Un dogma es una proposición categórica sin base argumental alguna, es decir, algo que se afirma rotundamente aunque no se pueda demostrar. Cuando hablamos de dogmas, nos vienen a la mente los de la iglesia católica, pero los hay en todas las disciplinas y todos los ámbitos. Por ejemplo, el dogma básico de la cultura cientifista —en la que estamos inmersos— reza así: "No existe más realidad que la que vemos o entendemos" (Stephen Howking); dogma éste que podemos formular de forma más radical: "Es falso todo lo que escapa al ámbito científico".
En psicología, el dogma de los conductistas radicales, como John Watson, dice que "No existe línea divisoria alguna entre el hombre y el bruto".., lo que implica negar la existencia de la mente humana. Peor nos lo ponen los padres de la psicología cognitiva, como Edwin Boring, que afirman que las personas son máquinas, y que "Desde el punto de vista funcional, no existe diferencia alguna entre un ser humano y un ordenador" (olvidando, quizás, que son los humanos los que programan a los ordenadores, y no al revés). El hecho cierto es que en los últimos tiempos ha habido demasiada gente interesada en reducir al ser humano a su condición animal, o incluso, a una simple máquina inteligente, configurando así su penúltimo dogma: "No existe la Naturaleza Humana" (Jean Paul Sartre)... Pero claro, tanto dogma concatenado invita a pensar que su objeto, es apuntalar el dogma por excelencia del progresismo intelectual: "No hay Dios"... Pero si olvidamos los dogmas y aplicamos el sentido común, es posible que lleguemos a conocer un poco mejor nuestra esencia. En este ejercicio, el primer rasgo diferencial que encontramos es nuestra facultad de pensar y de expresar nuestras ideas a través del lenguaje. Ligada a ella, hallamos nuestra capacidad de distinguir entre que nos conviene y lo que nos apetece, y de elegir entre ambas con cierta libertad. Lo cual nos lleva a otra peculiaridad típicamente humana: la búsqueda de la propia perfección, la de la sociedad que nos acoge y el entorno que nos alberga. Finalmente, este primer rasgo distintivo —la facultad de pensar— nos permite conocer las leyes que rigen la Naturaleza, y actuar sobre ella para adaptarla a nuestros deseos hiriéndola sin piedad. El segundo rasgo consiste en que el ser humano es consciente de sí mismo y capaz de plantearse las preguntas límite de su existencia: ¿Por qué hay algo y no nada? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿De dónde venimos?... En lo más hondo de sí, tiene grabados los conceptos de bien y de mal, lo que significa que no sólo es un animal pensante, sino ante todo, un animal moral, tal y como lo define el filósofo más respetado de la modernidad, Inmanuel Kant. El tercero es de carácter espiritual. El hombre es capaz de expresar sus ideas, valores, sentimientos y emociones a través del arte —máxima expresión de la creatividad humana—, y trasmitirlos a quien se acerca a él. También es capaz de Dios. Es difícil considerar la religión como algo adjetivo en relación al ser humano, sino sustantivo; constitutivo de su naturaleza. En la religión el hombre busca la interpretación al sentido de la vida, motivación para vencer sus reveses y unos valores propios y exclusivos de los seres humanos. Pero lo que mejor define la esencia de lo humano es su humanidad, es decir, esa facultad de sentir cariño por la gente, de compadecerse de quienes lo pasan mal, de solidarizarse con ellos, de no permanecer indiferentes e inactivos ante la desgracia ajena... Por eso, parafraseando a José Enrique Ruiz de Galarreta, podemos decir que "Teresa de Calcuta ha mostrado la esencia de lo humano mucho mejor que todos los filósofos de la historia".
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En el evangelio que abría el tiempo de Cuaresma, Jesús nos invita a practicar de corazón las disciplinas espirituales de la oración, el ayuno y la limosna. Suena un poco raro hablar de disciplinas en pleno siglo XXI, como si el tema fuera medieval. No falta quien se ríe de todo esto, incluso entre creyentes, pero son un camino presente en todas las tradiciones religiosas y necesario para el crecimiento integral del cristiano.
