1. La crítica situación actual y sus causas.
“He visto la opresión de mi pueblo” (Éxodo 3,7) 1. Vemos la realidad: los desahucios, el sueldo que no llega a fin de mes, la falta de trabajo, los jóvenes que han de salir al extranjero para poder trabajar, la necesidad creciente del Banco de Alimentos, las colas en Cáritas para poder subsistir, las personas buscando comida en los contenedores y durmiendo en los cajeros, otros que lo pasan muy mal y se avergüenzan de pedir. Se prefiere suprimir camas en los hospitales que escaños en el Senado. Pero se hacen grandes recortes que harán más difícil crear trabajo por falta de dinero circulante. 2. Ya son muchas las familias que no tienen ningún ingreso. La Consejería de Trabajo ya ha manifestado que, en breve plazo, más del 70% de los que tienen subsidio de paro se quedarán sin él. Paralelamente los beneficios de las grandes empresas han aumentado 20% y no se toman medidas serias contra el permanente fraude fiscal. Siempre pierden los más pobres. 3. El Estado Español ha vendido armamento por valor de 1.128 millones de euros, en gran parte destinado a países pobre en conflicto, en situaciones de tensión y en los que se vulneran los Derechos Humanos. 4. La ayuda a la cooperación se desploma. El recorte real a las ONG de Cataluña se cifra en un 55%, con lo que ha disminuido la convocatoria de programas de sensibilización y cooperación. Muchas ONG quizá desparecerán y los programas destinados a combatir el hambre se verán muy afectados. La crisis, la especulación sobre los cereales y la falta de ayudas harán crecer todavía más el hambre en el mundo. 5. Estamos sufriendo una dictadura de los mercados especulativos. Quien manda y dispone en el mundo no son ni los gobiernos ni las instituciones, elegidos democráticamente, sino la tiranía del sistema económico especulativo, con personas, grandes bancos y empresas concretas que monopolizan la economía mundial. 6. La ideología y la imposición del neoliberalismo económico, que fomenta la codicia y el beneficio de unas minorías, recorta y anula los derechos fundamentales de muchas personas y familias condenándolas al empobrecimiento. “El sistema con una mano roba y con la otra presta. Sus víctimas cuanto más pagan más deben; cuanto más reciben, menos tienen; cuanto más venden, menos cobran” (Eduardo Galeano). 7. Parece que todos somos cómplices de la cada vez más injusta situación actual porque no nos atrevemos a denunciar claramente cómo se ha llegado hasta aquí y quiénes son los responsables. 8. Ante esta realidad vemos entidades de Iglesia, como Cáritas y otras, con centenares de personas voluntarias, que apoyan a las víctimas de la crisis. Pero vemos también que buena parte de la jerarquía eclesiástica sigue con ceremonias ostentosas y anacrónicas, utilizando objetos ricos y valiosos propios de museos, que contrastan con la sencillez y autenticidad del mensaje de Jesús. Vemos que grandes sectores de la Iglesia se parecen cada vez menos a lo que había soñado el Concilio Vaticano II (estamos ya a 50 años de aquella primavera del papa Juan XXIII), y que no se aplican las enseñanzas de las encíclicas sociales de lo últimos papas. 2. Denuncia y valoración desde el Evangelio. “He oído el grito de los esclavizados” (Éxodo 6,5) 1. Con la excusa de la salida de la crisis se están violando impunemente derechos humanos básicos como son el derecho al trabajo y a la vivienda. Por este camino no se ve ninguna salida a la crisis sino que se pierden puestos de trabajo y se recortan derechos laborales y sociales, sindicales y salariales. El paro, la falta de subsidios, la pobreza creciente son un ataque a la dignidad de personas y familias. La persona humana es tratada cada vez más como una simple mercancía. 2. Los gobiernos, en lugar de actuar para poner freno a la especulación económica, ignoran o reprimen la justa indignación de los que exigen trabajo y vivienda para todos. 3. Son injustos e inmorales los recortes de las prestaciones sociales, sobre todo en sanidad y educación. Habría que pensar si no lo son también los políticos que las realizan. Se ha de exigir responsabilidades penales para los profesionales corruptos que tienen sueldos escandalosos o que se han adjudicado indemnizaciones millonarias o pensiones vitalicias al salir de entidades financieras. No vemos recortes proporcionados en los sueldos de los políticos, economistas, empresarios, deportistas de elite ni en el ámbito militar. 4. Los gobiernos miran hacia otro lado. Basta con repasar los programas electorales para comprobar que no se habla de erradicar la pobreza. En cambio aumentan los casos de corrupción y “la justicia, como las víboras, sólo pica a los que van descalzos” (Óscar Romero). 5. Todos los grupos solidarios y ONG, aunque no han de sustituir la obligación de actuar que tienen las instituciones públicas, tendrían que tomar conciencia de la gravedad de la situación y buscar caminos de respuesta. 6. Esta situación reclama compromisos rápidos y eficaces. Esperamos de todas las iglesias y confesiones religiosas respuestas contundentes a la nueva realidad. Todas incluyen en su mensaje una atención preferente a los pobres. Todas tendrían que poner en práctica la denuncia profética de la situación de injusticia en que viven muchos hermanos nuestros, como lo hicieron con todas las consecuencias Joan Alsina y Joaquim Vallmajó. 7. No oímos la voz crítica de la jerarquía eclesiástica, tan insistente en otros temas, ante la grave situación que vivimos. Los creyentes en Jesús de Nazaret hemos de reprensar nuestros planteamientos en coherencia con el mensaje del Evangelio: “Porque tuve hambre y me disteis de comer… Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes lo hicisteis conmigo. “(Mateo 25, 35ss) “Quien se ha dado cuenta de las injusticias causadas por la mala distribución de las riquezas, captará la protesta, silenciosa o violenta de los pobres. Y la protesta de los pobres es hoy la voz de Dios” (Helder Cámara). 3. Qué se va haciendo y qué hay que hacer. “Yo os sacaré de los trabajos forzados y os libraré de la esclavitud” (Éxodo 6,6) 1. Denunciamos claramente el sistema perverso y ladrón de los llamados mercados y de la economía especulativa, que los gobiernos mantienen como legal, cuando de hecho es totalmente injusta, tiránica, ciega e inmoral y se amparan en ella personas y entidades con nombre y apellidos. 2. Pedimos transparencia en todas las instituciones sociales, políticas, eclesiásticas y en todos los ámbitos de la vida pública y religiosa. 3. Reafirmamos que la economía y la política han de estar siempre al servicio de las personas y de la sociedad y no al revés como estamos viendo. Esto es una constante en el pensamiento social de la Iglesia. Las necesidades personales y sociales son el centro de todo. 4. Queremos remover la pasividad de los que más sufren la grave situación de crisis; ser una voz crítica y voz de los que no tienen voz. Motivar la militancia obrera y sindical, siempre con sentido crítico. 5. Damos apoyo y nos comprometemos a colaborar con los grupos que hacen red de mentalización y de acción: con los movimientos y grupos solidarios, las ONG, Cáritas, Akan, el Banco de Alimentos, las cooperativas, los grupos de indignados que ponen en cuestión este modelo de sociedad, etc. Acompañamos a las personas y grupos que luchan por los valores de justicia y transformación social que son valores que aprendemos de la palabra y acción de Jesús y de su Evangelio (JOC, HOAC, ACO, Curas Obreros etc.). 6. Nos comprometemos en nuestras comunidades a priorizar y oír la voz de los empobrecidos y buscar caminos de acción eficaz para darle respuesta. Repensamos el uso de nuestro dinero; no es nuestro, ha de compartirse. Nos preguntamos: ¿hasta dónde podemos ganar, hasta dónde podemos gastar, hasta dónde podemos guardar? Queremos poner en práctica la cultura de compartir los bienes. Ser solidario hoy significa vivir sobriamente para poder compartir lo que somos y tenemos con los más necesitados. Hemos de ejercitar la “compasión” (que significa “padecer con los que padecen”). No es justo que tengamos tanto y otros tan poco. Responder a la crisis actual nos hará más dignos, más libres y más felices. 7. Cuando hay tantas personas sin vivienda, ha de replantearse el uso de los bienes eclesiásticos, viviendas y locales de la Iglesia. Sería testimonial que parte del patrimonio de objetos ostentosos de culto se utilizase para paliar la situación de muchas familias. Pedimos más claridad en todos los ámbitos de la economía eclesiástica, desde el Vaticano a la diócesis, parroquias, patronatos, fundaciones etc. 8. Queremos pensar globalmente pero actuar localmente. Mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños hará cosas pequeñas que ayudarán a cambiar el mundo. No nos equivocaremos nunca cuando nos pongamos al lado de los que más sufren la crisis en forma de explotación, de paro, de discriminación y de anulación de los derechos humanos más esenciales. Marzo de 2012. El Fórum Joan Alsina es un grupo y un espacio de reflexión abiertos, en la línea de desarrollo del Concilio Vaticano II con visión de futuro, que busca la renovación de las comunidades y la participación plena de todos los cristianos en la Iglesia. Lo forman unos 80 curas de la Diócesis de Girona (1/3 del total), algunos sin ejercicio del ministerio. Toma su nombre de Joan Alsina cura de Girona asesinado en Chile (1973) a raíz del golpe de Estado de Pinochet.
