Este domingo y los tres siguientes se lee el «Debate sobre el pan de vida», que continúa el tema de la multiplicación de los panes y los peces (el domingo pasado no se leyó por coincidir con la fiesta de Santiago). El inconveniente de dividir el debate y sus consecuencias en cuatro domingos es que se pierde su fuerte tensión dramática. Considero importante ofrecer una visión de conjunto, aunque haya que anticipar datos de los próximos domingos.
Los interlocutores del debate Los interlocutores de Jesús, aunque resulte extraño, cambian: al principio son los galileos que se beneficiaron del milagro de la multiplicación de los panes; cuando el debate adquiere un tono polémico, son los judíos quienes «critican» a Jesús y «discuten entre ellos». Pero su reacción final, cuando termina de hablar Jesús, no se cuenta. El protagonismo pasa a muchos de sus discípulos [de Jesús], que «se escandalizan» y lo abandonan. Al final, solo quedan los doce. Los tres puntos principales del debate Los debates y discursos de Jesús en el evangelio de Juan, aunque largos y complicados, se pueden resumir en pocas ideas. En este podemos distinguir tres, estrechamente relacionadas. 1. La «vida eterna» (vv.27.40.47.54), «la vida» (v.33.53), «vivir para siempre» (v.51.58). Es un tema obsesivo del cuarto evangelio, que comienza afirmando que «el Verbo era vida» y lo ejemplifica en la resurrección de Lázaro, donde Jesús se muestra como «la resurrección y la vida». Recuerda lo que decía Miguel de Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra ella, lo que pasa es que no me da la gana de morirme». 2. Esa vida eterna se consigue comiendo «el pan de la vida» (v.35.48.51), «el verdadero pan que da la vida al mundo» (v.33.51), «el pan que ha bajado del cielo» (v.41.50.58). Al que come de ese pan, Jesús «lo resucitará en el último día» (vv.39.40.44.54). 3. Los dos temas anteriores están muy vinculados al de la fe en Jesús: «lo que Dios quiere es que creáis en el que ha enviado» (v.29); «el que cree en mí nunca tendrá sed» (v.35); «el que cree en mí tiene la vida eterna» (v.47). Por eso, los discípulos que abandonan a Jesús lo hacen porque «no creían» (v.64); en cambio, los Doce, como afirma Pedro, «hemos creído y sabemos que tú eres el santo de Dios» (v. 69). Por consiguiente, al hablar del «pan de vida», la fuerza capital recae en «la vida», esa vida eterna a la que Jesús nos resucitará en el último día. Igual que la comida no es un fin en sí misma, sino un medio para subsistir, el pan eucarístico está directamente enfocado a la obtención de la inmortalidad. Quien comulga, como algunos corintios, sin creer en la otra vida, no es consciente de la estrecha relación entre eucaristía y vida eterna. El desarrollo del debate y sus consecuencias En el texto litúrgico (que suprime el pasaje 6,36-40) podemos distinguir tres grandes partes (domingos 18, 19, 20), centradas en el diálogo entre Jesús y los presentes en la sinagoga de Cafarnaúm. Todo termina con la reacción tan distinta de muchos discípulos y de los Doce (domingo 21). La primera parte (domingo 18), que desarrollaré luego, termina con una revelación inimaginable por parte de Jesús: «Yo soy el pan de vida», «el que baja del cielo y da la vida al mundo». La segunda (domingo 19) comienza con la reacción crítica de los judíos ante la pretensión de Jesús de haber bajado del cielo. Imposible: conocen a su padre y a su madre. Pero él termina con una afirmación más desconcertante aun: «el pan que yo daré es mi carne». La tercera (domingo 20) empalma con la afirmación anterior: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Los judíos llevan razón. Parece imposible, absurdo. Jesús no lo explica ni matiza. Insiste en que comer su carne y beber su sangre es la única forma de conseguir la vida eterna. Con lo anterior termina del debate, sin que se diga cómo reaccionan los judíos. Pero sí se indica la reacción de los discípulos (domingo 21), distinguiendo entre el escándalo de mucho de ellos y la respuesta positiva de los Doce. Notas al debate 1. Aunque las ideas puedan resultar claras, son difíciles de aceptar. La reacción normal de los oyentes es que les están tomando el pelo, que Jesús está loco, o que es un blasfemo. Una persona a la que conocen de pequeño, igual que a su familia, tiene que haberse vuelto loca para decir que ha bajado del cielo, que es superior a Moisés, que quien viene a él no tendrá nunca hambre ni sed, que es preciso comer su cuerpo y beber su sangre, como si ellos fuesen caníbales. 2. Jesús recurre a la ironía («me buscáis porque os hartasteis de comer»), al escándalo (rebajando la importancia del maná) y a expresiones simbólicas desconcertantes (comer su carne y beber su sangre). Con ello pretende lo contrario que los políticos actuales: que solo lo siga un grupo selecto, aquellos que «le trae el Padre». Este enfoque desconcertante del cuarto evangelio se basa probablemente en la experiencia posterior a la muerte de Jesús, y pretende explicar por qué la mayoría de los judíos no lo aceptó como enviado de Dios. 3. El debate no reproduce lo ocurrido al pie de la letra, es elaboración del autor del cuarto evangelio. Él sabe que sus lectores, su comunidad, entenderá rectamente los símbolos. Cuando Jesús dice que «mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida», que hay que comer su cuerpo y beber su sangre, saben que no se trata de comer un trozo de su brazo o beber un vaso de su sangre; se refiere a la eucaristía, al pan y la copa de vino que comparten. 4. Desde un punto de vista pastoral, si el tema ya era complicado y escandaloso para muchos discípulos, los teólogos se han encargado de complicarlo aún más con el concepto de «transubstanciación». El que tenga dificultades sobre este punto podría acogerse a las palabras finales de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios». Y que los teólogos sigan discutiendo. La versión milagrosa del maná (Ex 16, 2-4.12-15) Ya que el evangelio hace referencia al don del maná, se lee la versión del libro del Éxodo, que lo une al de las codornices (pan y carne). Hay otra versión muy distinta del maná, nada milagrosa, en el libro de los Números 11,7-9. En este relato, el pueblo está harto de no comer más que maná. Y se añade: «El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y encima de él, el maná». Sin embargo, la versión que terminó imponiéndose fue la milagrosa, de un alimento que envía Dios desde el cielo, no cae los sábados para respetar el descanso sabático, todos recogen lo mismo, sabe a galletas de miel, y es tan