La razón es finita, pero el sentimiento de amor es infinito (Romanticismo alemán).
El amor consiste simplemente en amar, y complejamente en ser amado. Hay una compenetración entre amante y amado o amada de ida y vuelta, una coimplicidad que topa con el otro/otra, un salir de sí a la otredad. El amor es un reconocerse a sí mismo a través de otro, un perderse para encontrarse, un darse confiando que el otro nos acoja como lo acogemos. El amor no es pues coger sino acogida, unión y afirmación mutua. Pienso que el amor es el sentido de la vida porque la dota de pro-creatividad, pero es también el sentido de la muerte porque abre su finitud al infinito. En efecto, el feeling o hilo sentimental del amor es el hilo de Ariadna, el cual nos saca de nuestra soledad en el laberinto de la vida-muerte, atrapados por el monstruo Minotauro. La pérdida del amor es la pérdida de nosotros mismos en el laberinto. El psicólogo S.Freud parece confundir el amor como una expresión de la sexualidad, cuando es al revés: la sexualidad es la expresión del amor, que adquiere así la primacía humana. Esta primacía del amor humano se basa en la com-pasión, la cual dice consentimiento y mutuo compadecimiento por nuestra situación de encerrona existencial en este mundo. Pues lo que hace el amor es un abrimiento radical, el tránsito de la finitud a la infinitud o indefinitud abierta. Ello es así porque el amor implica la fe en el/lo otro, así como la esperanza en su reciprocidad. El romanticismo alemán definió el amor como fe y creencia en el otro y en el Otro (el Dios-amor), porque garantiza nuestro amor humano. Así que el amor es un acto de fe y esperanza cuasi religiosa, pues no en vano el amor dice religación o coligación. Creo y espero porque amo, y amo porque creo y espero. La fe confiada en el amor intersecta la eternidad y la temporalidad, de donde la sensación del amor como finito e infinito. Por eso en la obra de Unamuno -San Manuel Bueno, mártir- el sacerdote protagonista acaba eligiendo no la fe celestial, sino el amor terrestre a sus fieles, abriéndolos a una fe que él mismo solo obtiene por ese amor de compasión por el prójimo. Curiosamente la historia del cristianismo refleja bien esta problemática. En efecto, san Pablo y el protestantismo privilegian la fe, fiducia o confianza en el Dios-amor, mientras que san Pedro y el catolicismo privilegian las obras y rituales religiosos en honor del Dios. Sólo san Juan, el discípulo amado, optó directamente por el amor humano-divino. Hoy sale vencedor el discípulo amado por Jesús y su teología del Dios-amor, por eso el Cristo de su Juicio Final en la Capilla Sixtina aparece conteniendo su furor de Pantocrátor ante los enjuiciados finalmente por amor. Así que creemos, esperamos y obramos bien porque amamos, y la única manera de amor es sencillamente amar al otro como a uno mismo. El amor es la única prueba de la existencia divina de Dios, y la única muestra de la existencia humana del hombre, sin el cual este es un animal. El amor representa nuestra afirmación radical humana, mientras que el antiamor representa nuestra negación radical inhumana. Sólo el amor nos salva de nosotros mismos, pues el amor es creencia y creación de trascendencia, su símbolo o cifra: el bien inmanente que resulta trascendental. El hombre se hizo y se hace hombre por el amor: por eso es el animal capaz de amar (transracional).
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Hay temas cuya importancia les hace merecedores de mayor espacio para la reflexión y divulgación que otros. Bien lo saben los profesionales de la prensa. Uno de ellos, al menos para mí, es el gesto de Francisco de aceptar una cita litúrgica que Joseph Ratzinger antes y después de ser Papa se empeñó en modificar en la Consagración del vino: “…mi sangre derramada por vosotros y por muchos…”. Hasta Juan Pablo II se refería a la entrega de Cristo “para la salvación del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres”.
