Con imágenes que resultaban familiares al judaísmo, se relata aquí la condición “transfigurada” de Jesús. Sin embargo, la lectura habitual del texto ha estado condicionada por dos claves que no parecen muy acertadas: la separabilidad y la desconfianza hacia nuestra realidad profunda.
Por un lado, la condición de ser “transfigurado” parece que se restringía a Jesús, de acuerdo con la creencia en su divinidad separada y exclusiva. Por otro, se insistía en la “necesidad” de bajar rápidamente en el monte, como si la comprensión de aquella realidad vislumbrada pudiera adormecernos y nos hiciera obviar nuestra acción y compromiso en el mundo. Ambas claves definen bien el modo de funcionar de la mente y del ego. Aquella es, por su propia naturaleza, separadora; este se autoafirma en la acción tanto como teme al silencio, en el que se diluye. Desnudando el engaño oculto en esa lectura, en la comprensión se hace manifiesto que la realidad “contemplada” en Jesús es una realidad compartida: todos somos seres “transfigurados”; más allá de la apariencia de las formas diferentes, somos Aquello que las transciende, luminosidad y gozo. Y de esta misma comprensión brota la acción y el compromiso, como su expresión natural, ahora caracterizados por la desapropiación. Si el ego exige “hacer” para poder sentirse vivo, en la comprensión la acción fluye sin que haya alguien que se la apropie: el compromiso sabio no viene firmado. Todo encaja de manera admirable: lo que somos y lo que hacemos son las dos caras de la misma realidad. Sin comprensión no salimos del engaño de una “identidad pensada” (el yo), aunque nos empeñemos en un activismo desbordante, siempre sospechoso porque aparece marcado por la resistencia –como si la vida debiera responder a nuestra expectativa– y la apropiación. La comprensión nos conduce a la aceptación lúcida –superando las trampas de la resistencia y de la resignación– y a la desapropiación en todo lo que emprendemos. ¿Cómo vivo la aceptación y la desapropiación?
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En los tres ciclos litúrgicos leemos, el segundo domingo de cuaresma, el relato de la transfiguración. Hoy leemos el de Marcos que es el más breve, aunque hay muy pocas diferencias con los demás sinópticos. Lo difícil para nosotros es dar sentido a este relato. Marcos coloca este episodio entre el primer anuncio de la pasión y el segundo. Parece que hay una intención clara de contrarrestar ese lenguaje duro y difícil de la cruz.
Es descabellado que Jesús se dedicara hacer una puesta en escena particular. Mucho menos que tratara de dar un caramelo a los más íntimos para ayudarles a soportar el trago de la cruz (cosa que no consiguió). Con ello estaría fomentando lo que tanto critica Marcos en todo su evangelio: El poner como objetivo último la gloria; aceptar que lo verdaderamente importante es el triunfo personal, aunque sea a través de la cruz. La estructura del relato a base de datos del AT nos advierte de que no se trata de un hecho histórico, sino de teología. No quiere decir que Dios en un momento determinado realice un espectáculo de luz y sonido. Son solo experiencias subjetivas que, en un momento determinado, atestiguan la presencia de lo divino en un individuo concreto. La presencia de lo divino es constante en toda la realidad creada, pero el hombre puede descubrir esa cercanía y vivirla de una manera experimental en un momento determinado de su vida. A Dios nunca podemos acceder por los sentidos. Si en esa experiencia se dan percepciones aparentemente sensoriales, se trata de fenómenos paranormales o psicológicos. Dios está en cada ser acomodándose a lo que es como criatura, no cambiando o violentando nada de ese ser. Es más, la llegada a la existencia de todo ser es la consecuencia de la presencia divina en él. Esto no quiere decir que la experiencia de Dios no sea real. Quiere decir que Dios no está nunca en el fenómeno, sino en la esencia. “Si te encuentras al Buda, mátalo”. Jesús, plenamente humano, tuvo que luchar en la vida por descubrir su ser. El relato de hoy quiere decir que, aun siendo hombre, habitaba en él lo divino. Seguramente se trate de un relato pascual que, en un momento determinado, se consideró oportuno retrotraer a la vida de Jesús. En los relatos pascuales se insiste en que ese Jesús Vivo es el mismo que anduvo con ellos por las tierras de Galilea. En la trasfiguración se dice lo mismo, pero desde el punto de vista contrario. El Jesús que vive con ellos es ya el Cristo glorificado. La manera de construir el relato quiere demostrar que lo que descubrieron de Jesús después de su muerte, ya estaba en él durante su vida, solo que no fueron capaces de apreciarlo. Jesús fue siempre lo que se quiere contar en este relato, antes de la muerte y después de ella. Lo que hay de divino en Jesús está en su humanidad, no está añadido a ella en un momento determinado. Este mensaje es muy importante a la hora de superar visiones demasiado maniqueas de Jesús con el fin de manifestar de manera apodíctica su divinidad. Pedro, Santiago y Juan, los únicos a los que Jesús cambió el nombre. Era buena gente, pero un poco duros de mollera. Necesitaron clases de apoyo para poder llegar al nivel de comprensión de los demás. Los tres acompañan a Jesús en el huerto. Los tres son testigos de la resurrección de la hija de Jairo. Pedro acaba de decir a Jesús que, de pasión y muerte, ni hablar. Santiago y Juan van a pedir a Jesús, en el capítulo siguiente, que quieren ser los primeros en su reino. Los tres demuestran que no entendieron el mensaje de su Maestro. La montaña alta, la nube, la luz, la voz, el miedo, son todos elementos que aparecen en las teofanías del AT. El monte es una clara referencia al Sinaí. La nube fue signo de que Dios los acompañaba, sobre todo en el desierto. La nube trae agua, sombra, vida. Los vestidos blancos son signo de la divinidad. El hecho de que todos sean símbolos no disminuye en nada la profundidad del mensaje que nos quieren transmitir, al contrario, el lenguaje bíblico asegura la comprensión de los destinatarios que eran todos judíos. Moisés y Elías, además de ser los testigos de grandes teofanías, representan todo el AT, la Ley y los profetas. Significa que Jesús no se sacó su mensaje de la manga, sino que está en total acuerdo con el AT. Está claro que lo que se intenta es manifestar el traspaso del testigo a Jesús. Hasta ahora, La Ley y los profetas eran la clave para descubrir la voluntad de Dios. Desde ahora, la clave de acceso a Dios será Jesús. ¡Qué bien se está aquí! Para Pedro era mucho mejor lo que estaba viendo y disfrutando que la pasión y muerte, que les había anunciado unos versículos antes Jesús para dentro de muy poco. Cuando les anuncia por primera vez la pasión, Pedro había dicho a Jesús: ¡Ni hablar! Ahora se encuentra a sus anchas. El mismo afán de gloria que a todos nos acecha. Vamos a hacer tres chozas. Pedro está en la “gloria”, y pretende retener el momento. Pedro, diciendo lo que piensa, manifiesta su falta total de comprensión del mensaje de Jesús. Le ha costado subir, pero ahora no quieren bajar, porque se habían acercado a Jesús con buena voluntad, pero sin descartar la posibilidad de medrar. Al poner al mismo nivel a los tres personajes, Pedro niega la originalidad de Jesús. No acepta que la Ley y los profetas han cumplido su papel y están ya superados. La voz corrige esta visión de Pedro. ¡Escuchadlo! En griego, “akouete autou” significa escuchadle a él solo. A Moisés y Elías los habéis escuchado hasta ahora. Llega el momento de escucharle a él. El AT es el mayor obstáculo para escuchar a Jesús. Hoy lo son los prejuicios que nos han inculcado sobre Jesús. Escuchar es la actitud del discípulo. En el Éxodo, escuchar a Dios no es aprender de Él, sino obedecerle. La Palabra que escuchamos nos compromete y nos arranca de nosotros mismos. No contéis a nadie... Es la referencia más clara a la experiencia pascual. No tiene sentido hablar de lo que ellos ni estaban buscando ni habían descubierto. No