maravilloso que hay que conservar dos litros en el Arca de la Alianza. Estos detalles han sido suprimidos en la versión litúrgica, que, sin embargo, mantiene a las codornices; podría haberlas dejado volando y nadie las echaría de menos. El maná y el pan de vida (Jn 6, 24-35) La introducción ha suprimido muchos datos. Después de la multiplicación de los panes y los peces, los discípulos se marchan en la barca mientras Jesús se retira al monte huyendo del deseo de la gente de hacerlo rey. Por la noche, cuando la barca está en peligro por un viento en contra, Jesús se aparece caminando sobre el agua, sube a la barca y al punto llegan a tierra. Lo anterior se ha suprimido. El relato comienza cuando la gente advierte la ausencia de Jesús y de los discípulos y va a Cafarnaúm en su busca. Empieza entonces el largo debate. La sección de hoy consta de cuatro intervenciones de la gente (tres preguntas y una petición), seguidas de cuatro respuestas de Jesús. Todo comienza con una pregunta muy sencilla: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús, en vez de responder a la pregunta, hace un suave reproche («me buscáis porque os hartasteis de comer») y les habla del alimento que dura hasta la vida eterna. Lo lógico sería que la gente preguntase cómo se consigue ese alimento; en cambio, pregunta cómo pueden hacer lo que Dios quiere. Y Jesús responde: lo que Dios quiere es que crean en aquel que ha enviado. Los galileos captan que Jesús habla de creer en él, y adoptan una postura más exigente: para creer en él deberá realizar un gran prodigio, como el del maná. Con la referencia al maná le ponen a Jesús el tema en bandeja. Enfrentándose a la tradición que presenta el maná como «pan del cielo» y «pan de ángeles», Jesús dice que el maná no se puede comparar con el verdadero pan del cielo, que no se limita a saciar el hambre, sino que da la vida al mundo. Los galileos reaccionan de forma parecida a la samaritana: «Señor, danos siempre de ese pan». La respuesta de Jesús no puede ser más desconcertante: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.» ¿Cómo reaccionará la gente? La solución el domingo próximo. «El hombre comió pan de ángeles» (Sal 77) El salmo alaba al Señor por su poder al alimentar al pueblo con el maná e introducirlo en «las santas fronteras» de la tierra prometida. Pensando en las palabras de Jesús, debemos alabarlo, no por aquel milagro pasado, sino por darnos cada día el verdadero pan del cielo.
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Rabí Yehudá ben Samuel sentía sobre sus hombros un pesado fardo que aumentaba cada vez que recordaba las palabras del salmo: “Lo que oímos y aprendimos y nos contaron nuestros padres, no lo encubriremos a nuestros hijos, lo contaremos a la siguiente generación: las glorias del Señor, y su poder, y las maravillas que realizó…”
Corrían tiempos difíciles y él no estaba seguro de poder comunicar a sus hijos esas maravillas. Vivían en un país de la diáspora, los niños se mezclaban con hijos de gentiles y, aunque aprendían hebreo en la Bet ha Midras, esa lengua ya no era la suya ni tenían ya la misma veneración por las costumbres judías que él había vivido en su infancia. Hacían preguntas que él de niño jamás se habría atrevido a hacer y había oído decir a su hijo mayor que el maná solo era semillas de cilantro que habían encontrado en el desierto: “Era como el que guarda mi madre en la despensa y no me extraña que nuestros padres se cansaran de comer lo mismo durante cuarenta años”. Por eso Rabí Yehudá se preparaba para narrarles aquella historia, así que tomó el rollo de la Torah y buscó el libro de Shemot. Cuando encontró el relato del maná, sintió una intensa emoción: “Toda la comunidad de Israel partió de Elim y llegó al desierto de Sin el día quince del segundo mes después de salir de Egipto y la comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y Aarón en el desierto diciendo: Nos habéis sacado de Egipto para matar de hambre a toda esta comunidad…” Así comenzaba el relato que se había convertido para él en el maestro que lo había iniciado en otro tipo de sabiduría y le había convertido en el creyente que ahora era. Cuando lo descubrió, estaba atravesando un tiempo de penurias y se había reconocido en las murmuraciones de los israelitas y en su fe vacilante. Más tarde le llegó un golpe de suerte y los tejidos que fabricaba subieron de valor pero, con la riqueza, llegaron las tentaciones: “Es mi habilidad para los negocios la que me ha hecho rico”, pensó. Pero las palabras de Moisés le curaban de su soberbia: “Es el Señor quien os da este pan…” Con las posesiones, llegó también la ansiedad por acumular pero tuvo un sueño liberador: al abrir las arcas en que almacenaba sus bienes, las encontraba llenas de gusanos, como el maná que se guardaba de un día para otro. También su afán por seguir produciendo sin detener el ritmo de los telares se le reveló, de pronto, como un gran pecado y volvió a guardar el Sábado como día dedicado al Señor, según había ordenado Moisés. Empezó también a obedecer la orden de “llevar porciones a los que no tenían” y se convirtió en un hombre generoso que compartía con esplendidez sus bienes con los pobres. Iba aprendiendo a conocer mejor la desmesurada misericordia de su Dios y a descubrirla como un manantial incesante de dones que colmaba de bienes su existencia. La llegada de sus hijos interrumpió sus recuerdos. Se quedaron de pie en torno a él y antes de comenzar su explicación, Rabí Yehudá pronunció la bendición: “Bendito eres, Señor Dios nuestro que nos rescataste de la esclavitud, nos hiciste vivir y en la abundancia nos alimentaste. Bendito eres Tú Señor, Rey del universo, que sacas para nosotros el pan de la tierra”. Y ellos respondieron: Amén, amén. Y se sentaron a escucharle. La Ley de la Eutanasia ya está en marcha con efectos prácticos en la ciudadanía a pesar de que ha sido recurrida. Como dato, apuntar que somos el primer Estado de tradición católica en aprobar una ley que garantiza la eutanasia. Holanda fue el primer país del mundo en legalizarla (2002) y a partir de ahí, han seguido sus pasos Bélgica, Luxemburgo, Canadá y Colombia. Portugal está en ello mientras que Nueva Zelanda tiene pendiente votar su aprobación en referéndum. Además, en Suiza, algunos Estados de EE UU y el Estado de Victoria en Australia se permite el suicidio asistido. En el resto del mundo, la eutanasia no está legalizada, da igual si los países son fundamentalistas o con honda cultura democrática, de izquierdas o de derechas. Curioso.