La noticia que quiero remachar en torno a esto es la publicación del nuevo Misal elaborado por la Conferencia Episcopal italiana que será de uso obligatorio a partir del próximo Domingo de Pascua 2021. El Papa Francisco les agradeció a los obispos el cambio litúrgico (Cristo murió por todos) ya ello supone modificar la involución perpetrada y darle continuidad a la aplicación del Vaticano II. Porque este es un tema de fondo, no solo de forma. En tiempos pretéritos, dicha Conferencia Episcopal italiana votó mayoritariamente en contra del cambio propuesto por Ratzinger. Lo recogí en el libro La revolución del laicado (San Pablo, 2018): La cuestión del pro multis se puso a votación durante la asamblea plenaria de la conferencia episcopal italiana en 2010). Y, según los datos filtrados por el vaticanista Sandro Magister, de los 187 votantes, 171 votaron a favor de per tutti. Un rechazo al cambio pretendido por Benedicto XVI que ya se había dado en las Conferencias episcopales regionales italianas. La expresión “pro multis” fue traducida después del Concilio Vaticano II por la gran mayoría de las Conferencias episcopales del mundo como “por todos”. Ahora, con esta decisión del Episcopado Italiana refrendada por Francisco, Jesús Martínez Gordo ha publicado un excelente artículo -yo lo llamaría ensayo por sus excelentes explicaciones y contenido- que pone las cosas en su sitio desde el campo de la teología. Publicado en Religión digital, el título lo dice todo: “¿’Por todos’ o ‘Por muchos’? La ‘contrarreforma litúrgica de Benedicto XVI”. No puede entenderse que existan personas que queden excluidas del Mensaje al existir dudas por cambiar el texto de la Consagración sin resaltar debidamente la universalidad de la salvación. Sería tanto como subvertir el mensaje central del evangelio y del papel de Dios en la historia de la humanidad, con Jesús que no paraba de insistir en que le preocupaban más lo enfermos que los sanos, en clara alusión a las “ovejas perdidas” y a que no se pierda ni una “de las que mi Padre me ha confiado”. Esta era la razón por la que muchas Conferencias episcopales estatales se resistieron a la decisión de Ratzinger y que no la aplicaran. Tampoco la italiana, como ya he comentado. Martínez Gordo destaca un elemento formal tampoco desdeñable. Y es el método empleado para dicha imposición contra el Concilio Vaticano II que “reconocía a las “autoridades eclesiásticas territoriales” la competencia sobre la traducción y la adaptación de los textos litúrgicos. Sin embargo, Benedicto XVI eligió el camino inverso: el que iba del centro a la periferia, minando, de esta manera, la reciprocidad entre el Papa y la colegialidad de los obispos sucesores de los apóstoles puestos al frente de las Iglesias”. Una verdad proclamada por el Vaticano II que Francisco trata de no desvirtuar. Esperemos que la reforma eucarística ideada por J. Ratzinger (2006), que volvió a la carga siendo Papa, proclamando que Cristo murió por muchos en lugar de por todos, tenga los días contados en todas las liturgias del mundo. Cuando pregunto a algunos replicantes por este dislate te responden que el término “muchos” no se utiliza aquí en contraposición a “todos”, sino frente a “pocos”. Incluso argumentan que el concepto “muchos” equivale a “todos”. Entonces, ¿para qué marear el tema y no dejarlo en su sentido de la universalidad del amor de Dios expresado por San Pablo y recogido nada menos que en las palabras de la consagración? Dios invita a todos al Banquete; esta es nuestra fe y el atractivo de la Buena Noticia que debemos evangelizar. La respuesta es otro cantar. Con las nuevas tecnologías se puede crear todos los “falsos positivos” que se puede para dar credibilidad a la mentira transformada en verdad. Al igual, pueden transformar la verdad en mentira través todos esos medios de comunicación que están al servicio del “padre de la mentira y del engaño”. Al final, nadie sabe a quien creer. El tiempo en el que bastaba decir: “lo dijo el papa”, “lo escuche a la radio”, “lo he leído en el diario” para ser convencido de lo dicho, ya se acabódesde un buen tiempo..
Un desafío, más que nunca, contemporáneo Todos nos recordamos las mentiras famosas de Colín Powellante el Consejo de seguridad de las Naciones Unidas. Colín Powell era una de las personas del gobierno de G.W. Bush, hijo, que tenia la mas alta credibilidad ante la comunidad internacional. Era, en aquel tiempo, Secretario de Estado. Lo que dijo con tanta convicción, de las armas de destrucción masiva, no era otra cosa que puras mentiras, planeadas cuidadosamente para que sean creíbles. Todo eso para una guerra de conquista que dejó cerca de tres millones de muertos. Muchos países, incluyendo el Vaticano, dieron credibilidad a la presencia de armas de destrucción masiva en Irak. Yo me recuerdo de la visita, de ultimo momento, al papa Juan Pablo II, del canciller de Saddam, el católicoTarik Aziz, para negar la presencia de armas de destrucción masiva en Irak. Esa visita no dio nada de positivo. El papa J.P. II mantuvo su misma confianza al gobierno de G.W. Bush, Jr, aun después haber conocido la verdad, la autentica verdad sobre la no existencia de armas de destrucción masiva en Irak. “Aziz, de 79 años, fue ministro de Relaciones Exteriores y viceprimer ministro, así como un asesor cercano del entonces líder iraquí. Murió en una prisión iraquí. » Colín Powell y toda la Administración de G.W. Bush son el reflejo de un imperioque se permite decidir de lo que es verdad y de lo que es mentira. Los medios de comunicación, a su servicio, se encargan a difundir lo que el imperio decidióen cuanto a su verdady a las mentiras de sus adversarios. Va igual de parte de sus aliadosque se complacen a ampliar su verdad y lo que considera las mentiras de sus adversarios. Como todo imperio, este se atribuye el poder de Diospara decidir del bien y del mal, de la verdad y de la mentira.Una gran parte de la Iglesia lo acompaña tanto en lo que declara como mentiras que de lo que declara como verdades. Esas mentiras del imperio siguen bien activas en los tiempo que vivimos. Me permito notar la gran mentira del Secretario general de la OEA, Luis Almagro, declarando que las elecciones que dieron la victoria a Evo Morales, en noviembre 2019, fueron contaminadas de fraudes electorales. Mentira denunciada por grupos de analistas universitarios . “Desde el primer momento hubo estudios y análisis de las elecciones bolivianas que desmentían los informes de la OEA. La Universidad de Michigan, el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) y el Centro de Investigación Económica y Política (CEPR por sus siglas en inglés y con sede en Washington) presentaron sus investigaciones, incluso antes del golpe de Estado, pero fueron ignorados por los principales medios internacionales. » Importa notar, una