Si profundizamos un poco, podemos ver que ética y moral no son lo mismo. En la sociedad, los que están en el poder, la clase dominante, nos inducen a pensar que son más o menos lo mismo. Nos imponen una única forma de pensar, sentir y valorar. Es parte del pensamiento único. Según ese pensamiento decimos que es Bueno lo que ellos dicen que es bueno. Y decimos que es Malo o que no está bien, a lo que ellos dictaminan que es Malo o que no está bien. ¿Cuándo se puede decir que una persona es ética, o cuando es moral? ¿Cuáles son la ética y la moral vigentes hoy?
El problema consiste en que hacerse estas preguntas nos hace pensar y nos hace valorar las cosas de distinta manera. Porque se trata nada menos que saber discernir de alguna manera lo que es Bueno y lo que es Malo. La ética y la moral, son dos niveles distintos, son dos maneras distintas de pensar y valorar las cosas y las personas. Y vuelvo a preguntar, por ejemplo, para llegar a alcanzar un cierto grado de felicidad, ¿hay que ser ético o hay que ser moral? ¿Con qué código, o norma de conducta, trato de orientar mi vida, con la normativa que me imponen, por parte del poder civil o religioso, o con el sistema de principios y valores que yo elijo y voy elaborando por mí mismo? La ética no responde sólo a la pregunta ¿qué debo hacer?, sino ¿por qué debo hacer esto o lo otro? O por qué no debo hacerlo. Según la sentencia de Aranguren (la moral es la moral vivida, la ética es la moral pensada) la diferencia entre ética y moral sería esta. La moral es la que orienta las costumbres de la ciudadanía por los códigos de conducta imperantes en la sociedad. Lo que está vigente. Lo que hace todo el mundo. La ética es la reflexión filosófica sobre dichas conductas. Lo moral se refiere siempre al campo de la conducta, de las acciones: lo que se hace cada día, en cada institución (familia, parlamento, economía, etc.), regido por códigos concretos de conducta de tipo religioso o civil. Se trata de las costumbres vigentes en la sociedad, regidas por unas normas que emanan de la misma sociedad sin saber a punto fijo de quien o de dónde han salido esas normas concretas, de tipo familiar, social, económico o político. Responde a lo que todo el mundo hace, a los comportamientos diarios de la gente, que ordinariamente se rigen por los deberes u obligaciones impuestas por esta sociedad capitalista, sea de tipo civil o del ámbito religioso. Prescribe lo inmediato para la acción, dictado por el orden establecido por los poderes sociales, políticos o económicos Sabiendo que se trata de una sociedad capitalista, muchos comportamientos que son manifiestamente inmorales, aparecen como “normales” porque se adaptan a las normas establecidas en la sociedad. Y seguimos pensando que la ética no es lo mismo que la moral. La ética no puede confundirse con la llamada "moral". No es lo mismo ética que moral. Cuando la ética se confunde con el orden existente, con lo que está establecido, con lo de siempre, con la moral vigente, se convierte en una máquina de construcción y de conservación del sistema social vigente, es decir, del sistema capitalista. Hemos visto cómo la moral de la guerra, por ejemplo, se identificaba con el destino del petróleo, y el derecho internacional con el reparto actual del poder. La cultura de la guerra que han creado los centros de poder, ha logrado presentar el conflicto armado como una pieza necesaria de la misma naturaleza de las cosas, algo propio del paisaje humano. La ética tiene un paisaje de principios, normas y valores que resulta irrenunciable: un síndrome de valores, como diría Erich Fromm, como son la libertad, la justicia, la Vida, la verdad, la solidaridad, la paz, el respeto por los derechos humanos, que se convierten en convicciones y orientaciones de conducta, muy distinto al que ofrece la “moral”. La ética siempre será una reflexión crítica, a la luz de los Derechos humanos o de los valores éticos, que juzga al sistema social vigente. Y el pensamiento crítico siempre es molesto al orden establecido. Criticar es juzgar con valentía, es identificar méritos y debilidades; desvelar lo oculto, actuar de forma abierta y no dogmática; llamar a las cosas por su nombre. Es una actividad que implica riesgos porque teme los juicios que puedan descubrir sus errores y debilidades. La crítica es, por naturaleza, polémica; genera discordias y enemigos, pero también amigos. Puede producir ideas y conocimientos, así como cambios, siempre necesarios, en las obras y en los seres humanos. De ahí que lo normal es que el poder establecido o dominante trate siempre de suprimir o de ocultar la crítica. No quiere, ni soporta un sistema de pensamiento que ponga al descubierto las contradicciones de unas conductas que se dicen “morales” porque siguen las normas y leyes establecidas, pero que esas conductas no son éticas. Y hay un cierto clamor popular de “falta de ética” en la sociedad, no de falta de moral. Al llegar aquí no tengo más remedio que hacerme unos serios interrogantes: por ejemplo. ¿Qué significa la paz para los que hacen la guerra? ¿Es acaso la paz el fin que persiguen cuando acaben la guerra? ¿Es lo mismo paz que sumisión a las condiciones de paz que imponen los vencedores? ¿Se pueden llamar vencedores a los que ganan la guerra? San Agustín, en su obra "La ciudad de Dios" definía la paz como la "tranquilidad en el orden"; pero, nos preguntamos ¿de qué orden se trata? La guerra del Golfo se terminó en 1991, hubo desfiles militares victoriosos, medallas, condecoraciones, ascensos, ¿acaso hemos alcanzado la paz en el Golfo? ¿Ha alcanzado la humanidad una suficiente estatura moral para crear un nuevo orden? ¿Ya hemos establecido un criterio ético de convivencia, de diálogo y de comunicación humanas entre los pueblos y sus culturas? ¿Modificará alguien su sistema ético por lo ocurrido con los refugiados, por las muertes incesantes de emigrantes en el Mediterráneo? ¿Acaso no nos plantean problemas éticos estos escenarios? Actuar moralmente es actuar conforme a los códigos de conducta de nuestra cultura, forma de vida o grupo social. En el límite es actuar conforme a algún código. Llamo ética a la reflexión sobre las morales concretas en las que siempre estamos. El desafío ético que nos impone la sociedad mundial caracterizada por un gran pluralismo cultural y un sistema económico que hace crecer la diferenciación económica y la desigualdad social en el planeta, es el de encontrar un fundamento intercultural que respete la diversidad moral e incluso la favorezca, pero que al mismo tiempo pueda criticar a todas las morales por igual. En los países pobres la estructuración del poder mundial se hace muy visible y presente en la vida cotidiana de millones de personas. La filosofía moral en los países industrializados muchas veces obvia la pregunta de los efectos de su acción y de sus morales concretas sobre la mayoría de la humanidad aunque se hable de derechos humanos. Se reflexiona más sobre las condiciones del diálogo democrático, el lenguaje y sus implicaciones en el interior de los países ricos, que sobre las consecuencias y los efectos mundiales de su modo de vida respecto a los demás modos de vida del planeta. Quizás es en los países pobres donde pueden plantearse preguntas que muchas filosofías morales de los países ricos no pueden responder porque no están interesados en plantearse determinadas preguntas. Una definición de ética podría ser ésta: es el conjunto de principios, normas y valores que cada uno/a va eligiendo libremente durante su vida, para orientar correctamente su conducta. Se podría dar otra definición. Por tanto, la ética no es intemporal: unos principios, normas y valores que sirven para todos los tiempos. Cada uno, cada una, va eligiendo (es el problema de la libertad) y priorizando una escala de valores que le sirven para orientar su conducta concreta, la de su vida personal y única. La vida siempre es temporal y por tanto, histórica. La definición que da Wikipedia: El término ética proviene de la palabra griega ethos, que originariamente significaba “morada”, “lugar donde se vive” y que terminó por señalar el “carácter” o el “modo de ser” peculiar y adquirido de alguien; la costumbre (mos-moris: la moral). Esquematizando mucho lo expuesto podríamos concluir así: La ética tiene una íntima relación con la moral, tanto que incluso ambos ámbitos se confunden con bastante frecuencia. En la actualidad se han ido diversificando: la Ética es el conjunto de normas que vienen del interior de la persona y la Moral las normas que vienen del exterior; es decir, de la sociedad.
