Después de varios domingos con evangelios complicados y densos de contenido, el de hoy resulta extrañamente fácil de entender. Tan fácil, que parece esconder una trampa.
Un banquete con trampa Un sábado, no se dice dónde, uno de los principales fariseos invita a Jesús a comer y él acepta la invitación. Cuando llega a la casa le sale al encuentro un hidrópico. (La hidropesía consiste en la retención de líquido en los tejidos, sobre todo en el vientre, aunque también se da en los tobillos y muñecas, brazos y cuello.) Todos los invitados fariseos espían a Jesús para ver qué hará en sábado. ¿Lo curará, contraviniendo el descanso sabático, o lo dejará que siga enfermo? No me detengo en contar lo ocurrido, fácil de imaginar, porque la liturgia ha suprimido esta primera escena (Lucas 14,2-6). Primera parte: una enseñanza El evangelio de este domingo comienza contando lo ocurrido a continuación. En cuanto termina el espectáculo del milagro, todos los invitados corren a ocupar los primeros puestos, y Jesús aprovecha para pasar al contraataque: Sus palabras resultan desconcertantes: aconseja un comportamiento puramente humano, una forma casi hipócrita de tener éxito social. Por otra parte, la historieta no encaja en nuestra cultura, ya que cuando nos invitan a una boda nos dicen desde el primer momento en qué mesa debemos sentarnos. Pero hace veinte siglos, conseguir uno de los primeros puestos era importante, no sólo por el prestigio social, sino también porque se comía mejor. Marcial, el poeta satírico nacido en Calatayud el año 40, que vivió parte de su vida en Roma, ironizó sobre esas tremendas diferencias. Por consiguiente, lo que a nosotros puede parecer una historieta anticuada y poco digna en boca de Jesús, reflejaba para los lectores antiguos una realidad cotidiana divertida, que los llevaba, casi sin darse cuenta, a la gran enseñanza final: Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. El uso de la voz pasiva (“será humillado, será enaltecido”) es un modo de evitar nombrar a Dios, pero los oyentes sabían muy bien el sentido de la frase: “Al que se enaltece, Dios los humillará, al que se humille, Dios lo enaltecerá”. Naturalmente, ya no se trata de la actitud que debemos adoptar cuando nos inviten a una boda, sino una actitud continua en la vida y ante Dios. Pocos capítulos más adelante, Lucas propondrá en la parábola del fariseo y del publicano un ejemplo concreto, que termina con la misma enseñanza. “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, el otro recaudador. El fariseo, en pie, oraba así en voz baja: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo. El recaudador, de pie y a distancia, ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten piedad de este pecador. Os digo que éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se enaltece será humillado, quien se humilla será enaltecido” (Lucas 18,10-14). En el Nuevo Testamento hay otros textos interesantes sobre la humildad. Me limito a recordar uno de Pablo, que propone a Jesús como modelo: “No hagáis nada por ambición o vanagloria, antes con humildad tened a los otros por mejores. Nadie busque su interés, sino el de los demás. Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús, el cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, una muerte en cruz” (Carta a los Filipenses 2,3-8). Segunda parte: un consejo La segunda intervención de Jesús resulta también atrevida y desconcertante. Después de escucharla, no sería raro que el dueño de la casa le dijese: “Ya te puedes estar yendo, que voy a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos”. Por otra parte, el fariseo no tiene intención de cobrarle la comida. Sin embargo, estas palabras, que parecen desentonar en el contexto, recuerdan mucho a otras pronunciadas por Jesús a propósito de la limosna, la oración y el ayuno (Mateo 6,1-18). El principio general es el mismo que en el evangelio de Lucas: el que busca su recompensa en la tierra, no tendrá la recompensa de Dios. Guardaos de hacer las obras buenas en público para ser contemplados. De lo contrario no os recompensará vuestro Padre del cielo. Cuando hagas limosna, no hagas tocar la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los alabe la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú hagas limosna, no sepa la izquierda lo que hace la derecha. De ese modo tu limosna quedará oculta, y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará. Cuando oréis, no hagáis como los hipócritas, que aman rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para exhibirse a la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre en secreto. Y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no pongáis mala cara como los hipócritas, que desfiguran la cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú ayunes, perfúmate la cabeza, y lávate la cara, de modo que tu ayuno no lo observen los hombres, sino tu Padre, que está escondido; y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará. Si vuelves a leer lo que dice Jesús al dueño de la casa advertirás la gran semejanza. La técnica de Lucas Recordando todo lo que cuenta, tenemos la sensación de que aquí hay algo raro. Es raro que en ningún momento se mencione a los discípulos; ¿es que no fueron invitados? Es raro que lo primero que encuentre Jesús al entrar en la casa sea un hidrópico. Es rara la escena de los invitados corriendo a ocupar los primeros puestos, que no cuentan ni Marcos ni Mateo. Es raro el consejo al dueño de la casa, precisamente en ese momento, de invitar a la gente más miserable (tampoco se encuentra en Marcos y Mateo). Pero todo se explica fácilmente si recordamos la difícil tarea que tenía Lucas al escribir su evangelio. Disponía de muchas enseñanzas sueltas de Jesús, pero empalmarlas una detrás de otra habría resultado muy pesado al lector. Para mayor dramatismo, crea escenas, como esta de hoy del banquete , en las que introduce enseñanzas y consejos pronunciados por Jesús en momentos muy distintos. Primera lectura del libro del Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29 Contiene cuatro consejos; los dos primeros empalman directamente con el tema del evangelio.
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Hoy nos encontramos con un relato en el que Jesús es invitado a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos consciente de que muchos de ese grupo religioso estaban contrariados con su forma de proceder y vigilaban su modo de hablar y actuar.