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Popularmente, el cristianismo es visto como la “religión de la cruz”. Lo que era uno de los elementos de tortura más temidos, en el que fue ejecutado Jesús, se habría de convertir en el símbolo por excelencia de sus seguidores.
Asumirlo como símbolo implicaba un grave riesgo. Porque si bien es cierto que la cruz podría verse como signo de una vida fiel que no retrocede ni ante la peor de las muertes –incluso como signo de solidaridad con todos los eliminados por el poder injusto y cruel-, no lo es menos que podría dar pie a una lectura dolorista de la muerte de Jesús, enalteciendo el sufrimiento y contaminando la misma imagen de Dios. De acuerdo con esa lectura, Dios habría querido la cruz de Jesús como “precio” a pagar por el pecado de nuestros primeros padres. El propio Jesús se habría sometido voluntariamente a ello, y eso mismo lo habría convertido en nuestro “redentor”: redimidos o rescatados por su sangre. En la simplicidad de ese esquema encontramos algunos elementos anudados de una manera peligrosa: pecado – culpa – castigo – el dolor como expiación – una “justicia divina” que exige expiación… Se trata, sin duda, de conexiones que se hallan grabadas en el inconsciente humano, individual y colectivo. El niño ha conocido, en mayor o menor grado, esa dinámica: culpa – castigo – expiación… Es comprensible que el mismo esquema se proyectara, de un modo automático, a las relaciones con Dios. Al hacerlo, la imagen de Dios quedó falseada hasta el extremo blasfemo de presentarlo como un ser rencoroso, cuya “justicia” únicamente podría quedar reparada por el sacrificio cruento de una víctima infinita: su propio Hijo. La vida, la práctica y el propio mensaje de Jesús quedaron también oscurecidos por aquel esquema. De hecho, su modo de vivir importaba poco, comparado con el sacrificio de la cruz, que era realmente la misión de su vida: padecer y morir para salvarnos. El propio creyente llegaría a verse abrumado por la culpabilidad de la muerte de Jesús, que se decía debida a sus pecados, y abocado a una reparación en la que el dolor ocupaba el lugar más destacado. Es decir, si Dios mismo había elegido la cruz y si Jesús la había vivido como el medio idóneo para salvarnos, parecía evidente que el dolor tenía, por sí mismo, un valor indiscutible. La cruz significaba, en la práctica, laentronización del dolorismo. A nadie se le escapa que el dolor toca fibras muy sensibles en el corazón humano, porque pone de relieve, a la vez, la propia vulnerabilidad, el miedo a sufrir y la cercanía sensible a quien padece. Estos factores, sumados a la ya nombrada “necesidad de reparación”, que suele habitar en el inconsciente humano, pueden explicar lo que la cruz ha llegado a significar en la conciencia de muchos creyentes durante siglos. Todo ello parece estar detrás de las devociones que han surgido en torno a la cruz; la forma como se ha celebrado la Semana Santa; la relevancia de la cruz frente a la fe en la resurrección; la práctica de autoflagelaciones y otras “exaltaciones” dolorosas… Frente a todos esas lecturas de la cruz, que no son evangélicas, sino que nacieron con posterioridad –fruto, a la vez, de proyecciones mentales y de determinadas circunstancias históricas y culturales-, me parece importante “rescatar” el núcleo del mensaje del evangelio en este punto, así como plantear adecuadamente el tema del dolor y del sufrimiento. Por lo que se refiere al hecho de la cruz, parece claro que ni Dios ni Jesús la quisieron. Sólo la quiso el poder arbitrario –religioso y político-, que buscaba eliminar al maestro de Nazaret. El poder tiende a acabar con aquellas personas que lo cuestionan: así fue en el pasado y así sigue siendo ahora (aunque los métodos se hayan modificado). La cruz de Jesús, por tanto, se explica desde la arbitrariedad del poder. Ni Dios ama el dolor de sus hijos, ni Jesús era masoquista. Quizás pudo haberla evitado, huyendo o modificando su mensaje. En este momento de su vida, no hizo ni lo uno ni lo otro. En este sentido, puede decirse que Jesús asumió la cruz como consecuencia de su fidelidad. Y éste parece ser el sentido cristiano de la cruz. No es cualquier dolor, sino aquél que es consecuencia de una opción de fidelidad o de amor. Lo que el evangelio privilegia, por tanto, no es el dolor por el dolor, sino el amor y la fidelidad. El dolor, en cuanto tal, no tiene ningún valor: por sí mismo, ni salva ni redime. Lo único que salva y que construye es el amor…, que, tal como es nuestra condición, suele ir acompañado de dolor. De hecho, para quien se compromete en el amor sincero, el dolor aparecerá solo. A este dolor es al que puede llamarse “cruz”, cuando se vive apoyado en el mismo amor del que es consecuencia no buscada. En toda la naturaleza, el dolor es una realidad inevitable y nuestra mente es incapaz de comprenderlo. Provocado o despertado por infinidad de factores, es la otra cara del placer. Hagamos lo que hagamos, el dolor aparecerá. Frente a este dolor inevitable, la actitud sana no puede ser otra que laaceptación. Una aceptación que no es claudicación ni indiferencia, sino el reconocimiento lúcido de lo que en este momento se da. Tras esa aceptación inicial, podrá surgir alguna acción encaminada a resolverlo, en la medida de lo posible. Pero si el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. Y aparece cuando resistimos el dolor o cuando construimos “historias mentales” sobre él. El dolor, sea físico o emocional, es la realidad bruta, tal como se da; el sufrimiento, por el contrario, es consecuencia de nuestraactitud errónea ante el dolor. Mientras que el primero duele, pero no hace daño, este segundo enrarece y envenena nuestra vida. Para hablar de esta diferencia, puede emplearse esta sencilla fórmula: S = D + R; (sufrimiento es igual a dolor más resistencia); o bien, S = D + Hªm (sufrimiento es igual a dolor más alguna “historia mental). Es sabido que todo lo que se resiste, persiste. Y que la propia resistencia, al costreñir el dolor, incrementa el sufrimiento. La aceptación, por el contrario, crea un “espacio” en torno a él y, paradójicamente, logra que se alivie. Pero es sobre todo cualquier historia mental que construimos sobre el dolor la que lo complica en extremo, impidiendo incluso su resolución. Las historias mentales pueden tomar la forma de cavilación, rumiación, dramatización, culpabilización, justificación, hundimiento… Sea de la forma que sea, todo ello provoca e intensifica el sufrimiento, introduciendo a la persona en un laberinto del que no saldrá mientras no se rinda ante la realidad. Se trata, por tanto, de afrontar el dolor y de evitar el sufrimiento. Al hacer así, podemos vivir aquél como oportunidad de crecimiento. En ese sentido puede decirse que la cruz es fuente de vida: cuando la vivimos desde el amor y desde la aceptación. Como la vivió Jesús. En la cruz, según las palabras que los evangelistas ponen en sus labios, Jesús experimentó, a la vez, abandono (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”; a no ser que haya que entenderlo como la recitación del salmo 22, que en su conjunto es un salmo confiado) yconfianza (“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”). Son sensaciones profundamente humanas, que también nosotros podemos vivir en circunstancias difíciles o dolorosas: por un lado, soledad, angustia, sinsentido; por otro, confianza en la Realidad mayor, que trasciende la inmediatez de lo que nos ocurre. Para el creyente en Jesús, la cruz es fuente de confianza: porque remite a la Vida que no muere (resurrección) y porque aprende del propio Jesús esa actitud confiada, que sabe abandonarse en el Misterio, incluso cuando no entiende nada. Desde esta perspectiva, ver a Jesús en la cruz es una invitación a depositar el dolor en el Misterio, con la conciencia clara de que ese mismo Misterio constituye nuestra más profunda identidad, sin ningún tipo de distancia ni separación. Al abrirnos así, el dolor puede vivirse como “puerta de entrada” a nuestra verdadera identidad, que está a salvo de él y no puede ser afectada. Percibimos el dolor en nuestro cuerpo o en nuestro psiquismo, y nos abrimos a conectar con quienes realmente somos, la Presencia consciente y amorosa “en quien somos, nos movemos y existimos”. Esa Presencia que es –y que somos- nos libera de la identificación con el dolor, a la vez que nos “baña” de Luz, de Amor y de Plenitud. Solo necesitamos permanecer conectados a Ella, habiendo tomado distancia de la falsa identidad del ego, dándonos tiempo para dejarnos impregnar… hasta reconocernos en Ella. A esa Presencia las religiones la han llamado “Dios”. Y, con frecuencia, se han dirigido a él como si de un ser separado se tratara. Reconociendo la legitimidad de una oración relacional, dirigida a Dios como a un “Tú”, el Espíritu parece conducirnos a reconocernos en Él en todo, sin ninguna separación, y percibirnos “conectados” a Él en todo momento. Esa es la fuente de la paz…, tal como pone de manifiesto la hermosa reflexión de Pierre Teilhard de Chardin: ADORA Y CONFÍA “No te inquietes por las dificultades de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por su porvenir más o menos sombrío. Quiere lo que Dios quiere. Ofrécele, en medio de inquietudes y dificultades, el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo, acepta los designios de su providencia. Poco importa que te consideres un frustrado si Dios te considera plenamente realizado; a su gusto. Piérdete confiado ciegamente en ese Dios que te quiere para sí. Y que llegará hasta ti, aunque jamás lo veas. Piensa que estás en sus manos, tanto más fuertemente agarrado, cuanto más decaído y triste te encuentres. Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz. Que nada te altere. Que nada sea capaz de quitarte tu paz. Ni la fatiga psíquica, ni tus fallos morales. Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro, una dulce sonrisa, reflejo de la que Dios continuamente te dirige. Y en el fondo de tu ser coloca, antes que nada, como fuente de energía y criterio de verdad, todo aquello que te llene de la paz de Dios. Recuerda: cuanto te reprima e inquiete es falso. Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida y de las promesas de Dios. Por eso, cuando te sientas apesadumbrado, triste, adora y confía…” Leemos hoy el relato de la Pasión según Marcos. Debemos recordar que los relatos de la Pasión son los que, probablemente, se pusieron por escrito antes que ninguno: constituían lo fundamental de la catequesis sobre Jesús, y planteaban el primer problema para los que iban a creer en él: creer en un crucificado, creer que, a pesar de su muerte deshonrosa, rechazado por los jefes de Israel, “Dios estaba con Él”.