La palabra "disciplina" viene de la misma raíz que "discípulo". En su sentido más etimológico podríamos definirla como una práctica sistemática propuesta por un maestro a un discípulo para alcanzar la perfección en algún aspecto de su vida. Hay disciplinas deportivas, artísticas, científicas... Desde la óptica cristiana, ser discípulo de Cristo es seguirle, escucharle, amarle y practicar las disciplinas que nos propone. El problema es que las disciplinas clásicas están muy denostadas debido a que fueron convertidas en la Edad Media por la Iglesia en leyes y obligaciones impuestas a los fieles (¡y a los infieles!) a la fuerza. Disfrazadas como penitencias, se presentaban como imprescindibles para obtener el perdón de Dios. Pero podemos redescubrirlas desde la libertad y el amor. Así veremos que son un regalo para nosotros, no para ganarnos el amor de Dios (que nos ama incondicionalmente), sino para celebrar el amor de Dios. Para agradecer su amor, quiero ser más libre, más justo, más amoroso. En esta perspectiva, las tres disciplinas espirituales de la Cuaresma, oración, ayuno y limosna, encuentran su relación con las tres dimensiones del amor: a Dios, al prójimo y a uno mismo. La oración nos ayuda a amar a Dios. La práctica de la oración y de todas las disciplinas asociadas a ella, como el silencio, la soledad, la reflexión, la "consciencia plena", la meditación bíblica, la escritura de un diario personal, la participación en la liturgia de la comunidad, la lectura de un libro teológico... me preparan y me ayudan a ponerme a tiro de la acción de Dios en lo profundo de mi ser. Cuando oro, conozco y amo más a Dios, intuyo su paso en mi día a día, alimento mi vida interior, soy menos superficial, me fijo más en lo que se me regala, doy gracias por estar rodeado de belleza aún en medio de la más terrible situación, empatizo con los que sufren, recargo mis pilas para ayudarles, soy consciente de mi debilidad y pequeñez a la vez que de mi maravillosa dignidad de hijo o hija de Dios. La limosna nos ayuda a crecer en el amor al prójimo. Esta no es simplemente rascarse el bolsillo para dar unas monedas al pobre que está a la puerta del supermercado. Dar limosna es hacer todo aquello que me lleva a salir al encuentro del otro en sus necesidades: ser más consciente de la injusticia y la violencia, servir a otros, visitar al enfermo, restañar heridas afectivas, encontrar tiempo para hablar con nuestra familia de algún asunto que venimos postergando, fijarme más en lo bueno que hay en los demás, regalar piropos y alabanzas, ser miembro o voluntario de una oenegé... Es decir, no quedarme con dar, sino dar-me. Finalmente, el ayuno nos lleva a amarnos más a nosotros mismos. Hay muchos tipos de ayuno, desde el que busca fines terapéuticos hasta políticos (Gandhi) o solidarios (Manos Unidas). El reto del ayuno espiritual es que, para ser efectivo, necesitamos encontrar de qué tenemos que ayunar o abstenernos. Para muchos, el ayuno clásico de la comida seguirá siendo un gran medio, pero para otros el ayuno difícil y preciso será, por ejemplo, dejar de ver tanto la televisión, apagar algunos días el móvil, librarse de una adicción o afecto desordenado, controlar la lengua y no hablar mal de otros, recuperar tiempos de silencio... En definitiva, el ayuno y la abstinencia nos llevan al autocontrol y la autoestima y son sinónimos de desengancharse, desintoxicarse, desconectar, desapegarse, desprenderse... Es decir, hacer todo lo que me lleve a ser una persona más equilibrada, autónoma y libre... que tiene más tiempo para amar a Dios y al prójimo. ¿Quién dice que todo esto está trasnochado? Justo al contrario: donde desaparecen la fe y la espiritualidad, brotan miles de escuelas de autoayuda que siguen ofreciendo las mismas soluciones antiguas disfrazadas o maquilladas como novedades. Véase en cualquier librería cuánto ocupa hoy la sección de Religión y cuánto la de Autoayuda o "Nueva Era"... No se trata de estar mirándonos al ombligo. Justo lo contrario: si queremos cambiar las estructuras injustas, si queremos enfrentarnos al mal sistémico, si creemos que otro mundo es posible, tenemos que empezar por nosotros mismos. Ayunar, dar limosna y orar..., tres sencillas propuestas para ser mejores. Si, además, se practican sin darnos importancia, mejor. No es preciso ir publicando en Facebook o el WhatsApp cada pequeño paso adelante. De hecho, nos dice Jesús: "Vuestro padre, que ve en lo secreto, os recompensará...". La primera lectura, de tono profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.
Oración en el templo (evangelio) El cuarto evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del templo de Jerusalén. El evangelio comienza y termina en tono de victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a Jesús (es secundario que se trate de "gentiles", paganos, como dice la traducción litúrgica, o de "judíos de lengua griega" residentes en otros países que han venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: "atraeré a todos hacia mí". Pero este marco de triunfo encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo, tiene que ser "elevado sobre la tierra", crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: "me siento agitado", angustiado. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: "Padre, líbrame de esta hora". Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: "Padre, glorifica tu nombre". Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios. Oración en el huerto (Carta a los Hebreos) El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido: Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los Hebreos no se detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando afirma que Jesús rezó "a gritos y con lágrimas", cosa que no menciona ninguno de los evangelios. Y lo que pedía ("pase de mí este cáliz") lo sugiere al decir que suplicaba "al que podía salvarlo de la muerte". Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: "en su angustia fue escuchado". Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere. El templo y el huerto Es evidente la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado (Juan) o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le cueste; en la Carta, Jesús suplica "a gritos y con lágrimas" para ser salvado de la muerte. La ciencia bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del mismo hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos distintos y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús. En un primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como añade Lucas): "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz". Una reacción más humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan. A las puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte. Este discurso de Jesús contiene una hondura espiritual impresionante. Apunta lo que se necesita para poder cumplir el deseo que alienta en nuestros corazones. Por eso constituye una palabra de sabiduría que quiere ayudarnos a despertar.