Al entrar en el lugar que iban a comer Jesús observa que los invitados escogen los primeros puestos. En las sociedades del mediterráneo antiguo esto no era un gesto de mala educación, sino una conducta frecuente en los banquetes de la élite, que reflejaba la centralidad que tenía el honor y la necesidad de que éste fuese reconocido públicamente. Con todo no era raro que se generasen rivalidades y conflictos por el puesto a ocupar. Los filósofos y moralistas de aquella época con frecuencia criticaban estás conductas que favorecían la discriminación y oscurecían valores que podían honrar mucho más como la solidaridad, la generosidad o el compañerismo Jesús aprovecha este modo de comportarse para proponerles tres parábolas de las que la liturgia de hoy recoge dos. Con estos relatos el Maestro no quiere cuestionar la educación de los comensales sino su escala de valores. En los dos primeros relatos presenta ante sus oyentes dos situaciones que dan la vuelta a los criterios de honorabilidad que regían en su cultura. Las parábolas señalan como, para Jesús, la dignidad y el aprecio no son una cuestión de estatus, sino que alguien es honorable por su capacidad de reconocer al otro o a la otra como un igual y por la gratuidad que expresen sus acciones. La propuesta no nace, como bien entiende uno de los convidados (Lc 14, 15), de criterios filosóficos o morales, sino del corazón de Dios. La experiencia salvadora de Dios que ya Isaías en el capítulo 25 imaginaba como un gran banquete al que todos y todas eran convidados se hace presente de nuevo en el dialogo que Jesús mantiene en esta comida con los fariseos. La conducta de los invitados y los principios que en ella se reflejan son para Jesús ocasión de proponer los valores del Reino. Para él y para el Abba en el que él ha puesto toda su confianza, en el banquete de la vida no basta con dar y recibir generosamente, sino en acoger con gratuidad a todo aquel o aquella que no puede ofrecer nada a cambio. La honorabilidad no se basa ya en el poder y el prestigio, sino en la bondad, humildad y hospitalidad. La comunidad del reino es ese banquete en el que todas y todos tienen cabida sea cual sea su origen, creencias, situación personal y en la que todas y todos se saben invitados sin merecimientos exclusivos ni dignidades adquiridas. Este relato no solo habla de un recuerdo de la praxis de Jesús, sino que es una llamada a la comunidad cristiana, primero a la de Lucas y hoy a las nuestras para ser comunidades inclusivas y abiertas en las que se respeten las diferencias, se construya espacios de equidad, en las que se proclame un Dios gratuito y lleno de amor y perdón. En ella no habrá extranjeros ni emigrantes, no habrá primeros ni últimos, no habrá sesgos de género ni poderes que no nazcan del servicio y de del compromiso. Esto es un desafío a muchos de nuestros criterios sociales y religiosos y sin duda, un tipo de comunidad así no estará exenta de conflictos y de cuestionamientos pero encarnará la profecía, y será testigo de que es posible vivir la utopía del Reino. En el marco de la visita apostólica del papa a los Emiratos Árabes Unidos, Francisco y el Gran Imán de Al-zhar firmaron el documento “Fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia”, el cual ha sido considerado como un importante paso en el diálogo entre cristianos y musulmanes, y una acción emblemática de paz y esperanza para el futuro de la humanidad. En definitiva, un nuevo esfuerzo para que la humanización sea posible, esto es, para generar procesos de inclusión basados en la dignidad humana compartida.
En el documento podemos distinguir tres partes fundamentales. En la primera, se expone la fuente de inspiración y horizonte de sentido que subyace en la declaración; en la segunda, se delimitan las perspectivas desde las cuales se plantea la necesidad de un proyecto de convivencia incluyente; y la última, se señalan los compromisos ineludibles para ponernos en el camino de la fraternidad humana, a partir de los principales problemas, desafíos y esperanzas que caracterizan al mundo de hoy. Respecto al primer punto, el texto valora la fe en Dios y en la fraternidad humana cuando estas contribuyen al paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas a más humanas, es decir, cuando humanizan. En esta línea, se recuerda que la fe, si es genuina, lleva al creyente a ver en el otro a un hermano que debe sostener y amar. “Por la fe en Dios que ha creado el universo, las criaturas y todos los seres humanos —iguales por su misericordia—, el creyente está llamado a expresar esta fraternidad humana, protegiendo la creación y todo el universo y ayudando a todas las personas, especialmente las más necesitadas y pobres”. La fe en Dios y en el ser humano se postula como una guía para que las nuevas generaciones construyan una cultura de respeto recíproco. En segundo lugar, al plantearse los lugares o perspectivas desde la que surgen los compromisos pactados, se clama, en principio, en nombre de Dios, pero no de un Dios genérico, sino del que ha creado a todos los seres humanos iguales en derechos, deberes y dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos, para poblar la tierra y difundir en ella los valores del bien, la caridad y la paz. Asimismo, el Gran Imán y el papa se pronuncian en nombre de los pobres, de los desdichados, de los necesitados y de los marginados; en el nombre de los huérfanos, las viudas, los refugiados y los exiliados de sus casas y de sus pueblos, de todas las víctimas de las guerras, las persecuciones y las injusticias, de los débiles, de cuantos viven en el miedo, de los prisioneros de guerra y de los torturados en cualquier parte del mundo, sin distinción alguna. Todo el dolor y sufrimiento humano infligido a estos grupos exige un compromiso por revertir la historia y la sociedad hacia la consecución de la fraternidad humana. Finalmente, el documento reitera algunos de los principios y compromisos que se asumen como urgentes y necesarios para la humanización. Entre otros, se habla de la justicia basada en la misericordia como camino para lograr la vida digna a la que todo ser humano tiene derecho. Se plantea el diálogo, la comprensión, la difusión de la cultura de la tolerancia y de la aceptación del otro como opción para reducir los problemas económicos, sociales, políticos y ambientales que asedian a gran parte del género humano. Se declara el compromiso de establecer en nuestras sociedades el concepto de plena ciudadanía, basado en la igualdad de derechos y deberes, y renunciar al uso discriminatorio de la palabra “minorías”, que trae consigo la semilla de sentirse aislado e inferior. Al referirse a los sectores vulnerables, el texto señala que es una necesidad indispensable reconocer el derecho de las mujeres a la educación, al trabajo y al ejercicio de sus derechos políticos. De ahí la exigencia de frenar todas las prácticas inhumanas y las costumbres vulgares que humillan la dignidad de las mujeres, y trabajar para cambiar las leyes que les impiden disfrutar plenamente de sus derechos. En esta misma línea de hacer justicia a los sectores excluidos, se postula el compromiso con la protección de los derechos de los ancianos, los débiles, los discapacitados y los oprimidos. El documento declara la necesidad religiosa y social de garantizar y proteger sus derechos a través de legislaciones rigurosas y la aplicación de las convenciones internacionales. Estos compromisos se derivan del diagnóstico que se hace sobre la realidad contemporánea. A este respecto, se recuerda que la injusticia y la falta de una distribución equitativa de los bienes han provocado crisis letales de las que son víctimas millones de seres humanos; entre ellos, niños y niñas reducidos a esqueletos humanos a causa de la pobreza y el hambre, sobre lo que reina un silencio internacional inaceptable. El documento subraya también como causa de la deshumanización una conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos y humanos. En definitiva, este esfuerzo de Francisco y el Gran Imán de Al-zhar ofrece horizontes de acción e ideales. Es una invitación a la fraternidad entre creyentes y no creyentes, entre todas las personas de buena voluntad. Con vehemencia, ambos exhortan a quienes repudian la violencia aberrante y el extremismo ciego, a todos los que valoran la fraternidad y la justicia a colaborar para alcanzar una paz universal e incluyente. * Carlos Ayala Ramírez, profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuitas de Teología, de la Universidad de Santa Clara; y de la Escuela de Pastoral Hispana de la Arquidiócesis de San Francisco. Docente jubilado de la UCA. La tierra de Canaán donde estuvo ubicado el pueblo de Israel, funcionó en la edad Antigua como puente entre los pueblos del Norte, Este y Oeste en sus relaciones y tensiones, tanto culturales como religiosas, económicas como políticas, militares y de dominio. Con Abrahán hacia el 1850 a.C., unas tribus nómadas aspiran a constituirse como nación; con Moisés hacia el año 1250 a.C., los hebreos son liberados de la esclavitud en Egipto; pero fue con David hacia el 950 a.C., cuando los israelitas se constituyeron en reino independiente, principalmente aprovechando la crisis político-económica por la que atravesaban las grandes potencias de Egipto en el Oeste, y de Asiria y Babilonia en el Este.