Entiendo perfectamente a las personas que sufren física y anímicamente de manera irreversible. No seré yo quien condene a nadie por intentar librarse de un dolor que condiciona totalmente su existencia a causa de enfermedades irreversibles que propician el sentimiento de inutilidad, depresión o la falta de sentido vital. Sin olvidar que dichos sufrimientos ponen a prueba sus fundamentos éticos y morales así como los de sus allegados. El núcleo central de esta cuestión se amplía al derecho a la vida y a su forma de entenderlo. Los cristianos estamos a favor no solo de la vida en general, sino de las personas concretas que viven y sufren entre nosotros. Por eso me llama la atención que en el debate sobre la eutanasia se obvie todo lo relacionado con los cuidados paliativos. Si todas las personas tenemos derecho a recibir una asistencia sanitaria de calidad, la atención psicológica, social y espiritual al final de la vida no debe considerarse un privilegio, sino un derecho como la atención médica cuando lo necesitamos. Los cuidados paliativos son una respuesta profesional, científica y humana a las necesidades de los enfermos en fase avanzada y terminal, tal como lo recoge la Organización Mundial de la Salud (OMS): Los cuidados paliativos no deben ser relegados sólo a las últimas etapas de la atención médica, que precisa una atención paliativa para mejorar la calidad de vida de pacientes y familias que se enfrentan a los problemas asociados con enfermedades amenazantes para la vida, a través de la prevención y alivio del sufrimiento por medio de la identificación temprana del tratamiento del dolor y otros problemas físicos, psicológicos y espirituales. El objetivo para la OMS es mejorar la calidad de la vida del paciente; proporcionar alivio del dolor y otros síntomas; no alargar ni acortar la vida; dar apoyo psicológico, social y espiritual; reafirmar la importancia de la vida; considerar la muerte como algo normal; proporcionar sistemas de apoyo para que la vida del paciente sea lo más activa posible; dar apoyo a la familia durante la enfermedad y el duelo. Los gobiernos deben garantizar el “derecho a no sufrir” mediante un acceso universal a los servicios de atención paliativa como problema de salud pública. Es decir, que los gobiernos deben adoptar e implementar una estrategia y un plan de acción para extender el tratamiento del dolor y los servicios de cuidado paliativo de acuerdo con la OMS, centrándose en la atención médica, psicológica, social y espiritual como un derecho. Pero solo se habla de la eutanasia. Ha resultado más fácil ofrecer la eutanasia como solución legal ya que los cuidados paliativos requieren de recursos complementarios que no llegan a gran parte de la sociedad. Si a las personas que optan por la eutanasia se les dieran la posibilidad de no sufrir los tres grandes miedos ante una enfermedad irreversible y dolorosa, es decir, miedo a morir, miedo a la soledad y miedo al dolor, la eutanasia no tendría tanta demanda. No cejaré, como cristiano, en defender el derecho al cuidado paliativo que, a excepción del cuidado médico, mayoritariamente está en manos de organizaciones solidarias privadas (atención psicológica y social así como el cuidado espiritual mayoritariamente ofrecido por el servicio católico de Pastoral de la salud). Por último, llama la atención la manera de expresarse la jerarquía de la Conferencia Episcopal (CEE) ante la legalización de la eutanasia. Mientras el cardenal Carlos Osoroafirma que “Ahora más que nunca, seamos testigos de la Vida; con amor y pasión, ofertemos vida y cuidados en vez de muerte”, el recién nombrado arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz, habla solo en términos de condena: "Mi más firme rechazo a toda acción que pretenda acabar con la vida de una persona". Aún así, hemos mejorado. No hace tanto, lo habitual en la jerarquía católica era expresar de manera monocorde en términos reactivos y condenatorios en este y en casi todos los temas polémicos. Que una cosa es la denuncia moral de la legalización de la eutanasia y otra, solicitar fórmulas alternativas desde la compasión y la misericordia como un mandato evangélico con quienes tanto sufren. Y Jesús nos indicó que lo segundo es más importante y cristiano que lo primero. Una espiritualidad de los sentidos: una provocación inicial por: Marco Enrique Salas Laure7/28/2021 La escritora, filosofa, ensayista y directora de cine, Susan Sontag, en su ensayo La estética del silencio, con contundencia afirmaba: “Cada época debe reinventar para sí misma su proyecto de espiritualidad”. Desde que leí esta frase, me es inevitable pensar sobre el proyecto de esta época, de este momento histórico. Además, pienso en un proyecto no solo universal sino y, sobre todo, personal. ¿Cuál es mi proyecto espiritual para este momento de mi existencia histórica? Sin duda, sigo buscando caminos y respuestas. Hace unos días también recordaba aquella expresión del teólogo Jean Gouvernaire sj sobre la espiritualidad: “Si la vida espiritual al cabo de los años, no favorece en nosotros el sentido de la realidad y el crecimiento de nuestra libertad interior, no está siendo bien llevada”.
Creo que “reinventar para sí” significa hacer una relectura de lo que hemos creído, orado y meditado desde el cristianismo y a qué le hemos llamado Espiritualidad en la amplia biografía de este movimiento de seguidores y seguidoras de Jesús. Esta relectura se plantearía en estos términos: “encontrar una nueva hermenéutica, de arriesgar una nueva síntesis, de proponer, partiendo del acto de creer, pero también del acto de vivir, una nueva gramática sapiencial” (José Tolentino Mendonça). Tan solo me pregunto: todos, ¿estamos listos para hacer una nueva síntesis? ¿Estamos abiertos a una nueva gramática sapiencial? Tal vez sí, tal vez no. Lo que si es cierto es que en muchos espacios pastorales y eclesiales la espiritualidad que hoy se sigue desplegando, enseñando y validando es aquella que podríamos llamar “la mística del alma”. La mística del alma Esta mística (proyecto de espiritualidad) propone cerrar la puerta a los sentidos y buscar a Dios en lo profundo. De esto se sigue que, si una persona quiere encontrarse con Dios, caminar hacía él, solo podrá hacerlo en el ejercicio de la interioridad. Curiosamente, esta propuesta de interioridad en muchos gestó una atrofia y desprecio por los sentidos. Esta mística busca relativizar y renunciar a los sentidos corporales. Estos sentidos se categorizan como malignos y fuentes del error (en la filosofía encontramos a un Descartes, por ejemplo, defendiendo esta postura) y, por tanto, no es bueno confiarse de ellos. Dicho esto, si los sentidos son fuente del error y no se puede confiar en ellos y si la persona quiere alcanzar a Dios y la divinidad: se ve obligado a renunciar a su sensibilidad. En muchos espacios comunitarios esto significa renunciar a llorar, a preguntarse, a dudar, a entrar en crisis de fe