Lo que hace es recoger, de forma vibrante, el sentido que Jesús da a su vida y a su muerte, en una sola palabra: entrega. Será el mismo significado que los sinópticos recogerán en el relato de la "última cena": "esto soy yo que se entrega". Juan lo hace a su estilo y en un contexto que parece ser el paralelo al de la "oración de Getsemaní", tal como la narran los sinópticos (Mc 14,32-42, Mt 26,36-46; Lc 22,39-46), y que no menciona el cuarto evangelio. Pero, en todos esos casos, Jesús aparece abatido bajo el peso de la angustia. Para empezar, se dice que van a ver a Jesús glorificado. Ya sabemos que, para este evangelio, la glorificación tiene lugar en la cruz. Porque, para él, la cruz significa la expresión máxima de amor de Dios al mundo ("tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único": Jn 3,16). La cruz es triunfo porque –en la interpretación que hace Juan- es la prueba definitiva, tanto del amor del Padre, como del hecho de que Jesús ha llevado hasta el final el designio divino: manifestar su amor al ser humano. El Jesús glorificado es, pues, el crucificado. Pero esta afirmación encierra mucha más sabiduría, que el propio evangelista sigue desmenuzando con las palabras que pronuncia Jesús, en la imagen del grano de trigo. Con todo, nada de ello le impide experimentar la turbación: "Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: ¿Padre, líbrame de esta hora?". Sin embargo, la capacidad de resituarse es casi inmediata: "Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre". El yo sigue siendo sujeto de angustia, pero basta conectar con quienes somos, para que se produzca la aceptación. Somos presa del abatimiento y de la angustia cuando, por el motivo que fuere, quedamos atrapados por algo que ocurre y que nos remueve en nuestro interior. El detonante puede ser cualquier cosa, y la intensidad de lo despertado depende de diferentes factores: desde la fragilidad del sujeto hasta los condicionamientos propios de la psicobiografía de cada cual. A veces, no podemos evitar que surjan determinados sentimientos o emociones: no dependen de nuestra voluntad. Pero quizás sea posible desarrollar la capacidad de no permanecer durante mucho tiempo a su merced. Y esto se consigue en la medida en que, aceptando lo despertado, no nos reducimos a ello; cuando somos capaces de pasar de "lo que ocurre" a la "consciencia de lo que ocurre". Lo cual es posible en la medida en que hemos desarrollado la capacidad de reconocernos en la consciencia que somos, y que está a salvo de los vaivenes mentales y emocionales. Entonces es posible la aceptación y la rendición completa, desde una actitud lúcida y humilde que se deja fluir con la corriente sabia de la vida. Esa rendición a lo que es, se convierte en fuente de paz y de ajuste. Nunca puede haber paz estable si no estamos alineados con el momento presente, sin amar lo que es. Cuando amas lo que es, nada puede inquietarte. Como decía Krishnamurti, el secreto de mi paz es que "no me importa lo que suceda". Pero eso solo puede decirse cuando se ha superado la identificación con el yo. Este solo puede estar en lo que ocurre y es víctima de ello; por el contrario, la consciencia de lo que sucede es, precisamente porque es aceptación, siempre fuente inagotable de paz y de dicha. Ese es nuestro nombre más profundo: Consciencia, Paz y Gozo. "Cuando surge la necesidad de encontrar un sentido, cuando el hombre (o la mujer), atraído por el conocimiento de sí mismo, comienza a explorar su propio interior, cuando empieza a observar el mundo, a escuchar, a pensar, a meditar, a interpretar, y por lo tanto a elegir, a decidir, a asumir sentimientos y comportamientos, entonces comienza para él (o ella) la vida espiritual".
