Jesucristo es un enigma, tratar de "explicarlo" está realmente más allá de nuestras capacidades. No hay duda de que fue un hombre del siglo primero. Así lo afirman los evangelios y algunos documentos romanos y judíos. Sobre ese hombre se pueden decir muchas cosas. Pero en cuanto intentamos acercarnos a su persona, empieza el vértigo.
¿Cómo es posible que alguien de quien se sabe tan poco (no conocemos gran parte de su vida, a la manera de las biografías modernas) haya dejado una huella en la humanidad de tal intensidad? Los evangelios tratan de darnos una respuesta. En ese judío se encierra algo inimaginable. Los que recibieron su impacto, que tuvo que ser inmenso, llegaron a la conclusión que en este hombre encontramos a Dios. Le dieron una serie de "títulos" para poder comprender el misterio que se manifestaba en Él. Y esto es lo asombroso. No podemos atrapar, definir, ni explicar a Dios. Pero lo encontramos en la vida de este galileo. Cada generación desde entonces ha intentado "explicar" el enigma que encierra su Persona. Quizás hubo antaño un exceso de definiciones. Aunque hoy la tentación es reducirlo a la altura de cualquier maestro de sabiduría que se hayan dado en la Humanidad. Ahora bien, el vértigo aumenta cuando vemos qué ocurrió después de su crucifixión. Según los evangelios, su tumba fue hallada vacía y abierta. Se intentó explicar de diferentes maneras esa "anomalía". Pero algo era evidente. Aquellos que huyeron se reencontraron porque se habían encontrado con lo inesperado. Debido a esos textos, ya no podemos pensar en Jesús como un mero personaje del siglo primero. De una manera inexplicable él sigue siendo nuestro contemporáneo. Todo esto escapa al racionalismo. Y es que la razón no puede explicarlo todo. Aquellos acontecimientos extraños de aquellos días de hace ya 2000 años, cambiaron el mundo. Ya nunca se volvió a pensar igual, a pesar de tantas traiciones de los cristianos a lo largo de estos siglos. Y lo más triste es que aún "hay quienes buscan al Nazareno entre los muertos", como un mero personaje de la historia. Pero el anuncio de su resurrección, confiada a unas mujeres (que dicho sea de paso, no eran aceptadas como testigos en aquella cultura) sigue resonando veinte siglos después con la misma fuerza para quien busca un sentido a su vida o para quien está a la búsqueda de Dios. Quizás esa sea la mayor evidencia del Gran Enigma: las vidas transformadas por Él. Cuando se tiene a Jesucristo como Señor, es decir como "criterio existencial", dejas de servir a otros señores. El que sigue a Cristo de pronto se libera de las exigencias de tantos "señores" que quieren reclamar su autoridad sobre nuestras conciencias: los señores de la política, de la filosofía, de la moda social o incluso algunos que proceden de la iglesia, cuando se autoproclaman su representante y portavoz. No olvidemos que lo que nos propone el testimonio del N.T sobre Jesús, es que con él ha comenzado una nueva humanidad. De una manera que no puedo explicar, Cristo nos muestra que lo divino es encarnable. Lo divino lo encontramos en lo humano. Y lo hizo por medio de su manera de vivir, de enseñar, y hasta de morir. Trastocó la sociedad del siglo primero, poniendo arriba lo que estaba debajo, y debajo lo que estaba arriba. No hay más que ver lo que hacía y decía sobre el poder, la riqueza, las mujeres, los niños, los excluidos, los enfermos culpabilizados por la religión oficial, y cómo entendía él la relación con el Padre, y entre los hombres y mujeres. Jesús fue y es indomesticable y por eso sigue trastocando hoy esta sociedad que tanto se parece a la del Imperio Romano. Si la muerte no pudo retenerlo, mucho menos lo podrán hacer los artificios de los hombres. Siempre será el inesperado, como un extraño que nos acompaña misteriosamente, aún sin darnos cuenta de ello. Este Caminante nos llama a seguirle por los caminos de "Galilea". Estamos cansados de tantos discursos sobre Dios, como si fuera un objeto de observación y análisis. Un discurso siempre diferente según el especialista de turno. Cristo no ha demostrado a Dios, lo ha mostrado. En medio de las crisis de fe, de las decepciones, y las traiciones al Evangelio, queda él, sorprendente, enigmático, sublime, alumbrando el camino. El Caminante de Emaus sigue entre nosotros.
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Por última vez, después de una insistencia machacona, nos habla Lucas de la riqueza. Yo también tengo claro que en materia de riqueza no haremos caso ni aunque resucite un muerto. La parábola va dirigida a los fariseos. Acaba de decir el evangelista: "Oyeron esto los fariseos, que son amigos del dinero, y se burlaban de él". Jesús apoyándose en las creencias que ellos aceptaban, quiere hacerles ver que, si de verdad creyeran lo que predican, no estarían tan pegados a las riquezas.
Esta parábola nos dice lo mismo que Mt 25,34-46: "Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber..." Las dos hay que entenderlas dentro de una visión mitológica del más allá: premio y castigo más allá, como solución de las injusticias del más acá. Utilizar estos textos para seguir hablando de un premio para los pobres y un castigo para los ricos en el más allá, no tiene sentido alguno; a no ser que se busque la resignación de los pobres para que no se revelen contra la injusticia y poder así seguir disfrutando los ricos de sus privilegios. Aunque tengamos la obligación de superar el lenguaje de la época, el verdadero mensaje sigue siendo válido. Para comprender por qué el rico, que comía y vestía de lo suyo, es lanzado al "hades" (no nuestro infierno), debemos explicar el concepto de rico y pobre en la Biblia. No existe en el AT un concepto puramente sociológico de rico y pobre, porque nada se podía desligar del aspecto religioso. Para nosotros "rico" y "pobre" son conceptos que hacen referencia a una situación social. Rico es el que tiene más de lo necesario para vivir y puede acumular bienes. Pobre es el que no tiene lo necesario para vivir y pasa necesidades vitales. En el AT la perspectiva es siempre religiosa. Fueron los profetas, sobre todo Amós, los que levantaron la liebre y denunciaron la maldad de la riqueza. Su razonamiento es simple. La riqueza se amasa siempre a costa del pobre. El rico se erige en señor del pobre. Pero para un judío el único Señor es Dios, por lo tanto el rico usurpa el señorío de Dios y con ello está fallando religiosamente. Pobres, en el AT, sobre todo a partir del destierro, eran aquellos que no tenían otro valedor que Dios. Se trataba de los desheredados de este mundo que no tenían nada en qué apoyar su existencia; no tenían a nadie en quien confiar, pero seguían confiando en Dios. Esta confianza era lo que les hacía agradables a Dios, que no les podía fallar (Lázaro, -´el ´azar en hebreo- significa Dios ayuda). Ahora comprenderéis por qué el evangelio da por supuesto que las riquezas son malas sin más matizaciones. No se dice que fueran adquiridas injustamente ni que el rico hiciera mal uso de ellas, simplemente las utilizaba a su antojo. Si Lázaro no hubiera estado a la puerta, no habría nada que objetar. Pero es precisamente el pobre, el que con su sola presencia, llena de maldad el lujo y los banquetes del rico. Tampoco Lázaro se propone como ejemplo moral de pobre, sino como contrapunto a la opulencia del rico. Para comprender que no es fácil descubrir el verdadero sentido del evangelio, basta ver el comportamiento de Jesús. Sin duda ninguna, Jesús manifiesta una predilección por todos los que necesitaban liberación, entre ellos los pobres; pero también admitió la visita de Nicodemo, era amigo de Lázaro, aceptó la invitación de Mateo, acogió con simpatía a Zaqueo, fue a comer a casa de un fariseo rico, etc. No es fácil descubrir las motivaciones profundas de la manera de actuar de Jesús. Jesús descubrió que la riqueza acumulada y no compartida, impide entrar en el Reino de los cielos; así lo predicó sin contemplaciones. Pero su actitud no fue excluyente, sino abierta y de acogida para con los ricos. La clave de todo el relato es que el rico no descubrió a Lázaro que estaba a la puerta con los perros (animal impuro); aunque parece que después si lo reconoce cuando lo ve en el "seno de Abrahán". Es aquí donde debemos ver el toque de atención de la parábola. Vivimos tan enfrascados en nuestro hedonismo, que no queremos ver la miseria que existe en el mundo. Y eso que hoy, ni siquiera tenemos que salir a la puerta para descubrirla, porque se está colando a todas horas, dentro de casa por la ventana de la televisión. El mensaje del evangelio no pretende solucionar un problema social sino a denunciar unafalsa actitud religiosa. Una correcta actitud religiosa solucionaría la injusticia social. El evangelio está a años luz del capitalismo, pero también del comunismo. Jesús predica el "Reino de Dios", que consiste en hacer de todos los hombres una comunidad de hermanos. La diferencia es sutil, pero sustancial. El comunismo reparte los bienes, pero