Los textos que leemos este domingo hacen referencia al Espíritu, pero de muy diversa manera. Ninguno se puede entender al pie de la letra. Es teología que debemos descubrir más allá de la literalidad del discurso. Las referencias al Espíritu, tanto en el AT (377 veces) como en el NT no podemos entenderlas de una manera unívoca. Apenas podremos encontrar dos pasajes en los que tengan el mismo significado. Algo está claro: en ningún caso en toda la Biblia podemos entenderlo como una entidad separada
Pablo aporta una idea genial al hablar de los distintos órganos. Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo porque sabemos que el cuerpo mantiene unidas a billones de células que vibran con su propia vida. Todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que expresa en la vida biológica. El evangelio de Juan escenifica también otra venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lucas. Esas distintas “venidas” indican que Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte. No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado. Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión más completa de la experiencia pascual. Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra del Espíritu-Jesús-Dios. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su presencia física. Ahora, era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad. Pablo dijo: sin el Espíritu no podríamos decir: Jesús es el Seño (1 Cor 12,3)”. Ni decir: “Abba” (Gal 4,6). Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos el Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio ni siquiera para los que creen. Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene dones que darme. Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser lo que soy. Cada uno de nosotros estamos impregnados de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió (dio) a los discípulos. Solo cada persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como instituciones y comunidades, participan del Espíritu en la medida en que lo viven los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas. Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Somos conscientes de que, sin él, nada somos. Ser cristiano consiste en alcanzar una vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación “personal”; Se atreve a llamarlo papá, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra; hace su voluntad; le escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar esa experiencia de Dios. Toda su predicación y todas sus acciones estuvieron encaminadas en hacer ver a los que le seguían que tenían que vivir esa misma experiencia para que todos alcanzasen la plenitud de humanidad que le alcanzó. El Espíritu nos hace libres. “No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre”. El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone no dejarnos atrapar por cualquier clase de esclavitud alienante. El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: “demonios”, pecado, ley, ritos, teologías, interese, miedos. El Espíritu es la energía integradora de cada persona y también la integradora de la comunidad. A veces hemos pretendido que el Espíritu nos lleva en volandas desde fuera. Otras veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuente que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del ser y acomodándose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto esa acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción, se trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre. Si Dios-Espíritu está en lo más íntimo de todos y cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados en la donación del Espíritu. Dios no se parte. Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad son una cosa con Dios-Espíritu, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando a Él. Por el contrario, Jesús dijo que la única autoridad que quedaba sancionada por él, era la de servicio. "El que quiera ser primero sea el servidor de todos." O, "no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro Padre, Maestro y Señor." El Espíritu es la fuerza de unión de la comunidad. En el relato de los Hechos de los Apóstoles, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es una sola, la del amor, que todos entienden. Es lo contrario de lo que pasó en Babel. Este es el mensaje teológico del relato de los Hechos. Dios-Espíritu-amor hace de todos los pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”. Durante los primeros siglos el Espíritu fue el alma de la comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción y se dejaba guiar por él. Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios. Para las primeras comunidades, Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús que seguía presente en ellos por el Espíritu. No duró mucho esa vivencia generalizada y pronto dejó de ser comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica. Cuando faltó la cohesión interna, hubo necesidad de buscar la fuerza de la ley para subsistir como comunidad. “Obediencia” fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia, quedamos desconcertados, porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a sus familiares, ni a los sacerdotes, ni a la Ley, ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: “mi alimento es hacer la voluntad del Padre”. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es nuestro verdadero ser. Para salir de una falsa obediencia debemos entrar en la dinámica de la escucha del Espíritu que todos poseemos y nos posee por igual. Tanto el superior como el inferior, tienen que abrirse al Espíritu y dejarse guiar por él. Conscientes de nuestras limitaciones, no solo debemos experimentar la presencia de Espíritu, sino que tenemos que estar también atentos a las experiencias de los demás. Creernos privilegiados, o superiores con relación a los demás, anulará una verdadera escucha del Espíritu. Meditación Dios-Espíritu es la base de todo proceso espiritual. El místico, lo único que hace es descubrir y vivir esa presencia. La experiencia mística es conciencia de unidad porque mi yo se ha fundido en el YO. No te esfuerces en encontrar a Dios ni fuera ni dentro. Deja que Él te encuentre a ti y te transforme.
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La liturgia de la misa no ha tratado muy bien al Espíritu Santo. En el Gloria, después de extenderse en el Padre y el Hijo, al final, casi por compromiso, se añade: «con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre». Y el Credo, aunque lo reconoce «Señor y dador de vida», da más importancia a su relación con las otras personas divinas («procede del Padre y del Hijo») y limita su acción al Antiguo Testamento («habló por los profetas»). Afortunadamente, los textos bíblicos ofrecen una imagen mucho más rica. Pero también más compleja, porque Lucas y Juan ofrecerán dos versiones muy distintas del don del Espíritu Santo, porque cada uno quiere ofrecer un mensaje peculiar. Pero es preferible comenzar por el texto más antiguo, el de la primera carta a los Corintios (escrita hacia el año 51).
La importancia del Espíritu (1 Corintios 12, 3b-7.12-13) En este pasaje Pablo habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu confesamos a Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban la vida, ya que los romanos consideraban que el Señor era el César). Gracias al Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones (antes de que el clero los monopolizase casi todos). Y, gracias al Espíritu, en la comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión (judíos ni griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también desaparecen las diferencias basadas en el género (varones y mujeres). En definitiva, todo lo que somos y tenemos los cristianos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros. La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11) A nivel individual, el Espíritu se comunica en el bautismo. Pero Lucas, en los Hechos, desea inculcar que la venida del Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Ya lo había anunciado el profeta Joel cuando dijo que el Señor enviaría su espíritu sobre todos los israelitas sin distinción de género (hijos e hijas) de edad (ancianos y jóvenes) ni de clase social (siervos y siervas). Por eso viene sobre todos los presentes, que, como ha dicho poco antes, era unas ciento veinte personas (cantidad simbólica: doce por diez). Al mismo tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con el apostolado. El Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios», como reconocen al final los judíos presentes. La representación pictórica más famosa de esta escena es del cuadro de El Greco, conservado en el museo del Prado. Hay en él un detalle que puede pasar desapercibido: junto a la Virgen se encuentra María Magdalena. Por consiguiente, el Espíritu Santo no baja solo sobre los Doce (representantes de los obispos) sino también sobre la Virgen (se le permite, por ser la madre de Jesús) e incluso sobre una seglar de pasado dudoso (a finales del siglo XVI María Magdalena no gozaba de tan buena fama como entre las feministas actuales). El Greco no podía pintar una comunidad de ciento veinte personas, pero ha sugerido la diversidad y totalidad del don a través de la Magdalena. La versión de Juan 20, 19-23 Este pasaje ya lo leímos el segundo domingo de Pascua. En el comentario que entonces envié destacaba los distintos temas: el miedo de los discípulos, el saludo de Jesús, la prueba de las manos y el costado, la alegría de los discípulos, la misión y el don del Espíritu. Recuerdo lo que dije a propósito del último tema, fundamental en la fiesta de hoy. Los evangelios de Mc y Mt no dicen nada de este don, y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita. Conclusión Estas breves ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla. El don de lenguas «Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»). El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo. El segundo es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”). Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. En su despedida, Jesús nos embarca en su misión y para ella nos regala su Espíritu. Jesús se va de esta vida terrena pero nos deja su Espíritu que estará con nosotros todos los días para que renovemos la faz de la tierra.
En nuestro año litúrgico, Pentecostés cierra el ciclo Pascual. En el evangelio de Juan, el Día de la Resurrección (con todos los acontecimientos de ese día, “el primer día de la semana”) es el final del texto escrito, según dice el autor, “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. En el fragmento que leemos hoy, el envío de los discípulos y la donación del Espíritu, cierra la misión terrenal de Jesús y abre el tiempo y misión de los discípulos. El escenario en que Juan nos coloca hoy es el “primer día de la semana”; los discípulos están reunidos con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús “se aparece” y como corresponde a las apariciones después de muerto, lo primero que hace Jesús es mostrar sus manos y costado para que no crean que es una alucinación, para que confíen en lo que están experimentado, soy yo, el crucificado, no tengáis miedo. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Saludo habitual en el Jesús glorificado: Paz a vosotros. Contraste: Muertos de miedo y llenos de alegría por ver al Señor. Este relato hay que leerlo como parte de la experiencia pascual de la comunidad de Juan. La comunidad experimenta que su vida ha sido transformada por Jesús, que son una nueva creatura gracias a que Jesús vive, es el Viviente y su Espíritu está con ellos y les empuja a la evangelización. Si no leemos el texto desde la experiencia pascual no entendemos nada. En el primer día de la semana. ¿Qué día? ¿Qué semana? En el día de la Resurrección. El día de Juan no es de 24 horas de nuestros calendarios y relojes. Muerto Jesús, el tiempo del que hablamos no se mide por días, horas y minutos. Es ya eternidad. No tiempo, no espacio. No materia, sólo Espíritu y Vida. “El primer día de la semana” recuerda el Génesis. Es tiempo de nueva creación, del hombre nuevo. Del hombre re-nacido, en plenificación. Vuelto a nacer (Nicodemo). Con vida biológica y Vida divina, eterna, definitiva. Dios crea, Jesús y el Espíritu plenifican. He venido a que tengan Vida y Vida abundante. El Espíritu es “dador de Vida”. El hombre es barro pero “soplado”. Como el cristal. Materia con el Aliento de Dios. Con su Espíritu. Polvo, pero habitado por el Espíritu de Dios. En el Génesis, libro de los orígenes, el soplo divino vivifica a la arcilla, en Pentecostés el soplo engendra Espíritu divino en los discípulos. Este Espíritu divino es luz, fuerza y libertad en ellos. El Espíritu inspira, sopla, alienta, empuja, arrastra. Todo esto es necesario para la misión encomendada. Todo son metáforas y símbolos: Viento, fuego, aliento, paloma (yo prefiero golondrina, por su libertad, más ágil que la paloma). Soplo, Vida, Espíritu y envío. El Espíritu es necesario para la realización de la misión que Jesús va a encomendar a sus discípulos. Continuar el proyecto salvador-liberador iniciado por Jesús. Hacer realidad el reinado de Dios en la tierra. Trabajar por un mundo más humano, más digno y habitable para todos los hombres. Cumplir el sueño de Dios para la humanidad. Ser luz y sal del mundo. Espíritu es un don gratuito para servicio de la humanidad. Así tenemos que vivir los dones y frutos del Espíritu que aprendimos en el catecismo. Hablemos de nuestra experiencia del Espíritu. La experiencia de Dios, de su Espíritu, en nosotros es como la experiencia de Dios que Jesús tuvo al salir de las aguas del Jordán. Como Jesús se siente lleno del Espíritu de Dios y con su fuerza, confía en él y empieza su vida pública. Le empuja al desierto y de allí a Galilea, a Nazaret. Así en nosotros. Es Dios actuando en nuestra vida. Como luz, fuerza, aliento, ardor, paz, amor. Los dones y los frutos del Espíritu. Hoy es el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. A los laicos nos dice Jesús hoy: “Como el Padre me envió, yo os envío. Os envío con la misma misión que a mí me dio el Padre: dar la vida por la Vida del mundo. Para eso os doy mi espíritu, el Espíritu del Padre. Que es luz y fuerza.” El Mensaje del papa Francisco al Congreso de Laicos celebrado en febrero en Madrid nos invitaba a: Caminar juntos en comunidad, con libertad interior y valentía. Es la hora de los laicos. La Iglesia, como pueblo de Dios en salida hacia los otros para echarles una mano, tocar sus heridas, animarlos, acompañarlos. Laico en salida: con iniciativa, en comunidad y sinodalidad. Nos animaba a ser protagonistas de la misión salvífica de Jesús en la vida cotidiana. Allí donde estamos. En este mundo y este siglo. Me gusta la definición de laico que he oído a Juan Antonio Estrada: cristiano en el mundo. Cristiano en la cotidianidad. Para finalizar mi comentario y como resumen de lo dicho elevo mi oración glosando la Secuencia al E.S que rezamos hoy en la Liturgia: “Ven espíritu divino y renueva la faz de la tierra”. Traducción: No tienes que venir. Ya estás en nosotros. Ayúdanos a descubrirte, a tomar conciencia de tu luz y fuerza en nosotros. Renuévanos como personas e Iglesia. Renuévanos, es decir, libéranos del miedo, de la mediocridad, del clericalismo, de la indiferencia y ayúdanos a vivir con la fe-confianza en tu fuerza en nosotros y comprometidos con el reinado de Dios, en autenticidad y coherencia, con libertad, iniciativa y creatividad. Que así sea. EL RETORNO A JESÚS
1. Religiosidad desconocedora de la persona de Jesús Una falsa imagen de Dios lleva a una falsa conducta en lo individual y en lo social: “Los creyentes tienen responsabilidad no pequeña en cuanto que, por el descuido en educar su fe, o por una exposición deficiente de la doctrina, o también por los defectos de su vida religiosa, moral y social, en vez de revelar el rostro genuino de Dios y de la religión, se ha de decir que más bien lo velan” (GS, 19). “Los hay que se representan a Dios de tal forma que la fantasía que rechazan no es, de ningún modo, el Dios del Evangelio” (GS, 19). Me refiero ahora a una imagen más cercana, la de Jesús. Sin Jesús no hay cristianismo. Pienso que en los países de Europa, mayoritariamente cristianos, se adolece de una religiosidad “sin memoria de los orígenes” o, lo que es lo mismo, desconocedora de la persona de Jesús. Son muchas las barreras que, creadas históricamente, dificultan llegar hasta él. Siempre hubo quien siguió de verdad al Jesús real, pero arraigaron también poderosas costumbres, normas y estructuras , incompatibles con él y que no pueden ser propias de quienes se profesan seguidores suyos. Lo recorrido hasta nuestro tiempo, nos permite disponer de un mayor conocimiento multidisciplinar para mejor comprender la persona de Jesús. ¿Quién fue Jesús? ¿Cuál fue el centro y sueño de su vida? ¿Y por qué fue crucificado y resucitó después de todo? Nadie pone en duda que en nuestra historia y cultura occidental la figura y mensaje del Nazareno ha pesado individual y colectivamente a la hora de proyectar nuestras opciones políticas.De ahí que hoy, suene como consigna fuerte y urgente la del “Retorno a Jesús”. El Nazareno agita un código, no precisamente económico ni tecnocientífico, sino ético, humanista y liberador en su raíz, ineludible para acabar con las crisis que padecemos. Investigadores, sabios, pensadores, lideres sociales y políticos, figuras eminentes del mundo ético y religioso, denuncian el extravío de una comunidad internacional que pretende edificarse sobre el poder económico, sobre la soberbia, el racismo y el dominio de unas naciones sobre otras, -la ley del más fuerte- , sobre una visión crasamente materialista y consumista, a la que nada importa la dignidad, principios, derechos y valores humanos, que se constituyen en líneas rojas contra insoportables niveles de desigualdad e injusticia, de egoísmo y avaricia, de marginación y sufrimiento. 2. Jesús de Nazaret no fue apolítico Jesús de Nazaret no fue un político partidista, pero no fue apolítico. La política –toda política- tiene que ver con la vida, el desarrollo y el destino del hombre. Somos animales políticos, llamados a convivir y aprobar lo que más sirva al bien de todos. Jesús, se enfrentó con la política de su tiempo, la practicada por los políticos de Roma y Jerusalén. De hecho, por ellos y contra Jesús, surgió el conflicto que lo hacía a sus ojos intolerable: “Este hombre no nos conviene, hay que eliminarlo”. Si hemos descubierto los principios y valores de la vida de Jesús, tendremos los criterios para entender qué clase de política merece nuestra adhesión o nuestro repudio.Una política que acabe con todos los desmanes, mentiras, corrupciones e hipocresías que hoy se nos sirven a diario. 3.La causa de Jesús La Causa, que Jesús predica es el reino de Dios, que hace posible una sociedad nueva, basada en la justicia y en el amor, digna del hombre. Es su Buena Noticia.Y ahí, en esa sociedad, y en ese tiempo, aparece Jesús: – “El Espíritu del Señor sobre mí, porque El me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres. Anunciaré la libertad a los cautivos y a los oprimidos(Lc 4, 14-18). – “Quien esto hace “amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo”, está dentro del reino de Dios (Mt 12, 29-34). – El que entre vosotros quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos (Mr 9, 33-37). ¿A quién puede extrañar que Jesús acabara crucificado? Justo en la capital de Jerusalén, enseña como un hombre libre y enseña a ser libre y liberarse de todas las opresiones creadas por los hombres.No podían ver con indiferencia a este hombre, anunciaba una nueva imagen y relación con Dios, de la que brotaba una nueva sociedad: más igualitaria , más justa, más fraterna y más pacífica. No podían tolerarlo y, como consecuencia, le iban a calumniar, perseguir, juzgar y condenar a morir volentamente crucificado, por su coherencia hasta el final. 4. El vivir de Jesús En tiempos de Jesús, lo normal era vivir conforme al grupo. Sin embargo, a él comenzó por no impresionarle la erudición de los escribas, discrepaba de ellos, cuestionaba la tradición, la autoridad, todo supuesto inamovible. Jesús aparece como un hombre independiente, que tiene el valor que le dan sus convicciones,sin rastro de miedo, sin temor a originar escándalo, o a perder su reputación e incluso la propia vida. Jesús se mezcla con los pecadores y parece disfrutar de su compañía, se mostraba tolerante respecto a las leyes, no parecía sublevarse ante lo que los dirigentes de su pueblo consideraban la gravedad del pecado y era natural en su trato con Dios. No poseía buena reputación, se le clasificaba como a un pecador más, era amigable su trato con las mujeres y, también, con las prostitutas, le importaba un comino el prestigio a los ojos de los demás, no buscaba la aprobación de nadie. Sus adversarios le reconocían ser honrado y audaz:“Sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios” ( Lc 12, 14). Nunca pudieron acusarle de insinceridad o miedo, pero al mismo tiempo le acusaban de estar poseído por el demonio, de ser un borracho, un glotón, un pecador y un blasfemo. Las señas de la identidad de Jesús son su humanidad, sin que necesite ningún título, función o dignidad. Encomienda a sus discípulos que nadie debe dejarse llamar rabbí, padre, preceptor, pues lo definidor de todos es la hermandad: “Todos vosotros sois hermanos”. Lo que hace a Jesús singularmente grande es que habló y actuó con una autoridad singular, ajena por completo a la ejercida por los grandes de este mundo: “Sabéis que los jefes de las naciones las dominan y que los grandes les imponen su autoridad. No será así entre vosotros; al contrario, el que quiera hacerse grande sea servidor vuestro y el quiera ser primero sea siervo vuestro” (Mt 20,25-27). A Jesús se le reconocía no sólo por su libertad y coherencia sino por su programa, en el cual declaraba cosas como estas: Hay que amar, incluso al enemigo. Perdonar y ser misericordioso.Practicar la justicia estar limpios de corazón. Ser sinceros , ecuánimes y veraces. No tolerar la discriminación o humillación de nadie. Aborrecer la hipocresía, el orgullo y la dureza de corazón. Tener preferencia por los más pobres y olvidados. No apetecer el poder de mandar sino el de servir. Trocar la avaricia por la generosidad y el compartir. Detestar el dinero conseguido a base de explotar a los demás. No establecer divisorias entre el amor a los hombres y el amor a Dios pues ambos son una misma cosa. No oponer el bien de Dios al bien de los hombres, pues para Dios la gran pasión es la felicidad de los hombres. No contraponer el acá al allá, la muerte a la resurrección, pues si Dios es el principio de todo lo creado es también su fín. 5. El estilo de vida del Nazareno es lo que define a sus verdaderos seguidores. En ese estilo , para quienes quieran seguir al Nazareno, no va a faltar la cruz. El que quiera vivir como el hijo del hombre, repite el Nazareno, que se prepare: lo impugnarán, no lo comprenderán, lo calumniarán, lo perseguirán y hasta puede que lo maten y “crean que hacen un obsequio a Dios”. Por ahí, le llegará la cruz que, en un momento u otro, otros le pondrán encima. Si Jesús no hubiera vivido como vivió, si no hubiera defendido los valores que defendió, si no hubiera sido coherente, si se hubiera dejado comprar por la fama, el dinero o el poder no hubiera tenido que afrontar la pasión ni la crucifixión, seguramente hubiera llegado a viejo, hubiera muerto pacíficamente en la cama y no violentamente colgado de una cruz. La causa de Jesús fue, pues, simple : crear con todos una familia nueva, sin exclusión ni discriminación de nadie, en igualdad, viviendo y tratándonos como hermanos y, en todo caso, sabiendo que la grandeza de sus seguidores está en el servir y en ser los últimos en el beneficio.El nos enseñó una nueva imagen de Dios, una nueva manera de relacionarnos con EL, de entender que el culto sin justicia y amor es falso, que la religión nuca puede servir para manipular, engañar, oprimir, discriminar. Dios mira el corazón, no las apariencias. El lo resume todo en el amor: amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Su máxima utopía es ser buenos como Dios, amar como Dios, dar la vida por las personas que amamos. Dios no quiere al hombre a su servicio, sino al servicio de los demás hombres. La respuesta al amor que nos pide Jesús está en el amor que nos tenemos los unos a los otros. Pienso que la clave de toda la vida de Jesús nos la da esta experiencia única de intimidad estrecha con Dios, la experiencia de Abba, Padre, que le hacía participar de ese poder creador que subyace en Dios como compasión o amor. La compasión divina le colmaba. La experiencia de la compasión es la experiencia de un sufrir o sentir con alguien, solidaridad