Con criterio propio. Ahora que estamos confinados, es el momento de hablar en broma y de pensar en serio. Pensar en serio presupone tener criterio. Pensar es, en sí mismo es una tarea dirigida a ponernos en condiciones de adquirirlo. Sé que depende sobre todo de la predisposición, pero también de la de la voluntad, como tantas otras actitudes. Tener criterio es lo que nos hace persona en su sentido más noble y lo que nos hace sentirnos verdaderamente libres. Criterio es, como sabemos, una norma personal con arreglo a la cual formamos un juicio o tomamos una determinación.
Ahora, cuando desde los medios de comunicación recibimos una especie de gota malaya que nos dirige la atención a un solo punto: los efectos del virus (real o supuesto, pues hasta su verdadera existencia como tal está en cuestión), es el momento de la introspección, el momento de revisar los prejuicios, replantearse el cambio de hábitos, el cambio de paradigmas, el momento de percatarnos de que lo que a menudo hablamos y creemos no son ideas propias, si no, en la mayoría de los casos, ideas inoculadas. Ha llegado la hora del relativismo mental, el que debe predominar en el discurrir. De tal manera que nuestras ideas han de converger con otras que eventualmente pueden contener tantos componentes de verdad y de acierto o de engaño o error como las nuestras. Eso es lo que permitirá a corto plazo un giro de copernicano en la mentalidad que, de otro modo, sin mediar una situación límite como la que vivimos, tardaría por lo menos otro siglo en nacer y reconfigurarse: sea en materia política, económica, territorial, religiosa o costumbrista… Yo creo tener criterio propio, pero nunca intento convencer a nadie de mi idea. En último término ayudo y fomento a que las personas tengan su criterio. Por eso no porfío. Por eso, a lo sumo, sugiero la idea con la esperanza o la ilusión de que el otro o los otros la secunden, enriqueciéndola; para su satisfacción mental y para su expansión espiritual. Pues bien, en situaciones complicadas de la vida, esas que van más allá de nuestra voluntad y de nuestras posibilidades de respuesta como la que estamos viviendo, es cuando se pone a prueba nuestro instinto natural, nuestra verdadera inteligencia, la inteligencia al desnudo… y el criterio. En estas situaciones extraordinarias, límite, respetando las directrices o imposiciones del poder declarado aunque solo sea por la cuenta que nos trae, es cuando más nos viene a la cabeza la tentación de explorar con más agudeza las fuentes de nuestra intuición y de nuestro instinto para enfrentarnos a ese extraordinario estado de las cosas con nuestros propios registros. Mantener nuestro pabellón de dignidad es razón suficiente. El sentido crítico no implica ser negacionista ni necesariamente contrario a las corrientes de opinión. Pero conviene recordar que las corrientes de opinión han sido puestas en circulación por uno o varios individuos concertados y además para un fin que a nosotros nos está velado o prohibido. Esto, en una sociedad humana tan compleja, además globalizada, es lo habitual. Entre bastidores se deciden constantemente muchas cosas de las que sólo percibimos su destilación a través de filtros varios. Situarnos, en fin, en un punto intermedio entre la razón subjetiva y la razón universal, es en todo caso un deber como persona y como ciudadano. Con tods esos mimbres, que parecen muchos pero se reduce a tener criterio, podemos enfrentarnos al mundo entero… Por otro lado, lo mismo que el instinto es un guía más seguro que la razón, la intuición se potencia mucho a medida que nos adentramos en la edad, hasta convertirse en hipe intuición; la cual, con una pequeña dosis de “ciencia” añadida, puede hacer milagros en la luz del entendimiento. Lo mismo que al revés, un exceso de conocimientos y de ilustración a menudo desfigura en el experto la realidad fuera de su especialidad, hasta deformarla, y hasta la de su propia especialidad. Lo que le pasa a todo “especialista” aventajado: cuanto más celo y màs empeño pone en la materia de su estudio o de su oficio, más riesgo hay de que ignore otras cosas importantes y las deforme o las mutile, como el sentido común, o el criterio. Por eso yo no rindo culto a los expertos fuera de su pericia concreta, y aun cuando “necesito” de ella, recelo. Y más, cuando tienen responsabilidades colectivas y están tan sujetos a la presión que proviene de otras parcelas del poder, que viene a ser la misma a la que está sometido el gobernante. Claro es que también puede hacer milagros el instinto en el entendimiento virgen, ese del pastor o de quien vive exclusivamente de su huerto y sabe lo bastante de la naturaleza. Siempre he sido un iconoclasta de la erudición y del “saber”, a los que rinde pleitesía este modelo económico. Que se les venera lo prueba el hecho de que todos los economistas al uso hablan el mismo lenguaje, y éste es casi exclusivamente en clave liberal, de libertad de mercado y cada vez más. Ni una sola idea nueva, al menos públicamente, pese a que el sistema está en quiebra.… Sólo me he sentido siempre atraído por la sabiduría suyo componente básico al fin y al cabo es la intuición, la cual a su vez es instinto más conocimiento no desvirtuado por los hábitos nocivos para la mente cuando se trata de ideas o tareas ajenas a la creación artística. Por todo eso, mi desconfianza en el poder económico, en el poder médico, en el poder científico y en el poder político que es un poder en manos de los otros tres poderes, en esta situación y también en la normalidad es casi absoluta. Además, entre ellos mismos discrepan. Con lo que esperar una solución o un dictamen que nos deje plenamente satisfechos requeriría antes conocer hasta qué punto hay consenso de una serie de ellos, y aún así seguiríamos sospechando que pudiera haber algún interés en el dictamen que no es manifiesto. De todo esto proviene el descubrimiento de que la OMS está subvencionada en un 82 por ciento por corporaciones privadas, y por tanto, responde a los intereses sombríos de multimillonarios, de lobbys y de la industria farmacéutica, y se pronuncia en consecuencia a tenor del interés y fines de sus benefactores. Formar, pues un criterio propio, es el primer deber del ciudadano y un principio para no dejarse uno engañar. Pues no es el ciudadano responsable el que conspira contra el poder. Es el poder el que, para ejercerlo con más comodidad y con más eficacia para su idea, ideología y objetivos, se confabula subrepticiamente contra la ciudadanía sin que ésta apenas lo perciba. La situación actual, asociada a la quiebra económica mundial y al derrumbe del modelo capitalista liberal, sin reemplazo conocido todavía, nos exige tener los ojos muy abiertos aunque sólo sea, primero por pura dignidad y luego para mejor protegernos de cada complot contra la ciudadanía…
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“Esa cosa que no tiene nombre”