Por otra parte, debemos recordar también que son los relatos más “históricos” de los evangelios. En muchos otros momentos, el significado es más importante que lo sucedido. Aquí, el mensaje es el suceso. Es la pasión y la muerte de Jesús, sucedidas históricamente, lo que constituye para nosotros una Palabra de Dios. El Domingo de ramos puede celebrarse simplemente como el día del triunfo, aunque fuera efímero, de Jesús. Es como si todo Israel, por un sorprendente efecto del Espíritu, se lanzara a la calle para aclamarle como Mesías-Rey. Esta interpretación es fuertemente deficiente. En primer lugar, el suceso fue mucho menos espectacular que lo que se ha querido interpretar. Un grupo de galileos peregrinos por Pascua en Jerusalén aclaman a Jesús y lo proclaman Mesías. Jerusalén entera se sorprende, preguntan quién es ése, les responden que es Jesús, el profeta de Nazaret… Y el triunfo es modesto, incluso en sus símbolos, el pollino, los niños aclamando. En segundo lugar, el triunfo es muy simbólico: Jesús no entra como un monarca poderoso, ni va al templo a recibir honores. Jesús no protagoniza al Mesías Davídico, sino que se asemeja más bien al siervo de Isaías; su aspecto sufriente no aparece el Domingo más que en la oposición de los sacerdotes y de sus enemigos fariseos, pero se mostrará definitivamente el Viernes Santo. Los signos son mesiánicos, pero no davídicos. Todo esto nos lleva a considerar el mesianismo de Jesús, y el nuestro. Jesús va a triunfar, pero en la cruz. No va a triunfar destruyendo a sus enemigos, imponiéndose a los sacerdotes ni logrando la independencia de Israel. Va a triunfar llegando hasta el final: dar su vida. El triunfo de Jesús no es como el triunfo de Alejandro Magno ni siquiera como los triunfos del Rey David. El triunfo de Jesús va a ser la fe de los discípulos, que lo reconocerán como El Señor, por su muerte y su resurrección. No es el triunfo del rey; es el triunfo del grano de trigo, que triunfa al morir, porque será fecundo. Así, el Domingo de Ramos introduce los parámetros correctos para acercarnos a la Semana Santa comprendiendo y celebrando el mensaje central de nuestra fe, sin dejarnos llevar por tendencias que serían muy de nuestro gusto, pero que son corregidas por el mismo Jesús. Nos gustaría un triunfo espectacular y multitudinario, pero Jesús no va a triunfar de esta manera; es más, va a ser rechazado, humillado y aparentemente vencido por sus enemigos. Nos gustaría una resurrección igualmente espectacular; más bien nos gustaría que, cuando sus enemigos le increpan: “baja de la cruz y creeremos en ti”, Jesús bajara de la cruz, milagrosamente, y todos cayeran a sus pies, adorándole. Nuestra lógica pediría que el Mesías fuese recibido en triunfo por su pueblo, y que Jesús entronizara la Nueva Alianza sobre el pedestal de la Antigua. En resumen, también a nosotros nos gusta más el Mesías al modo Davídico, un soberano espiritual y material, un rey-pontífice entronizado de parte de Dios para poner orden en las naciones. De hecho, ésta ha sido y es la tentación de la Iglesia. A lo largo de la historia, la iglesia ha pretendido ser el reino de Dios en la tierra de manera jurídica y exterior. Y no solamente respecto a los otros poderes del mundo, reyes y emperadores sometidos al Representante de Cristo, sino en su afán de gobernar las conciencias, en la auto-atribución de poderes presuntamente otorgados por Dios mismo a sus dirigentes. Los dignatarios eclesiásticos han tenido la consideración y el aspecto de príncipes, y hasta la celebración de la Eucaristía se ha revestido de atributos triunfales, como una celebración del reconocimiento universal del poder de la divinidad (y de sus representantes), acatado por todos (incluso por personas en cuyo espíritu no haya nada del Espíritu de Jesús). El Domingo de Ramos nos cura de todas esas fantasías imperiales. Jesús triunfa porque el Espíritu le lleva hasta dar la vida. Jesús no es el Rey David que viene a construir su reino acabando con sus enemigos, sino el grano de trigo que es enterrado y muere. Los enemigos de Jesús no son algunas personas, sino los pecados, que están en todas las personas, incluidos sus mismos seguidores. El poder de Jesús no es la imposición desde fuera, desde arriba, sino la conversión desde dentro, desde abajo. Este es el simbolismo de la purificación del Templo. En realidad, Jesús está destruyendo simbólicamente el Templo. Uno de los pasos más significativos que dieron los primeros seguidores de Jesús fue sustituir el Templo por la casa, los sacrificios por la fracción del pan. En las primeras comunidades desaparecieron los sacerdotes y los pontífices, los ritos suntuosos y los tributos para el culto. Fueron sustituidos por la comunidad fraternal que vivía de la Palabra y ponía todo en común. No pretendieron imponerse sino convertir, se desentendieron del poder religioso y político y empezaron a cambiar la sociedad cambiando las conciencias por le fe en Jesús. Y estuvieron dispuestos a sufrir por todo ello y gozosos de poder hacerlo. Más tarde, todo fue alterado. Pertenecer a la Iglesia se convirtió en una ventaja social, la pequeña semilla se convirtió, no en un modesto arbusto de mostaza, sino en un baobab gigantesco y aparatoso, dogmático y jurídico, anatematizador y perseguidor de cuantos se le oponían. La eucaristía doméstica cedió paso al culto en los recuperados templos, volvieron a mandar los sacerdotes sobre el pueblo obediente y silencioso, y el poder de Dios manifestado en sus Pontífices dictó sus normas a la sociedad entera. En resumidas cuentas, volvió a triunfar el templo sobre la casa, el sacrificio sobre la fracción fraternal del pan, el espectáculo sobre la conversión. La celebración del Domingo de Ramos puede acentuar cualquiera de estas dos tendencias, tan frontalmente opuestas. Nuestra procesión de ramos y nuestra eucaristía pueden ser un triunfo del mesías-rey o un anuncio del triunfo de Jesús en la cruz. Se nos enfrenta por tanto a una elección: el triunfo de Cristo como a nosotros nos gustaría, o la aceptación y celebración del triunfo real de Jesús, que no es otro que la muerte y la resurrección. Si la fe supone creer en Alguien y no en algo, como una experiencia más allá de una mera creencia intelectual de que Dios existe, aquella no puede quedarse en una simple adhesión intelectual; la fe implica una respuesta personal como corresponde a cualquier encuentro amoroso, sobre todo cuando quien toma la iniciativa siempre es el Otro.