solo no contaron nada, sino que a ellos mismos se les olvidó. En el capítulo siguiente nos narra la petición de los primeros puestos por parte de Santiago y Juan. Pedro termina negándolo ante una criada. Hechos que hubieran sido impensables después de una experiencia como la transfiguración. Lo importante no es que Jesús sea el Hijo amado. Lo determinante es que, cada uno de nosotros somos el hijo amado como si fuéramos únicos. Dios nos está comunicando en cada instante su misma Vida y habla en lo hondo de nuestro ser en todo momento. Esa voz es la que tenemos que escuchar. No tenemos que aceptar la cruz como camino para la gloria. No llegamos a la vida a través de la muerte. En la “muerte” está ya la Vida. Con relación al AT, tenemos un mensaje muy claro en el relato de hoy: Hay que escuchar a Jesús para poder comprender La Ley y Los Profetas, no al revés. Seguimos demasiado apegados al Dios del AT. El mensaje de Jesús nos viene demasiado grande. Como Pedro, lo más que nos hemos atrevido a hacer es ponerlo al mismo nivel que la Ley y Los Profetas. El afán de interpretar a Jesús desde el AT nos ha jugado una mala pasada. Meditación En Marcos, Jesús nos habla con sus hechos. El mayor atractivo de Jesús es su coherencia. En él, lo que pensaba, lo que decía y lo que hacía era todo uno. Esa autenticidad es la clave de un verdadero ser humano. Jesús era verdad, modelo de humanidad y divinidad. Ahí tenemos la divinidad, manifestada. El domingo 1º de Cuaresma se dedica siempre a las tentaciones de Jesús, y el 2º a la transfiguración. El motivo es fácil de entender: la Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua; no sólo a la Semana Santa, entendida como recuerdo de la pasión y muerte de Jesús, sino también a su resurrección. Este episodio, que anticipa su triunfo final, nos ayuda a enfocar adecuadamente estas semanas.
La primera lectura recuerda otro episodio clave de la historia de la salvación: el sacrificio de Abrahán, en el que siempre se vio prefigurada la muerte de Jesús. La segunda lectura saca las consecuencias de esta entrega: si Dios no se reservó a su propio Hijo, ¿cómo no nos dará todo con él? Dos padres, dos hijos, dos escándalos Las dos primeras lecturas de este domingo se relacionan por oposición. En la primera, Abrahán está dispuesto a sacrificar a su único hijo si Dios se lo pide, cosa que no ocurre. En la segunda, Dios entrega a su hijo para demostrarnos que está dispuesto a concedernos todo. Los dos textos extrañan, incluso escandalizan, a muchos cristianos. Primer escándalo: El sacrificio de Abrahán (Génesis 22,1-2. 9-13.15-18) La práctica de los sacrificios humanos estaba muy extendida en los más diversos pueblos y culturas, desde Escandinavia al Japón. Pero el Antiguo Testamento nos informa también de algo más terrible: el sacrificio del primogénito. En casos de extrema necesidad, el rey, o el jefe militar, ofrecía en sacrificio a los dioses lo más valioso que poseía: el hijo o la hija primogénito. No sabemos si esta práctica estaba difundida también a nivel privado. Si lo que dice el profeta Jeremías no es exageración, cabe pensar que sí. En esa práctica, desde la óptica de aquellos siglos, hay algo muy valioso: se reconoce el derecho de Dios a lo más querido para cualquier persona. Pero en Israel intuyeron pronto que Dios no quiere esa forma de piedad. Había que compaginar dos cosas aparentemente contradictorias: Dios tiene derecho a la vida del primogénito, pero no quiere ejercer ese derecho. El relato del sacrificio de Abrahán cumple perfectamente este objetivo: el patriarca reconoce el derecho de Dios, pero Dios no quiere que lo ponga en práctica. Cuando se conocen las circunstancias históricas y culturales, el relato no escandaliza, sino que alegra. Segundo escándalo: El sacrificio de Jesús (Romanos 8, 31b-34) Más difícil de explicar es este segundo escándalo. Porque nadie comprende que Dios sacrifique a su hijo para salvar a gente como nosotros. Lo curioso es que los primeros autores cristianos (los evangelistas y los apóstoles en sus cartas) nunca se escandalizaban de este hecho. Se admiraban, pero no se escandalizaban. Por un motivo muy sencillo: no se quedaban en la muerte de Jesús, todo lo pensaban a partir de la resurrección. La historia había terminado maravillosamente bien. Y eso les capacitaba para ver de forma positiva incluso los aspectos más escandalosos. Las palabras de Pablo en esta lectura no pueden ser más duras: Dios «no perdonó a su propio Hijo». Sin embargo, Pablo no deduce de ahí que Dios es cruel, sino que está dispuesto a darnos todo con él. Ya que la idea del juicio final se ha utilizado a menudo para angustiar a la gente, conviene advertir cómo lo enfoca Pablo. El fiscal es Dios; pero no el Dios justiciero, sino un fiscal que se pone de parte de los culpables. Y el juez es Jesús, que ha muerto y sigue intercediendo por nosotros. Es el caso más escandaloso de corrupción de la justicia. Afortunadamente para nosotros. La mejor forma de ser agradecidos con este fiscal y este juez es vivir de acuerdo con sus palabras en el evangelio: «Este es mi Hijo amado, escuchadlo». La anticipación del triunfo de Jesús: La Transfiguración (Marcos 9,2-10) Jesús ha anunciado que debe padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar. Pedro, que no quiere oír hablar de sufrimiento y muerte, lo lleva aparte y lo reprende, provocando la respuesta airada de Jesús: «Retírate, Satanás». Luego llama a toda la gente junto con los discípulos, y les dice algo más duro todavía: no solo él sufrirá y morirá; los que quieran seguirle también tendrán que negarse a sí mismos y cargar con la cruz. Pero tendrán su recompensa cuando él vuelva triunfante. Y añade: «Algunos de los aquí presentes no morirán antes de ver llegar el reinado de Dios con poder». ¿Se cumplirá esa extraña promesa? ¿Hay que hacerle caso a uno que pone condiciones tan duras para seguirle? Seis días después tiene lugar este extraño episodio. El relato podemos dividirlo en tres partes: la subida a la montaña, la visión, la bajada. Desde el punto de vista literario es una teofanía, una manifestación de Dios, y Marcos utiliza los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirla. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, recordaré brevemente algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés. En primer lugar, Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, que por su altura se concibe como la morada de Dios. A esa montaña no tiene acceso todo el pueblo, sino solo Moisés, al que a veces puede acompañar su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presencia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que Dios habla (Ex 19,9). Es también frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolos de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos, sobre los que volveremos al comentar el relato, demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, «histórico», de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testamento. La subida a la montaña Es significativo el hecho de que Jesús solo elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de los otros nueve no debemos interpretarla solo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presenciado por todos. Por otra parte, se dice que subieron «a un monte alto». Mc usa el frecuente simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios. Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí. También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén. La visión En la visión hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud: 1) La transformación de las vestiduras de Jesús, que se vuelven «de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo». Mc parece sugerir que del interior de Jesús brota una luz deslumbradora que transforma sus vestidos. Esa luz simboliza la gloria de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan sorprendente. 