El pequeño Israel, solamente gozó de dos cortos periodos de independencia: el primero, fue en los reinados de David y Salomón hacia el 900 a.C. Luego vino la división del reino en dos: al Norte Israel y al Sur Judá, que dieron paso a sucesivas dominaciones de grandes potencias. El segundo periodo independiente fue debido a la guerra de liberación conseguida por los Macabeos hacia el 150 a.C. Sus herederos de la dinastía Asmonea acabaron sometidos a Roma hacia el 63 a.C. En resumen, Israel que siempre se autoproclamó como pueblo elegido del Dios Yahvé, estuvo alrededor de los mil años de su existencia histórica, dependiendo sucesivamente de las grandes potencias de: Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia, Tolomeo (egipcios), Seléucida (asirios), y Roma. Asimismo, estuvo en conflictos militares y políticos con los pueblos vecinos. Por consiguiente, el mensaje bíblico se manifiesta en un contexto de conflictos y decadencias, corrupción de las élites e idolatrías. Pero Yahvé mantuvo la fidelidad y el amor a su pueblo. Marco Político religioso en tiempos de Jesús El pueblo yahvista, en los tiempos de la vida pública de Jesús alrededor de los años 30 del siglo primero de nuestra era, estaba dividido en dos: los samaritanos en el centro con su templo en Garizin; y, los judíos, cuyo templo se situaba en Jerusalén, estaban repartidos entre Galilea al Norte y Judea al Sur de Samaria. Ambas religiones yahvistas eran dos colonias del Imperio Romano. Al pueblo judío, por consiguiente, se le pudiera considerar como un reino fallido. Roma le impedía la posibilidad de tener gobierno y ejército (salvo una pequeña guardia en el templo); incluso la autoridad religiosa del Sumo Sacerdote era impuesta por Roma. Mientras, el Imperio abusaba con impuestos, tributos y extorsiones. Las protestas, levantamientos y guerrillas de los judíos, Roma las reprimía brutalmente; incluso con crucifixiones selectivas y colectivas. Las mayorías empobrecidas, alrededor del 95-97% de los habitantes (casi totalmente formada por campesinos sin tierra), eran constantemente extorsionados y explotados por las élites religiosas de Judá, por autoridades políticas judías y romanas, así como por los terratenientes publicanos recaudadores de impuestos. Mientras, los grupos religiosos: saduceos, fariseos y esenios, así como los grupos políticos: herodianos y zelotas, manipulaban a los humildes habitantes de Judea y Galilea, al mismo tiempo que los despreciaban. Los campesinos pobres, cada vez más empobrecidos, solían vivir en las pequeñas aldeas como Nazaret, mientras que los terratenientes residían en las ciudades de Cesarea de Filipo, Tiberiades, Jerusalén y alguna otra más. Los sistemas vigentes eran como maquinarias de extorsión contra los empobrecidos habitantes de Canaán: el sistema imperial, totalitario colonialista y represor romano en lo político; el sistema de comercialización, corrupto y abusador en lo económico; el sistema patriarcal, mantenía a las mujeres humilladas y recluidas en sus casas, sin derechos ante los posibles abusos de los varones; y, el sistema religioso, elitista y purista donde una casta sacerdotal mantenía discriminado y sometido al pueblo creyente. La revelación divina Una de las cosas que más impresiona en la revelación divina manifestada en la Creación y en la Humanidad y recogida en las Sagradas Escrituras, es que Dios elige a una colectividad pecadora e ignorante para dar su mensaje de salvación a todos los hombres y todas las mujeres. Por un lado, se fija en un pueblo, testarudo, infiel, idólatra, injusto, violento, egoísta e individualista, que se deja llevar por criterios racistas y segregacionistas tanto en lo político y económico, como en lo religioso y moral; es decir, elige a un pueblo pecador. Mientras que, por otro lado, Dios elige a ese mismo pueblo que a lo largo de su historia fue esclavo, dividido, invadido, colonizado, deportado, asesinado y empobrecido; es decir, elige a un pueblo humillado, que se mostró incapaz de salir adelante, terminando por desaparecer en la guerra judío-romana del 66-70 d.C. Con razón observamos que “Dios elige a lo necio del mundo para confundir a los fuertes”. En la actualidad, podrá existir la religión judía, pero ya no existe el pueblo elegido; puesto que, desde Jesús, todos los seres humanos y pueblos inmersos en las diversas culturas, religiones, ideologías, naciones son elegidos y queridos por Dios como sus hijos preferidos, cuyo destino eterno es vivir en la casa del Padre. Todo ello nos recuerda las palabras admirativas de Jesús a Dios: “Yo te bendigo Padre, porque has dado a conocer estas cosas (la Revelación divina) a los pequeños del mundo (los fracasados), y las has escondido a los sabios y prudentes (los triunfadores)”. En el A.T. (camino hacia la salvación), lo mostró con la Promesa y la Liberación, la Ley y los mandamientos; así como con los Profetas y la Justicia, la Sabiduría y fe. Pero la Revelación en el N.T. (plenitud salvadora), Dios se revela totalmente en Jesús de Nazaret. Por eso los cristianos le reconocemos como Palabra de Dios, Verbo encarnado, Hijo de Dios y Salvador de la humanidad; también como “Camino, Verdad y Vida”. Jesús mismo nos dijo: “quien me ve a mí ha visto al Padre”. La Revelación, primero fue de mayor a menor (Humanidad, Pueblo judío, Resto profético, Jesús. Para luego ir de menor a Mayor (Jesús, Discipulado, Iglesia, Humanidad); siempre en la línea del anonadamiento y la exaltación, de la encarnación y la ascensión, de la muerte y la resurrección, del despojo de la dignidad para volver a asumirla de manera nueva. Mensaje de la edad avanzada
Haber cumplido los 80 se puede decir que es una edad avanzada, pero haber cumplido los 90 es haber entrado en una edad superavanzada. Por primera vez en mi vida he cumplido 90 años. Es la primera vez que acumulo 90 años de juventud. A esta edad se piensan muchas cosas, por ejemplo, si desde que se nace, la autenticidad y profundidad de la persona radica en el ser, más que en el hacer... A cierta edad de la vida, la esencia de la persona está ya plenamente en el ser; pero el Ser está configurado por el hacer: somos lo que hacemos es una sentencia de Ortega y Gasset. Somos ahora, a la edad avanzada, lo que hemos ido haciendo a lo largo de nuestra existencia. El hacer se va dejando para las nuevas generaciones, que lo necesitan y lo pueden hacer mejor. Saber dar paso a la juventud desde esta conciencia y disposición interior, es importante. Saber hacerse a un lado, y no pretender seguir con ciertas tareas, que se las dejamos a los jóvenes, es un acierto de la edad de la sabiduría. Esta disposición me lleva a vivir en libertad y armonía con mi ser más profundo; a habitar el fondo insondable de mi tierra, mi yo más íntimo. Y, es desde esta conciencia como vivo con gozo la propia edad, con todo lo que ella conlleva de riqueza, pobreza y limitaciones. A