vez conocida la verdad de los hechos, que esa mentira no fue denunciada por el episcopado nacional boliviano, tampoco por el Vaticano. Se trataba de una otra mentira, a la Colín Powell, para tomar el control de Bolivia y de sus riquezas. Podemos decir lo mismo de las mentiras presentadas como verdades, tanto de parte de Washington como de parte del episcopado venezolano, para invadir a Venezuela con el pretexto de liberar al pueblo venezolano de la miseria de la cual es responsable, según ellos, el gobierno. Ni uno, ni el otro hablan de las sanciones que generan una gran parte de esa miseria. En ese caso, la verdad “del imperio”, es de ser el salvador de un pueblo sometido a tantas dificultades y a liberarlo de un “dictador” que se ha olvidado de su pueblo. Al escucharlos no tuvieran otros objetivos que los de la democracia y del bien estar del pueblo. Nada que ver, por supuesto, con las riquezas del país y el control del Estado. Todo es pura mentira, manipulación y engaño. Lo triste en todo eso es que unos episcopados latinos americanos participan a esas mentiras al no denunciar las sanciones y el intervencionismo que no respetan el derecho internacional. Así, dan mas credibilidad al cuento del imperio salvador de los pueblos y de la democracia. Conclusión Vimos en el articulo anterior que la verdad del reino del padre de Jesús es la de un reino que no busca poder sino servicio para cada hombre y mujer de la tierra encuentre la plenitud del ser huamano. Lo que pide es la justicia, la verdad, el amor de los unos con los otros, solidaridad, misericordia, justicia, verdad, son los grandes objetivos del Padre y la misión de Jesús que dio testimonio de esos valores, hasta dar su vida para que creemos en Él y en su Padre que nos quiere todos y todas en su casa celestial. “La verdad os hará libre.” Por otro lado, el Padre de la mentira y del engaño tiene objetivos que van a sentido contrario del Padre de la verdad. Lo mas importante para él (imperio) es el dominio de los pueblos y de las personas, las conquistas de sus riquezas y sumisión de los pueblos a sus voluntades. Quiere honores y admiración de sus subordinados. Seguirlo en sus mentiras es transformarse en servidores y esclavos. Materia para una reflexión en la Iglesia en cuanto a sus alianzas con el Padre de la mentira. Las fratrías o hermandades paganas son agrupaciones de amigos o simpatizantes de composición intermasculina, en torno a un objetivo o tarea común de tipo político o social. Es Sócrates quien eleva la fratría política a fratría filosófica o cultural, más amplia, propia de un discipulado que sigue siendo masculino. Pero será el cristianismo el que desborde la vieja fratría intermasculina, abriéndola no solo a la mujer sino a la universalidad. En Jesús la fratría particular se desborda en Fratria universal, Iglesia ecuménica, aunque sus sucesores no se hayan enterado y se hallen divididos inhóspitamente.
Hay un tránsito de la fratría filosófica y amorosa de Sócrates a la Fratria amorosa y religiosa de Jesús, una apertura trascendental y una universalidad que recogerá la Ilustración en su visión democrática de la libertad y la igualdad en fraternidad. Esta fraternidad es universal porque universal es la razón común que comparte el hombre con el hombre y la mujer, una racionalidad a la que el romanticismo dará un toque romántico al adjetivar la razón común interhumana como afectiva y aún pasional, como razón consentimental, hoy decimos inteligencia emocional. La fraternidad nace pues entre las fratrías paganas y se universaliza como Fratria abierta a partir del cristianismo. Pienso que hoy en día deberíamos dar un paso más y hablar de fraternidad trascendental. En efecto, la fraternidad no es un mero concepto antropológico sino radical, ya que define al propio ser y su logos o lenguaje en cuanto lazo o junción, entrelazamiento, de los seres. La fraternidad radical es el entrelazamiento de los seres en el ser, de todas las cosas en el todo. Por ella hay ser y no nada, por una fraternidad ontológica y cosmológica, capaz de articular el caos en cosmos a través de su religación cuasi religiosa. Así que la fraternidad es radical y universal, aunque esté en conflicto, y hunde sus raíces en un eros cosmogónico. El amor encarna la fraternidad universal a través de la relación o relaciones que establece entre los contrarios, como sabían Laotsé y Heráclito. Pero es el amor fraterno el que desborda las categorías familiares abriéndolas a la universalidad, la fraternidad que procede de la relación familiar y la desborda culturalmente, la hermandad capaz de hermanar los opuestos. De ahí que sea la fraternidad o hermandad la fundadora de la democracia, basada en un familiarismo que procede de la sangre pero que se abre al espíritu. La democracia es la política propia de la clase media, y uno piensa en su ingenuidad pequeño-burguesa que solo la clase media puede mediar y remediar la brutal escisión entre los extremos tan ricos y tan pobres. La identidad radical del hombre es la fraternidad. Ahora bien, uno postula la hermandad con el hombre no en plan heroico, sino pragmática y democráticamente, precisamente para no hacer el primo. Hoy tenemos planteado cruelmente el tema de las pateras y la inmigración, en medio de la pandemia del coronavirus, cuya solución debe ser democrática y fratriarcal, pero no caótica o suicida, articulando políticamente un devenir en efervescencia. Por si no ha quedado claro, diría que la política está para solucionar todo lo posible, pero que la cultura está para plantear aún lo imposible. Hablemos pues de la fraternidad posible, pero sin olvidarnos de la fraternidad imposible. Pues como decía Martin L. King, quiero ser un hermano del hombre blanco, pero no un mero hermano político. Así que ni pariente ni contrapariente, ni primo ni hermano político. La fraternidad es la hermandad propia de una democracia interhumana, radical y universal, posible en parte o partida en partidos e imposible entera, total o totalitaria. Porque en definitiva la democracia encarna la fraternidad entre la igualdad interpersonal y la libertad personal, la mediación entre la extrema igualdad y la extrema libertad, entre lo común y lo propio. Digámoslo más claro, la fraternidad y su realización no es objeto de revolución ni sujeto de involución, sino que es objetivo de una evolución acelerada. Propugnamos así un planteamiento más racional y razonable, pero sensible, que utópico o melopeico. La pandemia ha generado un conjunto de transformaciones en las personas, en muchos casos como una estrategia para controlar los altos niveles de incertidumbre que genera una situación impredecible, tanto en lo personal como lo laboral, económico y social. En esta situación la polémica está centrada en los mecanismos para controlar la percepción de la situación crítica.