Hace muchos años, seguro que más de veinticinco, el arzobispo de París, François Marty, que años más tarde llegaría a cardenal, se atrevió a decir que “Dios no es conservador”. Y añadió de corrido: “Dios está por la justicia. Por eso los creyentes no podemos, no debemos consentir esas situaciones actuales que provocan violencia a los débiles, destruyendo la salud, aplastando la dignidad y la libertad de millones de hombres y mujeres. Por no haber sido realizadas a tiempo ciertas reformas, se imponen ahora bruscamente y se hacen absolutamente necesarias”. Todos los cristianos, sacerdotes, purpurados y laicos deberíamos aunar esfuerzos para hacer nuestra, de cada uno, la adecuación de la Iglesia alos nuevos tiempos y a la búsqueda de la paz, que en Marty era la prioridad de cualquier católico de un espíritu ecuménico, con todos y abierto a todos. Desde una fe adulta, los cristianos tenemos que ser los principales instigadores de la gran revolución a favor del ser humano, entendiendo el término revolución en su sentido transformador de la realidad fundamentada en la solidaridad del amor fraterno. Nada que ver todo esto ni el pensamiento de Marty con la respuesta extemporánea del cardenal Rouco Varela contra los sindicatos católicos HOAC y JOC, dos movimientos apostólicos de acción católica que se presentan a sí mismos “como parte de la Iglesia en el mundo obrero y del trabajo”. Por si fuera poco, también el cardenal ha dejado en evidencia al sacerdote delegado de Pastoral del Trabajo. Lo único que le pedían estos católicos a la jerarquía es que no estuviera tan escorada hacia el capital en esta crisis tan descarnada para el mundo del trabajo. Nuestra asignatura pendiente como cristianos es la desconfiguración de una Iglesia cada vez más extraña a las personas y complaciente con el poder. No es de extrañar que las personas de nuestro tiempo no acierten a ver a Cristo a través de la Iglesia, posiblemente porque sus representantes no parecen testigos del evangelio. Necesitamos identificarnos institucionalmente con la autenticidad y la solidaridad para que no se acumulen razones con los poderes de este mundo. Nos ven cobardes y faltos de arrojo a la manera evangélica, prisioneros de nuestras contradicciones y falsas seguridades. Diríase que desde la Reforma estamos a la defensiva con el lapsus del Concilio Vaticano II. La fe debe refrendarse en obras no solo en ritos. La fe adulta compromete desde el momento que debe propiciar una actitud que alumbre a este mundo secularizado, sin excluir el justo valor que tiene todo lo humano. Los cristianos aceptamos la autonomía de las leyes naturales con todas las consecuencias, sin miedos ni anatemas, y con la comunidad científica de la mano. Porque los avances de la ciencia también son cosa de Dios. Lo que en realidad tiene nuestra jerarquía es un problema de credibilidad e inseguridad que desfigura la esencia del mensaje cristiano. No podemos seguir interrogándonos por qué la fe cristiana en el Primer Mundo está en entredicho. Lo sabemos de sobra todos, empezando por bastantes de nuestros desprestigiados pastores. Se nos ve con desánimo y nos sabemos sin fuerzas; somos cuestionados en la humildad rodeados de mucho más poder humano del que Jesús de Nazaret recomendó a sus seguidores. Los cambios son muy rápidos y el camino es difícil, como en todo tiempo. Pero la fe solo está en entredicho cuando el amor fraterno no es la senda que nos caracteriza. Fe y amor van de la mano, por lo que nuestra institucionalizada Iglesia debería ponerse, cuanto antes, manos a la obra, y caminar al frente dando ejemplo. “Lo” del cardenal Rouco solo es la prueba de cuán lejos estamos de la senda de Cristo, en medio de tantos que le buscan y no le reconocen entre nosotros. Es el último discurso público de Jesús, en el Templo, en vísperas inmediatas de su arresto, su condena y su muerte en cruz. Jesús siente venir todo esto y su espíritu se turba; es como un anuncio de la terrible turbación, el terror y la angustia de Getsemaní. Pero en este texto, se pone en labios de Jesús el espíritu con que afronta su Pasión y Muerte.
La Pasión y la Muerte van a ser SU HORA, su momento, su cumbre. La apariencia exterior entenderá esos sucesos como “la hora de las tinieblas”, el momento en que las tinieblas vencen a la luz. Pero es sólo una apariencia. Jesús va a perder su vida, y eso precisamente dará sentido y valor a su vida entera. De la muerte de Jesús nacerá nuestra posibilidad de creer en él, y por tanto nuestra posibilidad de conocer a Dios y reconocernos como Hijos. De ese grano enterrado surgirá la credibilidad de la Buena Noticia. Una vez más, Cristo crucificado, necedad para los sabios, escándalo para los judíos. En una primera mirada, el crucificado debe producirnos horror. Si Dios puede permitir esas cosas, nos apartamos de ese Dios. Si no se libra de este horror ni siquiera Jesús, el mejor, el predilecto, ¿qué está haciendo Dios y cómo seguimos hablando de amor? En esta línea, el crucificado es escándalo, y la abundancia de crucifijos-adorno que multiplicamos en nuestras casas y en nuestras joyas es signo de superficialidad, casi de blasfemia. Significa que no nos afecta nada el horror de la cruz. En una segunda mirada, el crucificado es misterio, que no podemos entender, pero a pesar de lo cual seguimos creyendo en Dios Padre. No podemos entender que Jesús, el mejor de los hombres, el más inocente y el más limpio, tenga que acabar así ante la inoperancia del que se llama Padre y le llama "mi predilecto". A pesar de lo cual, seguimos creyendo, porque tenemos suficientes evidencias para aceptar a Jesús y su mensaje sobre el Padre. Creemos a pesar de la cruz de Jesús. Como creemos en Dios Padre a pesar de la cruz de tantos humanos crucificados por el mundo. En esta línea, los crucifijos se ocultan, los miramos con estremecimiento, nos atrevemos a mirarlos de vez en cuando con cierto recelo, porque desafían nuestra fe. Una tercera mirada entiende la dimensión última del amor en un mundo lleno de mal. Jesús, el hombre lleno del espíritu, hace de su vida entera una pelea contra el mal y la oscuridad. Por eso cura y enseña. Y por eso el mal se le opone y buscará matarle. En Jesús vemos a Dios luchando contra el mal, la enfermedad, la ignorancia, el pecado. Y esta lucha le va a llevar hasta el final, hasta dar la vida. Y vemos en Jesús a Dios llegando hasta el final, porque obras son amores. Y las obras de Jesús muestran su corazón, capaz de todo por luchar contra nuestro mal. Y entendemos en la cruz la cumbre de su lucha y de su entrega. Así, creemos en Jesús precisamente porque no baja de la cruz. Y por Jesús crucificado creemos más en el amor de Dios. Y los crucifijos se convierten en nuestro desafío a la lógica del mal. Jesús crucificado nos desafía a aparcar definitivamente nuestra lógica y aceptar la Palabra. Ni siquiera para él es todo esto evidente y lógico. Tiene que mantener su fe contra toda evidencia. Y su alma se turba ante lo que le espera. “Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre.” Su alma volverá turbarse en Getsemaní y en la cruz. Como se turba nuestra alma ante el mal del mundo, porque siempre tenemos la "evidencia" del triunfo del mal, del poder de las tinieblas. Por esta razón, la cruz no puede separarse de la resurrección. La cruz muestra el final de la lógica, es locura y escándalo: el mal es más fuerte que Dios, no hay esperanza. Jesús resucitado es la lógica de Dios: la fuerza del Espíritu es mayor que el mal, aunque puede parecer sometida y vencida. Por eso, la cruz es una evidencia de los sentidos, como el mal. Pero la resurrección, la fuerza del Espíritu, es objeto de fe. Vemos al crucificado y creemos en Él, aunque no veamos más que un crucificado. De la misma manera, vemos el mal en nuestra vida, en la enfermedad, en el odio, en el hambre, en la envidia, en tantas cosas. Y seguimos creyendo en el ser humano hijo de Dios, capaz del Espíritu. A veces incluso "vemos" el espíritu, cuando vemos seres humanos viviendo más allá de la envidia y el consumo y la emulación salvaje y la comodidad y la explotación... vemos esa falta de lógica, los vemos vivir de manera que mucho pensarán que están locos, y reconocemos al espíritu. Pero hace falta que