mi edad veo muy mal y oigo peor... Son mis limitaciones. Yo cambio de ritmo, pero no de camino; continúo por la senda de la opción por los pobres, que ha guiado mi vida entera. En la avanzada edad las fuerzas físicas disminuyen, la energía y dinamismo no es el mismo de la juventud; todo se realiza a paso lento, con un ritmo más bien pausado, acompasado, armonioso, melodioso; se ter- minó el ritmo estridente, rápido y a veces discordante; para dar paso a otro, mucho más suave y armonioso. En la avanzada edad se da una belleza que ni la persona misma ha llegado a descubrir, y mucho menos los que la rodean. Aprender a vivir la belleza de las distintas etapas de la vida es señal de madurez, de un buen equilibrio mental, humano y espiritual. Las notas de la avanzada edad son más armoniosas, porque la vida ha ido modelando el ser más profundo de la persona, redondeando las esquinas y picos que hacían que la vida reprodujese muchas notas discordantes, rompiendo la armonía, el equilibrio y la belleza de la “pieza”. Pues la vida es como una partitura de música en la que aprendemos a reproducir las notas a lo largo y ancho de nuestra existencia. La nota esencial de la vida será la muerte, asumida desde la libertad de la vida. El sentimiento de que soy una creatura limitada, finita, es el acto de mayor libertad, la nota más armoniosa y justa que podemos cantar… Aunque el “canto” sea de un hombre mayor que apenas puede ver y oye muy mal. El tiempo no es oro, el tiempo es vida, el tiempo es historia. El Tiempo es algo más que el oro, algo que ni se compra ni se vende, se Vive. El tiempo no es dinero, el tiempo son vivencias, experiencia, sentimientos, ideas, lucha por la vida y movimiento. El movimiento que tanto asusta al poder. La vida que florece, la vida que se impone, la vida que estalla y grita y piensa y siente, asusta al poder que nos prefiere callados, quietos, como muertos. El poder nos quiere asustados. El poder nos asusta para dominarnos. Frente al miedo retorcido que retuerce las palabras y nos retuerce el cuello, hay que oponer la valiente sencillez y claridad de ideas y la sencilla pero difícil tarea de la libertad de pensamiento. Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión y la democracia no valen nada. Yo lo he recordado en múltiples ocasiones: el mandato latino de Horacio que Kant divulgó como lema de la Ilustración. “Sapere aude”. Atrévete a pensar. ¡Piensa por ti mismo! Y si te atreves a pensar, te atreverás a vivir. Solo el que se atreve a vivir, puede llegar a vivir con libertad. La vida es el arte de vivir; somos “artesanos de la vida”. Se trata de salir de la minoría de edad para pasar a la edad madura. La libertad es un don de la avanzada edad. Un fruto que va madurando en el transcurso de la existencia y que se recoge con gozo y alegría al atardecer de la vida, como quien se encuentra con un gran tesoro. La libertad es el tesoro más extraordinario que la persona puede adquirir. La naturaleza nos ha proporcionado la libertad, esa libertad interior que siempre lleva a obrar el bien y a amar en plenitud, sin miedos. Y también a actuar con justicia y equidad, a ser lo que realmente soy sin caretas, sin armadura que me desfigure. La libertad va unida a la autenticidad, a la verdad. También es la edad de la fe profunda, la que deja a un lado las “seguridades” intelectuales, para dar paso a la confianza plena en Jesús, fiarse de él, a pesar de la oscuridad y las dudas. Estamos en las manos de Dios. Esta es la edad del creyente, es decir, de mi fe en Jesús y en el mensaje subversivo de Jesús, del que me fío y confío más que en mis propios razonamientos. Y en esta avanzada edad se posee un “patrimonio” unificador, el cual da seguridad, paz, confianza y gozo de la misión cumplida, del compromiso realizado. Con la edad madura todo se va unificando para vivir, en paz, la entrega, la libertad y el amor. 2.- Mensaje de Bondad Lo importante es restaurar la BONDAD en el mundo. Hay mucha maldad en el mundo, hay mucha injusticia. Ser buenos es ser buenas personas y esto comporta una exigencia ética. “El principal talante ético es la bondad” –escribía A.Machado–. La bondad es una actitud vital ante la vida, una actitud alegre, una vida sencilla que hace cosas sencillas, ordinarias, cada día. Pero haciéndolas de forma extraordinaria se puede cambiar el mundo, decía Galeano. Significa no perder nunca el ánimo, no perder nunca la esperanza. Significa defender siempre los derechos humanos, preocuparse por humanizar la justicia, quitar el hambre en el mundo, defender siempre la libertad y los valores éticos fundamentales. La bondad es incompatible con el capitalismo: porque es una opción de vida y nuestro actual sistema es un sistema de muerte. Quiero un mundo donde la bondad sea tan fuerte que sea capaz de acabar con las guerras y con el hambre en todo el planeta. Una bondad atravesada por la Justicia, y empapada en el compromiso por los Derechos Humanos, es una conducta solidaria y liberadora, y es propia de una buena persona. Una bondad que toma parte y partido por los más débiles y excluidos de la sociedad es, sin duda, lo propio de una buena persona. Una bondad llena de compasión por el sufrimiento humano, desobediente con las leyes injustas, es propia de una buena persona. Una bondad que es incapaz de hacer daño a nadie es propia de una buena persona. Una bondad que sabe perdonar siempre cualquier ofensa, es propia de una buena persona. Una bondad que se acepta como la mejor persona, amiga y compañera de sí misma en esta vida, configura una personalidad muy madura. En definitiva, una bondad que supera la mediocridad de la mayoría. La bondad es compasión en el sentido profundo del término, y está transida de indignación ética, ya que la conmoción interna experimentada (esa es la indignación ética) se traduce en una exigencia ineludible contra la injusticia y sus causas. La indignación ética percibe como intolerable el sufrimiento humano y reacciona frente a él, no se queda de brazos cruzados. Esta compasión, este padecer-con, siempre apuesta por el cambio transformador. Decimos esto porque el término “bueno” puede dar lugar a equívocos. Ser bueno de verdad tiene un carácter rebelde y desobediente frente al orden establecido. La bondad no se predica, ni se enseña, ni se impone. La bondad se contagia. El que es bondadoso/a, crea un clima de bondad. Y eso cambia la vida; La de uno; Y la de los demás. Ser siempre bondadoso, reconocer los propios límites y las propias contradicciones. Sólo así podremos hacer que, pase o no pase la crisis, viviremos mejor. Y nos sentiremos mejor. Ya sé que esto no es la panacea universal. Sería ingenuo pensar que sólo con el “buenismo” se arregla el mundo. No. Entre otras razones porque la bondad lleva consigo no quedarse callados y pasivos cuando uno ve sufrir, y sufrir tanto, a los más débiles. El que se calla, en tales condiciones, no