Amplios sectores de la población simplemente ignoran la peligrosidad de la pandemia y el contagio, otros están convencidos que por su edad y condición física cuentan con las suficientes defensas y anticuerpos para afrontar el contagio. Los desbordes de contagios y el abarrotamiento de hospitales en España son una prueba de esto último: la apertura de bares y centros nocturnos han mostrado que toda la población es vulnerable al contagio y que no es una enfermedad mortal exclusiva para personas de la tercera edad o que padecen comorbilidades. Mas interesante es la polémica desarrollada por ciertas iglesias y organizaciones religiosas que confían en “El Plan de Dios” que éste tiene para para todas y todos los integrantes de la especie humana. Desde una perspectiva similar, aunque con otra concepción religiosa, un sector de la Iglesia Católica también se resiste al cierre preventivo de los templos y realiza servicios religiosos en la “clandestinidad”; la idea que guía estos “servicios especiales” parte de la estrategia de los sacerdotes de crearse un entorno de laicos interesados en tener una relación, trato especial y preferente con su sacerdote de confianza. Esto es muy frecuente en América Latina La Doctrina de la Predestinación guía a ciertas iglesias que se resisten al cierre de sus templos por razones menos sociales y más radicales en términos religiosos. Este comportamiento es más frecuente en Estados Unidos y en América Latina tiene seguidores entre ciertas iglesias neopentecostales y transpentecostales. Tomo como referente a la Grace Community Church de California, dirigida por John MacArthur, quienes critican al Estado de California por permitir las manifestaciones de protesta por los excesos policiacos que culminaron con el asesinato de George Floyd y consideran que no se pueden prohibir sus reuniones, alegando en el juicio de amparo para protegerse contra las disposiciones sanitarias: “La Iglesia no existe para proteger a las personas de la gripe” sino para “protegerlos del castigo eterno y el infierno”. Este es el “único mensaje salvador que rescata a hombres y mujeres del juicio eterno”, lo cual es “mucho más alto que tratar de proteger a algunas personas de la gripe, dándose cuenta que finalmente todos van a morir”, afirma con cierto pragmatismo, en su alegato, la abogada Jenna Ellis, quien también se desempeña como asesora legal senior de la campaña presidencial de Trump. Esa es una verdad incontrovertible, la única duda es si los interesados están de acuerdo en que sea ahora (https://www.noticiacristiana.com/sociedad/2020/08/condado-los-angeles-orden-restriccion-macarthur.html) Aplicando mi oficio como antropólogo, me pareció importante consultar a los “informantes claves” en cuestión. Entrevisté a personas que participan de coros no religiosos y ellos me explicaron que por la dinámica de éstos, los aerosoles que expiden pueden ser focos de contagio; muy gráficamente me comentaron, que cuando un miembro del coro “se resfría, a la semana siguiente todos están engripados”. Los epidemiólogos consultados, tanto creyentes como no creyentes, consideran que los servicios religiosos pueden ser importantes, no lo niegan, pero están convencidos que las liturgias son peligrosas y alegan planteos similares a los de los coristas. Esto no convence a los fundamentalistas, quienes están convencidos que son víctimas de “una conspiración sobrenatural masiva contra el Reino de Dios, pues Satanás trabaja con aquellos que aceptarán su liderazgo en cualquier nivel”. Debo suponer que esta peligrosidad incluye a los epidemiólogos, políticos, ciudadanos de todos los colores que proponen cuarentenas y aislamiento social, clausurando templos y otros lugares de reunión masiva y el autor de estas líneas que se atreve a plantear el problema. Mi pregunta es quién nos protege de estos “protectores divinos”, quiénes están convencidos que “el diablo anda como león rugiente buscando a quién devorar y que no debemos ignorar sus artimañas” 1Pedro 5:8. Con estas definiciones, la capacidad de crítica y análisis están descartadas. No es que ya entonces fuese agorero, es el conocimiento de la naturaleza de las cosas lo que me lleva a menudo a entreverar el futuro. Y ya sabía yo, y asi lo dije y lo escribí, que sin la colaboración de los medios de comunicación y del poder judicial poco iban a conseguir el legislativo y el ejecutivo en cuyos puestos estuviesen políticos dispuestos a poner en marcha un Estado nuevo más allá de los afeites y bambalinas que el texto constitucional le había dotado…