con el hombre y la naturaleza, todo lo cual hizo de él un hombre especialmente liberado, valeroso, audaz, independiente, esperanzado y veraz. • Es el primero de otros artículos relacionados con la política, que seguirán a éste. La dimensión política de la fe 1.La política territorio tabú para la fe Pocas cuestiones como ésta, se presentan con tanta claridad y, sin embargo, ninguna como ella ha sufrido en la historia del cristianismo tanta confusión, tergiversación y error. La política se ha considerado como terreno vedado e impropio para vivir el Evangelio. Más: tratar de relacionar la política con las exigencias del seguimiento de Jesús, era profanar la fe, degradarla y coartar la libertad de los procesos económicos y políticos. El caso es que, considerar la política al margen de la ética o de la religión, ha sido un hecho grave, de incalculables secuencias negativas. Las causas pueden ser múltiples: bien porque las religiones se olvidaron de su significado profético y universal primigenio, se unieron al poder político y, bendiciéndolo, lo hicieron suyo; bien porque se teologizó falsamente con que todo poder provenía de Dios; bien porque se ratificó como sagrada la ley del dejar hacer del neoliberalismo; bien porque se estableció una dicotomía inconciliable entre vida temporal y eterna, espiritual y terrena; bien porque las religiones invadieron indebidamente y sojuzgaron la autonomía justa de la vida política, etc. El resultado es que, hoy, en el siglo XXI y después del Vaticano II, la gente, y no digamos el clero, sigue pensando que la política no tiene nada, que ver con el Evangelio y la fe, y se la deja campar a sus anchas sin el menos discernimiento ético y evangélico. Y así, los problemas económicos y políticos, lugar donde se deciden los temas de mayor calado e importancia humana, no son objeto de análisis y de confrontación con los postulados de la racionalidad, de la ética, de la dignidad y derechos humanos y de la utopía evangélica. ¿Con qué principios y sensibilidad se están abordando, a nivel jerárquico, los problemas de la crisis económica, del hambre, de la mortalidad infantil, de la especulación del suelo, del paro, de la inmigración, de la prostitución, de la invasión y explotación de unos pueblos por otros, de la guerra, etc.? ¿No merecen estos problemas un análisis riguroso, una denuncia profética y una movilización ciudadana solidaria? 2.Fe y política garantes del bien total del hombre Los cristianos tenemos claro que la Utopía de Jesús (el Reino de Dios) es un proyecto de vida y convivencia que abarca la totalidad de la vida humana y es anunciado para realizarlo en este mundo. Esta totalidad incluye todos los aspectos que atañen a la persona: individuales, históricos, culturales, socioeconómicos y políticos. La convivencia humana está configurada según esa red de dimensiones que brotan de la misma naturaleza humana. Ahora, esa red pertenece a todos y la convivencia trata de articularla de modo que sea y sirva para la promoción, desarrollo y bien de todos. En esa convivencia, nadie puede organizarse al margen o en contra del bien y derechos de los demás. La ética humana es la que, como instancia y patrimonio de todos, señala los principios y valores que deben regir la convivencia. Si cada persona es y vale lo mismo, si todos tienen idéntica dignidad, derechos y obligaciones, está claro que a la hora de trazar el camino de la convivencia hay que tener como imperativo y estrella inspiradora la afirmación de la dignidad de la persona y cuantos derechos y obligaciones dimanan de ella. Asegurar esa Dignidad de todos = Bien Común es el cometido de la Política y de cuantos son elegidos y delegados para desempeñarla. 3.Presencia utópica de los cristianos en la política La utopía de Jesús no es para implantarla en el otro mundo; debe hacerse historia viva en el orden individual y sociopolítico concreto de cada momento de la historia. Por eso, es una utopía abierta. Se quiera o no, estamos en el engranaje de una economía mundial globalizada.Dentro de la relacion Norte/Sur y Este / Oeste, que impone dependencias, complicidades, pérdida de identidad y nos hace responsables de la brecha creciente entre países ricos y pobres. En virtud de esa inserción, hacemos préstamos leoninos y reclamamos deudas externas privilegiando al capital. ¿Hasta qué punto son reales en nosotros las pautas interiorizadas del neoliberalismo y las mentiras ideológicas de una democracia aparente? ¿Rigen en nuestra democracia los intereses de la mayoría o la dictadura de intereses particulares? En esa situación de democracia, ¿ nuestra Iglesia qué actitudes, denuncias y compromisos ha tomado frente a los males universales del capitalismo? ¿Ha sido tan presta para condenarlos como lo ha sido para condenar el marxismo? Actuando desde el horizonte de la utopía cristiana, no podemos conformarnos con un orden que es favorable para unos pocos y desfavorable para las mayorías. La universalización de los bienes, de los derechos y del progreso no deben hacerse desde los poderes fácticos de la economía, sino desde la opción preferencial pro los pobres. A este respecto la Iglesia se ha configurado más desde la perspectiva de los ricos que de los pobres, aun siendo verdad que es en los pobres, como sujeto de la historia, donde se encuentra la mayor presencia real del Jesús histórico y la mayor capacidad para un cambio y liberación. Buscar la vida para todos, con esperanza, lejos de un consumismo voraz, es una tarea llena de sentido. La totalidad del sistema económico que rige los destinos del mundo no es aceptable, porque no crea relaciones que proporcione vida para todos. El Espíritu es dador de vida y no está allí donde la vida es quitada, disminuida o degrada progresivamente. La liberación es de todos y para todos y no es posible si no persigue a la par la justicia y la libertad. No puede darse justicia sin libertad, ni libertad sin justicia. “La liberación se entiende como liberación de toda forma de opresión, liberación para una libertad compartida que no permite formas de discriminación” (I. Ellacuría). Si la realidad, tal como está organizada desde los sectores dominantes, crea hombres explotadores, represivos y violentos, no puede menos de provocar , cristianamente hablando, actitudes de indignación y transformación. Frente al hombre viejo de la cultura noratlántica –insolidario, etnocentrista, nacionalista, explotador, inmaduro, agresivo, banal- se está creando la cultura del hombre nuevo desde muchos sectores comprometidos: -solidario con los oprimidos, rebelde ante las injusticias, compasivo y misericordioso, servicial, esperanzado y alegre con la construcción de un mundo nuevo, abierto y universal, respetuoso con la naturaleza, contemplativo y comprometido-. La utopía trata de hacerse realidad mediante la creación de un Nuevo Orden, en el que se sustituya la civilización de la riqueza por la civilización de la pobreza, el pueblo sea cada vez más sujeto de su propio destino, donde tenga lugar el derecho de todos a la satisfacción de las necesidades básicas, donde los modelos políticos hagan posible “la libertad desde la justicia y la procura del bien común desde la opción preferencial por las mayorías pobres” (Ellacuría), donde Dios adquiera tal presencia en esta “nueva tierra” que sea en todos y en todo y donde la Iglesia se revitalice y se deje invadir por el Espíritu que renueva todas las cosas y se pueda convertir en el nuevo cielo que necesitan la tierra y el hombre nuevos. Criterios para una actuación cristiana en la política Primero: en todo tipo de ordenación y gobierno de la convivencia humana, la Iglesia de Jesús aporta valores fundamentales que delatan su identidad y la hacen incompatible con aquellas formas de convivencia que no cultivan o se muestran ausentes con esos valores. Segundo: Teniendo en cuenta los principales problemas que hoy agobian a nuestra democracia, sabiendo que ella ofrece propuestas para la solución de esos problemas, que no hay proceso económico-político disociado de un determinado tipo de cultura (filosófica, ética, religiosa), que la cultura de la democracia ha sido invadida y pervertida por la ideología especifica del neoliberalismo, que la democracia necesita para sobrevivir y regenerarse unos valores esenciales, los valores energías base, que la Iglesia, desde lo mejor de sí misma , puede aportar son los siguientes: A) Primacía de los últimos. La Iglesia debiera proclamar y testimoniar que como criterio de organización sociopolítica y de educación debiera adoptarse el criterio de que todos los hombres son hermanos y, si hermanos, hay que luchar para que las relaciones sean de igualdad y desaparezcan los obstáculos que más lo imposibilitan: el dinero y el poder. Hay que establecer como prioridad el que esas mayorías, que se encuentran en la miseria y exclusión (los últimos) sean los primeros, de modo que sea desde las carencias de sus derechos y necesidades como comience a organizarse la sociedad. Si Jesús llama a los pobres bienaventurados es porque les asegura que su situación va a cambiar y para ello es preciso crear un movimiento que sea capaz de lograrlo, devolviéndoles la dignidad y la esperanza. Hay que dar la primacía a los últimos:”El cristianismo originario se enfrenta al reinado del dinero y del poder como mecanismo de dominación e introduce una pasión en la historia: que los últimos dejen de serlo, que se adopten comportamientos y se organicen políticas y economías que les den la primacía para construir una sociedad sin últimos ni primeros o, al menos, con la menor desigualdad entre los seres humanos convocados a ser hermanos” (R. Díaz Salazar, La Izquierda y el cristianismo, Taurus, 1998, p354. b)Detectar las causas de la desigualdad. De acuerdo con esta pasión por los últimos, tener sensibilidad y criterio para saber detectar dónde se encuentran en nuestro mundo las causas y mecanismos que producen los primeros y mayores problemas de desigualdad e injusticia. c)Anteponer las necesidades de los últimos. Crear una voluntad colectiva que sea capaz de anteponer las necesidades de los últimos y que articule políticas y comportamientos sociales solidarios, con la consiguiente adopción de esfuerzos y renuncias comunes. Si la pasión por los últimos se convierte en idea y fuerza moral movilizadora, tendremos entonces la posibilidad de políticas internacionales de solidaridad, de democracia económica, de asunción de la pobreza evangélica, llegando a crear nuevos sujetos sociales, con una nueva escala de valores antropológicos y una nueva finalidad para la vida personal y colectiva. d) Cultura del samaritano. Hacer propia la cultura del samaritano ante el prójimo necesitado: sentir como propio el dolor de los oprimidos, aproximarse a ellos y liberarlos. Sin este compromiso, toda la religiosidad es falsa: “El cristianismo originario presenta unos valores de fondo que vistos en su conjunto configuran un determinado espíritu o fuerza socio-vital muy importante para la izquierda. La primacía de los últimos, la pasión por su liberación, la crítica de las riquezas, la cercanía a las víctimas de la explotación, el anhelo por construir la fraternidad desde la justicia y más allá de éste, la apuesta por un estilo de vida centrado en la desposesión y comunión de bienes, la unión entre el cambio de la interioridad del hombre y la transformación de la historia, etc. son propuestas vitales muy valiosas para la cultura socialista.(R. Díaz Salazar, Idem, p. 399). Jon Sobrino, por su parte, teniendo en cuenta la tradición bíblico cristiana y, a la vista de lo que está hoy sucediendo en nuestras democracias, expone las siguientes propuestas que pueden ayudar a humanizar la democracia: . La compasión ante el pueblo crucificado . La justicia . La parcialidad ante el pobre Partir de la cruz de los pueblos es partir de quienes no tiene poder y, como tales, sufren todas las penalidades. A ellos nuestras democracias -eurocéntricas- les arrebatan todo: vida, cultura, dignidad y libertad. Y ante esos pueblos crucificados no hay otra postura honesta que la de “bajarlos de la cruz” porque en ellos hay presencia de Dios. La injusticia hace que muchos seres humanos mueran de hambre, sean asesinados. La bondad de Dios, que es bueno con todas sus criaturas, tiene que aparecer en la concreta transformación de un mundo injusto en otro justo. La justicia se opone al desprecio, la violencia, la mentira, la esclavitud, la muerte. En la medida en que eliminemos eso la vida será justa y será humana. En la práctica una política democrática, de cuño cristiano, se decanta por los pobres. Seguir hablando en nuestras democracias de igualdad es una falacia real, porque no es así; hay que introducir el criterio de la parcialidad. El pobre sufriente es el que tiene que resultar primero. Se debe partir no de la igualdad sino de los pobres como centro de la política democrática. Hay una advertencia de Jesús de Nazaret con la que debieran confrontarse todos los poderes: civiles y religiosos, democráticos, monárquicos, socialistas, de cualquier signo: “Sabéis que los jefes de las naciones gobiernan como señores absolutos y los grandes oprimen con su poder. No sea así entre vosotros. Que el primero sea el último y el señor sea servidor” (Mc 10,41: Mt 20,25). 