se distingue por su bondad, sino por su cobardía, por su miedo, por intereses inconfesables. Eso no es bondad. Eso da vergüenza verlo, sufrirlo y hasta pensarlo. Porque, es un hecho, la bondad es lo que más nos asusta y hasta nos desconcierta. No tiene nada que ver con ese dicho que “todo el mundo es bueno” (tó er mundo é güeno) o con ser un “bonachón”. Juan XXIII era el Papa “bueno” pero armó un escándalo con el concilio Vaticano II. No se trata sólo de ser mejores, de ser más buenos; lo que se pretende es organizar la convivencia para que todos y todas seamos capaces de ser felices. No es nada fácil tratar de ser buenas personas en una sociedad que se rige por códigos capitalistas. A Jesús no lo mataron por ser “bueno”: lo mataron porque estorbaba, denunciaba a los que mantenían las injusticias y entró en un duro conflicto con los dirigentes políticos y religiosos. Sólo podremos hablar de bondad, si asumimos la tarea ética de luchar contra este (des)orden establecido por quienes se empeñan en mantener un mundo en el que sólo unos pocos viven muy bien, mientras una inmensa mayoría malvive o muere lentamente. 3.- Mensaje de rebeldía Este es mi mensaje: Jesús dijo no podéis servir a Dios y al dinero. Yo he optado por servir al Dios de la vida y de la libertad y rechazar al dios del dinero, al dios del capital, que es el reino de la muerte y de la esclavitud. Quiero mantener siempre vivo el espíritu de rebeldía frente a este sistema de muerte, que es lo mismo que luchar y gritar el derecho de los pobres para vivir con dignidad. Es decir, exigir el derecho de los empobrecidos a tener propiedad privada de unos bienes necesarios que les permitan tener lo indispensable para una vida humana, como pueden ser: el trabajo, la vivienda, la alimentación, sanidad (médicos y medicinas), cultura (que todo el mundo sepa leer y escribir, ocio, tiempo libre). Cuanto mayor voy siendo, me siento más rebelde, porque sin duda veo la injusticia con mayor claridad. Soy un antisistema, (y no lo digo gritando y con el puño levantado, sino sencillamente pero con voz firme e inalterable). Soy un insubordinado de este mundo insostenible. Insisto en la necesidad de disentir, de desobedecer, de oponernos con justicia a este capitalismo depredador, este modelo injusto. No nos podemos rendir. Creo que tenemos el deber de vivir. Tenemos el deber de pensar libremente. Tenemos también el derecho, el derecho que nos niegan quienes deberían garantizar ese derecho. Pero no se puede negar la vida, La vida vence. La vida empuja. La vida crea. Otro mundo no solo es posible, es seguro. Cuesta aprender a vivir, es decir, amar la vida sobre todas las cosas, la vida digna, la vida humana y humanizada, una vida que reúna la humanidad, el bienestar y la justicia suficientes para ser merecedora de tal nombre. Se trata de la apasionante tarea que es vivir, aprender a vivir, que la vida puede sobre el silencio, la palabra sobre el ruido, el pensamiento sobre la sinrazón, la humanidad sobre el capital. Esta es la edad de la fortaleza, de la serena rebeldía, de la audaz sensatez, de saber decir que NO a este sistema depredador y decir que SÍ a la solidaridad con los excluidos de este mundo. La sencillez es, quizá, una de las mayores necesidades que tenemos que recuperar los hombres y mujeres de nuestros días, para poder tener una vida más enriquecedora, plena y feliz. Estos serían, a mi modo de entender, algunos de los rasgos de una persona que aspira a vivir con sencillez:
Una persona sencilla sabe escuchar con atención, ofrece sus dones y habilidades con generosidad y se siente agradecido por todo lo que le ofrece en cada momento la vida. Una persona sencilla no se cree nunca en posesión absoluta de la verdad, atiende a las razones del otro y aprovecha todo lo positivo que se le ofrece. Una persona sencilla desprende ternura, sensibilidad y cercanía por los cuatro costados. Una persona sencilla se deja interpelar por la realidad y, ante cualquier situación injusta levanta su voz y sale a manifestarse a la calle, junto a otros hombres y mujeres, sin importarle sus creencias o sus ideas. Una persona sencilla guarda y protege como oro en paño ese tallo frágil y flexible de la esperanza que, a pesar de los vientos contrarios, siempre vuelve a su ser y permanece en pie. Una persona sencilla no es codiciosa, ni se afana por tener más dinero o más posesiones: vive contenta con lo que tiene e intenta no angustiarse por nada. Una persona sencilla se siente libre ante todo y ante todos, sin hipotecar su forma de vida por nada que le impida sentir y respirar en libertad. Una persona sencilla no cree que ya lo ha conseguido, sino que siempre le sobran cosas; o que lo sabe ya todo, sino que se mantiene en búsqueda permanente. Una persona sencilla anda siempre deseando el encuentro, pretendiendo la armonía, buscando sin cesar el diálogo y el entendimiento, la paz basada en la justicia. Una persona sencilla sabe disfrutar con los amigos y amigas de una buena comida en común, de una conversación íntima, de un viaje compartido... Una persona sencilla goza y es feliz con los pequeños detalles y regalos que le ofrece el día a día, con las personas a las que quiere y que le quieren, con la naturaleza que le rodea. Una persona sencilla se muestra acogedora y ofrece su solidaridad con los marginados y excluidos, sin importarle lo que digan de ella, porque sabe que solo así será posible otro mundo más humano y fraterno, justo y en paz. Una persona sencilla camina sonriente, feliz, humilde y confiadamente, junto a los demás, es decir, sobre la palma de la mano del Misterio diáfano de la Vida. El texto nos recuerda una vez más, que Jesús va de camino hacia Jerusalén, que será su meta. Sigue Lc con la acumulación de dichos sin mucha conexión entre sí, pero todos tienen como objetivo ir instruyendo a los discípulos sobre el seguimiento de Jesús. Jesús no responde a la pregunta, porque está mal planteada. La salvación no es una línea que hay que cruzar, es un proceso de descentración del yo, que hay que tratar de llevar lo más lejos posible. Trataremos de adivinar por qué no responde a la pregunta y lo que quiere decirnos.