Han pasado 42 años y cada vez es más firme mi convicción de que no son ni el legislativo ni el ejecutivo los que están diseñando ni el marco y el lienzo político de la España pintada. Son el poder judicial conservador e involucionista, por un lado, y el periodismo monárquico y neoliberal, por otro, quienes la están configurando con la tremenda fuerza de sus respectivas energías y con la colaboración, claro está, de esas grandes proporciones de españoles en el Congreso que vienen simulando desde 1978 deseos de cambios soñados durante las cuatro décadas de dictadura pero que nunca permiten tampoco que pasen de serlo. Total, más monarquía, más hipercentralismo, menos posibilidades de un referéndum monarquía/república, menos ejercicio del derecho de autodeterminación, menos autenticidad en los políticos y más marcado el camino de vuelta a un franquismo enmascarado por retazos relacionados con la moral y el sexo que, de haber seguido vivo el dictador, no hubiera tenido más remedio que transigir: divorcio, homosexualidad, lgtbi y mayor libertad de expresión en general. Ahí se acaba todo. En todo lo demás, de poco han venido sirviendo, y de poco servirán, los intentos de gente de buena fe de sacar a este país del hoyo en que está irremediablemente metido desde hace quinientos años… Los supuestos avances son sólo consecuencia de una cierta dependencia de la Comunidad Económica Europea por la cuenta que nos trae por las ayudas, y pare usted de contar. No sigo el día al día de la política que está, por lo que acabo de ver en eldiario.es, exclusivamente centrada en expulsarles, no sólo de su casa, a Pablo Iglesias y a Irene Montero y a sus hijos, sino también del país. Apenas han podido hacer algo políticamente significativo y los verdaderos delincuentes, al menos en palabras y actitudes de unos y en la omisión y pasividad de otros, les vienen tratando como si fueran delincuentes. Pero la cosa es que están centrados en echarles no sólo los de siempre más o menos reconocidos como hijos de la caverna, sino la parte del pelotón de fiscales y de jueces que tienen en sus depachos todas las causas abiertas contra ellos o por ellos contra indeseables. Y no sólo la judicatura en esa proporción, sino también el periodismo y los periodistas que, recibiendo subvenciones oficiales y ayudas a espuertas de empresarios adinerados, no están dispuestos a permitir a ese partido minoritario no digo ya disposiciones y normas de su ideario, sino ni siquiera intentonas para remontar la basura acumulada durante cuatro décadas en una España donde sólo caben en la vida pública las malas personas, mientras las sagaces, las prudentes, las valientes, las dotadas de una sensibilidad social que los otros no conocen, no tienen más remedio que retirarse si antes no las han defenestrado los canallas. A fin de cuentas, lo sabemos bien los juristas: los hechos penales y su tipificación son como el chicle. Un hecho cualquiera, tan pronto puede ser considerado por la justicia un delito de lesa humanidad como ser archivado nada más haber pasado por el registro de entrada del juzgado de guardia. Esto es tan fundamental que por eso están invertidos constantemente los papeles: sufren prisión personas que no han hecho nada siquiera reprochable, juzgadas por su intención y no por el resultado (siendo el derecho penal un Derecho de resultados), y en cambio se permite vivir a lo grande a tantos enriquecidos por vías delictivas difícilmente probables por los entorpecimientos de rigor, o tras saqueos metódicos de las arcas públicas. Un(a) política, ante luz y taquígrafos, califica gravemente al padre de quien luchó como buenamente pudo contra la dictadura sin cometer ningún crimen, y sin embargo su altanera y baja estofa la basa en el renombre de unos ancestros, un duque, “simplemente” por cometer en nombre de la Corona, innumerables crímenes en los Países Bajos, por ejemplo, donde todavía se asusta a los niños diciéndoles que viene el duque de alba, fernando alvarez de toledo. O bien un monarca de opereta se reboza en dinero, gloria y honores habiendo manchado a la monarquía que impuso el dictador, hasta no soportarle ya ni siquiera sus turiferarios y sus lameculos… Estas son algunas pinceladas de la famosa España democrática y del no menos famoso Estado de Derecho, que sólo existen en la imaginación de los que vienen hablando de ambos desde hace ya casi medio siglo sin el menor juicio crítico. Pero son tantas las pinceladas del mismo estilo que podrían continuar que acabaría viéndose a este país como trazos pintarrajeados por un niño de tres años… Es decir, y esto sociológicamente es lo más grave, las únicas personas, aparte las que resisten y siguen a su lado, que se preocupan por los débiles sociales e intentan cambios que venimos esperando inútilmente desde hace más de cuatro décadas, están siendo perseguidas con una saña inusitada. La persecución, casi desde el mismo momento de su irrupción en la política de ese partido, corre a cargo de una parte -la envilecida-, del poder judicial (ya lo demostró expulsando a los pocos jueces íntegros que había) y de un pelotón de periodistas rastreros, como dije antes subvencionados y financiados por villanos en la sombra, tan rastreros como ellos… Lo que, en vista de que esta España no tiene remedio, debiéramos hacer muchos millones de españoles de bien es marcharnos de este país y dejar solas a las ratas. Sería la única manera de que los focos permitieran a Europa y al mundo entero ver qué clase de mandamases y caciques de los antiguos campan por sus respetos por aquí y cómo luego se destrozaban entre sí pugnando, unos para que predominase el franquismo puro y otros un franquismo atemperado. Pero en cualquier caso todos luchando para que sigan reinando en España la monarquía, el franquismo, que es el nombre que aquí recibe el fascismo, y un neocatolicismo trasnochado pero en todo caso reforzado. Continuamos hablando sobre la existencia de Dios, a través de diversas creencias, comenzando por el ateísmo.