nuestros ojos estén previamente abiertos: los ojos de tierra no ven ahí más que locura, necedad. Por eso todos los que son honrados, veraces, austeros, cooperadores, los que perdonan, los que no piensan mal, los que trabajan por la justicia, los que no viven para disfrutar, los que trabajan por la paz... están locos. Y son crucificados; desde luego por los ricos, los poderosos, los que saben vivir, los que triunfan; pero también por los sacerdotes, por los doctores, por la gente religiosa. Pero ellos son los que viven como resucitados, como vivía Jesús aun antes de morir, llenos del Espíritu, del mismo Espíritu de Jesús. Así, la vieja teología que "entiende" la cruz como sacrificio ofrecido por Cristo a Dios (a Dios Amo y Juez) "para que perdone" los pecados, pagando con su sangre el precio de nuestras ofensas, se queda ridícula y coja, ante todo porque es comprensible y sobre todo porque separa la cruz de la resurrección. Y paga un terrible precio: Dios es solamente justo y cobra precio (¡y qué precio!) por perdonar. Pero no es así, todo es mucho mejor: Dios es el Creador, el que sigue creando, el que sigue dando vida. Pecado es muerte, apartarse de la luz, un juicio equivocado, dejarse poseer por la oscuridad, ceder a la apariencia pasajera. Jesús es luz de Dios, espíritu en el mundo. Su vida, como toda vida humana, es lucha entre la luz y las tinieblas. Las tinieblas parecen poderosas, pero la fuerza del Espíritu es mayor. Jesús es grano sembrado, no monumento aparatoso. Jesús es vida vegetal contra la que no pueden invierno ni sequía, no lógica aparente creada por pequeños cerebros presuntuosos. Jesús sufre y muere, como todo hombre, pero no desaparece, como no desaparece ningún humano ni ningún bien, porque Dios no muere. Y la muerte no es más que el final del engaño, el final del poder de las tinieblas, el final de la apariencia. Sólo muere lo que no es verdad. Sólo mueren las obras de las tinieblas. El Espíritu no muere. Ni las obras de la luz. Ni Jesús, porque está lleno del espíritu. Ni nosotros, si lo estamos. Una crisis alimentaria se cierne sobre 16 millones de personas en el Sahel
Antes de que la viera un médico, a Zara Suleiman, de dos años, le sacaron los dientes y le extirparon las amígdalas porque vomitaba, tenía fiebre, diarrea y tos. Tampoco funcionó que al pequeño Koubra, de tres meses, le quemaran con un hierro candente y una punta de algodón en el pecho cuando empezó a tener problemas para respirar. Muchos otros padres en las zonas remotas de Chad acuden a los remedios tradicionales para sanar algo que no siempre son capaces de identificar. La malnutrición no es una enfermedad tan evidente, ni siquiera en este lugar. Como 16 millones de personas a lo largo de siete países de la franja del Sahel, los habitantes de Mao están en riesgo de padecer los efectos de una crisis alimentaria, según la FAO. Están al borde del hambre, en el paso anterior a la emergencia. Zara llama la atención entre el resto de los niños que están en el centro nutricional de Unicef de Mao. Está sentada en una alfombra en el patio y tiene las manos vendadas para evitar que se arranque la aparatosa sonda que conecta su nariz con el estómago. Por ahora, es el único recurso para alimentarla. No reacciona a los gestos, ni levanta la mirada al oír su nombre. Padece malnutrición severa aguda. Eso significa que, de no haber recibido tratamiento, es probable que hubiera muerto en poco tiempo. Unicef calcula que unos 127.000 niños en Chad se enfrentarán a la misma situación si no se hace nada, y más de un millón en todo el Sahel. Lo primero que se ve al llegar a Mao es una enorme esfera plateada que se eleva sobre las casas de adobe. El tráfico de las calles de arena, donde se hunden los pies hasta el tobillo, consiste en burros transportando ladrillos y bultos, algún camión rebosante de hombres con turbante y camellos. Hay 44 grados. Por las tardes, el polvo que se respira durante todo el día empieza a ascender y crea una cortina brumosa que envuelve y emborrona la capital de la región de Kanem, en el centro-oeste de Chad, en el cinturón del Sahel que atraviesa el país. La población sufre el efecto del cambio climático y los altos precios de la comida Esa bola metálica gigante con aspecto de OVNI permanente es un depósito de agua, el único que hay en la ciudad de 18.000 habitantes. Lleva dos meses en los que apenas bombea por una avería eléctrica, así que solo quedan los pozos. Para los agricultores de esta zona, empieza a ser más sencillo predecir que se va a repetir una crisis —la última fue en 2010— que la lluvia. “En la época de mi abuelo no había estos problemas”, compara un agricultor de 50 años. El cambio climático ha descabalado la época de siembra y de recogida. Y entre esas dos estaciones se lo juegan todo. En Chad, este año hay un déficit de cereal del 30%, según la FAO, y esa es la base de la alimentación. Casi se han agotado las reservas que tenían. Un mercado medieval debía ser muy parecido al de Mao, donde las moscas y los burros de carga trasiegan en las callejuelas abarrotadas de gente y de puestos de tomates secos, zanahorias, cereales y alguno de jabón y cosméticos chinos. Se ve poca carne y nada de pescado. Aquí está Musa André, de 40 años. Es conductor y va consiguiendo contratos para llevar y traer mercancía en su furgoneta. Pertenece a algo similar a la clase acomodada de la ciudad y sin embargo tiene que dedicar el 75% de sus ingresos, unos 75 euros al mes, solo a comer. “Antes podía comprar lo básico en sacos para guardarlo. Pero el arroz casi ha doblado su precio, así que compro lo que necesito cada día, poco a poco”, explica. “Por culpa de la sequía todo viene de fuera y es más caro. El kilo de mijo vale tres veces más”. De su salario viven sus ocho hijos, sus cuatro hermanos pequeños, sus dos esposas y él. 15 personas. Con todo, André quiere tener más hijos. “¡Dios es grande!”, exclama sonriendo. Sin salida al mar y rodeado de vecinos conflictivos —Níger, Libia, Sudán, República Centroafricana—, Chad tiene ahora cierta estabilidad política, tras una sucesión de guerras, invasiones y dictaduras. Idriss Déby, cuyo retrato saluda al recién llegado al destartalado aeropuerto de Yamena y se repite en los edificios de la capital, es el presidente de uno de los países más corruptos del mundo. Llegó al poder en 1990 tras derrocar a su antecesor y ahí sigue, aunque celebra elecciones desde 1996 y las gana por holgadas mayorías. Pese a que el país produce petróleo, las estadísticas describen los parámetros estructurales del desastre: La esperanza de vida es de 49 años. El 62% de sus 11,5 millones de habitantes son extremadamente pobres. La tasa de alfabetización es del 34%. En Chad, el retorno de miles de personas de Libia agrava la situación Aún en estas condiciones, para muchos, Chad es todavía el lugar al que volver para los cerca de 90.000 chadianos que habían emigrado a Libia para trabajar y que la guerra ha obligado a retornar. Ahora regresan a un país azotado por la escasez, y se ha agravado la necesidad de los que recibían sus remesas. Zeneba Usman, de 25 años, ha acudido con el pequeño Gukoni, de 13 meses, a recibir de Unicef el alimento terapéutico que su hijo necesita. Tiene otros dos niños y está embarazada. Cuando se casó, se fue a vivir a Zouara, en Libia. Allí ha pasado los últimos diez años. “Cuando empezó la guerra, decidimos quedarnos. Había tiroteos por las noches. Pero un día vino mi vecina a casa y me dijo que si no nos íbamos al día siguiente, toda la familia estaría en riesgo”. Muchos emigrantes subsaharianos vieron cómo, durante la revolución, se convertían en sospechosos de ser mercenarios y de apoyar al régimen de Gadafi. Hace seis meses que regresaron. Su marido, que en Libia era jardinero, lleva sin trabajar desde entonces. De vuelta al centro de nutrición, Zara, de dos años, ha mejorado mucho. Solo ha pasado un día y es capaz de comer por sí misma. Lo hace como si aullara, pero ahora Zara ya es capaz de llorar. Estamos en el capítulo 12 del evangelio de Juan. Después de la unción en Betania y de la entrada triunfal en Jerusalén, y como respuesta a los griegos que querían verle, Jesús hace un pequeño discurso que no responde ni a los griegos ni a Felpe y Andrés.