Así se expresa Enzo Bianchi, monje italiano, fundador y prior de la Comunidad de Bose (Italia), caracterizada por ser ecuménica y mixta, centrada sobre todo en la lectio divina. Miro al mundo en el mapa de la cocina, y leo el comentario. Miro la ciudad desde la terraza, y leo de nuevo el comentario. Miro deambular a las gentes del barrio en esta hora comercial, y pienso en el comentario. De vuelta a casa, me miro en el espejo del baño, y de nuevo viene a mi cabeza el comentario de Enzo Bianchi. Primero tiene que surgir la necesidad de encontrar un sentido. ¿Y si no surge? Después se ha de sentir un fuerte impulso interior que anime a ahondar en el conocimiento sí mismo, cosa que, al menos en un principio, puede producir mucho vértigo. ¿Y si no se siente ese impulso? No habrá exploración interior y tampoco observación del mundo. Sólo habrá una inercia que mueve y hace creer que estamos enteramente vivos, informados, formados, comunicados, relacionados... cuando lo cierto es que hay un porcentaje altísimo de letargo y rutina que envuelve en gris el día a día. Ahora volvamos a la espiral pero haciendo el camino inverso: observaremos el mundo, después de una explotación interior animada por el deseo sincero del conocimiento de uno mismo, porque la necesidad de encontrar un sentido se hizo patente, central y urgente. Entonces escuchar, pensar, meditar e interpretar serán las herramientas para mirar hacia dentro y hacia fuera; ahondando en el conocimiento interior y el de un mundo que está ahí para ser observado con otras claves. Pero el camino sigue, empieza el tiempo de tomar decisiones: elegir, decidir, asumir sentimientos y comportamientos. Eso lleva a pequeños y grandes cambios en la vida personal, matizaciones que eran imperceptibles tiempo atrás. ¿Qué me está ocurriendo? es pregunta corriente en esos momentos. Ha comenzado para ti la vida espiritual. Si crees que no ocurre nada, si no surgen preguntas, si las comodidades son las mismas –interiores y exteriores-, si acabas de volver del cuarto curso de fin de semana sobre temas espirituales, si crees que el mundo gira cada vez más rápido sin contar contigo... da media vuelta y retoma el camino. Vuelve al instante en que sentiste la necesidad de encontrar un sentido y, con confianza, déjate hacer. Civilización es una forma de estar en el mundo, de imaginar a Dios y Su Misterio, una manera de relacionarse con el medio, con los semejantes. Negar la civilización es negarnos a nosotros mismos y nuestro pasado colectivo, negar el potencial del ser humano para crear y recrear en diversidad.
Somos todas las civilizaciones, todas nos engrandecen y hacen de nuestro presente el más rico, el más nutrido de todos los tiempos. Somos las catedrales góticas y su sed de luz, las cariátides griegas sosteniendo impasibles piedras y nubes, los soberbios acueductos romanos trayendo el agua y la vida desde las cumbres, las mezquitas rodeadas de sus fuentes y sus risas, las sinagogas y todos sus candelabros encendidos... Somos el templo hindú desbordado de flores y de frutas, el tipi del indio inundado de sagrado tabaco. Meditamos sin mover un dedo en el jardín zen, pero damos vueltas sin parar en la "sema" de los derviches... Somos los templos de todos tiempos albergando todos sus dioses. Somos por supuesto los toros de Senaquerib, los palacios asirios y sus colosales esfinges aladas tomando impulso para alzarse a los cielos... Somos esa elevada civilización que brotó a la orilla del Tigris 3.000 años antes de Cristo y que sólo el insensato ahora puede pretender reducir a añicos. Dicen que la arrasada ciudad de Hatra, capital del imperio Parto y epicentro del primer reino árabe, era el lugar donde Occidente y Oriente se fundían en un abrazo tallado en piedra. ¿Qué vandálicos mazos podrán con ese abrazo sellado ya en lo profundo de cientos de millones de seres? Sin embargo, si nos falta una sola civilización ya no somos nosotros mismos. Quien destruye una civilización que pretende ajena, se destruye a sí mismo; quien arremete, mazo en mano, contra una escultura milenaria, se amputa a sí mismo. Todas las piedras nos construyen. Somos la misma humanidad que dio vida a la roca que dormía, que nunca dejó el cincel y el martillo, que labró y honró sin descanso. ¿Por dónde se coló entonces la barbarie? Ninguna aparente ruina nos es ajena, por supuesto ninguna es digna de topadoras y excavadoras. Nos quede la compasión para quienes honran a un Dios tan celoso, tan susceptible a la hora de compartir infinito Cielo. A polvo se reducirán quienes a polvo reducen lo que otros aprecian. Las fuerzas del mazo y la ignorancia no alcanzarán a destruir todas las piedras que hemos tallado. Se acerca el día en que el humano se postre con semejante reverencia ante el Dios del otro, que no es sino otra faz de su querido y venerado Dios. La Divinidad quiere probarnos a los humanos y por ello nos invitó a atravesar lo diverso camino del Uno. Permitió que la honráramos en los más diferentes altares, se nos presentó con los mil y un rostros de forma que aprendiéramos a amarlos a todos, porque todos y ninguno a la postre son reflejo de Su Presencia Inabarcable, Inaprensible. La civilización no está en cuestión, pero cuesta creer ese amor al polvo que ayer era arte. Yerran quienes descargan toda su absurda ira sobre lo que sus predecesores con tanto trabajo y acierto erigieron. En realidad Nimrud, Hatra y Dur Sharrukin se levantan en nuestros corazones, sobre una suerte de íntimo páramo en el que no pueden entrar sus topadoras. La disyuntiva de civilización o barbarie ya quedó hace tiempo aclarada. El polvo de esas bellas construcciones y esculturas asirias vuelve al desierto, pero el humano no volverá para atrás, porque el horizonte de profundo y sagrado mutuo respeto que ha vislumbrado al final de esas arenas, el futuro de incipiente fraternidad humana que ya comienza a construirse en tantos lugares, es infinitamente más atractivo que ese sangriento califato, ese retorno a lo bruto, ese salto para atrás de tantos siglos. Pregunta 40 del Sínodo de Obispos: sobre homosexualidad y cuidado pastoral, según el n. 55 de la Relatio-Lineamenta: sobre atención pastoral a la homosexualidad).