Hay personas que por comodidad o conveniencia, optan por decidir que no existe ningún Dios. Otros llegan a esta opción tras largas reflexiones filosóficas. Hay quienes abrazan esta fe atea para poder liberarse de experiencias vitales negativas relacionadas con alguna religión que les estaba resultando dañina. En ciertos casos, el ateísmo puede ser un proceso inicialmente saludable, incluso necesario para algunas personas. Sin embargo, cuando ese proceso madurativo se estanca, resulta nuclearmente empobrecedor, porque el ateísmo desnuda a la persona de todo sentido vital. Tal como comenté la semana pasada, si no hay Dios, el ser humano y el mundo se vacían de significado. La última palabra la tiene la muerte. No solo para ti, también para tu descendencia, también para el universo. Este es el horizonte vital del ateísmo: la nada. Podría pensarse que el ateísmo conlleva necesariamente actitudes vitales frívolas y egocéntricas: Si tan sólo somos un accidente de la naturaleza y da igual lo que hagamos porque todo desaparece con la muerte y el olvido, entonces será tonto el que no se quede con el mayor pedazo en el reparto de goces y bienes de este mundo. El más feliz será el que más derechos propios haga prevalecer y el que más derechos ajenos se meriende. No merecerá la pena mirar hacia un futuro que acaba en muerte. Solo importará exprimir la vida mientras dure. Sin embargo, es posible encontrar ateos que viven su ausencia de Dios con seriedad, afrontando con valentía su propio vacío existencial al embocar el final de un camino vital sin salida. Algunos movimientos de desarrollo espiritual o social (budismo, humanismo, etc.) pueden atenuar esta vivencia angustiosa de vacío existencial derivada del ateísmo, pero sólo consiguen mitigar los síntomas, sin curar el núcleo de esta noosis vital. Hay personas que defienden la existencia de un Dios dentro de un sistema deísta, en el que el creador no interactúa con su creación. Otros optan por un panteísmo en el que otorgan al universo un carácter divino. Estas concepciones deístas y panteístas pueden aportar, en el mejor de los casos, un cierto sentido existencial, pero nos convierten en simples marionetas del universo o de las leyes que lo rigen. La relación con lo trascendente es ninguna, o pasiva, o infantil, sin que nuestra biografía personal o nuestra historia como especie humana tengan significación alguna. Las religiones de tipo teísta son posiblemente tan antiguas como la propia humanidad. Mediante este tipo de religiones, el ser humano pretende relacionarse con lo trascendente. Las primeras religiones de carácter mágico proporcionaban herramientas rituales como un intento de control sobre acontecimientos vitales negativos inabarcables para el individuo: acontecimientos sociales (guerras), o naturales (catástrofes, sequías…). Esta actitud mágica está tan enraizada en la cultura humana, que ha pervivido en ciertos sistemas religiosos. La encontramos en rituales de tipo “chivo expiatorio”, que es algo o alguien prescindible sobre el que cargamos todo aquello que sea negativo o que pueda traer la desgracia personal o comunitaria, para así alejarlo de nosotros. De igual modo, observamos esta mentalidad mágica en rituales de santería y en diversos tipos de ofrenda mediante los cuales se pretenden beneficios, protección… intentando manejar, dominar o controlar la voluntad de algún Dios. También encontramos esta influencia en el uso de “confesionarios mágicos” capaces de “limpiar pecados” para aplacar la ira divina y burlar el juicio de un Dios encargado de llevar la contabilidad de los pecados de sus criaturas y de ejecutar un castigo eterno. Algunas de estas religiones teístas han llegado a crear una “vida” del más allá tan monstruosamente hipertrófica, que la vida del más acá ha quedado reducida a la nada, con el consiguiente empobrecimiento vital del creyente. Muchas de estas religiones han sido hábilmente utilizadas como adormidera de la plebe, mediante el recurso de restar toda importancia o validez a la vida presente para volcar toda ilusión y voluntad en una supuesta vida ultraterrena, que se presenta como premio supeditado al cumplimiento de determinadas normas muy convenientes para quienes las establecen. En medio de este desolador panorama, revisando la historia de las religiones, encontramos varias comunidades que, a finales del primer siglo de nuestra era, descubren al Dios que ama con amor de padre a todos los seres humanos, a los que considera sus hijos y que, por tanto, a todos convierte en hermanos. Descubren al Dios que odia la esclavitud y abandera la libertad. Al Dios que odia ver cómo unos hermanos esclavizan a otros, cómo unos hermanos abusan de otros, ya sea por obra o por omisión. Descubren al Dios que exige y promete justicia para todos sus hijos, ya sea en esta vida o en la próxima. Al Dios de la vida, vencedor sobre la muerte. Al Dios que se implica en la historia de la humanidad y que se muere por ayudarnos. Ya vemos que no son iguales todas las creencias ni todas las increencias. Llegado a este punto, solo me queda reflexionar acerca de si este Dios de hermandad, que quiere implicarse en mi vida personal y en la historia de la humanidad, merece la pena. Y sigo haciéndolo a la luz del primer capítulo del libro de la Sabiduría. El autor es sacerdote de la iglesia San Felipe Neri de Barcelona, y tiene 82 años !!!!!
