Ojos para ver, oídos para escuchar, corazón para sentir
Mons. Oscar Amulfo Romero fue asesinado, mientras celebraba la Misa, en San Salvador, el 24 de marzo de 1980. Creo que Pedro Casaldáliga tiene plena razón al decir que “El pueblo, amado, buscado, asumido pastoralmente, en sus angustias y en sus reivindicaciones, lo hizo santo. Y santo lo viene declarando desde su muerte-martirio y como santo lo venera sobre todo en la catedral-catacumba de San Salvador. El verdadero proceso de canonización del buen pastor Romero ha de ser el proceso de la asimilación de sus causas y actitudes”. Nunca mejor dicho: aparece aquí lo que fue procedimiento normal en el primer milenio de la Iglesia: el pueblo proclamaba santo a quienes consideraba modelos de vida cristiana. Es en el año 993 cuando se da el primer santo canonizado por el Papa. Y en el siglo XII, Alejandro XII prohíbe la designación de santos “sin la autoridad de la Iglesia Romana”. Esto hizo que, a partir de entonces, fueran considerados santos gente de la clase alta y media, que se habían distinguido por sus “servicios” a la Iglesia. Examinando el santoral católico, encontramos que el 78 % de los santos y beatos han pertenecido a la clase alta , el 17 % a la clase media y sólo el 5 % a la clase baja. ¿Significa esto algo? A primera vista, sí, que los motivos por los que determinadas personas subían a los altares y las virtudes por las que eran declaradas santos, no eran precisamente las que adornaban a Mons. Romero decidido radicalmente a favor de los pobres, incluso hasta el martirio. Yo tuve la suerte de conocer a este obispo en San Salvador, el 28 de agosto de 1978, en la misa que a las ocho de la mañana celebraba para el pueblo. Este le escuchaba y, de vez en cuando, le interrumpía con aplausos. Hora y cuarto le duró la homilía. Pude saludarle y hablar con él en Madrid, dos meses antes de ser asesinado. Ya para entonces Mons. Romero había sido propuesto por 118 parlamentarios ingleses para el Premio Nobel de la Paz. Y la Universidad Georgetown de Washington y la Universidad católica de Lovaina le habían otorgado el Doctorado Honoris Causa. Venía de Roma, muy triste. Había solicitado, un mes antes de llegar a Roma, entrevistarse con el Papa. Al no obtener respuesta, decidió viajar y, allí, aguardar a que le llamaran del Vaticano. Pasaron dos semanas y la llamada no llegaba. Entonces, para no regresar sin ver al Papa, optó por ir a la audiencia general del miércoles, al frente de un grupo de latinoamericanos. El Papa fue dando la vuelta a la gran sala y, al llegar a donde estaba Mons. Romero, le dijo: “¿Y Vd.?” – “Soy, respondió Romero, el Arzobispo de El Salvador” – “Pero, cómo, continuó el Papa, tenemos que vemos.” Señal clara, pensó y dijo Mons. Romero, de que el Papa no estaba informado y que le habían sustraído mi petición. Al día siguiente, le recibió el Papa. Pero, ya sobre su mesa, y antes de que Mons. Romero le entregara un grueso informe, el Papa tenía otro con valoraciones negativas. Ya lo dijo poéticamente Casaldáliga: “Pobre pastor glorioso, abandonado por tus propios hermanos de Báculo y de Mesa. (Las curias no podían entenderte, ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo…).” Mons. Romero, como todo profeta, supo encarnarse en el pueblo: tuvo ojos para ver, oídos para escuchar y corazón para sentir. Vio que el pueblo salvadoreño era en un 60 % campesino, que un 40 % era analfabeto, que un 80 % no tenía en sus champas agua ni servicios higiénicos y que más del 92 % carecía de energía eléctrica. Vio que una minoría rica poseía más del 75 % de la tierra. Oscar Romero escuchó a su pueblo, le oyó reclamar justicia. Un grupo de 2.000 familias se oponía a todo cambio y mejora y persistía en mantener al pueblo resignado y esclavo. Y, al servicio de esas familias, había un gobierno, no elegido por el pueblo, y un ejército extrañamente reclutado y diabólicamente entrenado. Según datos bien contabilizados, en treinta meses (de enero del 81 a junio del 82) fueron asesinados 22.783 ciudadanos, de los cuales un 53 % eran campesinos, obreros, empleados y estudiantes. Mons. Romero tuvo corazón y supo compadecer. Llegado a El Salvador con ideas moderadas y hasta con la determinación de enderezar las comunidades cristianas de base, hubo de sentir y compartir el llanto de su pueblo. Y, en medio de ese llanto, dijo: “Los pobres me han enseñado a leer el Evangelio”. Y se convirtió. Y devino profeta. Y el profeta nunca es neutro. Mons. Romero no inventa la pobreza de su pueblo, ni el egoísmo ni la avaricia de los grandes, no inventa el despliegue represivo del Ejército, ni la omnipresencia decisiva del Gobierno de Estados Unidos. En febrero del 80 escribe al presidente Cárter para que no preste ayuda ni intervenga en los destinos de su país. Mons. Romero está con todos, pero de una y otra manera. Está con los ricos para rechazar y combatir su riqueza y exigirles que dejen de oprimir; está con los pobres para que mantengan su dignidad y exijan sus derechos. Pide a los ricos que se despojen de su egoísmo y avaricia, que no alimenten el desespero del pueblo, que compartan los bienes, que cambien sus corazones de piedra en corazones humanos, que dejen de ensangrentar El Salvador con su violencia. Pero los ricos, por muy cristianos que “sean”, no se convierten. Y comienzan a calumniarlo acusándolo de comunista, subversivo, politizado, divididor de la Iglesia. Otros, los prudentes, los equidistantes, le consideran imprudente y equivocado. Desde altas instancias se trabajó para que dejara su cargo de Arzobispo y para que no asistiera a la reunión de los obispos latinoamericanos de Puebla. Me consta –de fuente absolutamente fidedigna- que incluso se llegó a pedir a su médico personal que lo declarara loco para alejarlo de la diócesis. A los hombres del ejército les pide que no obedezcan una orden de matar: “Hermanos son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: No matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio qu de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!” Estas palabras, transmitidas por la emisora ISAX del Arzobispado, fueron las últimas que oyeron miles y aun millones de oyentes de toda América Latina. Con ellas había firmado su sentencia de muerte. Diez años más tarde, sus grandes amigos Ignacio Ellacuría y otros jesuitas, después