o, lo que es más grave, no poder orar desde lo que uno es y siente sino desde las oraciones del folleto. Además, esta mística desarrolló una ascesis y una rigurosidad muy clara, consolidando la idea de que la divinidad huye y se oculta de las posibilidades del cuerpo y su gramática (su manera de comunicarse, de hablar). Todo esto llevó a que muchos adoptaran el camino de la fuga mundi: desligarse del mundo, desligarse del mundo habitual y cotidiano; y por tanto, de los sentidos. El objetivo era entrar a un espacio más digno de la divinidad: el interior. Según esta mirada, la auténtica morada de Dios es la interioridad del ser humano. En esta dirección tenemos a grandes exponentes como San Agustín y San Juan de la Cruz. Sin negar sus aportes, hoy urge una relectura de su espiritualidad desde una antropología más integral. Releer sus intuiciones para generar una nueva síntesis: una mística cotidiana, corporal, solidaria e integradora. La mística del cuerpo La espiritualidad cristiana más popular y vivida es aquella que, como hemos mencionado, acentúa el distanciamiento del cuerpo y del mundo. Esto tiene como base la idea de que lo espiritual es más elevado y digno que lo sensorial. Negando así que la espiritualidad se despliega desde y en el cuerpo. Sin embargo, revisando la antropología bíblica descubrimos que las rivalidades y oposiciones que muchos hoy sostienen, a saber: alma y cuerpo, interior y exterior, practica religiosa y vida cotidiana, espiritualidad y encarnación no están en términos generales en conflicto. Por ejemplo, según el relato del Génesis, Dios modeló al ser humano con “arcilla del suelo” y sopló en su nariz el “aliento de vida”. Estos dos elementos, arcilla y aliento, hacen del ser humano un ser viviente. Creo que esta es la gramática sapiencial que urge reinventar y proponer a los seres humanos de este momento. Somos cuerpo y sensibilidad, espíritu valiente y apasionado, al mismo tiempo que abrazamos una fragilidad, unas aporías, unas tensiones internas que nos hacen ser quienes somos. Me parece que por estar “batallando”, “peleando” con esta porción de arcilla que somos hemos perdido la capacidad de reconciliarnos con nuestra propia contingencia, con que no podemos todo, con que hay días que nos duele más la vida y nos pesa más respirar. Somos cuerpo y sensibilidad, espíritu valiente y apasionado, al mismo tiempo que abrazamos una fragilidad, unas aporías, unas tensiones internas que nos hacen ser quienes somos Dicho esto, siento que es hermoso mirar esto desde el relato del mítico del Génesis. El ser humano que busca explicar los misterios profundos de la vida a través de relatos dice: Dios nos ha hecho de arcilla y soplo divino. Tal vez, el escritor del Génesis esta dejando plasmado su propia experiencia humana entretejida por la de otros porque ¿Quién no se ha sentido hecho de arcilla y espíritu? Este relato, plantea una síntesis entre la espiritualidad divina, puesto que es Dios quien sopla su vida sobre el ser humano y la vitalidad terrena representada en la arcilla. Dicho de otro modo, el barro, nuestro barro, es el lugar donde nos encontramos con el soplo, con el Espíritu de Dios. Urge recuperar esta visión unitaria del ser humano para superar la idea de que el cuerpo es un simple revestimiento exterior o la prisión del espíritu (platonismo y neoplatonismo). En este sentido, el teólogo francés Louis-Marie Chauvet afirma: “Lo más espiritual no sucede sino por mediación de lo más corpóreo”. A su vez, el teólogo portugués José Tolentino Mendonça dice: “Hay más espiritualidad en nuestro cuerpo que en nuestra mejor teología”. Ojalá que así sea. Recuperar el camino de los sentidos Sin duda, los sentidos son un camino que conduce al encuentro con Dios. Ellos nos abren a la presencia de Dios en el instante del mundo. Sentir es parte de nuestra experiencia humana, como muy bien decía el poeta: “No sé sentir, no sé ser humano” (Fernando Pessoa). A propósito de esto, nos viene bien recordar que por medio de los sentidos “el cuerpo se informa” (Michel de Certeau, S.J.). ¿Sabes que es lo mas bello? El salmista dice que hay que “gustad y apreciad qué bueno es el Señor” (Salmo 34, 8). La palabra hebrea “ṭa-‘ă-mū” (טַעֲמ֣וּ) que sugiere la acción de comer, saborear, examinar probando. Dicho de otro modo, a Dios los “saboreamos” como cuando mi padre me hacia con amor y cariño patacones rellenos de carne (un plato que comimos tantas veces juntos). Ese sabor, ese momento en el que el paladar explota, ¿has pensado que a que sabe Dios? Pues para mi, sabe a patacones con carne. ¿Recuerdas que imagen usa Jesús para hablar del Reino? ¡Correcto! Un banquete. En fin, gustar, saborear a Dios es vivir, experimentar en el instante del mundo su presencia. Informar a nuestro cuerpo que Dios es el Padre del banquete alegre, cotidiano que parte su pan con nosotros y para todos. Pongamos otros ejemplos: el tacto permite que no nos limitemos a topar los unos con los otros, sino que nos encontremos. Siento que nuestro cuerpo es la memoria del tacto de los otros, como me abrazaban mis abuelos o no, como me acariciaba mi madre o no, cada una carga con su porción de ausencias en el cuerpo y de presencias alegres. Abrazar a mi padre cada vez que Panamá goleaba en un partido, una memoria imborrable. Por eso, creo que nuestra biografía es, de alguna manera, una historia compuesta de tacto y piel. De allí que toquemos o no, de la manera en la que nos han o no nos han tocado. Nuestra biografía es, de alguna manera, una historia compuesta de tacto y piel. De allí que toquemos o no, de la manera en la que nos han o no nos han tocado Así mismo podríamos ir revisando sentido por sentido: tacto, gusto, olfato, vista y oído. En cada uno de ellos encontraríamos mucho sobre la manera en la que entramos en relación con nosotros y con los demás. Ellos son “medio, contacto, diálogo, comunicación, encuentro con lo exterior, la realidad, el otro, es decir, Dios en el mundo” (Anna Sánchez Boira) y nos revelan “quiénes somos, qué nos interesa, qué nos afecta, dónde estamos y con quién nos relacionamos” (Ibíd.). Finalmente, nuestro cuerpo se encarna en el mundo y se informa a través del acto cotidiano de presencia. Al mismo tiempo, nuestra vida interior, nuestro despliegue creativo y espiritual, lo que nos mueve y alimenta, lo que nos apasiona y nos derrumba, todo va acompañado por la vida de nuestro cuerpo. Orar con el cuerpo Concluyo esta provocación e intento de pensar y plantear un proyecto de espiritualidad pensando en esta expresión de Tolentino Mendonça: “Son nuestros cuerpos los que rezan, no sólo nuestros pensamientos. […] La oración ocupa cada uno de nuestros cinco sentidos”. ¿Qué tal sería orar con cada uno de ellos? ¿Ensayar la oración con el tacto, gusto, olfato, vista y oído, en diferentes momentos o días? Lo que si es seguro es que Dios es cómplice de nuestra afectividad, es omnipotente y frágil, sobrenatural y sensible. Por eso, necesitamos