5.La vida política, lugar para el compromiso. Quiero aclarar este aspecto con unas palabras precisas del concilio Vaticano II: Asistimos en nuestro tiempo, dice, a profundas transformaciones que nos hacen tomar nueva conciencia de nuestros derechos y deberes, del bien común y de las relaciones que debemos observar unos con otros y con la autoridad pública. En la raíz de todo esto está la percepción cada vez más viva de la dignidad de la persona y de sus derechos. Esa mayor conciencia es la que impulsa a una mayor participación en la vida pública, a un respeto mayor de la minorías, a un respeto de las opiniones distintas a las nuestras y a un exigir que todos puedan hacer uso por igual de sus derechos personales. La vida política no es un privilegio de nadie, ni un accesorio, ni es una carrera para satisfacer los intereses del propio egoismo. La vida política es imprescindible para una realización personal plena y “nace para la búsqueda del bien común, el cual ofrece las condiciones necesarias para una más rápida y cabal realización de las personas” ( GS, Nº 73-74). Todos los ciudadanos, sin discriminación, pueden colaborar en que haya estructuras jurídico políticas que aseguren una mayor participación, una mejor gestión de los asuntos públicos, una mayor responsabilidad en todos los campos y en la misma elección de los dirigentes. Tienen también el derecho y el deber de emplear su voto libre para promover el bien común, teniendo cuidado de no atribuir un poder excesivo a la autoridad pública, ni pedir al Estado utilidades o ventajas excesivas , con riesgo de disminuir la responsabilidades de las personas” (Cfr. GS, 75). 6.Importancia de la vida política Resulta sorprendente que, al ocuparnos de este tema, tengamos que comenzar por resaltar la importancia de la vida política y la necesidad de participar en ella. Sorprendente porque todavía es mucha la gente que piensa que la vida política es de unos pocos y, cristianamente hablando, sería algo ajeno sino incompatible con la fe cristiana. Sorprendente y paradójico, porque a su vez es claro que la política oficial no tiene base ni sentido si no cuenta con los ciudadanos -y de hecho cuenta por lo menos en el momento especial de dar el voto- y es de sobras sabido que la Iglesia Institución ha estado siempre implicada en la política, tomando partido en una u otra orientación . La historia demuestra que la Iglesia nunca se ha mostrado neutra políticamente y esa neutralidad la ha roto casi siempre en favor de partidos de derecha. Además, es una ingenuidad afirmar que individualmente uno puede ser apolítico. Si se vive en una sociedad política , y en una sociedad políticamente organizada, resulta extraño y contradictorio, pretender vivir al margen de ella. Aunque uno no lo quiera, como ciudadano está siendo actor pasivo o activo de la política: o la aceptas y colaboras o la rechazas y la combates pero no te libras de ella. Es, pues, un engaño pensar que uno está por encima o al margen de la política. Siendo, pues, claro que la política nos atañe a todos, me propongo analizar algunos puntos de nuestra vida política actual, con lo que plantearemos el tema en u n terreno concreto y expresaremos al mismo tiempo con qué principios o normas nos guiamos al dar solución a esos puntos concretos. 7-Criterios-guía para el quehacer político 1º) El Evangelio garantiza la dignidad humana y sus derechos y es factor de unidad, de justicia y de cooperación universal. Los cristianos deben saber que, al predicar el Evangelio con su enseñanza y testimonio, contribuyen a que entre las naciones se extienda la justicia y el amor y promueven la libertad política y la responsabilidad de todos los ciudadanos. Y deben saber que “La personal dignidad y libertad del hombre no encuentra en ninguna ley humana mayor seguridad que la que encuentra en el Evangelio de Cristo, confiado a la Iglesia. Pues este Evangelio proclama y enuncia la libertad de los hijos de Dios , rechaza toda esclavitud , respeta como cosa santa la dignidad de la conciencia y la libertad de sus decisiones, amonesta continuamente a revalorizar todos los talentos humanos en el servicio de Dios y de los hombres, encomienda a todos a la caridad de todos… Por consiguiente, la Iglesia proclama los derechos humanos y reconoce y estima en mucho el dinamismo de nuestro tiempo, con el que se promueven estos derechos por todas partes” (GS, 41). “Y , dado su carácter de universalidad, que no le vincula a ninguna forma particular de la cultura humana ni a ningún sistema político, económico o social, puede convertirse en el vínculo más estrecho que unifique entre sí a las diversas comunidades o nacionalidades” (GS, 42). 2º) La tarea política requiere una educación y hay que vivirla como unn servido de amor a todos “Hay que procurar con todo cuidado la educación cívica y política que en nuestros días es particularmente necesaria, ya para el conjunto del pueblo, ya, ante todo, para los jóvenes, a fin de que todos los ciudadanos puedan desempeñar su papel en la vida de la comunidad política. Los que son, o pueden llegar a ser , capaces de ejercer un arte tan difícil, pero a la vez tan noble, cual es la política, prepárense para ella y no rehúsen dedicarse a la misma sin buscar el propio interés ni ventajas materiales. Obren con integridad y prudencia contra la injusticia y la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo, sea de un hombre o de un partido, y conságrense al servicio de todos con sinceridad y equidad; más aún con amor y fortaleza política” (GS, 75). 3º) Los laicos no deben esperar a que sus dirigentes o pastores les den solución concreta a muchos problemas. Son ellos los que se esforzarán en adquirir verdadera competencia en todas las actividades y profesiones seculares, colaborando gustosamente con cuantos buscan idénticos fines, sabiendo que en ese campo corresponde a ellos cargar con la propias responsabilidades. En caso de pluralidad de opiniones políticas, no podrán reclamar en su favor exclusivo la autoridad de la Iglesia: “recuerden que a nadie le es lícito en esos casos invocar la autoridad de la Iglesia en su favor exclusivo. Dialoguen, háganse luz mutuamente, guarden la debida caridad y busquen sobre todo el bien común” (GS, 43). 4º)Comunidad política e Iglesia son independientes y autónomas. La Iglesia no se confunde con la comunidad política ni está ligada a ningún sistema político determinado. Comunidad política e Iglesia son, en sus propios campos, independientes y autónomas, pero las dos, aún con diverso título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres, lo cual les exige mantener una sana colaboración. “La Iglesia, no obstante, no debe poner su esperanza en los privilegios que le ofrece el poder civil; antes renunciará de buen grado al ejercicio de ciertos derechos legítimamente adquiridos cuando conste que su uso puede empañar la sinceridad de su testimonio , o si nuevas circunstancias exigen otras disposiciones” (GS, 76). 5º)Idoneidad, consistencia y autonomía del ser humano en la búsqueda del bien y de la verdad. El Vaticano II se dirige a la humanidad entera, al mundo, a ese mundo “que los cristianos creen fundado y conservado por el amor de un Creador y liberado por Cristo” (GS 2), pero unos y otros “creyentes y no creyentes están , por lo general, de acuerdo en que todo lo que existe en la tierra se ha de ordenar hacia el hombre como hacia su centro y culminación” (GS 12). A todos los humanos, la conciencia nos da a conocer la ley fundamental del bien y del amor y, en el cumplimiento de esa ley, “los cristianos se unen a los demás hombres en la búsqueda de la verdad y en la acertada solución de tantos problemas morales que surgen en la vida individual y social” (GS, 16). Es lógico, por tanto que sea el hombre el eje de toda la explanación de la doctrina conciliar, porque “corresponde al hombre establecer un orden político, social y económico que esté cada vez más al servicio del hombre “ (GS, 9) y “toca al hombre dirigir rectamente las fuerzas que él mismo ha desencadenado y que pueden oprimirle o servirle” (GS, 9). 6º) Combatir los defectos que pueden perjudicar la difusión del Evangelio. La Iglesia es consciente “de la gran distancia entre el mensaje que ella predica y la humana debilidad de aquellos a quienes se confía el Evangelio. Sea cual fuere el juicio que la historia pronuncie sobre estos defectos, debemos ser conscientes de ellos y combatirlos vehementemente para no perjudicar a la difusión del Evangelio. La Iglesia conoce cuánto deberá madurar continuamente ella misma por la experiencia de los siglos en el cultivo de sus relaciones con el mundo”(GS, 43) 8.Aplicación de estos criterios a la situación actual Estos textos del Vaticano II encierran unas pautas y un espíritu que deben ser alimento y guía del actuar público de los cristianos. Mirando al panorama actual, encuentro que muchos cristianos, en su vida pública ostentan su título de cristianos, pero su comportamiento anda a bastantes leguas de lo que dice el Vaticano II. Lo voy a hacer notar en una serie de cuestiones: Primera: Prisioneros de un maniqueísmo político Llevamos un tiempo en que la vida política se ha convertido en una cancha de eliminación del contrario. Lo lógico, en una convivencia de seres humanos, es que haya pluralidad, conflicto, diálogo y entendimiento. Pero, en nuestra vida política las cosas acaecen de otra manera: en lugar de estudiar los puntos comunes, compartidos, con el adversario, se atiende a negar todo punto de coincidencia. No se admite nada bueno del contrario, el objetivo es desacreditarlo, negarle validez en la gestión política, para lo cual vale todo: la calumnia, el insulto, la mentira. Es una calculada estrategia: atacar al adversario, sin compasión, hasta que la gente crea que lo que se le imputa es cierto. No interesa la verdad, la confrontación racional, sino la convicción de que el otro no sirve, de que debe ser desestimado y reemplazado. O nosotros, o ellos, sin puntos comunes, sin posibilidad de acuerdo, el gobierno para nosotros. Me resulta insoportable la irracionalidad, que proviene de no valorar los razonamientos del contrario, de no preocuparse por los derechos de la mayoría. Un ejercicio éste pre-racional, (lo racional es lo específicamente humano) con el objetivo de que el propio partido sobresalga invicto. Los intereses del pueblo, -el único que delega el poder y tiene derecho a que se le represente con obediencia y honestidad-, son siempre los mismos, se trate del partido que sea. No es consecuente, por tanto, que los políticos se ataquen obstinadamente como si de intereses distintos se tratara. Esta postura es hoy pestilente en ciertos debates políticos. La perduración de esta dialéctica partidista produce confusión y malestar y subrepticiamente va inoculando fobias de hostilidad y menosprecio. Desgraciadamente, muchos ciudadanos piensan por estas personas. Obran con pre-juicio, es decir, sin criba de la razón. Entiendo, no obstante, la pasiva y acrítica receptividad de muchos televidentes. En nuestro interior anidan ideas, pautas y sentimientos que desde diversas instancias se nos fueron interiorizando. No todos han dispuesto luego de circunstancias que les permitieran valorar ese contorno, despojándolo de elementos exagerados, unilaterales e incluso falsos. Pero, otra cosa es la postura de los que cínicamente proceden así, a sabiendas de que mienten. El ciudadano debe estar alerta contra esta mediocraciapolítica que, además de insolente es antidemocrática y arranca de creer que tan solo tal o cual partido es vehículo de verdad y de soluciones. Insolencia que trastueca hechos básicos como son los