2) Elías y Moisés. Curiosamente, el primer plano lo ocupa Elías, considerado en el judaísmo el precursor del Mesías (Eclesiástico 48,10); el puesto secundario que ocupa Moisés resulta difícil de explicar. Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara. Sin Moisés, humanamente hablando, no habría existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin él, habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípulos (no a Jesús), es una manera de confirmarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de los siglos pasados, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud. 3) En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres tiendas suenan a simple despropósito. Mc lo justifica aduciendo que estaban espantados y no sabía lo que decía. Generalmente nos fijamos en las tres tiendas. Pero esto es simple consecuencia de lo anterior: «qué bien se está aquí». Pedro no quiere que Jesús sufra. Mejor quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que tener que seguirle con la cruz. 4) La nube y la voz. Como en el Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella. Sus primeras palabras repiten exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando Dios lo presentaba como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: «¡Escuchadlo!». La orden se relaciona con las anteriores palabras de Jesús, que han provocado tanto escándalo en Pedro, y con la dura alternativa entre vida y muerte que ha planteado a sus discípulos. Ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado. «¡Escuchadlo!» Este episodio está contado como experiencia positiva para los apóstoles y para todos nosotros. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias: 1) Ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa. 2) Se les aparecen Moisés y Elías. 3) Escuchan la voz del cielo. Lo cual supone una enseñanza creciente: 1) Al ver transformados sus vestidos tienen la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria. 2) Al aparecérseles Moisés y Elías, se confirman en que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revelación de Dios. 3) Al escuchar la voz del cielo saben que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios. El descenso de la montaña: Necesidad del sufrimiento (vv.9-13). Dos hechos se cuentan en este momento. La orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite (v.9-10) y la pregunta de los discípulos sobre la vuelta de Elías (vv.11-13). Lo primero se inserta en la línea de la prohibición de decir que él es el Mesías (16,20). No es momento ahora de hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria. Es interesante la indicación de que los discípulos ignoran qué significa resucitar de los muertos. El segundo dato, la pregunta sobre Elías, no es simple anécdota. Según la teología tradicional, basada en un texto de Malaquías (3,23) y otro del Eclesiástico (48,10), antes de que llegue el Mesías debe volver el profeta Elías para renovarlo todo. Lo que dicen los escribas constituye una objeción muy seria para aceptar que Jesús es el Mesías. Si Elías no ha vuelto, Jesús no puede ser el Mesías. Y si ha vuelto, y ha arreglado todo, el Mesías no puede sufrir. Jesús resuelve el problema de un plumazo. Elías ya ha vuelto, era Juan Bautista, y lo trataron a su antojo. La respuesta de Jesús demuestra una autoridad asombrosa, porque es totalmente desmitificadora. Frente a una interpretación mítica de la revelación, Jesús propone una interpretación realista y simbólica al mismo tiempo. Una de las características del mundo moderno es la transformación, la evolución, el cambio. El evangelio de este segundo domingo nos sugiere que es posible transfigurarse si somos capaces de descubrir la Presencia transformadora de Jesús en nosotros/as en el camino que nos toca vivir, en la subida al monte (Sinaí, Hermón o Tabor), símbolo de lo Divino. Es el ascenso de la conciencia, del conocimiento interior, a un nivel más hondo y profundo, más allá de los signos externos con que se nos narra este desconcertante relato.
Todos estos símbolos, el monte, los vestidos blancos, el miedo, la nube, la voz, aparecen en las teofanías del Antiguo Testamento que, por otra parte, a los jóvenes de hoy ya no les dice nada. Pero es quizá, el evangelio de Marcos el más idóneo para mostrar a alguien que está alejado de lo religioso o indiferente. La lectura de este pasaje suscita la pregunta: ¿Quién es este hombre para mí?, y nos lleva a responder desde la propia experiencia de vida. Es un evangelio muy vivo, concreto y puede ayudar a un cristiano encerrado en sus ideas, a preguntarse: ¿soy capaz de reconocer a Jesús en esta situación tan desconcertante de pandemia en que vivimos? Ya sabemos que no es un relato histórico. Es probable que se trate de un relato pos-pascual con el fin de hacer ver a la comunidad de Marcos, y a nosotros, que Aquel que recorrió Galilea y “se abajó haciéndose uno de tantos”, es el mismo Cristo glorificado, transfigurado. Recurso que utilizan con frecuencia los autores bíblicos para dar autoridad o reforzar su mensaje. Dice el texto que acompañan a Jesús, Pedro, Santiago y Juan, uno, duro de mollera, los otros dos le siguen con buena voluntad para sacar alguna ventajilla. Como todo hijo de vecino. ¿Qué fue lo que vieron? Algo tan natural como darse cuenta, en un momento concreto de la existencia, de un chispazo, una sensaciónque va más allá de los signos superficiales: la percepción de la presencia de lo divino en uno/a mismo/a y a raíz de la cual se experimenta un antes y un después. Podríamos llamarlo una experiencia fundante, gozosa o dolorosa, casi nunca espectacular e incluso, ni siquiera asumida en ese mismo momento sino poco después. En esa situación, puede surgir una expresión tan humana como la de Pedro: ¡qué bien se está aquí!, o por el contrario, si ha sido dolorosa: ¿por qué a mí? Marcos sitúa este relato entre el primer anuncio de la pasión y el segundo. Se vislumbra, pues, la muerte biológica, inevitable, pero el horizonte es la Vida. En cualquier caso, Jesús, hoy, sube contigo para que seas testigo del encuentro con Dios. En su bautismo, y ahora, aquí, acontece el hecho esencial de su vida: se experimenta como Hijo amado. ¿Te has parado a pensar lo que realmente significa para ti ser Hijo/a Amado/a? ¿Cómo vivir hoy de ese modo? Jesús conoce nuestras necesidades, nuestros anhelos, nos ofrece la oportunidad de re-nacer, de transfigurarnos. En todo momento nos comunica su misma Vida, la Única. Llevamos dentro lo divino. En lo más íntimo de nuestro ser, oímos su voz: ¡Escuchadlo a Él! No a las voces que aturden, confunden o violentan, a las palabras falsas, vacías, cargadas de promesas y mentiras que, lamentablemente, son pronunciadas sin pudor. La escena de la transfiguración representa la experiencia anticipada del reino que ha de llegar si sabemos acoger la simiente de Verdad inserta en el ADN de nuestro ser. Con frecuencia, lo establecido, las viejas fórmulas ahogan la posibilidad de transformación. Moisés y Elías representan el Antiguo Testamento, la Ley y los profetas. Eran la clave para descubrir la voluntad de Dios. Con Jesús todo se transforma, se renueva. Nos invita a acompañar y dar testimonio entre los hombres y mujeres de hoy, poner en el centro la Palabra de Dios, escucharla, vivirla, practicar la autenticidad y la verdad. No es una mercancía que se compra o se vende. La veracidad está ligada a la conciencia, a la persona. Somos veraces en la medida que nos revelamos, nos entregamos. Jesús nos insta a bajar a la realidad de nuestro entorno, de lo cotidiano y traducirlo en hechos. ¡Esta es la clave! Decía más arriba, que es natural darse cuenta de lo que acontece en el corazón de cada ser humano, lo cual no significa que sea fácil. Me fijo en las familias, jóvenes y adultos en estos momentos de gran dificultad. Algunos han dejado de escuchar la Palabra de Dios que aprendieron, ¿y vivieron?, si no es de forma casual. La vivencia de la Comunidad es cada vez más escasa, e incluso dentro de ésta, la “fuerza liberadora del Evangelio queda a veces bloqueada por lenguajes y comentarios