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Me parece claro que la única cuestión decisiva, de la que pende todo lo demás, no es otra que comprender la respuesta adecuada a la pregunta “¿quién soy yo?”.
De cara a facilitarla, quiero proponer una metáfora. Cuando vemos una sala, nuestra mente tiende a identificarla por los objetos que percibe en ella: las paredes, el techo, las columnas, las puertas y ventanas…, en definitiva piensa que la sala es un conjunto cerrado y delimitado que contiene determinados objetos. La realidad, sin embargo, es bien diferente: lo que define a la sala no es nada de aquello, sino sencillamente el espacio, que es lo único que permanecerá cuando todo lo demás se venga abajo. Al aparecer los objetos citados, surge con ellos una forma concreta que el espacio adopta, pero la entidad real que hace posible la sala es justamente ese mismo espacio. Y este no es en absoluto diferente del que se halla “fuera” de la sala: en realidad, se trata siempre del único y mismo espacio, que las paredes levantadas no separan en absoluto, por más que sea esa la impresión que percibe nuestra mente. Como ocurre con la sala, también a nosotros mismos tendemos a definirnos por los objetos que nuestra mente percibe: el cuerpo, los pensamientos, los sentimientos, las emociones, las reacciones, nuestra biografía… Y sin embargo, todo ello está cambiando constantemente, mientras que hay “algo” en nosotros –aquello que somos– que permanece. Eso que permanece inalterable es justamente el espacio en el que aparece todo lo demás, la espaciosidad consciente que constituye el fondo o realidad última de todo lo que es y de donde brotan, sostenidas por ella, todas las formas. El hecho, accesible a cualquiera, de poder observar todo aquello que reconocemos en nosotros –cuerpo, mente, psiquismo, historia…– es signo evidente de que no somos nada de ello. Como en el caso de la sala, aquello que no se ve es lo que hace posible que aparezca lo que nos resulta perceptible. Si en aquel caso nos preguntábamos qué es lo que queda cuando desaparecen todos los objetos (paredes, tejado, columnas, puertas, ventanas…), al referirnos a nosotros mismos, podemos hacernos unas preguntas similares: ¿qué es lo que permanece cuando vemos lo que cambia en nosotros?; ¿qué es eso que observa y no puede ser observado? La respuesta es evidente: en el caso de la sala, el espacio; en nosotros, la consciencia o presencia consciente. Una vez comprendida nuestra identidad, cualquier otra cuestión queda automáticamente “recolocada” en el marco adecuado. La indagación siempre conduce al mismo resultado: la clave radica en comprender lo que somos y vivir en conexión consciente con ello. Todo lo demás –diría Jesús de Nazaret– “se nos dará por añadidura”. El domingo pasado nos dejaba el relato evangélico de Mc ante la multiplicación de los panes. En su lugar, la liturgia inserta, a partir de este domingo, todo el c. 6 de Jn. Es el más largo y denso de todos los evangelios, y que nos va a ocupar cinco domingos. En sus 71 versículos, partiendo de la multiplicación de los panes, elabora toda una teología del seguimiento. En el fondo, se trata de un proceso de iniciación catequética, que en la comunidad duraba varios años y que, al final, obligaba a tomar una decisión definitiva: el bautismo.
El evangelio de Jn fue escrito en una comunidad de iniciados para su uso personal. Todos comprenden los signos que en él se emplean. Este evangelio es esotérico. La numerología, la cábala, el tarot, lo impregnan todo. Los 21 capítulos del evangelio se corresponden con cada una de las cartas del tarot. La 6ª (el enamorado) representa un joven en un cruce de caminos, ante dos doncellas. Una, de amarillo y verde, representa la vida sensitiva. Otra, de azul, representa la vida espiritual. El joven tiene que elegir uno de los dos caminos. Como siempre en Jn, todo son símbolos. El pan es el signo del alimento espiritual. El monte es el lugar donde habita la divinidad. Jesús subió al lugar que le es propio. Sentarse es el símbolo de enseñanza rabínica. “Estaba cerca la Pascua” no es un dato cronológico, sino teológico. La gente no sube a Jerusalén, como era su obligación, sino que busca en Jesús la liberación, que el templo no puede darles. Proclamarle Rey es buscar seguridades. El dinero es lo que había desplazado a Dios del templo. Utilizado por el sistema opresor, es el causante de la injusticia. Comprar pan es obtener un bien necesario para la vida a cambio de dinero, inventado para dominar. El vendedor dispone del alimento; lo cede solo bajo ciertas condiciones dictadas por él. La vida no está al alcance de todos, sino mediatizada por el poder. Jesús no acepta tal estructura, pero quiere saber si sus discípulos la aceptan. Felipe no ve solución. Doscientos denarios era el salario de medio año. Andrés muestra una solución distinta. Habla de los panes y los peces que descubre como algo de lo que se puede disponer. El muchacho (muchachito, doble diminutivo) representa al insignificante grupo de los discípulos. Los números simbólicos 5+2=7 indican totalidad. Todo se pone a disposición de los demás. Al ser de cebada, pone en relación este episodio con el de Eliseo. Eliseo dio de comer a cien, con veinte panes. Jesús da de comer a cinco mil con cinco. La propuesta de Andrés es la adecuada pero no hay medios suficientes. Comer recostado era signo de hombres libres. Jesús quiere que todos se sientan personas con su propia responsabilidad. No quiere servidumbres ni dependencias de ninguna clase. Aquí está ya apuntando a la falsa interpretación que van a hacer del signo. El lugar (con artículo determinado) era el modo de designar el templo. Dios no está ya en el templo sino donde está Jesús. La mucha hierba, signo de la abundancia de los tiempos mesiánicos. Pronunció la acción de gracias (eucaristhsaV=eucaristizó). Este dato tiene mucha miga. Se trata de conectar la comida con el ámbito de lo divino (los sinópticos hablan de elevar la mirada al cielo). Se reconoce que el alimento es don de Dios a todos; nadie puede apropiárselo para después sacar provecho de su venta. Una vez liberado del acaparamiento egoísta, todos tendrán acceso a ese bien necesario. Su finalidad primera, alimentar, se eleva para convertirlo en signo de Vida. Solo en este nuevo espacio es posible el compartir. Recoged los pedazos que han sobrado. Lo sobrado, no tiene sentido de resto, desperdicio sino de sobrante, sobreabundante. En la Didaché se llama al pan eucarístico “los trozos” (klasma). Deben recogerlos porque la comunidad tiene que continuar la obra de la entrega. Otra gran diferencia con la experiencia del Éxodo. El maná no duraba de un día para otro; lo que Jesús ofrece tiene valor permanente y hay que cuidarlo. Recordemos que en los Hch se llama a la eucaristía “la fracción del pan”. No es pan, sino pan partido. Llenaron doce canastas. "doce" no hace referencia a los apóstoles sino a las doce tribus de Israel, como símbolo de todo el pueblo que había acompañado a Moisés por el desierto. El profeta que tenía que venir al mundo estaba anunciado en (Dt 18,15). Se trata de un profeta como Moisés que haría los mismos prodigios que él. No reconocen la novedad de Jesús. Siguen creyendo en una salvación venida de fuera, al estilo del A T. Más tarde se establece una clara distinción entre el alimento que les da Jesús y el maná. El intentar hacerle rey demuestra que no han entendido nada. La multitud queda satisfecha con haber comido. La identificación con Jesús y su mensaje no les interesa. Jesús quiere liberarles; ellos prefieren seguir dependiendo de otro. Jesús les pide generosidad; ellos prefieren recibir gratis. Jesús quiere asociarlos a su obra; ellos quieren descargar en un jefe su responsabilidad. La solución no es un milagro externo, sino el saber compartir todo con todos. La salvación