de pensar que sólo la derecha define bien la realidad de España, sólo la derecha asume y respeta la religión, sólo la derecha garantiza los valores morales, sólo la derecha gobierna y legisla de acuerdo con la herencia cultural de la católica España o que sólo la izquierda es sospechosa de todos los males. En este pre-juicio se agita el fantasma de las dos Españas: la de que por ser español hay que ser de derechas (neoliberal), la de que por ser de derechas hay que ser católico y la de que por ser católico hay que rechazar toda izquierda (socialismo). Esta división dual apriorística, es la que está en la base del pre-juicio. Por las venas de muchos españoles corren todavía los miedos de enfrentamientos seculares, vividos entre tradición y avance, imperialismo políticorreligioso y proyecto social revolucionario, sociedad premoderna y sociedad abierta pluralista. Los católicos estamos aprendiendo a sentir y demostrar que, no por ser españoles, debemos ser católicos y que no por no ser católico se deja de ser verdadero español. Confesamos que hemos coaccionado muchas veces hasta imponer la fe y hemos prostituido el Evangelio legitimando intereses de los más ricos y poderosos, callando ante la injusticia e induciendo a resignación al pueblo. Eso no es la Buena Nueva del Evangelio. Han pasado décadas donde ha quedado claro que la libertad religiosa es un derecho de toda persona: cada uno es libre de ser creyente o ateo. Una buena o mala convivencia no depende de ser creyente o ateo sino de ser un mal creyente o un mal ateo. Los no católicos y, entre ellos los que sean ateos, deben admitir que la religión católica en sí, tal como brota del Evangelio, no es alienante, ni es opresora, ni cómplice del precapitalismo, ni del capitalismo o de ninguna otra suerte de neoliberalismo, sino defensa y lugar nato de los más pobres: los preferidos y auténticos vicarios del Dios de Jesús. Eso explica precisamente que los mismos católicos podamos denunciar y combatir todo desvío eclesiástico en contra. Creyentes y no creyentes podemos encontrarnos en una fe común: la fe en el hombre, en su dignidad y derechos, en la lucha por lo que sea emancipación de toda esclavitud y discriminación. Fe cristiana, que no reivindica todo esto, es falsa. Y ateos que siguen pensando que la religión es opio del pueblo y que no merece un lugar en la sociedad y que no se puede esperar de la fe un compromiso serio a favor de la justicia y liberación, es sostener planteamientos trasnochados. Estamos en una sociedad abierta y pluralista, con Estado aconfesional, en la que son innegables la autonomía humana, el quehacer de las instituciones humanas y el derecho a ejercer la libertad religiosa. No tiene sentido la antítesis militante de la Iglesia contra la Sociedad ni de la Sociedad contra la Iglesia. Si nos diferencia la particularidad de la fe religiosa, nos identifica y cohesiona la fe común en el hombre. Hay que despejar pre-juicios, que fueron y ya no son, pero que actúan todavía en muchas mentes: si eres del PP todo lo que haga el PP te parecerá maravilloso y encomiable, y no habrá aspecto malo que no comprendas o disculpes, y todo lo que vaya en contra de él lo verás como falsedad, fruto de la malquerencia. Y te enquistarás en la trinchera de la eliminación –ideológica y física- del contrario: con nosotros o contra nosotros, pre-juicio. Ni la verdad está toda en un partido ni el error en otro. En un debate hay que preguntar: ¿Cuáles son sus obras cuando tanto hablan y prometen? ¿Prometen lo de aquellos concejales de un ayuntamiento que, cuando toman posesión de su cargo, dicen: “Juro ser el primero en el sacrificio y el último en el beneficio? No hipotequemos, por tanto, nuestra libertad con ningún partido, aun cuando se haga ineludible elegir entre uno u otro estableciendo prioridades y graduaciones. No todos son iguales, hay un más y un menos. El poder político es del pueblo y quien lo recibe debe ejercerlo atendiendo al bien y derechos del pueblo. Sin poder no hay política posible, ni democracia posible. Y es en el ejercicio del poder donde se manifiesta la vocación del político –servidor del pueblo- o del burócrata que lo utiliza en beneficio propio –funcionario corrupto-. En el pre-juicio no opera la razón, prevalece siempre la opción tomada, alimentada casi siempre por ideas desajustadas y viejos temores y reivindicaciones del pasado. ¿No es la ignorancia e inseguridad fuente de donde mana el pre-juicio? Segunda: los obispos promotores de unidad Para los católicos cuentan mucho las directrices de la Iglesia a la que dicen pertenecer y a cuyo magisterio dicen obedecer. El Vaticano II reafirma: “Los cristianos deben mostrar con los hechos cómo pueden armonizarse las ventajas de la unidad con la diversidad, reconocer la legitimidad de opiniones discrepantes y respetar a los ciudadanos que, aun como grupo, defienden su manera de ver” (GS, 75). Para los momentos actuales, ofrece unos puntos, que no dejarán de sorprender a muchos: “Con frecuencia sucederá que la misma visión cristiana de las cosas les inclinará en ciertos casos a determinadas soluciones: otros fieles, sin embargo, guiados con no menor sinceridad, como sucede con frecuencia, y con todo derecho, juzgarán sobre lo mismo de otro modo. Y aunque las soluciones propuestas por unos u otros, al margen de su intención, por muchos sean presentadas como derivadas del mensaje evangélico, recuerden que a nadie le es lícito en esos casos invocar la autoridad de la Iglesia en su favor exclusivo . Procuren siempre, con un sincero diálogo, hacerse luz mutuamente, guardando la debida caridad y preocupándose, antes que nada, del bien común “ (GS, 43) La Iglesia española había, después del Vaticano II, avanzado mucho en este sentido. El cardenal Enrique Tarancón marcó un hito en el empeño de cumplir las pautas del Vaticano II, de modo que ningún partido político pudiera apropiarse de la autoridad de la Iglesia, mostrando de hecho su imparcialidad y libertad. Son demasiadas las cosas que llevamos presenciando en estos últimos años, y no precisamente en el camino de esa neutralidad. No tengo duda de que los obispos españoles leerán alguna vez las palabras que ellos mismos dejaron escritas en la Asamblea Plenaria del 73: “Los obispos pedimos encarecidamente a todos los católicos españoles que sean conscientes de su deber de ayudarnos, para que la Iglesia no sea instrumentalizada por ninguna tendencia política partidista, sea del signo que fuere. Queremos cumplir nuestro deber libres de presiones. Queremos ser promotores de unidad en el pueblo de Dios educando a nuestros hermanos en una fe comprometida con la vida, respetando siempre la justa libertad de conciencia en materias opinables” (Asamblea Plenaria, (17ª), 1973). Han pasado muchos años desde entonces. Y el retroceso es evidente. La gente acaba viendo que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. Persiste todavía un clericalismo fuerte, amasado por siglos, que identifica la Iglesia con el clero y la identifica con el poder hegemónico, si no absoluto, que ese clero ha ejercido en largas épocas de la historia. Ese poder es el que añoran y desde el que todavía pretenden gobernar hoy. El poder ensoberbece y más cuando se cree ejercerlo en nombre de Dios. Entonces, la razón, el argumento, la llana verdad del pueblo y del sentido común, el caminar a ras con el pueblo, el dejar a un lado privilegios y prepotencias, resulta imposible: “Las condiciones de vida del hombre moderno han cambiado tan radicalmente en sus aspectos social y cultural, que hoy se puede hablar de una nueva era de la historia humana” (GS, 54). “La Iglesia que, dice el concilio, ha vivido en variedad de condiciones y ha sabido emplear los hallazgos de las culturas diversas de la historia, no se siente ligada exclusivamente o indisolublemente a ninguna raza o nación, a ningún género particular de costumbres, a ningún modo de ser, antiguo o moderno y puede entrar en comunión con las diversas civilizaciones. Por esa razón, la cultura, que evoluciona constantemente, requiere una justa libertad para desarrollarse y goza de una específica inviolabilidad” (GS, 58). El mismo concilio, y debiéramos los católicos anotarlo y asimilarlo, concluye: “El cambio de mentalidad y de estructuras plantea, frecuentemente, la revisión de todo lo que hasta ahora se consideraba un bien. Las instituciones, las leyes y los modos de pensar y sentir heredados del pasado, ya no siempre parecen adaptarse bien al estado actual de cosas… La humanidad pasa de una concepción estática de la realidad a otra más bien dinámica y evolutiva, que plantea una serie de problemas que requieren la búsqueda de nuevas soluciones y síntesis” (GS, 5). Estas palabras del concilio contienen, para los católicos que de verdad se lo propongan, un cambio radical en el modo de vivir y presentar hoy el cristianismo. La ignorancia, más que nada, -aunque no sólo- hará que unos sigan en el pasado y otros en el presente. Tercera: ¿No tiene el Parlamento autoridad moral para declarar leyes? Resultan sorprendentes las palabras que, en un determinado momento, pronunció Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal Española: “ Todas las cosas del hombre son objeto de la Teología. El Magisterio de los obispos abarca todas las cuestiones de fe y moral… El Parlamento no es una autoridad moral, es una institución política. Nadie más puede legislar que él, y sus leyes deben cumplirse si son justas, pero no es una institución moral”. Estas afirmaciones suponen, como es natural, una determinada concepción de la ley, de la moral y de las instituciones. Una de las funciones de todo gobierno democrático es legislar, de acuerdo al Bien Común y con la garantía de un consenso democrático mayoritario. Las leyes, ciertamente, no bajan del cielo ni vienen de la nada. Son expresión de lo que una sociedad –en este caso democrática- piensa debe hacer para respetar la dignidad humana y garantizar los derechos y deberes de todos. Esa expresión, a su vez, no puede ser fruto del capricho, de la arbitrariedad, del despotismo o de unos intereses particulares. La base y medida de las leyes es la realidad y, en este caso, de la realidad de la persona . Los legisladores tratan de elaborar leyes mirando, conociendo y respetando las exigencias de la persona. En ese sentido, las leyes –si son leyes de verdad- no pueden ser neutras, amorales o inmorales , no tienen más valor que el que los legisladores con todos sus medios y conocimientos extraen de la realidad de la persona. La persona limita toda extralimitación o abuso, que pretenda atribuirse cualquier instancia legislativa. Y, en ese sentido también, las instancias que legislan no son neutras, inmorales o amorales , más bien se revisten de autoridad moral, aquella que les confiere su título de ser conocedores e intérpretes responsables de la realidad de la persona. La moralidad no depende de la voluntad de nadie, sea civil o eclesiástica; nadie puede por voluntad propia determinar lo que es justo o injusto, malo o bueno, decente o indecente, conveniente o desaconsejable. Sería este el camino de todo despotismo: es bueno lo que a mi me da la gana y lo que yo dictamino como tal. Toda realidad (y me refiero ahora a la persona) contiene un significado, unas exigencias, unas propiedades, unos valores, unos derechos o deberes, que es preciso conocer e interpretar y el conocer eso no es cometido de la voluntad sino de la inteligencia. Leer (legere, lex, ley) la realidad, entrar en ella, conocerla, para luego promulgarla en leyes y hacerlas respetar, es lo que hacen los legisladores. En ese sentido, tienen autoridad moral, porque hacen de conocedores e intérpretes, de mediadores entre la realidad que estudian y el anuncio que hacen de ella a los ciudadanos. Cualquiera que analice las cosas serenamente advierte que este adoctrinamiento, hoy, es imposible: hay libertad de cátedra, los libros no son censurados, los profesores son elegidos mediante concurso, el los centros privados son seleccionados por la titularidad del Centro, etc. El Parlamento tiene , en el orden humano, (cuando se trata de cuestiones individuales, sociales, culturales, políticas, religiosas) la autoridad moral que le confiere una sociedad democrática, no para fijar por voluntad el contenido de las leyes, sino para estudiarlo, entenderlo, discernirlo y promulgarlo. La realidad es fuente (no la voluntad del que manda o legisla) de la moralidad y esa realidad delimita toda