ajenos a su espíritu” (J. A. Pagola). Sin embargo, jóvenes, adultos, mayores, aun estando alejados, como hijos/as amados/as, seguimos sosteniendo y realizando cambios con creatividad y pasión. Enseñamos, oramos, predicamos, celebramos, asumiendo nuestro compromiso profético en la sociedad y en la iglesia para quienes buscan verdad y vida en los caminos que surcan la vida transfigurada de quienes se dejan encontrar por Él. El papa Francisco dice con valentía en su encíclica Laudato si: “Vivimos en una cultura de la mentira y de la ocultación que dificulta la toma de conciencia de la gravedad de la situación actual (LS 25, 30, 49). Los poderes económicos, junto a la débil reacción política internacional, nos distraen para no tomar conciencia de nuestras acciones inmorales y vicios autodestructivos (LS 56) intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera” (LS 59). La Iglesia en salida de Francisco es una “Iglesia-pueblo de Dios que hace de todos hermanos y hermanas: una inmensa comunidad fraternal”, “que toma partido a favor de las víctimas y que llama por su nombre a los causantes de las injusticias”. Somos vida transfigurada en la que todos/as estamos implicados. ¡Shalom! Como nunca antes en la breve historia de los que hoy seguimos con vida, necesitamos una cuaresma distinta, un desierto diferente. Para quienes no lo han notado, hace once meses que estamos sumidos en ceniza, viviendo con el miedo de tocarnos, de acercarnos, preguntándonos cuándo va a terminar esto, cuándo va a aparecer en el horizonte alguna señal de la vida que conocíamos, o de una mejor. Hemos venido caminando en la aridez de la virtualidad sin piel, de reducir a una pantalla todas las calles que recorrimos y las casas que visitamos. Hemos permanecido en el ayuno de los encuentros, de las reuniones, de las celebraciones junto a multitudes, y quién sabe cuántas personas se quedaron sin participar, ocultas en el olvido de las bases de datos, porque hemos estado resistiendo gracias al maná del WiFi. Hemos aprendido la vida del desierto, y sí, nos hemos reído (bajo el tapabocas) y hemos cantado, pero tenemos claro que no queremos vivir aquí, que el destino no puede ser éste.
Caminamos sin saber muy bien hacia dónde pero con la ilusión de que vamos hacia alguna parte. Caminamos con pausas, con desalientos, con distracciones para no perder la razón, con noticias que no despejan el panorama, y con despedidas, muchas despedidas - Cuánta indiferencia en quienes teorizan desde las cifras de muertes sólo porque los muertos no son suyos – demasiadas despedidas. Caminamos consternados, midiendo las palabras que le decimos a dios, porque no sabemos exactamente cuál es su papel o su postura en todo esto, y aunque nuestra oración permanece allí a diario, la verdad es que no siempre le decimos lo que pensamos, porque no siempre sabemos lo que pensamos, aunque él sí. Pero nadie puede decir que no hemos caminado, que no hemos resistido, que no hemos mantenido la fe. En nuestra historia quedará sellado que en uno de los momentos más inciertos de nuestra vida no supimos bien cómo confiar, pero no por eso dejamos de hacerlo. Durante los once meses de esta obligada cuaresma una enorme cantidad de creyentes han asumido la verdadera tarea de la voz que grita en el desierto: Alentar la esperanza en medio de la aridez y aumentar la fuerza de los débiles en medio del cansancio. El desierto tiene sentido porque está orientado a una promesa, y sólo es capaz de atravesarlo quien tiene sus ojos fijos en ella. Por eso la tarea del desierto es recordarla una y otra vez, es “gritar a los sencillos que tienen derecho a existir”, es inundar el corazón de los tristes con la Alegría del Evangelio, es cantarles a los enfermos que el Señor es más fuerte, y recordar a los que sufren que pueden confiar pues quien les cuida no duerme ni descansa. La tarea del desierto es contar la victoria de dios sobre toda incertidumbre y toda muerte. La vieja cuaresma, esa que algunos insisten en imponer porque aunque afirmen dogmáticamente la resurrección viven una religión funeraria - ¿Qué anuncio de la resurrección se puede esperar de una religión cuyos ministros visten de negro riguroso? se ha preguntado Cortés – y su fe es una idolatría a las sombras y no una confianza en la luz, es la cuaresma de las amenazas, de los anuncios de destrucción, de las alucinaciones del fuego y del castigo, de fingir sobriedad, de teatralizar la austeridad, de libretear la tristeza, de los delirios del gran reseteo y el nuevo orden mundial, de la esquizofrenia esa de acordarse de la vida de los vivos en su “concepción” y en su “muerte natural” pero olvidarlos en todo lo que hay en medio, y dar alaridos durante 40 días mientras los otros 325 se aplauden y se bendicen las lógicas de la muerte. Esa vieja cuaresma no es más que la triste escenografía de una trágica representación a blanco y negro del evangelio, y no es – ni nunca fue – lo que los hijos y las hijas de dios necesitan ahora mismo, en un momento en el que la ceniza de nuestros muertos y el morado de nuestros vestidos han cubierto el planeta entero. La cuaresma que necesitamos es la auténtica tarea del desierto, la de la expectativa, la del anhelo, la de la promesa. Es preparación para la fiesta, no para el sepelio. Tiene que ser una cuaresma de recordarnos la convicción de Israel en la dificultad, resumida en esas impresionantes expresiones de los salmos: “El Señor piensa en mí”, “El Señor es mi sombra”, “El día en que grité, aumentaste la fuerza de mi alma”, “No duerme tu guardián”, “Cuando camino entre peligros me das vida”. Tiene que ser una cuaresma de inspirarnos confianza, de ilusionarnos con lo que dios sueña con nosotros, de recordarnos que no hemos nacido para el sufrimiento, ni para el agobio, sino para la alegría y la paz. Tiene que ser una cuaresma de recordarle al mundo que ni el dolor, ni la angustia, ni la soledad tienen la última palabra, que el mundo no es un gran desierto, que sólo lo estamos atravesando, pero allí, tras el horizonte de roca y sequedad, hay una promesa de leche y de miel. Tiene que ser una cuaresma a Color. Que se junten los que cantan, los que cuentan, los que escriben, los que celebran. Que hagan nuevas canciones y nuevas historias para inspirar a los que sienten que se les acaba el aliento. Que intercedan los que oran para que sea sanada la mano paralizada de esta iglesia que se detuvo en que si en la mano o que si en la boca (y tantas otras discusiones estériles), para que no dejemos de llevar en nuestros hombros a los que no pueden andar por sí mismos, confiando en que podrán. Hermanos y Hermanas Todos. Que en las misas y en los grupos se predique que no preparamos el camino del Señor con cara de circunstancia, sino con la alegría de saber que viene, que ya llega, que todo cambia cuando el Reino se hace presente entre nosotros, ¿O es que nunca nos hemos preparado para la llegada de una visita que queremos recibir?. Que el arrepentimiento sea de todo aquello que nos hemos perdido por temor, por no confiar en la mano extendida de dios, por creer a quienes nos dijeron que estábamos mal hechos mientras que el Padre nos mira con orgullo. ¿Ayuno? El que hace a dios sonreír: despertar cada día con la determinación de erradicar una injusticia. ¿Limosna? La que pedía Tobit a su hijo: no volver la cara ante ningún pobre. ¿Oración? La que enseñaba Jesús: sabiendo que el Padre está en lo secreto, y que nos ve en lo secreto. ¿Ceniza? Quien se acerque con algo de luz y de color al corazón de los que sufren ya quedará marcado por la que llevan dentro, la de toda esta larga cuaresma de meses, meses de incertidumbre, duda y duelo. Es hora de hacer la tarea del desierto, que no es describir pormenorizadamente la roca y la arena que ya vemos, sino los ríos, los pastos, las montañas y los valles hacia los que caminamos. Es llenar de colores la ilusión de los que caminan entre grises. ¿Cómo lograr nuestra unificación-integración como personas? ¿Cómo ir siendo yo un@ conmigo mism@?