mantiene al pobre en su pobreza para seguir justificándose. Jesús propone compartir como fruto delamor que nos une. La consecuencia sería la misma, que los ricos dejarían de acaparar y los pobres dejarían de serlo, pero el camino recorrido humanizaría tanto al rico como al pobre. Seguramente que el rico de hoy hacía favores e invitaría a comer a sus hermanos y a los amigos ricos como él. Esa actitud no garantiza humanidad alguna. El amor cristiano solo está garantizado cuando hago algo por aquel que no va a poder pagármelo de ninguna manera. El amor que pide Jesús nunca se puede desligar de la compasión. Amor sin compasión es interés. Un niño no tiene compasión por su madre, por eso lo que siente por ella no es "amor" sino interés radical, porque en ello le va la vida. La inmensa mayoría de las relaciones que calificamos como amor, no superan el listón del interés egoísta. Ahora podemos entender por qué refugiarse en la incapacidad de cada uno para solucionar el hambre del mundo no puede ser excusa para no hacer nada. Vuelvo a recordarlo, la denuncia no es de un problema social, sino religioso. Nuestra pasividad está demostrando que la religión no es más que una tapadera que intenta sumar alguna seguridad espiritual a las seguridades materiales que nos tranquilizan. Jesús no te está pidiendo que soluciones el hambre del mundo, sino que salgas de tu error al confiar en la riqueza como salvación. No se te pide que salves el mundo, sino que te salves tú. Ahora bien, si los ricos dejásemos de acaparar bienes, inmediatamente llegarían a los pobres. Me daría por satisfecho si todos nosotros saliéramos de aquí convencidos de que la pobreza no es un problema que alguien tiene que solucionar, sino un escándalo en el que todos participa¬mos y del que tenemos la obligación de salir. No es suficiente que aceptemos teóricamente el planteamiento y nos dediquemos a criticar las injusticias que se están cometiendo hoy en el mundo. Es lo que hacemos todos. Se trata de descubrir que aunque yo esté dentro de la más estricta legalidad cuando acumulo bienes materiales, eso no garantiza que mi relación con los hombres, y por lo tanto con Dios sea la correcta. No basta con que los ricos sean despojados de su riqueza, porque los ahora pobres ocuparían inmediatamente su lugar. Eso ha pasado en todas las revoluciones sociales. La única solución es la que propone Jesús y pasa por superar todos el egoísmo y hacer un mundo de hermanos. Es verdad que los ricos no se consideran hermanos de los pobres, pero no es menos cierto que los pobres tampoco se consideran hermanos de los ricos. El evangelio va mucho más allá de la solución de unas desigualdades sociales, pero también esas injusticias quedarían superadas con un verdadero amor-compasión. No podemos desarrollar nuestra religiosidad sin contar con el pobre. Nuestra religión, olvidando el evangelio, ha desarrollado un individualismo absoluto. Lo que cada uno debe procurar es una relación intachable con Dios. La moral católica está encaminada a perfeccionar esta relación. Pecado es ofender a Dios y punto. El evangelio nos dice algo muy distinto. El único pecado que existe es olvidarse del hombre que me necesita. Mi grado de acercamiento a Dios es el grado de acercamiento al otro. Todo lo demás es idolatría. Meditación-contemplación "Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen". No hay peor sordo que el que no quiere oír. Todos los que han tenido una gran experiencia de humanidad, nos lo advierten; Pero nosotros sólo escuchamos las sirenas del hedonismo. ...................... Intenta ir un poco más allá de los sentidos. Instintos, apetitos y pasiones no son malos, pero son insuficientes. Solo las exigencias de tu verdadero ser, te llevarán a la plenitud. No tienes que renunciar a nada, sino elegir lo mejor para ti, aquí y ahora. .............. Deja de orientar tu vida bajo la perspectiva de un premio o de un castigo. Dios te está dando unas posibilidades de plenitud aquí y ahora. No desarrollar esa potencialidad, es la verdadera condenación. Tú solito has malogrado tu existencia. Esta parábola de Jesús está basada en una parábola conocida en Israel, de origen egipcio, en la que se oponía un publicano rico con un pobre escriba.
El rico no trabaja, sino que se da grandes banquetes todos los días. Lázaro (etimológicamente "Dios ayuda") es un mendigo lisiado y sarnoso: tiene su puesto de mendigo a la puerta del rico, escena habitual en aquel país y tiempo en que no había más que tres clases sociales: los ricos; los pobres que trabajaban con sus manos y ganaban mal que bien lo justo para vivir; y los mendigos, ciegos, cojos, lisiados, en número enorme. Lo que se tira de la mesa de los ricos no es lo que cae, no son las migajas: es lo que se desperdicia, se tira intencionadamente. El destino de los dos responde a la mentalidad judía habitual. El seno de Abrahán es el lugar de honor en el convite, recostado en el diván ante el anfitrión. Se concibe el destino de los justos como un banquete con los antepasados, especialmente con los Patriarcas. (Otras veces la imagen es un jardín surcado de aguas vivas) El hades es un lugar de castigo no definitivo. Es un estado intermedio, diferente de "la gehenna", que tiene más carácter definitivo. (El nombre está tomado del valle del mismo nombre al sur y oeste de Jerusalén, donde en la antigüedad se quemaban los niños en sacrificio, y en consecuencia fue tenido por lugar de horror, impuro y maldito). Es habitual en la mentalidad judía la comunicación entre los destinados a uno y otro lugar, aunque el abismo a que se refiere Abrahán hace referencia a la imposibilidad del cambio de destino tras la muerte. Es ésta una típica "Parábola con dos acentos", con dos momentos cumbres. El primero es la muerte de los dos protagonistas y su destino. El segundo, la frase final de Abrahán: en estos casos, el acento primero tiene menos importancia: el importante es el segundo. El primero es el cambio de destino en el más allá. Es una doctrina tradicional, no el mensaje de Jesús. Los judíos (al menos los que creen en la vida eterna, como los fariseos a quienes se dirige la parábola) piensan en la inversión de los bienes y los males en la vida futura. Jesús recoge esta doctrina, aunque el hecho de recogerla no es siempre sinónimo de avalarla, sino que parte de esto para dar su propia doctrina. La Parábola continúa la del administrador infiel que leíamos el domingo pasado: "Haceos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas" decía la anterior. Y esto llega, dice la de hoy, y cuando menos penséis. La correcta administración de los bienes es asunto tan serio como la parábola de hoy refleja. Pero este mensaje es conocido. Es la segunda parte la que distingue a Jesús. El segundo es el rechazo de las peticiones del rico. Es lo que añade Jesús. Al rico y sus hermanos, que viven así, ni un milagro les cambiará el corazón. Es una parábola de desconfianza, semejante a la del camello y el ojo de la aguja. No está en el mensaje de la parábola, ni es lícito sacar de ella la conclusión de que se premia la miseria por sí misma, ni la "resignación" del pobre. La doctrina de Jesús sobre el dinero parece escalonarse en tres etapas. La primera se expresa en Lucas 12,16, la parábola del rico insensato que, tras una gran cosecha, amplía sus graneros y se dice: - "Descansa, alma mía; come, bebe, pásalo bien" Pero Dios le dijo: - "¡Imbécil! Esta misma noche te van a reclamar la vida: todo lo que tienes guardado, ¿para quién será". Parece como si a Jesús, los ricos que afanosamente atesoran sus bienes le dan más bien lástima, o risa, le parecen ridículos. Se les aplica la pequeña parábola de Mateo 6,19: "No amontonéis tesoros de la tierra, que los destruye la polilla o se los llevan los ladrones. Amontonad tesoros para el cielo, donde no hay polilla, ni herrumbre, ni ladrones" Es la característica siempre presente en la enseñanza de Jesús: esta vida es para siempre, para construir la definitiva. Si no se toma así, es hacer el ridículo, es perder la vida. Pero el dinero, amontonar dinero, tiene para Jesús otra dimensión más evidente y más radical. Es la que se expresa en la parábola de hoy. Se trata de un rico injusto, que crea miseria alrededor, que no tiene compasión de los otros, que tiene su dinero para disfrutar él y se desentiende del dolor de los otros. Y aquí Jesús se pone amenazador, intransigente, temible. La posesión creadora de injusticia, la riqueza que endurece el corazón. La parábola de hoy estremece porque subraya lo irremediable del destino del rico y sus hermanos. Ni hay perdón para los que producen esa injusticia, ni hay remedio tampoco: aunque un muerto resucite, no cambiarán. Más allá aún, está "entrar en el Reino", y se refleja muy bien en la escena del joven rico (Mateo 19,16 y par.). Todo lo cual culmina en el "dichosos los pobres", pero este tema nos llevaría mucho más lejos, demasiado para hoy. Todo ello nos lleva a considerar esa radical desconfianza de Jesús hacia