«...Vivid como hijos de la luz» (Ef 5,8).
Mientras escribo esta breve aportación para compartir en este tiempo de Cuaresma, vienen a mi memoria los rostros de muchas personas que se sienten en tinieblas... Lloran desconsoladas, sumergidas en dolor, angustia y miedo. Aquí, en México, en la caótica ciudad de Tuxtla Gutiérrez, mucha gente padece el pecado y las tremendas consecuencias del mismo: Violencia, dentro y fuera de los muros, calles atascadas de hostilidad, miradas que desconfían unas de otras, crispación, contaminación, degradación y corrupción por todas partes; en lo público y en lo privado. Nuestro principal sufrimiento no es tanto la pobreza como la corrupción, que engendra inseguridad y miedo, alimenta el insaciable egoísmo y aumenta la impunidad de quienes, descaradamente, abusan de su poder, su puesto público o sus influencias. Tinieblas de quienes sienten mucha indignación ante los flagrantes abusos y también mucho miedo de denunciar y sufrir las consecuencias. Tinieblas de impotencia ante las impotentes autoridades que, algunas veces, nos parecen ajenas al sufrimiento de los más desfavorecidos. Tinieblas en colores que se difunden por medios de comunicación para engordar la estulticia y hacer más y más torpe a mucha gente, embrutecida por lo que les impone la televisión. Tinieblas de quienes se saben siempre vencidos ante las personas enriquecidas, las poderosas, las que tienen armas y recursos para costearse la seguridad, los servicios y cualquier privilegio... Y aún con todo ello, comparto con esperanza la misma proclamación: ¡Vivamos como hijos e hijas de la luz! Hijos e hijas de Dios misericordioso, tierno sin límites y poderoso en el amor. Hijos que siguen creyéndole a la propuesta de Jesús y que apuestan, unidos en fraternidad, el todo por el Reino aquí y ahora. Fuertes, no por nuestra fuerza o poder sino por la comunión desde la debilidad, por la solidaridad que, aunque en lo pequeño y aparentemente pobre, es capaz de grandes proezas de amor. Trabajo en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, entre otras cosas, como responsable de la Pastoral Juvenil Vocacional. Cada día aprendo a ser hermano y acompañar a los adolescentes y jóvenes que quiero tanto. Desear con pasión ayudarles en todo lo que pueda a que descubran y vivan felices su vocación cristiana. Me conmueve contemplar y escuchar con atención sus tinieblas y su luz; sus preguntas, inquietudes, clamores, enojos, miedos y dolor... Sus anhelos, amores y sonrisas... Porque, aunque sumergidos en tan espesa tiniebla, siguen siendo capaces de sonreír, soñar y contagiar a Dios. A nadar se aprende nadando, y a vivir como hijos de la luz se aprende siendo. Estos(as) adolescentes y jóvenes lo son... Son luz cuando se esfuerzan diariamente para sacar adelante sus estudios y tareas, en medio de tanta adversidad. Son luz en la fortaleza con la que buscan la vida, suya y de los demás. Son luz cuando, a pesar de sentirse tan cansados, se acercan a dar algún servicio o a celebrar. Son luz cuando oran con tanto cariño a Dios, aún con todas sus dudas y preguntas. Y para mí son luz cuando siento su confianza en mí, su hermano sacerdote... Son luz en esta oscuridad. Confío en estos rostros y corazones jóvenes, y tengo la certeza de Dios en cada uno de estos espíritus y, por medio de ellos, cerca de nosotros siempre. Muchas veces me toca enseñarles con paciencia, corregirles o explicarles, ponerles límites o provocar sus preguntas y reflexiones, animarles o asesorarles o bien, compartirles narraciones, ideas y run runes... Con ellos me gusta reírme y bailar, cantar y hablar, soñar y reflexionar, jugar y caminar... vivir... Quiero apasionar sus corazones... Les quiero y quiero hacer cuanto pueda para que descubran la pasión por la vida, por la humanidad y la justicia. Que despierten y se den cuenta de que pueden ser parte de otra manera y de otra realidad. Que pueden ser voz y pueden transformar, pueden unirse, unirnos y devolverle rostro humano a la sociedad... Pueden vivir como hijos de la luz, porque son luz y la luz divina habita siempre en su corazón. Por estos(as) jóvenes oro feliz y esperanzado: Dios poderoso en el amor, que estás siempre cerca; Tú conoces lo más hondo de nuestro ser, Conoces y comprendes nuestro corazón. Por tu inmensa compasión, nos llamas a ser luz. Tú eres la luz que nos infunde vida y anima todo lo que es. Por tu cariño sin límites, nos llamas "hijos". ¡Somos hijos tuyos, somos hijos de la luz! ¡Despierta nuestro espíritu y concédenos vivir siendo luz para los demás! Disipa nuestras tinieblas, que nos impiden ver con realismo, aceptar con serenidad y abrazar con compasión la realidad, para colaborar en tu constante creación. Ábrenos la mirada, despierta nuestra conciencia fraterna en todo el cosmos... Y que seamos luz. Por tu bondad, cuida y alienta a tu pueblo sacerdotal. Así sea
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Otro texto de Jn que nos pone en contacto con Jesús que trae luz-vida. Como en el caso de la samaritana, la iniciativa la toma Jesús, pero el interesado debe responder personalmente. Se trata de indicar a los catecúmenos el camino que tienen que recorrer antes del bautismo. Todos somos ciegos hasta que hemos aceptado la luz. Si después del recorrido, confiesas a Jesús como el Señor, están en condiciones de ser bautizados.