mirar de nuevo el cuerpo, reconciliarnos con él pues somos: la profecía de un amor incondicional y en nuestro cuerpo, gramática de Dios. Si me preguntan por dónde empezar, como le decía a Maria Trivino de @teoelemental, hay que iniciar un proceso de conversación para saber que Dios no “solo” está en este espacio, tiempo o lugar sino que me puedo encontrar con él en muchos lugares, el aquí planteado: en mi cuerpo. ¿Terminamos orando? Te comparto estos versos de González Buelta: No amanezcas, Señor, que todavía mis ojos no aprendieron a verte en medio de la noche. No me hables, Señor, que todavía mis oídos no logran escucharte en los ruidos de la vida. No me abraces, Señor, que todavía mi cuerpo no percibe tu piel en los saludos y la brisa. No me endulces, Señor, que todavía mi garganta no saborea tu ternura en medio de lo amargo. No me perfumes, Señor, que todavía mi olfato no huele tu presencia en el olor de la miseria. ¡Bautiza mis sentidos con el lento discurrir de tu gracia encarnada fluyendo por mi cuerpo! Recomendaciones de lecturas para profundizar: Aubin, Catherine O.P., and Isidro Arias Pérez. Las Ventanas Del Alma. Amar y Orar Con Los Cinco Sentidos. 1a ed. Sal Terrae, 2013. Ciner, Patricia Andrea. Los sentidos espirituales en la teología de Orígenes. ¿Metáfora o realidad? en Peretó Rivas, R. y Martin De Blassi, F. (eds.) Atentos a sí mismos y atentos a la realidad. Reflexiones en torno a la atención y los sentidos espirituales. Buenos Aires: TeseoPress, 2020. Disponible en https://www.teseopress.com/atencionplena/chapter/los-sentidos-espirituales-en-la-teologia-de-origenes-metafora-o-realidad-2/ Isabel Gómez-Acebo (Ed.) Orar desde las relaciones humanas. Desclee de Brouwer, 2001. Mendonça, José Tolentino, and Teresa Matarranz. Hacia Una Espiritualidad de Los Sentidos. Fragmenta, 2016. Navarro Puerto, Mercedes, Isabel Gómez-Acebo, Trinidad MC León Martín, Alicia Fuertes Tuya, and Marta Zubía Guinea. Cinco Mujeres oran con los sentidos. Desclee de Brouwer, 1997. He leído el libro “La vecina de Jesús” de Toño Casado y se lo he dejado a muchas personas. Se lee con mucho gusto y se asimila mejor que los grandes tochos de teología.
Por mil caminos necesitamos salir a la sociedad y anunciar el evangelio con osadía, creatividad, originalidad. Repitiendo siempre lo mismo, aburrimos a los oyentes. Ya lo dice el papa Francisco. Me dicen muchas personas que se aburren porque repetimos siempre las mismas ideas y las mismas palabras en la Eucaristía. Ciertamente no voy a inventar yo “mi eucaristía” pero sí que puedo cambiar expresiones, formas… que la hagan más inteligible y cercana. Hace dos años que descubrí a Ariel Álvarez Valdés y estoy inmensamente feliz porque me va ayudando a descubrir y entender la Palabra. Y tengo inteligencia para saber leerlo y entenderlo con sentido común y con la ayuda de mis creencias. Tenemos la suerte de disponer de muchos YouTube. Y disfruto enormemente escuchando por ejemplo a Melloni. Me van suponiendo una renovación y una profundidad en mi vida y en mi fe. Pienso que no está reñida la creatividad y la renovación con el meollo del contenido. Pero son formas nuevas de ver la presencia de Dios en la vida y su Mensaje. ¡Qué rico si lo hacemos en comunidad! Nos compartimos nuestras experiencias, visiones, interpretaciones. Y si es preciso, rectificamos o avanzamos. La oveja se escapa del rebaño y sale un momento a los alrededores y ahí se encuentra la riqueza de unos pastos, a los que no se había acercado nunca. Luego comparte con las demás ovejas esos pastos. Me ha hecho mucho bien toda la lectura y el estudio de Fray Marcos, Arregui, Aizpurúa, Torres Queiruga y demás autores. Me ayuda a descubrir y vivir una fe viva. Es cierto que, en alguna ocasión, he quedado herido e interrogado. Pero ahí está la riqueza de la renovación y del cambio, de la comunidad y sobre todo, si llego a los peñascos, tranquilo, que el Buen Pastor, Jesús con su evangelio, me ayuda a volver a su rebaño. Pero con la experiencia de ser oveja libre. Volviendo, si es preciso a releer el evangelio, Cuando era niño, leía y pensaba como niño. Ahora intento crecer y vivir una fe adulta. Con todos los elementos, puedo ir creciendo en una adultez, en una vivencia de fe renovada. Parece que la búsqueda de poder, en todos los niveles, es tan antigua como la humanidad. También en el reducido grupo de Jesús, que siempre lo denunció con fuerza, afloró la lucha interna por ese motivo. El evangelista Mateo, tratando de “suavizar” la situación, pone la petición en boca de la madre de los Zebedeos, aunque sabemos por Marcos (10,35) que no fue ella, sino los propios hermanos, quienes reclamaban de Jesús los lugares de privilegio.
¿Qué tiene el poder que lo convierte en objeto prioritario de deseo? Fundamentalmente, promesa de autoafirmación, de bienestar y de seguridad. Veamos cada una de ellas. El yo se afirma en la comparación, confrontándose con los otros -si dejara de confrontarse, saldría de la consciencia de separatividad y terminaría diluyéndose- y marcando su (imaginada) superioridad. El poder le promete una posición de superioridad e incluso de dominio, sumamente golosa para él. El yo trata de eludir constantemente la frustración. Desde su pretensión de que la realidad responda a sus deseos, cree encontrar en el poder la posición privilegiada para conseguir todo lo que se propone. El yo, como vacío que es, hambrea seguridad. Ahí nace su necesidad compulsiva de aferrarse a todo aquello que puede sostenerlo: posesiones, bienes, títulos, imagen, relaciones… Pues bien, el poder promete otorgarle una aureola de fuerza y de superioridad, haciéndole creer que se encuentra a salvo de los miedos. Eso es lo que el poder promete. Pero la realidad es bien distinta: lo que realmente produce es división y enfrentamiento. Y es aquí donde se hace patente la sabiduría de Jesús, constatando cómo funciona el ejercicio del poder, previniendo de su trampa (“no será así entre vosotros”) y compartiendo su propio camino de servicio. La sabiduría -el acierto en la existencia- no pasa por acumular poder, sino por servir hasta dar la vida. La búsqueda de poder es el programa del ego, que terminará en frustración; el servicio nace de la comprensión de lo que somos. ¿Qué hay en mí de búsqueda de poder, aunque solo sea en mis relaciones más cercanas, y qué hay de servicio? No es fácil hacer una reflexión coherente en esta fiesta de Santiago. Sabemos que se trata de una fiesta más sociológica que religiosa; la prueba está en que la celebramos como fiesta o no, dependiendo de los intereses del político de turno. Desde el punto de vista religioso no tiene mayor relevancia, pero aun así debemos aprovecharla para recordar nuestros orígenes y tomar conciencia de los primeros pasos del cristianismo en nuestra España. Aunque la relación de Santiago con nuestra patria no sobrepasa el ámbito de la leyenda, puede ser una ocasión para experimentar la pertenencia.