no está en que alguien solucione mi problema sino en superar el egoísmo y estar dispuesto a dar a los demás lo que uno tiene y lo que uno es. Se retiró a la montaña él solo. Jesús sube a lo alto, mientras los discípulos bajan. Ante la total incomprensión de la gente, Jesús no tiene alternativa, se vuelve al monte (lugar de la divinidad). Completamente solo, como Moisés después que el pueblo traicionó a su Dios, haciéndose un ídolo. Este paralelo con Moisés, muestra la gravedad de lo sucedido. Haciendo de Jesús un Mesías poderoso, repiten la idolatría de los israelitas en el desierto. En ambos casos quieren adorar a Dios, pero bajo la falsa imagen que ellos habían hecho de Él. El dinero sigue siendo la causa de toda desigualdad. Todo tiene un precio. La gratuidad y el compartir han desaparecido de nuestra sociedad. Seguimos ante la encrucijada pero aún no hemos tomado una decisión. No somos conscientes de que no tomar el camino espiritual, es ya dejarnos llevar por el hedonismo. La búsqueda de placer a cualquier precio es la tónica de nuestra sociedad. En el mejor de los casos, nos empeñamos en ir por dos caminos opuestos al mismo tiempo. La religión como la mayoría la entiende, nos lleva a la esquizofrenia. Jesús pudo escapar de la pretensión de aquella gente, pero de nosotros, no puede escapar y lo hemos proclamado rey del universo. Cada uno de nosotros debemos examinar los motivos que nos mantienen unidos a Jesús. ¿Por qué somos cristianos? ¿Por qué venimos a misa? Yo os lo voy a decir: Para asegurarnos sus favores aquí abajo y además, garantizar una eternidad dichosa en el cielo. ¡Poco han cambiado las cosas! También nosotros seguimos sin querer saber nada del servicio y la entrega a los demás. El evangelio sigue sin estrenar. Seguimos poniendo lo espiritual al servicio de lo material. No nos interesa lo que Dios quiere sino nuestro placer. Solo nos interesa que Dios se ponga a nuestro servicio. Si todos los que nos llamamos cristianos empezáramos a compartir, como Jesús nos pide, se produciría la mayor revolución de la historia humana. Si esperamos a compartir cuando hayamos cubierto todas nuestras necesidades, nunca compartiremos nada, porque la técnica del capitalismo hedonista es precisamente aumentar las necesidades a medida que se van satisfaciendo. Meditación Jesús no quiere estar por encima de los demás. Tampoco quiere que la gente se esclavice. La auténtica salvación no puede venir de fuera. El horizonte de tu plenitud está dentro de ti. Lo externo: ni te tiene que atar, ni te puede liberar. Los cinco próximos domingos los dedica la liturgia a la lectura del evangelio de san Juan, el discurso del pan de vida, introducido por el milagro de la multiplicación de los panes y los peces.
Un caso extraño Es raro que Juan coincida con los Sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) en algún relato. Este de la multiplicación de los panes y los peces es uno de los pocos casos, pero conviene advertir los matices propios de Juan. El primero es la fecha: «Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.» Ninguno de los Sinópticos ofrece esta indicación, que para Juan es muy importante: hace referencia al momento de la muerte de Jesús. Juan no cuenta la institución de la Eucaristía, pero este milagro, ocurrido en la misma fiesta, simboliza la idea de que Jesús alimenta a su pueblo. Jesús y Eliseo Uno de los grandes obradores de milagros en el Antiguo Testamento es el profeta Eliseo. La 1ª lectura recoge cómo alimentó con veinte panes de cebada a cien personas (teniendo en cuenta las dimensiones de los antiguos panes, no era demasiado difícil sacar un bocadillo para cada uno). En contra de las dudas de su criado, comieron todos y sobró. El milagro de la multiplicación de los panes y los peces está calcado sobre el de Eliseo, pero aumentando las dificultades. En vez de cien personas son cinco mil (los Sinópticos añaden “sin contar mujeres y niños”, Juan sólo menciona a los varones). Y en vez de veinte panes, Jesús sólo dispone de cinco. Para dejar clara la dificultad se indica lo que costaría alimentar a esa gente: 200 denarios. El denario era el salario diario de un campesino; 200 denarios suponen una cantidad muy grande para un grupo que vive de limosna, como el de Jesús. A pesar de todo, igual que Eliseo dijo: «comerán y sobrará», los comensales de Jesús comen «todo lo que quisieron»; y, para demostrar la abundancia, se recogen doce canastos de sobras. La relación entre el milagro de Jesús y el de Eliseo queda especialmente clara en Juan, ya que mientras los Sinópticos hablan simplemente de “cinco panes”, Juan indica que son “panes de cebada”, como los que regalan a Eliseo. Simbolismo eucarístico Mateo, al contar este milagro, omite la referencia a los peces en el momento de la multiplicación, para subrayar la importancia del pan como símbolo eucarístico. Juan lo sugiere de forma distinta. La orden de Jesús: "Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda", la refieren los discípulos sólo a los panes, no se preocupan de los peces. Es probable que estas palabras de Jesús reflejen la práctica litúrgica posterior, cuando se pensó que el pan eucarístico no podía ser tratado como otro cualquiera. La reacción del pueblo y la reacción de Jesús En los Sinópticos, la gente no es consciente del milagro ocurrido. En Juan, el pueblo se sorprende de lo hecho por Jesús y deduce que es el profeta esperado, semejante a Moisés, que alimentó al pueblo en el desierto. A primera vista, extraña que identifiquen a ese «profeta que iba a venir al mundo» con el futuro rey de Israel. Pero Flavio Josefo habla de profetas que se presentaban en el siglo I con pretensiones regias, mesiánicas. La intención del pueblo es claramente revolucionaria, nombrar un rey que los gobierne distinto del César romano, un rey que los libere. Pero Jesús no comparte ese punto de vista y huye. «Mi reino no es de este mundo», dirá a Pilato. Un milagro que continúa en un discurso En los Sinópticos, el milagro está cerrado en sí mismo. En Juan, el milagro supone el punto de partida para un largo discurso, que se leerá en los próximos domingos. Es importante recordar este detalle al comentar el texto: se puede subrayar la preocupación de Jesús por la gente, su poder infinitamente superior al de Eliseo, el simbolismo eucarístico, la oposición de Jesús a un mesianismo político… pero hay que dejar claro que el relato es solo la puerta a un discurso. «Ahora viene lo bueno». El milagro de los panes sirve para presentar a Jesús como el verdadero pan de vida. Juan, al escribir los discursos de Jesús, los concebía como un desafío para el lector: no se debían entender a la primera, sino tras diversas lecturas y continua reflexión. Por desgracia, la mayoría de los fieles, al menos en España, no está para muchos desafíos en el mes de agosto. Receta para conseguir la unidad (2ª lectura: Efesios 4,1-6) El domingo pasado, la carta a los Efesios recordaba que Dios reconcilió a judíos y paganos mediante la muerte de Jesús. Pero esa unidad puede resquebrajarse fácilmente. Nos solo entre los dos pueblos, sino también dentro de las comunidades del mismo origen. La experiencia de veinte siglos lo demuestra. Pablo, desde la cárcel, aconseja las actitudes que ayudan a mantener la unidad: humildad, amabilidad, comprensión, sobrellevarse mutuamente, esforzarse en mantener el vínculo de la paz. Así se llegará a ser un solo cuerpo y un solo espíritu, basados en «un Señor, una fe, un bautismo». Este texto recuerda, con palabras muy distintas, el gran deseo de Jesús en su despedida: «Padre, que todos sean uno, como tú en mí y yo en ti». Y, en relación con el evangelio, nos recuerda que somos uno todos los que comemos el mismo pan. En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea… en este tiempo se acerca a la orilla del mar Mediterráneo.