búsqueda y es la que demanda que se la conozca, divulgue y respete. ¿En virtud de qué el magisterio episcopal habría de tener el monopolio sobre todas las cuestiones que atañen a la moral? La realidad natural de la persona, como fuente de moralidad, es anterior e independiente de la intervención del magisterio episcopal, posee un significado y una autonomía que no depende de la voluntad de dicho magisterio y sobre ella tiene competencia de inquirir , aclarar y establecer su significado cualquier inteligencia humana , sea la de los parlamentarios, la de la CEE o de cualquier otro grupo, pero sin exclusividad. En esa búsqueda, confieren autoridad moral los argumentos de quienes mejor y más acertadamente describan y aseguren el conocimiento y respeto de la realidad analizada.. El concilio Vaticano II tiene sobre esto un magisterio cristalino. El significado y leyes de que están dotadas todas las cosas creadas no están a merced de la manipulación de nadie, son autónomas y consistentes, nadie las puede negar o expropiar y ese significado hay que profundizarlo día a día, en la ininterrumpida evolución del saber , que nos va precisando cada vez más su sentido, sus exigencias morales y las contradicciones que con ellas, por ignorancia, fanatismo y otras razones, hemos ejercido a lo largo de la historia. Ese respeto progresivo, resultado de una mejor comprensión humana, corresponde a la voluntad divina, de modo que oponerse a él o negarlo es ir contra aquel que nos ha dotado de la ley dinámica del conocimiento. Es obvio que en el campo del conocimiento hay un cruce entre el saber racional y el de la fe, pero no tiene por qué ser un cruce excluyente, pues el creyente debe moverse, con naturalidad, como ciudadano y como persona, dentro del saber racional y el no creyente, además de compartir su búsqueda con el creyente, puede acceder al campo de la fe con respeto y potenciar seguramente aspectos comunes. Los obispos tienen derecho a opinar sobre todas las cuestiones humanas, y pueden elaborar documentos. Pero deben entender y respetar que otros grupos o personas, católicas o no, puedan opinar de otra manera, si se trata de cuestiones humanas, en las que cabe un pluralismo legítimo y sobre las que ni los mismos católicos vienen obligados a expresar un pensamiento uniforme: “Háganse luz mutuamente, guarden la debida caridad y busquen sobre todo el bien común” (GS, 43). LA ACTUACION DE LOS CRISTIANOS EN UNA SOCIEDAD LAICA Novedad del tema No deja de ser llamativo el que, en los últimos meses, un tema como éste haya ocupado páginas y comentarios importantes en los “medios”. ¿De qué se trata? Porque yo creía que era un tema del pasado, que estaba más o menos asimilado. Y, de pronto, salta a la opinión pública en términos obviamente politizados. No vamos a entender nada si, como premisa, no partimos de un hecho fundamental: se trata de comprender que, lo que aquí se ventila, es una cuestión vieja, enraizada en los más profundos repliegues de la cristiandad. Una Iglesia, institucional y clerical por más señas, ha construido un mundo religioso propio, autosuficiente, enteramente separado del mundo civil. Ese mundo sería el único que, frente a los cambios y progresos de la modernidad, seguiría teniendo valor, a la hora de delimitar la suerte moral de la sociedad y de la humanidad. Esta Iglesia se ha hecho a base de detentar el monopolio de las cuestiones morales, del sentido profundo de lo humano, con una desconfianza radical hacia otras instancias que no sean las suyas. Por eso, esta Iglesia, ante el alza del movimiento civil ético, que reivindica validez y autonomía para resolver esas cuestiones, se siente amenazada y desplazada del lugar preeminente que siempre ha gozado en la sociedad. Desplazamiento que se lo denomina marginación, acoso, persecución. ¿Cómo hacemos para llegar al centro del problema? Yo creo que el enfoque está en superar un pertinaz dualismo, impropio del Evangelio, que nos ha llevado a plantear antagónicamente lo humano y lo cristiano. Lo humano estaría en el arrabal de lo perdido y lo cristiano en el cenit de lo valioso, con oferta de caminos y medios para lograr la plena salvación: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”, sería el lema. Planteamiento dicotómico que transpira desconfianza hacia lo humano y enaltecimiento de lo cristiano. Yo invito a ponderar el significado de este planteamiento que, ciertamente, fue superado en el concilio Vaticano II, y que nunca debiera haberse dado de haber seguido las pistas del Evangelio. Pero estoy tan convencido de su enorme influjo que me resulta difícil no descubrirlo en unas u otras dimensiones de la vida cristiana. El menosprecio del mundo, la fuga de la ciudad secular, la devaluación de los valores terrenos, la anulación de la persona, la subestima y desconfianza extrema en sí mismo, el ensalzamiento del autoritarismo y de la obediencia ciega, el repudio de la política y de la historia como lugar para la siembra y crecimiento del Reino de Dios, era una invitación a dimitir de esta vida, a desposeerse de sí mismo y entregar el asunto de la propia salvación en manos de instancias externas, depositarias de esa salvación otorgada por Dios. Si la Iglesia era la administradora, en exclusiva, de esa salvación, quedaba asegurada triplemente una cosa: la veneración de ella como transmisora de la salvación divina, la dependencia de ella y el apartamiento de la realidad secular, como lugar del peligro y del pecado. En el fondo, una teología herética, nada católica, que negaba la bondad original de la obra de Dios, -del Dios Creador- como si nada tuviera que ver con la obra plenificadora del Dios histórico, revelada en Jesús: “No he venido, diría Jesús, a abolir la Ley y los Profetas, sino a darles cumplimiento (Mt, 5,17). Sería instructivo analizar toda una tarea de formación ascética, espiritual y teológica donde se plasmaba este dualismo, y que reforzaba como consecuencia la sacralización del clero como mediador de la salvación y fomentaba un estilo de vida cristiano que se exilaba de los compromisos de la tierra y la historia. Ejemplo de esta espiritualidad monacal, convertida en santo y seña para todos los fieles, lo encontramos en el Kempis, forja y libro de cabecera de muchas generaciones . Sólo desde esta premisa, puede uno explicarse la fuerte y agresiva reviviscencia que en nuestros días parece mostrar esta espiritualidad dualista, que añora la hegemonía de una Iglesia clerical y de un laicado cristiano pasivo y despersonalizado. Han pasado más de 50 años después del concilio, pero las raíces viejas no se han cambiado ni se han visto sustituidas por la energía y savia de otras nuevas. El postconcilio tuvo una corta fase primaveral, para pasar luego a una larga fase invernal. El intento solemne de ponerse a caminar con el mundo, en respeto, admiración y colaboración con él y acabar así con una larga historia de enfrentamiento y hostilidad, fue diseñado y ratificado por la doctrina conciliar. Pero pudo más la nostalgia de un modelo de Iglesia clerical, con primacía absoluta en la sociedad, y con postergación del protagonismo y de los ministerios laicales. La modernidad ponía en el centro al hombre, cantaba su dignidad y derechos, reclamaba justicia, igualdad, libertad y la Iglesia –clerical evidentemente- se atrincheraba en el pasado, en presupuestos y normas que reclamaban la primacía y monopolio de siempre. Esta es precisamente la reyerta que hoy, paradójicamente, asoma y lanza sus últimas embestidas frente a un mundo adulto que demanda una Iglesia renovada, sin abdicar jamás de la dignidad, libertad y ética naturales. 7. HAZ ESTO Y VIVIRAS Hay un pasaje en el Evangelio donde Jesús deja claro el criterio para obrar de quien quiera seguirle: amar, “Haz esto y vivirás”. No hace falta que recordemos el pasaje del buen samaritano. Siempre ha estado claro que el amor y no su teoría ha sido el distintivo de los discípulos de Jesús. No hay mejor señal para conocerlos. Y son muchos los campos de vida individual y social donde hemos visto aplicado dicho principio. Pero hay un campo donde la realidad es netamente contradictoria: el político. Ahí, la presunción es de que la política es irrredenta, empecatada como está por un poder de dominio, de injusticia y de egoísmo. En consecuencia, se la da como perdida e incompatible con la fe. Los resultados están a la vista: individualismo feroz, insolidaridad, idolatría del tener, imposición de la ley del más fuerte. Y, en Occidente, somos mayormente cristianos, herederos de un mensaje de amor. Y, en España, presumimos de ser católicos, portadores del mismo mensaje. Observando y analizando el panorama político de nuestro días, la impresión se nos queda en susto: corrupción, falsificación de los hechos, acorralamiento del adversario, descalificación, endiosamiento de las propias ideas. Se dicen cristianos lo que tal hacen, ¿pero son cristianos sus comportamientos? La simple pregunta reporta ironía y sarcasmo. Sin embargo, la política es la gran oportunidad para la fe y el compromiso cristiano, porque en ella principalmente se barajan los medios, las estrategias y los fines que promueven y aseguran el Bien Común. El común vivir es el bien común, el amor abarca el bien de todos. Es, por esta razón, que me parece urgente trasladar el amor al terreno político. El concilio Vaticano II lo hace con entera naturalidad: “Conságrense al servicio de todos con amor”. Tanto funcionar estos días con medios informáticos, audiovisuales… repetición sin más. Llega un momento en que la oración sabe a metálica. Es como cuando se reza el rosario en algunas parroquias, grabado en una cinta, o se oyen las canciones a través de altavoces. Necesito mucho cuidado para que no se me convierta en rutina, como quien oye llover siempre de la misma forma.
Muchas veces, recitamos las oraciones como retahílas y manifestamos nuestras creencias de memoria. No vivimos ni expresamos una fe íntima, vital, profunda, convencida. Necesito orar, celebrar, cantar sin prisa. Siendo consciente de lo que digo y canto. Que mi fe brote del corazón Necesito: conocer a Jesús, creer en Él, vivirlo personalmente. Hay veces que hago la experiencia y simplemente con una palabra, con una frase puedo estar saboreándola durante media hora. Es difícil llegar a finalizar un padre nuestro. Para ello, me sirve el intentar crear: sí, hacer nueva la oración. El otro día me recomendaban orar escribiendo. Y me va bien. Oro dejando que mi corazón se exprese y se expanda. Otras veces me dedico a recrear: quizás lo que más me gusta: no soy capaz de repetir mecánicamente las mismas palabras, las mismas fórmulas, las mismas oraciones. Prefiero ir recreando, cambiando, inventando, haciendo yo mías esas frases, esas palabras y como quien saborea un dulce, estar tranquilamente gustando esas expresiones. Esto me ocurre muy a menudo en la celebración de la eucaristía: me cuesta mucho ceñirme a las fórmulas del misal. Prefiero ir rehaciendo y diciendo con mis palabras eso que expresa la oración del misal. Sin pensar, sin darle vueltas, ir simplemente gustando una y mil veces esa experiencia. Vamos, que me recuerda el dicho que define a la oración “como estar a solas muchas veces tratando de amistad con quien sabemos nos ama”. Me sobran palabras. Es como tomar el sol una mañana cálida sin exceso de calor, deleitándome en el sol que me acaricia. Cuando soy capaz de hacerlo con algún salmo, ahí disfruto, repito –sin prisas– una y mil veces la frase. Lo mismo que palabras y frases del evangelio. Otro filón lo encuentro en poesías que son ricas en contenido. Y sabor. Si encima parto de una realidad, de una situación, de un hecho que estoy viviendo y lo contemplo con Jesús, eso me va transformando el corazón y me lleva a actuar a su estilo. Me da mucho miedo el repetir, prefiero una oración personal, comunitaria que me lleva a crear, recrear e inventar. Lo importante es que sea una experiencia viva de Jesús. Que transforme mi corazón y mi vida hacia los valores del reino. Más importante que superar la pandemia es superar el paradigma de la confrontación, superar nuestra inercia combativa. El primero puede ser el reto de nuestra generación, el segundo es el reto de toda nuestra historia humana; es el gran Rubicón al que nos conducen todas nuestras existencias pasadas. Con el brotar de nuestra naturaleza generosa y compasiva para para con nuestros congéneres humanos, para con el resto de los Reinos, poco habremos de temer.
