trabajar, la misión, el envío en su nombre: las múltiples tareas en las que posiblemente los que leemos estos comentarios estamos involucrados pero, ¡observad! Cuán poco se nos consulta para tomar decisiones, para ir reformando la iglesia, desde abajo, para actualizarla y que diga algo al mundo de hoy. Podemos decir que nos miramos en el tiempo litúrgico, como en un espejo, para entendernos desde las claves: “Jesús” y “comunidad cristiana”. Buscando un icono de Adviento que me ayude a entrar e interiorizar este tiempo con su mensaje profético, me brota con fuerza el abrazo de Isabel y María. Mujeres embarazadas de la Vida, por obra del Espíritu. Mujeres bisagra entre el primer testamento y el segundo. Isabel, mujer del Antiguo Testamento o primero, lo que llamamos la Ley, es estéril. Es decir, nos dice Lucas que el A.T. ha llegado a su fin, ya no puede engendrar más. Nuestro texto de hoy, (Mc 13,33-37) típico de finales del año litúrgico, con lenguaje apocalíptico: “no sabéis cuando va a ser el momento” se refiere a la pasión del discípulo; “deja su casa” se refiere a la nueva comunidad. “Su autoridad” se refiere al Espíritu para borrar el pasado y comunicar vida. “Su tarea”, al modo personal de ejercer el servicio. “El portero,” a la comunidad en cuanto ha de abrir las puertas a todos. “Mantenerse despiertos”, a mantenerse fieles a las actitudes de Jesús y aceptar sus consecuencias… Como decía, el texto de hoy adquiere vida, para mí, si lo leo desde el prisma del encuentro de Isabel y María, como icono de abrazar el pasado, para despedirlo, dejarlo ir, porque está estéril ya, y acoger el futuro, la comunidad de Jesús, que María está gestando. ¿Deterioro o Evolución? Depende de cómo se mire. Mejor interpretar que si dejamos con respeto ir lo viejo, evolucionamos, como el cosmos mismo, hacia un presente-futuro en continuo cambio, en continuo proceso hacia la Vida. Isabel es bisagra porque está abierta. Zacarías representa lo viejo, lo incrédulo, por ello se le representa mudo, el primer testamento ya no tiene nada que comunicar. Su fe está dormida, anclada en un pasado. Isabel, aun siendo estéril biológicamente, queda llena del proceso de ir formando la vida que Dios ha querido regalarle. ¡Cuánta miga para nuestro hoy! “No os durmáis” nos dice Marcos, el sestear ralentiza la evolución. Si bloqueamos la energía de Dios, enmudecemos. No tenemos nada que decir. Y nos dedicamos a servirnos de las necesidades de los demás para sentirnos útiles, y justificar nuestra esterilidad. Si seguimos mirando el pasado, la curia, envejecida y siempre con necesidad de renovación, paralizada, las parroquias cada vez con más espacio y el mundo cristiano no cristianizado, los que no están y tendrían que estar, los hijos que no aparecen por la iglesia… Pero, la sabiduría del Adviento, mágico tiempo, nos va dando luz progresivamente indicándonos, de nuevo, que el camino es de Dios y éste me invita a dejar de dormitar, a ponerme en camino a la montaña donde Isabel me espera, porque ella como tú y yo está desconcertada por la vida que le sobrepasa. El ponernos en camino, la apertura al misterio, el estar conectados, despiertos, abiertas al paso de Dios, permite que su energía desbloquee los tumores del alma, y siga la evolución de la comunidad cristiana, regalo y responsabilidad. La iglesia necesita este Adviento. No es un tiempo de preparación para la Navidad, o sea de compras, de organización de comidas…sólo los y las que están despiertos son las vírgenes que engendran vida. Su inocencia les permite creer en el misterio. Hoy la comunidad científica está revolucionada porque ha podido escuchar el eco del big bang o explosión original que dio origen a la vida. Hoy la comunidad cristiana está a la escucha del paso de Dios, en nuestro mundo, en nuestra vida. Porque lo nuevo no viene de fuera, sino que lo sentimos y tocamos por dentro. “Manteneos despiertos, ahuyentad el sueño que no sabéis cuando va a ser el momento”. ¡Maranatha! Para el materialismo vulgar, del que ha adolecido en exceso la ciencia e incluso la cultura en general en Occidente, todo es materia. Por tanto, solo existe aquello que se puede medir y pesar.