Lo seguía mucha gente… buscando el sentido de la vida en forma de sanación física, psíquica, económica y espiritual. También hoy se acerca a la desolación de quienes sólo tienen la herramienta de sus pies en marcha y la voluntad de sobrevivir con dignidad. Subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. La montaña como lugar de visión en perspectiva y de espacio comunitario. Estaba cerca la Pascua, el paso, gentes en movimiento, de camino. Levantó los ojos… allí estaban. No hay obstáculos que detengan a quienes huyen de la violencia y del hambre; ni altas montañas que no se atrevan escalar, ni mares que les detengan si se trata de encontrar una vida plena, asumiendo el riesgo de una muerte rápida. Hoy. ¿Recordaste al profeta Eliseo dando las primicias de pan? (2 Reyes 4, 42-44): “Dáselo a la gente y que coman… comerán y sobrará”. Seguramente. Aquel texto lo habrías escuchado muchas veces en la sinagoga. Tus discípulos también, pero no parece que relacionaran el asunto. “Felipe, ¿con qué compraremos panes para que coman estos? Preguntaste a modo de prueba sabiendo que no se trata de comprar sino de compartir, punto de partida para que haya milagros. Felipe debió quedar boquiabierto con tu pregunta y para remate, aparece Andrés proponiendo soluciones imposibles sin fe alguna en el proyecto: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es eso para tantos?”. En los textos de los otros evangelios, sin preámbulo alguno, planteas a tus discípulos el reto: “Dadles vosotros de comer” (Mt 14, 16; Mc 6, 37 y Lc 9,13). Quizás Juan, que te conocía más de cerca, con su amplia mirada contemplativa, intuyó que les estabas poniendo a prueba, más allá de que te dieran ideas para enviar a casa a todo el personal que empezaba a ser un problema de logística. ¡Manos a la obra!, no te queda otra, tu compasión te pone en marcha pensando en el cansancio de aquella masa humana. Lo primero que descansen: “Haced que se recueste la gente”. Por suerte era un lugar mullido, tenía hierba, eso dice Juan. Cuando alguien llega a una casa, si los de dentro practican la hospitalidad y están atentos, sabiendo que ha hecho un largo camino, ha sudado y no ha comido a sus horas, no piden explicaciones. Ofrecen sitio para descansar y alimento lo más rápido posible. Jesús toma lo que hay, cinco panes y dos peces, y da gracias porque lo haya. El milagro se vuelve cotidiano: se parte, se reparte, se comparte y, contra todo pronóstico inicial, las sobras se recogen en doce canastos. Sabías que no iban a entender ni los sentados en la hierba ni los discípulos. Sabías que se transmitiría lo ocurrido como algo mágico y que vendrían a por ti para nombrarte rey y quitarse de problemas. ¡Espera, no te retires todavía a la soledad de la montaña! ¡Vuélvete hacia nosotros con tus pies en la arena bañados por las olas a la orilla del Mediterráneo! ¿No vas a decirnos algo para probarnos? La brisa del mar es tu aliada: “Dadles vosotros de comer”… y comed juntos, compartiendo el pan que os dejo día a día; es de todos porque lleva la levadura del Amor de Dios a toda la humanidad. ¿Cuántos creyentes hay actualmente en España y en qué creen? Es difícil precisarlo más allá de lo que nos muestren las estadísticas del CIS. Durante el último año la cifra ronda los 2,7 creyentes por cada no creyente.
La gente se define así: ---un 68,8% católicos, ---un 2,3% creyentes de otra religión, ---un 15,7% no creyente y un 10,2% ateo (el encuestador sabrá, quizá mejor que el encuestado, cuál es la diferencia), ---un 3% no sabe o no contesta. Hace cerca de 25 años (octubre de 1994) la relación era de 5,76 creyentes por cada no creyente (o “indiferente”), ya que esos porcentajes eran, respectivamente: --81,2% católicos, --1,7% creyentes de otra religión, --7,8% indiferentes, --4,6% no creyentes, --2,0% ateos, --1,9% otra respuesta, 0,9% no sabe o no contesta. En otras palabras, el número de no creyentes se ha doblado en este tiempo. Y esa parece ser la tendencia general en el mundo, incluidos los países de América. Me parece conveniente, hasta donde sea posible a partir de encuestas fiables, profundizar en cuáles son esas creencias que la gente confiesa tener espontáneamente ante un encuestador anónimo. Los datos del CIS, aun siendo fiables, son harto escuetos. La última encuesta en que se profundizó sobre las creencias de los españoles fue la del “Eurobarómetro Especial 225”, de junio de 2005, elaborada por el grupo británico TNS. Por entonces el CIS –del que echo en falta encuestas similares, y espero que los sondeos sobre religiosidad no sufran la suerte de aquellos que había sobre la institución monárquica- daba resultados intermedios a los referidos ayer (el año 2005 cae en mitad del descenso operado entre 1994 y 2017): --79,4% católicos, --2,3% creyentes de otra religión, --11,0% no creyentes, --6,0% ateos, --1,3% no sabe o no contesta. Esto suponía 4,8 creyentes por cada no creyente (casi el doble de la proporción actual: 70% de creyentes frente al 27,7% de ateos en el barómetro del CIS de abril de 2018, lo que significa un no creyente por cada 2,53 creyentes). Según el Eurobarómetro (1), “el 59% de los españoles declararon "creer en un dios", el 21% en "alguna clase de espíritu o fuerza vital" y el 18% en "ninguna clase de espíritu, dios o fuerza vital". Este 18% se parece mucho al 17,4% de “no creyentes” y “ateos” calculado por el CIS por aquella fecha” (unos 5 creyentes por cada no creyente). Tras lo cual, cabe preguntarse (como D. Antonio Cantó en el artículo reseñado en la nota) en qué creen los integrantes de ese grupo que se considera “católico”. En el Eurobarómetro de 2008 (nº 69, p. 15-16), se nos dice que “sólo un 3% de los españoles consideran la religión como un valor importante, muy lejos de la paz (45%), el respeto a la vida (42%) y los derechos humanos (38%). En realidad, es el menos relevante de los valores propuestos a los entrevistados, y está muy por debajo de la ya de por sí débil media europea del 7%. Sólo hay un país que le dé menos importancia: Portugal.” (2) “Más intrigante resulta analizar las características de esa fe católica que afirman procesar la mayoría de los españoles. Si recordamos el Eurobarómetro Especial 225 mencionado antes, --el 59% afirman "creer en un dios", --el 21% en "alguna clase de espíritu o fuerza vital" y --el 18% en "ninguna clase de espíritu, dios o fuerza vital". Ahora bien, “si un 76% de los españoles se declaran católicos pero sólo un 59% cree en "un dios" en el sentido clásico, monoteísta, del término... significa que al menos un 17% dice ser católico pero no creer en un dios sino, en el mejor de los casos, en "alguna clase de espíritu o fuerza vital". “¿Cómo es esto posible?” –se pregunta el científico-. Para responder a esto, analiza los datos obtenidos por una encuesta más concienzuda, la del Obradoiro de Socioloxia (3). Sus aportes coinciden con los del CIS en la parte general: “tan solo un 15,3% de los católicos va a misa "casi todos los domingos y festivos" o más a menudo, y un 26,1% "algunas veces al mes" o "varias veces al año". Precisando, sólo --el 73% de los encuestados cree que “Jesús fue un personaje histórico que existió realmente”; --un 47% cree que Jesús fue “Dios o Hijo de Dios”; --un 41% cree que nació de una virgen; --un 43% cree que después de morir resucitó; --un 41% cree en los milagros; --un 32% cree que existen los ángeles; --un 34% cree que un Dios creó el mundo de la nada; --un 29% cree que Adán y Eva fueron los primeros seres humanos; --un 41% cree que el alma vive después de la muerte; --un 27% que existe el cielo; --un 37% que existe el cielo; --un 29% que existe el demonio; --y un 53% cree que existe Dios. Un resultado así cuestiona no ya que haya –hubiera, en 2005- tantos cristianos [como decían las encuestas superficiales], sino que los no creyentes no se aproximen en número a los creyentes en Dios. “Más de la mitad de los "católicos no practicantes" –dice D. Antonio- no creen que Cristo fuera Dios o hijo de Dios, que naciera de una virgen o que resucitara al tercer día (curiosamente, tampoco lo creen un 20% de los que se consideran "practicantes"). Y más del 60% no creen en el cielo ni en el infierno, en los milagros, en Adán y