de haber echado su suerte también con los pobres, se encontraron con el mismo dilema. El coronel Guillermo Alfredo Benavides, en vísperas del asesinato, dijo: “Ellos o nosotros”. Y el 15 de Noviembre del 89, el alto mando militar tuvo una reunión para tratar los asuntos militares del día. Al concluir la reunión: “Puestos de pie, todos ellos se tomaron de la mano e invocaron a Dios rezando el padrenuestro“. Con razón al día siguiente de la matanza, en Tailandia, un pisano le preguntaba a Jon Sobrino: ¿Y en El Salvador hay católicos que matan a los sacerdotes? Una vez más se cumplían aquellas palabras de Jesús: “Os matarán y creerán que hacen un obsequio a Dios”. “Por vuestra causa es blasfemado el nombre de Dios en las naciones”. Amenazado de muerte, Mons. Romero rechazó toda escolta y protección: “Yo tengo que arriesgarme como cualquier otro ciudadano de mi pueblo en la lucha por la libertad” . Y entreviendo lo que le esperaba, dijo: “Un obispo morirá, pero la Iglesia, que es el pueblo, no perecerá jamás”. Mons. Romero, aclamado desde el día de su martirio por el pueblo de Dios como Santo, ha sido beatificado el 23 de mayo. A él le consumió el Reino de Dios, que él anunciaba como preferente para los más pobres y necesitados. Le consumía la dignidad y derechos maltratados de los pobres y por ellos luchó, trabajó y vivió. Fue hermano, amigo, abogado, padre y padrino suyo. Y, por eso , los poderosos lo odiaron y mataron. Su palabra, su denuncia, su testimonio y su coherencia estuvieron en consonancia con la vida de Jesús. Y, como a él, lo eliminaron. Fue testigo de la verdad, voz de los sin voz, esperanza para los oprimidos y excluidos, bienaventurado por causa de la justicia y mártir por desobedecer al dios Capital. Por haber echado tu suerte con los pobres En bondad naciste, en bondad creciste, en bondad moriste. La bondad estuvo contigo, quisiste a todos bien, te aconmpañaba el “Heme aquí, Señor”, con vocación de servicio, libre de títulos y honores, ejercida día a día, por tiempo temerosamente indefinido, en una Iglesia autocentrada más en sí que en el mundo. Pero la bondad pudo más y te hizo ver, escuchar y sentir el clamor de los pobres, quienes te convirtieron y te ganaron para siempre. El heme aquí de tu bondad, llegado el tiempo y la hora, se hizo fuego de amor, llanto y profecía, volcado ya para siempre, aun a costa de martirio, en la liberación de los pobres. Y, hoy, en romería gozosa de hosannas la Iglesia entera te alza y canta bendito por haber echado tu suerte con los pobres.
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En un mundo convulso, donde las desigualdades no merman y más bien parecen aumentar, y en el que existe la generalizada sensación de que hay una explosión de la violencia, especialmente de raíz religiosa, la humanidad se hace una pregunta doble: ¿cuándo tendremos la paz, y qué papel les corresponde a las religiones que hoy se ven afectadas por la ola terrorista y bélica? La respuesta es múltiple y compleja, y no puede recaer sólo en las tradiciones religiosas. No obstante, las religiones no pueden evitar el reto y excusarse ante la responsabilidad colectiva de nuestro mundo. No pueden hacerlo sobre todo por su vocación profética y la tradición de sabiduría de todas ellas, pero también por la vocación de autoridad moral mundial a la que están llamadas.
Para empezar, el teólogo católico Hans Küng ya se anticipa, acertadamente, a la respuesta con una aproximación muy clara y diáfana: “No habrá paz en el mundo mientras no haya paz entre las religiones”, y añadía que éstas encontrarán la paz cuando dialoguen entre ellas. Küng sentencia una doble certeza y reconoce un protagonismo fundamental para las religiones. En definitiva, tienen que darse cuenta de que se encuentran ante un reto obligadamente compartido que las ha de conducir hacia la unidad en la diversidad, que las dotará de una fuerza y, sobre todo, de una autoridad mundial incontestable que ahora no tienen. Para conseguirlo, hay que ir a los orígenes y al fondo de la gran riqueza de cada una de las tradiciones espirituales y religiosas del mundo, que aparecieron antes que todas las guerras, antes que los estados y antes que la propia democracia que hoy no encuentra caminos para pacificar el mundo. ¿Quizás la revolución pendiente de la humanidad es la de las religiones? Lo cierto es que son parte imprescindible de la alternativa para avanzar hacia un mundo más fraterno y en paz. Pero, ¿cómo hacerlo?, ¿qué fases habría que ir superando?, ¿qué retos y qué dificultades hay que afrontar? La primera fase es, claramente, intra-religiosa. Como afirma Küng, la paz en el mundo hay que trabajarla primeramente desde las religiones, porque éstas tienen un papel privilegiado ante valores de fondo como la paz. Además, la verdad a la que se asoman las tradiciones religiosas y pregonan a los millones de fieles desde hace milenios, aporta una sabiduría única a toda la humanidad que influye en su destino. En consecuencia, conviene que las religiones se reconozcan seriamente en este papel. Es necesario que todas ellas, cada una a su ritmo y en el momento adecuado, hagan un ejercicio de diálogo interno, que les supondrá tiempo y debates en profundidad. Deben ser convocados sus líderes, los estudiosos, las comunidades y sectores o sensibilidades dentro de la institución (si disponen de ellos), o de los colectivos o comunidades de creyentes que formen la propia tradición religiosa o espiritualidad. En este proceso interno juegan un papel clave la meditación y la oración como bases de buena parte de esta introspección sincera y honesta, que los lleve a la verdad profunda de cada religión para luego encontrarse, entre todas, en la etapa de confluencia interreligiosa. En este diálogo interno, cada tradición religiosa ha de saber ir a las fuentes, sanear el discurso y la doctrina, renovar el sentido de los ritos y celebraciones propias y actualizar el sentido de los dogmas, de sus principios y de los mandamientos y normas. Es un trabajo que debe tener como objetivo la voluntad de deshacerse de todas aquellas adherencias que se hayan podido ir añadiendo durante siglos, desdibujando la verdad fundamental de cada tradición. Implica que cada religión deba ser franca con ella misma y tener el coraje de la verdad a fin de saber mirar atrás. De esta mirada