Versa, como el domingo pasado sobre la Vida, pero desde otro punto de vista. Aquí la Vida solo puede ser alcanzada después de haber aceptado la muerte. También hoy hace referencia a ser levantado en alto, pero aquí para atraer a todos hacia él. Los “griegos” que quieren ver a Jesús podían ser simplemente extranjeros simpatizantes del judaísmo. El mensaje de Juan en este relato en muy claro: Los “judíos” rechazan a Jesús, y los paganos le buscan. EXPLICACIÓN Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre.Todo el evangelio de Juan es como una gran lente que concentrara todos sus rayos en la “hora”. Por tres veces se ha repetido en el texto la palabra “hora”; y otras tres veces aparece el adverbio “ahora”. No se trata de un tiempo cronológico, sino de un cairos, momento decisivo, manifestado en la muerte de cruz. Llegada la “hora”, se manifiesta la gloria-amor de Dios y de “este Hombre”. Reflejar lo que es Dios en su entrega total, será la mayor honra del hijo. Todos estamos llamados a esa plenitud humana que se manifiesta en el amor-entrega. Ahora es posible la apertura a todos. El valor fundamental del hombre no depende ni de religión ni de raza ni de cultura. Los que buscaban su salvación en el templo, tiene que descubrirla ahora en “el Hombre”. Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto. Declaración rotunda y central en el mensaje de Jesús. Dar Vida es la misión de Jesús. La Vida solo se comunica aceptando la muerte. La Vida es fruto del amor, pero el egoísmo es la cáscara que impide germinar esa vida, aunque esté dentro de mí. Amar es romper la cáscara y darse deshaciéndose. La muerte del falso yo es la condición, para que la verdadera Vida se libere. La verdadera potencialidad está latente hasta que es capaz de la entrega-amor total. La incorporación de todos a la Vida, será la tarea que se impone Jesús y será posible gracias a su entrega total hasta la muerte. El fruto no va a depender de la comunicación de un mensaje. Dependerá de la manifestación de un amor total. El amor es el verdadero mensaje. “Si no muere, permanece él sólo” El fruto-amor solo puede darse en la nueva comunidad. Esta idea es original de Juan; no se encuentra en los demás evangelistas. Hoy sabemos que el grano de trigo no muere más que en apariencia. Solo desaparece lo accidental para ser alimento de lo esencial. En la semilla hay vida, pero está latente, esperando la oportunidad de desplegarse. Esto es muy importante a la hora de interpretar el evangelio de hoy. La vida no se pierde cuando se convierte en alimento de la verdadera Vida. La vida biológica cobra pleno sentido cuando se pone al servicio de la Vida espiritual. La vida humana llega a su plenitud cuando trasciende lo puramente natural. Lo biológico no queda anulado por lo espiritual, sino potenciado y "plenificado". Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden este, es conservarse para una Vida definitiva. La plenitud del ser humano está en el amor. Pero si el amor no es total, no podremos alcanzar la meta. El amor tiene que superar el apego a la vida biológica. En contra de lo que parece, entregar la vida no es desperdiciarla, sino llevarla a plenitud. No se trata de entregarla de una vez muriendo, sino de entregarla poco a poco en cada instante, sin miedo a que se termine. El mensaje de Jesús no conlleva un desprecio a la vida, sino todo lo contrario, solo cuando nos atrevemos a vivir a tope, dando pleno sentido a la vida, alcanzaremos la plenitud a la que estamos llamados. La muerte al falso yo, no es el final de la vida biológica, sino su plenitud. Consciente de esto y perdido el temor a la muerte, nadie ni nada te puede esclavizar. El evangelista tiene muy claro cuál es el sentido de la muerte de Jesús, que no coincide en absoluto, con el sentido que se le ha dado después. El que quiera colaborar conmigo, que me siga, y así, allí donde yo estoy, estará también mi colaborador. “Diakonos” significa servir, pero por amor, no servir como esclavo. Traducir por servir y servidor, no deja claro el sentido que el texto quiere dar. Jesús invita a seguirlo en el camino que acaba de trazar, dar la vida. Seguir a Jesús es compartir la misma suerte. Seguir a Jesús es entrar en la esfera de lo divino, es dejarse llevar por el Espíritu. El lugar donde habita Jesús, es el de la plenitud del amor. Lo manifestará cuando llegue su “hora”. Allí entregando su vida, hará presente el Amor total, que es Dios. No se trata de la muerte física; mucho menos en el género de muerte que él sufrió. Se trata de dar la vida, día a día, en la entrega confiada a los demás. En Jn 15,13, dice: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos”. Pero el texto griego no dice “bios” ni “zoe”, sino “psijes” que no significa vida biológica, sino vida síquica, es decir lo específicamente humano. El verdadero amor se manifiesta cuando pones todo lo que eres al servicio de los demás. Ahora me siento fuertemente agitado; ¿Qué voy a decir? “Padre líbrame de esta hora” ¡Pero, si para esto he venido, para esta hora! En esta escena, que los sinópticos colocan en Getsemaní, se manifiesta la auténtica humanidad de Jesús. Nos está diciendo, que ni siquiera para Jesús fue fácil lo que está proponiendo. Se trata del signo supremo de la muerte al “ego”. Se deja llevar por el Espíritu, pero eso no suprime su condición de “hombre”. Su parte sensitiva protesta vigorosamente. Pero está en el ámbito de la Vida, y eso le permite descubrir que se trata del paso definitivo. Ahora el jefe del orden este va a ser echado fuera. Cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí. Como el domingo pasado, identifica la cruz y la glorificación, idea clave para entender el evangelio de Juan. Todos nos tenemos que sentir, no solo llamados, sino empujados hacia la misma meta. APLICACIÓN Muerte y vida se entremezclan y se confunden en el evangelio de Juan. Para entender este lenguaje, hay que tener muy claro que está hablando de dos clases de muerte y dos clases de vida. Una es la Vida con mayúscula (la espiritual y definitiva) como opuesta a la vida con minúscula (la biológica). Y una es la muerte espiritual al falso yo superando todo egoísmo y otra la muerte física, que ni añade ni quita nada al verdadero ser del hombre. La muerte física no es imprescindible para llegar a la Vida. La muerte al falso “yo”, sí, porque es el único camino hacia la Vida. La vida interior, la vida divina, la vida de Dios en nosotros, es una realidad muy difícil de aprehender, pero a la que hay que llegar para alcanzar la plenitud humana que está más allá de la vida biológica, y de las satisfacciones sensoriales terrenas. Toda vida espiritual es un proceso, un paso de la muerte a la vida, de la materia al espíritu. El mismo mensaje a Nicodemo: hay que nacer de nuevo. Mi plenitud humana no puede estar en la satisfacción de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos, sino que tiene que estar en lo que tengo de específicamente humano; es decir, en el desarrollo de mi capacidad de conocer y de amar. La meta está en el descubrimiento de que mi verdadero ser existe en la medida que me doy a los demás, que la razón de mi existencia lo encontraré en la entrega y en el servicio. El dolor que causa el renunciar a la satisfacción de la parte inferior de mi ser, la interpreta el evangelio como muerte, y sólo a través de esa muerte se puede acceder a la verdadera Vida. Si nos empeñamos en salvar una, perderemos la otra. Si ponemos todo nuestro ser al servicio de la vida biológica y sicológica, nunca alcanzaremos la espiritual. Estamos aquí para vivir muriendo. Aceptar la muerte es darse cuenta de nuestra limitación fundamental como criaturas, como seres vivos, como animales, y descubrir la posibilidad de ser más en lo que tenemos de específicamente humano. Estoy aquí para llevar a la materia hacia el espíritu, para poner Vida donde sólo había vida. El gran secreto, revelado en el evangelio, es que el hombre que vive biológicamente, puede acceder a otra realidad que llamamos Vida. Esta es la verdadera meta de un ser humano. El objetivo del hombre es esa Vida con mayúscula, no eliminar la muerte biológica y alcanzar una inmortalidad física. Si enfocamos todas nuestras energías en la vida terrena, nunca descubriremos la vida espiritual. Esto es lo que el evangelio llama perder la vida. Se malgasta la terrena y no se alcanza la espiritual. El que se empeñe en salvar a toda costa su vida biológica, terminará perdiéndola. Pero dará pleno sentido a esta vida si descubre que puede acceder a otro nivel y encontrar la verdadera Vida. Meditación-contemplación Si el grano de trigo no cae en tierra y muere… Se trata de una condición que no podemos soslayar. Si queremos dar fruto, es decir, dar sentido a nuestra vida, tenemos que gastarnos y consumirnos. ………………… La vela solo cobra sentido cuando está encendida. Pero si está encendida, se consume. La rosa al esparcir su fragancia, entrega algo de sí mismo, y así está manifestando su verdadero ser. -------- La vida es movimiento y por lo tanto, energía desplegada. Puedo consumirla en beneficio del ego (falso yo), y entonces la malogro. Puedo consumirla en beneficio de los demás, y entones consumarla dándole plenitud. Uno de los temas importantes del cuarto evangelio es el de la búsqueda-encuentro con Jesús. Al terminar su primera parte (capítulos 1-12), el autor presenta como sujetos de la búsqueda a unos “gentiles”, dejando constancia expresa de la universalidad de la misma: los paganos también quieren ver a Jesús.