No deja de ser curioso que tal afirmación se siga sosteniendo todavía, a pesar de los nuevos datos que la propia ciencia ha aportado: desde Einstein (1879-1955) sabemos que la materia, en último término, es energía, según queda reflejado en su famosísima ecuación E = mc2 (donde “E” significa energía; “m”, masa; y “c”, velocidad de la luz (300.000 kms/seg). Según tal ecuación, lo que llamamos “materia” no es sino “energía condensada”, lo cual sucede en determinadas condiciones. Por tanto, lo que aparentemente percibimos como irreductiblemente sólido y consistente no es, en realidad, sino energía. Pero no es solo eso: la física cuántica, en su tarea de desentrañar la estructura del átomo –considerado hasta hace solo un siglo como el “ladrillo básico” o pieza última de la realidad material-, ha descubierto que eso que nos parece tan compacto es, en realidad, un gran vacío. (Para hacernos una idea: si el núcleo de un átomo midiera 1 cm de diámetro, los electrones de ese mismo átomo orbitarían a 1 km de distancia). A la vez, esa misma física afirma que, por debajo de la materia y la energía, hay un “hervidero” de actividad subatómica. Es el “campo cuántico”, hecho de ondas de información, cuyas variaciones provocan una “fluctuación cuántica”, la cual permite la creación y la aniquilación constante de partículas y antipartículas. La ciencia actual ha comprobado que el vacío, en sí mismo, es vibración, de donde brotan todas las formas. Un equipo de científicos liderados por Peter Higgs, tras rigurosas investigaciones –que le valdrían al propio Higgs el Premio Nobel de Física en 2013-, llegó a una conclusión notablemente sorprendente: lo que afecta a lo real no es propiamente el vacío, sino la vibración del vacío. Y a esta vibración la llamaron bosón: este genera un campo –bosón y campo de Higgs- que, afectando a todo el espacio, otorga a las partículas elementales la propiedad que llamamos masa. La “masa”, que percibimos a través de los sentidos, existe sencillamente gracias a la vibración del vacío, como fuente, origen y matriz de todo lo manifestado. Ese es el motivo por el que “algunos físicos piensan que la nada es el verdadero bloque básico de construcción de la materia”[i]. Parece, por tanto, que tampoco todo acaba en la energía. Por “debajo” de ella operan “ondas de información” en campos cuánticos (electromagnético, gravitatorio…) que están hechos de información, es decir, de consciencia. Un campo cuántico es fuerza invisible en movimiento -en último término, información- que moldea la materia. No resulta fácil definir qué es la consciencia, pero apunta a “un saber que sabe”, inteligencia creativa, código de instrucciones… Lo que regiría todo el proceso sería justamente eso, la consciencia que, en forma de “manual de instrucciones”, posibilita y explica el despliegue de la infinidad de formas que llegan a nuestros sentidos. Se entiende, así, que algún biólogo se haya atrevido a afirmar que una célula es, en rigor, “memoria envuelta en una membrana”, lo que significa reconocer que la materia (la célula) es en sí misma información, es decir, consciencia. La “in-formación” no es otra cosa que códigos que dirigen las formas (dan forma, “in-forman”), consciencia, saber que sabe, inteligencia creativa… Dicho de otro modo: las formas que percibimos son el producto de un “código de instrucciones” que se halla en el origen de las mismas. En realidad, ¿no es eso mismo el ADN?… “El ADN –escribe Alejandro Martínez Gallardo- es fundamentalmente un programa (bio)informático que ha logrado replicarse con éxito —una especie chip cósmico o libro orgánico (¿el “axis mundi” de la galaxia?)— y la forma más efectiva de transmitir información de la cual tenemos conocimiento es el entrelazamiento cuántico” [ii]. La ciencia no sabe cuál es la “pieza” última de la que está hecho el universo. Más aún, es la misma ciencia la que asegura que apenas podemos percibir un 4 ó 5% de la realidad que sabemos que existe. Si esto es así, ¿cómo no dejar nuestra mente en suspenso en lugar de asumir conclusiones siempre precipitadas y, por ello mismo, erróneas? ¿Quién se atrevería a reducir la totalidad de lo real a ese ínfimo 4 ó 5% que nuestros sentidos son capaces de percibir? La ciencia nos ayuda a deshacer nuestras creencias equivocadas, entre ellas, la que reduce lo real a lo material. Por su parte, los sabios nos recuerdan una y otra vez que no necesitamos conocer todas esas respuestas para empezar a vivir lo que ya somos, Eso que queda cuando se silencia la mente. Y lo que descubrimos entonces es que, admirablemente, Eso es consciencia. De la fraternal “iglesia doméstica” a la clerical “iglesia domesticada”
Gracias, Pepe, por esta reflexión tan llena de luz humana y evangélica. La suscribo. Me siento honrado al poderla publicar en este Blog que invita a “atreverse a orar” en público, en la sinceridad que exige el Jesús del evangelio, aquel que “no necesitaba que nadie le informase sobre el hombre, pues él conocía lo que el hombre lleva dentro” (Jn 2, 25). (Rufo González) Escribe Pepe Mallo: “Ya sabéis que los proclamados jefes de las naciones los gobiernan con despotismo y los poderosos los oprimen con su poder. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, que se haga el siervo de todos” (Mc 10,42-45). “Debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia” No sé si se puede decir más claro, con más rotundidad, con más osadía. Pero las palabras del papa Francisco son así de claras, rotundas y osadas: “Debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia”. Y más recientemente en su viaje a Colombia: “Es un imperativo superar el clericalismo que infantiliza a los laicos y empobrece la identidad de los ministros ordenados”. El clericalismo es un virus que la Iglesia católica ha venido incubando durante siglos. Y es que el clericalismo representa la “es-clero-sis” de la Iglesia. Es la expresión de un enfoque de Iglesia que solo cumple con objetivos de poder, dominación y control sobre las personas. Se trata de la “dictadura del clero”, de un sagrado “despotismo ilustrado”: “Todo para el pueblo (de Dios) pero sin el pueblo (de Dios)”. Hago y deshago, organizo y desorganizo, pongo y compongo, apruebo y desapruebo, incluyo y excluyo… Implacable autoridad, incuestionable, severa e inhumana La oposición clérigo-laico constituye una situación patológica dentro de la Iglesia. La tarea de los portavoces del clericalismo consiste en crear un público devoto, fervoroso, pasivo y