Debilidad humana y protección de la vida Me pides, Ruth, una reflexión para tu libro sobre la espiritualidad justamente cuando el confinamiento por el coronavirus se está haciendo más pesado. Y entre los muchos detalles que ya están aflorando en esta pandemia ‑como cuando en días de niebla la luz del sol va dejando aparecer la realidad del paisaje- hay uno del que apenas se habla porque, quizás, inconscientemente lo tenemos ya asumido. Me refiero a “la debilidad de la humanidad para proteger la propia vida humana”. Ni la razón ilustrada y su deslumbrante tecnología, ni la poderosa y dominante “ciencia” económica, ni siquiera las religiones están ofreciendo instrumentos suficientes para superar esta brutal agresión. ¡Y soñábamos con que ya disponíamos de un sistema que nos ponía al borde del “final de la historia”! Lo cierto es que ha bastado un desconocido y maléfico virus para despertarnos de este inmodesto sueño y hacernos sentir la fragilidad de los soportes en que estamos apoyando la vida. Las calles y plazas desiertas están siendo un símbolo elocuente de nuestra propia fragilidad. Algo muy sustancial estamos ignorando para mantener la vida del ser humano y del planeta. ¿Se nos ha apagado el espíritu? Lo advertía ya muy acertadamente en el siglo pasado el filósofo y premio nobel de literatura Henri Bergson: disponemos de un cuerpo muy grande, decía, y de un alma muy pequeña. Necesitamos un “suplemento de alma”. Espiritualidad y religión La espiritualidad, raíz y fundamento de todas las culturas, no puede confundirse con la religión, son realidades distintas. Pero, la verdad es que la espiritualidad casi siempre se ha presentado vinculada a las religiones. Difícil abordarla sin esta referencia. Y no puede decirse que este matrimonio haya sido siempre negativo. ‑Aun hoy día muchas personas encuentran en la cosmovisión religiosa razones suficientes para vivir con esperanza y para morir en paz‑. La religión ha prestado a la espiritualidad una visibilidad concreta de la que carece; le ha dado verticalidad y horizontalidad y ha proyectado sobre ella ricas axiologías y hasta una nutrida teodicea… En contrapartida, la espiritualidad ha prestado a las religiones arraigo y fundamento humano, historicidad y esa movilidad que necesitan las religiones para ir encarnándose en la historia contra la tentación de fijación de sus mismos dogmas y axiomas. No sería justo condenar globalmente, desde la historia, todas las consecuencias de esta vinculación. Aunque la multiculturalidad de hoy día nos exige, por honestidad con la realidad, su divorcio o separación, al menos para reconocer la identidad y el lugar propio de cada una. Secularización y vaciamiento de espíritu Con la llegada y la fascinación provocada por la modernidad, los “maestros de sospecha” anunciaron a bombo y platillo “la muerte de Dios”. Y a este contundente anuncio le ha seguido un largo período de “desacralización” y “desmitologización” que ha abocado finalmente en el impresionante fenómeno de la “secularización” que recorre, principalmente, el mundo occidental. Hasta las religiones, guiadas por sus teólogos, han coadyuvado a este proceso secularizador como exigido desde sus mismas fuentes fundadoras. El fenómeno ha acabado vaciando los templos y sumiendo, a su vez, en el “indiferentismo religioso” y vaciamiento de espíritu a gran parte de la humanidad. ¿Se trata de una crisis de las formas institucionales ‑más superficiales‑ de las religiones, o, más al fondo, la crisis afecta al propio factor religioso, lo que, más allá de la sociología, afectaría a sus mismas raíces antropológicas y filosóficas? Sea cual sea la respuesta a esta cuestión, lo cierto es que, agotado el espíritu religioso, el vacío se ha venido llenando con las apetencias materiales y más primitivas del ser humano, convertido en “homo” fundamentalmente “oeconomicus”, para el que la acumulación y el consumo representan la máxima aspiración. Un ser humano sometido al imperio del comercio y definido mayormente por el dinero, rodeado de una plétora de cosas materiales que acaban ahogándole el espíritu. En un paisaje, así dibujado, se entiende mejor el grito de Bergson reclamando “un suplemento de alma La vuelta de las religiones Lo sorprendente y paradójico es que, en este ambiente secularizado, estén volviendo las religiones. Esto es lo paradójico. Ya a fínales del pasado siglo se había anunciado su retorno, interpretándolo como “la revancha de Dios”. Y la creciente expansión del pentecostalismo protestante en América y la atracción del carismatismo católico en las últimas décadas ‑llegando hasta los umbrales del mismo Vaticano‑ parecen ya un anuncio suficiente de este retorno. Sorprendente. La llegada al poder de populistas como Bolsonaro en Brasil o de Trump en EE. UU de la mano de estas llamadas “Iglesias electrónicas” no será más que su lógica consecuencia. Se vuelve a repetir la unión entre el trono y el altar, fórmula ya superada por la modernidad. Lo paradójico es que, en este contexto de secularidad, se vuelva a unas formas de religión alienante y fervorasamente individualista, a la mitología y la magia, al “opio del pueblo”. Contra todo esto surgió, al final del Vaticano II, el “Pacto de las Catacumbas” y la opción por los pobres, posteriormente desplegado en la Teología de la Liberación. Intensa búsqueda de sentido Ante este retorno banal y hasta vergonzante de unas formas religiosas vueltas al pasado, sin propuesta profética ni utopía, y ante un sistema inmanente y sin transcendencia, cerrado en la materialidad de la vida, muchos especialistas están descubriendo ya una “intensa búsqueda de sentido” más allá de la acumulación y el consumo. ¿Una “espiritualidad? Se constata que, desde el cansancio de una vida sin más valores que la economía, está aflorando, con dificultad, un nuevo comienzo, “un tiempo eje”, similar a aquel del siglo VIII antes de nuestra era, ‑calificado por el filósofo Karl Jasper como “tiempo Axial” ‑ donde se dio simultáneamente en muchos lugares del planeta, una verdadera explosión del espíritu en todos los ámbitos del saber y de la creatividad humana. No sé si este fenómeno es ya una incipiente respuesta a ese “suplemento de alma” que reclamaba con insistencia Bergson. La verdad es que se orienta a apuntalar eso que es patrimonio de toda la especie humana y que a todos nos une radicalmente desde nuestras enormes diferencias. ¿Se trata de eso que hemos llamado “espiritualidad “Esa cosa que no tiene nombre” No tenemos aún acuñada esa palabra que lo identifique a gusto de todo el mundo, pero, quizás, a eso se estaba refiriendo Saramago en el “Ensayo sobre la ceguera” –tan de nuestros días por el coronavirus‑ cuando afirma rotundamente que “hay en nosotros una cosa que no tienen nombre, esa cosa es lo que somos”. Y “esa cosa que no tiene nombre”, es ecuménica, ecológica, laica, es holística, es del ser humano. Es dato y es patrimonio común, en nada opuesto a la religión, pero previo a cualquier forma religiosa y posterior a toda religión. “Eso que somos nosotros”, tan profundamente humano, que nos solidariza y “projimiza” con todas las formas de vida, que nos enraíza en la tierra… a “eso si nombre” nos referimos cuando hablamos de “espiritualidad”. Este articulo surge a raíz del reciente encuentro virtual que tuvimos en la Sociedad Peruana de Filosofía, a la cual tengo el regalo y la alegría de pertenecer, con una sugerente e interesante exposición del reconocido filósofo chileno Ricardo Espinoza Lolas. El profesor Espinoza, Catedrático de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, hizo una exposición filosófica, ética y social en relación con los tiempos de pandemias que actualmente padecemos. Fruto de la misma, recogiendo diversas cuestiones y realidades que fue planteando, voy de forma personal y propia a exponer lo que pienso sobre dichas cuestiones. Tratando de seguir y transmitir una serie de claves o puntos, que se encuentran en los más valioso de la filosofía contemporánea y actual en dialogo con la teología y la fe católica.