retrospectiva, debe eliminar todo lo que ha sido un exceso o una infidelidad en relación a la sabiduría de la propia tradición. Ha de encontrar la manera de rectificar públicamente, pedir perdón si cabe, aprender de las equivocaciones pasadas, rechazar los abusos y la violencia ejercidos, y recuperar de nuevo la verdad trascendental. Ello permite a cada religión volver al presente con dignidad y credibilidad y, sobre todo, afrontar el futuro en condiciones de encontrarse interreligiosamente, a medida que todas las religiones hayan avanzado en un proceso similar. La segunda fase es, necesariamente, inter-religiosa. Una vez las diferentes religiones se han ido purificando y actualizando, hay que llegar al multirreencuentro fraterno. El teólogo suizo insiste en que es mediante el diálogo entre todas las religiones que será posible iniciar un nuevo tiempo de paz duradera y profunda, si lo hacen juntas. Este diálogo indispensable entre las religiones ya ha sido iniciado desde hace mucho tiempo, aunque afectando más bien a determinados sectores de cada tradición y no a la globalidad. Algunos ejemplos son prueba de un trabajo serio y de una determinación por parte de sus impulsores, que es muy esperanzador: el Parlamento de las Religiones del Mundo, nacido en Chicago en 1873, dio los primeros pasos a finales del siglo XIX; las cumbres o encuentros mundiales que las Naciones Unidas ya han organizado sobre Religiones y Paz han convocado a líderes espirituales y religiosos de todo el mundo, y la propia Iniciativa de las Religiones Unidas, fundada más recientemente, ya ha experimentado en la última década una importante expansión en miembros y países. Todo parece encaminarse para que confluyan las religiones y espiritualidades del mundo en un diálogo sincero, intenso, fraterno y permanente a nivel global, que no es un paso fácil pero sí tan necesario. Las religiones deben ir asumiendo, en esta fase, un último gran hallazgo: que las verdades de las diferentes tradiciones beben de una sola misma Verdad, que es compartida. Y esta condición, lejos de enfrentarlas como ha sido durante siglos, las debe hermanar definitivamente, superando el pasado de desprecios y violencias que tanto daño ha hecho a la humanidad y a la religión en general. Llega el momento de ir afianzando en cada confesión religiosa, la confirmación de un nuevo camino de cooperación y respeto entre todas ellas. Y conviene que no sólo determinados sectores se impliquen, sino que todas ellas oficialmente tomen definitivamente el camino hacia el encuentro y el trabajo conjunto que pueda abrirlas al mundo, a la humanidad y, más en concreto, a las instituciones políticas internacionales. Ello permitirá que recuperen una influencia renovada y dignificadora sobre los estados del mundo, cada vez más multirreligiosos, y lleguen a la humanidad entera, la inmensa mayoría de la cual se declara abierta a la trascendencia. La tercera fase es, definitivamente, meta-religiosa. Las religiones han de haber realizado sus procesos internos y de diálogo interreligioso, y les corresponde entrar en una etapa final de corresponsabilidades. Hay que afrontar tres retos claves y compartidos con la comunidad internacional, más allá de la contribución específica de las religiones. Éstas, sin embargo, no quedan al margen sino todo lo contrario. En primer lugar, hay que disponer de un Gobierno Mundial, del que la ONU está falto y necesita para democratizarse realmente. Esto permitirá que el organismo internacional se libere de la dominación de ciertas potencias o de alianzas dudosas de algunos países, que responden a intereses particulares y no globales. En segundo lugar, hay que trabajar por una Institución Judicial Mundial, que permita actualizar el Tribunal Penal Internacional, dotándolo del necesario estatus para actuar ante todos los estados, todos los gobiernos y los mandatarios del mundo. La atribución principal sería impartir justicia independientemente de cualquier estado y por todo el mundo, acabando con la impunidad y persiguiendo los crímenes contra la humanidad y toda violación de los Derechos Humanos. En tercer y último lugar -y aquí es donde entran de nuevo las religiones-, esta última fase no estaría debidamente implementada si no dispusiera de una autoridad moral -no ejecutiva-, reconocida internacionalmente y otorgada a las religiones. Éstas estarían representadas en un Organismo Religioso Mundial que se pusiera del lado de los valores humanos, de la dignidad humana, y de la defensa de los más desfavorecidos e indefensos, sin ningún vínculo con intereses económicos, políticos, diplomáticos o de cualquier otro tipo. Asimismo, tendría un papel ético de referencia ante los grandes dilemas morales, y movilizaría a los fieles y seguidores de todas las religiones y espiritualidades del mundo para actuar ante crisis internacionales o tragedias humanitarias de todo tipo, de la mano de las organizaciones no gubernamentales. Finalmente, este Organismo Religioso Mundial podría contribuir al control moral del Gobierno Mundial y de la política global, que garantizaría un valor añadido a los retos de la humanidad y del mundo, que ninguna otra institución ni proyecto similar conseguiría con la autoridad, y la categoría moral, que asumirían unas religiones unidas al servicio de toda la humanidad. En conclusión, las religiones traerán la paz al mundo cuando, compartiendo su sabiduría, busquen juntas la Verdad común a todas ellas, que en definitiva no es patrimonio de ninguna tradición concreta sino de la humanidad entera. El resultado de este gran logro será claramente la paz que brindará al mundo. Parafraseando a Hans Küng, la paz en el mundo y la concordia entre la humanidad llegará cuando haya paz entre las religiones, y éstas lo lograrán definitivamente cuando el diálogo fraterno intra-religioso y el inter-religioso avancen con honestidad, coraje y compromiso. Las religiones en paz podrán impulsar la paz en el mundo. *No puedo decirte si existo o no, pero si puedo regalarte unas palabras…*