obediente, no un colaborador participante en la toma de decisiones, sino un siervo fiel. Se trata de crear una comunidad atomizada y aislada; que no consiga organizarse y ejercer sus capacidades para desbaratar todo el tinglado de la concentración del poder. Y para que el mecanismo funcione, es necesaria, también, la domesticación, el adoctrinamiento; generar una mentalidad de “rebaño”, no en el sentido evangélico sino de “manada”. Hacer que los creyentes huyan de todo criterio personal y caigan en las redes del dogmatismo o la clerical interpretación de los Evangelios. Es decir, que se crean su propio “cuento” y lo justifiquen por autocomplacencia, pragmatismo puro o exacerbada egolatría. Confunden la autoridad con el poder. El poder persigue un único razonamiento, un solo orden, un exclusivo arbitraje infalible e intransigente. Quienes levanten la voz y se aparten del rebaño serán denigrados, hostigados y/o castigados. El clericalismo surgió del poder, en el poder y para el poder La Iglesia se constituyó en una sociedad jurídica perfecta, con pleno poder legislativo, judicial y coactivo; organizada y estructurada de arriba-abajo, con sus leyes y derechos, presidida por la jerarquía y el clero, escoltados por los fieles súbditos. Y así nos encontramos con un modelo único de Iglesia férreamente mantenido en torno a los clérigos. El clericalismo ha secuestrado al Espíritu Santo intentando convencer al “rebaño” de que los clérigos son “representantes de Dios”, que han sido “consagrados”, o sea, incorporados al espacio de lo sagrado, “divinizados”. Se arrogan el privilegio de haber sido elegidos especialmente por Cristo. Incluso hablan en nombre de Dios secuestrando la portavocía al Espíritu. Y en nombre de Dios dictan “sus” leyes a “su” arbitrio. Curas dueños de sus parroquias y obispos señores de sus diócesis, propiedad feudal. Son celosos de su poder y lo único que piensan es en la silenciosa obediencia ciega de sus súbditos. Un poder de arrogancia, soberbia y poderío, sobre otros seres humanos a los que se les ha quitado la voz. Un poder central cerrado y embriagado de autoridad. Ejercen la autoridad como si ellos fueran dueños de la Iglesia. Lo hacen con el pretexto de la doctrina y de la tradición, pero en el fondo es un abuso de poder, ejercitado no fraternalmente sino impositivamente. La antítesis de esta teoría se encuentra en el Evangelio Jesús defendió a toda costa la igualdad, en dignidad y derechos, de todos los seres humanos. En el Nuevo Testamento no hallamos ningún sistema de gobierno eclesiástico artificiosamente elaborado. Todos los miembros de la comunidad eran iguales y ejercían libremente los dones y carismas del Espíritu a favor de la comunidad. A medida que se fue perdiendo el primitivo concepto de “iglesia doméstica”, empezó a ganar terreno el espíritu clerical que dio lugar a la “iglesia domesticada”. El clericalismo reemplaza a Dios e instaura un proceso de deificación: la “Santa Iglesia”. La Iglesia ha asumido los excelsos atributos referidos a Dios, pero no ha asimilado los valores divinos que precisamente expresan el abajamiento, la kénosis del Hijo de Dios: “Se despojó de su rango”. Una religión que reemplaza a Dios, gobernada por una clericracia autocrática y autosuficiente, dedicada a mantener privilegios del pasado, desinteresada de los hombres y mujeres. Francisco habla de “sinodalidad” La palabra “Sínodo” significa “hacer juntos el camino”. En su discurso en la Conmemoración del 50° Aniversario de la Institución del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015, afirmó: “Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra `Sínodo´. Caminar juntos –laicos, pastores, Obispo de Roma– es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica”. Sinodalidad no es democracia, pero se asemeja, porque democracia significa el “gobierno del pueblo” y la sinodalidad supone consulta y escucha de todo el pueblo de Dios, no solo de una parte, la clerical. La sinodalidad es igualdad; el clericalismo es desigualdad, diferencia. La sinodalidad exige acercamiento, comunión, colaboración, corresponsabilidad en las parroquias. Acciones que un buen número de obispos y sacerdotes ignoran o repudian. El clericalismo lleva a la manipulación del laicado. Tratándolo como “mandaderos”, coarta las diversas iniciativas y esfuerzos. Lejos de impulsar las distintas propuestas y proyectos, poco a poco va apagando el espíritu profético que la Iglesia “toda” está llamada a testimoniar en el corazón de las parroquias . Confirmo lo dicho con algún ejemplo En una conversación que mantuve con el nuevo rector de mi iglesia sobre el modelo de parroquia que se debía instaurar (yo diría “restaurar”), le pregunté si pensaba restablecer el Consejo Parroquial, como ya existía anteriormente y que está prescrito por ley. La respuesta delata su verdadera actitud: “El Consejo es un órgano meramente consultivo. Y si necesito consultar con alguien, yo ya tengo mis propios asesores. Así que no lo necesito para nada”. Demostración de un evidente desprecio hacia los seglares. Pienso que este señor no escucha ni lee al papa Francisco que con rotundidad espantosa afirma sin paños calientes: “Un párroco sin Consejo pastoral corre el riesgo de llevar la parroquia adelante con un estilo clerical, y debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia. El clericalismo hace mal, no deja crecer a la parroquia, no deja crecer a los laicos. El clericalismo confunde la figura del párroco, porque no se sabe si es un cura, un sacerdote o un patrón de empresa” (Visita a la Parroquia romana de Santo Tomás Apóstol 16-2-2014). La fobia contra el Papa Se comprende por qué hay tanta gente creyente –incluso muy religiosa – que no disimula su rechazo, y no menos su enfrentamiento con el papa Francisco. La fobia común de todos sus opositores está marcada, sin duda, por el clericalismo. Jesús nunca reivindicó ningún reino para sí. Todo lo contrario, dijo expresamente que, “el que quiera ser primero, sea el servidor”. Afirmó de palabra y con su vida, que él “no venía a ser servido, sino a servir”. Después del ayuno en el desierto, el ser dueño y señor del mundo se le presenta como una tentación. ¿No hemos ocupado el lugar del tentador, cuando, sin pedirle consentimiento, le hemos dado todos los reinos del mundo? Jesús criticó muy duramente todo poder. Después de la multiplicación de los panes, nos dice Juan: "Viendo que querían echarle mano para proclamarle rey, se retiró a la montaña."