el dinero, porque "endurece el corazón", y esto no solamente impide entrar en el Reino sino que excluye de la categoría de "humano", hace insolidario, insensible a las dificultades de los demás, incluso cuando éstas son tan angustiosas como el morirse de hambre y de miseria. Es impresionante comprobar que dos de las más "definitivas" parábolas de Jesús hacen referencia a este tema de manera radical: la del buen samaritano y la del juicio final. En la primera, la medida de la religiosidad verdadera está en la compasión, excluyendo expresamente el carácter sagrado (el sacerdote y el levita) o el carácter de "extranjero hereje" (el samaritano). "Se compadeció" y echó una mano: ése se ha portado como prójimo, ese cumple el mandamiento que es igual que el primero, ése ama a Dios. En la parábola del juicio final se da el resumen definitivo de toda la doctrina sobre el modo de actuar humano y salvador: "a Mí me lo hicisteis" aun cuando no supierais que me lo hacías a Mí. La relación de la Religión, el Amor a Dios, la Salvación, estar en el Reino y todo lo demás con el uso de los bienes para bien de todos no puede ser más subrayada. Nosotros vivimos bien, en líneas generales, vivimos en sociedades ricas, disponemos de lo necesario y quizá de mucho más que lo necesario, hasta el punto que nos parece necesario lo que a otros muchos les parece un lujo y un derroche. Comemos tres o cuatro veces al día, cambiamos de ropa según las estaciones, disponemos de numerosas comodidades domésticas, tenemos uno o varios coches, salimos a cenar... Y en el mundo entero, y asomadas a nuestros hogares por las pantallas de TV, 70.000 personas se mueren diariamente de hambre y desnutrición. ¿No estamos representados, espantosamente bien retratados, en el rico que banqueteaba a diario mientras Lázaro se pudría a su puerta? ¡Pero nosotros somos los buenos, los que conocemos a Dios, los invitados a la intimidad con Dios, los que heredaremos la vida eterna! Se estremece uno al pensar en todo esto, al comprobar cómo se ha endurecido nuestro corazón. Se estremece uno al escuchar las palabras de Abrahán: "aunque un muerto resucite, no cambiarán". Y desde luego, nosotros vemos muertos de hambre todos los días, y no cambiamos. Tenemos el dinero suficiente para que eso no suceda, pero nos lo gastamos en vivir mejor. Saquemos dos conclusiones. En primer lugar, en expresión de Jon Sobrino, no tenemos otra salida que la "austeridad solidaria". En nuestro consumo, las famosas tres R de los ecologistas: reducir (el consumo), reutilizar, reciclar, para salvar el planeta y nuestra propia persona, nuestra humanidad. Pero añadiendo otra R: "redistribuir", hacer que lo que nos sobra salve vidas, dé vida a otros. Y no lo que nos sobre según el nivel de vida que tenemos, sino el que debemos tener, atendiendo a lo verdaderamente necesario, no a lo superfluo que a nosotros nos parece hoy imprescindible. En segundo lugar, pensando a nivel mundial. El mundo es hoy una proyección perfecta de la parábola: naciones enteras viviendo en la abundancia: naciones enteras (muchísimas más), muriendo de hambre y de enfermedad y de miseria. Con lo que tiran las primeras podrían saciarse las segundas. La tremenda crisis que han supuesto los ataques terroristas ha hecho que muchas personas en el mundo se pregunten por las causas profundas de tanto odio. Y todos las ven: la injusticia radical de las relaciones entre los pueblos, a las que se añade la tragedia del fundamentalista religioso, idolatría absoluta carente de todo viso de religión. Si la dramática situación que hoy vivimos no nos hace reflexionar sobre las semillas de odio y venganza que siembra en el mundo la radical injusticia de las relaciones económicas internacionales, se cumplirán otra vez las terribles palabras finales de la parábola: aunque los muertos resuciten, aunque los televisores se llenen de muertos - muertos de hambre o de terrorismo, qué más da - las mismísimas salas de estar de sus hogares, no cambiarán. ORACIÓN EN COMÚN Hacemos juntos un acto de fe, un Credo no dogmático: decimos juntos que nos fiamos de Jesús, proclamamos que para nosotros Él tiene palabras de vida eterna: Creo que son felices los que comparten, los que viven con poco, los que no viven esclavos de sus deseos. Creo que son felices los que saben sufrir, encuentran en Tí y en sus hermanos el consuelo y saben dar consuelo a los que sufren. Creo que son felices los que saben perdonar, los que se dejan perdonar por sus hermanos, los que viven con gozo tu perdón. Creo que son felices los de corazón limpio, los que ven lo mejor de los demás, los que viven en sinceridad y en verdad. Creo que son felices los que siembran la paz, los que tratan a todos como a tus hijos, los que siembran el respeto y la concordia. Creo que son felices los que trabajan por un mundo más justo y más santo, y que son más felices si tienen que sufrir por conseguirlo. Creo que son felices los que no guardan en su granero el trigo de esta vida que termina, sino que lo siembran, sin medida, para que dé fruto de Vida que no acaba. Y creo todo esto porque creo en Jesús de Nazaret, el Hijo, el hombre lleno del Espíritu, Jesús, el Señor. Si hubiera que elegir una palabra desde la que leer este relato, esa palabra sería "abismo". Y si hubiera que nombrar la actitud denunciada en el mismo, esa sería "indiferencia".
El abismo es el que causa el dolor de Lázaro, y el abismo es el que provoca el dolor del rico. En los dos "cuadros" de la parábola –simbolizados en el antes y el después de la muerte-, se subraya con intensidad la fractura como el motivo del mal. Ahora bien, esa fractura no es casual, ni es provocada por Dios, que castigaría al rico por toda la eternidad. Está causada por la indiferencia del propio rico que, en su ceguera, no "ve" al pobre tirado en su puerta. La indiferencia es, antes que nada, ceguera, porque es inconsciencia. Ciertamente, constituye un mecanismo de defensa, con el que nos blindamos ante la necesidad y el dolor ajenos –"ojos que no ven, corazón que no siente"-, pero, en último término, nace de no "saber" que el otro es no-separado de mí. Y que tanto el daño que le hago, como el bien que dejo de hacerle, me lo estoy haciendo a mí mismo. Por eso, el rico recibe exactamente lo mismo que da. La parábola nos hace ver también que esa inconsciencia es tan profunda que no se remedia ni aunque veamos que un muerto resucita. Porque incluso para eso encontraríamos una "explicación" que nos permitiera seguir adormecidos en el bienestar de nuestro ego. Lo único que nos sacará de ella es la sabiduría –eso significa la expresión "Moisés y los profetas", según el modo judío de designar a sus Libros sagrados-, es decir, ese "otro" modo de ver, que nos lleva a reconocer que no somos el ego fracturador que únicamente piensa en sí mismo y en sus intereses, sino la Consciencia única que todos compartimos. Tampoco es extraño que el evangelio denuncie, por encima de todo, la indiferencia, como la actitud más negativa. Es del todo coherente si tenemos en cuenta que la indiferencia es justo lo opuesto a la compasión, que constituye el núcleo del mensaje de Jesús. La compasión nos hace vibrar "en las entrañas" ante el dolor –ajeno y propio-, y nos mueve a darle una respuesta eficaz. La indiferencia nos adormece en el pequeño refugio del ego. Sin embargo, también aquí, carece de sentido hacer una lectura en clave "moralizante". Los neurocientíficos nos recuerdan que ese mecanismo defensivo tiene mucho que ver con el cerebro y con nuestras experiencias infantiles. Explican que, en casos de apego no seguro –inseguro, ambivalente, evitador-, no suele haber momentos de resonancia que creen un «nosotros». "Cuando mis circuitos de resonancia se activan puedo sentir lo que siente otra persona... Sin embargo, si no me puedo identificar con nadie, esos circuitos de resonancia se acabarán apagando. Veré a los demás como objetos, como «ellos» y no como «nosotros»"(D. SIEGEL, Mindsight. La nueva ciencia de la transformación personal, Paidós, Barcelona 2011, p.332). Cuando, por determinadas carencias emocionales, esos circuitos se han apagado, aquellas capacidades de empatía y de compasión pueden quedar mermadas o incluso sofocadas. Todo tendrá que empezar, por tanto, por una aceptación de lo que vivimos para, a partir de ahí, crecer en consciencia y, en último término, en compasión. Mi primera impresión tras la lectura de la entrevista de Francisco a la revista “Civiltá Cattolica” es que podemos estar ante un cambio importante en las prioridades del actual pontificado y que vuelve a recuperarse la orientación reformadora del concilio Vaticano II. Los papas anteriores, Juan Pablo II, Benedicto XVI e incluso Pablo VI en la segunda etapa de su pontificado, estuvieron obsesionados por las cuestiones sexuales, que trataban desde una antropología pesimista, con una visión negativa, en tono condenatorio y lleno de prohibiciones en lo que tuviera que ver con la pareja y con el ejercicio de la sexualidad.