Todo el relato es simbólico. Con él se está proponiendo un proceso catecumenal que lleva al hombre de las tinieblas a la luz; de la opresión a la libertad; de no ser nada a ser plenamente hombre. Jesús acaba de decir: "Yo soy la luz del mundo". Lo repite y lo va a demostrar con hechos, dando la vista al ciego. Jesús no le consulta antes, pero no suprime su libertad, le ofrece la oportunidad, pero la decisión queda en sus manos. Tendrá que ir a lavarse a la piscina, para llegar a ser él mismo. Los demás personajes siguen en su ceguera: fariseos, apóstoles, paisanos, padres. Al mezclar la tierra con su saliva está simbolizando la creación del hombre nuevo, compuesto por la tierra-carne y la saliva-Espíritu. De ahí la frase que sigue: le untó su barro en los ojos. El barro, modelado por el Espíritu, es el proyecto de Dios realizado ya en Jesús, y con posibilidad de realizarse en todos los seres humanos. Jn usa dos verbos para indicar la aplicación del barro en los ojos: aquí untar-ungir, en relación con el apelativo de Jesús "Mesías". Más adelante dirá sencillamente aplicar. Aquí está la clave de todo el relato. El ciego es ahora un "ungido", como Jesús. El hombre carnal ha sido transformado por el Espíritu. La duda de la gente sobre la identidad del ciego, refleja la novedad que produce el Espíritu. Siendo el mismo, es otro. Hay gran diferencia entre el hombre sin iniciativa ni libertad y el hombre libre. De ahí que el ciego utilice las mismas palabras que tantas veces, en Jn, utiliza Jesús para identificarse: "Soy yo". Esta fórmula refleja la identidad del hombre transformado por el Espíritu. Descubre la transformación que se ha operado en su persona y quiere que los demás la vean. El ciego, que era solo carne, se dejó transformar por el Espíritu. Jn no da ninguna importancia al hecho de la curación física. Lo despacha con media línea. Lo que de verdad importa es que este hombre estaba limitado y carecía de toda libertad antes de encontrarse con Jesús. Su vida, anodina y dependiente, está ahora llena de sentido. Pierde el miedo y comienza a ser él mismo, no solo en su interior sino ante los demás. La piscina de Siloé estaba fuera de los muros de la ciudad. Recogía el agua de la fuente de Guijón que llegaba a ella conducida por un canal-túnel (de ahí el nombre arameo de "siloah"=emisión-envío, agua emitida- enviada). Jn aplica el nombre a Jesús, el enviado. La doble mención de untar-ungir y la de la piscina, término que era utilizado para designar la fuente bautismal, nos muestra que se está construyendo este relato a partir de los ritos de iniciación (bautismo) de la primera comunidad. No se había mencionado que el ciego era mendigo. Estaba inmóvil, impotente, dependiendo de los demás. Este punto de partida es clave para resaltar el punto de llegada. Jesús le va a dar la movilidad y la independencia. Le hace hombre cabal. Tampoco se menciona que era sábado hasta mediada la narración. Jesús no tiene en cuente esa circunstancia a la hora de hacer bien al hombre. Amasar barro estaba explícitamente prohibido por la interpretación farisaica de la Ley. El amasar el barro el día séptimo, prolonga el día sexto de la creación. Jesús termina la creación del hombre. Para los fariseos no tiene importancia que un hombre haya sido curado. No se alegran del bien del hombre. Solo les interesa la Ley y creen que a Dios tampoco le importa el hombre. Acuden a los padres para desvirtuar el hecho que no pueden negar. Los padres son gente sometida, en tinieblas. La pregunta es triple: ¿Es vuestro hijo? ¿Nació ciego? ¿Cómo recobró la vista? Los padres responden a las dos primeras preguntas, pero a la tercera, la más importante, no se atreven a responder. El miedo les impide aceptar cualquier complicidad con el hecho. Tiene miedo de ser expulsados de la institución. Al fallarles la argucia empleada con los padres, intentan confundir al ciego. Quieren, por todos los medios, conseguir la lealtad del ciego aún en contra de la evidencia. Condenan a Jesús en nombre de la moral oficial y pretenden que le condene también el que ha sido curado. Ellos lo tienen claro, Dios no puede estar de parte del que no cumple la Ley. Dios no puede actuar contra el precepto ni siquiera en benefició del hombre. Quieren hacerle ver que la vista de que ahora goza es contraria a la voluntad de Dios. Al contrario que los padres, el ciego no tiene miedo. Expresa lo que piensa ante los jefes. A las teorías teológicas, opone los hechos. Puede que se haya quebrantado la Ley, pero lo que ha sucedido es tan positivo para él, que se tiene que hacer la pregunta: ¿No estará Jesús por encima del Sábado? Ha experimentado el amor gratuito y liberador. Él sabe ahora lo que es ser un hombre y, gracias a eso, sabe también lo que es Dios. Él ahora ve, los maestros están ciegos. Descubre que en Jesús, está presente Dios. El hombre utiliza una teología admitida por todos. Dios no puede estar de parte de un pecador. Los fariseos están tan seguros de su Ley, que no dudan en negar la misma realidad. Pero al ciego le es imposible negar lo que personalmente ha vivido. Por no negar su propia experiencia ni renunciar al bien que ha recibido, lo expulsan. Con su mentira han querido apagar la luz-vida. Al no conseguirlo, el hombre no puede permanecer dentro del ámbito de la muerte-tiniebla que es la sinagoga. Lo mismo que Jesús tuvo que salir del templo, el ciego que ha recibido la luz, tiene que salir de la institución judía. "Fue a buscarlo". El (euron) griego no significa un encuentro fortuito, sino el fruto de una actividad con la intención de encontrar algo o a alguien. El contraste salta a la vista. Los fariseos lo expulsan, Jesús lo busca. No le dice, como al inválido de la piscina, que no vuelva a dejarse someter, porque ya había superado la prueba manteniéndose firme ante los fariseos. Con su pregunta va a acabar la obra de iluminación que había comenzado. La acción de Jesús había hecho descubrir al ciego una nueva manera de ser hombre, cuyo modelo era Jesús, "el Hombre". Jesús quiere que tome conciencia de esta realidad. El relato termina con la plena aceptación de Jesús. "Se postró" prosekinesen) es el mismo verbo con que se designa la adoración debida a Dios en 4,20-24. El gesto de postrarse para adorar a Jesús no es infrecuente en los sinópticos, sobre todo en Mt, pero éste es el único pasaje de Jn en que aparece. Jesús, el Hombre, es el nuevo santuario donde se verifica la presencia de Dios. El ciego, expulsado, encuentra el verdadero santuario, Jesús, donde se rinde el culto en espíritu y verdad, anunciado a la Samaritana. Este culto no se puede dar a Dios más que en el hombre, porque consiste en la práctica del amor. Termina el relato con una proclamación solemne de Jesús: "para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean y los que creen ver se queden ciegos". Estas no son palabras de Jesús sino de los cristianos de finales del s. I. clara alusión a los fariseos que se revuelven contra Jesús: ¿También nosotros estamos ciegos? Para ellos, los conocedores y cumplidores de la Ley, que tenían por ciegos a los demás, era inconcebible que alguien pudiera tenerles por ciegos. Pero la respuesta de Jesús deja muy clara la realidad sangrante: Los que más cerca se creen de Dios, son los que menos le conocen. Meditación-contemplación ¿Crees tú en el Hijo del Hombre? Creer en Jesús es creer en el Hombre. Él es el modelo de hombre, el hombre acabado según el designio de Dios Alcanzó esa plenitud dejando que el Espíritu lo invadiera. ..................... Jesús es, a la vez, la manifestación de Dios y el modelo de hombre. En su humanidad, se ha hecho presente lo divino. La "carne" ha llegado a su grado máximo de transformación. El Espíritu asumió y elevó la materia hasta transformarla en Espíritu. ........................ Mi meta es también dejarme transformar en Espíritu. Para ello hay que nacer de nuevo. Tengo que morir a todo lo que en mí hay de terreno. Y dejar que se despliegue en mí lo que hay de divino. «A mi hijo lo citaron como testigo, lo estuvieron interrogando más de dos horas y al final lo condenaron como culpable.» De esto podrían haberse quejado los padres del ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a los fariseos. Pero sería erróneo limitarse a la queja de los padres, porque el ciego terminó muy contento.