No es fácil concretar en qué consiste esa salvación de la que hablan los evangelios. Hoy tenemos infinidad de ofertas de salvación. “Salvación” hace referencia, en primer lugar, a la liberación de un peligro o situación desesperada. El médico está todos los días curando en el hospital, pero se dice que ha salvado a uno, cuando estando en peligro de muerte, ha evitado ese final. Aplicar este concepto a la vida espiritual puede despistarnos. El mayor peligro para una trayectoria espiritual es dejar de progresar, no que se encuentren obstáculos en el camino. La salvación no sería librarme de algo sino desplegar al máximo la plenitud humana. Podíamos hacernos infinidad de preguntas sobre la salvación: ¿Para cuándo la salvación? ¿Salvación aquí o en el más allá? ¿Salvación material o salvación espiritual? ¿Nos salva Dios? ¿Nos salva Jesús? ¿Nos salvamos nosotros? ¿Salvan las obras o la fe? ¿Salva la religión? ¿Salvan los sacramentos? ¿Salva la oración, la limosna o el ayuno? ¿Nos salva la Escritura? ¿Cómo es esa salvación? ¿Salvación individual o comunitaria? ¿Es la misma para todos? ¿Se puede conocer antes de alcanzarla? ¿Podemos saber si estamos salvados? Resulta que es inútil toda respuesta, porque las preguntas están mal planteadas. Todas dan por supuesto que hay un yo que está perdido y debe ser salvado. Debemos darnos cuenta de que la salvación no es alcanzar la seguridad para mi yo individual, sino que consiste en superar toda idea de individualidad. La religión ha fallado al proponer la salvación del falso yo, que es el anhelo más hondo de todo ser humano. Salvarse es descubrir nuestro verdadero ser y vivir desde él la armonía y unidad con todos los demás seres. En realidad todos se salvan de alguna manera, porque todo ser humano despliega algo de esa humanidad por muy mínimo que sea ese progreso. Y nadie alcanza la plenitud de salvación porque, por muchos que sean los logros de una vida humana, siempre podría haber avanzado un poco más en el despliegue de su humanidad. Todos estamos, a la vez, salvados y necesitados de salvación. Esta idea nos desconcierta, porque no satisface los deseos del ego. Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Esta frase nos puede iluminar sobre el tema que estamos tratando. Pero la hemos entendido mal y nos ha metido por un callejón sin salida. El esfuerzo no debe ir encaminado a potenciar un yo para asegurar su permanencia incluso en el más allá. No tiene mucho sentido que esperemos una salvación para cuando dejemos de ser auténticos seres humanos, es decir para después de morir. La salvación no consiste en la liberación de las limitaciones que no acepto porque no asumo mi condición de criatura y por lo tanto limitada. Esas limitaciones no son fallos del creador ni accidentes desagradables que yo he provocado sino que forman parte esencial de mi ser. La salvación tiene que consistir en alcanzar una plenitud sin pretender dejar de ser criatura y limitada. La verdadera salvación es posible a pesar de mis carencias porque se tiene que dar en otro plano, que no exige la eliminación de mis imperfecciones. Ni el sufrimiento ni la enfermedad ni la misma muerte pueden restar un ápice a mi condición de ser humano. Mi plenitud la tengo que conseguir con esas limitaciones, no cuando me las quiten. Lo que se puede añadir o quitar pertenece siempre al orden de las cualidades, no es lo esencial. Pensar que la creación le salió mal a Dios y ahora solo Él puede corregirla y hacer un ser humano perfecto es una aberración que nos ha hecho mucho daño. La salvación no puede consistir en cambiar mi condición de ser humano por otro modo de existencia. Para tomar conciencia de dónde tenemos que poner el esfuerzo es imprescindible entender bien el aserto. Debemos desechar la idea de un umbral que debemos superar. No debemos hacer hincapié en la puerta sino en el que debe atravesarla. No es que la puerta sea estrecha, es que se cierra automáticamente en cuanto alguien pretende atravesarla. Solo cuando tomemos conciencia de que somos nadie, se abrirá de par en par. Mientras no captes bien esta idea, estarás dando palos de ciego en orden a tu verdadera salvación. No estamos aquí para salvar nuestro yo, sino para desprendernos de él hasta que no quede ni rastro de lo que creíamos ser. Cuando mi falso ser se esfume, quedará de mí lo que soy de verdad y entonces estaré ya al otro lado de la puerta sin darme cuenta. Cuando pretendo estar seguro de mi salvación, o cuando pretendo que los demás vean mi perfección, en realidad estoy alejándome de mi verdadero ser y enzarzándome en mi propio ego. En realidad no estamos aquí para salvarnos sino para perdernos en beneficio de todos. El domingo pasado decía Jesús: “He venido a traer fuego a la tierra, ¿qué más puedo pedir si ya está ardiendo? Todo lo creado tiene que transformarse en luz, y la única manera de conseguirlo es ardiendo. El fuego destruye todo lo que no tiene valor, pero purifica lo que vale de veras. Debo consumir lo que hay en mí de ego y potenciar lo que hay de verdadero ser. Somos como la vela que está hecha para iluminar consumiéndose; mientras esté apagada y mantenga su identidad de vela será un trasto inútil. En el momento que le prendo fuego y empieza a consumirse se va convirtiendo en luz y da sentido a su existencia. Cuando nos pasamos la vida adornando y engalanando nuestra vela; cuando incluso le pedimos a Dios que, ya que es tan bonita, la guarde junto a Él para toda la eternidad, estamos renunciando al verdadero sentido de una vida humana, que es arder, consumirse para iluminar a los demás. No sé quienes sois. Toda la parafernalia religiosa que hemos desarrollado durante dos mil años no servirá de nada si no me ha llevado a desprenderme de ego. El yo más peligroso para alcanzar una verdadera salvación es el yo religioso. Me asusta la seguridad que tienen algunos cristianos de toda la vida en su conducta irreprochable. Como los fariseos, han cumplido todas las normas de la religión. Han cumplido todo lo mandado, pero no han sido capaces de descubrir que en ese mismo instante, deben considerarse “siervos inútiles”. Esta advertencia es mucho más seria de lo que parece. Pero no tenemos que esperar a un más allá para descubrir si hemos acertado o hemos fallado. El grado de salvación que hayamos conseguido se manifiesta en cada instante de nuestra vida por la calidad de nuestras relaciones con los demás. No se trata de prácticas ni de creencias sino de humanidad manifestada con todos los hombres. Lo que creas hacer directamente por Dios no tiene ninguna importancia. Lo que haces cada día por los demás es lo que determina tu grado de plenitud humana, que es la verdadera salvación. Meditación Mi falso yo, sustentado en lo material, tiene que consumirse para que surja el verdadero ser. Todo lo que trabajemos para potenciar la individualidad será ir en dirección contraria a la verdadera meta. Mientras más adornos y capisayos le coloque, más lejos estaré de mi verdadera salvación. Durante siglos, a los israelitas no les preocupó el tema de la salvación o condena en la otra vida. Después de la muerte, todos, buenos y malos, ricos y pobres, opresores y oprimidos, descendían al mundo subterráneo, el Sheol, donde sobrevivían sin pena ni gloria, como sombras. Quienes se planteaban el problema de la justicia divina, del premio de los buenos y castigo de los malvados, respondían que eso tenía lugar en este mundo. Sin embargo, la experiencia demostraba lo contrario, y así lo denuncia el autor del libro de Job: en este mundo, los ladrones y asesinos suelen vivir felizmente, mientras los pobres mueren en la miseria.