Se decía no a las relaciones prematrimoniales, a la masturbación, al uso de los métodos anticonceptivos, al divorcio, al aborto, al matrimonio homosexual, al sacerdocio de las mujeres, al matrimonio de los sacerdotes, al la comunión de los divorciados, y un solo sí: a la castidad. El amor quedaba fuera de la teología papal. La obsesión por la ortodoxia y el dogmatismo era patología frecuente. En estos terrenos todo se resolvía con condenas, excomuniones, suspensiones a divinis, etc. Juan Pablo II y Benedicto XVI se desviaron de las orientaciones del concilio Vaticano II, en el que ambos participaron activamente. Entre las prioridades de Francisco no están el aborto, el matrimonio homosexual o el uso de los anticonceptivos, que cree deben situarse en cada contexto concreto. Su actitud es no injerirse en la vida personal de la gente, sino respetarla. Su propósito es volver al Vaticano y, recuperar su espíritu solidario con las personas excluidas, expresado en este texto conciliar antológico: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son los gozos y esperanza, tristezas y angustia de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”. A quien hay que salvar es a la persona en su totalidad como corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, como individuo y comunidad. Es un mensaje en plena sintonía con los diferentes humanismos de nuestro tiempo. El Vaticano II concedió poco espacio a las cuestiones relativas a la sexualidad, como tampoco se lo concedió Jesús de Nazaret. No recurrió a definiciones dogmáticas ni a condenas. Sus preocupaciones fundamentales tuvieron que ver con la dignidad humana, la promoción del bien común, la superación de la ética individualista, la solidaridad, la paz, las relaciones internacionales, las relaciones fe y cultura, los derechos humanos, etc. Este es el camino que está siguiendo Francisco. ¿Supone un cambio histórico? Puede serlo si lleva a cambio la reforma de la Iglesia en profundidad desde la opción por las mayorías marginadas y si devuelve a las mujeres el protagonismo que se les viene negando desde hace siglos. Solo entonces volverá la primavera a la Iglesia tras cuarenta años de invierno. El prelado español oculta que el propio San Pedro tenía mujer y que San Pablo instaba a los curas “a ser buenos maridos”
El presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela, optó esta semana por faltar a la verdad al afirmar que el celibato es una norma de la Iglesia que “ha sido reafirmada una y otra vez a lo largo de toda la historia”. El prelado pronunció estas palabras poco después de que el recién nombrado Secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, dejase claro que el celibato obligatorio “no es un dogma de fe y puede ser discutido porque es una tradición eclesiástica”. La esperanza de los progresistas Unas palabras, las de Pietro Parolin, que acogieron con enorme esperanza los sectores más progresistas de la Iglesia Católica. De hecho, numerosos religiosos se pronunciaron en España a favor de abrir el debate sobre si los curas pueden contraer o no matrimonio. Es el caso del padre Ángel García (presidente y fundador de Mensajeros de la Paz), de Javier Baeza (párroco de San Carlos Borromeo, situada en el barrio obrero de Entrevías), o del teólogo Juan José Tamayo (secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII y una de las voces más críticas del papado de Benedicto XVI). El rechazo del Opus Pero como era de esperar, las declaraciones del nuevo Secretario de Estado del Vaticano también han levantado ampollas en los sectores más reaccionarios de la Iglesia Católica y especialmente en el Opus Dei, temeroso ante el rumbo que está tomando el pontificado de Francisco. Tanto es así que el cardenal arzobispo de Lima y uno de los portavoces autorizados de la Obra, Juan Luis Cipriani, no ha dudado en criticar públicamente algunas decisiones promovidas por el Papa como fomentar el diálogo con la Teología de la Liberación. Mala sintonía entre Francisco y Rouco No es ningún secreto que los pasos aperturistas de Francisco -sobre todo su sencillez y austeridad, además del tono cuasi revolucionario de algunos de sus discursos- tampoco entusiasman al presidente de la Conferencia Episcopal. Desde su nombramiento como Papa, Rouco Varela siempre ha mirado con recelo a Jorge Bergoglio. El prelado español es consciente de que el nuevo Obispo de Roma es una “bomba” para la mayoría de los obispos españoles y sus incondicionales ultras. De hecho, los expertos sostienen que Francisco apuesta por la jubilación de Varela y es partidario de quitar protagonismo en la iglesia española a movimientos como el Opus, los Legionarios, los Kikos y Comunión y Liberación. Rouco falta a la verdad Sin embargo, hasta que Pietro Parolin abrió el debate sobre el celibato, Rouco Varela no había mostrado públicamente sus discrepancias con el papado de Francisco. Claramente, la estrategia del obispo español cambió cuando el pasado 17 de septiembre aprovechó su presencia en la Universidad Pontificia de Salamanca para pontificar que el celibato es “una norma” que “se vive tal y como lo regula la Iglesia desde los comienzos mismos de la historia de la Iglesia”. El propio Pedro estaba casado Unas afirmaciones que carecen de rigor histórico, pues no fue hasta 1139, con motivo de la celebración del segundo Concilio de Letrán (que fue refrendado por el Papa Inocencio II), cuando el celibato se convirtió en una norma obligatoria. Tanto es así que hasta el propio Pedro, el jefe de los apóstoles, estaba casado (así se recoge en el Evangelio Según San Marcos I, 29-39 5to, donde se relata Jesucristo curó a la suegra de Pedro). San Pablo recomienda ser “marido de una mujer” En las Sagradas Escrituras, Pablo tampoco prohíbe casarse a los sacerdotes. Al contrario, les insta a ser buenos maridos y no caer en la tentación del adulterio: “Conviene que (el sacerdote) sea irreprensible, marido de una mujer, vigilante, sobrio, honrado, acogedor (…) no pendenciero ni avaro (…) Que gobierne bien su propia casa, tenga a sus hijos en obediencia, con toda modestia. Porque si alguien no sabe gobernar su propia familia ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia?” (Extractos de la Primera Epístola de San Pablo a Timoteo). Curas y obispos casados Queda por tanto demostrado que en los primeros siglos de la Iglesia, los sacerdotes, e incluso los obispos, eran casados o solteros, indistintamente. Prueba de ello es que en el año 385, San Siricio abandonó a su mujer para convertirse en Papa, decretando que los sacerdotes pudieran «dormir con sus esposas». Es a partir del siglo IV cuando la jerarquía solicita que los sacerdotes se abstuviesen sexualmente la noche antes de celebrar la eucaristía. Más tarde, cuando la Iglesia introdujo la misa diaria, el precepto de abstinencia se convirtió en obligación continua. La justificación fue la “pureza ritual”: cualquier actividad o experiencia de placer sexual es incompatible con el contacto con el pan eucarístico. No se impone hasta el 1500 “Hay que esperar al Concilio de Trento (mediados del siglo XVI) para que la disciplina eclesiástica del celibato se imponga. Con algunas excepciones. Por ejemplo, Pío IV pensó en dispensar del celibato a los sacerdotes alemanes a ruegos del emperador. Con altibajos, desde entonces el celibato se impuso en la Iglesia católica de rito latino. Porque, en la Iglesia católica de rito oriental rige el celibato opcional, así como en todas las demás confesiones cristianas: protestantismo, anglicanismo e Iglesia ortodoxa”, explica José Manuel Vidal, prestigioso periodista especializado en religión. Los evangelios han venido iluminando el camino del cristianismo desde hace veinte siglos. Durante mucho tiempo basándose en la prédica y la conversión por la fe, acompañada de algunos buenos ejemplos misioneros y más recientemente en la conformación de las llamadas comunidades de base, nacidas al calor de la Teología de la Liberación en las que se ponen de manifiesto valores esenciales de la vida en común, como la solidaridad, la profundización de las relaciones interpersonales y la búsqueda de soluciones a los problemas que las aquejan tratándose por lo general de grupos en muchos casos marginales que buscan recuperar su avasallada dignidad guiados por las enseñanzas evangélicas.