Y es que este estado de pandemia global, entre otras cosas, ha provocado la reflexión filosófica, ética y social o teológica, lo cual es agradecer por mostrarse así una filosofía y teología encarnada e historizada en la realidad. Esta es una primera clave filosófica y teológica que hay que señalar: la historia o realidad histórica como criterio hermenéutico para una filosofía y ética concreta, real y transformadora-liberadora. La pandemia, junto a sus causas o consecuencias, se comprende adecuadamente en su marco histórico y social, con la historizacion de dichos factores y efectos de esta crisis vírica. Analistas, pensadores y el mismo Papa Francisco nos ha mostrado como la pandemia se encuentra relacionada con la destrucción humana, social y ecológica que perpetra el actual modelo tecnocrático, economicista depredador y antisostenible con sus ideologías neoliberales, capitalistas y colectivistas. Y es que, en otra clave fundamental de la filosofía y la ética, todo aquello, cualquier realidad y sistema e ideología, que no respete ni promueva la vida en todas sus fases, dimensiones y formas: va en contra de la ética, de la justicia y humanización. De esta forma, este principio critico-ético como es la vida debe orientar a todo pensamiento, cultura, relación, estructura u ordenamiento. Evidentemente, si historizamos hoy este principio-vida, u otros valores esenciales como la justicia social y el bien común o la opción por los pobres, verificamos (con esa verdad real e histórica) que dicho modelo actual no trae vida ni felicidad, no respeta la dignidad de las personas y de los pueblos, no hace justicia al grito de los pobres ni al clamor de la tierra. De ahí que, en este sentido, tenemos otra clave filosófica y ética esencial como es la alteridad solidaria, la responsabilidad moral y social ante los otros, el Otro y el nosotros. Los otros y el Otro nos constituyen en nuestra realización humana, moral y social. Como ser de realidades, estamos religados e implantados en el vigor de lo real, co (n)-vertidos hacia esos otros. El des-orden y sistema injusto actual, con sus ideologizaciones o relativismos éticos ante estos principios y valores solidarios de justicia con la vida de los otros, no respeta ni cuida esta alteridad solidaria. Empobrece, oprime, explota y excluye a esos otros como son los trabajadores, la infancia, las mujeres, los mayores, campesinos, indígenas, los pobres de la tierra…. Si historizamos estos principios de la vida y la alteridad solidaria, comprendemos claramente que no afecta por igual esta crisis, ni ninguna otra, a los más ricos que a los pobres. No son iguales, como nos enseñan asimismo las mismas ciencias sociales, los lugares donde se tienen las condiciones básicas e históricas para la vida o si, al contrario, lo que impera es el hambre, la miseria, el empobrecimiento masivo y unas condiciones de todo tipo precarias e infrahumanas. Esta condiciones humanas, sociales e históricas, que constituyen el bien común en el desarrollo humano y solidario e integral de las personas o los pueblos, en esta pandemia se han revelado una vez más decisivas, para afrontar y cuidar todas estas vidas vulnerables, dañadas y descartadas. Por ejemplo, se manifiesta nítidamente la importancia e imprescindible de los derechos humanos y sociales como son la universalidad y calidad de la sanidad, la vivienda, el trabajo o una renta vital y que, con sus carencias, la crisis pandémica o cualquier otra situación complicada se vuelve mortal de necesidad, causa muerte y destrucción masiva. En medio de todo ello, resurge de nuevo las cuestiones del sufrimiento, el mal, las víctimas, la muerte, la teodicea y Dios, volviendo pues otra vez a la mirada a la perspectiva critica. Esa "memoria passinonis" de la com-pasión solidaria y la justicia con las víctimas. Y es que el pensamiento que no se decapita nos abre a la trascendencia y esperanza de que el sufrimiento, condición de verdad, la injusticia de las víctimas, el mal y la muerte: no tengan la última palabra; sino la vida y la felicidad realizada, plena y eterna, la tierra nueva y los cielos nuevos. La fe cristiana y católica, sin olvidar el principio u origen que es vital para reconocer y agradecer el don (vida) de los otros y del Otro (Dios mismo), se encuentra transida en este mismo inicio de futuro, de verdadera utopía, trascendencia y esperanza en el Dios de la vida. Tal como ser revela de forma culminante en Cristo Crucificado-Resucitado, que sigue presente en los crucificados por el mal e injusticia de la historia y en los pobres de la tierra, clamando con su Espíritu de Vida en los gemidos de toda la tierra (creación), que anhela la liberación plena e integral en este Dios de la Vida. Frente a este mal e injusticia, que como la pandemia nos acecha y daña, se tergiversa la verdadera imagen de Dios, queriéndolo presentar como un ser furioso que, en forma de castigo vengativo, manda y justifica el mal. No es ese el Dios que nos revela Jesús en su Evangelio del Reino de vida, gratuidad, amor y perdón hacia todos, hasta en la misma cruz, incluso hacia los que hacen el mal, los enemigos y verdugos. En Jesús se ha revelado el Dios anti-mal, que siempre sirve y se compromete para liberarnos del sufrimiento, la opresión, de toda esclavitud, maldad y muerte. Como enseña y deja claro Benedicto XVI, “frente a la fácil conclusión de considerar el mal como un efecto del castigo divino, Jesús presenta la imagen verdadera de Dios, que es bueno y no puede querer el mal, y poniendo en guardia sobre el hecho de pensar que las desventuras sean el efecto inmediato de las culpas personales de quien las sufre, afirma: "¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo" (Lc 13, 2-3)... Frente al pecado, Dios se revela lleno de misericordia y no deja de exhortar para que se evite el mal, se crezcan en su amor… Dios quiere siempre y solamente el bien de sus hijos” (Angelus, 7 de marzo del 2000). Y es que al principio era el Logos, Dios mismo, la Palabra de Amor y Vida que, encarnándose en Jesús, con su luz ilumina y vivifica a todo el mundo, para que tengan vida y vida en abundancia, liberando de todo sufrimiento, muerte e injusticia como nos enseña el prólogo y teología del Evangelio de Juan. En este Logo, Palabra de Vida, queremos seguir promoviendo formas y modelos de vida