Una discusión absurda Todo empezó por una discusión absurda entre los discípulos cuando se cruzaron con el ciego: ¿quién tenía la culpa de su ceguera?, ¿él o sus padres? Si hubieran leído al profeta Ezequiel, sabrían que nadie paga por la culpa de sus padres. Y si supieran que el ciego lo era de nacimiento, no podrían haberlo culpado a él. Jesús zanja rápido el problema: ni él ni sus padres. Su ceguera servirá para poner de manifiesto la acción de Dios y que Jesús es la luz del mundo. Una forma extraña de curar En el evangelio de Juan, igual que en los Sinópticos, la palabra de Jesús es poderosa. Lo demostrará poco más tarde resucitando a Lázaro con la simple orden: «sal fuera». Sin embargo, para curar al ciego adopta un método muy distinto y complicado. Forma barro con la saliva, le unta los ojos y lo envía a la piscina de Siloé. Un volteriano podría decir que no cabe más mala idea: le tapa los ojos con barro para que vea menos todavía, y lo manda cuesta abajo; más que curarse podría matarse. ¿Qué pretende enseñarnos el evangelista? No es fácil saberlo. San Ireneo, en el siglo II, fijándose en la primera parte, relacionaba el barro con la creación de Adán: Dios crea al primer hombre y Jesús crea a un cristiano; pero esto no explica el uso de la saliva ni el envío a la piscina de Siloé. San Agustín, fijándose en el final, relacionaba el lavarse en la piscina con el bautismo; tampoco esto explica todos los detalles. Una cosa al menos queda clara: la obediencia del ciego. No entiende lo que hace Jesús, pero cumple de inmediato la orden que le da. No se comporta como el sirio Naamán, que se rebeló contra la orden de Eliseo de lavarse siete veces en el río Jordán. Como Abrahán, por la fe sale de su mundo conocido para marchar hacia un mundo nuevo. Un anacronismo intencionado La antítesis del ciego la representan los fariseos. El evangelista deforma la realidad histórica para acomodarla a la situación de su tiempo. En la época de Jesús los fariseos no podían expulsar de la sinagoga; ese poder lo consiguieron después de la caída de Jerusalén en manos de los romanos (año 70), cuando el sacerdocio perdió fuerza y ellos se hicieron con la autoridad religiosa. A finales del siglo I, bastante después de la muerte de Jesús, es cuando comenzaron a enfrentarse decididamente a los cristianos, acusándolos de herejes y expulsándolos de la sinagoga. El miedo y la osadía El relato de Juan refleja muy bien, a través de los padres del ciego, el pánico que sentían muchos judíos piadosos a ser declarados herejes, impidiéndoles hacerse cristianos. El hijo, en cambio, se muestra cada vez más osado. Tras la curación se forma de Jesús la misma idea que la samaritana: «es un profeta»; porque el profeta no es sólo el que sabe cosas ocultas, sino también el que realiza prodigios sorprendentes. Ante la acusación de que es un pecador, no lo defiende con argumentos teológicos sino de orden práctico: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Luego no teme recurrir a la ironía, cuando pregunta a los fariseos si también ellos quieren hacerse discípulos de Jesús. Y termina haciendo una apasionada defensa de Jesús: «si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.» La verdadera visión y la verdadera luz Hasta ahora, el ciego sólo sabe que la persona que lo ha curado se llama Jesús. Lo considera un profeta, está convencido de que no es un pecador y de que debe venir de Dios. El ciego ha empezado a ver. Pero la verdadera visión la adquiere en la última escena, cuando se encuentra de nuevo con Jesús, cree en él y se postra a sus pies. Lo importante no es ver personas, árboles, nubes, muros, casas, el sol y la luna... La verdadera visión consiste en descubrir a Jesús y creer en él. Y para ello es preciso que Jesús, luz del mundo, ilumine al ciego poniéndose delante, proyectando una luz intensa, que deslumbra y oculta los demás objetos, para que toda la atención se centre en ella, en Jesús. No hay peor ciego que quien no quiere ver Los fariseos representan el polo opuesto. Para ellos, el único enviado de Dios es Moisés. Con respecto a Jesús, a lo sumo podrían considerarlo un israelita piadoso, incluso un buen maestro, si observa estrictamente la Ley de Moisés. Pero está claro que a él no le importa la Ley, ni siquiera un precepto tan santo como el del sábado. Además, nadie sabe de dónde viene. Resuena aquí un tema típico del cuarto evangelio: ¿de dónde viene Jesús? Pregunta ambigua, porque no se refiere a un lugar físico (Nazaret, de donde no puede salir nada bueno, según Natanael; Belén, de donde algunos esperan al Mesías) sino a Dios. Jesús es el enviado de Dios, el que ha salido de Dios. Y esto los fariseos no pueden aceptarlo. Por eso lo consideran un pecador, aunque realice un signo sorprendente. Dios no puede salirse de los estrictos cánones que ellos le imponen. Ellos tienen la luz, están convencidos de que ven lo correcto. Y este convencimiento, como les dice Jesús al final, hace que permanezcan en su pecado. La samaritana y el ciego Hay un gran parecido entre estas dos historias tan distintas del evangelio de Juan. En ambas, el protagonista va descubriendo cada vez más la persona de Jesús. Y en ambos casos el descubrimiento les lleva a la acción. La samaritana difunde la noticia en su pueblo. El ciego, entre sus conocidos y, sobre todo, ante los fariseos. En este caso, no se trata de una propagación serena y alegre de la fe sino de una defensa apasionada frente a quienes acusan a Jesús de pecador por no observar el sábado. «A mi hijo lo citaron como testigo, lo estuvieron interrogando más de dos horas y al final lo condenaron como culpable.» De esto podrían haberse quejado los padres del ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a los fariseos. Pero sería erróneo limitarse a la queja de los padres, porque el ciego terminó muy contento.
Una discusión absurda Todo empezó por una discusión absurda entre los discípulos cuando se cruzaron con el ciego: ¿quién tenía la culpa de su ceguera?, ¿él o sus padres? Si hubieran leído al profeta Ezequiel, sabrían que nadie paga por la culpa de sus padres. Y si supieran que el ciego lo era de nacimiento, no podrían haberlo culpado a él. Jesús zanja rápido el problema: ni él ni sus padres. Su ceguera servirá para poner de manifiesto la acción de Dios y que Jesús es la luz del mundo. Una forma extraña de curar En el evangelio de Juan, igual que en los Sinópticos, la palabra de Jesús es poderosa. Lo demostrará poco más tarde resucitando a Lázaro con la simple orden: «sal fuera». Sin embargo, para curar al ciego adopta un método muy distinto y complicado. Forma barro con la saliva, le unta los ojos y lo envía a la piscina de Siloé. Un volteriano podría decir que no cabe más mala idea: le tapa los ojos con barro para que vea menos todavía, y lo manda cuesta abajo; más que curarse podría matarse. ¿Qué pretende enseñarnos el evangelista? No es fácil saberlo. San Ireneo, en el siglo II, fijándose en la primera parte, relacionaba el barro con la creación de Adán: Dios crea al primer hombre y Jesús crea a un cristiano; pero esto no explica el uso de la saliva ni el envío a la piscina de Siloé. San Agustín, fijándose en el final, relacionaba el lavarse en la piscina con el bautismo; tampoco esto explica todos los detalles. Una cosa al menos queda clara: la obediencia del ciego. No entiende lo que hace Jesús, pero cumple de inmediato la orden que le da. No se comporta como el sirio Naamán, que se rebeló contra la orden de Eliseo de lavarse siete veces en el río Jordán. Como Abrahán, por la fe sale de su mundo conocido para marchar hacia un mundo nuevo. Un anacronismo intencionado La antítesis del ciego la representan los fariseos. El evangelista deforma la realidad histórica para acomodarla a la situación de su tiempo. En la época de Jesús los fariseos no podían expulsar de la sinagoga; ese poder lo consiguieron después de la caída de Jerusalén en manos de los romanos (año 70), cuando el sacerdocio