¿No hemos superado la burla macabra de los soldados, poniéndole una corona de oro, un manto real y un cetro cargado de brillantes? O no he entendido nada del evangelio o este cetro y esta corona es mucho más denigrante para Jesús, que la caña y las espinas. Cuando Pilato pone el título sobre la cruz, "Éste es el rey de los judíos", lo hace para burlarse de él y de los judíos. ¿No será también una burla llamarle rey del universo? ¿Cómo surge esta tergiversación del mensaje de Jesús? Nuestro ego narcisista está incapacitado para asumir su desaparición. Tiene una capacidad increíble para revolverse sobre la punta de una aguja y salirse con la suya. Como la propuesta de Jesús era inasumible, la presenta como una estrategia para conseguir plenitud de gloria. Así, cuando Jesús dice que la meta de su vida es el don total a los demás, el ego la interpreta como el único medio para ser glorificado por Dios. Una vez presentada así la trayectoria de Jesús, será muy fácil hacernos ver que la nuestra debe seguir el mismo camino. El ser humano, como la vela, está hecho para dar luz, pero la vela, nada más encenderla, se empieza a consumir. La vela, hasta que no es encendida, es un trasto que rueda por los cajones. El día que se va al luz, la buscamos y la encendemos. En ese momento empieza a ser vela. Nuestro ego nos impide aceptar esta perspectiva. Nada ni nadie le puede convencer de que su objetivo es desaparecer, menos aún, en beneficio de los demás. El colmo del desastre fue que descubrió la manera de emplear toda la parafernalia espiritual para conseguir su propio objetivo. No hay forma de que pueda cambiar de perspectiva. Fijaros qué contradicción. Para celebrar la gloria de Jesús recordamos el momento de su vida donde mejor dejó reflejada su actitud vital, la eucaristía. Yo, como el pan, me parto y me vuelvo a partir para que me coman. Me dejo masticar, tragar, asimilar para alimentar a otros, aunque sea a costa de desaparecer. Yo entrego mi vida (mi sangre) a los demás para que la hagan suya y puedan trasformar su propia vida. La sangre solo se puede entregar a costa de la propia vida. Si la doy a los demás, me quedaré sin ella. Todo esto lo celebramos como un rito más, pero para nada condiciona mi propia existencia. Sin duda, el Reino de Dios fue el centro de la predicación de Jesús. La imagen de Dios como rey de Israel se remonta a la época de la entrada en Palestina del pueblo judío. Para un nómada nada podía significar la idea de un rey; pero cuando entran en contacto con las estructuras sociales de la gente que vivía en ciudades, los israelitas piden a Dios un rey. Esto fue interpretado por los profetas, como una traición a Yahvé. Poco a poco se va enriqueciendo esa idea y termina por ser la imagen clave para la apocalíptica. El final de la historia será un Reino de Dios que termina por sobreponerse a todos los demás. Solo en este contexto cultural podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo, el contenido que le da es muy distinto. En tiempo de Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios, del que van a quedar excluidos lo que se creían buenos y van a entrar las prostitutas, los pecadores, los marginados. Los gentiles serán llamados y muchos judíos quedarán fuera. El Reino predicado por Jesús ya está aquí, ha comenzado ya: "el Reino de Dios está dentro de vosotros”. Esta idea desbarata todo nuestro montaje sobre el reino de Dios. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un Reino que es Dios, no de que Dios tenga un reino. Haremos que se vea con nuestra manera de actuar, pero solo después de haber descubierto su presencia en lo más hondo de nuestro corazón. Es un reinado del AMOR. No es un reino de personas físicas, sino de actitudes vitales. Cuando me acerco al que me necesita preocupándome por él, hago presente el Reino de Dios. Cuando Pilato le pregunta si es rey, contesta Jesús: “mi reino no es de este mundo”. No quiere decir que vendrá después o que estará en otro lugar, sino que no tiene nada que ver con lo que él entendía por reino. Al insistir Pilato, Jesús le dice: "sí, soy rey, yo para esto he venido al mundo, para ser testigo de la verdad." Ser testigo de la verdad, ser auténtico, ser verdad, es la única manera de ser dueño de sí mismo, y por la tanto de ser dueña de la realidad entera. Jesús es rey de sí mismo y así es Rey en absoluto. El Reino de Dios, lo divino que nos inunda, es un fermento, un alma, una luz que transforma mi ser y toda la realidad. Se manifiesta como una cualidad, pero en realidad, es mi esencia. Yo tengo que esforzarme por hacerla surgir desde lo hondo de mí mismo, aceptando que viene a absorberme. Es