en el cuidado, solidaridad y justicia hacia los otros, cooperativas en ese compartir solidariamente la vida, los bienes y acción por la justicia con los pobres de la tierra; frente al individualismo posesivo e insolidario con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del tener, poder y violencia. La regulación ética-política, por parte del estado y (en especial) del protagonismo de la sociedad civil, sobre el mercado, la economía, el comercio, las finanzas y el trabajo para que sirvan a las necesidades, capacidades y vida de las personas y los pueblos. Todo ello en el horizonte del bien común universal, la justicia social global, el desarrollo humano y la ecología integral, tanto a nivel local como mundial. Un buen vivir en esa comunión y armonía con uno mismo, con los otros en la justicia con los pobres, con la hermana tierra promoviendo la ecología integral y con Dios. Estilos de vida sobrios, austeros y de decrecimiento. Es la epistemología del sur con la sabiduría moral y espiritual de los pobres, de los pueblos latinoamericanos e indígenas que, con sus espiritualidades y religiosidades populares, suponen una crítica de-colonial a toda nuestra civilización consumista, capitalista hedonista e individualista. Es cierto que el coronavirus puede y está sacando lo peor del ser humano y de los pueblos, con dicho individualismo posesivo e insolidario, reforzando los modelos neoliberales, capitalistas y colectivistas que potencian el dominio, las desigualdades e injusticias. Por ejemplo, centrados en lo nuestro (nuestra crisis vírica), dando la espalda y olvidándonos de los grandes problemas e injusticias globales de los otros u pobres como el hambre, la miseria, la migración, la violencia, las guerras o las injusticias laborales que se acrecientan conjunta y mutuamente con la pandemia. Mas también es cierto que, como estamos viendo, las personas pueden sacar lo más valioso de sus potencialidades y capacidades, para humanizar u orientar ética y solidariamente las nuevas tecnologías, la economía, la política o la cultura. La realidad histórica está abierta, en sus dinamismos de libertad, capacitación, posibilitación y trascendencia. En esta esperanza trascendente y fe, junto a la ética de la vida y la alteridad solidaria, se puede seguir suscitando el que las personas, los pueblos y los pobres sean los sujetos transformadores y liberadores que, cual mayéutica histórica como partera, siguen alumbrando la (y con la) vida en una real filosofía de la natalidad. Para comprender mejor la expresión de Francisco “Iglesia en salida” puede ayudar caer en la cuenta de que el cristianismo es algo así como un “judaísmo en salida”. Esto significa que no hay, ni puede haber, una ruptura entre ambos: pese a los problemas que pueda plantear hoy el Primer Testamento, la Iglesia fue muy valiente al no rechazarlo, como pretendía Marción. No hay ruptura posible sino más bien una consumación hasta la plena fecundidad.
Para comprender esto debemos caer en la cuenta de que la palabra divina que crea al judaísmo es precisamente la palabra dicha a Abrahán: “sal”. Ya no es un “hágase” como en la creación del mundo, sino una invitación a salir de la propia identidad (“tu patria y tu parentela”). Salir en pos de una promesa que nunca parece cumplida pero sigue siempre vigente. Esta puesta en marcha da lugar a todo un proceso reflejado en el Primer Testamento. Aunque parezca pretencioso intentar una síntesis de todos esos escritos tan diversos, creo que cabe en estos cinco puntos: 1. La experiencia de una intimidad inaudita con El Infinito, con aquello que es por sí mismo indecible: “por Ti madrugo”, “mi alma tiene sed de Dios, como tierra reseca, agostada, sin agua”, “tu creador se convertirá en tu esposo”, “cuándo llegaré a ver Tu Rostro”… 2. La experiencia de la infidelidad del pueblo y de la fidelidad de Dios a lo largo de toda esa relación: Israel es el único pueblo que ha escrito su historia no para ensalzarse sino para reconocer su propia culpa (con el lenguaje repetido de “castigo de Dios”, muy imperfecto pero seguramente el único posible entonces). Y a la vez, ese Dios supuestamente “castigador” se arrepiente siempre de su cólera, perdona y busca a su pueblo como el marido ofendido a la esposa infiel. 3. En esa reconciliación juega un papel decisivo la categoría del “resto”: por infiel que sea el pueblo, siempre queda un resto que no falla, un resto que regresa y del que Dios se vale para perdonar al todo. Y el Primer Testamento mantiene como ley típica del actuar de Dios ese obrar desde los pocos y para los muchos. 4. La destrucción de todo lo que se llama idolatría, y que brota cuando, ante la lejanía de ese Dios tan cercano, el hombre necesita figuras más palpables a las que poder ganarse dándoles culto. Así, el pueblo más debelador de toda idolatría acabó comprendiendo que también se puede idolatrar al Dios verdadero: porque ese Dios no quiere culto, ni ofrendas, ni sacrificios sino misericordia, practicar la justicia y amar de verdad, con ternura. 5. Y como sugiere el punto anterior, toda esa relación con el Innombrable no ha de vivirse desde la huida del mundo y de la historia, como si estos fueran pura apariencia o mentira, sino que (¡más difícil todavía!) ha de vivirse desde la construcción “del pueblo” (del mundo) y de la historia. De modo que el Dios que llama y promete, se convierte desde los inicios en el Dios que escucha la voz del oprimido y quiere bajar a liberarlo. En esta síntesis del Primer Testamento quedan fuera todos los elementos caducos, hoy escandalosos, de violencias y venganzas que vienen a ser como las inevitables suciedades que acompañan a todo nacimiento. * * * ¿Qué sería entonces una Iglesia en salida? Un pueblo nuevo que ha universalizado toda esa experiencia vinculándola a toda la creación. Si cristianismo significa etimológicamente “mesianismo”, la primera característica del Jesús Mesías es la universalización de todas las promesas: el descubrimiento de que Dios amó tanto al mundo que le dio lo más suyo para salvar al mundo y no para condenarlo. 1. En ese pueblo nuevo la fe no se limita a ser una creencia ni una mera explicación intelectual: es ante todo y sobre todo “una experiencia”: experiencia de contacto que, desde la complejidad de la historia, podrá ser vivida por pocos pero es dada a los pocos para los muchos: para todos. 