perdió fuerza y ellos se hicieron con la autoridad religiosa. A finales del siglo I, bastante después de la muerte de Jesús, es cuando comenzaron a enfrentarse decididamente a los cristianos, acusándolos de herejes y expulsándolos de la sinagoga. El miedo y la osadía El relato de Juan refleja muy bien, a través de los padres del ciego, el pánico que sentían muchos judíos piadosos a ser declarados herejes, impidiéndoles hacerse cristianos. El hijo, en cambio, se muestra cada vez más osado. Tras la curación se forma de Jesús la misma idea que la samaritana: «es un profeta»; porque el profeta no es sólo el que sabe cosas ocultas, sino también el que realiza prodigios sorprendentes. Ante la acusación de que es un pecador, no lo defiende con argumentos teológicos sino de orden práctico: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Luego no teme recurrir a la ironía, cuando pregunta a los fariseos si también ellos quieren hacerse discípulos de Jesús. Y termina haciendo una apasionada defensa de Jesús: «si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.» La verdadera visión y la verdadera luz Hasta ahora, el ciego sólo sabe que la persona que lo ha curado se llama Jesús. Lo considera un profeta, está convencido de que no es un pecador y de que debe venir de Dios. El ciego ha empezado a ver. Pero la verdadera visión la adquiere en la última escena, cuando se encuentra de nuevo con Jesús, cree en él y se postra a sus pies. Lo importante no es ver personas, árboles, nubes, muros, casas, el sol y la luna... La verdadera visión consiste en descubrir a Jesús y creer en él. Y para ello es preciso que Jesús, luz del mundo, ilumine al ciego poniéndose delante, proyectando una luz intensa, que deslumbra y oculta los demás objetos, para que toda la atención se centre en ella, en Jesús. No hay peor ciego que quien no quiere ver Los fariseos representan el polo opuesto. Para ellos, el único enviado de Dios es Moisés. Con respecto a Jesús, a lo sumo podrían considerarlo un israelita piadoso, incluso un buen maestro, si observa estrictamente la Ley de Moisés. Pero está claro que a él no le importa la Ley, ni siquiera un precepto tan santo como el del sábado. Además, nadie sabe de dónde viene. Resuena aquí un tema típico del cuarto evangelio: ¿de dónde viene Jesús? Pregunta ambigua, porque no se refiere a un lugar físico (Nazaret, de donde no puede salir nada bueno, según Natanael; Belén, de donde algunos esperan al Mesías) sino a Dios. Jesús es el enviado de Dios, el que ha salido de Dios. Y esto los fariseos no pueden aceptarlo. Por eso lo consideran un pecador, aunque realice un signo sorprendente. Dios no puede salirse de los estrictos cánones que ellos le imponen. Ellos tienen la luz, están convencidos de que ven lo correcto. Y este convencimiento, como les dice Jesús al final, hace que permanezcan en su pecado. La samaritana y el ciego Hay un gran parecido entre estas dos historias tan distintas del evangelio de Juan. En ambas, el protagonista va descubriendo cada vez más la persona de Jesús. Y en ambos casos el descubrimiento les lleva a la acción. La samaritana difunde la noticia en su pueblo. El ciego, entre sus conocidos y, sobre todo, ante los fariseos. En este caso, no se trata de una propagación serena y alegre de la fe sino de una defensa apasionada frente a quienes acusan a Jesús de pecador por no observar el sábado. Hace unas semanas los medios de comunicación daban cuenta de dos noticias aparentemente inconexas pero que, como se verá, tenían vínculos entre sí. A través de la primera se nos informaba del fallecimiento de dos personas en Chicago. Al tratar de recuperar los smartphone que se les habían caído en el río helado dejaron la vida en el intento. Era un acto absurdo, desde un cierto ángulo, aunque, desde otro, estuviese lleno de significado y fuese simbólicamente representativo de las pulsiones de nuestra época.
También la segunda noticia nos trasladaba a un escenario absurdo y representativo al unísono. Un club de fútbol —el Barcelona—, siguiendo el ejemplo de otros clubes europeos, había presentado públicamente el Espacio Memorial, un recinto funerario que albergaría las cenizas de todos aquellos difuntos que decidiesen escoger el estadio azulgrana como lugar de reposo para la eternidad. Los cálculos eran más bien optimistas y los dirigentes del club habían previsto, de entrada, 30.000 urnas individuales. El coste del columbario oscilaba entre los 3.000 euros para una concesión de 50 años y los 6.000 euros para las de 90 años. No se especificaba qué sucedería con el contenido de las urnas más allá de este límite. Además de poder expresar, de este modo, un amor perenne al club resultaba sorprendente otro argumento utilizado: el Espacio Memorial evitaría una práctica frecuente de algunos aficionados que aprovechan las excursiones turísticas al estadio para esparcir las cenizas de familiares en el césped. De creer estas cifras —y son creíbles— este recinto fúnebre tendrá, en los próximos tiempos, más demanda que los otros cementerios de la ciudad. Supongo que, a estas alturas, nadie se escandaliza de este hecho. Más interesante es prestar atención a la estética funeraria que acompañará el sueño eterno de los fallecidos. Las urnas estarán decoradas con fotocerámicas que recogerán algunos grandes momentos de la historia del club. No sé si los propios difuntos, previamente, con un testamento, elegirán su gol favorito, o será el propio club, a través de algo parecido a médiums, el que atribuirá a cada huésped un determinado momento áureo desde el punto de vista futbolístico. El caso es que la gloria eterna quedará identificada con la gloria deportiva. Y esa es, desde luego, la cuestión importante, pues no pienso que la iniciativa de este u otro club de fútbol sea un hecho excepcional sino, por el contrario, algo que encaja perfectamente con la sensibilidad de nuestra época, propensa a confundir la gloria con el éxito y la trascendencia con la inmediatez. De hecho, si hemos aplicado criterios propios de fast-food a los diversos ámbitos de nuestra existencia, desde los sentimientos a la sensualidad, ¿por qué no deberíamos aplicar criterios semejantes a la esfera de lo espiritual? Habitantes de nuestro propio vértigo, apenas tenemos tiempo para concebir una forma de trascendencia que no sea una suerte de fast-food para la conciencia. La ventaja de ofrecer el icono de un gol como imagen ejemplar del nexo entre la vida y la muerte es que nos evita cualquier complejidad espiritual mientras nos ofrece un consuelo idolátrico, tosco pero eficaz. La aspiración a la inmortalidad no ha sido monopolio de las religiones El tratamiento humano de la muerte y la pregunta —o falta de pregunta— sobre la trascendencia nos informa de la condición del hombre en cada momento. Durante miles de años, mediante el arte, la religión y la filosofía, nuestros antepasados se han interrogado sobre los límites de la existencia y sobre el enigma de la muerte. Al deseo de perdurar le acompañaba el temor a una extinción definitiva. Prácticamente todas las religiones se basan en el hecho de ofrecer una perdurabilidad que va más allá de la vida terrenal. Cuanto más sofisticado es un sistema religioso mayor es también la riqueza simbólica de la gloria o de la condenación ofrendadas. El arte y la filosofía no aseguran el más allá pero, como contrapartida, se confrontan con el misterio de la propia vida, tratando de dar respuestas en forma de nuevos interrogantes que den algo de compensación a nuestra fragilidad existencial. La entera historia del arte, desde las pirámides egipcias hasta el abstraccionismo moderno, podría ser contemplada como un despliegue del duelo sutil y pavoroso, expectante y desesperado, entre la vida y la muerte. Este duelo no tiene solución, pero es una fuente inagotable de creatividad cuando transcurre por los cauces de la memoria. El arte y la literatura se fundamentan en la memoria. Los ritos fúnebres, también. Por