necesario que tras haber cooperado con todas mis fuerzas a hacerla brotar, consienta en la comunión, en la que mi propia individualidad se hundirá y acepte convertirme en su alimento (Teilhard de Chardin). Después de lo dicho podemos comprender que no se trata de entronizar a Jesús ni antes ni después de morir. Lo Crístico, es decir, lo que significa y encarna la figura de Jesús, es lo que tiene que reinar entre nosotros. Cuando decimos: reina la armonía, reina la paz, etc. estamos hablando de un ambiente envolvente que permite su desarrollo. Hablar del reinado de Cristo significa que su mismo espíritu mueve también nuestra existencia. En el relato que hemos leído, encontramos la clave de la encarnación. Dios no se hace un hombre, sino que se hace hombre. El que juzga es el Hombre, el punto de contraste para valorar una vida humana es la semejanza con Jesús “el Hombre”. No tenemos que esperar ningún juicio desde fuera. Mis actitudes van manifestando en cada momento el grado de identificación con el modelo de Hombre. En la medida que me identifique con el modelo, me salvo; en la medida que me separe de él, me voy condenando. Hemos conseguido un cristianismo cómodo colocando a Dios en el cielo. Sería demasiado peligroso descubrir a Dios encarnado en cada uno de los seres humanos que nos rodean. Pero no hay escapatoria. Dios es encarnación y lo tenemos que descubrir en las criaturas. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. La pregunta de los rechazados deja bien claro que, si hubieran descubierto la presencia de Dios en el necesitado, lo hubieran socorrido. La tarea es descubrir lo que somos. Meditación A Dios no le servimos para nada. Los demás sí necesitan de nosotros. Si quieres llegar a Dios cuida del otro. En él lo encontrarás pobre y necesitado. Al cuidar con amor de sus heridas, restañarás las tuyas. El último domingo del año litúrgico se dedica a celebrar la victoria del Señor, después de haber recordado los momentos difíciles y duros de su vida. Pero las lecturas no nos hablan de una celebración de campanas al vuelo y ceremonias deslumbrantes. Hablan de lo bien que se porta Cristo Rey con nosotros y de la respuesta que espera de nuestra parte.
Primer regalo: su preocupación por nosotros (lectura de Ezequiel) En el Antiguo Oriente, la imagen habitual para hablar del rey era la del pastor. Simbolizaba la preocupación y el sacrificio por su pueblo, como la de un pastor por su rebaño. En la práctica, no siempre era así. El c. 34 de Ezequiel habla de los reyes judíos como malos pastores que han abusado de su pueblo y luego se han desinteresado de él y lo han abandonado cuando se produjo la caída de Jerusalén y la deportación a Babilonia. Pero Dios no permanece impasible: eliminará a esos malos reyes y ocupará su puesto haciendo dos cosas: 1) como Rey-pastor, buscará a sus ovejas, las cuidará, etc. 2) como Rey-juez, juzgará a su rebaño, defendiendo a las ovejas y salvándolas de los machos cabríos (por eso llamamos en España “cabrones” a los que se portan mal con otros). El texto del evangelio (el Juicio Final) empalma con el segundo tema. Pero la liturgia se ha centrado en el primero, que subraya la preocupación de Dios por su pueblo. Es interesante advertir la cantidad de acciones que subrayan su amor e interés: «seguiré el rastro de mis ovejas, las libraré, apacentaré, las haré sestear, buscaré, recogeré, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas». En el contexto de la fiesta de hoy, estas frases habría que aplicarlas a Jesús y ofrecen una imagen muy distinta de Cristo Rey: no lo caracterizan el esplendor y la gloria sino su cercanía y entrega plena a todos nosotros. Buen momento para recordar cómo se ha comportado con cada uno, buscándonos, librándonos, curando... Segundo regalo: victoria sobre la muerte (lectura la 1ª carta a los Corintios) Pablo, influido por las campañas romanas de su tiempo, presenta a Dios Padre como el gran emperador que termina triunfando y sometiendo todo. Pero quien guerrea en su nombre es Cristo, que debe enfrentarse a numerosos enemigos. El último de ellos, el más peligroso, es la muerte, a la que Jesús vence en el momento de resucitar. De esa victoria sobre la muerte participamos también todos nosotros. El fin del año litúrgico, que recuerda el fin de la vida, es un momento adecuado para superar la incertidumbre y la angustia ante la muerte y agradecer la esperanza de la resurrección. Una condición (evangelio) El evangelio no se centra en el triunfo de Cristo, que da por supuesto, sino en la conducta que debemos tener para participar de su Reino. La parábola es tan famosa y clara que no precisa comentario, sino intentar vivirla. Indico algunos datos de interés. 