2. Desde la experiencia de la infidelidad contínua del primer pueblo, la Iglesia en salida se conocerá a sí misma como “la siempre necesitada de reforma”. Personal, pero también estructural y colectiva. Una reforma hecha siempre por y desde la fidelidad a Dios, no desde el interés por la propia imagen. 3. La Iglesia no se relacionará con el mundo como dominadora ni como propietaria sino como servidora desde su pequeñez: como levadura, como fermento, como semilla. Y ya no verá en los enemigos (o en los perseguidores) infieles a los que hay que vencer y eliminar, sino hermanos a los que hay que ayudar. 4. La Iglesia en salida será una Iglesia que ha horizontalizado a Dios sin romper la Suprema Vertical. Hará de la misericordia, a la vez, su culto a Dios y su anuncio de Dios. Y sabrá que su Cristo espera ser reconocido en ella por ese amor mutuo y fraterno. 5. Por todo lo anterior, en un mundo construido sobre la injusticia y sobre la opresión de unos hombres por otros, pero a la vez lleno de semillas de la palabra divina, la Iglesia será muchas veces molesta y perseguida, por gritar sin parar en defensa de los oprimidos y de las víctimas de esta historia cruel. Pero su preocupación no será no ser perseguida sino que, si se la persigue, sea por su fidelidad al evangelio y no por su infidelidad a él. EL AMOR REFUERZA NUESTRAS DEFENSAS CONTRA EL COVID-19
Dedicado a cuantos, en un lugar o en otro, se entregan con mucho amor al cuidado salud y paz de quienes sufren el COVID – 19 .¡Cuánto más queremos .Felicidad no es hacer lo que uno quiere a los demás,mejor los tratamos sino querer lo que uno hace. .Hay que verificar el Reino de Dios en la historia. en una historia plagada de pobres. y los pobres no son producto de la voluntad de Dios, ni del fatalismo, ni se los libera en un lugar ultraterreno. es en el escenario de la historia, del vivir nuestro de cada día, donde se hace patente con quién estamos y por qué proyecto de sociedad apostamos. .Los hombres odian lo que no entienden. .La envidia es un verdadero cáncer y aquello que odian, nunca lo podrán para la felicidad: entender, porque la comprension si la buena fortuna de los demás pasa por el amor. Te hace menos feliz , casi nada de lo que tengas, será satisfctorio. • El amor es lo propiamente humano.Ayer y hoy. En el año 1 y en el 2020. En cualquier momento de la historia y en cualquier rincón del planeta tierra. El amor integra el placer, pero el placer sin amor no te hace feliz como persona. 1. El amor es lo más importante de la vida. Es como el aire que respiramos. Sin amor,nos morimos. Nuestro ser es amar.De manera que si no amamos, negamos lo más profundo de nuestra vida. 2. Paradójicamente, el objeto primero de nuestro amor, es nosotros mismos. Nadie puede amar, si no ama primero a sí mismo.Y sólo quien mucho ama a sí mismo,puede amar mucho a los demás. Porque la vida de los demás es y vale tanto como la propia vida. Y si yo estoy dispuesto a que nadie ofenda mi dignidad,lo estoy a que nadie ofenda la dignidad de mi prójimo. “Ama al prójimo como a ti mismo”. 3. El amor no se dice, se hace; es sentimiento,pero es sobre todo voluntad que conoce, respeta y cuida del bien del otro. Y ese otro es todo el mundo. Si excluyo a alguien, me excluyo a mí mismo, niego mi capacidad de amar, me empequeñezco. La exclusión es empobrecimiento. 4. Cuando Jesús dice “Todos vosotros sois hermanos”, está afirmando que por encima de la carne y de la sangre, el amor tiene vínculos universales: todos somos prójimos, miembros de una misma clase humana, de idéntica dignidad y derechos. nadie es extraño, nadie es más que nadie, ni menos que nadie. 5.El amor sabe de diferencias,pero no tolera ninguna desigualdad: es inmoral la clasificación establecida de superior/súbdito, amo/esclavo. Si somos perso, nastodos somos iguales. ES DECIR, Que la grandeza y la felicidad no la da el dinero sino el amor. ¿Quieres ser persona? Ama. ¿Quieres ser grande? Ama. ¿Quieres tener éxito? Ama. ¿Quieres ser feliz? Ama. ¿Quieres ser cristiano? Ama. Ama y todo lo demás se te dará por añadidura. Muerta el ansia de tener, nace el milagro del amor. La vida se hace desde el ser, no desde el tener. Y es que nuestro ser es amar. Si no amo, ya no soy yo En 1964 Umberto Ecoescribía el libro “Apocalípticos e integrados” sobre la cultura contemporánea y establecía dos actitudes básicas frente a ella: la de los “apocalípticos”, que la rechazan de un modo u otro, y la de los “integrados”, que tienden a ver solo, o predominantemente, los aspectos positivos de la misma.
Creo que estas dos categorías (sabiendo que son reduccionistas, claro) nos pueden ayudar como instrumentos conceptuales para analizar las actitudes y reflexiones que estos días podemos encontrar frente a la crisis del coronavirus. Estableceré también tres perspectivas desde las que entiendo que se hace el análisis o se ve la realidad:
Desde el punto de vista de los discursos humanistas actuales podemos encontrar tanto la perspectiva integrada como la apocalíptica. Los humanistas “integrados” parecen entender la actual situación como una crisis puntual que hay que gestionar adecuadamente; no creen que nos plantee un cuestionamiento en profundidad de la sociedad y cultura actual sino un problema accidental que hemos de superar para regresar a nuestro estilo de vida. El humanismo “apocalíptico”, sin embargo, anhela que la crisis actual sea un factor de transformación de esta sociedad, si bien, no aborda la necesidad de recuperar la dimensión espiritual como algo esencial en el cambio que plantea. La espiritualidad “integrada” ve en la actual crisis un paso hacia un nuevo desarrollo que salvará a la actual cultura y sociedad, desarrollo que lleva a una mayor plenitud, al incluir de modo claro la dimensión espiritual de un modo nuevo. Promueve pues discursos que quieren poner el acento en lo positivo de la situación. La espiritualidad “apocalíptica” no cree salvable la cultura y sociedad actual por su materialismo e injusticia, pone el acento en dejar de buscar mejorar la actual sociedad y centrarse en las prácticas espirituales personales como camino para dar lugar al nacimiento de una nueva (o vieja) cultura ya claramente espiritual después de que esta cultura actual se venga abajo. La religiosidad “integrada” promueve