eso la aspiración a la inmortalidad no ha sido un monopolio exclusivo de las religiones sino que también ha estado poderosamente presente en los pensamientos que se han fascinado por el enigma de la condición humana. Si lo inmortal no se dirigía hacia el cielo podía ser dirigido hacia la tierra, como lo atestiguan tantas expresiones elegíacas, desde los himnos épicos hasta los sencillos epitafios colocados sobre las humildes tumbas de un cementerio. Sin embargo, la trascendencia aprisionada en la corriente de la banalidad es lo que desemboca en formas más o menos lastimosas de idolatría. Al parecer nosotros nos hemos acostumbrado a vivir sin lo divino pero tenemos una acuciante necesidad de lo idolátrico. Hemos sustituido la aspiración a la gloria por la consecución del éxito.Desechamos preguntar por lo trascendente porque queremos responder con lo inmediato. Enfrentarnos al enigma es difícil, complejo, exige que nuestra conciencia se ponga en tensión. Tenemos miedo a esta tensión aunque esto pueda llegar a ser enormemente satisfactorio moral y estéticamente. Rendirnos a los ídolos no requiere apenas esfuerzo y, a pesar de ser espiritualmente tan pobre, parece cómodo y accesible. Los ídolos son fáciles de construir y fáciles de derruir, olvidándolos. De ahí que sea coherente con nuestra época la proposición de espacios memoriales en los que se rinda culto a futbolistas. O a estrellas de cine, o a cantantes populares. Son templos para una espiritualidad fast-food en los que el deslumbramiento por lo trivial no es sino un peligroso desarme de la conciencia. Hemos sustituido la aspiración a la gloria por la consecución del éxito No obstante, para que la banalidad idolátrica se propague es necesario asimismo que los fetiches adquieran rango sagrado, y esa necesidad me hace retornar a la noticia de los dos ahogados en el río de Chicago cuando trataban de recuperar su smartphone. Para algunos este acontecimiento macabro es ridículo; pero quizá no faltarán los que verán a esos hombres dispuestos a sacrificar sus vidas por la salvación de sus móviles como a dos mártires de esa nueva liturgia fetichista que acompaña a la idolatría contemporánea. Esta vertiente sacrificial no es arbitraria si tenemos en cuenta que el smartphone no es solo un talismán y un apéndice anatómico sino que ha acabado adquiriendo, para el hombre del presente, atributos que nuestros antepasados hubiesen atribuido al alma, palabra que, justamente a causa de esto, se ha hecho innecesaria. Como la muerte va siempre relacionada con eros, y antes me he referido al memorial tanático-futbolístico, no quiero acabar sin relatarles una minuciosa observación, compartida con un amigo, en un céntrico café de Barcelona. Se trataba de comparar cuántos transeúntes, mientras paseaban, tocaban (o rozaban) a sus parejas y cuántos tocaban (o sobaban) a sus móviles. La proporción fue de 10 a uno, a favor, naturalmente, como ustedes pueden suponer, de los móviles. Si las cosas son así —y ustedes pueden hacer cualquier día el mismo trabajo de campo que nosotros— no hay duda de que los mártires de Chicago deberían de tener, en nuestros actuales altares de la trascendencia, al menos, un sitial parecido al de los santos del balón. Nietzsche creyó en algún momento que Dios había muerto y que esto abría un futuro esplendoroso a la humanidad. Tal vez tenía razón. O, tal vez, ahora gritaría, despavorido: ¡Dios, resucita y perdóname porque no sabía que aún podía ser peor! Sí, hace 365 días que Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa y la luna de miel parece no tener fin.
El Papa Francisco, Persona del Año para la revista Time, no me extrañaría que repitiera portada y portadas en el año 2014. Francisco es el menos Papa de todos los Papas. No se le ha subido la cosa a la cabeza. No se siente el rey del mundo ni la mano derecha de Dios. Estoy seguro de que eso de Vicario de Cristo le da vértigo y lo rechaza como una de las tentaciones de la serpiente de los jardines vaticanos. No le gusta el título de Papa y prefiere llamarse Obispo de Roma, título más cercano, más igualitario, más ecuménico, "primus inter pares" que dicen nuestros hermanos ortodoxos y menos polémico. Francisco ha renovado su pasaporte argentino y despreciado el pasaporte vaticano. ¿Significa que no cree en la mundanidad del Estado Vaticano? En 1870, Pio IX, el último Papa-Rey, prisionero en el Vaticano, termina su reinado temporal, el del Papa y su corte de príncipes, no el de los católicos, ajenos a estas ambiciones nada evangélicas. ¿Será Francisco, en el siglo XXI, 144 años más tarde, el que convierta el Vaticano en la sede del Obispo de Roma? No estado vaticano, no embajadores, simplemente una gran tienda abierta a todos los seguidores de Jesús y a todos los hombres de buena voluntad. El contraste con sus dos predecesores, que ejercieron el poder absoluto, sin necesitar ni consultar a nadie, es tan abismal que vivimos desconcertados. Lo nuestro era obedecer, hoy, hasta se nos pide nuestra opinión. Francisco es también el más Papa de todos los Papas. La Iglesia Católica, gracias a Francisco, vive un nuevo amanecer. Nunca un Papa ha suscitado tanto interés, nunca los medios de comunicación de derechas y de izquierdas, sobre todo de izquierdas, le han dedicado tantos piropos a un Papa. Elton John, cantante gay, ha dicho: "es un milagro de humildad en un tiempo de vanidad". La Iglesia Católica, mofada y desacreditada durante el reinado del tímido y arrugado Benedicto XVI, hoy parece resucitada por la bondad de un Papa, un cura carismático que predica mejor con su vida y sus gestos que con sus sermones improvisados. El adjetivo "católico" está de moda en Estados Unidos, país donde cada día nace una iglesia nueva, y ahora en sus títulos incluyen el adjetivo de católico, "Iglesia Católica Ecuménica de Cristo". 365 después la luna de miel de Francisco con el pueblo de Dios y los miles de simpatizantes esperanzados sigue y deseamos que siga porque queremos ver los frutos, los cambios que la Iglesia Católica necesita. "Las nuevas inseguridades van a derrotar a las viejas certezas" afirma un insider. Hay católicos preocupados, barruntan cambios que no desean: matrimonios recasados abiertos a la sanación de su segundo matrimonio y admitidos a la eucaristía, visto bueno a las uniones de homosexuales, en definitiva una revisión de la moral sexual, cruel y discriminatoria, el papel de la mujer que tiene que pasar de la exclusión a la inclusión, cambios mil por los que clama el pueblo de Dios. John Vanneri, católico más que preocupado decepcionado, dice que "nunca permitiría a Francisco enseñar religión a mis hijos". Muchos católicos preocupados, mientras dura la luna de miel, optan por un silencio angustiado para no desentonar en este coro maravillado de extasiados. Gracias a Dios somos más los extasiados que los preocupados. Antes de Francisco la obsesión por la ortodoxia, lo correcto, resucitó la inquisición. Se excomulgaba y se imponía silencio a los teólogos: Hans Küng, Leonardo Boff, Curran, Gustavo Gutiérrez...hoy son los invitados de Francisco. "No tengan miedo a las cartas de la Congregación de la Doctrina de la Fe" aconsejó francisco a las monjas, sí sirven a Jesús en los pobres. De nada sirve la ortodoxia, fariseísmo redivivus, sin la praxis, el servicio a la persona. 365 después, Francisco celebra su primer aniversario en Ariccia, haciendo una semana de ejercicios espirituales con el personal de la Curia. Sentado en una silla cualquiera, como uno más, escucha al conferenciante, se deja evangelizar. Sí, Francisco es el menos Papa de todos los Papas y el más Papa de todos los Papas. El pasaje del evangelio nos narra el encuentro de Jesús con una mujer samaritana que llega a sacar agua a un pozo. Igual que Jesús le dijo a la Samaritana "dame de beber", nos dice hoy lo mismo desde los sedientos del mundo: "dame agua, dame pan, dame justicia, dame amor, dame fraternidad, dame acogida, dame comprensión.