1. A diferencia de otras presentaciones del Juicio Final en la Apocalíptica judía, quien lo lleva a cabo no es Dios, sino el Hijo del Hombre, Jesús. Es él quien se sienta en el trono real y el que actúa como rey, premiando y castigando. 2. Los criterios para premiar o condenar se orientan exclusivamente en la línea de preocupación por los más débiles: los que tienen hambre, sed, son extranjeros, están desnudos, enfermos o en la cárcel. Estas fórmulas tienen un origen muy antiguo. En Egipto, en el capítulo 125 del Libro de los Muertos, encontramos algo parecido: «Yo di pan al hambriento y agua al que padecía sed; di vestido al hombre desnudo y una barca al náufrago». Dentro del AT, la formulación más parecida es la del c.58 de Isaías: «El ayuno que yo quiero es éste: partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne.» Lo único que Jesús tendrá en cuenta a la hora de juzgarnos será si en nuestra vida se han dado o no estas acciones capitales. Otras cosas a las que a veces damos tanta importancia (creencias, prácticas religiosas, vida de oración...) ni siquiera se mencionan. 3. La novedad absoluta del planteamiento de Jesús es que lo que se ha hecho con estas personas débiles se ha hecho con Él. Algo tan sorprendente que extraña por igual a los condenados y a los salvados. Ninguno de ellos ha actuado o dejado de actuar pensando en Jesús; pero esto es secundario. La imagen del Hijo del Hombre sentado en el trono, separando las cabras de las ovejas, donde las primeras sufren un castigo eterno, mientras que las segundas se quedan con Él, nos deja algo perplejos y con un nudo en la garganta. Cuesta reconocer a un pastor bueno tan selectivo. ¿Cómo leer en este relato la buena noticia del evangelio?
En primer lugar, hay que situar la narración en un contexto rural. Y la gente del campo maneja un dato fundamental: que las cabras van más a su aire, mientras que a las ovejas les gusta la pertenencia y por eso necesitan estar en un rebaño y dejarse guiar por su dueño. Las ovejas no son más perfectas que otras criaturas, sino menos independientes; se comprenden a sí mismas en el grupo, y tienen en cuenta a las demás. En segundo lugar, no debemos perder de vista el carácter del Señor (que lo mantiene siempre). El profeta Ezequiel ya adelantaba en la primera lectura que el modo de proceder de Dios es salir permanentemente por los caminos a buscar en persona a los descarriados y a los enfermos para curarlos y llevarlos con Él. Nunca nos da por perdidos. Jesús se encargó una y otra vez de ratificar esta idea en múltiples parábolas en las que nos dibujó un buen retrato de sí mismo. Capaz de dejarlo todo por una sola oveja extraviada. En tercer lugar, recordar que Jesucristo ha vencido a la muerte para ensanchar la vida. La acción más importante y definitiva que el Señor ha hecho sobre la historia ha sido precisamente abrir ya aquí la puerta a un reino que no tiene fin, en el que Él es Rey sin dejar de ser ese Pastor que nos mima y cuida continuamente. Este es el verdadero significado de la festividad de hoy: este modo de ser Señor. Por último, caer en la cuenta de que, entonces, lo que nos queda por hacer, es estar en sintonía con Él (incluso aunque no le reconozcamos ni sepamos pronunciar su nombre). La praxis de la misericordia y la compasión es lo que más nos asemeja y acerca a Dios; mientras que el desprecio y la indiferencia ante el sufrimiento de los otros es lo que más nos aleja. El Señor no nos condena, al contrario; sería absurdo e incompatible con todo lo que ha hecho y sigue haciendo por nosotros. La propuesta de esta narración del evangelio justamente ahonda en esta misma dirección, porque nos invita a reflexionar en la radicalidad de la misericordia y a concluir que, entre el modo de ser de este Rey Pastor y el del egoísmo existen “diferencias irreconciliables”. La indiferencia y el desprecio no van con Él, allí nunca lo encontraremos. Únicamente en el amor hacia nosotros mismos y hacia los otros, experimentaremos liberación y salvación. Todo el mundo sabe que ser cristiano o cristiana es mucho más que ir a Misa los domingos y no robar ni matar. “Creer es comprometerse”, y lo complicado es el compromiso de los cristianos. ¿A qué nos comprometemos? Es algo muy personal, no es una obligación impuesta por las normas más o menos dogmáticas de la Iglesia. Lo difícil es el compromiso serio con las personas empobrecidas. Es una característica de las personas creyentes sean de derechas o de izquierdas, el ocuparse y preocuparse por la pobreza, por las desigualdades sociales, por los últimos de la sociedad.