el acentuar y regresar a las formas actuales y mayoritarias de practicar la religión como fórmula de sanación de la sociedad, la cultura y, en ocasiones, de la propia enfermedad. Hemos asistido en algunos países musulmanes y cristianos a irresponsables procesiones o reuniones religiosas multitudinarias como “remedio” contra la enfermedad. La religiosidad “apocalíptica” ve en la crisis actual un efecto de la “ira de Dios”, un castigo debido a la corrupción de la sociedad y de las propias religiones. En ocasiones, se buscan chivos expiatorios a los que culpar (homosexuales, ateos, progresistas religiosos, minorías diversas…). El cristianismo es el camino religioso que nos reveló Jesús, el camino del Amor a Dios, a la naturaleza y a las personas. El Amor cristiano no es una mera emoción, incluye la consciencia de Dios y de la dignidad de los otros, imágenes de Dios, la responsabilidad frente a ellos y la voluntad de contribuir con la oración y la acción al bien de los seres humanos y la creación. La práctica del Amor integral afectivo y efectivo. Fundamentados en el anhelo de vivir desde ese Amor, el cristianismo puede aprender de los discursos y actitudes anteriores, así como integrarlas, transcendiendo las limitaciones de sus perspectivas. Con el humanismo “integrado” los cristianos verán esencial la colaboración efectiva y práctica de todos con una gestión eficaz para paliar el sufrimiento que esta crisis ha traído. Ahora bien, frente al humanismo “integrado”, los cristianos van a recordar la necesidad de abordar cambios en nuestra cultura y sociedad, que la humanicen. No estamos simplemente ante un problema de gestión, sino de defensa de la dignidad humana en todas sus dimensiones. La economía o la salud no pueden ser excusa para dañar la dignidad humana anteponiendo la economía a las personas o usando la emergencia sanitaria para justificar prácticas autoritarias. La empatía, la compasión, la solidaridad, la dignidad humana, son también esenciales. Los cristianos compartirán con el humanismo “apocalíptico” la necesidad de cambiar muchas cosas en nuestra cultura y sociedad y la conciencia de la oportunidad que esta situación puede darnos para ello. Ahora bien, recordará que sin tener en cuenta la dimensión central de la espiritualidad (dimensión que va más allá de lo religioso) los cambios serán superficiales e ineficaces en profundidad. Es pues necesario, además del compromiso con la transformación efectiva de la sociedad, el cultivo de la dimensión espiritual, la oración, la meditación, etc… Los cristianos comparten con la espiritualidad “integrada” la visión de que es posible encontrar muchos elementos espirituales (a veces no se llaman así) en la cultura actual y que hay que trabajar para potenciarlos, siendo este crisis un reto para ello. El cristianismo quiere contribuir a construir y humanizar en profundidad nuestra cultura y sociedad, aprendiendo también de ella muchas de sus aportaciones espirituales, es decir, no quiere condenar ni a abandonar la sociedad a su suerte como hacen los tradicionalistas. Ahora bien, también ejerce una función profética que recuerda el sufrimiento real de tantos en nuestra sociedad, así como su materialismo y superficialidad. No hay espiritualidad si no hay compromiso efectivo para evitar la injusticia y el sufrimiento y para ello, el primer paso es no negarlo, como parece hacer cierto discurso “positivista”. La espiritualidad hoy debe estar comprometida con el cambio del modelo social actual (no simplemente con el mantenimiento de lo que hay, pues lo que hay muchas veces está enfermo). El cristianismo coincide con la espiritualidad “apocalíptica” en la necesidad de abrirse a la Gracia para poder dar una verdadera respuesta humanizadora y espiritual a la crisis. Esto supone rechazar corrientes materialistas que tienen mucho peso en la sociedad. Ahora bien, no cree que solo se puede salir de esta crisis “por arriba”, es necesario “mancharse la manos” y cuidar todo lo positivo de nuestro mundo. Una espiritualidad centrada solo en la práctica espiritual de una élite , que abandona a su suerte a sus hermanos pequeños considerando ya “irrecuperable” su situación, es un espiritualismo individualista afectado por una enfermedad moderna, por mucho que se disfrace de tradicionalismo. Sin ética y compromiso con la sociedad no hay Amor. Por último, el cristianismo, como religión que es, nos animará a dar valor al camino religioso como hace la religiosidad “integrada”; es verdad, que toca reconocer el enorme valor y profundidad del camino religioso, así como la validez humana y espiritual de sus prácticas. Ahora bien, frente al discurso de una religiosidad centrada en sí misma y en su propia validez, el cristianismo señalará la importancia de cambiar muchas de las actuales rigideces en las instituciones religiosas y que son un escándalo. Además, recordará el carácter de servicio al mundo de las religiones, así como su necesidad de aprender del mundo, como señala el Vaticano II, la necesidad de que sean humildes. Mantener el respeto a la legítima autonomía de los diversos ámbitos sociales y reales es un mensaje evangélico esencial. La ciencia, como la medicina en la actualidad, tiene su espacio muy valioso para abordar la crisis actual y no puede ser “invadido” ese espacio por una religión llena de soberbia. Por último, el cristianismo comparte con la religiosidad “apocalíptica” su denuncia del pecado y la injusticia que se viven en la sociedad y las religiones actuales también y que “claman al cielo”, pues causa daño a las personas y, por ello, a Dios, que no es un Dios impasible al sufrimiento humano, sino volcado en remediarlo. Ahora bien, frente a esa religiosidad que da una imagen de Dios justiciero, opone el Dios de Jesús, Padre y Madre, amoroso, que siempre está contra el mal y promoviendo el bien y el amor. Ese Dios que está en todos los enfermos alentándoles y en todos los que cuidan de ellos y se comprometen en mejorar la situación de todos. Un Dios Amor que combate el miedo y la culpa tóxicas, promoviendo la conciencia, la responsabilidad y la solidaridad (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia). Se nos cambia la cara. Oímos que es posible que para principios de año haya vacunas contra el Covid. Y nos alegramos. Nos viene el ánimo. Cambiamos de gesto.