Estos párrafos de la Relatio del Sínodo no lograron mayoría de dos tercios en la votación de los obispos (confiamos que fuera por quedarse cortos, y no por pasarse). Dialogando sobre ello en comunidad, surgieron las propuestas siguientes para el próximo Sínodo: 1) A nivel de comunidades eclesiales: promover la acogida sin discriminación de las personas y parejas homosexuales en la vida cotidiana y sacramental de las iglesias. 2) Reconocimiento respetuoso de la legislación civil sobre enlaces homosexuales y acogida eclesial, con todas sus consecuencias pastorales, de las familias así constituidas. 3) Revisión de la hermenéutica bíblica, moral y teológica sobre la sexualidad, a la luz de las ciencias humanas; especialmente sobre la sexualidad pluriforme y las exigencias educativas para la convivencia inclusiva. Más en detalle, pediríamos al Sínodo que explicite las aclaraciones siguientes: 1. No se puede afirmar tajantemente como enseñanza de la Iglesia la imposibilidad de "analogía, ni siquiera remota, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio", como dice la Relatio n. 55. Sería presuntuoso arrogarse el conocimiento cierto y definitivo de dicho presunto designio divino. 2. Tanto en la definición del enlace esponsal como "comunidad íntima de vida y amor", como en la imagen bíblica de la pareja como "dos personas que salen de su familia y salen de sí para hacer de las dos una, juntas a lo largo de un camino de amor y vida", tiene cabida la unión esponsal homosexual. (Otra cosa es que el ideal falle y no se realice, pero eso ocurre también en la pareja heterosexual). 3. Al citar el Catecismo y los documentos eclesiásticos sobre evitar "todo signo de discriminación injusta", no es necesaria la añadidura "injusta", porque toda discriminación ya lo es. Mejor decir que se evite toda discriminación y homofobia. 4. En este tema, como en el del aborto, la iglesia debe evitar las manipulaciones político-religiosas del debate, y respetar la seriedad científica y la responsabilidad ética civil para salvaguardar la dignidad y derechos de todas las personas. 5. La apertura a la vida (incluida en la definición del enlace como "comunidad de vida y amor abierta a la vida") se ejercita no solamente al engendrar nueva vida una pareja de varón y mujer, sino también cuando una pareja homosexual recurre (legal y responsablemente) a la procreación asistida, o a la adopción de vida ya nacida, o cuando se dedica de diversas maneras a contribuir como familia a la promoción social de la vida. Las objeciones que se puedan presentar en determinado caso contra una adopción o contra un uso de la procreación médicamente asistida, serán las mismas que en el caso semejante de una pareja heterosexual. Si un juez ha de rechazar en un determinado caso una solicitud de adopción, no deberá ser por razón de discriminación a causa de la homosexualidad de la pareja adoptante, sino si se diera el caso de que no reunieran las condiciones para hacerse cargo de la adopción responsablemente (lo cual puede ocurrir tanto en una pareja heterosexual como homosexual). 6. Hay que revisar la reflexión de moral teológica sobre la sexualidad, teniendo en cuenta que la orientación sexual no es elegible o modificable con facilidad, ni se pude decir que su ejercicio sea por sí mismo moral o inmoral. Lo será, en todo caso, por las mismas razones que puede ser moral o inmoral la relación heterosexual. Para una y otra valdrán las mismas preguntas éticas, por ejemplo: si la relación es razonable, responsable, honesta consigo misma, con la otra persona y con las consecuencias de la relación, si es amorosa, humanizadora, si ayuda al justo crecimiento personal, etc... 7. Hay que tomar muy en serio los avances en el conocimiento de las ciencias humanas sobre la realidad biocultural de la sexualidad, su expresión pluriforme y las exigencias de cultivar una educación para la convivencia inclusiva, tanto en la sociedad civil como en la vida de las iglesias. El Papa Francisco habla con frecuencia del lugar "importante" que las mujeres deben ocupar en la vida eclesial. Pero, ¿Hasta qué punto está dispuesto a avanzar? El reportaje presentado a continuación es de Benedicte Lutaud y ha sido publicado en el sitio "Le Monde des Religions". Traducción de Moisés Sbardelotto.