Es cierto que las autoridades están dando muchos palos de ciego, tan cierto como que lo están haciendo lo mejor que saben y pueden, tanto como que todo esto les ha caído muy grande y están limitados en conocimientos, recursos y conciencia. Lo estamos todos. Por mucho que yerren los mandatarios hemos de sacarlos de nuestra diana obsesiva, hemos de desistir en tumbarlos. La nueva era representa por encima de todo la superación del modelo humano que ha regido hasta el presente de división y conflicto permanente de todo género. El Covid 19 no puede ser el enésimo motivo que nos lanza a pelearnos entre nosotros/as, ha de servir, tal como en gran medida ya lo está siendo, para reforzar el sentido de comunión humana y de responsabilidad planetaria. Me lo he de recordar a mí mismo constantemente, porque yo soy el primero en caer en la eterna y engañosa película de buenos y malos… Claro que tenemos un "Plan B", claro que creemos en un nuevo mundo inspirado en superiores valores, basado en el respeto reverente a todo cuanto late, auspiciado por los principios superiores de compartir y cooperar…, pero el "Plan B" sólo avanzará con la fuerza de nuestra compasión y creatividad, buscando siempre la oportunidad de abrirse amablemente paso. Claro que tenemos "Plan B" al actual empeño de superación de la pandemia, con medio más naturales, con una cultura más preventiva, más basada en el fortalecimiento de las defensas y el sistema inmunológico, pero nuestro Plan no nos impida ver la buena voluntad que otros ponen en la aplicación del suyo. El Alba, que inspira cada uno de nuestros días, emergerá sin necesidad de tumbar a nadie. El Alba surgirá por el apremio de lo nuevo, cuando al viejo mundo le restemos nuestra energía y al nuevo nuestros temores y miedos. Todo lo que tiene vida se renueva. Lo que permanece estático mucho tiempo es lo propio de las charcas y los estanques cerrados llenos de hojas muertas. La vida nos demuestra su capacidad de reinventarse y crecer allí donde parece imposible hacerlo. Atacama, Chile, es un buen ejemplo. Su clima desértico es tan extremo que se han llegado a registrar hasta 400 años sin lluvias. Expertos de la NASA estudian el desierto chileno confiados en que les ayude a aprender más sobre la posibilidad de vida en Marte. Sin embargo, se han descubierto microorganismos vivos. Y cada cierto número de años se produce un espectacular aumento de las precipitaciones que transforma kilómetros de paisaje árido y desolado en un paraíso lleno de especies vegetales que logran aflorar tras haber sobrevivido años en estado de latencia.
La vida se renueva siempre. Heráclito filosofó sobre la existencia como algo no estático que va en compás con el resto de la movilidad natural del Universo: todo fluye. También lo hace el amor continuamente, cuando se renueva día a día. Cada caricia de una persona enamorada, cada beso de amor y cada manifestación amorosa no es igual a la anterior; siempre es algo bienvenido por ser "nuevo", aunque se den todos los días. Todo lo contrario al desamor que resulta rutinario y estático como una ciénaga. El amor de verdad por serlo siempre es novedoso y hay que alimentarlo frente a la tentación de las rutinas que pervierten el verdadero amor. Nuestras comunidades cristianas son signo de amor, no lo olvidemos. La Iglesia es una gran comunidad de amor seguidora de Cristo resucitado. Tan es así de verdadero y de importante, que Lucas nos regala el apéndice del “quinto evangelio” con su exhortación de las primeras comunidades cristianas. No es un relato al pie de la letra, entre otras cosas porque se escribió entre los años 80-90 d.C. Lo esencial es el espíritu y la sustancia en las relaciones que alimentaban aquellas comunidades de la primitiva Iglesia. Comunidades vivas que fueron actualizando su fe con signos que representaban el contenido de su apuesta de amor cristiano. Los signos de la presencia de Dios en el mundo, los valores que deben distinguir a nuestras comunidades: el cuidado de los demás, la cooperación, la solidaridad, la compasión y el amor incondicional; ellos son los signos de la nueva civilización planetaria. La liturgia es un conjunto de signos necesarios, pero signos formales al fin y al cabo. Lo esencial es lo que celebramos en ella, la actualización de aquellas comunidades que vivieron con pasión el amor que Cristo les dejó para que lo vivieran y lo difundieran. Y el amor solo es posible difundirlo con más amor. Según la carta de Pablo -amigo de Lucas-a los Efesios, Dios tiene un plan y quiere una humanidad a su medida de amor sin límites para nadie; ni para los enemigos. Sólo el que ama es capaz de permanecer vivo y sentir de una manera diferente. El que ama acoge su realidad y es capaz de transformarla. Amar no es fácil, supone abrirse a lo inesperado con confianza y entrega. Hay dolor en el amor, pero es un dolor que purifica, que hace crecer siempre; en esto no hay topes. Quien no tiene amor ha muerto a lo mejor de la vida. Qué realidad más grande cuando uno ama a alguien, de modo especial: todo cobra sentido. La propia existencia revela plenitud y alegría, aún en medio de las dificultades, porque la persona que ama se llena de sentido. La razón de ser de la comunidad cristiana es convertirse toda ella un signo del Amor. Habrá épocas en las que viviremos como en el desierto de Atacama, silentes como fermento que espera florecer con fuerza a la primera oportunidad. Otras veces nos pasaremos de frenada y nuestro ejemplo será más bien el de un Estado político lleno de signos externos que sobran y repelen la esencia evangélica. Pero el Espíritu sopla sin cesar para que vivamos en una comunidad de Amor por la participación de todos, cada uno según sus posibilidades, en la construcción del Reino de Dios transparentando al mismo Dios ¿No es esta nuestra fe? Si hemos vislumbrado en alguna medida lo que nos decía Juan los dos domingos pasados, se nos hará muy cuesta arriba entender la fiesta de hoy y la de los tres domingos siguientes. La subida de Jesús al cielo, la venida del Espíritu, la Trinidad, la Eucaristía están presentadas por los textos litúrgicos como realidades externas que se dieron en un determinado tiempo y lugar. Entendiendo literalmente los textos, desenfocamos su verdadero sentido. Estamos hablando de realidades que están fuera del tiempo y del espacio, de las que no podemos hablar en sentido estricto.
Además, el lenguaje que utilizan los textos es simbólico y no podemos entenderlo como si fuera científico y realista. No podemos seguir utilizando un lenguaje que responde a una visión mítica de la realidad. Cuando se creía que Dios estaba en lo más alto (cielo), que el hombre estaba en el medio (tierra) y que el demonio estaba en lo más bajo (infierno). El lenguaje utilizado se entendía perfectamente en aquella época. De Jesús se dice expresamente: Bajó del cielo, se hizo hombre, descendió a los infiernos y volvió a subir. Nuestra manera de entender la realidad ha cambiado. Hoy no nos dice nada un cielo o un infierno como lugares de referencia. Debemos entender la ascensión como parte del misterio pascual que es una única realidad. Ni la resurrección, ni la ascensión, ni el sentarse a la derecha del Padre, ni la glorificación, ni la venida del Espíritu, son hechos reales separados. Se trata de una realidad única que está sucediendo en este mismo instante, porque está fuera del tiempo y del espacio. Decir de Jesús después de muerto: a los tres días, a los ocho días, a los cuarenta días, a los cincuenta días, no tiene sentido ninguno. Hablar de Galilea o de Jerusalén, o decir que está sentado a la derecha de Dios, es absurdo literalmente. Esto no quiere decir que sea una realidad inventada. Todo lo contrario, esa es la ÚNICA REALIDAD. Es lo que está sujeto al tiempo y al espacio lo que no tiene consistencia. Esa realidad intangible ha tenido una repercusión real en la vida de los cristianos, y eso sí se puede descubrir a través de los sentidos. Esa realidad no temporal es la que hay que descubrir para que tenga también en nosotros la misma eficacia transformadora. Si seguimos creyendo que es un acontecimiento que sucedió hace veinte siglos en un lugar y un tiempo determinado, ¿qué puede significar para nosotros hoy? Las realidades espirituales, por ser atemporales, pertenecen al hoy como al ayer, son tan nuestras como de Pedro o Juan. No han sucedido en el pasado, sino que están sucediendo en este instante. Son realidades que están afectando a nuestra propia vida aquí y ahora. Puedo vivirlas yo como las vivieron los apóstoles. Es más, el único objetivo del mensaje evangélico, es que todos lleguemos a vivirlas como las vivieron ellos. La ascensión empezó en el pesebre y terminó en la cruz: ¡Todo está cumplido! Ahí terminó la trayectoria humana de Jesús y sus posibilidades de crecer como criatura. Después de ese paso no existe el tiempo para él, por lo tanto, no puede suceder nada en él. Es como un chispazo que dura toda la eternidad. Él había llegado a la plenitud total en Dios. Por haberse despegado de todo lo que en él era transitorio y terreno, solo permaneció de él lo que había de Dios, y con Él se identificó absolutamente, totalmente, definitivamente. Este es el sentido profundo de la Ascensión. ¿De verdad queremos ser cristianos? ¿Tenemos la intención de recorrer la misma senda, de alcanzar la misma plenitud, la misma meta? ¿Estamos dispuestos a dejarnos aniquilar en esa empresa, a aceptar que no quedará nada de lo que creo ser? Es duro, pero no puede haber otro camino. Si renuncio al don total de mí mismo, renuncio a alcanzar la meta. Como en Jesús, ese don total solo será posible cuando descubra que Dios Espíritu se me ha dado totalmente, y está en mí para llevar a cabo esa obra de amor. Tal vez nos conformemos con quedarnos pasmados mirando al cielo y esperando que él vuelva. Esa es la mejor manera de hacer polvo todo el quehacer de Jesús en esta tierra. La idea de que Dios, o Jesús, o el Espíritu pueden hacer algo por mí, en un momento determinado, ha desvirtuado la religiosidad cristiana. Dios, Jesús y el Espíritu lo están haciendo todo por mí y lo siguen haciendo en todo instante. Yo soy el que tengo que hacer algo en un momento determinado para descubrir esa realidad y vivirla. El relato de Mt, que acabamos de leer, es un prodigio de síntesis teológica. No hay en él ninguna alusión a la subida al cielo, ni a dejar de verlo. Consta simplemente, de una localización dada, una proclamación de poder y tres ideas básicas. Situar la escena en un monte es una indicación suficiente de que lo que le interesa no es el lugar, sino el simbolismo. El monte significa el ámbito de lo divino, donde está Dios y donde quiere situar también a Jesús. Que lo sitúe en Galilea, tiene un significado muy importante. Judea había rechazado a Jesús y no era ya el lugar donde encontrarse con Dios. Jesús no pudo decir que se le ha dado todo poder, porque después del bautismo rechazó el poder como una tentación. Este doble lenguaje nos ha despistado. No hay un poder bueno y otro malo. Todos son perversos. Se trata de expresar que ha alcanzado la plenitud absoluta por haberse identificado con Dios en el don total de sí mismo. Debemos tener en cuenta que la primera interpretación del misterio pascual está formulada en términos de glorificación; antes incluso de hablar de resurrección. El envío a predicar. También tiene un carácter absoluto “todos los pueblos”. El tema de la misión es crucial en todos los relatos pascuales. La primera comunidad intenta justificar lo que era ya práctica generalizada de los cristianos. Predicar el “Reino de Dios” no es un capricho de unos iluminados sino mandato expreso de Jesús. Todo cristiano tiene, como primera obligación, llevar a los demás el mensaje de su Maestro. Esto es muy importante, es la particularidad de la enseñanza. No se trata de enseñar doctrinas ni ritos ni normas morales sino de instar a una manera de proceder. Esto está muy de acuerdo con la insistencia de los evangelios en las obras como manifestación de la presencia de Dios en Jesús, y como consecuencia de la adhesión a Jesús. Si tenemos en cuenta que el núcleo del evangelio es el amor, comprenderemos que en la práctica, el amor es lo primero que tiene que manifestarse en un cristiano. Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Fue el tema del evangelio de los dos domingos pasados. Ya habían dejado claro que todo lo que hizo Jesús era obra del Padre o que era el Espíritu el que actuaba en él. Ahora sigue siendo Dios, en sus tres dimensiones, el que va a continuar la obra de salvación a través de sus seguidores. Recordar que Jesús habla de enviar al Espíritu, de quedarse él con nosotros, de que el Padre vendrá a cada uno. Esta manera de hablar puede hundirnos. Los tres “vendrán” a mi conciencia cuando me dé cuenta de que están ahí ya. Meditación No puede haber Vida si no trascendemos el tiempo y el espacio. Nuestra Vida “divina” es la misma ahora y siempre. Si está en nosotros, pero no la vivimos, no significa nada. Contemplar, es salir del tiempo y del espacio, es identificarse con Dios que es eternidad. Subir al cielo como imagen del triunfo
Jesús subiendo al cielo es una imagen bastante representada por los artistas, y la tenemos incorporada desde niños, además de formar parte de nuestra profesión de fe. Alguno podría imaginar que esta escena se encuentra en los cuatro evangelios. Sin embargo, el único que la cuenta es Lucas, y por dos veces: al final de su evangelio y al comienzo del libro de los Hechos. Pero lo hace con notables diferencias.