Todos y todas somos muy cristianos mientras no nos toquen el bolsillo. Ser cristiano de verdad es ser solidario con las personas empobrecidas. Es tomarse en serio lo que llamamos “opción por los pobres”. Jon Sobrino decía: “No hay opción por los pobres sin decisión a defenderlos. Y por lo tanto, sin una decisión a introducirse en el conflicto histórico. Esto no suele ser muy tenido en cuenta. Ni siquiera teóricamente. Pero, digámoslo una vez más: no hay opción por los pobres sin arriesgar”.Hasta aquí Jon Sobrino. No cabe duda que la decisión personal y comunitaria de los cristianos/as de base es la defensa de las personas empobrecidas. Las defendemos cuando vamos a las mareas blanca y verde, denunciamos el silencio de la jerarquía ante el drama de los refugiados. Hacemos declaraciones en contra de las desigualdades sociales. Estamos de acuerdo con los partidos más radicales. La mayoría somos antisistema. Escribimos cosas contra el capitalismo. Más todavía, participamos en comprometidas Eucaristías, asistimos a foros sociales, hacemos reflexiones profundas sobre la justicia, buscamos un conocimiento más profundo de los Evangelios, defendemos los Derechos humanos, estamos por una Ecología radical, y mucha solidaridad con América Latina. Todas esas cosas son buenas, necesarias para mantener la tensión de la fe, pero insuficientes, si no llegamos al bolsillo ¿Qué más podemos hacer? La exigencia fundamental es una exigencia de justicia social, lo mismo para creyentes que para las personas no creyentes. El punto decisivo, lo mismo para unos que para otras, es el de la propiedad, el del dinero. El problema es el bolsillo. ¿Qué pasa con el bolsillo? Que es un tema tabú. Eso no se puede tocar porque saltan chispas. Tocamos lo más sagrado que hay, la propiedad privada. Es lo propio de la mentalidad capitalista. Mi dinero es mío ha sido fruto del trabajo de toda mi vida y hago con él lo que me da la gana. Y nos cuesta trabajo ver que las necesidades básicas de la mayoría de la gente, no están cubiertas. Cada Ser Humano es igual a otro Ser Humano, las personas empobrecidas tienen la misma piel que tu y que yo. No es fácil exigirnos lo que nos corresponde a cada uno de nosotros, creyentes o no, en conciencia, por estricto deber moral, no por imperativo legal de la hacienda pública. Nos podíamos preguntar, si queremos ser coherentes con la opción por las personas empobrecidas. ¿Qué es lo que arriesgamos los creyentes? Mientras no nos toquen el bolsillo somos un ejemplo de compromiso sociopolítico. Repito, el punto clave de la ética y de la fe en Jesús es el bolsillo, no solo las tertulias cristianas, la celebración de la eucaristía o las clases de Biblia, y los compromisos sociales, todo eso también es muy conveniente, es necesario, pero no es suficiente. Jesús dijo claramente, “No podéis servir a Dios y al dinero”. “Si quieres ser perfecta, vende lo que tienes dalo a los pobres y sígueme” Darlo a los pobres, dice Jesús, no a la familia o a los amigos y amigas. Servir al dinero es lo que hacen muchos que se identifican con los objetivos del capitalismo liberal, como es el deseo de acumular beneficios, no de repartir o de compartir. El dar de comer al hambriento no es sólo un imperativo ético de justicia distributiva, sino que al mismo tiempo, para los creyentes, es una exigencia de fe. Es un postulado evangélico que se preocupa de los últimos. No se puede servir a Dios y al dinero, a la propiedad. Nosotros y nosotras vivimos muy bien, muy cómodamente, pero hay muchísimos millones de personas que no viven, que se mueren cada día de hambre o de miseria o todo junto, o que se van muriendo lentamente. Tenemos de todo, no nos falta de nada, y la mayoría de los Seres Humanos apenas tienen lo necesario para vivir. En un cartel de la comunidad de Sto Tomás de Aquino, de Madrid, ejemplar en muchos aspectos, dice lo siguiente: “no os canséis de dar pero no deis de las sobras, dad hasta sentirlo, dar hasta que duela”. Dar de lo que tenemos en la cuenta corriente, dar de la pensión, de lo que tenemos, si es mucho, mucho si es poco, poco. Pero, siempre dar. Si en el 31 de diciembre tengo más dinero en mi cuenta corriente, que en enero de ese mismo año, se puede decir que me he enriquecido. Si he dado algo en ese año, he dado de lo que me sobra, pero no he compartido nada. Es complicado crecer económicamente y al mismo tiempo ser solidario de verdad con las personas empobrecidas. Faltaría más..., claro que el "no es no". Claro que lo que ocurrió en ese oscuro portal pamplonica es a todas luces reprobable, claro que son imprescindibles al día de hoy todas las campañas contra las agresiones machistas. Sin embargo amén de la denuncia, quizás merezca la pena adentrarnos en el mundo de las causas. Quizás también preguntarnos por el tabú de unas fiestas siempre tan al borde, indagar en las razones y orígenes de una violencia machista aún vigente para nuestro sonrojo; quizás empezar a cuestionar la diaria catarata de imágenes en las que la agresividad del hombre va imponiendo su trasnochada ley, así en la pantallas grandes como en las pequeñas. En un mundo de extraordinaria violencia visual, disparates como el del portal pueden estar servidos.