*Deja de rezar, deja de darte golpes en el pecho, lo único que quiero es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida; que goces, que cantes, que hagas arte, que llores, que rías…* *He dejado las estrellas en el firmamento, las flores del campo, el amanecer y el atardecer para que me veas; las aves cantoras, el murmullo de la brisa para que me oigas; he dejado los frutos y nada he querido negarte para que siempre me recuerdes y sepas que te amo.* *Olvida los templos, las iglesias… mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es en donde vivo y ahí expreso mi amor por ti, mi casa está en ti , en todo los hombres y mujeres, animales y plantas, en todas las cosas que existen; esa es mi casa.* *Yo no tengo sacerdotes, pastores, gurús, rabinos; no busques tu camino con ellos… la vida se trata de encontrar tu camino mirando hacia tu interior, descubriéndolo por ti mismo.* *No podrás encontrarme en ninguna Biblia, en ningún Corán, Canon pali, Torá, Araniaka o en algún otro libro… Si no puedes leerme en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de tus padres, en los ojos de tus hijos o los del ser amado… No me encontrarás en ningún libro.* *Deja de culparme de tu vida; eres tú mismo que te has encadenado a ti mismo, a tus vibraciones negativas; te has encadenado a la envidia, al egoísmo, al odio, a la vanidad, a los celos, a todo eso te has atado; eres sólo tú quien ha querido sufrir. Eres absolutamente libre para crear en tu vida un cielo o un infierno.* *No te podría decir si hay algo después de esta vida, pero te puedo dar un consejo. Vive como si no lo hubiera. Como si esta fuera tu única oportunidad de disfrutar, de amar, de vivir…* *Yo puedo existir para ti si tu eliges que exista, puedes darme la imagen que tú desees; puedes creer en mi si tú lo deseas, pero… no es lo que yo deseo… no quiero que creas en mí, quiero adores a la vida, que adores a tu propio cuerpo, quiero que creas en el respeto, en la naturaleza. Quiero que sientas toda la vibración del universo cuando besas a tu ser amado, cuando logras ver los ojos de tus hijos, cuando me ves en la sonrisa de tus padres.* *Y si en realidad deseas buscarme, comienza por buscar dentro de ti, descubrirás que soy parte de ti y tú eres parte de mi… y sobretodo, descubrirás que ambos formamos este hermoso, perfecto y poético ente llamado universo.* Siendo nuestro país un Estado aconfesional y debiendo haber una verdadera separación entre Iglesia-Estado, deberíamos darle la razón a Pablo Iglesias cuando propone que RTVE retire de su programación las misas católicas para que la televisión pública sea neutral desde el punto de vista religioso.
Por otra parte, también entiendo la postura del PP y de aquellos que defienden que la misa es un servicio público a los ancianos y enfermos, pues, al fin y al cabo, las misas no dejan de ser un fervoroso entretenimiento para que se olviden de la vergonzante subida del o,25% de sus pensiones y de los recortes inmisericordes en la ayuda a la dependencia. Si me permiten que les sea franco, yo, que he vivido los tiempos del bajo palio, del cara al sol, los himnos nacionales en las misas y los arriba España, les puedo asegurar que, en cuestión de religión y connivencia Iglesia-Estado, poco han cambiado las cosas. Ahora, como entonces, los acérrimos guardianes de la fe y la moral siguen sin querer llevar a la práctica las palabras que su propio Maestro les enseño: “Dad al César lo que es de César, y a Dios, lo que es de Dios” Trump es uno más. Es la cara visible del capitalismo que quita a los pobres su lugar en la tierra. Hoy vagan por doquier. Migran.
Pero son muchos los super-ricos, iguales a Trump. Muchos, pero cada vez menos, porque la concentración de la riqueza es espeluznante. 8 personas tienen más que los 3.600 millones más pobres. Hoy ya el 1 % más rico tiene el 99% de los bienes. El acaparamiento no para. Llegará el día, estamos cerca, en que habrá más pan que libertad. Pan de insumo para alimentar a los trabajadores que aún no hayan sido reemplazados por un robot. Hemos de temer que terminaremos pensando igual que los dueños de los periódicos. Los políticos que regalonean con la empresa privada nos darán pan a costa de la democracia. ¿Qué se puede hacer? ¿Hay quienes den la pelea? Los pueblos pobres de la tierra han sido víctimas de los mismos imperios que hoy no saben qué hacer con ellos. EE.UU. ha sido el imperio que más recientemente le ha puesto la bota encima a los países pequeños. Ha explotado su minas, ha cosechado sus plantaciones. Inventó una guerra contra Irak para probar nuevas armas que desarrolló con los US $ 537.199.000.000 de presupuesto anual (2015), equivalente al gasto militar del resto del mundo. Muchos iraquíes huyen buscando refugios fuera de su territorio. ¿Qué se puede hacer? Hay personas que resisten. Yoani Sánchez brega por la libertad de Cuba. Nos da esperanza. “La historia fue otra”, la autobiografía de Carmen Hertz, obligatoria de leer, nos recuerda la lucha contra la dictadura chilena. Un puñado de víctimas valerosas nos enseña que la democracia se recupera arriesgando la vida. Pero también Europa ha hecho algo parecido a EE. UU., talvez peor. Inglaterra, el más grande imperio de la humanidad dominó la India. No suelta Las Malvinas. Y el resto: Francia, Bélgica, Holanda, Italia, Portugal, seguro que olvido a otros, destruyeron África. La colonizaron para sacarla de la barbarie con los valores de la Ilustración (Todorov: 2012). Dinamitaron las culturas originarios, les impusieron una versión totalitaria del cristianismo que combatió los mitos que sus pueblos habían forjado para establecer una relación armónica en el mundo peligroso que habitaban. Les hicieron aprender sus lenguas, les vendieron sus armas, avivaron las luchas de unas razas contra otras y devengaron pingües ganancias. Y se fueron. Dividieron el continente con regla y escuadra, y partieron. ¿Qué hacer? No pierdo la esperanza. Como cristiano me siento orgulloso de este Papa. Francisco se dirige a los movimientos populares en Bolivia, a los cartoneros, catadores, pepenadores, recicladores: “Pueden hacer mucho. Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de las ‘tres T’. ¿De acuerdo? Trabajo, techo y tierra. Y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, cambios nacionales, cambios regionales y cambios mundiales. ¡No se achiquen!”