Como dice Carlos Barbera "donde unas palabras ponen consuelo, allí está el Espíritu, cuando un hambriento come, la realidad se transforma". Sin embargo, creo que este enfoque, sin desmerecerlo, sigue apuntando a obtener soluciones individuales y coyunturales, que no resuelven los problemas colectivos generados por un sistema injusto del que también participan o son cómplices muchos otros auto proclamados cristianos. Es decir, que existe un importante núcleo de la sociedad que no asume su propia responsabilidad en el creciente deterioro estructural a que sigue sometiendo a gran parte del resto de la población. O más exactamente que pese a la prédica impartida en los colegios y las universidades católicas, principales centros de divulgación de conductas morales y éticas de supuestamente base evangélica y del ciertamente poco difundido ejemplo de las comunidades de base, existe un gran vacío, un enorme contraste entre lo que se pregona, lo que se trata de vivir en pequeños círculos y la realidad cotidiana cada vez más alejada del sentido de fraternidad, de respeto y de cristiana consideración por la vida de nuestros semejantes. ¿Cuánto tiempo llevamos predicando en el desierto? ¿No será que hemos equivocado el rumbo? ¿Quiénes son los dueños del poder, del poder cambiar la realidad? Y entre ellos ¿cuántos son los que se consideran o aparentan ser cristianos? Supuestamente deben ser unos cuantos en las naciones de la tierra teóricamente "occidentales y cristianas" y entre ellas todos los países que concentran en sus manos el destino del planeta. ¿No sería necesario misionar, predicar hacia arriba para lograr verdaderas conversiones espirituales que se reflejen en verdaderos cambios de actitud, en la adopción de formas más cristianas de producción, de distribución de uso de los recursos naturales más acordes con su condición de bienes indispensables a toda, TODA la especie humana? ¿Opción por los pobres? Quién mínimamente sensible habría de objetar que son los que más necesitan apoyo, contención, ayuda espiritual y material... Pero lo que agobian son las estructuras consolidadas en el tiempo y con claras y empecinadas intenciones de quedarse y de seguir sometiendo a los más débiles, de exprimir hasta el agotamiento su fuerza laboral, sus reservas de vida, aún más cuando actualmente la tecnología ha convertido en desechable a una gran cantidad de mano de obra de la que fue largamente imprescindible para generar riqueza. Una tecnología que había generado la esperanza de reducir las horas de labor de los trabajadores aportándoles nuevos horizontes, más ocio, (una palabra que suele adquirir connotaciones peyorativas) más vida en familia, más actividades creativas, deportivas, comunitarias. Y sin embargo... quienes tienen la "fortuna" de tener trabajo, exceden con creces, los límites horarios y son más cada día los que ingresan en las filas de los "desocupados". En algún lugar leí que "el único ser vivo que tiene que pagar para vivir es el ser, humano" y ¿entonces? a qué porción cada vez mayor de humanidad estamos condenando a muerte por falta de los indispensables ingresos que le permitirían subsistir. Es necesario, imprescindible diría que no solo como cristianos sino como seres humanos espirituales y trascendentes busquemos y descubramos con qué medios influir en la adopción de los profundos cambios que un porcentaje abrumador de seres olvidados y frecuentemente despreciados nos reclaman con urgencia cada vez más acentuada. No es tarea fácil desde luego, es más, creo que ímproba, pero nos cabe la responsabilidad de intentarlo, poniendo en juego la imaginación, pero por sobre todas las cosas el empeño y la constancia. Me pregunto por ejemplo ¿Cuándo dejamos los cristianos de pagar el diezmo o sea la décima parte de nuestros ingresos que ya imperaba, en los tiempos bíblicos desde el patriarca Abraham, y que se destinaba en gran parte al extranjero, entiendo especialmente inmigrante, a los huérfanos y a las viudas? ¿Por qué no tratar de lograr ponerlo nuevamente en vigencia especialmente entre las clases privilegiadas de nuestra sociedad, con persuasión y constancia? Los colegios privados y las universidades, perciben creo importantes o aunque no lo fueren tanto, subsidios estatales ¿por qué no destinar esos ingresos a otorgar becas a chicos de familias de muy bajos recursos o sin recursos de modo a ir estableciendo esa especie de igualdad tan pregonada por las sociedades democráticas? ¿Por qué no emprender campañas sistemáticas y permanentes para luchar contra la enajenación mental y prostibularia a que nos someten los medios especialmente televisivos, restándoles consumidores a los productos de empresas que patrocinen determinados, humillantes y pornográficos programas? Todo es posible si contamos con la convicción de que "la unión hace la fuerza", ese refrán sabio y olvidado que debe, entre otros, fundamentar nuestro esfuerzo. Otro ejemplo: por qué no combatimos el derroche de celulosa, que multiplicado por miles de ejemplares, realizan los diarios y las revistas, en publicidades de una hoja íntegra para un solo y a veces pequeño producto mientras que para mantener ese standard publicitario se deben talar cotidianamente miles de árboles, voraces de agua y de nutrientes, plantados ex profeso en tierras que contrariamente podrían ser destinadas a la producción alimentaria para esa creciente fracción del mundo que muere de inanición. Estas son apenas unas pocas ideas como para ir empezando a reflexionar, a poner en marcha nuestra imaginación y aceptar el desafío de ir cambiando desde dentro, realizando en forma incruenta la profunda revolución que nos exige no solo gran parte de la humanidad sino el planeta tierra amenazado por sus grandes desequilibrios internos. Tal vez recordando la parábola en que Jesús echa a los mercaderes del templo ¿no habría que pensar en aggiornarla echando del templo planetario a los culpables del derroche, la falta de escrúpulos y la ambición desmedida? No por la violencia, que es un arma de doble filo que termina diezmando a quienes pretende defender sino mediante instrumentos más sutiles como son el generar acciones, como las anteriormente sugeridas, que apunten adonde más duele, al riñón de las ganancias, producto de la permanente agresión a la dignidad humana y a los recursos finitos de nuestra madre tierra. Tarea de todos y muy especialmente de quienes tenemos la gran responsabilidad y el consabido honor de estar convencidos de que es el espíritu mismo de Cristo el que nos anima. He arrojado un guante ¿habrá quién lo recoja? Después de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) una pregunta que me sigue rondado es precisamente esta: ¿Cómo podemos transmitir la fe a los jóvenes? Claro, no nada más a los jóvenes, también a nuestros contemporáneos, a toda mujer y hombre, creyente o no, que en esta época está buscando esperanza y desea vivir, experimentar a Dios, especialmente ante las adversidades del presente.