Con el tiempo, para salvar la justicia divina, algunos grupos religiosos, como los fariseos y los esenios, trasladan el premio y el castigo a la otra vida. Dentro de los evangelios, la parábola del rico y Lázaro refleja muy bien esta idea: el rico lo pasa muy bien en este mundo, pero su comportamiento injusto y egoísta con Lázaro lo condena a ser torturado en la otra vida; en cambio, Lázaro, que nada tuvo en la tierra, participa de la felicidad eterna. Entre los judíos que creen en la resurrección cabe otra postura, importante para comprender el comienzo del evangelio de hoy: sólo los buenos resucitan para una vida feliz, los malvados no consiguen ese premio, pero tampoco son condenados. Una pregunta absurda: “Señor, serán pocos los que se salven? Bastantes cristianos actuales habrían formulado la pregunta de manera distinta: ¿serán muchos los que se condenen? Sin embargo, el personaje del que habla Lucas parece formar parte de ese grupo que sólo cree en la salvación. Jesús podría haber respondido con otra pregunta: ¿qué entiendes por “pocos”? ¿Cuatro mil? ¿Veinte millones? ¿Ciento cuarenta y cuatro mil, como afirman los Testigos de Jehová? La pregunta sobre pocos o muchos es absurda, aunque hay gente que sigue afirmando con absoluta certeza que se condena la mayoría o que se salvan todos. Una enseñanza: “entrar por la puerta estrecha” Jesús no entra en el juego. Ni siquiera responde al que pregunta, sino que aprovecha la ocasión para ofrecer una enseñanza general. «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.» La imagen, tal como la presenta Lucas, no resulta muy feliz. Quienes no pueden entrar por una puerta estrecha son las personas muy gordas, y eso no es lo que está en juego. El evangelio de Mateo ofrece una versión más completa y clara: “Entrad por la puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta, qué angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que dan con ella!” (Mateo 7,13-14). En cualquier caso, la exhortación de Jesús resulta tremendamente vaga: ¿en qué consiste entrar por la puerta estrecha? En otros momentos lo deja más claro. Al joven rico, angustiado por cómo conseguir la vida eterna, le responde: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En el evangelio de Mateo, la parábola del Juicio Final indica los criterios que tendrá en cuenta Jesús a la hora de salvar y condenar: “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era emigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y acudisteis”. La experiencia demuestra que vivir esto equivale a pasar por una puerta estrecha, pero al alcance de todos. Un final sorprendente y polémico: quiénes La pregunta sobre el número de los que se salvan ha provocado una respuesta sobre cómo salvarse; pero Jesús añade algo más, sobre quiénes se salvarán. El librode Isaías contiene estas palabras dirigidas por Dios a los israelitas: “En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la tierra” (Is 60,21). Basándose en esta promesa, algunos rabinos defendían que todo Israel participaría en el mundo futuro; es decir, que todos se salvarían (Tratado Sanedrín 10,1). ¿Y los paganos? También ellos podían obtener la salvación si aceptaban la fe judía. Sin embargo, la parábola que cuenta Lucas afirma algo muy distinto. El amo de la casa es Jesús, y quienes llaman a la puerta son los judíos contemporáneos suyos, que han comido y bebido con él, y en cuyas plazas ha enseñado. No podrán participar del banquete del reino junto con los verdaderos israelitas, representados por los tres patriarcas y los profetas. En cambio, muchos extranjeros, procedentes de los cuatro puntos cardinales, se sentarán a la mesa. La conversión de los paganos ya había sido anunciada por algunos profetas, como demuestra la primera lectura (Is 66,18-21) que copio más abajo. Pero el evangelio es hiriente y polémico: no se trata de que los paganos se unen a los judíos, sino de que los paganos sustituyen a los judíos en el banquete del Reino de Dios. Estas palabras recuerdan el gran misterio que supuso para la iglesia primitiva ver cómo gran parte del pueblo judío no aceptaba a Jesús como Mesías, mientras que muchos paganos lo acogían favorablemente. Moraleja y matización Lucas termina con una de esas frases breves y enigmáticas que tanto le gustaban a Jesús: «Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.» En la interpretación de Lucas, los últimos son los paganos, los primeros los judíos. El orden se invierte. Pero los primeros, los judíos como totalidad, no quedan fuera del banquete, también son invitados. El mismo Lucas, cuando escriba el libro de los Hechos de los Apóstoles, presentará a Pablo dirigiéndose en primer lugar a los judíos, aunque en generalmente sin mucho éxito. Primera lectura: Isaías 66, 18-21 El primer párrafo es el que está en relación con el evangelio: habla de la conversión de los paganos desde Tarsis (a menudo localizada en la zona de Cádiz-Huelva) hasta Turquía (Masac y Tubal), y con dos importantes regiones de África (Libia y Etiopía). El punto de vista es distinto al del evangelio: aquí sólo se habla de conversión, no de salvación en la otra vida (tema que queda fuera de la perspectiva del profeta). La pregunta por la salvación se ha vuelto el centro del mensaje cristiano. Si bien esto tiene su importancia no debemos olvidar que no siempre fue así. Si, durante mucho tiempo, en especial durante la larga Edad Media, se preguntaban por tratados esenciales como creación o cosmología, con el tiempo la pregunta por la salvación “individual” basada en una antropología dualista marcada por el bien y el mal se volvió el centro de la pregunta por la salvación (soteriología). Estas cuestiones marcaban no solo la teología sino toda la enseñanza y discusiones de la Iglesia. ¿Qué tenemos que hacer para salvarnos? ¿De qué nos salva Jesús? ¿Cómo nos salva?
El texto del evangelio de Lucas que meditamos hoy plantea en parte estas preguntas. Y lo hace de un modo muy radical y hasta excluyente. La pregunta ¿son pocos los que se salvan? no parece agradar a Jesús. De hecho, se muestra vehemente y desafiante al contestar: “os quedaréis fuera”, “llamaréis, pero no se os abrirá”, “muchos vendrán del norte, del sur, del este y del oeste” (“pero vosotros seréis arrojados fuera”). ¿Quiénes son los que reciben esta contestación tan dura? La respuesta es clara: aquellos que en el presente “obráis injusticias”. Es una afirmación durísima sobre todo si consideramos lo difícil que resulta encontrar a alguien que pueda decir de sí mismo que no practica ninguna injusticia. Si bien todas estas afirmaciones tan duras se matizan con la salvedad de quienes se esfuercen por “entrar por la puerta estrecha”, no podemos dejar de decir que Jesús responde a la pregunta sobre la salvación con una parábola que hace una distinción excluyente respecto a quienes obran la iniquidad o el mal. Da igual que hayan estado junto a él, que hayan comido con él, que lo hayan escuchado enseñar. Si las acciones son malas no se puede pasar por la “puerta estrecha”. De todas maneras, la respuesta de Jesús no es directa, sino que cambia la pregunta. No dice la cantidad de los que se salvarán ni da respuesta a la pregunta por la salvación final. Por el contrario, hace un serio y rotundo llamado a practicar la justicia en el presente. Cambia así la respuesta esperada acerca del futuro a un llamado a vivir el presente. La salvación no es cosa del futuro, sino que linda con el presente y es consecuencia de practicar la justicia. Y eso es lo que debe preocupar al lector. No el futuro, que está en manos de Dios, sino el presente de las acciones justas o injustas. El texto continúa en un tono difícil de entender, sobre todo porque se marca un momento que parece crucial a partir de la imagen de la puerta: si antes era estrecha, ahora se cierra. A partir de ese momento, cuando la puerta se cierre, las acciones cobrarán definitividad. No hay marcha atrás. Por suerte para los lectores que llegan hasta aquí en la lectura, el final parece más alentador. Al principio del relato, quienes se salvan tienen que pasar por una puerta estrecha y con premura antes de que esta se cierre. Sin embargo, al final del discurso, se amplía la propuesta y “vendrán de los cuatro puntos cardinales a sentarse a la mesa”. El final de este pasaje también resulta difícil de comprender y parece que más que un consejo se trata de una invitación abierta, a cambiar de modo de pensar, a cambiar la cosmovisión. Las palabras puestas en boca de Jesús hacen una afirmación tajante: los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos. ¿Qué significa esto en el contexto en el que estamos hablando? Parece indicar repetidamente que la lógica de Dios no es la nuestra (los primeros son los últimos, la puerta es estrecha…). Tantos cambios de preguntas y tantas respuestas evasivas parecen indicar que la salvación es un misterio y que no corresponde buscar respuestas desde la inquietud humana sino desde los designios de Dios; por ello, las preguntas están mal formuladas. Quien las pregunte se llevará una respuesta exigente y dura, porque debe cambiar la mentalidad. No se puede pretender controlar los designios de Dios ni comprender la salvación. Si son muchos o pocos los que se salvan es una pregunta que no nos pertenece, es una pregunta que solo se puede intuir desde la confianza y esperanza en el plan de Dios. A nosotros nos toca abrirnos a una comprensión de la vida como servicio, gratuidad, atención a los designios de Dios y contrariedad de las cosmovisiones propias y las que ofrece la cultura. Y, si de la salvación se trata, la lógica del evangelio nos lleva siempre a buscar los últimos lugares, los que nadie quiere. Nos invita a buscar las respuestas últimas en las últimas personas, en quienes están en las últimas. Se trata de buscar ser y estar con “los últimos”, de ir hacia atrás, de desconfiar de todo aquello que nos hace parecer más y estar en los primeros puestos. Porque la clave está en quienes parecen menos. Y, cuando nos experimentemos en lugares “últimos”, nos tocará reconocer allí las bienaventuranzas, las promesas de Dios. El quid de la salvación final se reubica así en la solidaridad actual y en un cambio en la forma de comprender las cosas. Jesús acaba esta discusión pidiendo: “Mirad”, porque los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. Quien pueda asumir esta afirmación, seguramente tenga alguna idea más clara de lo que es la salvación. Perder el miedo, recuperar la esperanza: propuestas para dialogar por: Francisco José Pérez8/22/2019 Surgirán muchos falsos profetas que engañarán a muchos. Y, al crecer la maldad, se enfriará el amor de muchos. Mt 24, 11-12.