. Pueblos miserables. No pertenecen a nadie. Nada les pertenece. Tienen hambre. No han podido ofrecerles un futuro digno a sus hijos en sus propios países. Parten a buscárselo en otras tierras, pero a riesgo de hundirse en el Mediterráneo. Donde lleguen se los verá como culpables. Si roban una manzana, se los expulsará con familias y todo. Si no tienen papeles, no podrán alegar si alguien se aprovecha de ellos. Pero el inmigrante es inocente. Así lo creemos algunos. Migrar es un derecho humano. El migrante es un inocente que los grandes países nos hacen creer que algo malo han hecho. “¡Se nos meten por todas partes!”, se quejan. “Nos quitan nuestros trabajos, se aprovechan de nuestra seguridad social. Destruirán nuestra cultura, relativizarán nuestras creencias religiosas”. Seres humanos que ya no tienen ninguna nacionalidad más que la de ser “inmigrantes”. Los apátridas tienen menos derechos que los delincuentes. Esta es una nueva nación. Inmigrantes y refugiados. Huyen de la guerra, de la muerte. Se dejan vender y comprar. Se prostituyen. Se dejan denigrar. “Negros”. Tampoco faltan interpretaciones “benignas”: “suplen nuestra falta de natalidad”, se repite. “Nos hacemos de los mejores de los otros países. Los migrantes son los más inteligentes y emprendedores”. ¿Qué haremos? “Ay de los ricos”, decía Jesús. Pero también decía el “reino de los cielos es como un semillita de mostaza”. Crece sin que nadie se dé cuenta. Se puede ser hospitalario. Se puede cancelar en el alma el instinto racista. Sumarse a un voluntariado. Existen oficinas como la del Servicio jesuita para los migrantes ( SJM) que los acogen y los defienden. Los calabrinianos los protegen hace muchos años. No todo está perdido. Tengamos en mente las ONGs, los movimientos sociales, los sindicatos, la caridad callada con los abandonados, niños o viejos… No se puede olvidar que las mujeres han ganado espacios en la cultura y en la sociedad porque “rompieron huevos”. Los gays se hacen respetar. Los ecologistas nos han abierto los ojos y nos tienen reciclando, cuidando el agua, evitando los plásticos. Surgen políticos jóvenes. Si hay un partido que cambie la ley de inmigración, le aseguro mi voto. ¿Qué haremos? Siempre es posible entregar el corazón. Todo el relato es simbólico. Se propone un proceso catecumenal que lleva al hombre de las tinieblas a la luz; de la opresión a la libertad; de no ser nada a ser plenamente hombre. Jesús acaba de decir: “Yo soy la luz del mundo”. Lo repite y lo va a demostrar con hechos, dando la vista al ciego. Jesús no le consulta, pero no suprime su libertad, le da la oportunidad, pero la decisión queda en sus manos. Tendrá que ir a lavarse. Los demás personajes siguen en su ceguera: fariseos, apóstoles, paisanos, padres.
Al mezclar la tierra con su saliva está simbolizando la creación del hombre nuevo, compuesto por la tierra-carne y la saliva-Espíritu. De ahí la frase que sigue: le untó su barro en los ojos. El barro, modelado por el Espíritu, es el proyecto de Dios realizado ya en Jesús, y con posibilidad de realizarse en todos los seres humanos. Jn usa dos verbos para indicar la aplicación del barro en los ojos: aquí untar-ungir, en relación con el apelativo de Jesús "Mesías". Más adelante dirá sencillamente aplicar. Aquí está la clave de todo el relato. El ciego es ahora un “ungido”, como Jesús. El hombre carnal ha sido transformado por el Espíritu. La duda de la gente sobre la identidad del ciego, refleja la novedad que produce el Espíritu. Siendo el mismo, es otro. El hombre ciego ya era libre pero no lo había visto todavía. De ahí que el ciego utilice las mismas palabras que tantas veces, en Jn, utiliza Jesús para identificarse: "Soy yo". Esta fórmula refleja la identidad del hombre transformado por el Espíritu. Descubre la transformación que se ha operado en su persona y quiere que los demás la vean. El ciego, que era solo carne, se dejó transformar por el Espíritu. Jn no da ninguna importancia al hecho de la curación física. Lo despacha con media línea. Lo que de verdad importa es que este hombre estaba limitado y carecía de toda libertad antes de encontrarse con Jesús. Su vida, anodina y dependiente, está ahora llena de sentido. Pierde el miedo y comienza a ser él mismo, no solo en su interior sino ante los demás. La piscina de Siloé estaba fuera de los muros de la ciudad. Recogía el agua de la fuente de Guijón que llegaba a ella conducida por un canal-túnel (de ahí el nombre arameo de "siloah"=emisión-envío, agua emitida-enviada). Jn aplica el nombre a Jesús, el enviado. La doble mención de untar-ungir y la de la piscina, término que era utilizado para designar la fuente bautismal, nos muestra que se está construyendo este relato a partir de los ritos de iniciación (bautismo) de la primera comunidad. No se había mencionado que era mendigo. Estaba impotente, dependiendo de los demás. El punto de partida es clave para resaltar el punto de llegada. Jesús le va a dar la movilidad y la independencia. Le hace hombre cabal. Tampoco se había mencionado que era sábado. Jesús no tiene en cuente esa circunstancia a la hora de hacer bien al hombre. Amasar barro estaba explícitamente prohibido por la Ley. El amasar el barro el día séptimo, prolonga el día sexto de la creación. Jesús termina la creación del hombre. Para los fariseos no tiene importancia que un hombre haya sido curado. No se alegran del bien del hombre. Solo les interesa la Ley y creen que a Dios tampoco le importa el hombre. Acuden a los padres para desvirtuar el hecho que no pueden negar. Los padres son gente sometida, en tinieblas. La pregunta es triple: ¿Es vuestro hijo? ¿Nació ciego? ¿Cómo recobró la vista? Los padres responden a las dos primeras preguntas, pero a la tercera, la más importante, no se atreven a responder. El miedo les impide aceptar cualquier complicidad con el hecho. Tiene miedo de ser expulsados de la institución. Al fallarles la argucia empleada con los padres, intentan confundir al ciego. Quieren, por todos los medios, conseguir la lealtad del ciego aún en contra de la evidencia. Condenan a Jesús en nombre de la moral oficial y pretenden que le condene también el que ha sido curado. Ellos lo tienen claro, Dios no puede estar de parte del que no cumple la Ley. Dios no puede actuar contra el precepto ni siquiera en beneficio del hombre. Quieren hacerle ver que la vista de que ahora goza es contraria a la voluntad de Dios. El ciego no tiene miedo. Expresa lo que piensa ante los jefes. A las teorías opone los hechos. Puede que se haya quebrantado la Ley, pero lo que ha sucedido es tan positivo para él, que