Eva, en la creación divina del universo o en la supervivencia del alma tras la muerte. Extraordinariamente, sólo el 54% de ellos dicen "creer en Dios", lo que viene a aproximarse a ese 59% que, según el Eurobarómetro, "creen en un dios".” “Uno podría preguntarse –continúa- qué clase de católicos son estos, y también por qué se identifican como católicos ante los encuestadores y eligen a la Iglesia Católica Romana para sus ritos sociales”. “Más curiosa resulta su fe en cuestiones esotéricas y paranormales, que entre los no creyentes es residual, desmintiendo aquella frase de G. K. Chesterton según la cual "quien no cree en Dios cree en cualquier cosa". Por el contrario, más del 15% y hasta la cuarta parte de los católicos (practicantes y no practicantes) tienen fe también en la astrología (24% de encuestados), el mal de ojo (21%), la reencarnación (14%), los fantasmas (16%), la videncia (15%), la comunicación con los muertos (14%) y la existencia de personas con poderes maléficos, como las brujas (19%); todas ellas, creencias heréticas e incluso malignas según la doctrina católica.” Pueden ustedes revisar los datos y profundizar en las respuestas dadas según la adscripción de los encuestados a un grupo u otro. Un 89% de quienes se consideran católicos practicantes dice creer en Dios (un 11% de ellos no cree). Este porcentaje es del 54% en los que se definen como católicos no practicantes (un 46% no cree). Los no creyentes y ateos dan un coherente 0%. Cree que tenemos un alma que sobrevive a la muerte el 72% (contra un 28%) de los católicos practicantes y sólo un 34% de católicos no practicantes (contra un 66%); y también un curioso 14% de no creyentes y ateos (contra un 86%). Cree que Dios es el creador del mundo (de la nada) un 68% de los católicos practicantes (un 32% no lo cree), un 26% de los católicos no practicantes (contra un 74%) y un curioso 3% de los ateos y no creyentes. Otras creencias dan los porcentajes siguientes, respectivamente, para católicos practicantes, católicos no practicantes, y ateos y no creyentes: --existieron Adán y Eva (58%, 25%, 2%), --existe el cielo (71%, 31%, 2%), --existe el infierno (49%, 24%, 0%), --existe el demonio (55%, 26%, 3%), --existen los milagros (67%, 36%, 14%). [Otras cuestiones no dejan de ser curiosas. Por ejemplo, un 13% de católicos practicantes, un 17% de católicos no practicantes y 8% un de ateos cree que es posible comunicarse con los muertos; y un 22%, un 19% y un 9%, respectivamente, cree que existen brujas o personas con poderes maléficos.] Parece claro que uno de cada tres católicos practicantes y tres de cada cuatro no practicantes, no son, en realidad, creyentes. Y que uno de cada 30 no creyentes es, en realidad, creyente. Mi conclusión particular es que los católicos-católicos (que compartan los dogmas exigidos para serlo, es decir, aquéllos cuyo cuestionamiento hubiera supuesto ni más ni menos que la intervención de la Inquisición) rondan más o menos el 7% de nuestra población. Y los no creyentes se aproximan a la mitad. ___________ (1)TNS Opinion & Social, Special Eurobarometer 225 / Wave 63.1, realizado en enero-febrero y publicado en junio de 2005. Accesible en http://ec.europa.eu/public_opinion/archives/ebs/ebs_225_report_en.pdf, y reproducido por Yuri (el científico Antonio Cantó y bloguero de: http://lapizarradeyuri.blogspot.com (El estado de la religión en España 2009. Secularización e indiferencia generalizada, diversidad, sincretismo y lento ascenso del escepticismo caracterizan a la sociedad española del siglo XXI.) (2) Yuri: http://lapizarradeyuri.blogspot.com (El estado de la religión en España 2009). (3) Muestra agregada de los Publiscopios elaborados por el Obradoiro de Socioloxia entre septiembre y diciembre de 2008, con 12.800 entrevistas realizadas mediante sistema CATIA. Margen de error: 0,7%. Como en una interminable y recurrente pesadilla, la Iglesia chilena no deja de sorprender con su impresionante historial de vergüenzas que indignan a moros y cristianos. Los delicta graviora, como denomina el derecho canónico a los delitos de mayor gravedad cometidos por el clero, no cesan de escandalizar a una sociedad que hace ya rato dijo, ¡basta!
Pareciera que ese temido infierno, tantas veces predicado para evangelizar a una feligresía infantilizada, no estaba en esa eterna hoguera magistralmente escenificada en la Divina Comedia de Alighieri, sino que ha estado, para demasiadas víctimas, en las entrañas misma de la jerarquía eclesiástica. Los crímenes, que en un comienzo eran identificados con las pasiones desatadas de no pocos miembros del bajo clero, paulatinamente fueron escalando hasta comprometer a todos los estamentos de la pirámide jerárquica de la Iglesia. Con esto, el secretismo, que por muchos siglos ha sido el principal bastión defensivo de las contradicciones evangélicas, comenzó a ser derribado, primero por el coraje de las víctimas, y más recientemente gracias al poder de la justicia civil. Prueba de ello son los vergonzosos allanamientos de los obispados de Santiago, Rancagua, Temuco y Villarrica. Y como un hecho especialmente significativo, el Canciller del Arzobispado de Santiago ha sido formalizado por un Tribunal de Garantía, quedando en prisión preventiva para investigar graves delitos sexuales contra menores. La significancia de este hecho dice relación con la responsabilidad del cargo ejercido en la Iglesia de Santiago por el acusado. En efecto, el Derecho Canónico encarga al Canciller la responsabilidad de ser ministro de fe para que ciertos actos del obispo tengan efecto jurídico, por lo que su "principal función consiste en cuidar de que se redacten las actas de la curia, se expidan y se custodien en el archivo de la misma." Para tales funciones, el mismo Código establece que el Canciller debe ser una persona "de buena fama y por encima de toda sospecha". Y para resguardar la información confiada al Canciller, el Derecho Canónico lo obliga a mantener dos archivos, donde uno es el "archivo secreto", donde se guardan "con suma cautela los documentos que han de ser custodiados bajo secreto". Es ahí donde el secretismo de la Iglesia cobra realismo absoluto. Luego, con los mismos principios de la moral cristiana, y dejando fuera el caso del sacramento de la Confesión, cabe preguntarse con honestidad ¿para qué la Iglesia necesita el recurso del secreto de los actos humanos? Ello acaso, ¿no está reñido con la justicia y la igualdad que garantiza la dignidad cristiana para todos los bautizados, por ser todos hijos e hijas de Dios? De hecho, el mismo Jesucristo enseña que "nada hay secreto que no llegue a descubrirse ni nada oculto que no llegue a conocerse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz del día; lo que os digo en secreto, proclamadlo desde las azoteas de las casas." (Mt 10, 26b-27) En consecuencia, el secretismo de la Iglesia no es, sino un recurso humano establecido para afianzar esa desviación histórica que asumió, cuando abandonó el camino del servicio y del Evangelio, para convertirse en un enclave de poder, que en el curso de la historia ha permitido ocultar horrores y maldades tan graves como los abusos de menores, su complicidad y su ocultamiento. Luego, el secretismo en la Iglesia es esa "arcana imperii" que tantas veces se esgrime como "razón de estado" para justificar los secretos del poder. Esto, moralmente puede ser comprensible y necesario como recurso de la política, pero jamás como recurso eclesiológico. Entonces, la detención del Canciller del Arzobispado de Santiago, llevada a cabo por la justicia chilena, bien podría ser un atisbo de esa justicia divina que tanto esperan y necesitan las víctimas, los fieles y sociedad entera, especialmente porque pudiera ser el camino para ventilar esos oscuros secretos en los que se ha amparado demasiada impunidad. Así también, podría conducir al camino de retorno al Evangelio, de una Iglesia menos imperial, menos jerárquica, más servicial y con genuino espíritu cristiano. Quien intercede pretende recordar a Dios "sus deberes" o que un enchufado se los recuerde. Es decir, pretende instruir a Dios y se muestra más misericordioso que Él, puesto que el "intercesor" SÍ se acuerda de hacer misericordia.