"Las mujeres deben ser mejor considerados en la Iglesia. "Su emancipación" debe "expresarse". Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco multiplica los discursos en favor de las mujeres. Pero, por esas palabras, ¿podemos pensar que es feminista? Aunque la ordenación de mujeres no es parte de sus objetivos, parece decidido a darles mayor visibilidad. La reforma de la Curia (gobierno central de la Iglesia), el principal espacio de construcción de cambios en su pontificado, le podría ofrecer la oportunidad de nombrar figuras femeninas para dirigir los dicasterios (ministerios o departamentos). Pero debe tener en cuenta la fuerte resistencia que él está encontrado en esas estructuras. Apenas unos días después de su elección, el Jueves Santo [2013], el Papa lavó los pies a dos mujeres en una prisión romana. Era la primera vez que eso sucedía. Una semana más tarde, en un discurso, afirmó que las mujeres tienen "un papel especial [en] abrir las puertas al Señor". En noviembre de 2013, en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Papa fue más directo: invitó a reflexionar "sobre el posible papel de la mujer ahí donde se toman las decisiones importantes". En diciembre de 2014, que ellas sean "más reconocidas en sus derechos", en la "vida social y profesional. "Como cerezas en un pastel" Pero Francisco no se queda solo en palabras. En marzo de 2014, designó a una mujer a la presidencia de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, la famosa socióloga Margaret Archer. En julio, eligió, a una mujer para dirigir una universidad pontificia, la religiosa María Melone. Es la primera vez que esto sucede. La Pontificia Comisión para la Protección de Menores ya cumple con la paridad estricta. En septiembre, el obispo de Roma nombró a cinco mujeres a integrar la prestigiosa Comisión Teológica Internacional. Tres meses después, dijo: "Las mujeres son como la cereza en un pastel" "Se necesitan más!". En el Vaticano, se rumora que él podría dar un paso más: elegir a una religiosa para dirigir el dicasterio encargado de la pastoral de los emigrantes. El cardenal Maradiaga, coordinador del Consejo de Cardenales, que ayuda al Papa en la reforma de la Curia, ha comentado sobre la posibilidad de poner un matrimonio al frente del Pontificio Consejo para los Laicos. La presencia de una mujer dirigiendo la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, tampoco parece imposible, según, especialista en el status de las mujeres en la Iglesia, en el L'Ossevatore Romano. Continuidad en los contenidos, ruptura en el estilo Hasta ahora, las mujeres nunca superaron el nivel "número 3" en la Curia. Con Benedicto XVI, en 2010, fue nombrada la primera mujer laica, Flaminia Giovanelli, como sub-secretaria de un gran dicasterio: El Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz. Un año más tarde, la religiosa Nicla Spezzati se convirtió también en la número 3 en la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada. En los contenidos, el Papa Francisco se inscribe en las huellas de sus predecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Incluso este último, había sugerido la creación de un cuaderno de la mujer en L'Osservatore Romano. Pero es el tono de los discursos que Bergoglio se distingue, denunciando con "nuevo valor la de la condición de subalterna de la mujer en la Iglesia", dijo Lucetta Scaraffia. Él "es más audaz en su forma de expresarse, y de decidir", añade Romilda Ferrauto, editora en jefe de la sección francesa de Radio Vaticano. "Su trayectoria personal hace la diferencia". Y hay una razón: en "La vida oculta de Jorge Bergoglio", Armando Rubén Puente cuenta como el cardenal Jorge Mario Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires, salvó prostitutas de la violencia de calle y de sus proxenetas. Pero esta actitud no es aceptada por todos. Varios cardenales de la Curia ya no ocultan su exasperación. Si Francisco decidiese nombrar mujeres para que dirijan los dicasterios, eso "significa que ellas asumirían una posición al más alto nivel de una carrera. Habría enormes resistencias", dice Lucetta Scaraffia. "No sé si el Papa podría enfrentarlas". "No va a ser sencillo. Al igual que el resto de la reforma de la Curia", admite Romilda Ferrauto. Nada de ordenaciones sacerdotales El discurso sin precedentes del Papa, sin embargo, tiene ciertos límites. Sobre la ordenación de mujeres, él es categórico: "el sacerdocio (es) reservado para los hombres (...) es un tema que no se pone en discusión", escribe en la Evangelii Gaudium. Francisco confirma la posición de la Iglesia cuando confiere calidades específicas a la mujer: "es aquella que carga, es la madre de la comunidad". ¿El feminismo? "Una filosofía que corre el riesgo de convertirse en machismo de falda". Ha dicho muy claramente. "El Vaticano mantiene la idea de que los hombres y las mujeres tienen roles diferentes y complementares", confirma Lucetta Scaraffia. "El problema es que se considera que el papel de los hombres sea superior, [pero esto es un supuesto], no es así. Las mujeres no necesitan [ejercer] un papel sacerdotal". Kate McElwee directora de la organización estadounidense Women's Ordination Conference, en Roma, está en favor de la ordenación de mujeres. "La posición de la Iglesia", dice, es "sexista". Decir que las mujeres son más espirituales, maternales, permite justificar el hecho de que la autoridad sea dada a los hombres. Valorar a las mujeres comprometidas Kate McElwee participó, entre los días 04 y 07 de febrero, en un congreso sobre las mujeres, organizado por el Pontificio Consejo para la Cultura. En el folleto de presentación, la ordenación femenina no está en la pauta: "Según las estadísticas, el tema suscita un débil interés". "¡Me gustaría ver estas estadísticas!", ironiza, puesto que 63% de los católicos estadounidenses serían favorables a la ordenación de mujeres. En Francia, según una encuesta publicada en los diarios Le Monde y La Croix, en 2009, la mayoría de los practicantes regulares 63%, también eran favorables. Sin embargo, Romilda Ferrauto admite que este encuentro permitió poner en primer plano el papel de las religiosas en el terreno, especialmente la Hermana Eugenia Bonetti, símbolo de la lucha contra el tráfico europeo de inmigrantes africanas forzadas a la prostitución. "Las hermanas son las únicas que pueden acercarse fácilmente a las prostitutas", dice la responsable por la Radio Vaticano. "Hoy en día, las religiosas constituyen dos tercios de la comunidad y no tienen voz", lamenta Lucetta Scaraffia. Anne Marie Pelletier, profesora del Collège des Bernardins y ganadora del Premio Ratzinger 2014, participó del Congreso del Pontificio Consejo para la Cultura. Ella constata: "hoy, un cierto número de mujeres se aleja de la