Desde las primeras páginas de la Biblia encontramos la idea de que una persona de vida intachable no muere, es arrebatada al cielo, donde se supone que Dios habita. Así ocurre en el Génesis con el patriarca Henoc, y lo mismo se cuenta más tarde a propósito del profeta Elías, que es arrebatado al cielo en un carro de fuego. Interpretar esto en sentido histórico (como si un platillo volante hubiese recogido al profeta) significa no conocer la capacidad simbólica de los antiguos. Sin embargo, existe una diferencia radical entre estos relatos del Antiguo Testamento y el de la ascensión de Jesús. Henoc y Elías no mueren. Jesús sí ha muerto. Por eso, no puede equipararse sin más el relato de la ascensión con el del rapto al cielo. Es preferible buscar la explicación en la línea de la cultura clásica greco-romana. Aquí sí tenemos casos de personajes que son glorificados de forma parecida tras su muerte. Los ejemplos que suelen citarse son los de Hércules, Augusto, Drusila, Claudio, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Los incluyo al final para los interesados. Estos ejemplos confirman que el relato tan escueto de Lucas no debemos interpretarlo al pie de la letra, como han hecho tantos pintores, sino como una forma de expresar la glorificación de Jesús. La segunda lectura de hoy, tomada de la carta a los Efesios, es muy interesante en este sentido. No habla de la ascensión de Jesús al cielo, pero se explaya hablando de su triunfo con una imagen distinta: está sentado a la derecha de Dios, por encima todo y de todos. Misión La primera lectura (Hechos) y el evangelio (Mateo) coinciden en ofrecernos unas palabras de despedida de Jesús a sus discípulos. También aquí encontramos notables diferencias: ― Lucas sitúa la despedida en Jerusalén, los discípulos muestran una vez más su preocupación política por la restauración del reino de Israel, y Jesús desvía la atención hacia la próxima venida del Espíritu Santo. ― Mateo la sitúa en Galilea, los discípulos no dicen nada, Jesús los envía de inmediato al mundo entero y lo que promete no es la venida del Espíritu sino su compañía continua: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. A pesar de estas grandes diferencias, los dos textos coinciden en la importancia de la misión. Hechos: Recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo. Mateo: Id y haced discípulos de todos los pueblos. Por eso, la Ascensión o triunfo de Jesús no es motivo para quedarse mirando al cielo. Hay que mirar a la tierra, al mundo entero, en el que los discípulos de Jesús debemos continuar su misma obra, contando con la fuerza del Espíritu y la compañía continua del Señor. Los cuarenta días El evangelio no dice nada de este período de 40 días entre la resurrección y la ascensión. ¿Qué significa, y por qué lo introduce Lucas? El número 40 se usa en la Biblia para indicar plenitud, sobre todo cuando se refiere a un período de tiempo. El diluvio dura 40 días y 40 noches; la marcha de los israelitas por el desierto, 40 años; el ayuno de Jesús, 40 días… Se podrían citar otros muchos ejemplos. En este caso, lo que pretende decir Lucas es que los discípulos necesitaron más de un día para convencerse de la resurrección de Jesús, y que Jesús se les hizo especialmente presente durante el tiempo que consideró necesario. Textos clásicos sobre la subida al cielo de un gran personaje A propósito de Hércules escribe Apolodoro en su Biblioteca Mitológica: “Hércules... se fue al monte Eta, que pertenece a los traquinios, y allí, luego de hacer una pira, subió y ordenó que la encendiesen (...) Mientras se consumía la pira cuenta que una nube se puso debajo, y tronando lo llevó al cielo. Desde entonces alcanzó la inmortalidad...” (II, 159-160). Suetonio cuenta sobre Augusto: “No faltó tampoco en esta ocasión un antiguo pretor que declaró bajo juramento que había visto que la sombra de Augusto, después de la incineración, subía a los cielos” (Vida de los Doce Césares, Augusto, 100). Drusila, hermana de Calígula, pero tomada por éste como esposa, murió hacia el año 40. Entonces Calígula consagró a su memoria una estatua de oro en el Foro; mandó que la adorasen con el nombre de Pantea y le tributasen los mismos honores que a Venus. El senador Livio Geminio, que afirmó haber presenciado la subida de Drusila al cielo, recibió en premio un millón de sestercios. De Alejandro Magno escribe el Pseudo Calístenes: “Mientras decía estas y otras muchas cosas Alejandro, se extendió por el aire la tiniebla y apareció una gran estrella descendente del cielo hasta el mar, acompañada por un águila, y la estatua de Babilonia, que llaman de Zeus, se movió. La estrella ascendió de nuevo al cielo y la acompañó el águila. Y al ocultarse la estrella en el cielo, en ese momento se durmió Alejandro en un sueño eterno" (Libro III, 33). Con respecto a Apolonio de Tiana, cuenta Filóstrato que, según una tradición, fue encadenado en un templo por los guardianes. “Pero él, a medianoche se desató y, tras llamar a quienes lo habían atado, para que no quedara sin testigos su acción, echó a correr hacia las puertas del templo y éstas se abrieron y, al entrar él, las puertas volvieron a su sitio, como si las hubiesen cerrado, y que se oyó un griterío de muchachas que cantaban, y su canto era: Marcha de la tierra, marcha al cielo, marcha” (Vida de Apolonio de Tiana VIII, 30). Sobre la nube véase también Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma I,77,2: “Y después de decirle esto, [el dios] se envolvió en una nube y, elevándose de la tierra, fue transportado hacia arriba por el aire”. Jesús nos asegura su cercanía incondicional en toda circunstancia y coyuntura. Sin embargo, nos cuesta reconocerla. Las experiencias límites, la injusticia, el sufrimiento, la violencia, pueden velarnos su presencia. Por eso en tiempos como en los que vivimos, nuestra fe siempre está amenazada por dos desenfoques que terminan haciendo de ella una perversión que atenta contra lo más radical de la experiencia cristiana: Dios es amor y vida donada en gratuidad y abundancia.
El primer desenfoque es atribuir al misterio que llamamos Dios, la capacidad de intervenir directamente en la historia, tanto para causar el mal como para evitarlo. Muchas de las conversaciones que escuchamos estos días en torno a la crisis del covid 19 van en esta línea. Un ejemplo paradigmático pueden ser las oraciones o rituales virtuales convocados por las redes sociales para que Dios ponga fin a la pandemia. La imagen de Dios que hay detrás de este desenfoque nada tiene que ver con el Dios cristiano, que en Jesús se encarna como solidaridad amorosa hasta el extremo, asumiendo desde ahí las consecuencias de la dejación o de la responsabilidad humana. Este Dios que nunca se impone al ser humano, que se expone a su libertad, a su acogida o a su rechazo. El segundo desenfoque es de tipo moralizante y es una consecuencia del anterior: creer que el mal, en este caso la pandemia y la crisis económica que conlleva, son un castigo ejemplarizante a la humanidad por sobrepasar los límites naturales y expoliar la tierra y a las criaturas. Como si Dios fuera un pedagogo cruel y sádico y no el Dios todo-misericordia, el Abba (Dios-papaito) de Jesús. Por eso en medio de la incertidumbre y el sufrimiento que nos atraviesa, los tiempos que vivimos son una oportunidad para desnudar nuestra fe de desenfoques idolátricos. El Dios de Jesús no es un Dios mágico, soluciona-problemas, ni tampoco castigador ni sádico. No es un Dios que actúa saltándose las mediaciones humanas, sino un Dios compañero. Un Dios que se hace condición humana y desde lo hondo nos sostiene y nos ayuda a encarar preguntas para las que no tenemos respuestas. Un Dios que no nos arregla nada, pero que nos sostiene en todo y cuya experiencia amorosa de cuidado y sustento, en medio de la densidad de los acontecimientos, nos lleva a no querer ni poder apropiárnosla. Un Dios que se queda mudo, pero no ausente, ante los cadáveres de las calles en Quito o en el sufrimiento de los ancianos, sanitarios o cuidadoras muertas no solo por el covid 19, sino por la irresponsabilidad y los intereses económicos que han desmantelado los sistemas públicos de salud en nuestro país. Un Dios que en Jesús nos recuerda que su decir es hacer, que, en ocasiones como éstas, predicar es actuar y lo que toca es ponerse codo a codo, con otros y otras, para acompañar duelos, silencios, preguntas aun sin respuestas. Lo que toca no son discursos sino hacer posible la multiplicación de los panes y los peces en las colas del hambre en nuestros barrios, como tantas iniciativas vecinales, grupos de cuidados y comunidades cristianas están haciendo. Si estamos atentos, entre ellos y ellas podemos reconocer hoy el Espíritu del Viviente que nos urge a anunciarlo con la fuerza de las obras y el poder y la resiliencia de las iniciativas comunitarias. |
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Febrero 2023
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