El "intercesor" se considera bueno y misericordioso (y seguramente lo es). Pero con su oración manifiesta que el Dios al que reza ya no es tan bueno y misericordioso, puesto que necesita que alguien le empuje a hacer misericordia. Considera que uno o más intermediarios aduladores le convencerán. Esto ya sería suficiente para calificar de "necia" tal práctica. Aquí podría dar por terminado este escrito. Pero insistiré un poco más por si quiebro la terquedad de la rutina en alguna conciencia. Cuando oigo hablar de intercesión, me chirrían todos los goznes. "Interceder", en nuestra preciosa lengua española, significa "hablar en favor de otro para conseguirle un bien o librarlo de un mal". 1. La intercesión por alguien vivo Cuando intercedemos por una persona nos comportamos como si Dios fuese un potentado, que no conoce a nuestro colega, y "se lo recomendamos" para que le haga algún favor. Estamos rebajando a Dios a la estatura de un "poderoso hombrecillo" y a nuestro amigo a la condición de "desconocido" en vez de "hijo". ¡Qué dos errores tan enormes! Si estuviéramos seguros de que Dios es Padre, que nos conoce y cuida uno a uno (“hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados” – Lc 12,7), que se vuelca permanentemente por mí y por el otro, nos daría vergüenza recomendar a alguien a su propio Padre. Por eso la oración de intercesión me parece un disparate promocionado desde arriba (como tantas otras bárbaras antiguallas). Es una necedad de puro necio ("ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber; falto de inteligencia o de razón; terco y porfiado en lo que hace o dice" RAE). Y no me da rubor alguno gritarlo a los cuatro vientos. Cuando se trata de orar por alguien, a lo más que llego es a musitar: "Señor QUIERO acogerle, amarle y apoyarle como Tú lo haces". 2. La intercesión de la Virgen y los Santos Tampoco es real ni posible la intercesión de los Santos o de la santa Madre. No necesitamos intermediarios, recomendaciones, ni enchufes. (Aquí algunos me mandarán a hacer puñetas, pero les animo a seguir leyendo, salvo que sus "ideológicos y gregarios prejuicios" les hayan cegado). Dios nos quiere más que todos ellos juntos porque su amor es infinito y el de ellos finito. No necesita que nadie se lo recuerde tirándole de la manga. La gran ayuda de los Santos y de la Madre es su ejemplo. Son las montañas del horizonte que nos ayudan a orientarnos, los indicadores que jalonan y animan nuestro camino. A veces necesitamos besar el indicador agradecidos, incluso descansar a su sombra, pero es de necios agarrarse al indicador y dejar de caminar. Tan necio como intentar beber del cartel que te señala la Fuente. Tan necio como confundir al lazarillo con la Luz. 3. El origen de la intercesión El origen de la intercesión me parece verlo -un caso más- en las adherencias judías del cristianismo y especialmente en el principio de expiación: "La Justicia siempre exige reparación". O expías tú o expía otro por ti. O ruegas tú o ruega otro por ti. Hay que saturar al Poderoso con méritos, reparaciones y súplicas para conseguir borrar su enfado y que nos sea propicio. No hemos asimilado el rostro del Padre revelado por Cristo. No le hemos hecho ningún caso: "a vino nuevo, odres nuevos" (Mt 9,17), por eso hay tanto Evangelio vertido por el suelo. Nos mantenemos atados al temor, a la medida, al "diente por diente". No nos hemos abierto al Dios Amor, al Dios Padre y Madre que nos busca insistentemente. Todavía pensamos que hay que enviarle poderosos emisarios, personalidades influyentes, repetidas solicitudes, para doblar su brazo y obtener su favor. 4. La intercesión a la inversa es la buena Yo entiendo la intercesión a la inversa. Es el Padre el que nos llama, el que nos envía mensajeros y lazarillos que nos despierten y orienten. Nuestra Madre, los Santos y cuantos nos quieren bien interceden ante nosotros con su ejemplo y sus palabras. Cuando nos acercamos a ellos nos gritan por dónde se regresa al Padre, nos convencen de la certeza de su amor. Nos repiten: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2,5), por ahí se llega. El favor de Dios está garantizado. No es necesario que nadie le empuje para que salga a buscarnos. Él siempre nos espera en el camino con los brazos abiertos y la mesa puesta. No lo digo yo -mero copista- lo afirma el Evangelio. Nuestro Dios, el de Jesús de Nazaret, el de la "parábola del hijo pródigo" (Lc 15,20), no necesita intercesores. ¿Lo creeremos algún día? ¿O seguiremos creyendo a los curas antes que al Señor? Él mismo en su despedida nos lo dejó bien claro: "Yo no os voy a decir que rezaré por vosotros al Padre, porque el mismo Padre os ama, ya que vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios" (Jn 16,26). 5. La intercesión por los difuntos ¿Y la intercesión por los difuntos? Un disparate aún peor porque, además, lo han convertido en negocio. ¿Es decente decirle a Dios que recuerde? ¡Pero qué desmemoriado es ese ídolo, al que rezan los rutinarios, empujados por una liturgia indecente! ¿Y no es ofender a Dios el ponerle "deberes"? Menos mal que Él no se ofende por nada. ¿Será que los difuntos caen en la nada o en un fuego terrible y somos nosotros quienes tenemos que salvarlos? Cuando alguien muere salta a los brazos de la infinita Misericordia. Ya no podemos hacer nada por ellos, traspasaron nuestras fronteras. Hay que socorrer y ayudar a los "vivos" y no a los "muertos". Acoger, consolar, acompañar, abrazar y ayudar a los que se quedan huérfanos, viudos, solos, doloridos por la ausencia del que se fue. Esa es nuestra misión cristiana. Nunca decirle a Dios que sea misericordioso. ¿Podrá olvidar cuál es su esencia? Y si recordamos a nuestros muertos que sea para no olvidar su ejemplo y su sabiduría, perdonando sus errores. Eso es lo cristiano. Y jamás PAGAR por las oraciones de nadie. Eso es un grave pecado que se llama "simonía". Si Jesús apareciese de nuevo iba a correr con un vergajo a los "guías ciegos" que han montado un negocio con los muertos. "In illo tempore" negociaban en las afueras del templo con palomas y corderos ("no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio" Jn 2,16). Nuestros contemporáneos lo han superado: Han metido el negocio en el templo y en el mismísimo altar. ¡Pobre Pueblo de Dios, cegado y sometido por unos "guías ciegos" absolutistas y embriagados de sí mismo! "Guardaos de los maestros de la ley, a los que les gusta llevar vestidos ostentosos, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros puestos en las sinagogas y que devoran los bienes de las viudas mientras aparentan hacer largas oraciones" (Lc 20,46). Insistiré una vez más: Nuestro Dios no necesita mediadores, ni influencias, ni expiaciones, ni holocaustos, ni sacrificios, ni pagos para rescatar a los muertos. Somos nosotros los que necesitamos despertar de nuestra inconsciencia, de nuestro aletargado sueño, de nuestro complejo de esclavos. Nuestro Dios es un Torrente, una Catarata infinita, la Atmósfera que nos da vida. Vivimos por Él, con Él y en Él, llamados por nuestro nombre, deseados, esperados, amados y abrazados... Nuestra tragedia es que no lo creemos, ni nos enseñan a creerlo. Huimos, vivimos escondidos como miserables cuando somos herederos enormemente ricos. Es realmente una tragedia, una enorme tragedia de la que podemos y debemos salir. 