También puede ser una buena ocasión para expresar juntos nuestro agradecimiento. Acción de gracias a todos aquellos primeros seguidores de Jesús que nos han ayudado a ser lo que somos. Y no cabe duda que la vivencia de los apóstoles fue vital para todo el que, más tarde, ha querido acercarse a él. No olvidemos que la eucaristía es siempre “acción de gracias”. En la figura de Santiago, agradecemos a todos los que nos han ayudado a iniciarnos y progresar en la fe. Conscientes de que es una riqueza que no hemos merecido, pero que tenemos que descubrir y desplegar. La fiesta de cualquier apóstol nos recuerda que lo que nosotros pretendemos vivir hoy, ya lo han vivido hace dos mil años, otros que eran tan humanos y tan limitados como nosotros. El evangelio que acabamos de escuchar, no tiene desperdicio; pero curiosamente no es ningún alegato a favor de Santiago y Juan, y tampoco de los otros diez. El recordar esas pretensiones tan “humanas” nos lleva a los fundamentos de la primera comunidad y nos recuerda como se fue desarrollando y extendiendo desde un insignificante grupo de discípulos muy duros de mollera. El evangelio nos recuerda una de la claves del mensaje de Jesús. No es fácil entrar en la dinámica del servicio total a los demás sin esperar nada a cambio, como actitud básica en la vida de un seguidor de Jesús. Es uno de los puntos del evangelio que están sin estrenar. Poquísimos cristianos, a través de los dos mil años de cristianismo, han sido capaces de vivir esa simple enseñanza. Hoy sigue siendo para nosotros, la piedra donde tropezamos en nuestro intento de vivir el evangelio. Descubrir que el centro es siempre el otro nos llevaría a una auténtica actitud evangélica. Se ha utilizado la religión para escalar puestos y vivir mejor. Cuentan de un monaguillo que tocaba las campanas con todo entusiasmo a la muerte de un Papa. Cuando le preguntaron qué le ponía tan eufórico, contestó: El escalafón es el escalafón. Seguimos intentando por todos los medios, estar por encima de los demás. Ni clérigos ni laicos dejan de buscar el ser más que los demás, el mandar y disponer según su voluntad. Esa voluntad se da por supuesto que es la voluntad de Dios. El ser humano es social en todos los aspectos de la vida, también en el religioso. El seguimiento del evangelio no se puede hacer individualmente y desentendiéndose de de los demás, pero esa interdependencia tiene que vivirse con sentido de comunidad. En ningún caso debemos refugiarnos en guetos cerrados o peor aún, defensivos contra todo lo que no somos capaces de integrar. El grupo nos tiene que ayudar a comprender mejor y a vivir el evangelio. El evangelio propone una alternativa al poder, como dominio y opresión. Para Jesús, todo poder que no se ejerce como servicio a todos es una usurpación del evangelio. Santiago y Juan pretendían aprovechar su cercanía a Jesús como un medio para alcanzar el poder. Jesús les ofrece una alternativa a ese mismo poder. Esta propuesta desbarata nuestra instintiva tendencia al domino de otro y a la opresión. Los primeros seguidores de Jesús aprendieron la lección, aunque les costó Dios y ayuda. La necesidad de estar por encima de los demás es signo de que estamos anclados en nuestro falso yo. Nadie podrá superar esa exigencia del ego si no deja de identificarse con la parte de sí mismo que no es más que apariencia. El evangelio de hoy nos pone en guardia sobre esa tentación de emplear la religión para estar por encima de los demás. Recordemos que la diatriba de Jesús no va dirigida solo contra los dos hermanos sino también contra los diez que demuestran tener las mismas aspiraciones. Vamos a aprovechar esta fiesta para pensar en nuestra pertenencia a una nación. Sin duda tenemos mucho que rectificar en la forma que hemos tenido de vivir la fe en comunidad. Hemos dejado atrás el nacionalcatolicismo, pero dudo que hayamos superado el afán de vencer al opositor en lugar de convencer desde la vivencia religiosa. No podemos evocar esta fiesta para seguir defendiendo nuestros instintos patrioteros, oponiéndonos con uñas y dientes a todo el que no es de los nuestros. La campaña de desprestigio y acoso que está sufriendo hoy el cristianismo en España no debe asustarnos y debe servir de acicate para superar actitudes trasnochadas. En vez de quejarnos, lo que tenemos que hacer es ser más fuertes, pero desde la postura de Jesús, abandonando todo privilegio y poniéndonos a nivel de los más bajos para elevar a todos desde ahí. Los apóstoles no lo entendieron todo de repente, pero supieron aprender de sus mismos errores. Los fallos tienen que hacernos más firmes. También tiene sentido celebrar con los no creyentes una fiesta sociológica. Cada pueblo, y el conjunto de todos los pueblos de España, tenemos que vivir en comunidad para poder solucionar los problemas que afectan a todos. El primer requisito para que nos comprometamos en la búsqueda del bien común, será potenciar el sentido de pertenencia. El pertenecer a una familia no impide, sino que potencia la pertenencia a un pueblo o ciudad, sea grande o pequeña. La pertenencia a un municipio no tiene que impedir para nada la integración en la región. Si la pertenencia a una comunidad no me hace sentirme más seguro y más libre es que están mal planteados. Jesús nos dijo: “No será así entre vosotros”. Pero la historia y los oprimidos nos dicen: “Ha sido y sigue siendo así entre nosotros”. Seguimos con la misma dinámica de los dos hermanos. Debemos comparar lo que vivimos con la propuesta de Jesús. No vale la excusa: “primero hay que servir a Dios y luego a los hombres”. Esta idea es sencillamente diabólica, porque bajo el pretexto de servir a Dios, estamos preparados para servirnos de todo dios, y dispensarnos de servir a los demás. Ni poder ni riqueza ni honores tienen valor para Jesús, porque no ayudan a ser más humanos. Lo único que nos hace más humano es el servicio a los demás. El único valor absoluto es el hombre, cualquier hombre; a él tiene que estar orientado todo lo demás. Esta actitud, que es la clave del mensaje de Jesús, la hemos cambiado por otra que no se le parece en nada. Para la Iglesia, lo importante es la institución no la persona. En nombre de la institución se puede machacar impunemente a la persona concreta, poniendo como excusa que hay que sacrificarse por la comunidad. El domingo pasado, el evangelio de Marcos presentaba a Jesús enseñando a su pueblo, venido de muy distintos lugares. Inmediatamente después, lo alimenta mediante la multiplicación de los panes y peces. Pero este relato no se ha toma hoy de Marcos, sino de Juan, porque los cuatro domingos siguientes los dedica la liturgia a la lectura del discurso del pan de vida, que solo cuenta Juan.