institución eclesial por considerarla poco reconocedora del enorme trabajo desarrollado por las mujeres". Mujeres en el seminario y más teólogas Lucetta Scaraffia también milita para que se admita un mayor número de mujeres para enseñar en los seminarios: "Los futuros sacerdotes se acostumbrarían a ver mujeres en posiciones superiores. Por ahora, ¡ellos sólo ven empleadas que lavan los platos! Además, es en el ámbito intelectual que el Papa Francisco parece más dispuesto a designar a las mujeres. Es necesario "sacar el mejor provecho de su contribución específica a la inteligencia de la fe", él dijo, en diciembre, a la Comisión Teológica Internacional. Por lo tanto, es necesario "repensar toda la tradición cristiana teniendo en cuenta a las mujeres presentes en el Evangelio: Marta, María, la Samaritana y María Magdalena", indica Lucetta Scaraffia. "Los padres de la Iglesia hablaban de la femineidad de Dios interpretada por el Espíritu Santo"."Este tipo de evolución un poco telúrica solo puede ser hecha con un mínimo de paciencia y confianza. Pero el movimiento comenzó", manifiesta con alegría Anne Marie Pelletier. Instituto Humanitas Unisinos, Brasil. Una lectura rápida de las tres lecturas descubre una relación clara entre ellas: el amor de Dios. En la primera, provoca la liberación de los judíos desterrados en Babilonia. En la segunda afirma Pablo: "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó". En el evangelio, Juan escribe la famosa frase: "De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único". Si leemos los textos más tranquilamente, advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas circunstancias y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta de parte nuestra. Es preferible leer los textos en el orden cronológico en que fueron escritos. Por eso dejo para el final la carta a los Efesios.
Perdón para los judíos basado en la fidelidad a la palabra dada. ¿Encontrará respuesta? (1ª lectura) La primera lectura nos traslada a Babilonia, en el año 539 a.C., donde los judíos llevan medio siglo deportados. La ciudad cae en manos de Ciro, rey de Persia, y Dios lo mueve a liberarlos. Para justificar el medio siglo de esclavitud, la lectura comienza hablando del pecado de los israelitas, que no se limita a un hecho concreto, se prolonga en una larga historia. A la idolatría e infidelidades del comienzo respondió Dios con paciencia, enviando a sus mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero los judíos los despreciaron y se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de Dios dio paso a la ira, y los babilonios incendiaron el templo, arrasaron las murallas de Jerusalén, deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de Dios cambia de nuevo y mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se debe este cambio? De acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo Testamento, el pueblo, tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona. Igual que el niño que hace algo malo: su madre le riñe, pide perdón, la madre lo perdona. Sin embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del arrepentimiento del pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a Ciro a liberar al pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al ejemplo de la madre, como si ella le hubiera dicho al niño: "Hagas lo que hagas, terminaré perdonándote". Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta, para cumplir su palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto no lo dice, pero lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo, sin saber lo que iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia. (¿Cuántos afro-americanos estarían dispuestos a volver de Estados Unidos a los países de origen de sus antepasados?) Perdón universal basado en el amor, que puede ser aceptado o rechazado (evangelio) El evangelio enfoca el tema del amor y perdón de Dios de forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino de su amor a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en contra de lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo. Además, el evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que aceptarlo mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador. Esto lo hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que implica un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas: a) que soy pecador, algo que nunca resulta agradable b) que no puedo salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo c) que es otro, Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo y del que muchos piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta. Usando la metáfora del evangelio, es como si un potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra debilidad e impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de humildad. Prefieren escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí mismos como el avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren acudir a la luz, buscando en ella la salvación y un sentido a su vida. Perdón para los paganos basado en la compasión. Respuesta: fe y buenas obras (2ª lectura) La salvación universal de la que habla el evangelio la concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de origen pagano: la de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes de convertirse, estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les había hecho ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en Babilonia. Sin embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es "rico en misericordia", "por el gran amor con que nos amó", "por pura gracia". Esto es lo que san Pablo llama en otro contexto "el misterio que Dios tuvo escondido durante siglos": que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los israelitas. Esta prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta en la fe y en la práctica de las buenas obras. Reflexión final En el contexto de la cuaresma, que se presta a subrayar el aspecto del pecado y del castigo, la liturgia nos recuerda una vez más que nuestra fe se basa en una "buena noticia" (evangelio), la buena noticia del amor de Dios. Nosotros, que somos los herederos de los efesios, de los corintios, de los tesalonicenses, debemos reconocer, como ellos, que todo es don de Dios y no mérito nuestro, y que debemos responder con fe y dedicándonos "a las buenas obras" que él nos ha asignado. Desde un punto de vista literario, el capítulo 3 del evangelio de Juan es un auténtico rompecabezas. Lo cual indica que este texto no es producto de una redacción momentánea, ni obra de un único autor. Durante un tiempo prolongado, se fueron añadiendo reflexiones que surgían en medio de la comunidad, y que algún nuevo glosador yuxtaponía al texto original.