se hace la pregunta: ¿No estará Jesús por encima del sábado? Ha visto el amor gratuito y liberador. Él sabe ahora lo que es ser un hombre y sabe también lo que es Dios. Él ahora ve, los maestros están ciegos. Descubre que en Jesús, está presente Dios. El hombre utiliza una teología admitida por todos. Dios no está de parte de un pecador. Los fariseos están tan seguros de sí, que dudan de la misma realidad. El ciego no sabe nada, pero le es imposible negar lo que personalmente ha vivido. Por no negar su propia experiencia ni renunciar al bien que ha recibido, lo expulsan. Con su mentira han querido apagar la luz-vida. Al no conseguirlo, el hombre no puede permanecer dentro del ámbito de la muerte-tiniebla, que es la sinagoga. Lo mismo que Jesús tuvo que salir del templo, el ciego que ha recibido la luz, tiene que salir de la institución judía. "Fue a buscarlo". El (euron) griego no significa un encuentro fortuito, sino el fruto de una búsqueda. El contraste salta a la vista. Los fariseos lo expulsan, Jesús lo busca. No le dice, como al inválido de la piscina, que no vuelva a dejarse someter, porque ya se había mantenido firme ante los fariseos. Con su pregunta acaba la obra de iluminación. La acción de Jesús había hecho descubrir al ciego una nueva manera de ser hombre, cuyo modelo era Jesús, "el Hombre". Jesús quiere que tome conciencia de esta realidad. El relato termina con la plena aceptación de Jesús. "Se postró" (prosekinesen) es el mismo verbo con que se designa la adoración debida a Dios en 4,20-24. El gesto de postrarse para adorar a Jesús no es infrecuente en los sinópticos, sobre todo en Mt, pero éste es el único pasaje de Jn en que aparece. Jesús, el Hombre, es el nuevo santuario donde se verifica la presencia de Dios. El ciego, expulsado, encuentra el verdadero santuario, Jesús, donde se rinde el culto en espíritu y verdad, anunciado a la Samaritana. Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean y los que creen ver se queden ciegos. Estas no son palabras de Jesús sino de los cristianos de finales del s. I. clara alusión a los fariseos que se revuelven contra Jesús: ¿También nosotros estamos ciegos? Los conocedores y cumplidores de la Ley, que tenían por ciegos a los demás, era inconcebible que alguien pudiera tenerles por ciegos. La respuesta de Jesús deja clara la realidad: Los que más cerca se creen de Dios, son los que menos le conocen. Meditación-contemplación Creer en Jesús es creer en el Hombre. Él es el modelo de hombre, el hombre acabado según el designio de Dios. Alcanzó esa plenitud dejando que el Espíritu lo invadiera. Jesús es, a la vez, la manifestación de Dios y el modelo de hombre. En su humanidad, se ha hecho presente lo divino. El Espíritu asumió y elevó la materia hasta transformarla en Espíritu. Mi meta es también dejarme transformar en Espíritu. Para ello hay que nacer de nuevo. ¡Cuántas veces habremos hecho levantarse a nuestra madre para comprobar que “de verdad” la sudadera que buscábamos no estaba en su sitio, y sin embargo, qué cara de asombro e incredulidad se nos quedaba al ver que, efectivamente, nada más abrir el armario ahí estaba! Ella lo sabía, por eso iba directa, sin dudar, al lugar adecuado, mientras nosotros, aun teniéndola delante, no éramos capaces de encontrarla.
“Arreglamos el mundo” con los amigos, en conversaciones con mucha pasión, pero olvidando que a nuestro lado tenemos un compañero al que prácticamente ignoramos. Mucha ideología; poca sensibilidad hacia lo real. Pero en este caso, a diferencia de la anécdota anterior, ya no se nos dibuja una sonrisa al recordarlo sino que produce pesar reconocer nuestras incoherencias y caer en la cuenta del bien que podíamos haber hecho y que, sin embargo, quedó sin hacer. Y todo por estar demasiado centrados en nosotros mismos. Así es imposible ver. El Señor lo sabe. Porque Él es esa Madre que nos devuelve la mirada animándonos a pensar por qué no logramos encontrar lo más valioso “a primera vista”; o ese Padre pendiente de cada ser, de los cercanos y los lejanos, que no se pierde en discursos baldíos, sino que lleva a la práctica el amor de forma radical. Será porque nunca se detiene en sí mismo y se desvive por los demás. Mientras estemos “en lo nuestro” será complicado que veamos algún día, más allá. Necesitamos otros ojos, otro corazón, otra luz. Las lecturas de este domingo nos llaman la atención sobre la importancia de ver mejor para vivir en la verdad, con mayor plenitud. Cada una de ellas supone un paso que nos ayudará a avanzar en la curación de nuestra ceguera: La primera lectura, rememora la unción de David. Contra todo pronóstico fue el elegido para ser el nuevo rey de Israel. Al Señor no le importaba que fuera el pequeño y el más insignificante de sus hermanos. Él aprecia cosas que nosotros pasamos por alto. Porque el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira al corazón (1Sm 16,7). Para ver mejor tenemos primero que aprender cómo mira Dios. Que sus ojos sean nuestros ojos. En la siguiente lectura san Pablo nos recuerda que solo el Señor ilumina la vida porque Él nos puede enseñar a reconocer dónde están la bondad, la justicia y la verdad, es decir, todo aquello que nos hace crecer en humanidad. Para ver, por tanto, es necesario buscar lo que agrada al Señor (Ef 5,10). Dejarnos guiar por su saber. Que su corazón sea nuestro corazón. En el evangelio, el relato de la curación del ciego de nacimiento nos pone ante la ceguera más difícil de sanar: la que ha sido provocada no solo por uno mismo sino por los demás. Pues, a veces nos condenamos unos a otros a no ver. Menos mal que ahí está Jesús, aportando luz donde la oscuridad se ha adueñado de la persona. Pero su mensaje es claro: He venido al mundo para que los que no ven, vean (Jn 9,39). Para ver hay que dejarse iluminar por el Señor. Hacer nuestra su Luz. Y entonces sí: con sus ojos, su corazón y su luz nunca volveremos a estar en situación de incurabilidad y la realidad aparecerá ante nosotros de un modo nuevo. «A mi hijo lo citaron como testigo, lo estuvieron interrogando más de dos horas y al final lo condenaron como culpable». De esto podrían haberse quejado los padres del ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a los fariseos. Pero sería erróneo limitarse a la queja de los padres, porque el ciego terminó muy contento.