La Asunción La fiesta de la Asunción de María al cielo representa y concreta la exaltación suprema que la religión hace del femenino. Aunque este dogma ha sido el último entre los dogmas marianos que la Iglesia ha proclamado en 1950 por Pío XII. Sí que hay que recordar hoy que la fe del pueblo en la Asunción de María proviene de los primeros siglos del cristianismo. ¿Qué significa esta fe? La necesidad de que el común de los fieles experimenta de integrar el femenino en sus convicciones religiosas. Aquí es importante recalcar que Dios no es un ser sexual. Dios no es de condición masculina ni femenina. Pero las culturas androcéntricas y machistas nos han transmitido de forma predominante – por no decir exclusiva -, representaciones masculinas de la divinidad: Dios como Padre, no como Madre; como Rey, no como Reina; como Señor, no como Señora … Ahora bien: debemos reconocer y aceptar que en la condición humana el femenino es tan importante como el masculino. ¿Por qué? Porque ambos componentes son constitutivos de nuestra humanidad . De ahí que nuestra experiencia religiosa está, con demasiada frecuencia, desequilibrada. La representación masculina del divino equivale a presentarnos Dios con las características que la cultura ha destacado en el masculino: el poder, la autoridad, la fuerza, el dominio y, incluso, la amenaza y la violencia. La festividad de la Asunción representa, entre otras cosas, el esfuerzo para recuperar la dimensión que las culturas machistas han marginado y, incluso, despreciado. Necesitamos integrar en nuestra experiencia religiosa: la sensibilidad, la ternura, la delicadeza, la singular bondad que las culturas machistas, en las que casi todos nos hemos educado o des-educado, atribuyen al femenino. Dios es Padre y Madre. Dios es femenino. Dios es la plenitud de todo lo humano. Y, sabemos de sobra que todo lo humano sin feminidad no es humano. En este momento de la pandemia, las investigaciones muestran que el 1% de la humanidad concentra en sus manos una riqueza equivalente à la mitad de la población de la Tierra. Esta escalada de desigualdades sociales, como nunca antes da humanidad ha vivido en toda su historia, perpetúa una cultura en la cual la esclavitud de muchos seres humanos todavía parece algo normal y común. Por eso se hace importante que, cada año, la ONU consagre esta fecha (23 de agosto) como “día mundial del recuerdo del tráfico de esclavos y de su abolición”. El objetivo es ayudarnos a superar la cultura en la cual la esclavitud pueda ser posible.
Se estima que en la actualidad más de 60 millones de personas vivan como esclavos. La esclavitud existe en 167 países, incluso en Europa y América del Norte. Allí existen el trabajo precario e inhumano, el comercio de esclavas y esclavos sexuales, el trabajo infantil no remunerado, etc. Hasta los días actuales, el continente africano sufre consecuencias sociales de la colonización, que durante siglos saqueó sus riquezas y esclavizó a sus pueblos. Hasta hoy, petróleo, diamantes y minerales del subsuelo sólo han contribuido a los Estados Unidos y a países ricos de Europa. Para los africanos, sólo trae una inmensa miseria y servidumbre. En Brasil, cinco personas poseen una riqueza equivalente à la mitad pobre de la población brasileña. Por lo tanto, es prácticamente imposible eliminar, en el campo y en las ciudades, situaciones laborales similares a la esclavitud. Las políticas del actual gobierno federal favorecen el trabajo informal y la pérdida de derechos de los trabajadores. Esa misma realidad se encuentra en la mayoría de países en América Latina y Caribe. En el mundo actual, el sistema capitalista es lo más grande responsable del trabajo esclavo que afecta principalmente a indios, negros, mujeres y niños pobres. Es este sistema económico lo monstro que ataca la dignidad de las víctimas, pero también de toda la humanidad que convive con esta barbarie. Sobre todo, las personas y comunidades que están vinculadas a alguna tradición espiritual deben asumir este compromiso por la justicia como testimonio de su fe en la presencia amorosa del Espíritu, Madre de ternura y amor solidario. Para los cristianos, el apóstol Pablo escribe: “Fue para que seamos libres que Cristo nos liberó” (Gl 5, 1). Esta es la energía de liberación en el interior de cada persona humana y de liberación integral para toda la humanidad. Desde una perspectiva lingüística hacer referencia al Reino de Dios parece que está fuera de lugar, puesto que para todo lo relativo al reino y a la monarquía, sobre todo en nuestro país, no corren tiempos propicios; pero desde el punto de vista bíblico tiene su significado y contenido propios, y, creo, que hoy día se puede aplicar con todo su vigor y amplitud de significado.