Tras dos entradas anteriores, centradas en algunas señales del presente, intentando descubrir tendencias de futuro, los resultados electorales en Andalucía invitaban a volver revisar las reflexiones, pero tal vez sería caer en ese “…exceso de diagnóstico que no siempre está acompañado de propuestas superadoras y realmente aplicables” (Papa Francisco, Evangelii Gaudium 50). Por eso, dejamos de lado las tentaciones para seguir el hilo de la reflexión. El discurso y las tendencias de fondo Resumimos algunos factores tras el auge de los nuevos totalitarismos:
Nacionalismo El auge de nacionalismos radicales vinculados a la idea de soberanía y a la reivindicación del Estado-nación frente a la globalización capitalista, es una de las principales banderas del totalitarismo, y lanza el mensaje de que basta con abandonar la Unión Europea y recuperar el poder de un estado fuerte, para solucionar los problemas. En nuestro caso, el “nacionalismo español” se ve potenciado por el catalán, que sustenta la misma idea: basta separarse del Estado español para solucionar los problemas, lo que da lugar a una guerra de banderas ondeadas para reclamar derechos frente a otros: primero los españoles, los catalanes; fuera extranjeros… y se reduce la liberación a determinados grupos, excluyendo a muchos otros a los que se les acusa de ser la causa de todos los males: recortes, paro… Una propuesta liberadora, en un mundo global, ha de incluir la emancipación de todas las personas subordinadas y subyugadas por el capitalismo globalizado. No podemos seguir sacrificando a millones de personas, a pueblos expoliados y abandonados a su destino… para mejorar el bienestar de unos pocos. Migrantes y refugiados y racismo colonial Su rechazo, estrechamente vinculado a los nacionalismos, se basa en presentarlas como un grave problema, nunca como oportunidad, de forma machacona hasta convertirla en una de las preocupaciones más importantes para la ciudadanía. Lo realmente grave de estos mensajes racistas y xenófobos es que llegan a convertirse en argumentos de las demás fuerzas políticas, uno de los principales logros del nuevo totalitarismo, ya que refuerza la idea de necesidad de respuestas autoritarias. Estas ideas calan fácilmente en trabajadores “nacionales” que ganan menos que hace 30 años y ya no constituyen una fuerza organizada en sindicatos; terreno abonado para convencerles de que su enemigo son los migrantes y no la concentración brutal de la renta y la riqueza, fruto de las políticas neoliberales que van a apoyar con sus votos. Patriarcado El combate de la “ideología de género” se ha convertido en otra de las banderas neototalitarias. Los avances en la igualdad de las mujeres y la conquista de su legítimo lugar en la sociedad, impulsados por los movimientos feministas, son vistos como una inversión de papeles tradicionales, propagando la idea de que los varones se encuentran en la actualidad subyugados y sin posibilidad de liberarse, y que cualquier intento de mantener la situación tradicional es denunciada como machismo. Crisis ecológica y negacionismo Los nuevos movimientos totalitarios coinciden en poner en duda la existencia del calentamiento global, de la crisis ecológica y energética… y, cuando las evidencias resultan aplastantes, se conforman con restar importancia a esos graves problemas que amenazan la supervivencia humana y la del planeta. Esas negaciones conectan con un sentimiento extendido entre muchas personas, especialmente en los países desarrollados: el miedo a perder su “bienestar”, su “comodidad”, su “calidad de vida”… Esas personas no dudan en aceptar esas teorías vinculadas a los nuevos totalitarismos, tal vez en el convencimiento de que así no van a poner en peligro su statu quo. Estos discursos son difundidos masivamente a través de las redes sociales, mediante una estrategia publicitaria (memes) basada en la propagación masiva de ideas, conceptos o noticias, mayoritariamente falsas, a fin de captar adeptos. Su éxito queda patente en esa nueva mentalidad que parece encontrar cada vez mayor acogida, y que se apoya en el convencimiento de que los muchos y graves problemas (precariedad, falta de perspectivas vitales…) están vinculados con la desaparición de la sociedad blanca y española/europea/… en la que la mujer desempeña un papel subordinado, y en la que los derechos y oportunidades son solo para los nacionales… En resumidas cuentas, el nuevo totalitarismo se basa en la defensa a ultranza de los cuatro principales ejes que vertebran la explotación y dominación: la esfera económico laboral, basada en la propiedad privada; la esfera patriarcal, basada en la superioridad del hombre sobre la mujer; la esfera colonial, basada en supremacía de unos pueblos y personas sobre otros; y la esfera ecológica, que reduce la naturaleza a factor de producción. La defensa de esas formas de explotación y dominación la realizan reduciendo a un burdo maniqueísmo importantes problemas sociales, y ocultando sus verdaderos intereses; no en vano nacen vinculados a sectores neoliberales (empresariales, financieros, mediáticos) cuya finalidad es mantener un orden y unos privilegios concretos. Ahí están sus medidas destinadas a bajar los impuestos a empresarios y grandes fortunas; su negacionismo ecológico en defensa de los intereses de compañías eléctricas, petroleras, automovilísticas; de empresas interesadas en frenar directivas e iniciativas contra el cambio climático, o que traten de combatir emisiones tóxicas… A extender la lógica de la explotación y la dominación lo más posible, tanto para los trabajadores, limitando sus derechos laborales y sociales, como para la naturaleza, defendiendo el productivismo y la sobreexplotación de los recursos naturales, sin trabas fiscales o de cualquier otro tipo. Las élites capitalistas ven en estas fuerzas una oportunidad de seguir manteniendo su lógica de acumulación y ampliando las desigualdades hasta límites insoportables. Estas estrategias están dando lugar, por otra parte, a unas condiciones propicias para la manipulación. Como señalaba Belda: “Desde el punto de vista sociológico, la manipulación supone un modelo de sociedad elitista y autoritario, basada en la desigualdad social. Este modelo puede concretarse en formas muy diversas, que van desde una sociedad descaradamente fascista a una sociedad ¡industrial avanzada formalmente democrática (…) el dinamismo requiere estos tres soportes: a) desigualdad social institucionalizada; b) relaciones sociales basadas en el dominio de una minoría sobre la mayoría; c) manejo de la conciencia individual gracias a los servicios de las instituciones educativas y de los medios de comunicación de masas” (Iglesia viva nº 57, 1975, pág. 258-259). Frente a esta manipulación estructural sólo cabe la alternativa de una reestructuración social, en la que, desde una verdadera democratización, se logre desposeer a las nuevas clases de poder, de sus injustas apropiaciones explotadoras y manipuladoras, para devolvérselas al ser humano y al pueblo. |
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