Una discusión absurda Todo empezó por una discusión absurda entre los discípulos cuando se cruzaron con el ciego: ¿quién tenía la culpa de su ceguera?, ¿él o sus padres? Si hubieran leído al profeta Ezequiel, sabrían que nadie paga por la culpa de sus padres. Y si supieran que el ciego lo era de nacimiento, no podrían haberlo culpado a él. Jesús zanja rápido el problema: ni él ni sus padres. Su ceguera servirá para poner de manifiesto la acción de Dios y que Jesús es la luz del mundo. Una forma extraña de curar En el evangelio de Juan, igual que en los Sinópticos, la palabra de Jesús es poderosa. Lo demostrará poco más tarde resucitando a Lázaro con la simple orden: «sal fuera». Sin embargo, para curar al ciego adopta un método muy distinto y complicado. Forma barro con la saliva, le unta los ojos y lo envía a la piscina de Siloé. Un volteriano podría decir que no cabe más mala idea: le tapa los ojos con barro para que vea menos todavía, y lo manda cuesta abajo; más que curarse podría matarse. ¿Qué pretende enseñarnos el evangelista? No es fácil saberlo. San Ireneo, en el siglo II, fijándose en la primera parte, relacionaba el barro con la creación de Adán: Dios crea al primer hombre y Jesús crea a un cristiano; pero esto no explica el uso de la saliva ni el envío a la piscina de Siloé. San Agustín, fijándose en el final, relacionaba el lavarse en la piscina con el bautismo; tampoco esto explica todos los detalles. Una cosa al menos queda clara: la obediencia del ciego. No entiende lo que hace Jesús, pero cumple de inmediato la orden que le da. No se comporta como el sirio Naamán, que se rebeló contra la orden de Eliseo de lavarse siete veces en el río Jordán. Como Abrahán, por la fe sale de su mundo conocido para marchar hacia un mundo nuevo. Un anacronismo intencionado La antítesis del ciego la representan los fariseos. El evangelista deforma la realidad histórica para acomodarla a la situación de su tiempo. En la época de Jesús los fariseos no podían expulsar de la sinagoga; ese poder lo consiguieron después de la caída de Jerusalén en manos de los romanos (año 70), cuando el sacerdocio perdió fuerza y ellos se hicieron con la autoridad religiosa. A finales del siglo I, bastante después de la muerte de Jesús, es cuando comenzaron a enfrentarse decididamente a los cristianos, acusándolos de herejes y expulsándolos de la sinagoga. El miedo y la osadía El relato de Juan refleja muy bien, a través de los padres del ciego, el pánico que sentían muchos judíos piadosos a ser declarados herejes, impidiéndoles hacerse cristianos. El hijo, en cambio, se muestra cada vez más osado. Tras la curación se forma de Jesús la misma idea que la samaritana: «es un profeta»; porque el profeta no es sólo el que sabe cosas ocultas, sino también el que realiza prodigios sorprendentes. Ante la acusación de que es un pecador, no lo defiende con argumentos teológicos sino de orden práctico: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Luego no teme recurrir a la ironía, cuando pregunta a los fariseos si también ellos quieren hacerse discípulos de Jesús. Y termina haciendo una apasionada defensa de Jesús: «si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder». La verdadera visión y la verdadera luz Hasta ahora, el ciego sólo sabe que la persona que lo ha curado se llama Jesús. Lo considera un profeta, está convencido de que no es un pecador y de que debe venir de Dios. El ciego ha empezado a ver. Pero la verdadera visión la adquiere en la última escena, cuando se encuentra de nuevo con Jesús, cree en él y se postra a sus pies. Lo importante no es ver personas, árboles, nubes, muros, casas, el sol y la luna… La verdadera visión consiste en descubrir a Jesús y creer en él. Y para ello es preciso que Jesús, luz del mundo, ilumine al ciego poniéndose delante, proyectando una luz intensa, que deslumbra y oculta los demás objetos, para que toda la atención se centre en ella, en Jesús. No hay peor ciego que quien no quiere ver Los fariseos representan el polo opuesto. Para ellos, el único enviado de Dios es Moisés. Con respecto a Jesús, a lo sumo podrían considerarlo un israelita piadoso, incluso un buen maestro, si observa estrictamente la Ley de Moisés. Pero está claro que a él no le importa la Ley, ni siquiera un precepto tan santo como el del sábado. Además, nadie sabe de dónde viene. Resuena aquí un tema típico del cuarto evangelio: ¿de dónde viene Jesús? Pregunta ambigua, porque no se refiere a un lugar físico (Nazaret, de donde no puede salir nada bueno, según Natanael; Belén, de donde algunos esperan al Mesías) sino a Dios. Jesús es el enviado de Dios, el que ha salido de Dios. Y esto los fariseos no pueden aceptarlo. Por eso lo consideran un pecador, aunque realice un signo sorprendente. Dios no puede salirse de los estrictos cánones que ellos le imponen. Ellos tienen la luz, están convencidos de que ven lo correcto. Y este convencimiento, como les dice Jesús al final, hace que permanezcan en su pecado. La samaritana y el ciego Hay un gran parecido entre estas dos historias tan distintas del evangelio de Juan. En ambas, el protagonista va descubriendo cada vez más la persona de Jesús. Y en ambos casos el descubrimiento les lleva a la acción. La samaritana difunde la noticia en su pueblo. El ciego, entre sus conocidos y, sobre todo, ante los fariseos. En este caso, no se trata de una propagación serena y alegre de la fe sino de una defensa apasionada frente a quienes acusan a Jesús de pecador por no observar el sábado. El filme reciente de Scorsese (Silencio, 2017) y su trasfondo en la novela Silencio (1966), de Endô Shûsaku (1923-1996), invitaban a reflexionar sobre el conflicto interior de la fe puesta a prueba en la encrucijada de “martirios y apostasías”. (cf. mis dos posts anteriores).