Jesús de Nazaret, siguiendo la tradición veterotestamentaria, emplea el término “Reino de Dios”, pero, como explicó a Poncio Pilato, su reino no es de este mundo, es decir, no tiene la estructura de poder como los reinos del mundo, porque, aunque se trate de un reino, no hay poder, sino amor, siendo Dios el epicentro del mismo, y la relación de Dios con sus “súbditos” viene marcada por el amor, la comprensión y la misericordia y éste es el mismo principio que ha regir la relación de los miembros del reino entre sí. En este reino no impera la ley, la norma o la autoridad, sino la libertad, el amor, la comprensión y la misericordia. La comunidad humana que configura el Reino de Dios, y era la pretensión fundacional de Jesús de Nazaret, se integra en torno a unos valores éticos propuestos en las bienaventuranzas, en la parábola del samaritano, en el llamado “juicio final”, etc., cuyas coordenadas son el amor y la misericordia. Se trata de una vivencia tanto personal como comunitaria que se relaciona verticalmente con Dios y con los demás en su horizontalidad. No hay leyes o normas externas que marquen ce por be lo que se debe hacer en cada momento, puesto que “el sábado está hecho para el hombre” y no al revés. Así lo entendió y así lo practicó la Iglesia primitiva de Jerusalén, cuando, según el relato de los Hechos de los Apóstoles, permanecían juntos, en comunidad, unidos en la oración y en la fracción del pan y no había necesitados entre ellos, porque todo lo ponían en común. Cuando el Reino de Dios se institucionaliza sin más, se convierte en Iglesia, como dice A. Loisy: “Jesús predicó el Reino de Dios y vino la Iglesia”. La estructura institucional es necesaria en todo quehacer organizativo humano, pero no puede ser el epicentro hasta el punto de desbancar a la vivencia personal y comunitaria, a la libertad personal y comunitaria, al estar todo controlado por la norma y la ley. Como advertía el profeta Isaías ( Is 2,1-5) la norma viene del templo, que es tanto como decir del clero, de la jerarquía. El Reino de Dios se convierte en Iglesia y ésta en “sociedad perfecta”, en un Estado; una sociedad política más, controlada por el poder y por la ley, y si es dictatorial, mejor, abandonando así las exigencias de ese Reino. No llegó a buen puerto el intento de san Agustín de Hipona de identificar Iglesia y Reino de Dios en su De civitate Dei, menoscabando, sobre todo, el concepto de Reino de Dios, como lo evidencia la Historia de la Iglesia y del Papado a través de los tiempos; tiempos de cismas, de cruzadas bélicas, de poder político y religioso (el papa mediante el llamado “poder de las dos espadas”, como ya reconocía a finales del s. V el papa Gelasio I en su carta al emperador Anastasio, controla el poder político y el religioso), de anatemas de herejes y de doctrinas (como ocurría en los Concilios, en el anecdotario del Vaticano II se recoge la extrañeza de los obispos españoles porque no se proponía ninguna condena de doctrina y no se declaraba ningún dogma), de Syllabus condenatorios de asuntos sociales, políticos, religiosos… Es conmovedor, a este respecto, el testimonio del teólogo francés Y. Congar (la lista de testimonios sería larguísima), que recoge en sus Diarios, y que soportó tres “exilios” impuestos por el poder vaticano y por su Orden de dominicos como consecuencia de sus reflexiones teológicas, al parecer, contrarias a las posiciones “oficiales”: “Acepto a Dios, su visita… No acepto a la Gestapo… No tengo derecho a sacrificar el servicio a la verdad”. Con el reduccionismo del Reino de Dios a la Iglesia, éste pierde su vitalidad y la Iglesia se transforma más en Estado, en sociedad política, que en comunidad de creyentes en el Cristo resucitado. La Iglesia, católica por supuesto, no es el Reino de Dios; éste es un concepto más amplio y comprensivo, como cuando se decía que fuera de la Iglesia, católica por supuesto, no hay salvación, doctrina que corrigió el concilio Vaticano II. Ahora bien, la Iglesia ha de asemejarse al Reino de Dios, puesto que es factor importante para que Dios reine en el mundo y para ello ha de asumir los paradigmas de dicho Reino: más amor y misericordia y menos leyes y normas; más acogida a los pobres, a los emigrantes y refugiados, a los oprimidos, a los sin techos… y menos riquezas y propiedades; más disponibilidad de servicio y menos exaltación de poder y mando, como recomendaba san Bernardo de Claraval a su amigo el papa Eugenio III: “Te dejas agobiar por toda clase de juicios sobre toda suerte de cosas exteriores y seculares; sólo te oigo hablar de juicios y leyes; todo ello, y las pretensiones de riquezas y de prestigio, proviene de Constantino, y no de Pedro“. La Iglesia como motor imprescindible para llevar a cabo el Reino de Dios en la tierra ha de eliminar otro reduccionismo enormemente dañino y perjudicial para la propia Iglesia: considerar el Reino de Dios como algo escatológico, situarlo en el más allá. Los valores éticos y religiosos del Reino de Dios pertenecen a la historia y no se pueden aplazar al final escatológico. Es una contradicción que clama al cielo que la Iglesia pretenda transformar la realidad histórica desde el pietismo, desde la fe sin más: lo único que importa es la relación personal con Dios sin tener en cuenta la realidad que nos circunda. La fe es don, pero también es tarea, un quehacer liberador y transformador de la realidad que no se ajuste a los valores éticos del programa de la Bienaventuranzas. Como sugiere I. Ellacuría, el Reino de Dios supera la dualidad entre lo personal y lo estructural, entre ética social y ética individual, pero no es sólo cuestión de fe, sino también de obras, de praxis configurada por el evangelio de Jesús de Nazaret. |
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