Gracias a las redes sociales, en internet, contamos con diferentes espacios para compartir nuestra fe. Podemos mandar mensajes e imágenes por Facebook y Twitter, también subir fotos en Instagram o videos en Youtube y tener amplias audiencias de seguidores en dichas vías. La tecnología está al alcance de la mano -literal- a través de los nuevos teléfonos celulares, cada vez más potentes y accesibles, y podemos dar cuenta de un evento mientras es visto -en vivo- y comentado por miles de personas, volviéndose viral. Los medios y las herramientas están ahí. El punto es qué queremos comunicar. ¿Qué transmitir? ¿A quién? ¿En qué contextos? ¿Qué queremos suscitar? Ciertamente el ser humano, en todas las épocas, se ha visto movido por alegrías y tristezas, dudas y certezas, esperanzas e incertidumbres, pero es muy diferente los cuestionamientos y ambientes en que se desenvuelven los adolescentes de la actualidad, a los de décadas o siglos pasados. ¿Cómo podemos compartir nuestra fe, por ejemplo, a estos jóvenes a través de las nuevas tecnologías? Este desafío implica varias vertientes, es conveniente seleccionar contenidos pues creo que lo importante es ayudar a despertar y detonar los mejores recursos internos de quien nos lee o escucha, invitando a vivir con mayor inteligencia, amor, libertad y confianza. Al mismo tiempo, antes de compartir la fe, antes de empezar a mandar textos vía Twitter, por ejemplo, creo que es fundamental el revisarnos a nosotros mismos. Hay que hacer examen de conciencia y decirnos con sinceridad qué realmente nos sostiene e impulsa. Es muy purificador, cada tanto, hacer alto y reconocer cuál es, hoy, la razón de nuestra esperanza. Recordar nuestro llamado, verificar los cambios y replanteos que ha sufrido en el transcurso de los años. Teniendo esto claro, será más sencillo plasmar y exponer, en breves frases, dónde y en qué radica nuestro deseo de caminar en la vida religiosa. Aparte de que estas perlas podremos expresarlas en lenguaje y símbolos afines con quienes comparto la misma fe, a la vez podré exponerlas en otros códigos, sintonizándome a la frecuencia de quienes tiene otros credos o simplemente no los tienen. Qué mejor manera de ser ecuménicos y estar a tono para comunicar, interactuar, también descubrir, saborear y nutrirnos de las semillas evangélicas esparcidas e inmersas en otras culturas, como bien exhorta el Concilio Vaticano II. Regresando al reto de ir al núcleo de la razón de mi esperanza, hace poco, platicando con un compañero que trabaja en parroquias de hispanos en EUA, me compartió una oración que no ha dejado de inspirarme y lanzarme a la reflexión por la manera en que resume su fe, poniéndola como algo que vamos cimentando en la propia historia y que sigue siendo tarea pendiente a realizar en el día a día: • Creo en Dios que vive dentro de mí. • Creo que se me invita a ser imagen del Dios vivo y verdadero. • Creo en la vida que es lucha y construir. • Creo que soy libre y dueño de mi propia vida. • Creo que soy yo quien construye la persona que quiero ser. • Creo en ti que me das la mano. • Creo en la verdad que es la luz en la oscuridad. • Creo en la comunidad que construye la verdad. • Creo en la compasión que me hace espiritual. • Creo en la humildad que me hace uno con los demás. • Creo que ser mensajero de la paz me hace más humano. • Creo en la esperanza como signo espiritual. • Creo en la comunión de los santos vivos y difuntos que me hace eternidad. • Creo que el Espíritu Santo me da poder para hacer grandes cosas. • Creo que soy uno con Cristo que es camino, verdad y vida. • Creo que soy futuro para los demás. Decían los filósofos existencialistas que la vida no tiene sentido y que no somos como los animales, que están determinados por sus instintos. Que el ser humano, al perder dichos instintos, es libre y que cada quien tiene que irle encontrando sentido a su propia vida. Podremos estar de acuerdo o no con ellos. Es dramático -y gran desafío- captar la falta de sentido, la pérdida de brújula en muchos, jóvenes o viejos, unos dando rienda suelta a sus excesos, otros sumidos en depresión, ansiedad y amargura. Creo que la fe es la gran guía que nos ayuda a encontrar límites entre lo que nos destruye y reconstruye, a la vez que nos da horizontes de esperanza. Es muy importante darnos cuenta que como seres humanos contamos con la libertad para diseñar y bosquejar nuestra vida, dentro del poco o mucho margen de maniobra que ésta nos dé. Por lo mismo, la oración de nuestro amigo que trabaja con migrantes me inspira y ayuda a ser consciente de esta gran responsabilidad: tengo que tomar la vida en mis manos, esta vida que Dios nos da -junto con la vocación-. Soy yo quien tiene que valorar lo que se me ha dado en el pasado, captando lo que soy en el presente y lo que quiero hacer y dejar a los demás en el futuro. Transmitir la fe es compartir, creo, estas perlas que he experimentado como gran regalo de Dios y como grandes bendiciones en mi vida. Permítanme esta expresión: Compartir la fe es como tener gripa, si tengo este virus se lo propagaré a quienes me rodean y con quienes me relaciono por contagio. La gran invitación que hace el Papa a que, como pastores, olamos a oveja, implica, si pensamos en los jóvenes, estar con ellos -y contagiarlos-. Ahora bien, hay que conocer y escuchar sus sueños, sus alegrías. Hay que detectar los modos en que se relacionan. Entender para ellos qué es lo importante, qué cosas valen la pena, qué aprecian, qué les llama la atención, qué los entusiasma y qué los aburre; cuáles son sus frustraciones, sus tristezas y sus enojos; qué les aprieta el corazón por dolor o impotencia, qué piensan del mundo, de la política, de la religión, de la educación, quiénes son sus ídolos y quiénes sus villanos. Hay que tratar de ver el mundo como ellos lo ven e intuir por qué lo perciben de dicha manera. El Santo Padre también decía que la mejor manera para evangelizar a un joven es otro joven. Cierto. Ahora bien, en lo que respecta a nosotros, en nuestra convivencia con ellos, para generar empatía y ser dignos de su confianza, de entrada, no hay que juzgarlos, ni condenarlos, ni regañarlos a la primera. Hay que escuchar y entender, aun cuando no estemos de acuerdo. Estar presentes junto a ellos. No imaginarlos desde el escritorio. Ir, convivir, platicar para después dialogar, y es aquí, hablándonos de tu a tu, dejándonos desafiar también por sus cuestionamientos, donde se surge la amistad y el cariño. El joven es noble, sabe escuchar, sabe valorar y sabe detectar lo auténtico. Cuando en ambiente de confianza, abriendo nuestro corazón, compartimos las esperanzas que nos han dado vida, consistencia y sentido de futuro ellos lo agradecen. Cuando comunicamos las luces que nos ayudaron a enfrentar los momentos de oscuridad o adversidad, ellos lo aprecian y lo toman como buena noticia pues saben que les estamos compartiendo esa perla por la que hemos vendido todo. Al bajar a lo más profundo de nuestro corazón y detectar nuestra experiencia de Dios, es ahí donde mejor podemos comunicar y transmitir nuestra fe en Jesús, y es desde ahí donde podemos propiciar y suscitar en el corazón de quien nos escucha ese deseo recorrer los caminos del Resucitado, es decir, los senderos de la compasión, el servicio, la solidaridad, la confianza y el amor. Hace poco, estando presente en una misa de XV años, me preguntaba qué le diría el sacerdote, en la homilía, a la jovencita que tenía enfrente. Me encantó el modo, su trato, verla a los ojos con la gran ternura de Dios –como dice San Pablo en su carta a los Romanos- y que le haya dicho: "Mi niña, la vida es muy difícil y complicada, tenemos que ser muy listos con las decisiones que tomamos pues no todo da lo mismo. El problema de la vida es que podemos hacerla más difícil si nos equivocamos. Por eso es muy importante desarrollar nuestra autoestima ya que, a veces, arruinamos nuestra vida porque no nos queremos, no nos valoramos y tomamos malas decisiones. Date cuenta que vales mucho, Dios te ha regalado el cariño de tu familia y también te ha dado la capacidad de pensar, de amar y la fuerza de voluntad. Si no estudias, no desarrollas tu inteligencia. Estudiando reconocemos nuestras capacidades, nuestras habilidades y nos retamos a mayores metas. Vences un obstáculo y es como si mataras al tigre, al constatarlo te das cuenta que sí puedes y así tu autoestima sube. Por eso es importante aprender a pensar, para distinguir lo bueno de lo malo, lo que nos perjudica y lo que nos ayuda a abrirnos puertas a un mejor futuro posible y alcanzable. Y para eso es importantísimo decidir estudiar, no es fácil, requiere un esfuerzo continuo. Así aprendemos a tomar buenas decisiones. Una mala decisión no nomás a ti te afecta, también arrastras a tus seres queridos. ¿Quién sufre más: al que meten a la cárcel por traficar con drogas o su mamá? Es importante aprender a no equivocarte. Y si le atinas, eres bendición para los que te rodean. Por eso, supérate, vence obstáculos, conviértete en Buena Noticia". Durante el sermón, la quinceañera reflexionaba y asentía con la cabeza. Me llamó la atención el brillo de sus ojos mientras se le dirigían estas palabras. Se le hablaba con sinceridad y aprecio, se le decía una gran verdad, quizá difícil, pero al mismo tiempo se le hacía notar que tenía los recursos suficientes para enfrentar adversidades y superarlas, se le daba futuro. Quizá aquí radica, lo digo a título personal, el reto de la Evangelización a las nuevas generaciones. Necesitamos darles futuro, partiendo de la dura realidad. Necesitamos darles alas. Decirles que Dios cree en ellos y que Jesús los acompaña, invita, sostiene e impulsa. Un compañero que trabaja en cárceles tiene un dicho: "A los jóvenes hay que darles todo el amor, toda la confianza y toda la libertad". Creo que tiene razón pues Dios ha hecho esto mismo con cada uno de nosotros en el transcurso de nuestras vidas. Dios ha creído en nosotros, que somos vasijas de barro, y nos ha confiado este tesoro, la fe que nos da sentido y esperanza. Nos ha dado a Jesús, como hermano, como amigo y como guía. Así las cosas, quizá, al utilizar las nuevas tecnologías, más que darles las respuestas, a los jóvenes hay que darles las preguntas que los reten y les ayuden a entender y reconfigurar sus vidas, por ejemplo: ¿Qué es lo que quieres conseguir en la vida? ¿Cuáles son tus metas? ¿Cuál es la razón de tu esperanza? ¿Cuáles son los temores que ponen barreras a tus deseos y sueños? ¿Cuáles son tus actitudes desordenadas en palabras y acciones que dañan a otras personas y hacen de tu familia y ambiente algo disfuncional? ¿Cuáles son las cadenas que limitan tu libertad para decidir sobre tu vida y futuro? Estas preguntas ayudan a revisar la propia historia. Y junto con estos cuestionamientos, también, hay que estar con ellos para agradecerle a Dios, de todo corazón, lo que tenemos y lo que somos. Pedirle nos ayude a abrir los ojos e ilumine nuestra inteligencia para que podamos distinguir el mal del bien. Solicitarle al Señor que nos dé sabiduría para poder escoger la mejor forma posible de moldear nuestras vidas y nuestro futuro. Remitiéndome nuevamente al Papa y a la JMJ, hay una imagen que me parece sintetiza el reto que tenemos como Iglesia. Nathan de Brito es un niño que, con su playera de equipo brasileño de fútbol salió al encuentro del papamóvil. Llena de ternura el abrazo que se da con Francisco. Conmueve ver a ambos llorar de alegría. Este niño quedó marcado por este instante y quedó marcado para bien. Este hecho lo acompañará, lo sostendrá, lo impulsará como grato recuerdo. El encuentro con el Papa será una bendición para su vida. Esta es la invitación y el reto que tenemos como vida religiosa: Ser bendición, ser mensajeros e instrumentos de paz. Quiero terminar con otra oración, una adaptación que me encontré de la bellísima oración de la paz de San Francisco de Asís, y que me encanta pues invita a transformarnos y a decidir, asumir, vivir y transmitir nuestra fe, con silencios y palabras, o través de imágenes, videos y textos, siendo testigos de la Buena Noticia: Dios y Padre bueno, lléname de tu Espíritu porque Voy a ser mensajero de tu paz. Cuando encuentre odio y venganza Voy a ser portador de tu amor. En los pleitos y divisiones, Voy a ofrecer perdón y reconciliación. Cuando encuentre dudas y problemas, Voy a compartir mi fe. En las tristezas y penas, Voy a ser signo de alegría y amistad. Donde exista desánimo y frustración, Voy a llevar esperanza y verdad. Dios y Padre bueno, que la fuerza del Espíritu Santo llene mi corazón de tu compasión y ternura, porque Voy a ser mensajero de tu consuelo y libertad. En las oscuridades que la dureza de la vida nos da, Mi vida va a ser un signo de luz. Padre Santo, Mi vida va a ser un testimonio de tu presencia, de tu bondad y de tu acción en el mundo. Sólo con la fuerza de tu Espíritu lo puedo lograr. El capítulo 16 de Lucas comienza indicando que la parábola de administrador infiel va dirigida a los discípulos; pero al final de la narración dice: "estaban oyendo esto los fariseos que son amantes del dinero..." lo cual nos indica la falta de precisión a la hora de determinar los destinatarios de esta parábola y la del rico Epulón que leeremos el domingo que viene.