Jesús y Eliseo (2 Reyes 4,42-44) Es raro que Juan coincida con los Sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) en algún relato. Este de la multiplicación de los panes y los peces es uno de los pocos casos. Y los cuatro evangelios toman como punto de referencia el milagro atribuido a Eliseo en el Antiguo Testamento. Este profeta, rodeado de una comunidad de unos cien hombres, muy pobres, recibió un día como regalo veinte panes de cebada y cierta cantidad de espigas. Teniendo en cuenta las dimensiones de los antiguos panes, no era demasiado difícil sacar un bocadillo para cada uno. Al criado le parecen pocos; pero, en contra de sus dudas, comieron todos y sobró. El milagro de la multiplicación de los panes y los peces está calcado sobre el de Eliseo, pero aumentando las dificultades. En vez de cien personas son cinco mil (según Mc, Lc y Jn; Mt añade «sin contar mujeres y niños», lo cual obligaría a pensar en unos veinte mil). Y en vez de veinte panes, Jesús solo dispone de cinco. A pesar de todo, igual que Eliseo dijo: «comerán y sobrará», los comensales de Jesús comieron «todo lo que quisieron»; y, para demostrar la abundancia, se recogen doce canastos de sobras de los cinco panes. Queda claro el poder superior de Jesús. Pero los Sinópticos añaden un detalle importante: este milagro ocurre «en un lugar desierto», y esto trae a la memoria la marcha del pueblo por el desierto, cuando Dios lo alimenta con el maná. Jesús, nuevo Moisés y superior a él, también alimenta a su comunidad (quizá por eso Mt hace mención expresa de las mujeres y niños). Jn desarrollará en el discurso posterior la relación con el maná y con Moisés. La multiplicación de los panes y peces según Juan 6,1-15 A pesar de las semejanzas, el relato de Juan ofrece notables diferencias con el de los Sinópticos. 1. La indicación temporal falta en los Sinópticos: «Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.» De este modo, Jn relaciona la multiplicación de los panes con la fecha de la muerte de Jesús. Jn no cuenta la institución de la Eucaristía, pero este milagro, ocurrido en la misma fiesta, simboliza la idea de que Jesús alimenta a su pueblo. 2. La preocupación por la gente no parte de los discípulos, sino de Jesús. En los Sinópticos, son ellos quienes se acercan a decirle que despida a la gente para que se busque algo de comer. En Jn, es el mismo Jesús quien toma la iniciativa preguntando a Felipe cómo resolverán el problema. 3. Lo anterior demuestra que los discípulos descargan la responsabilidad en el pueblo: son ellos los que tiene que buscarse de comer. Jesús, en cambio, se encarga de darles de comer. 4. Para dejar clara la dificultad del problema, Felipe indica lo que costaría alimentar a esa gente: doscientos denarios. El denario era el jornal de un campesino; doscientos denarios suponen una cantidad muy grande para un grupo que vive de limosna, como el de Jesús. 5. La relación entre el milagro de Jesús y el de Eliseo queda especialmente clara en Juan, ya que, mientras los Sinópticos hablan simplemente de «cinco panes», Juan indica que son «panes de cebada», como los que regalan a Eliseo. 6. El momento culminante difiere de manera notable. Los Sinópticos dicen que Jesús «levantando los ojos al cielo, los bendijo, los partió y los dio a los discípulos para que los repartieran a la gente». Tres acciones (alzar la mirada, bendecir, partir), pero quienes reparten el pan a la gente son los discípulos. En Jn, Jesús solo realiza una acción, dar gracias (euvcaristh,saj); pero lo más importante es que es él mismo quien distribuye el pan a todos los presentes. Es claro que se trata de un dato simbólico. Un camarero para cinco mil personas es imposible. Jn quiere indicar que, en la eucaristía, es Jesús mismo quien nos alimenta. 7. Mateo, al contar este milagro, omite la referencia a los peces en el momento de la multiplicación, para subrayar la importancia del pan como símbolo eucarístico. Juan lo sugiere de forma distinta. La orden de Jesús: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda», la refieren los discípulos solo a los panes, no se preocupan de los peces. Es probable que estas palabras de Jesús reflejen la práctica litúrgica posterior, cuando se pensó que el pan eucarístico no podía ser tratado como otro cualquiera. 8. La reacción del pueblo y la de Jesús. En los Sinópticos, la gente no es consciente del milagro ocurrido. En Juan, el pueblo se sorprende de lo hecho por Jesús y deduce que es el profeta esperado, semejante a Moisés, que alimentó al pueblo en el desierto. A primera vista, extraña que identifiquen a ese «profeta que va a venir al mundo» con el futuro rey de Israel. Pero Flavio Josefo habla de profetas que se presentaban en el siglo I con pretensiones regias, mesiánicas. La intención del pueblo es claramente revolucionaria, nombrar un rey que los gobierne distinto del César romano, un rey que los libere. Jesús no comparte ese punto de vista y huye. «Mi reino no es de este mundo», dirá a Pilato. Un milagro que continúa en un discurso En los Sinópticos, el milagro está cerrado en sí mismo. En Juan, el milagro supone el punto de partida para el largo discurso que se leerá en los próximos domingos. Es importante recordar este detalle al comentar el texto: se puede subrayar la preocupación de Jesús por la gente, su poder infinitamente superior al de Eliseo, el simbolismo eucarístico, la oposición de Jesús a un mesianismo político… pero hay que dejar claro que el relato es solo la puerta a un discurso. «Ahora viene lo bueno». El milagro de los panes sirve para presentar a Jesús como el verdadero pan de vida. Receta para conseguir la unidad (Efesios 4,1-6) El domingo pasado, la carta a los Efesios recordaba que Dios reconcilió a judíos y paganos mediante la muerte de Jesús. Pero esa unidad puede resquebrajarse fácilmente. No solo entre los dos pueblos, sino también dentro de las comunidades del mismo origen. La experiencia de veinte siglos lo demuestra. Pablo, desde la cárcel, aconseja las actitudes que ayudan a mantener la unidad: humildad, amabilidad, comprensión, sobrellevarse mutuamente, esforzarse en mantener el vínculo de la paz. Así se llegará a ser un solo cuerpo y un solo espíritu, basados en «un Señor, una fe, un bautismo». Este texto recuerda, con palabras muy distintas, el gran deseo de Jesús en su despedida, según el evangelio de Juan: «Padre, que todos sean uno, como tú en mí y yo en ti». Y, en relación con el evangelio, nos recuerda que somos uno todos los que comemos el mismo pan. En la vida hay momentos que sirven para darse cuenta o tomar conciencia de algo que está más allá de lo superficial, de lo habitual. Son momentos significativos y en cierto modo celebrativos. La duda es si en el rito actual de la eucaristía (mal llamada misa) las experiencias fundantes de las personas sencillas tienen o no, cabida o acogida.