Al lector atento no se le escapa que esta escena aparece estrechamente relacionada con aquella primera pregunta que el autor del evangelio pone en boca de Jesús: “¿Qué buscáis?” (Jn 1,38). En realidad, parece que en el ser humano todo empieza con la búsqueda. Pero es necesario ser lúcidos para detectar y sortear la trampa que la propia búsqueda encierra. Deseo, por tanto, hacer un análisis del proceso que se pone en marcha con la búsqueda inicial y que, si se desarrolla bien, culmina en la superación de la misma. Las etapas de ese proceso, tal como lo veo, son: la búsqueda, la esperanza, la trampa y la resolución. 1. La búsqueda se desencadena a partir de una doble fuente: la necesidad y la aspiración. Como ser necesitado y carente, el humano se ve impulsado a buscar para lograr calmar su insatisfacción. Los penetrantes versos de Jorge Luis Borges pueden aplicarse al dolor por la pérdida de la persona amada, pero también, más ampliamente, a la sensación de “ausencia” o de lejanía de lo que realmente somos, y que se traduce en una ansiedad constante: “¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia que como sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada?” Pero la búsqueda no guarda relación solo con la carencia, sino que es, a la vez, expresión del Anhelo que parece constituir a la persona y que se manifiesta en forma de dinamismo vital. La diferencia entre ambos movimientos –el que nace de la carencia y el que nace del Anhelo- podría expresarse de este modo: por el primero, el ser humano busca aferrarse y apropiarse de algo que percibe como “bueno” para él; en el segundo, por el contrario, lo que se da es el impulso a vivir y a expresar la propia identidad profunda. Es decir, la carencia atrapa, el Anhelo expresa y ofrece. En el primer caso, hablamos del ego y sus movimientos eogcentrados; en el segundo, de nuestra verdadera identidad, en cuanto Plenitud que se desborda. Pero todo es muy sutil, por lo que no es extraño que ambos movimientos aparezcan mezclados en la práctica, dando lugar a confusiones y equívocos. 2. La búsqueda se traduce pronto en esperanza, entendida como la confianza de que, antes o después, habré de lograr aquello que calme por fin la búsqueda que la desencadenó. Su nombre nos suena bien, porque aparece a nuestra mente cargada de promesas. Incluso en la tradición cristiana se ha reconocido, junto con la fe y el amor, como una de las “tres virtudes teologales”. En el contexto cristiano, con ella se quiere expresar la certeza de que algún día, como don de Dios, alcanzaremos la plenitud. Y se nos anima a que esa certeza sostenga y dinamice, de una manera coherente, nuestro caminar diario. 3. Pero justo aquí, en la esperanza, es donde nos espera la trampa. Porque, a poco que analicemos el movimiento que desencadena, nos haremos conscientes de que, en realidad, con la esperanza no hacemos sino fortalecer el ego y escaparnos del único lugar donde se halla la “respuesta” a toda búsqueda y todo Anhelo: el Presente, el Aquí y Ahora. En lenguaje religioso puede decirse que el mejor modo de no encontrar a Dios es buscarlo. Porque, al hacerlo, estás activando (inconscientemente) el mensaje de que se encuentra en otro lugar y en otro tiempo. Dado que eso no es así, resulta ser la propia búsqueda la que imposibilita el encuentro. Y nos ocurre como a aquel joven pez que andaba buscando el océano en el que estaba nadando. Es decir, no se trata de buscar algo que esperamosencontrar en un futuro, sino sencillamente de reconocer o de caer en la cuenta de que ya lo somos. Por eso tiene razón el filósofo André Comte-Sponville cuando escribe que “estamos separados de la felicidad por la misma esperanza que la persigue”. Y quizás empecemos a reconocer la verdad que encierran estos otros textos: La sabiduría consiste en desenmascarar la esperanza, es decir, en aprender la desesperación (ausencia de esperanza), porque “no hay esperanza sin temor, ni temor sin esperanza” (B. Spinoza). “La esperanza no es más que un charlatán que nos engaña sin cesar; y, en mi caso, la felicidad solo empezó cuando la había perdido” (N. Chamfort). “No deseo nada del pasado. Ya no cuento con el futuro. El presente me basta. Soy un hombre feliz, pues he renunciado a la felicidad” (J. Renard). “Solo es feliz el que ha perdido toda esperanza, pues la esperanza es la mayor tortura y la desesperación la mayor felicidad” (Sâmkhya-Sûtra; la segunda frase es una cita del Mahâbhârata). (Tomo los textos de André COMTE-SPONVILLE, La felicidad, desesperadamente, Paidós, Barcelona 2011). 4. Con todo esto, nos ponemos en el camino adecuado para salir de la trampa: para reconocer que lo contrario de esperar no es temer, sino conocer, actuar y amar (saber, poder y gozar). En efecto, la resolución de todo el proceso se produce cuando “traducimos” la esperanza por reconocimiento. Mientras esperábamos algo mejor, estábamos en realidad alejándonos del presente, potenciando el “modo hacer” en detrimento del “modo ser” y, en definitiva, fortaleciendo e inflando el ego que es, en realidad, el sujeto de la esperanza. El ego se lleva muy bien con la esperanza. Porque como es incapaz de existir en el presente, alimenta el sueño de su pseudoexistencia por medio de expectativas que proyecta en un futuro que nunca llega. De ese modo, sin darnos cuenta, habíamos caído en la contradicción de utilizar la “esperanza” –una virtud teologal- para alimentar el ego. Es decir, nos habíamos introducido en un callejón sin salida, constriñéndonos más todavía en su laberinto de confusión y de sufrimiento. La resolución pasa, como decía, justo por el extremo opuesto. Ya san Pablo había avisado: “Ahora subsisten estas tres cosas: la fe, la esperanza, el amor, pero la más excelente de todas es el amor” (1 Corintios 13,13). La fe y la esperanza, por la dinámica propia de su objeto, están llamadas a desaparecer. Pero lo decisivo es que esa desaparición no ocurrirá en el futuro, sino justo aquí y ahora. Cuando, al venir al Presente, caemos en la cuenta de que la Plenitud no es “algo” que debamos alcanzar o un “premio” que nos aguarda más adelante; es lo que ya somos y siempre hemos sido. Con otras palabras: lo que buscamos no es diferente de lo que somos. El buscador es lo buscado. Con esta clave podemos volver al texto de hoy: al “ver a Jesús” estamos viendo quiénes somos. Y al desidentificarnos del yo carente y “esperanzado”, emerge la Plenitud que somos en un presente atemporal o eterno: la semilla enterrada se descubre espiga rebosante. Los profetas eran hombres con una libertad de espíritu excepcional. Esos poetas geniales amaban a Dios y a su pueblo entrañablemente. Implacables con todo cuanto tendía a convertir a Dios en ídolo y al pueblo en esclavo, eran los grandes críticos socio-religiosos de su época. A la injusticia le libraban una lucha sin cuartel, sobre todo cuando se usaban hipócritamente a Dios y a la religión, o a cosas lindas como la unidad y la paz para encubrirla.