¿Qué aspectos necesitan atención en nuestra interioridad? ¿Cómo superar la dualidad con la que nuestra mente está formateada?... Son muchas las preguntas que se desprenden de uno de los últimos párrafos de Que todo sea Uno, recientemente publicado. La respuesta con sentido nos la da la sabiduría de siglos de mujeres y hombres de diferentes religiones y espiritualidades: esa respuesta la tienes tú, en tu interioridad, y llegas a ella por la meditación. Y llegamos a meditar cuando hacemos silencio, de verdad, con la ayuda de la respiración y de la palabra elegida para volver a nuestro centro. Este ejercicio, repetido dos veces al día, con fidelidad minuciosa, con cariño y respeto, va consiguiendo que nuestra mente deje de controlar e iniciemos el descenso a nuestra realidad, a nuestra verdad, para llegar a descubrir nuestra sabiduría interior. Jesús se iba al monte a orar. Se iba al huerto. “Se iba” porque en medio de lo que está unificado, la naturaleza, y dócil al Espíritu creador que promueve la evolución, él y nosotros encontramos la energía que nos conduce a una sanación progresiva de nuestra mente cansada por información que no puede procesar y que acumula, como un colesterol del alma. Entra en lo secreto. Cierra la puerta. Y habla con tu Abba que está en ese espacio de vida y luz. Respirar es lo primero que hacemos al nacer y lo último. Si dejamos de respirar todo se termina. ¿Nos damos cuenta de lo que esto significa? La clave de la unificación de todo nuestro ser: mente, corazón, cuerpo, está en esta respiración consciente que bombea la vida, y que permite que todo el laboratorio que somos, funcione. Dicen los expertos que muchas de las enfermedades que padecemos tienen su origen en una respiración deficiente. Sencillo: si la respiración permite la vida biológica, incluyendo la mental, la respiración es también, por lógica, la clave de la espiritualidad integradora de toda la persona. Cuando consigues entrar en esa respiración que te conduce a tu centro, dicen los expertos que gota a gota va desbloqueándose el hielo acumulado en las frías tormentas de nuestra vida: falta de cariño, traumas y dolor por abusos, por faltas de respeto, por ignorancia de nuestra identidad. La pregunta que nos hacemos hoy es, y yo ¿me respeto? Somos muchos y muchas las personas que hemos sido ninguneados, pero la respuesta de si me dejo atrapar por todo ello está dentro de nosotros. La respiración es precisamente otra palabra para comprender qué hace el Espíritu. El Espíritu, Ruah en hebreo, es aire, es dinamismo, es presencia que permea todo, que mueve nuestra energía. Cuando respiramos tomamos consciencia de que ese aire además de oxígeno que la madre naturaleza nos regala a todas horas y segundos de nuestra existencia, es el Espíritu mismo de Dios que entra en nuestro ser y realiza la sanación y unificación que nosotros, ni con todo nuestro esfuerzo y ciencia podemos realizar. Sí, es ella, la Ruah, la que entra, si le abro la puerta, y “cena conmigo” es decir, comparte mi vida, mi entorno, lo que me desestabiliza y en diálogo silencioso, respira conmigo, me conecta a su bomba de oxígeno para que recupere el aliento y así la vida. Respira y vive. Y si, como Jesús, y tantas personas, puedes salir a la naturaleza, a tu monte, a tu huerto o jardín, a tu orilla de mar…respirar y mirar el entorno, es un bálsamo que cuando quieres darte cuenta ha relajado tu tensión, ha bajado la intensidad de tus dudas y preguntas mentales y ha ido masajeando tu corazón ralentizado por una respiración pobre. También ha reducido tu dolor físico y síquico ya que, en unión con la hermana tierra, te sientes acompañada, liberada e invitada a ser uno con ella. Respira y Vive. Es algo así como cuando Jesús decía “levántate y anda”. Próximamente uniremos a este proceso el trabajo de Dios en nosotros cuando incluimos la Palabra, al respirar en nuestro silencio. Merece la pena. Será el apartado III de Que todo sea Uno. Basándome en las reflexiones de Ximo Garcia Roca[1], José Arregi[2], el presidente Macron[3] y Reyes Mate,[4] sintetizo en seis puntos los retos que considero importante afrontar para ser una Iglesia significativa para el momento actual tras la pandemia.