El evangelio de hoy nos recuerda de forma espontánea a la eucaristía. Relato que narran también los sinópticos pues debió ser un “signo” importante en el devenir de las comunidades cristianas. No olvidemos que Juan, que sabe mucho de eucaristía, comienza el relato de la pasión con el lavatorio de los pies. Por algo será. La fe, que es conversión y praxis, exige que se proclame y se celebre a través de gestos humanos como es el partir y repartir el pan, puesto que en ese signo reconocemos el don supremo de Dios-con-nosotros que es Jesucristo. Así, la fe vivida es una “exigencia” de la fe celebrada, fuente gratuita que nos nutre y fluye permanentemente. La conversión es dejar una dimensión de mi persona en manos de Alguien en quien confío, sé que me busca y me quiere. El signo de liberación humana que realiza Jesús en el evangelio debería ser signo visible en cada persona y comunidad cristiana y debería rehuir, como él hizo, toda tentación de autosuficiencia, especialmente de orden político, social o religioso. Todo un aviso a quienes ostentan cualquier poder. Cabría preguntarse si este gesto sencillo, profundamente humano, al alcance de toda comprensión, se expresa por igual entre quienes celebramos. O más bien, y salvo honrosas excepciones, es la celebración de la mesa compartida y sillas alrededor que venimos haciendo mujeres y hombres de comunidades cristianas, grupos diversos, plurales, donde el gesto, el signo y la Palabra comunicada adquieren todo su sentido. Porque no sólo es importante lo que sentimos, pensamos y hacemos, que puede evolucionar o dejarnos anclados, sino que nos guía el Espíritu que Somos, que habita en nuestra mismidad, en nuestra interioridad y forma parte de nuestra Identidad primordial. Jesús tiene la sensibilidad y la sabiduría de percibir, esto es, conocer en profundidad, qué está pasando por el corazón de toda persona. Su manera de hablar, mirar, enseñar y actuar con una actitud nueva, radical, transformadora y con el amor en el centro, sin hacer distinciones ni descartar a nadie. En aquella comida cada uno comparte lo que lleva, todo se pone a disposición de los demás. Jesús pronuncia la acción de gracias, es decir, se vincula la comida con el ámbito de lo divino porque el alimento es don de Dios para todos; pero también darse, entregarse, compartir nuestros “talentos”, nuestro tiempo, lo que cada uno tiene, lo que cada uno es. Ese es el milagro. Hoy, seguimos creyendo y ¿esperando? en la sinodalidad que el papa Francisco pone en marcha hasta el 2023 con el fin de que todos los creyentes participemos en ese proceso indispensable, esencial. Sin embargo, mucho nos tememos que el clero, una vez más, siga el modelo secular de Iglesia patriarcal, jerárquica y piramidal y, al mismo tiempo, los cristianos/as decepcionados y hastiados del inmovilismo, autoritarismo y del clericalismo, nos lleve a la indolencia y a la inacción; aquello de “otros lo harán”. Por desgracia, los documentos finales de los sínodos siguen sin reflejar la experiencia y la realidad viva y dinámica del pueblo creyente. Como muestra, el modo en que los cristianos/as vivimos hoy la sexualidad, revisión del celibato sacerdotal, las diversas experiencias del amor en toda su riqueza y diversidad, la elección de obispos, el acceso de la mujer al presbiterado… Si a estas alturas todavía no se entiende la sinodalidad como un caminar juntos donde la prioridad es hacer posible y creíble el Reino de Dios, hoy, y no se cambia la estructura eclesial ni la organización actual, seguiremos en un callejón sin salida. Somos pan y queremos ser pan para los demás en una Iglesia donde mujeres y hombres, en plano de igualdad, participemos en la vida y en el ejercicio de los distintos ministerios. El bautismo es el signo de nuestra identidad original, no el sacramento del orden. Somos una Comunidad inclusiva que ha de contar también con nosotras, las mujeres, en los principales órganos consultivos y de decisión en los que hoy estamos ausentes. Querida Iglesia: tú que eres femenina y madre, despierta y recupera todo lo que el Concilio Vaticano II supuso de apertura, comunión, fraternidad/sororidad. Sé valiente y examina las cuestiones críticas a la luz del evangelio, tomando a Cristo como referencia. Recuerda: Ecclesia semper reformanda - ¡Iglesia siempre en actitud de renovación! Una Iglesia al estilo de Francisco, Pueblo de Dios, popular, Comunidad de Iguales, comprometida con la Justicia, la Paz y la integridad de la Creación. En toda crisis se gestan nuevas oportunidades pero no podemos permitirnos una demora más en lo esencial de tu misión: anunciar el evangelio a las gentes, darles apoyo y consuelo en sus desamparos y sufrimientos, escuchar los gritos de los inocentes. Hermano Francisco, no estás solo. Tú lo sabes bien. Has cambiado el rostro de la Iglesia en favor de los más vulnerables y has solicitado que las mujeres sigan dando testimonio de fe y de vida en todos los ámbitos. Escucha la voz de quienes te ofrecen ayuda, trabajo y humilde consejo. Estamos en la retaguardia y no se nos ve, pero seguimos atentas compartiendo el pan de la abundancia, confiando en que todos/as tengamos cabida y se superen las divisiones entre los cristianos o de otras confesiones religiosas que hacen posible el amor en toda su riqueza y diversidad. Volverá a ser la Iglesia de la alegría y la esperanza, habrá pan para todos y aun sobrará para que la comunidad siga creciendo. Solo así reflejaremos e irradiaremos el poder del Espíritu de Dios. Nos basta su Amor y su gracia. ¡Shalom! Agradezco a Antoni Ferret tanto sus elogios como su crítica a mi artículo en el que presentaba a Oseas como Profeta del amor de Dios.
Creo que tiene razón en que apenas se puede ver en Oseas una denuncia social, como solemos entenderla actualmente de explotación del jornalero, aunque algunas vagas alusiones sí hay a mentiras, asesinatos, robos, violencias y crímenes (4,2). También otras más explícitas a funcionarios reales, pactos con extranjeros (c. 7), y guerra entre Israel y Judá (c. 5). Sin embargo su denuncia es a la infidelidad de Israel a su alianza con Dios. Respecto a su poema de amor, ciertamento no se trata del enamoramiento de unos novios como en El Cantar de los cantares, sino del amor apasionado y celoso de un marido varias veces traicionado; y este es el símbolo (siempre parcial) que refleja la historia de amor de Dios con Israel (y con nosotros). ¡Ojalá descubramos esta faceta apasionada de un Dios que nos han definido como inmutable e impasible |
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