Hubo un tiempo en el que a los sacerdotes católicos no se les permitía leer el Antiguo Testamento sin una autorización especial. Según parece, era para proteger su castidad. No obstante, sospecho que no era tanto el erotismo bíblico como la voz de los profetas la que más asustaba, porque esa voz representaba una amenaza directa contra los privilegios de la clase dominante en la que los “príncipes” de la Iglesia ocupaban un lugar eminente. Por la misma razón, creo yo, los dirigentes de la Iglesia se pusieron a interpretar la Biblia en forma abstracta, espiritual o simbólica. De los profetas retuvieron casi nada más que sus luchas contra los ídolos y sus vivencias de carácter místico. Su mensaje de fuego contra las injusticias, lo que constituye tal vez el aporte histórico más monumental a la formación de la conciencia en materia de “justicia social”, quedó prácticamente anegado por preocupaciones de orden supuestamente “más elevado”… Se usó y abusó de la Biblia para legitimar el sistema del que la jerarquía católica era el garante sagrado, en el cual una clase social, estimándose superior o elegida por Dios, se atribuía a sí misma derechos por encima de los demás, convencida de que ése era el “orden” que desde toda la eternidad Dios había establecido para el bien de la humanidad y la paz del mundo. Aunque ese sistema produjera la miseria de muchos, había que aceptarlo y asumirlo como Cristo había aceptado y asumido la cruz. En otras palabras: ¡la injusticia quedaba justificada y la opresión, santificada como camino de salvación! Nada menos. Lo único que podía aportar la fe del cristiano era rezar para poder aguantar y, a ejemplo del cirineo, ayudar a otros más miserables a cargar con la cruz. Pero en una lectura independiente de todo poder, es decir hecha sin prejuicios ni censura, uno descubre que la Biblia tiene páginas fundamentales que denuncian ese sistema como idolatría, es decir como el pecado supremo. Descubre que la Biblia es antes que nada el libro de los pobres que buscan desesperadamente salir de su estado de opresión, y que el Dios único y verdadero es el Dios de ellos y su única esperanza (aunque paradójicamente ese Dios sea a veces rechazado por los mismos pobres)… Todo otro dios es un ídolo, un falso dios. Estar con el Dios vivo es estar del lado de los pobres y con ellos combatir la injusticia, es estar del lado de los oprimidos y caminar hacia la liberación. De lo contrario es estar con los ídolos. Ese fue el mensaje de fuego de los profetas. Por eso, en los años 70, a raíz del Concilio Vaticano II (y no por determinación de Lenin, Mao, Castro o el Che), cuando los católicos de América latina estaban empezando a descubrir el mensaje de los profetas, las dictaduras católicas de la época se asustaron; juzgaron que la Biblia era peligrosa y aún “subversiva” y, en ciertos países, no vacilaron en quemarla. Por motivos parecidos, la misma Curia vaticana no descansó hasta no acabar con aquellos programas que intentaban difundir un mensaje bíblico actualizado y al alcance del pueblo oprimido, que le daba al mensaje de los profetas la importancia que le correspondía. Para el poder, cualquier poder, religioso o ateo, político o económico, los profetas son unos rebeldes contra el orden establecido. De hecho es lo que fueron y, por eso, muchos fueron asesinados. Puesto que Jesús era también un profeta, y ¡qué profeta!, terminó como terminó. Puede ocurrir que el mismo poder no cuestione a los profetas ni a Jesús, pero lo normal es que escuche o predique de su palabra sólo lo que le conviene. Así se cumple la propia palabra de Jesús sobre el tema: ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos, que sois unos hipócritas! Construís sepulcros para los profetas y adornáis los monumentos de los hombres santos. También decís: "Si nosotros hubiéramos vivido en tiempos de nuestros padres, no habríamos consentido que mataran a los profetas". Así os proclamáis hijos de quienes asesinaron a los profetas. ¡Terminad, pues, de hacer lo que vuestros padres comenzaron! ¡Serpientes, raza de víboras!, ¿cómo lograréis escapar de la condenación del infierno? Desde ahora os voy a enviar profetas, sabios y maestros, pero vosotros los degollaréis y crucificaréis, y a otros los azotaréis en las sinagogas o los perseguiréis de una ciudad a otra. Al final recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente que ha sido derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Barraquías, al que matasteis ante el altar, dentro del Templo. (Mateo 23, 29-35) El cristianismo, que era portador de un proyecto de sociedad genuinamente revolucionaria, en muchas partes está abortando, simplemente porque la conciencia cristiana se enredó en miles de cosas “santas” higiénicamente expurgadas de toda influencia de los profetas, privando así a la humanidad de la “sal” que debía darle sabor (Mt 5, 13). Hemos cínicamente reemplazado a los profetas con policías e inquisidores, pensando que era lo mismo. Y por eso, en varios lugares donde los cristianos intentan más o menos felizmente recuperar su vocación de seres libres, cada vez los templos se quedan más vacíos… ¿Exagerado todo eso? Tal vez, pero seamos honestos. ¿Cuántos cristianos saben que la «vida eterna es conocer a Dios y a su enviado Jesucristo»(Juan 17, 3), y que «conocer a Dios es practicar la justicia»? (Jeremías 9,23. 22,16); y que lo único que Dios quiere es «que practiques la justicia, ames con ternura y te portes humildemente» con Él? (Miqueas 6, 8). Probemos con un pequeño test. Preguntaremos a un grupo de cristianos escogidos al azar: «Entre un partido político que le promete a usted llenarle los bolsillos de plata y otro partido que se compromete a establecer un Estado laico y genuinamente democrático con una sociedad más justa, más igualitaria y más verde, al cuál de los dos daría usted su voto?»… No hay que ser muy brujo para adivinar el resultado. Seguro que el partido del dinero cosecharía una victoria aplastante. La derrota del otro partido, más afín a los profetas y a su Dios “subversivo”, sería completa, y no se encontraría mucho obispo, cura, monja o piadoso laico para lamentarlo… Bueno, hace tiempo ya que la lectura de la Biblia no está prohibida y que el mensaje de los profetas se salvó del Índex. Pero ese gran mensaje de justicia tiene que ser redescubierto, revalorizado y difundido a tiempo y contratiempo por todo el orbe. Por lo mismo debe ser enseñado, proclamado, celebrado y cantado sin complejos en todas las iglesias del mundo. No, por cierto, con fanatismo o con la mentalidad de los escribas fundamentalistas y de los fariseos integristas, sino a la manera y con el espíritu de Jesús de Nazaret, el gran profeta de los pobres (Mateo 5, 20). Ese mensaje de vida es todavía lo mejor que la Iglesia puede ofrecer a la sociedad de hoy y de mañana. Y es también el regalo más bello que se puede hacer a sí misma. Todo cristiano debería conocer de memoria algunos de los textos bíblicos más vigorosos sobre la justicia. Tomaría conciencia de que la justicia no es marginal a la fe y que lo llama. Por cierto, a ir un poco más allá de las caridades y los voluntariados parroquiales... La justicia es como el “picante” de la Biblia. Sin ella la Palabra de Dios queda desabrida, el amor se estanca, la misma Iglesia se enmohece y los cristianos se momifican en vida. Jesús le preguntó: “¿Ves algo?” El ciego abrió los ojos y dijo:
“Veo a la gente. Son como árboles que andan" (Mc 8,23-24) Los relatos de los evangelios sobre curaciones de ciegos implican en cierto modo un doble sentido. Todos reconocemos que éramos ciegos pero que con el "toque de Jesús" ya podemos ver claramente. Es decir, que como ya somos cristianos, tenemos la capacidad de entender y discernir toda situación. Bueno, algo de eso es verdad. Pero es curioso que el ciego del texto de Marcos, necesitó un segundo toque. ¿Por qué? Lo que nos dice el texto es que cuando abrió los ojos, veía a la gente como cosas. Eran como árboles que andaban, cosas que se movían. Tenían un aspecto humano pero su parecido era de árboles. Y no nos damos cuenta que vivimos en una sociedad que cosifica a las personas. Es decir, se les ponen etiquetas. Debido a la desmesura de información que padecemos, se nos presenta la realidad humana por medio de etiquetas. Las personas son, legales o ilegales, con papeles o sin papeles, emigrantes, nacionales o extranjeros, creyentes o incrédulos, evangélicos, católicos, agnósticos, ateos... Esto permite generalizar. Los extranjeros son..., los españoles son..., los católicos son..., los ilegales son..., los ateos son... Por medio de las etiquetas, de cosificar a las personas, se hace más fácil esconder sentimientos negativos y salvar una aceptación social. Si etiqueto y generalizo, si cosifico, si de lo que estoy hablando no son más que árboles que andan, entonces puedo decir cualquier cosa y guardar mi respetabilidad. El problema está en que nos proclamamos seguidores del nombre de Aquel que no etiquetó a nadie. Cuando se acercó al politeista centurión romano, miembro de un ejército opresor, y vio lo que había en su corazón, alabó su fe, poniéndola de ejemplo para todo Israel. Apreció la actitud del samaritano que ayuda a su prójimo (es decir un hereje, miembro de un colectivo que desfiguraba la verdadera fe, según los judíos) y nos lo presenta como paradigma de verdadero hombre de Dios. Se dejó convencer por una mujer sirio-fenicia, rompiendo todos los prejuicios sociales y religiosos. A la mujer sorprendida en adulterio nunca la llama "adúltera" sino que se refiere a ella con el término de "mujer" devolviéndola su dignidad. Y Cristo hizo eso porque veía a personas que estaban paralizadas como árboles. Porque podía ver el corazón de cada uno, sin tener en cuenta sus condicionantes religiosos o sociológicos. En los tiempos que vivimos de etiquetados y cosificaciones, debemos estar atentos para entender si quizás nosotros también necesitemos un segundo toque de Cristo para poder ver, lo que él ve. |
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