6. Abandonar la necia intercesión Por tanto, ni intercesión, ni intercesores. Desde que lo he descubierto, mi relación con la Madre y los Santos es más cercana, más fluida, más amorosa. Ya no les pido, ni siquiera les hablo, les escucho y con ellos adoro: "Glorifica mi alma al Señor y salta de júbilo…" (Lc 1,46). Ya no intento influir EN ellos, me dejo influir POR ellos. Me he dado cuenta que la oración no consiste en "pedir" sino en "abrir" a quien está deseando entrar. Cuando se trata de orar por otro ya no "intercedo" -pretensión fatua- sino que me dejo empapar de fraternidad, amor, ayuda… hacia esa persona o grupo. Ahora sé que "el mismo Padre los ama", no necesitan influencias. Cuando "vivo" el amor a una persona y se lo cuento al Señor, no consigo nada especial del Cielo. Solo consigo que mi amor se ensanche, crezca y se oriente a esa persona concreta. Si esa persona está presente en mi vida, sin duda notará mi amor en múltiples detalles (trato, sonrisa, apertura, paz, escucha, apoyo, luces, etc.). ¡Mi oración ha sido eficaz! ¡He ayudado al otro! Si esa persona está ausente, la fuerza de mi amor le llegará secretamente. Las vivencias espirituales se transmiten a más velocidad que la luz. Si la telepatía -por ejemplo- está demostrada, ¿cómo no creer en las energías espirituales? Cuentan que las lágrimas de santa Mónica conmovieron a Dios y le concedió la conversión de su hijo Agustín. ¡Totalmente falso! Fue el amor y la insistencia de una madre lo que movió al hijo a abrirse al Dios que su madre reflejaba. Y, ya se sabe, en cuanto Él encuentra un resquicio… nos inunda. Disparata quien afirma que "arranca" favores a Dios. Nada hay que arrancar, lo tenemos todo pre-concedido porque Él está pirrado por nosotros. Somos nosotros los que tenemos que "arrancarnos" de nuestra necedad e indolencia para caer en sus brazos. Pretender "transformar" o "conmover" a Dios para que nos sea favorable es un tremendo error y una infantil idolatría. Somos nosotros los que debemos transformarnos en "su imagen y semejanza" (nuestra identidad profunda) y conmovernos ante el bien que evitamos y el mal que promovemos o no frenamos. La verdadera oración se nota en esta sencilla ecuación: oración = transformación. Cuando decididamente busco que el bien me inunde, estoy creciendo yo y llamando al corazón del otro. Si abre, mi oración será eficaz también para él. Cuando la oración hace crecer el bien en mí, redunda en el retroceso del mal en el otro. Cuando ambos nos sumergimos en el Bien, la oración nos convierte en racimo que madura al Sol. Es la "comunión de los santos", "vencer el mal con abundancia de bien" (Rom 12,21). La oración por otro no es un triangulo: YO suplico al CIELO para que ayude al OTRO. Más bien es una conexión horizontal entre YO y el OTRO. Se parece a ese infantil juego del agua en el que cargamos nuestros globos o juguetes en el mar y nos empapamos con algazara el uno al otro . El frescor y la caricia del agua nos empuja a sumergimos con alegría en el inmenso Mar cercano, siempre abierto y disponible. La oración -toda clase de oración- o es transformante o no es NADA. Por eso es esencial preguntarse: - ¿A quién estoy orando? ¿Con quién conecto? - ¿Con el lejano "ídolo cicatero" al que pretendo arrancar algún favor? - ¿O con el Dios Torrente cuyo amor gratuito se está volcando permanentemente sobre mí? 7. La buena intención del Pueblo Alguna vez me ha interpelado alguien y me ha dicho: Eres un bruto hablando y escribiendo estas cosas. No tienes en cuenta la "buena intención" de los sencillos fieles. A lo que suelo contestar: ¿Y dónde está la erudita buena intención de los "sabios y entendidos" que guían al Pueblo? ¿Es que son más tontos que yo? A esto ya no me suelen responder. Pero lo más grave no es eso. Lo gravísimo es que la "buena intención" NO basta, de ninguna manera basta. Es básico identificar a quién oras, a qué Dios te estás dirigiendo. ¿Al Abba de Jesús o a ídolos varios? Con "buena intención" rezaban y sacrificaban a los dioses del Olimpo. Con "buena intención" adoraban al sol muchos terrícolas. Con "buena intención" se sacrificaban vírgenes y niños en distintos pueblos y épocas. Con "buena intención" quemaban los inquisidores a seres humanos. Y hoy mismo, con "buena intención" se practica el terrorismo religioso… Y, sobre todo, lo más importante para los cristianos: Con un celo exquisito y "buenísima intención" crucificaron al Señor unos guías religiosos totalmente legales y ortodoxos. Pero los cristianos judíos se lo atribuyeron (y seguimos atribuyendo hoy con nuestros "guías ciegos") a la "expresa voluntad del Padre"… ¡Qué disparate! Hoy mismo los guías de nuestra Iglesia con "buenísima intención" -no me cabe duda- conducen al Pueblo por oscuras cañadas. Con prepotencia porque no escuchan a los fieles laicos, con absolutismo porque imponen sus "verdades erradas" (a la luz de una mínima inteligencia), con pertinacia y rutina porque no hay visos de que quieran cambiar. ¿Ante esto qué debo hacer YO con mi "buena intención" de mínimo fiel laico? ¿Seguir a los crucificadores o al Crucificado? "Se cumple en ellos la profecía de Isaías: Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible; se les han embotado los oídos, y se les han cerrado los ojos. De lo contrario, verían con los ojos, y oirían con los oídos, entenderían con el corazón y se convertirían, y yo los sanaría" (Mt 13,15 - Is 6,9). La buena intención NO basta. De ninguna manera basta. Hay que VER y OÍR. Seguir al Espíritu Santo que te empuja desde dentro con inteligencia y libertad. No somos esclavos, sino "hijos de Dios", incluso frente a nuestros Jerarcas religiosos. Las relaciones interpersonales, en todos sus niveles –de vecindad, de parentesco, de amistad, de pareja–, pueden ser fuente de gozo o bien constituir un campo minado de dificultades.
Un elemento fundamental que genera sufrimiento en las relaciones es el “guion” con el que el ego se maneja. Según él, los otros están ahí para complacerme. En consecuencia, resulta inevitable que, cada vez que tal expectativa no se cumple, aparezca la frustración y, con ella, el enfado, la ira o el abatimiento. Solo podremos salir del sufrimiento abandonando aquella expectativa o creencia errónea, gracias a la comprensión, la cual nos ofrece dos claves decisivas en toda esta cuestión: Los otros no están para complacerme, sino para ayudarme a aprender. Los otros –como yo– hacen siempre lo mejor que saben y pueden, por lo que carece de sentido la culpabilización. ¿Qué es lo que necesito aprender a partir de lo vivido en las relaciones? Tal vez, tres cuestiones básicas: Conocerme y aceptarme tal como soy, integrando la sombra que había reprimido, ocultado o negado. En las relaciones se me hace patente que todo aquello que me altera de los otros se encuentra en mí sin aceptar y, con frecuencia, sin ni siquiera conocerlo. Crecer en amor incondicional hacia mí. Todos mis enfados y frustraciones que nacen en el campo relacional son, en realidad, expresión de un grito que pide amor. Sin ser consciente de ello, estoy pidiendo a los otros el amor –aprecio, reconocimiento, comprensión…– que yo mismo soy incapaz de darme. El hecho de no recibir lo que espero puede constituir una oportunidad preciosa para desarrollar en mí aquel amor incondicional que reclamo de los otros y que, aun sin darme cuenta de ello, me hace vivir mendigando afecto. Crecer en comprensión de mi verdadera identidad. De un modo u otro, todo aprendizaje culmina en este, que me permite contestar adecuadamente a la pregunta primera: ¿quién soy yo? Porque no hallaré luz ni paz hasta que no encuentre, por experiencia propia, la respuesta adecuada: soy no-separado de los otros. Más allá de las formas diferentes –o “disfraces” en que se expresa– todos compartimos la misma y única identidad; la nuestra es una identidad compartida, Eso que sostiene todas las formas y que en todas se expresa. Hoy tenemos que tener presente el contexto. Los apóstoles acaban de volver de la misión a la que Jesús les ha enviado (evangelio del domingo pasado). Entre el envío y el regreso, nos ha contado la muerte de Juan Bautista. Terminada la misión de los doce, se vuelven a reunir y se cuentan las peripecias de la tarea que acaba de concluir. Parece ser que les ha ido bien y vienen encantados (Lc lo dice expresamente). La euforia de la gente que les busca ratifica esa visión. El éxito se les está subiendo a la cabeza y no les deja tomar la postura adecuada.