Una vacuna es una preparación destinada a generar inmunidad adquirida contra una enfermedad estimulando la producción de anticuerpo. Necesitamos inmunizarnos contra ese virus. Es grande el esfuerzo de cientos de científicos que están realizando su invento para conseguir distintas vacunas que sirvan a toda la humanidad. Es un gesto admirable y animador. Y es de alabar y agradecer que tantas personas dedicadas a la ciencia y a la investigación trabajen día y noche para ayudar a la humanidad. Seguramente que todos queremos ser los primeros en beneficiarnos de esa vacuna. Sería deseable que se empiece por los más vulnerables. Y no olvidemos que vulnerables son las personas del tercer mundo y de los países pobres, aunque no tengan recursos para pagar los costes. Ya hay comités para ver cómo se distribuye ese remedio. Espero que se haga con justicia y mirando siempre el bien común, especialmente de los más débiles. Para ello hará falta que primero nos pongamos toda la humanidad la vacuna de la fraternidad y el amor mutuo. A lo largo de la historia se han ido inventando diversas vacunas a medida que han surgido las epidemias. Es de alegrarnos ante ese gesto de servicio. Y valorar cada vez más la ciencia y la investigación. Que no queden enfermedades expandidas en ciertas partes del mundo a las que no se les aplique la oportuna vacuna. Eso es una justa distribución. Y ya que hablamos de epidemias, hay otros virus más fáciles de atacar y curar. Está el capitalismo, el consumismo, el espíritu bélico, la violencia, la miseria, el hambre… Una larga lista de enfermedades del espíritu que matan a las personas y podríamos vacunarnos contra ellas. Se ve que son más difíciles de curar, con lo fácil que sería si atacamos la cepa de esas enfermedades. Y de paso que valoremos más -en cantidad- esas profesiones relacionadas con la salud y las gratifiquemos más que ciertos deportes que se llevan millones sin prestar ni remotamente ese servicio a las personas. Junto a las vacunas, será imprescindible el que pensemos y programemos una salida a una sociedad distinta, sin volver a caer en los mismos antivalores y situaciones pasadas. Necesitamos curar nuestras enfermedades, pero a la vez sanar las cepas de nuestro materialismo, capitalismo, individualismo. ¿Cuándo llegan estas vacunas? Este interrogante nos invita a reflexionar sobre lo ocurrido en la Comunidad de Madrid y en otras comunidades del territorio nacional en la primera ola de la pandemia. La realidad pura y dura ha sido que los consejeros de sanidad dieron o abalaron normas que impedían derivar a mayores de las residencias con determinadas patologías o condicionamientos, enfermos de Covid-19 o con síntomas compatibles, a los hospitales para ser tratados de forma tal que pudieran recuperar la salud o, al menos, morir con las mínimas ayudas médicas para evitar sufrimiento inútil. Ni que decir tiene que, con los condicionamientos puestos para los ingresos, la mayor parte de los residentes quedaban, de entrada, excluidos de traslado a hospitales. Para llevar esto a cabo, se designaron médicos geriatras en hospitales de referencia para las residencias de cada zona de salud. Las residencias no podían derivar a residentes a hospitales sin la autorización explícita del geriatra asignado. Si se pedía la ambulancia, esta no venía por falta de autorización. Los directores, gerentes y presidentes de patronatos de las residencias se sometieron a estas normas que venían de las autoridades autonómicas y de los geriatras de contacto. La consecuencia ha sido que un gran número de mayores murieron en las residencias sin ninguna ayuda médica ni soporte sanitario, ahogados en sus dificultades respiratorias, sin ningún cuidado paliativo y en la más absoluta soledad y desamparo. Ante esta tremenda injustica denunciamos legal y moralmente estas actuaciones por las siguientes razones:
1. Las autoridades autonómicas que dieron estas órdenes han vulnerado la Constitución Española que en su artículo 43 (cap. III: “De los principios rectores de la política social y económica”) del Título I de la Constitución. El artículo 53.3 de la Carta Magna dispone que el reconocimiento, el respeto y la protección de los principios reconocidos en el mencionado capítulo informarán la legislación positiva, la práctica judicial y la actuación de los poderes públicos. 2. Alegar que el motivo para dar unas normas que contravienen gravemente lo dispuesto en la Constitución se justifica porque la pandemia nos había pillado a todos por sorpresa, que los hospitales estaban desbordados, que había que descartar a los que tuvieran menos posibilidades de curación (es decir, que su vida valía menos que la de otros más jóvenes o con menos patologías), es una tremenda falacia, pues había soluciones que no se han puesto en práctica. A modo de ejemplo: se podían haber derivado a hospitales privados puestos a disposición de las autoridades, haber medicalizado las residencias o habilitar más centros para atender a pacientes de Covid-19. Si en algo se debería haber gastado el dinero público, es decir, de todos, es en estas medidas. Consta que la Comunidad de Madrid no derivó a hospitales privados que sí tenían capacidad y recursos para atender a pacientes. Los residentes que tenían seguro privado de salud sí fueron derivados a hospitales privados. ¿Dónde queda la igualdad de todos los españoles en deberes y derechos? ¿Qué conlleva un seguro privado que sea superior en prestaciones básicas al contrato social que regula el Sistema Nacional de Salud? Las autoridades autonómicas de Madrid, tan proclives a privatizar los servicios públicos, han propiciado esta injusticia. 3. Los geriatras de enlace tendrían que haberse negado a cumplir las directrices autonómicas por los siguientes motivos: se trataba de normas ilegales que contravenían derechos constitucionales; además eran normas inmorales puesto que al no prestar la ayuda debida se dejaba morir de “mala manera” a muchos mayores; y se pedía a los geriatras de referencia algo intrínsecamente contrario a la deontología propia de su profesión que exige salvar vidas, no dejar morir de cualquier manera. ¿Por qué estos médicos especialistas no desobedecieron las normas dadas por las autoridades sanitarias de la comunidad autónoma? Stanley Milgran, psicólogo norteamericano, en 1961 hizo un experimento para medir la disposición de un participante a obedecer órdenes de la autoridad, aunque estas produjeran sufrimiento insoportable y entraran en conflicto con la conciencia personal. El 20% de los participantes se negó; el resto de los participantes cumplieron las órdenes justificándose en la “obediencia debida”, aunque reconocían que las órdenes eran manifiestamente injustas e inmorales. Milgran se hizo estas preguntas: “¿La obediencia que se rinde al superior jerárquico es circunstancia eximente de responsabilidad en los delitos? ¿Seremos capaces, antes de determinadas decisiones, de actuar en base a nuestra responsabilidad, antes que justificarnos en la obediencia debida?” La objeción de conciencia es la “última barrera al mal”. El sentido de la Justicia obliga a desobedecer, porque hay algo superior a las leyes positivas. Por eso la objeción de conciencia ante determinadas órdenes ilegales e inmorales es un deber. En caso contrario, como ha ocurrido en la primera ola de la pandemia, aparece la “banalidad del mal”. Esta expresión la elabora Hannh Arendt después de comprobar cómo Adolf Eichmann en el juicio al que fue sometido en Jerusalén se justificaba con mucha frialdad diciendo que había obedecido órdenes y que cumplió con su trabajo (“exterminar judíos”). Detrás de la “banalidad del mal” se esconde el mal a gran escala, tanto cualitativa como cuantitativamente. Al respecto, el Tribunal Supremo de nuestro país ha dictaminado que no cabe la exención de responsabilidad por actuaciones “por razón de la obediencia debida”, ni siquiera en la jurisdicción militar. El ordenamiento legal en una democracia “obliga al no cumplimiento de una orden que constituya delito o infrinja el ordenamiento jurídico”. Y el pleno de la Sala de lo Militar del Tribunal Supremo dice que “no debe confundirse la obediencia jerárquica con la obediencia debida”. En un sistema democrático “prima el cumplimiento de la ley, de la que proviene toda autoridad, y no es posible ocultarse detrás de una orden para incumplir una ley y no tener responsabilidad, pues nadie está por encima de la ley”. 