Pero el examen de conciencia sobre la memoria histórica del cristianismo misionero en sus encuentros y desencuentros con otras cuturas y religiones, aconseja reconocer honestamente las ambigüedades de la misión cristiana cuando la propagación de la fe olvida el respeto a las culturas, confunde la evangelización con el proselitismo y, en el peor caso, se deja utilizar por intereses colonizadores. Historiadores católicos acredItados como el investigador J. Schütte, especialista sobre san Francisco Javier, han reconocido las ambigüedades de la cristiandad japonesa protegida por gobiernos locales de daimyös regionales con anterioridad al rechazo del cristianismo por parte de las políticas de expulsión de misioneros, prohibición del cristianismo y persecución de los cristianos (1587,1597 y 1612). Cuando, en 1580, el daimyô (gobernador) cristiano Omura Sumitada cede el puerto de Nagasaki a los jesuitas, crece la situación de cristiandad protegida en algún área de Japón. En 1587, Toyotomi Hideyoshi promulga decretos controladores de la práctica cristiana y de expulsión de misioneros extranjeros. Se pasa de la situación de cristiandad protegida a la era del cristianismo perseguido, que culmina en el edicto de Tokugawa Ieyasu, en 1612, una de las marcas del aslacionismo japonés durante más de dos siglos Los historiadores han constatado actos de agresividad misionera y violencia contra la cultura y religión locales por parte de cristiandades en las que la conversión al cristianismo del señor feudal había conllevado conversiones en masa de sus súbditos. Por ejemplo, en la década siguiente a la conversión del gobernador de Omura (actualmente provincia de Aichi), se registra un aumento de cuarenta mil bautizados y del número de iglesias hasta ochenta y siete, a la vez que se citan actos de destrucción de templos budistas o sintoistas en 13 aldeas de dicha provincia. Este caso es solo una muestra entre la decena de ejemplos que leemos en el Archivum Romanum Societatis Iesu. Estos hechos son de la década anterior al decreto citado de 1587, en que se critica al cristianismo diciendo que “acercarse al pueblo de nuestras provincias y distritos y convertirlos en sectarios cristianos, hacerles destruir los santuarios de sus divinidades y los templos de los budas es algo inaudito...” Hoy día nos resulta inconcebible esta intolerancia exclusivista. Pero los europeos del siglo XVI, aunque no tuvieran la facilidad de comunicar rápidamente navegando por nuestras redes mediáticas, sí tenían acceso a la información sobre aquel proselitismo intolerante a través de las cartas de misioneros. Un reflejo de esa mentalidad en el arte religioso: la estatua inmensa conocida con el nombre de “Triunfadora sobre los ídolos”, que contemplamos en la iglesia del Gesú, en Roma, junto al altar de san Ignacio. Es una imagen de María pisando una serpiente y unos libros paganos. La inscripción reza así: “Camis, Fotoques, Amidas, Xacas” (Es decir, divinidades sintoistas,Kami;Budas; el Buda Amida y el Buda Shakamuni" Pero el problema del proselitismo exclusivista no se reduce a episodios del pasado. En plena actualidad, y en el contexto de la llamada a una nueva evangelización, los obispos japoneses se han visto confrontados con la irrupción en la iglesia japonesa desde España, Filipinas o Brasil de grupos –supuestamente evangelizadores-, enviados por nuevos movimientos eclesiales (con etiquetas de “carisma”, “catecumenado” “neo-espiritualidad” etc.,.) con características de proselitismo fanático, exclusivismo eclesiástico e intolerancia dogmática y rechazo de la cultura, a la vez que rechazo de las directrices del Concilio Vaticano II. Otra es la orientación del Papa Francisco, en su carta La Alegría del Evangelio: “Que la predicación del Evangelio, expresada con categorías propias de la cultura donde es anunciado, provoque una nueva síntesis con esa cultura”(Evangelii gaudium, 129). “No podemos pretender los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia” (id., 118) . El hambre que siguen teniendo millones de personas en el mundo es la primera gran violencia a la que son sometidos los cuerpos de las mujeres y de los hombres en nuestras sociedades, destacó la Dra. Ivone Gebara, teóloga feminista de la liberación.
La segunda es la falta de salud, seguida de la carencia de habitación (casa); que son problemas básicos de sobrevivencia en "multitudes de gentes", a quienes las religiones brindan “ensayos de respuesta o de consuelo”. En entrevista previa a su conferencia magistral ‘El cuerpo como espacio político-religioso’, que impartió en el I Congreso Continental de Teología Feminista, Gebara reconoció: “no creo que vamos a llegar a un mundo donde justicia e igualdad se realicen desde nuestras relaciones en este mundo”. Para esta teóloga feminista de la liberación, perteneciente a la congregación de Las Hermanas de Nuestra Señora, a cada nueva generación le corresponde buscar relaciones justas, de equidad, de justicia, de compartir los bienes, “de compartir, como dice el Evangelio, el pan de cada día”. La religiosa brasileña, que dedica su trabajo pastoral a las mujeres pobres, abundó que no cree que habrá en el mundo un momento en que se vaya a alcanzar una ‘justicia total’; sino que habrá búsquedas propias de cada generación. Algunas, como la de ella, “una mujer anciana”, harán su propia búsqueda; que las actuales generaciones aprovecharán, a la vez de hacer su búsqueda propia también. “Pero esto no significa que hay una certidumbre que la próxima generación va a vivir relaciones de justicia, de amor y que no van a tener problemas”. Teología feminista Sobre el I Congreso Continental de Teología Feminista destacó su importancia debido a que “por muchos siglos se habló de teología como si la teología, que en realidad siempre fue obra escrita y pensada por los varones, fuera un producto que se ofrecía a las mujeres. Hace ya algunos años, más o menos 50 años, que hemos empezado a discutir la capacidad de las mujeres de decir la trascendencia de otra manera, de ubicarse también desde la teología hecha por los hombres de otra manera, decir, no sentimos lo mismo (las mujeres), o no pensamos lo mismo, no queremos lo mismo”. Decir lo que quieren es un reto para ellas mismas, las teólogas; y también para los teólogos varones, quienes deben darse cuenta que deben formularse otras preguntas respecto a su relación con ellos mismos, su relación con las mujeres y su búsqueda de sentido por la vida. “O sea que la teología hecha por las mujeres es también una teología provocativa de la teología que los hombres hacen”. Y respecto a las actividades del congreso, donde ella fue una de las participantes más destacadas, Ivone Gebara dijo: “Me siento privilegiada y enriquecida con todas las cuestiones que hemos discutido: y sobre todo, los aportes. Esta iniciativa ha sido absolutamente inédita en América Latina, sobre todo en estos tiempos tan difíciles, entonces pienso que este congreso va a tener sus repercusiones no solamente en México, sino en otras partes del mundo”. |
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