Para entender este pasaje, debemos recordar que después de los primeros éxitos en Cafarnaún, Jesús se retira al desierto para poner en orden sus ideas. En este pasaje, son los enviados los que tienen éxito y deben ser también ellos los que se retiren a examinar su actitud vital. Mc nos está diciendo que los discípulos necesitan una seria reflexión sobre el éxito de su misión, como Jesús necesitó meditar sobre su mesianismo. “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. El mismo Jesús que les empujó a una actividad febril entre la gente, les lleva ahora a un alejamiento de esa misma gente para dedicarse a ellos mismos. No se trata solamente de la preocupación por su cansancio. Se trata, sobre todo, de que entiendan bien el sentido de lo que está sucediendo y no se dejen llevar por falsos espejismos. Por dos veces se dice que van al desierto, para dejar claro que necesitan una reconversión. El texto griego no dice ‘lugar tranquilo’ o despoblado sino lugar desértico. La diferencia es importante si tenemos en cuenta el significado que Mc da al desierto, como lugar de lucha contra el mal. Inmediatamente después de ser bautizado, Mc coloca a Jesús en el desierto, para que allí aclare cual va a ser su verdadera misión, superando la tentación del un mesianismo triunfalista. Después del éxito en la sinagoga de Cafarnaún y la curación de la suegra de Pedro y cuando todo el mundo le busca, se marcha él solo al desierto. Ahora Jesús pretende que una reflexión calmada haga superar el estado de euforia. “Se les adelantaron”. Los planes van a ser frustrados por una urgencia mayor, la de la gente. En la profunda humanidad manifestada hoy, tenemos que descubrir su verdadera divinidad. El relato habla del grupo. “Los reconocieron”, “se les adelantaron”. Al incorporar a los doce a su propia misión, queda establecido el grupo como comunidad. La búsqueda de la gente refleja una carencia de apoyo y estímulo que posibilita la tarea de Jesús. Como la hemorroísa, como Jairo, el pueblo oprimido necesita salvación y la busca en Jesús. “Como ovejas sin pastor”. Es una imagen clásica en el AT. En una cultura en que la ganadería era el principal medio de sustento, todos sabían perfectamente lo que se estaba insinuando con la imagen del pastor. Siguiendo la primera lectura, Jesús hace una crítica a los dirigentes que, en vez de cuidar de las ovejas, las utilizan en beneficio propio. Siempre ha pasado lo mismo. Nunca han faltado pastores, pero han sido tantas las falsas ofertas y hechas con tanta persuasión, que el pueblo se ha sentido indefenso ante las tales ofertas. “Le dio lástima”. Hoy no le conmueve un ciego o leproso, sino la gente normal, que anda descarriada. La ‘compasión’ sería una manera más adecuada de expresar el amor, superando los malentendidos que la palabra ‘lástima’ puede comportar. Podemos sentir lástima de una persona, pero no mover un dedo para sacarle de su lastimosa situación. En todos los tiempos podemos constatar políticos y eclesiásticos que no tienen en cuenta al pueblo a la hora de tomar sus decisiones. La actitud de Jesús (enseñar y dar de comer) es el mejor antídoto contra la tentación de buscar en la gente el aplauso sumiso. “Y se puso a enseñarles con calma”. Por encima de los planes de Jesús, está la necesidad de la gente. Por cierto, el texto griego no dice “con calma” sino “muchas cosas”. Del contexto se deduce que dedicó todo el día a esa tarea pues, a continuación, Mc narra la primera multiplicación de los panes, que empieza advirtiendo de que ‘se hizo tarde’. El tiempo es lo más preciado que tenemos. Tener tiempo para los demás es la mejor manera de responder a las exigencias del evangelio. La vocación del cristiano es ser para los demás. Se cumple la promesa de Jeremías. Jesús es el único pastor. Como dice Jn, él es el modelo de pastor, el único que no nos va a engañar ni se va a aprovechar de nosotros. Con todos los demás hay que tener cuidado, porque nos pueden desviar poniendo sus intereses por delante de los nuestros. Es una tentación en la que los seres humanos caemos casi siempre; incluso cuando hablamos de Dios, es para manipularlo y ponerlo a nuestro servicio. Hoy, más que nunca, andan las ovejas desorientadas. Si hay una característica de nuestro tiempo es, precisamente, la desorientación. Es urgente distinguir el verdadero mensaje del evangelio de tanta ideología y partidismo en que hoy está envuelto. Cuando Pablo dice que derribó el muro que los separaba, no se refiere a una situación externa, sino a una actitud de fidelidad a sí mismo, que permite superar la barrera del odio. Lo que nos separa es siempre nuestro falso yo. Nuestro verdadero ser, lo que hay de Dios en nosotros, es idéntico en todos. Cuando en el evangelio Jesús invita a los apóstoles a retirarse al “desierto”, está tratando de decirnos que solo en el silencio y en el recogimiento interior, podemos encontrar el verdadero ser y solo después de encontrarlo, podemos indicar a los demás el camino. Sin vida interior, sin meditación profunda, no puede haber espiritualidad. Sin esa vivencia no podemos ayudar a los demás a descubrir el manantial de vida que llevan dentro. Si encontramos a Dios en nosotros, llevarlo a los demás será la tarea más urgente y más fácil de nuestra existencia. El evangelio de hoy es un reconocimiento de la necesidad del silencio para recuperar la armonía interna, amenazada por el exceso de actividad en cualquier orden de cosas. El estrés que hoy padecemos se debe a que no tenemos tiempo para nosotros mismos. Esta falta de tiempos tranquilos nos impide asimilar y ordenar los acontecimientos, que de esa manera, nos pueden destrozar, como la comida no digerida y por lo tanto indigesta. Busca en tu interior y descubre allí el verdadero guía. No mendigues más agua que se te da a cuentagotas y por un precio; busca la fuente que está siempre manando y a tu entera disposición. Las mediaciones serán buenas en la medida que no se conviertan en fines o en medios para que otro se aproveche. Te ayudará todo aquel que te ayude a entrar dentro de ti y a ser fiel a las exigencias que nacen de lo hondo del ser. La exigencia fundamental del ser humano es el amor. Sin ser amado puedes desplegar tu humanidad. Sin amar, nunca. El dedicarse a los demás y la dedicación a uno mismo no son dos aspectos que se puedan separar. La contemplación y la acción no pueden disociarse. Ni una ni otra serían auténticas si las separáramos. Todo acercamiento a Dios lleva directamente a los demás. Todo verdadero acercamiento a los demás, nos acerca inevitablemente a Dios. Si en nuestra vida somos capaces de olvidar uno de los dos aspectos, será la señal de que nos estamos equivocando de objetivo y además, nos estamos alejando del evangelio. Meditación La acción sin contemplación sería programación estéril. La contemplación sin acción sería una falacia. La vida espiritual te llevará a la preocupación por el otro. Un verdadero contacto con Dios en la oración, es ya en sí, una acción en beneficio de todos. |
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