►1º.- Construir una identidad común que rompa trincheras entre dentro y fuera y supere la división entre seres humanos considerados “de los nuestros“ y “de los de ellos”. En la Iglesia hemos de ser ejemplo en la promoción de la defensa práctica de la común dignidad de todo ser humano y de la hermandad. Por eso la Iglesia debe ser la primera en buscar la colaboración común y unitaria para unirnos todos en la solución de los grandes y graves problemas de la humanidad. El papa Francisco está insistiendo en este punto continuamente, especialmente en estos días de pandemia. Desde esta perspectiva de potenciar la colaboración mutua, sintonizo con el planteamiento de Arregi cuando declara que para llevar a la práctica este primer reto es necesario que la Iglesia “acepte radicalmente el principio de la laicidad tanto en el orden sociopolítico como espiritual”. También me parece importante la propuesta del presidente francés Macron a la Conferencia Episcopal Francesa: “Recrear la laicidad tras reconocer el desencuentro y necesidad de reparar el “vínculo” entre esta institución y el Estado. La laicidad ciertamente no tiene como función negar lo espiritual a cambio de lo temporal, ni extirpar de nuestras sociedades la parte sagrada que nos nutre tanto de nuestros conciudadanos. Si tuviera que resumir mi punto de vista, diría que una Iglesia que pretenda desinteresarse de los asuntos temporales no cumpliría su vocación; y un presidente de la República que pretenda desinteresarse de la Iglesia y de los católicos faltaría a su deber”. Es importante reconocer, con Macron, que “el lugar del encuentro es la praxis” ►2º.- Manifestar, fundamentalmente, que somos Iglesia que acompaña y sana a quienes sufren y son víctimas de esta sociedad, que a tanta gente margina y mata. En esto consiste básicamente ser IGLESIA EN SALIDA, según el papa Francisco. El empeño de la Comunidad Cristiana debe centrarse en defender e incluir a los seres humanos que la sociedad capitalista desecha y descarta Y, SIMULTÁNEAMENTE, proponer estilos de vida alternativos a esta sociedad patógena e inhumana. Si hacemos real y práctica continua esta tarea, nos llevará seguro a ser Iglesia pobre y de los pobres. En este sentido coincido con Reyes Mate cuando señala como tarea muy importante de las personas cristianas el cuestionar la inevitabilidad del sistema imperante. Lo cual significa hacer comprender que no es verdad que el capitalismo sea imbatible por ser natural, ni la ideología del progreso inevitable por ser una religión. Son construcciones históricas y por eso podemos hablar con conocimiento de causa de que otro mundo es posible. La tradición cristiana ha de hacer creíble que el tiempo del progreso no es el único ni el bueno y que otro tipo de historia es posible. Ahora bien. Esto conlleva un precio, pues cuestiona el estilo de vida impuesto por la sociedad capitalista: el precio de entender que el tiempo del ser humano y del mundo es limitado, como limitados son sus recursos, de ahí que haya que cuidarlos; el precio de comprender que la sostenibilidad de nuestra vida exige que nos hermanemos con la naturaleza, a la que tutelamos; el precio de entender que hay noche y día, días festivos y laborables y que trabajamos para vivir, no vivimos para trabajar (el día festivo no es un día de descanso, de puesta a punto de la máquina para volver al trabajo, sino más bien al contrario: el día festivo es el que da sentido al trabajo), de ahí la necesidad de una vida sobria y austera; el precio de comprender que el mundo es de todos y todas, que las respuestas han de ser globales porque las preguntas también lo son y que, como afirmaba Rousseau, quien gritó primero “esto es mío” cometió un robo, de ahí el peligro de las apropiaciones y las identidades colectivas. De esta doble tarea de defender e incluir a quienes la sociedad desecha y descarta y, simultáneamente, proponer estilos de vida alternativos a esta sociedad patógena e inhumana, se desprende el tercer reto: ►3º.- AYUDAR A RECUPERAR UNA VERDADERA CONCIENCIA HUMANITARIA, COMPASIVA Y MISERICORDIOSA ante tanto drama humano y social que encontramos. Solamente así ayudaremos a la Iglesia a tomar conciencia de que la cuestión decisiva hoy es la supresión del sufrimiento humano, tal y como hizo Jesús en su vida pública. Y esta tarea no es exclusiva de creyentes sino que requiere la colaboración de todo el mundo. Por eso son lamentables y desafortunadas las declaraciones del Secretario de la Conferencia Episcopal Española, pues denotan una baja percepción de esta urgencia y una alta preocupación por el culto y por la propia subsistencia económica de la Iglesia. Con sus declaraciones manifiesta poca sintonía con las continuas llamadas del papa Francisco a ser Iglesia misericordiosa y a suprimir el gran pecado social de la indiferencia. Como bien dice Ximo, “Las grandes batallas de la humanidad hoy no son la secularización social, ni la laicidad política, ni el relativismo cultural”. Su gran batalla es el sufrimiento de tanta gente. Es tan prioritario hacer frente a este drama que prima incluso sobre el culto, las doctrinas e ideologías y la misma institución eclesiástica. De ahí la importancia de trabajar, como afirma Reyes Mate, para elevar el sufrimiento a categoría política (y no sólo moral), lo cual significa deponer el progreso y empeñarnos en cambiar nuestro modo de pensar y actuar para construir la historia de otra manera. ►4º.- Llevar a la práctica el gran principio cristiano que afirma que lo más importante de todo es la Caridad. Solo actuando y manifestándonos de acuerdo a los tres retos señalados anteriormente asumiremos realmente este cuarto reto y estableceremos lo que Ximo afirma con toda contundencia: “la caridad como condición de toda verdad”. Eso evitará que la Iglesia se instale en el reino de la abstracción y la hará mantenerse en referencia constantemente a lo concreto y real de las personas para socorrerlas y ayudarlas en sus procesos sanadores y liberadores. ►5º.- Recrear el potencial espiritual de la fe y del seguimiento de Jesús, que genera esperanza y anima al compromiso. El potencial místico, trascendente y humanizador de la experiencia cristiana de encuentro y de seguimiento de Jesús es un tesoro que no podemos esconder debajo del celemín. La espiritualidad cristiana, que consiste en vivir según esa mística, nos hace tomar conciencia de nuestra condición de creaturas y, por tanto, de nuestra profunda unión con todas las demás creaturas, especialmente con todos los seres humanos (Francisco de Asís). Más aún: esta mística impide todo tipo de engreimiento y orgullo y nos interpela siempre a mantener los ojos abiertos y el corazón acogedor para comprometernos a ajustar todas las cosas al proyecto liberador del buen Padre-Madre Dios, descubierto en el encuentro con Él. Por eso la mística cristiana siempre alienta la esperanza y anima al compromiso de transformación personal y del mundo. La riqueza que entraña esta espiritualidad nos apremia a ofrecerla a la humanidad como un gran tesoro que enriquece y potencia a la persona en su proceso humanizador. Urge cuidar y potenciar entre las personas cristianas, por encima de leyes, ritos, doctrinas, costumbres, tradiciones, estructuras, etc., la espiritualidad y mística derivada de la fe en Jesús. Ante tanto materialismo y utilitarismo impuesto en nuestras sociedades por el sistema, hoy se produce una demanda muy intensa de espiritualidad, de silencio, de mirarnos más a fondo y sumergirnos en el Misterio de lo que somos. La mejor manera de responder a esta demanda es ofrecer bien y atractivamente la gran experiencia de espiritualidad que tenemos en la comunidad cristiana desde nuestros orígenes. Por eso considero muy importante lo que sostiene Macron en su propuesta a los obispos franceses: “Un lugar de encuentro es el reconocimiento de la dimensión espiritual. Cegarme voluntariamente a la dimensión espiritual que los católicos invierten en su vida moral, intelectual, familiar, profesional, social, sería condenarme a tener una visión parcial de Francia; sería desconocer al país, su historia, sus ciudadanos y, generando la indiferencia, derogaría mi misión. Y no tengo indiferencia respecto a ninguna de las confesiones que hoy están en nuestro país”. Continúa afirmando que se trata de atender “la intensidad de una esperanza que, a veces, nos hace tocar este misterio de la humanidad que se llama santidad, del que el Papa Francisco ha dicho en su exhortación es ‘el rostro más bello de la Iglesia’”. Y añade que lo que realmente importa “es la savia. Y estoy convencido de que la savia católica debe contribuir una y otra vez a la vida de nuestra nación. Pero esta voz de la Iglesia, lo sabemos ustedes y yo, no puede ser obligatoria”. ►6º.- Transformar evangélicamente la Iglesia. Desde hace ya muchos años venimos reclamando una transformación evangélica de la Iglesia y considero que se ha convertido ya en algo generalizado y urgente, si queremos que la Iglesia sea significativa para nuestro mundo y nuestra sociedad. Con el papa Francisco considero urgente y necesario suprimir la gran plaga del clericalismo en la Iglesia. Si de verdad queremos potenciar el sentido comunitario y que todos los miembros de la Iglesia nos sintamos y vivamos como lo que somos, Pueblo de Dios, es necesario –como afirma Arregi– transformar la pesadísima maquinaria clerical, vertical y centralizada de la estructura de la Iglesia, que actualmente resulta insostenible. En efecto, es necesario repensar todo el funcionamiento y la organización de la Iglesia católica (sacramentos, parroquias, diócesis, curias, Vaticano…), superar la distinción clérigos-seglares y la exclusión de la mujer y asumir un paradigma cultural, político y teológicointegralmente ecológico, feminista y más democrático. El esquema actual ya no tiene sentido. La reforma, por tanto, no es solamente de “formas de organización”, sino de modelo de Iglesia. Estos días he estado releyendo el libro de Hans Küng “La Iglesia Católica” (publicado en 2002) y me ha impresionado lo tremendamente actual de sus demandas y deseos al responder a estas dos preguntas: qué Iglesia tiene futuro y qué debería apoyar la Iglesia católica. Remito a sus páginas finales para animar a retomar las propuestas del autor. Y, para acabar mi aportación, no puedo dejar de reproducir unas líneas de esas páginas que introducen la respuesta a las dos preguntas señaladas. “Alguien que ha servido a sus discípulos en la mesa y reclamaba que «el más grande debe ser el servidor [en la mesa] de todos» difícilmente puede haber deseado unas estructuras aristocráticas o incluso monárquicas para su comunidad de discípulos. Antes bien, de Jesús se desprendía un espíritu «democrático» en el mejor sentido de la palabra, que concordaba con la idea de un «pueblo» (en griego demos) de seres libres (no una institución dominante, y mucho menos una Gran Inquisición) e iguales en principio (no una iglesia caracterizada por la clase, la casta, la raza o el oficio), de hermanos y hermanas (no un regimiento de hombres o un culto a las personas). Esta era la «libertad, igualdad y fraternidad» originalmente cristianas”. Unos artículos del National Catholic Reporter me han hecho reflexionar sobre las personas que se declaran católicos convencidos. Durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI todos los que no estaban de acuerdo sobre las enseñanzas eclesiales estaban mirados con malos ojos. Nos decían, porque yo me declaro aperturista, que éramos protestantes y que hacíamos una religión a nuestra medida, pero yo perseveraba en mi fe, como tantos otros, aunque nos fueran retirando a los cuarteles de invierno.