El agua es alimento, es vida, es limpieza. Sin ella es imposible la vida. El agua es el primer alimento imprescindible para vivir. La necesitamos a diario. Pero unos 2.400 millones de personas, un tercio de la población mundial, continuará sin tener acceso a agua potable y saneamientoadecuado en el año 2015, informa la OMS. Cerca de 2 millones de niños se mueren cada año en el mundo por falta de agua potable. En octubre del año pasado 87 personas, la mayoría mujeres y niños, murieron de sed en el desierto del Niger intentando llegar a Argelia, huyendo del hambre. No solo las personas, sino que también miles animales se mueren de sed, como los 19 elefantes y 2 rinocerontes que han muerto en el Parque Nacional de Hwange, en 2012, al Oeste de Zimbabue, a causa de la sequía que azotaba la zona y dejó a los animales sin agua. El agua dulce es un bien escaso. Y al paso que vamos va a tener mucho más valor el agua que el oro o los diamantes. Jesús nos dice: "venid benditos de mi Padre a tomar posesión del Reino de los Cielos porque... tuve sed y me disteis de beber... Cuando lo hicisteis a mis hermanos más necesitados a Mi me lo hicisteis". Dios no necesita nada para si mismo. Atender a los seres humanos en sus necesidades es el verdadero culto a Dios, que no se le da ni en los montes, ni en los templos, ni con celebraciones teatrales, sino en cada persona, que es el templo vivo de Dios (1ª Corintios 3,16-17). Esto es adorar a Dios en espíritu y en verdad. Por eso todas las religiones deberían olvidarse de sus dogmatismos, fanatismos, ritualismos... y ponerse de acuerdo en los grandes valores que necesita todo ser humano para vivir dignamente: la justicia, el respeto mutuo, la solidaridad, el valor y la dignidad de la persona, la paz, la igualdad, la fraternidad universal, la opción por los pobres, enfermos y discapacitados, el cuidado de la Madre Tierra. Deben unirse todas, urgentemente, en la lucha y el compromiso por estas grandes finalidades, por ejemplo, para que cuanto antes no haya un solo ser humano que no tenga acceso a agua potable, uno de los Objetivos del Milenio... Así nos haremos dignos de habitar en esta tierra, dignos del agua que salta hasta la vida eterna, que nos anuncia Jesús como plenitud de vida para todos y toda la creación. A un año de la designación Del Papa Francisco, el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, compartió algunas reflexiones: "En las últimas décadas los principales conductores de la Iglesia, habían desandado el camino iniciado en el Vaticano II. (…) Hoy vuelve a cobrar relieve, en numerosos gestos del Papa Francisco, el anhelo de una Iglesia pobre, el compromiso con los más pobres, con los excluidos y este no es un dato menor. De la Roma que perseguía y aplicaba la Teología de la sospecha a los teólogos de la liberación, se abrió paso al diálogo y encuentros. Seguramente quedan numerosas reformas pendientes (…) Pero este Papado que vuelve a plantear un liderazgo ético, cultural y religioso, que interpela al mundo entero, que asum e una perspectiva ecuménica, profundiza el diálogo con otras Iglesias de Igual a Igual, no puede ser más promisorio y alentador".En este sentido destacó que en su primer año el Papa Francisco cuestionó la globalización económica asociada a la exclusión social de los pueblos, denunció a las redes de crimen organizado, intervino activamente a favor de la Paz en Siria, llamó a los jóvenes a ser partícipes de un mundo mejor, y mostró voluntad ecuménica de poner la Iglesia a disposición para la protección de los derechos de las personas, de los pueblos, el desarrollo humano y la defensa del medio ambiente, entre otras medidas.
Para finalizar el Presidente del Servicio Paz y Justicia remarcó que "sólo la decisión y el tiempo dirán cuanto podrá cambiar Francisco, las herencias negativas que afectan al Vaticano y la Iglesia en general". Aquí las reflexiones completas de Adolfo Pérez Esquivel: El Papa Francisco. A un año. (Bs. As., 13 de marzo de 2014) Se cumple un año de que Francisco asumió como Pontífice, Pastor del Pueblo de Dios, de llevar el mensaje del Evangelio al mundo y de renovar una Iglesia que se había oscurecido la vida y la esperanza. Hace un año decíamos ¿Cuál era la situación de la Iglesia previo a la abdicación del Papa Benedicto VI? En las últimas décadas los principales conductores de la Iglesia, habían desandado el camino iniciado en el Vaticano II, y desactivado cuando no perseguido las opciones que consideraban la historia de la liberación de los pueblos como parte de la historia de la salvación, surgidas desde latinoamérica a partir de Medellín, Puebla y varios Sínodos. En una Iglesia cuyo viraje conservador iniciado con Juan Pablo II y consolidado con Benedicto XVI, ya había cambiado el perfil de episcopados complet os, desplazando a obispos progresistas por otros ultraconservadores, y que además evidenciaba una fuerte crisis de credibilidad frente al manejo poco transparente de los fondos vaticanos y por las denuncias de abusos y encubrimientos de sacerdotes acusados de aberrantes actos de pedofilia, la elección del nuevo pontífice se esperaba dentro de la continuidad de opciones ultramontanas y en particular italianas. En ese contexto, la designación del Cardenal Bergoglio, surgió como una novedad, por primera vez la Iglesia salía del euro-centrismo y abría su visión hacia latinoamérica y otros continentes. Los primeros gestos y actitudes del nuevo Papa, así como la adopción del nombre del Santo de Asis, Francisco, que constituye por su alto simbolismo una opción por los pobres y un programa de acción, demarcaron un espacio diferente al previsible inicialmente. ¿Podrá la Iglesia empezar a recuperar de la senda del Vaticano II, adecuarlo a los tiempos actuales y tratar de animar y alumbrar desde la fe alternativas de justicia social para los pueblos?. Sólo la decisión y el tiempo dirán cuanto podrá cambiar Francisco, las herencias negativas que afectan al Vaticano y la Iglesia en general. Hoy podemos decir que en la Iglesia universal soplan nuevos vientos, empezó a cambiar la agenda, y aunque no se pueda esperar drásticas transformaciones, cuando durante décadas se reforzaron liderazgos, jerarquía, movimientos e instituciones conservadoras, vuelve a cobrar relieve acompañado por numerosos gestos del Papa Francisco, el anhelo de una Iglesia pobre, el compromiso con los más pobres, con los excluidos y este no es un dato menor. Frente a un crecimiento económico que se nos presenta divorciado del bienestar de los pueblos, donde se ha profundizado la brecha entre ricos y pobres, no sólo entre los países del Norte con respecto a los del Sur sino también al interior de cada país, donde se acentúan los procesos de concentración de la riqueza en pocas manos, mientras amplios sectores de la población (trabajadores, mujeres y jóvenes pobres en particular) son desplazados del mundo del trabajo a límites de sobrevivencia infrahumana, el Papa Francisco ha cuestionado una globalización económica asociada a la exclusión social de los pueblos. Su presencia en Lampedusa para solidarizarse y expresar su compromiso con los miles de migrantes que escapan de masacres despojo de sus tierras, para tratar de sobrevivir en Europa, muestra que no son sólo discursos sino testimonio con hechos para interpelar a una Europa, que pese a la crisis, sigue siendo opulenta. A estos hechos cabe agregar su denuncia frente a diversas organizaciones internacionales de perfil delictivo (mafias, narcotráfico, trabajo esclavo, etc.) que tienen un alto poder de corrupción y gravitación en segmentos cada vez mayores de la economía mundial y de numerosos países. Igual testimonio se expresó en la decidida intervención en favor de la Paz y contra las intervenciones armadas y la profundización de la guerra en el caso de