¿Detrás de la manada, sólo la manada...? ¿O es hora de comenzar a cuestionar también un ocio descontrolado, explosivo o es también hora de comenzar a colocar interrogante a un modelo social que busca desesperadamente esa catarsis festiva para poder mantener un apurado equilibrio el resto del año? Hay que frenar el atropello, la violación atávica que aún busca siniestros portales, cómplices sombras todavía en nuestros días, pero no sé si otra "manada" de otro género es la solución más adecuada a modo de respuesta. Quizás mejor que "manada contra manada", comunidad consciente y despierta contra el impulso agresivo y la ley de la caverna. Detrás de esa manada, muchas manadas sembrando bochorno a lo largo de la historia, por eso quizás recuperar al humano con autodominio y superior aspiración, al humano que trata de controlar sus impulsos y mirar a la cumbre de su realización. A la justicia le atañe frenar la violencia y el abuso machista, pero a nosotros/as seguramente repensar esa sexualidad banal y frívola, de acelerado y vulgar consumo que se prodiga como modelo. En algún recodo de la historia, en alguna esquina en fiestas con fondo de cohetes y duro rock and roll, despedir sin nostalgia al animal que nos acompaña y lastra. La evolución no ha de ser en balde. Si ayer manada, hoy ya toca comunión de seres libremente unidos, hombres y mujeres conscientes, por supuesto respetuosos, sobre todo resueltos a rehacerse a sí mismos, a rehacer esta sociedad. "No es no", pero ni siquiera sea preciso decir que no, porque un sexo excelso vendrá derrumbado de cariño, como culminación del idilio, como cumbre del compromiso, como exaltación del amor. La Ley del libre albedrío arranca por supuesto en la esfera más íntima. El consentimiento es imprescindible a la hora de entregar algo tan sagrado como es la epidermis. Quien se lo salta merece todo el peso de la justicia de abajo y de Arriba. "No es no", hay que salir de esos tristes portales donde se impone la ley del más bruto, pero igual hay que salir también del San Fermín alocado, de la sociedad materialista que genera tanto desequilibrio, del paradigma hedonista y desnortado ya agotado. Quede atrás el deambuleo a cuatro patas, el apetito sin rienda, el copular sin permiso de ella. Los gregarismos ahogan al ser. No trote una humana manada desbocada en ningún coso. Toca sumar a partir de algo más elevado y emancipador que la entrepierna. "No es no", el triste, el condenable episodio que llena estos días los medios de comunicación, sirva, más allá de colocar a los agresores en el lugar que la justicia dictamine, para reflexionar entre todos/as seriamente sobre nuestra sociedad aún tan violenta y el modelo de relaciones que fomenta, sobre el tipo de fiestas en las que a menudo nos solazamos y el sexo bronco, apresurado que con demasiada frecuencia culmina el desenfreno. ¿Y si a la postre toda relación sexual era trascendente, sagrada? Nada de esto se enseña en las escuelas junto a los logaritmos y los verbos irregulares en inglés. ¿Y si después de todo, esa energía que nos había dado Dios, no era para derrocharla, sino para que alumbráramos nueva vida? ¿Y si se trataba igualmente de transmutarla y de esa forma abandonar manada, evolucionar, alcanzar nuestras más elevadas metas de realización espiritual...? Me choca. Un año seco. Y en la plaza de mi pueblo, entre adoquín y adoquín crece la hierba. Al verlo recuerdo aquello que dice Ernesto Sábato “a la vida le basta una grieta para renacer”. En medio de la sequedad, surge la vida. Y esto ocurre también en nuestra historia de cada día.
Es una sorpresa constante. Cuando hay cosas que parecen imposibles, se dan… Porque Dios está en lo más profundo de la vida, en las periferias, en los arcenes, aunque de vez en cuando los camineros limpian la hierba… Y vivimos el milagro día a día. Dios se ha metido en lo más profundo de la vida, porque Dios ha derribado del trono a los poderosos y ha ensalzado a los humildes”. Por eso, si el mundo tiene arreglo es desde los pequeños, los débiles, porque Dios se ha caído ahí y actúa. La hierba crece entre adoquines, porque hay humedad, aunque parece que no ha llovido. Dios siempre es agua en el fondo de las cosas y de la vida. En el mundo derribado, surgen las grandes obras. Es cuestión de buscar esos resquicios de la vida, esas fisuras, esos fracasos para descubrir que la Vida surge. Cuando vamos viviendo la fragilidad y llegamos a la ancianidad, caemos en los brazos de Dios… Y como los niños pequeños, que están llorando, el Padre nos mece y nos quita la tristeza y el dolor. Hay que saber descubrir los resquicios de la vida y confiar en que de ahí surgen la hierba, los proyectos, las respuestas. Es un fenómeno que veo a diario: personas impedidas, que van sobre sus sillas de ruedas; caminan, actúan… Y lo mismo percibo en el interior de la gente. Sobre los resquicios de su carácter, de sus debilidades, llegan a realizar maravillas cuando se les ayuda a descubrir sus posibilidades, por pequeñas que sean. Vemos que grandes músicos, pintores, escritores, han sido personas débiles, con grandes resquicios. Si cada uno llegamos a descubrir esas grietas, entre fallo y fallo, aparece el genio y las maravillas que realiza. En los enfermos, leprosos, heridos del evangelio…, aparece la confianza en Jesús y en sí mismos; y de ahí brota la curación: “tu fe te ha salvado”. En momentos de duda, de interrogantes, de fracaso, es muy importante que surja la confianza, y rompe de nuevo la luz y la vida. |
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