La sociedad va muy deprisay acepta algunas situaciones que son tabú en nuestra Iglesia: métodos anticonceptivos, matrimonio entre personas del mismo sexo, sacerdocio femenino, la no importancia del celibato, el aborto, el adecuado rol de los laicos, la infalibilidad papal… una lista muy larga que un porcentaje muy elevado de católicos acepta ¿Han dejado de serlo por tener estas ideas? Con la llegada del pontificado del Papa actual ha mejorado nuestra consideración salvo para los que se oponen a su persona. Lo más curioso es que ha pasado lo mismo con la llegada al poder del presidente Biden que no escogió al cardenal Dolan, que se refería a su amigo Trump como un gran señor, sino a un jesuita. Y en el servicio religioso post juramento se incluyeron dos monjas y dos líderes del movimiento transgénero, un aviso a navegantes de que en su concepción religiosa todos eran bien recibidos. Creo que nos confundimos cuando consideramos que el catolicismo es la adhesión a una serie de verdades pues no es una creencia intelectual sino mucho más que eso. Ser católico quiere decir no apartar la mirada del que sufre, no tener miedo en profundizar en la fe, vestir al desnudo y celebrar la Navidad como la encarnación de Dios que quiso compartir la vida de los seres humanos, en la que se incluía el sufrimiento incluso en cruz, pero con un mensaje de esperanza que fue la Resurrección. Y recordar todos estos momentos de la vida de Jesucristo celebrando con los hermanos en la fe para apoyarnos unos a otros. Y no somos protestantes porque nos consideramos miembros de una iglesia, que no cedemos a ningún grupo y de la que nadie nos podrá echar, aunque nos gustaría que cambiara algunas cosas que son por las que luchamos Nos necesitamos unos a otros, de la misma forma que no existiría el bien si no hubiera mal en el mundo. Las enseñanzas de la Iglesia tienen que evolucionar para ser comprendidas por los seres humanos de cada momento histórico y todas las generaciones se enfrentan con nuevos temas a los que hay que responder. La verdad permanece, pero para perseverar tiene que vestirse con la ropa del momento. Los aperturistas tienen que empujar a los conservadores a realizar cambios, pero éstos tienen que advertir de los peligros que conlleva ser apresurados. Y si no existieran las dos facciones el Espíritu las tendría que crear… pero ya lo hizo y debemos convivir unos con otros pues nadie sobra El catolicismo no se puede reducir, como decía Chesterton, a una tradición pues es un incordio (nuisance en inglés) siempre nuevo y peligroso. El desafío en nuestra situación actual es construir un sentido de unidad que marginalice a los extremistas y a los sectarios, que no se entienden con nadie, pues son lo contrario del espíritu cristiano. En este breve relato, cargado de simbolismo, resaltan los contrastes: Espíritu-Satanás, alimañas-ángeles, huida-buena noticia. La polaridad es una característica del mundo fenoménico o de las formas y, por tanto, de nuestra propia realidad cotidiana.
La polaridad, a su vez, va de la mano de la impermanencia: los dos polos de la realidad manifiesta se hallan en cambio constante. Y donde hay impermanencia son inevitables los altibajos y el dolor. Porque el cambio significa que, para que algo nazca, algo tiene que morir. El constante nacimiento/muerte parece ser la ley que rige nuestro mundo. De acuerdo con esa ley inexorable, la sabiduría consiste en aprender a vivir, de manera consciente y lúcida, esa dinámica, reconociendo que en nuestra existencia todo es una permanente impermanencia: nosotros mismos estamos naciendo/muriendo de manera constante. Con lo cual, la cuestión que marca la diferencia es el modo como asumimos y vivimos tal proceso. Sin embargo, con frecuencia, nos situamos como si la vida “debiera” acomodarse a nuestras expectativas, tuviera que ser “justa” con nosotros o responder a nuestras demandas. Y cuando eso no ocurre, quedamos atrapados en la frustración, el enfado o el resentimiento. Sin embargo, la vida no es lo que se supone que debe ser. Es lo que es. La comprensión es lo que hace la diferencia. La comprensión nos regala un doble fruto: por un lado, nos hace alinearnos con la vida –no con la “idea” que nos habíamos hecho de ella–; por otro, nos libera de nuestra reducción a la impermanencia. La ignorancia consiste en identificarse con el mundo de las formas o de los objetos y, por tanto, en reducirse a lo impermanente. La comprensión nos muestra que, más allá de la forma (persona) en la que nos estamos experimentando, somos “Aquello” que está más allá de las formas, Aquello –dijera José Saramago– “que no tiene nombre”, pero que saboreamos en cuanto salimos de la hipnosis generada por el hecho de habernos identificado con la mente. De la comprensión brotan dos actitudes fundamentales: confianza –somos plenitud– y aceptación: dejamos de estar en lucha con la vida y vivimos diciendo sí a lo que es. Y es entonces cuando, de manera admirable, se nos hace patente que el resultado no es la resignación ni la indiferencia, sino la acción adecuada y creativa que, brotando de la misma vida, fluye a través de nosotros. Esta es la “Buena Noticia” y la realización del “Reino de Dios”. ¿Cómo vivo las frustraciones? Las lecturas del Antiguo Testamento recogen momentos capitales de la historia de la salvación: alianza con Noé y sus hijos (I), sacrificio de Abrahán (II), decálogo (III), deportación a Babilonia y liberación (IV), nueva alianza (V). Cumplen una importante función con vistas a la catequesis cuaresmal, pero no tienen especial relación con el evangelio.