Siria, que podría haber escalado a niveles inimaginables. El llamado de Francisco al compromiso de los jóvenes, a ese "hagan lío”, vuelve a interpelarlos a ser partícipes de un mundo mejor, vuelve a sacar a los cristianos al mundo, a no esconder la luz bajo la cama, vuelve a plantear que al igual que levadura debe fermentar para hacer el pan, la fe debe animar en la dignificación de nuestros pueblos. La protección de los derechos de las personas y de los pueblos, el desarrollo humano, la defensa del medio ambiente, los procesos de desarme y la justicia se convertirán cada vez más en temas de debate internacional, porque en esta ocasión está en juego nuestro Planeta, e implicarán un largo proceso de luchas con avances y retrocesos. Ante estos desafíos un Papado que vuelve a plantear un liderazgo ético, cultural y religioso, que interpela al mundo entero, que asume una perspectiva ecuménica, profundiza el diálogo con otras Iglesias de Igual a Igual, no puede ser más promisorio y alentador. El Papa Francisco ha empezado a tratar de superar los problemas que vive la Iglesia Católica. En este aspecto, seguramente queda un largo camino por transitar para desmontar la trama "non santa” que aquejaba a la Curia Romana, sin embargo son muy auspiciosas numerosas medidas adoptadas, avanzar en la Colegialidad intercontinental, al crear la comisión integrada por Cardenales de diversos países para que lo acompañen en su gestión. Ya no sólo gobernará la Iglesia Europa o los países del Norte, y en la elección del futuro Papa tendrán mayor gravitación otros continentes a partir de la designación de nuevos Cardenales. Los sectores más conservadores van perdiendo gravitación, aunque mantengan todavía un poder considerable.&nb sp; De la Roma que perseguía y aplicaba la Teología de la sospecha a los teólogos de la liberación, se abrió paso al diálogo y encuentros. Seguramente quedan numerosas reformas pendientes como la posibilidad de opción de los sacerdotes al matrimonio, el acceso de las mujeres al sacerdocio, por mencionar algunas. Hay señales alentadoras como el reconsiderar la comunión de los divorciados. Los desafíos son grandes, la esperanza de que puedan encararse también. Lo cierto es que Francisco, como Pastor, ha despertado esperanzas, está dando testimonios personales y adoptando medidas que alientan a una Iglesia que vuelve a caminar con los pobres, que procura vivir en comunidad en oración y compromiso. Hoy y los dos próximos domingos vamos a leer evangelios de Juan: La Samaritana, el ciego de nacimiento y Lázaro. El "yo soy" característico de Juan, se repite en los tres: yo soy agua, yo soy luz, yo soy vida. En Juan todo son símbolos que quieren trasmitirnos la teología más avanzada de todo el NT. Esto no quiere decir que el hecho no haya sucedido. Seguramente sucedieron cosas parecidas más de una vez.
El de hoy es una catequesis en toda regla, que invita a un seguimiento de Jesús como dador de verdadera Vida. Los cambios que propone en la manera de relacionarse el hombre con Dios, nos deberían hacer pensar un poco. Ni en este templo, ni en Jerusalén, ni en ningún otro templo se puede dar el verdadero culto a Dios. Lo que entendemos por culto, en la mayoría de los casos no es más que idolatría, un intento de domesticar a Dios. Jesús se encuentra de paso por Samaría. Samaría y Galilea eran una misma nación, antes de la división entre Judea y Palestina. Aunque tenía los mismos antecedentes religiosos, su trayectoria había sido muy distinta. Por eso, los samaritanos eran despreciados por los judíos como herejes. El peor insulto para un judío era llamarle samaritano. El manantial de Jacob era un pozo muy famoso por ser el único en toda la región. Estuvo en uso desde el año 1000 a. C. hasta el 500 de C. No hace falta destacar la importancia del agua para la vida de una comunidad. Sin agua la vida es imposible, por eso se convirtió, con el de la luz, en el símbolo de la Vida en el espíritu. Jesús va a ocupar el lugar del pozo. Él es el agua viva, que va a sustituir la ley el templo. La sustitución de templo y Ley por Jesús, es la clave de todo el relato. La mujer no tiene nombre, representa la región de Samaría que va a apagar su sed en la tradición (el pozo). Jesús está solo. Se trata del encuentro del Mesías con Samaría, la prostituta, la infiel. El profeta Oseas de Samaría había denunciado la prostitución de esta tierra. Jesús toma la iniciativa y pide de beber a la Samaritana. Se acerca a la mujer implorando ayuda. Ella tiene lo que a él le falta y necesita, el agua. Es lógica la extrañeza de la mujer. Jesús acaba de derribar una doble barrera: la que separaba a judíos y samaritanos y la que separaba a hombres de mujeres. Se presenta como un ser humano sin pretensiones por el hecho de ser judío. Y reconoce que una mujer puede aportarle algo valioso. Jesús le ha pedido un favor, pero está dispuesto a corresponder con otro mucho mayor. Jesús se muestra por encima de las circunstancias que separan a judíos y samaritanos; se niega a reconocer la división, causada por las ideologías religiosas. La mujer no conoce más agua que la del pozo, figura de la ley, que solo se puede conseguir con el esfuerzo humano. No ha descubierto que existe un don de Dios gratuito. El agua-Espíritu que da Jesús, se convierte en manantial que continuamente da Vida. Así desarrolla a cada humano desde su dimensión personal. No se trata de añadidos externos (Ley). El Hombre recibe Vida en su raíz, en lo profundo de su ser. Como el agua hay que extraerla del pozo, el agua del Espíritu hay que sacarla de lo hondo de uno mismo. La dificultad de comprender el mensaje está muy bien expresada con el equívoco que se mantiene durante la conversación. Jesús habla del Vida y la Samaritana habla del agua para beber. La mejor demostración de que mantenemos la ambivalencia es que nos han puesto como primera lectura el pasaje de Éxodo (Ex 17,3-7) donde la prueba de que Dios está o no está con el pueblo es que les dé o no el agua para beber. El sentido de los versículos, que se refieren a los maridos, hay que buscarlo en el trasfondo profético, que nos lleva a la infiel relación de Samaría con Dios. En Os 1,2 la prostituta y en Os 3,1 la adúltera, son la imagen del reino de Israel que tenía a Samaría como capital. Su prostitución consistía en haber abandonado al verdadero Dios. Los samaritanos eran descendientes de dos grupos: a) resto de los israelitas que no fueron deportados cuando cayó el reino del norte en el 722 a, C.: b) Colonos extranjeros traídos de Babilonia y Media por los conquistadores. Estos trajeron también sus dioses que con el tiempo, fueron aceptados por el resto de los habitantes. Entre los samaritanos y los judíos había una verdadera confronta¬ción, sobre todo por razones teológicas. El número cinco es simbólico: Los samaritanos admitían solo los 5 libros del Pentateuco. Los colonos traídos por los asirios eran de 5 ciudades y de cada una habían traído su propio dios. En 2 Re 17,24 se mencionan 5 ermitas en el territorio de Samaría. En hebreo se usaba el termino "Ba´al" (dueño, señor) para designar al esposo, pero era también el nombre de una divinidad. El simbolismo es claro. La mujer que representa a Samaría ha tenido cinco dioses, y el que tiene ahora (Yahvé) al compartirlo, tampoco es su (Ba´al). Samaría se ha entregado a otros maridos-señores-dioses (ba´alim). Está pues alejada de Yahvé. La única solución es recuperar su verdadero esposo (Dios). Os 2,18: "Aquel día... me llamarás esposo mío, ya no me llamarás baal mío. Le apartaré de la boca los nombres de los baales". Jesús dice a la mujer que su culto está prostituido, eso explica que ella pase más tarde al tema del templo. La mujer reconoce su situación. Pretendían dar culto al Dios de los judíos, pero al admitir otros dioses, en realidad habían