Debemos tener en cuenta que a las primeras comunidades cristianas solo pertenecieron pobres. Solamente a principios del s. II se empezaron a incorporar personas importantes de la sociedad. Si los evangelios se hubieran escrito unos años más tarde, seguramente se hubiera matizado mucho más el lenguaje sobre las riquezas. Para entrar en la comprensión de la parábola hace falta un poco de sentido común. Jesús hablaba para que le entendiera la gente sencilla. Hay explicaciones que me parecen demasiado rebuscadas. Por ejemplo: Que el administrador, cambiando los recibos, no defrauda al amo, sino que renuncia a su propia comisión. No parece verosímil que el administrador se embolsara el 50% de los recibos de su señor. Otra explicación que me parece demasiado alambicada es que el administrador hizo lo que tenía que hacer todo el que tiene demasiado, es decir, ceder sus bienes a los que no pueden pagar su deuda. Entonces resulta que hace, lo que debía hacer por su cuenta el dueño. Por eso es alabado el administrador. En este caso perderían sentido las sentencias finales del relato. Seguramente Lucas ya modifica el relato original, añadiendo el adjetivo de "injusto", tanto para el administrador, como para el dinero. Este añadido dificulta la interpretación de la parábola. En primer lugar porque no se entiende que se alabe a un injusto. En segundo lugar porque podemos devaluar el mensaje al pensar que se trata de desautorizar solo la riqueza conseguida injustamente. La riqueza injusta se descalifica por sí misma. Se trata de la riqueza que, aunque sea "justa", puede convertirse en dios (ídolo). Encontramos en los evangelios una diferencia notable con la tradición bíblica. Tanto en todo el AT como en tiempo de Jesús, las riquezas eran consideradas como un don de Dios. Solo los profetas arremeten contra la riqueza que se ha conseguido con injusticia. Este matiz desaparece en los evangelios y se considera la riqueza, sin más, contraria al Reino. Debemos evitar una demagogia barata. Pero tampoco podemos ignorar el mensaje evangélico. En este tema, ni siquiera la teoría está muy clara. Hoy, menos que nunca, podemos responder con recetas a las exigencias del evangelio. Cada uno tiene que encontrar la manera de actuar con sagacidad para conseguir el mayor beneficio, no para su falso yo sino para su verdadero ser. Si somos sinceros, descubriremos que en nuestra vida, confiamos demasiado en las cosas externas, y demasiado poco en lo que realmente somos. Con frecuencia, servimos al dinero y nos servimos de Dios. Le llamamos Señor, pero el que manda de verdad es el dinero. Justo lo contrario de lo que nos pide Jesús. En las parábolas, no hay que tomar al pie de la letra cada uno de los detalles que se narran; hay que entrar en la intención del que la narra. Al contrario que la alegoría, en la parábola se trata de una sola enseñanza que hay que sacar del conjunto del relato. El relato nos obliga a sacar una moraleja que nos haga cambiar de actitud vital. Esta parábola, en concreto, no está invitándome a ser injusto, sino a sentarme y echar cálculos, para elegir lo que de verdad sea mejor para mis auténticos intereses. El administrador calculador, trataba de conseguir ventajas materiales. A nosotros se nos invita a ser sagaces para sacar ventajas espirituales. No hacen falta muchas cavilaciones para darse cuenta de que ponemos mucho más interés en los asuntos materiales que en los espirituales, no solo por el tiempo que les dedicamos, sino sobre todo por la intensidad de nuestra dedicación. Es lamentable que personas muy inteligentes y con varias carreras, tengan un nivel de conocimientos religiosos propios de un niño de primera comunión. En religión, lo único exigido es "creer". Los hijos de este mundo son más sagaces con su gente que los hijos de la luz. Esta frase explica el sentido de la parábola. No nos invita a imitar la injusticia que el administrador está cometiendo, sino a utilizar la astucia y prontitud con que actúa. Él fuesagaz porque supo aprovecharse materialmente de la situación. A nosotros se nos pide sersabios para aprovecharnos de todo, en orden a una plenitud espiritual. Hoy la diferencia no está entre los hijos del mundo y los hijos de la luz. La diferencia está en la manera que todos los cristianos tenemos de tratar los asuntos mundanos y los asuntos religiosos. No podéis servir a Dios y al dinero. No está bien traducido. El texto griego dicemamwna. Mammón era un dios cananeo, el dios dinero. No se trata, pues, de la oposición entre Dios y un objeto material, sino de la incompatibilidad entre dos dioses. No podemos pensar que todo el que tiene unos millones en el banco o tiene una finca, está ya condenado. Servir al dinero significaría que toda mi existencia esta orientada a los bienes materiales. Sería tener como objetivo de mi vida el hedonismo, es decir, buscar por encima de todo el placer sensorial y las seguridades que proporcionan las riquezas. Significaría que he puesto en el centro de mi vida, el falso yo y buscar la potenciación y seguridades de ese yo; todo lo que me permita estar por encima del otro y utilizarlo en beneficio propio. Podemos dar un paso más. A Dios no le servimos para nada. Si algo dejó claro Jesús fue que Dios no quiere siervos sino personas libres. No se trata de doblegarse con sumisión externa, a lo que mande desde fuera un señor poderoso. Se trata de ser fiel al creador, respondiendo a las exigencias de mi ser, desplegando todas las posibilidades de ser. Servir a un dios externo que puede premiarme o castigarme, es idolatría y, en el fondo, egoísmo. Hoy podemos decir que no debemos servir a ningún "dios". Al verdadero Dios solo se le puede servir, sirviendo al hombre. Aquí está la originalidad del mensaje cristiano. Donde las religiones verdaderas o falsas ponen "Dios", Jesús pone "hombre". Ni siquiera cuestionamos que lo que es legal puede no ser justo. Puesto que lo que tengo lo he conseguido legalmente, nadie me podrá convencer de que no es exclusivamente mío. Además, el dinero es injusto, no solo por la manera de conseguirlo, sino por la manera degastarlo. Las leyes que rigen la economía, están hechas por los ricos para defender sus intereses. No pueden ser consideradas justas por parte de aquellos que están excluidos de los beneficios del progreso. Unas leyes económicas que potencian la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos, mientras grandes sectores de la población viven en la miseria e incluso mueren de hambre, no podemos considerarla justa. Lo que nos dice el evangelio es una cosa obvia. Nuestra vida no puede tener dos fines últimos, solo podemos tener un "fin último". Todos los demás objetivos tienen que ser penúltimos, es decir, orientados al último (haceros amigos con el dinero injusto). No se trata de rechazar esos fines intermedios, sino de orientarlos todos a la última meta. La meta debe ser "Dios". Entre comillas por lo que decíamos más arriba. La meta es la plenitud, que para el hombre solo puede estar en lo trascendente, en lo divino que hay en él. Ganaros amigos con el dinero injusto. Es una invitación a poner todo lo que tenemos al servicio de lo que vale de veras, nuestro verdadero ser, también la riqueza material que nos pertenece. Utilizamos con sabiduría el dinero injusto, cuando compartimos con el que pasa necesidad. Lo empleamos sagazmente, pero en contra nuestra, cuando acumulamos riquezas a costa de los demás. Nunca podremos actuar como dueños absolutos de lo que poseemos. Somos simples administradores. Hace poco tiempo oí a De Lapierre decir: "Lo único que se conserva es lo que se da. Lo que no se da, se pierde". Meditación-contemplación No podéis servir al Dios de Jesús y al dios dinero Jesús no dice que no "debéis", sino que no "podéis"... Es inútil que sigamos intentándolo. Lo que "tenemos" debemos subordinarlo a lo que "somos". ........................ Todo lo que no potencie el ser, es secundario. Lo único esencial es nuestro verdadero ser. Lo material, lo biológico debe ser el soporte de nuestra Vida espiritual; no debemos rechazarlo como malo, sino utilizarlo bien. ........................... Si el valor supremo para mí es el dinero o el poder, mi corazón estará pegado a esas seguridades. Si he descubierto el "tesoro" escondido en lo hondo de mi ser, el resto quedará iluminado por su brillo. Tiene claramente dos partes: la parábola en sí misma, y las consideraciones finales, claramente parenéticas, es decir, conclusiones sacadas en la predicación y más o menos bien conectadas con la misma parábola y con las enseñanzas de Jesús.