Las lecturas de las cartas destacan los tres primeros domingos la muerte y triunfo de Jesús. «Cristo sufrió su pasión… pero está sentado a la derecha de Dios» (I). «Cristo Jesús murió, resucitó y está a la derecha de Dios» (II). «Cristo crucificado… que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (III). En los dos últimos domingos ponen de relieve el beneficio que esto supone para nosotros. «Estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo» (IV). «Cristo, llevado a la consumación, se convirtió en autor de salvación eterna» (V). Este tema adquiere especial relieve el tercer domingo: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» Las lecturas del evangelio comienzan con el episodio de las tentaciones (I) y los otros cuatro recogen pasajes que se refieren, de distinto modo, a la muerte y resurrección de Jesús: Transfiguración (II); «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (III); «Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él» (IV); «Si el grano de trigo muere da mucho fruto» (V). Como ocurre en las segundas lecturas, los dos últimos domingos subrayan el beneficio que la muerte y resurrección de Jesús tienen para todos nosotros. Domingo I de Cuaresma Volver a empezar El primer domingo de Cuaresma, en cualquiera de los tres ciclos, se dedica a recordar las tentaciones de Jesús. Eso supone que debemos dar marcha atrás, olvidarnos de que ya estaba recorriendo Galilea con sus discípulos y volver a empezar. Jesús acaba de ser bautizado, ha recibido una misión de Dios. Pero, antes de lanzarse a una actividad pública, el Espíritu lo impulsa al desierto. Con este relato, muy simbólico, y que no se presta a conclusiones piadosas, Marcos quiere plantearnos desde el comienzo el misterio de la persona de Jesús. Un relato sin tentaciones (Marcos 1,12-13) Si se hiciera una encuesta a los cristianos sobre las tentaciones de Jesús (suponiendo que hayan oído hablar de Jesús y de las tentaciones) algunos mencionarían la de convertir una piedra en pan; otros, que Satanás le ofreció toda la gloria y riqueza si lo adoraba; los más listos incluso recordarían lo de tirarse desde el pináculo del templo. Con eso, demostrarían conocer los relatos de las tentaciones que cuentan Mateo y Lucas. Pero Marcos no dice nada de eso. Más que un relato parece un guion con seis datos que el catequista deberá desarrollar. El Espíritu. En la tradición bíblica, el Espíritu es el que impulsa a los Jueces y a los profetas a realizar la misión que Dios les encomienda: salvar al pueblo de sus enemigos o transmitir su palabra. En este caso, con notable diferencia, el Espíritu impulsa a Jesús al desierto. El desierto es el lugar de la prueba, como lo fue para el pueblo de Israel cuando salió de Egipto, camino de la Tierra Prometida. Allí fue tentado para ver si era fiel. Y la inmensa mayoría sucumbió en la prueba, mostrándose un pueblo de corazón duro y obstinado. Jesús, en cambio, superará en el desierto la tentación. Los cuarenta días equivalen a los cuarenta años que, según la tradición bíblica, pasó Israel en el desierto. Es número de plenitud, de tiempo redondo (recuérdense los cuarenta días del diluvio, los cuarenta días de Moisés en el Sinaí, los cuarenta días entre la resurrección de Jesús y la Ascensión, etc.). Satanás. Nosotros hemos adornado este personaje con tantos elementos (incluidos cuernos y rabo) que conviene dejar claro cómo lo concibe Mc. El evangelista usa el nombre de Satanás en cinco ocasiones (1,13; 3,23.26; 4,15; 8,33), y desaparece en la segunda parte del evangelio (cc.9-16); curiosamente, la última vez que se menciona a Satanás no se refiere al demonio sino el apóstol Pedro, que quiere apartar a Jesús de la pasión y la cruz. Por consiguiente, Satanás es el símbolo de la oposición al plan de Dios. Satanás quiere apartar a Jesús del camino que Dios le ha trazado en el bautismo: hacer que se olvide de pobres y afligidos, dejar de consolar a los tristes, de anunciar la buena noticia. O, como hará Pedro más adelante, pedirle que cumpla su misión, pero sin pensar en cruz ni sufrimientos. Fieras y ángeles. Esta curiosa mención está cargada de simbolismo. Los animales del desierto no son los que ve cualquier campesino galileo a su alrededor: mulos, vacas, ovejas... Son escorpiones, alacranes, etc. Y esto nos recuerda el Salmo 91,11-13, donde aparecen mencionados junto con los ángeles: «A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en todos tus caminos; te llevarán en sus palmas para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre chacales y víboras, pisotearás leones y dragones». Jesús, en el desierto, sufre la tentación de Satanás. Pero Dios está a su lado, lo protege mediante sus ángeles, y hace que triunfe en todos los peligros. Estos elementos (tentación, vivir con los animales, servicio de los ángeles) recuerdan al relato de Adán en el paraíso, tal como se contaba en las tradiciones rabínicas. De este modo, Mc presenta a Jesús como el nuevo Adán, que, a diferencia del primero, no sucumbe a la tentación, sino que la supera. Primera actividad de Jesús y síntesis de su predicación (Marcos 1,14-15) El relato de las tentaciones en Mc es tan breve que la liturgia ha añadido las frases siguientes. Aunque tratan un tema muy distinto (el comienzo de la actividad de Jesús), la invitación a la conversión encaja muy bien al comienzo de la Cuaresma. Esas palabras ya las leímos el domingo 3º del Tiempo Ordinario. Recuerdo lo que comenté a propósito de ellas. Marcos ofrece tres datos: 1) momento en el que Jesús comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación. Momento. Cuando encarcelan a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío. Lugar de actividad. A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una región de 70 km de largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como afirma el libro tercero de la Guerra Judía de Flavio Josefo (BJ III, 41-43), aunque su riqueza estaba muy mal repartida, igual que en todo el Imperio romano. Los judíos de Judá y Jerusalén no estimaban mucho a los galileos: «Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur», comentaba un rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: «Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta» (Jn 7,52). Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio («Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios») y una invitación («convertíos y creed en el Evangelio»). El anuncio encaja en la mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado de Dios y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que «está cerca». Pero lo más importante es que vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia. Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús. Pero Jesús invita también a «creer en la buena noticia» del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior. El recuerdo del bautismo (dos primeras lecturas) Desde antiguo, la celebración de la Pascua quedó vinculada con el bautismo de los catecúmenos el Sábado Santo, y eso ha influido en la selección de las lecturas. Ya la primera carta de Pedro ve en la salvación de ocho personas del diluvio atravesando el agua un símbolo del bautismo que ahora nos salva. Este texto se recoge en la segunda lectura. La primera, como es lógico, recuerda el relato del Génesis (9,8-15). La primera carta de Pedro 3,18-22 (llamada así, aunque no la escribió san Pedro) ve en el diluvio un simbolismo del bautismo: Noé y sus hijos se salvaron cruzando las aguas del diluvio, el cristiano se salva sumergiéndose en el agua bautismal. Jesús y nuestro bautismo La presentación de Jesús como nuevo Adán está estrechamente relacionada con la nueva vida que comienza en el cristiano con el bautismo. La Cuaresma es el mejor momento para profundizar en este sacramento que, en la mayoría de los casos, recibimos sin ser conscientes de lo que recibíamos. |
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