roto con él. En Jesús se personifica la actitud de Dios que no ha roto con ella, sino que la busca. El agua tradicional (Ley) no había apagado la sed. La búsqueda les había llevado a la multiplicidad de maridos-señores-dioses. El agua que da Jesús es el encuentro definitivo con el Dios verdadero. La Samaritana descubre que Jesús es un profeta por la profundidad del planteamiento religioso. La imagen de profeta que tiene la mujer es la de Dt 18,15, profeta semejante a Moisés (Taheb) que restauraría el verdadero culto. La mujer sigue aferrada a la tradición "nuestros padres". Piensa que hay que encontrar la solución sin salir de lo antiguo, que es la única realidad que conoce. No ha descubierto aún la novedad de la oferta de Jesús. Jesús no parte de la perspectiva de la mujer, sino de otra muy distinta. También el templo de Jerusalén está prostituido. Las dos alternativas son equivocadas. Su oferta es algo nuevo. Se trata de un cambio radical. Jesús mismo será el lugar de encuentro con Dios. Dios adquiere un nombre nuevo "Padre". Esta paternidad excluye privilegios y exclusiones. Esta relación con Dios directa, sin intermediarios, hará posible la unidad. "Dios es Espíritu". Espíritu, desde la mentalidad griega, significa un ser no material. Desde la mentalidad judía, significa que Dios es fuerza, dinamismo de amor, vida para los hombres. El agua viva es la experiencia constante de la presencia y el amor del Padre. Padre, porque comunica su propia Vida y trasforma al hombre en espíritu. El culto antiguo exigía del hombre una renuncia de sí, era una humillación ante un Dios soberano. El nuevo culto no humilla, sino que eleva al hombre, haciéndole cada vez más semejante al Padre. El culto antiguo subrayaba la distancia; el nuevo la suprime. Dios no necesita ni espera dones. Los samaritanos aceptan a Jesús y le piden que se quede un tiempo con ellos. Los herejes están más cerca de Dios que los ortodoxos judíos. Meditación-contemplación Dios es espíritu. Recuperar esta idea de Dios cambiaría toda nuestra religiosidad. Dios no es un ser objetivable, como el hombre pero superior. Tampoco es un ser espiritual al lado o por encima de otros seres espirituales. .................. A Dios no podemos compararlo con nada, ni real ni imaginado. Lo que podemos experimentar, es su "ruah" = fuerza energía que nos pone en marcha. Esa energía no actúa desde fuera, Sino desde el centro de nuestro ser, porque es lo más íntimo que somos. .................... Adorarle en espíritu y en verdad, es tomar conciencia de lo que es en nosotros. Es experimentarlo como el motor de todo nuestro ser. Como verdadero centro del ser, irradia el resto de nuestro ser. Como Absoluto, nos empuja a identificarnos con él. Los evangelios de los domingos 3º, 4º y 5º de Cuaresma del ciclo A, tomados de san Juan, presentan a Jesús como fuente de agua viva (Samaritana), luz del mundo (ciego de nacimiento) y vida (resurrección de Lázaro). Tres símbolos de nuestras necesidades más fuertes (agua, luz, vida) y de cómo Jesús puede llenarlas.
Tres aguadores y tres tipos de agua Las lecturas del próximo domingo hablan de tres personajes famosos (Jacob, Moisés, Jesús) relacionándolos con el don del agua. En gran parte del mundo, beber un vaso de agua no plantea problemas: basta abrir el grifo o servirse de una jarra. Pero quedan todavía millones de personas que viven la tragedia de la sed y saben el don maravilloso que supone una fuente de agua. En el evangelio, la samaritana recuerda que el patriarca Jacob les regaló un pozo espléndido, del que se puede seguir sacando agua después de tantos siglos. En la primera lectura, Moisés sacia la sed del pueblo golpeando la roca. De vuelta al evangelio, Jesús promete un manantial que dura eternamente. Aparentemente, el mismo problema y la misma solución. Pero son tres aguas muy distintas: la de Jacob dura siglos, pero no calma la sed; la de Moisés sacia la sed por poco tiempo, en un momento concreto; la de Jesús sacia una sed muy distinta, brota de él y se transforma en fuente dentro de la samaritana. Este milagro es infinitamente superior al de Moisés: por eso la samaritana, cuando termina de hablar con Jesús, deja el cántaro en el pozo y marcha al pueblo. Ya no necesita esa agua que es preciso recoger cada día, Jesús le ha regalado un manantial interior. Interpretación histórica y comunitaria Quizá la intención primaria del relato era explicar cómo se formó la primera comunidad cristiana en Samaria. Aquella región era despreciada por los judíos, que la consideraban corrompida por multitud de cultos paganos. De hecho, en el siglo VIII a.C. los asirios deportaron a numerosos samaritanos y los sustituyeron por cinco pueblos que introdujeron allí a sus dioses (2 Reyes 17,30-31); serían los cinco maridos que tuvo anteriormente la samaritana, y el sexto («el que tienes ahora no es tu marido») sería Zeus, introducido más tarde por los griegos. Sin embargo, mientras los judíos odian y desprecian a los samaritanos, Jesús se presenta en su región y él mismo funda allí la primera comunidad. Los samaritanos terminan aceptándolo y le dan un título típico de ellos, que sólo se usa aquí en el Nuevo Testamento: «el Salvador del mundo». En esa primera comunidad samaritana se cumple lo que dice Jesús a los discípulos: «uno es el que siembra, otro el que siega». Él mismo fue el sembrador, y los misioneros posteriores recogieron el fruto de su actividad. Pero el relato destaca el importante papel desempeñado por una mujer que puso en contacto a sus paisanos con la persona de Jesús. Interpretación individual Hay dos detalles que obligan a completar la lectura comunitaria con una lectura más personal. El primero es la curiosa referencia al cántaro de la samaritana. Lo ha traído para buscar agua, pero al final, después de hablar con Jesús, lo deja en el pozo. No necesita esa agua, Jesús le ha dado una distinta, que se ha convertido dentro de ella en un manantial. El segundo detalle es la relación estrecha entre la promesa de Jesús de dar agua, su invitación posterior, durante la fiesta en Jerusalén: «el que tenga sed, que venga a mí y beba» (Juan 7,37-38), y lo que ocurre en el calvario, cuando lo atraviesan con la lanza, y de su costado brota sangre y agua (Juan 19,34). El tema central no es ahora la fundación de una comunidad, sino la relación estrecha de cualquier creyente con él, de esa persona que tiene su sed material cubierta, aunque sea con el esfuerzo diario de buscarse el agua, pero que siente una sed distinta, una insatisfacción que sólo se llena mediante el contacto directo con Jesús y la fe en él. Ni agua ni pan Un último detalle sobre la enorme riqueza simbólica de este episodio. La samaritana se olvida de beber. Jesús se olvida de comer. Aunque los discípulos le animen a hacerlo, él tiene otro alimento, igual que la mujer tiene otra agua. Buen motivo para examinarnos sobre de qué tenemos hambre y de qué tenemos sed. ¿Cuál es esa agua que Jesús ha dado a la samaritana? Releyendo el relato, se advierte que la mujer va cambiando su imagen de Jesús. Al principio lo considera un simple judío, que no le merece gran respeto. Luego lo descubre como profeta, conocedor de cosas ocultas. Más tarde se pregunta si no será el Mesías, alguien que merece toda su consideración, aunque destruya sus convicciones religiosas precedentes; alguien que le revela la recta relación con Dios. En el Antiguo Testamento se usa a veces la metáfora de la sed y del agua para expresar el deseo de Dios: «Como suspira la cierva por las corrientes de agua, así suspira mi alma por ti, Dios mío» (Sal 42). Ese nuevo conocimiento de Dios y de Jesús el agua que se ha llevado la samaritana, la que no necesita el viejo cántaro, que puede quedar olvidado junto al pozo de Jacob. |
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