En la lectura litúrgica está permitido hacer solamente las consideraciones finales. Sin embargo, esta parábola suele plantear dificultades y suscitar extrañeza en los fieles, por lo que sería conveniente no omitirla. (Más bien podrían omitirse las consideraciones finales) La parábola del administrador infiel nos viene muy bien para entender el género parabólico. En primer lugar, parece tomada de la vida misma. Es muy probable que muchas, si no casi todas, las parábolas de Jesús estén tomadas de sucesos que todo el mundo conocía. No es nada inverosímil que se hubiese corrido por la región la historia de un administrador infiel y astuto... Jesús aprovecha lo que todo el mundo comenta. En segundo lugar, la parábola es una parábola, no una alegoría. Una alegoría es un relato en que todos sus componentes tienen un significado. (Así, la explicación de la parábola del sembrador, en que cada clase de terreno tiene un mensaje...) Una parábola es un relato que envía un sólo mensaje global, pero los detalles, los personajes, no tienen mensaje alguno, simplemente forman parte de la historia, de su verosimilitud, de su color real... Por tanto, es importante saber cuál es ese mensaje, y no sacar conclusiones de detalles que no tienen importancia. En este caso concreto el mensaje es sencillo: para las cosas del mundo sois muy espabilados, pero para las cosas del reino, no tanto. ¡Ojalá fueseis tan listos para el Reino como lo sois para la vida corriente! (o "como los malos lo son para sus maldades"). Jesús no alaba al administrador infiel; dice que el amo se quedó admirado de lo listo que era. Y es esa admiración por la habilidad del sinvergüenza lo que se toma como punto de partida del mensaje. En tercer lugar, la sorpresa del auditorio actual al escuchar la parábola se produjo sin duda en el auditorio de Jesús. Jesús busca esa sorpresa como sistema pedagógico, como manera de llamar la atención. Hay muchas parábolas en las que se dan paradojas, elementos sorprendentes (los viñadores de la hora undécima, el hijo pródigo, el buen samaritano, el juicio final...). Jesús suele utilizar recursos literarios para llamar la atención o para dejar muy claro algo importante: por ejemplo, las exageraciones (el camello y el ojo de la aguja; si tu ojo te escandaliza, arráncatelo...) Y utiliza a menudo el género paradójico para suscitar la sorpresa y por tanto la atención del auditorio y la retención del mensaje. Las conclusiones finales son parenéticas, aplicaciones de predicadores. Algunas de ellas parecen ser frases que podrían ser del mismo Jesús (por la concordancia con otros pasajes evangélicos), especialmente la última: "Ningún siervo puede servir a dos amos; porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso al segundo. No podéis servir a Dios y al dinero." Esta tiene un paralelo casi exacto en Mateo 6.24, dentro del Sermón del Monte. "Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero". Tenemos aquí dos temas muy propios de Jesús: usar inteligentemente de lo que tenemos y el peligro de las riquezas. La parábola del administrador infiel, y especialmente la conclusión primera que saca el redactor "Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas" tiene un importante punto de unión con otras de Jesús. Quizá la más clara sea: "No acumuléis riquezas en la tierra, donde roe la polilla y la carcoma, donde los ladrones abren brechas y roban. Acumulad riquezas para el cielo..." (Mateo 6,19/Lucas 12,33) El parecido está en lo más profundo: la existencia de dos situaciones: ahora y después. Y Jesús deja muy claro que lo de ahora ha de servir para lo de después. Este posicionamiento de Jesús no nos permite ni despreciar lo presente ni tenerlo por definitivo. El Reino de Dios no termina aquí, ni es sólo de después. El Reino se construye aquí y es para siempre. Esta relación otorga un nuevo valor a la existencia humana: es pasajera, no es definitiva, pero es real, es el tiempo de sembrar, de cultivar, de podar, de fabricar el Reino. Es característico de las parábolas de Jesús utilizar los sucesos cotidianos: no sólo utiliza imágenes naturales, vegetales, pastoriles; usa muchas veces imágenes del mundo de los negocios. Parece incluso obsesionado por su fácil aplicación al Reino: los criados fieles e infieles, el amo que se va lejos y pide cuentas al volver, la rentabilidad de lo que se posee o se invierte... Y siempre está presente esa relación de una situación presente, pasajera, a la situación futura, definitiva y más importante. Incluso en las parábolas "vegetales" o "domésticas", hay una constante: la referencia a un estado definitivo (la siembra y la cosecha, los frutos de los árboles, la semilla y su poder, la levadura...). En la parábola de hoy Jesús lamenta que en cosas cotidianas somos bien previsores, pero en lo referente al Reino... La espiritualidad básica de Jesús no es una espiritualidad de renuncia o de huida: es una espiritualidad de uso, de inversión inteligente mirando al futuro. Y el error fundamental, lo que define al pecado, es falta de inteligencia, falta de previsión, confundir medios con fines, limitar la vida y la realidad a lo presente. Se renuncia sólo a lo que estorba, al error, a las malas inversiones. Todo esto se aplica directamente, lo hizo Jesús frecuentemente, al dinero. El dinero no es un mal, es un bien. El dinero puede comprarlo todo, hasta la Vida eterna. Puede crear muchas satisfacciones, aliviar muchos dolores, consolar muchos pesares... Es un medio magnífico de construir Vida... con la condición de invertirlo bien. De lo contrario, puede matar. Jesús le tiene miedo al dinero, porque ve que generalmente el que tiene mucho es poseído por lo que posee, invierte sólo en bienes perecederos, está más tentado que nadie a desear cada vez más, a explotar a otros, a creerse superior... Servir al dinero es normal en el que tiene mucho; y no sirve a Dios, no busca su vida sino que la limita a satisfacciones de la vida que se acaba. Es un mal administrador, que no prevé el futuro... Jesús termina con la estupenda exageración del camello y el ojo de la aguja. Dos consideraciones muy breves: 1.- Somos ricos. Vivimos en una sociedad opulenta. Disfrutamos de más medios y comodidades que el 80% de la humanidad... Y creemos que estamos en el Reino. ¿Servimos a dos señores, nos hemos convencido de que podemos servir a Dios sin cambiar nada de nuestro nivel de vida, mientras los hijos de Dios se mueren de hambre por el mundo? Sería muy bueno que nos preguntáramos: ¿quiénes son mis dos señores?, ¿quién manda más en mí? ¿a quién sirvo preferentemente? 2.- "Si fuéramos tan inteligentes para el Reino como para otras cosas". Si el dinero que las naciones "desarrolladas" gastan en armas, en su propio confort, en espectáculos mundiales... lo gastáramos en remediar los males de los menos afortunados, cuántos problemas solucionaríamos. Y, en los dos casos, a nivel personal y a nivel de naciones y sociedades, ¡qué inteligentemente actuaríamos si usáramos nuestro poder, nuestra tecnología, nuestra abundancia para lo que de verdad merece la pena, que son - siempre y sólo - los Hijos de Dios! |
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