Entre esa serie de yuxtaposiciones, el autor trae la imagen de Moisés levantando la serpiente en el desierto. Para el pueblo judío, la imagen de la serpiente recordaba, a la vez, las quejas del pueblo y la misericordia de Yhwh. Tal como se narra en el Libro de los Números (21,4-9), ante la dureza de la marcha a través del desierto, el pueblo empezó a murmurar contra Moisés y contra Yhwh, que envió serpientes venenosas cuya mordedura les provocaba la muerte. Tras el arrepentimiento y la intercesión de Moisés, éste recibió el encargo de colocar una serpiente de bronce sobre un asta: bastaba mirarla, para quedar curado del veneno mortal. Se trata, evidentemente, de un relato mítico, que solo puede ser aceptado literalmente desde una consciencia mítica, como la que tiene el niño entre los 3 y 7 años, o la que vivió la humanidad entre, aproximadamente, los años 10.000 y 1.000 antes de nuestra era. Es obvio que también, en la actualidad, pervive la consciencia mítica en no pocas mentes humanas: eso explica que, tanto en el nivel de la religión como en el de los nacionalismos, se mantengan creencias que, vistas desde otro nivel (simplemente, el "racional"), parezcan cuentos de niños. Particularmente en el campo de la religión, es más fácil quedar anclados en ese nivel de consciencia –aunque la misma persona, en otros sectores de su vida, pueda tener actitudes postmodernas-, debido al hecho de que los textos sagrados se han entendido literalmente, como si en su misma formulación hubieran caído del cielo, revelados por Dios. A partir de ese concepto de "revelación", centrado en el literalismo, el creyente no se atreve a reconocer el carácter histórico, condicionado y, por tanto, relativo de esos textos, por lo que los sigue repitiendo de una manera mecánica, sin el menor cuestionamiento. Quizás inconscientemente, en este terreno –no así en otros de su existencia cotidiana-, está renunciando a hacer uso de una consciencia más ampliada, que le proporcionaría otra lectura más adecuada y, por ello mismo, liberadora. Pero en el tema concreto que nos ocupa, hay más: una idea mágica de la salvación, que marcaría dolorosamente la consciencia colectiva cristiana durante más de un milenio. Así como el pueblo judío pudo creer que bastaba mirar a una serpiente de bronce para quedar curado de la mordedura venenosa, de un modo similar, durante siglos, muchos cristianos pensaron (piensan) que la salvación venía producida por la muerte de Jesús en la cruz. Quiero insistir en el hecho de que, mientras alguien se halla en ese nivel de consciencia, tal lectura es asumida sin dificultad. Lo cual no quiere decir que no contenga consecuencias sumamente peligrosas, entre las que habría que apuntar las siguientes: • imagen de un dios ofendido y vengativo hasta el extremo; • idea de un intervencionismo divino, arbitrario y desde "fuera"; • idea de una pecaminosidad universal, previa incluso a cualquier decisión personal (creencia en el "pecado original"); • instauración de un sentimiento de culpabilidad, hasta alcanzar límites patológicos; • creencia en una salvación "mágica", producida desde el exterior. Con esta lectura literalista, se dejan sentadas las bases de toda la "doctrina de la expiación". Sin embargo, es posible otra lectura que, reconociendo el carácter "situado" y, por tanto, inevitablemente relativo de los textos sagrados, accede a un nivel de mayor comprensión y libera al creyente de tener que seguir aferrado a un pensamiento mágico o mítico que, por la propia evolución de la consciencia le resulta ya, no solo insostenible, sino perjudicial. Desde esta nueva lectura, el cristiano sigue fijando su mirada en Jesús, y en Jesús crucificado. Pero ya no es una mirada infantil ni infantilizante. Ahora ve en Jesús y en su destino –provocado por la injusticia de la autoridad de turno- lo que es el paradigma de una vida completamente realizada: fiel y entregada hasta el final. Por ese motivo, el hecho de "mirar la cruz" empieza a ser ya salvador: nos hace descubrir en qué consiste ser persona. |
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