4. Lo dicho en el punto anterior referido a los geriatras de referencia valdría, en su grado de aplicación, a los directores, gerentes y presidentes de patronato de las residencias, pues también ellos tendrían que haberse negado a obedecer las órdenes de las autoridades sanitarias de la comunidad y las decisiones de los gerentes de referencia. ¿Qué habrían podido hacer? Denunciar estos hechos a la Fiscalía, llevar este gravísimo asunto a la opinión pública, haber conjuntado a los familiares de los residentes para una acción común, haber llamado a ambulancias privadas para el traslado de residentes enfermos (y después pasar la factura a la administración), etc. Se limitaron a declararse impotentes, desbordados y, como buenos eslabones de la cadena, a pasar la responsabilidad a los que estaban por encima, administración autonómica y geriatras. El resultado ha sido la muerte de muchos residentes en situaciones dramáticas. Es necesario esclarecer las diferentes responsabilidades sin obviar este asunto diciendo que “en todos los sitios ha pasado lo mismo”; hay responsabilidades personales que son ineludibles. Sin duda alguna algo más, mucho más podrían haber hecho los responsables. Pensemos por un momento si la mayor parte de los geriatras se hubieran negado a cumplir las órdenes, ¿qué habría pasado? Si los responsables de las residencias se hubieran movilizado y movilizado a los familiares y a la sociedad, ¿qué habría pasado? Sin duda alguna, las cosas hubieran ido por otros cauces. 5. Dwight Macdonald escribió en 1945 en el escrito “La responsabilidad de los intelectuales”: “Qué maravilloso es la capacidad de poder ver justo lo que se tiene delante”. Especialistas en ética filosófica, expertos en jurisprudencia, teólogos moralistas, especialistas en Bioética, etc., deberían ayudarnos a clarificar y a valorar jurídica y moralmente lo sucedido en las residencias. No podemos quedarnos pasivamente en las “convenciones instituidas” como una manera fácil de “eludir las complejidades morales e intelectuales” ante las actuaciones con los mayores en residencias en los meses de marzo y abril. No podemos, por omisión, hacer que los graves errores de nuestros gobernantes y de los que ejecutaron sus órdenes queden como algo inevitable y, por tanto, excusable. Ojalá veamos “lo que tenemos delante”. Dice Isaac Asimov: “1. Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la Primera Ley”. La obediencia de un profesional en la administración no es la obediencia de un autómata. El profesional razona, tiene conciencia y es responsable de sus actos. Por lo mismo, ha de rechazarse que los que así actuaron (geriatras y responsables de las residencias) sean un “diente de una rueda” en una maquinaria que por dejación en la prestación de auxilio sanitario ha sido una máquina de muerte. Es muy difícil dar sentido “cristiano” a esta fiesta. Jesús nunca reivindicó ningún reino para sí. Todo lo contrario, afirmó de palabra y con su vida, que él “no venía a ser servido, sino a servir”. Después del ayuno en el desierto, el ser dueño y señor del mundo, se le presenta como una tentación. ¿No hemos ocupado el lugar del tentador cuando, sin pedirle consentimiento, le hemos dado todos los reinos del mundo? Jesús criticó muy duramente todo poder. Después de la multiplicación de los panes, Nos dice Juan: "Viendo que querían proclamarle rey, se retiró a la montaña él solo."
¿No hemos superado la burla macabra de los soldados, poniéndole una corona de oro, un manto real y un cetro cargado de brillantes? Este cetro y esta corona es mucho más denigrante para Jesús, que la caña y las espinas. Cuando Pilato pone el título sobre la cruz: "Éste es el rey de los judíos", lo hace para burlarse de él y de los judíos. ¿No será también una burla llamarle rey del universo? La intención de Pio XI al instituirla hace un siglo no nos ayuda a darle sentido hoy. Lo que él pretendió fue que todos los hombres y todas las naciones le reconocieran a él como representante de eso: Cristo Rey. Nuestro ego narcisista está incapacitado para asumir su desaparición. Tiene una capacidad increíble para revolverse y salirse con la suya. Como la propuesta de Jesús era inasumible, la presenta como una estrategia para conseguir plenitud de gloria. Así, cuando Jesús dice que la meta de su vida es el don total a los demás, el ego la interpreta como el único medio para ser glorificado por Dios. Una vez presentada así la trayectoria de Jesús, será muy fácil hacernos ver que la nuestra debe seguir el mismo camino. El ser humano, como la vela, está hecho para dar luz, pero la vela nada más encenderla se empieza a consumir. La vela, hasta que no es encendida, es un trasto que rueda por los cajones. El día que se va la luz, la buscamos y la encendemos. En ese momento empieza a ser vela. Nuestro ego nos impide aceptar esta perspectiva. Nada ni nadie le puede convencer de que su objetivo es desaparecer, menos aún, en beneficio de los demás. El colmo del desastre fue que descubrió la manera de emplear toda la parafernalia espiritual para conseguir su propio objetivo. No hay forma de que pueda cambiar de perspectiva. Fijaros qué contradicción. Para celebrar la gloria de Jesús, recordamos el momento de su vida donde mejor dejó reflejada su actitud vital, la eucaristía. Yo, como el pan, me parto y me vuelvo a partir para que me coman. Me dejo masticar, tragar, asimilar para alimentar a otros, aunque sea a costa de desaparecer. Yo entrego mi vida (mi sangre), a los demás para que la hagan suya y puedan trasformar su propia vida. La sangre solo se puede entregar a costa de la propia vida. Si la doy a los demás, me quedaré sin ella. Todo esto lo celebramos como un rito más, pero para nada condiciona mi propia existencia. Sin duda, el Reino de Dios fue el centro de la predicación de Jesús. La imagen de Dios como rey de Israel se remonta a la época de la entrada en Palestina del pueblo judío. Para un nómada nada podía significar la idea de un rey; pero cuando entran en contacto con las estructuras sociales de la gente que vivía en ciudades, los israelitas piden a Dios un rey. Esto fue interpretado por los profetas, como una traición a Yahvé. Poco a poco se va enriqueciendo esa idea y termina por ser la imagen clave para la apocalíptica. El final de la historia será un Reino de Dios que termina por sobreponerse a todos los demás. Solo en este contexto cultural, podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo, el contenido que le da es muy distinto. En tiempos de Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios, del que van a quedar excluidos lo que se creían buenos y van a entrar las prostitutas, los pecadores, los marginados. Los gentiles serán llamados y muchos judíos quedarán fuera. El Reino predicado por Jesús ya está aquí, ha comenzado ya. "El Reino de Dios está dentro de vosotros”. Esta idea desbarata todo nuestro montaje sobre el reino de Dios. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un Reino que es Dios, no de que Dios tenga un reino. Haremos que se vea con nuestra manera de actuar, pero solo después de haber descubierto su presencia en lo más hondo de nuestro corazón. Es un reinado del AMOR. No es un reino de personas físicas, sino de actitudes vitales. Cuando me acerco al que me necesita preocupándome por él, hago presente el Reino de Dios. Cuando Pilato le pregunta si es rey, contesta Jesús: “Mi reino no es de este mundo”. No quiere decir que vendrá después o que estará en otro lugar, sino que no tiene nada que ver con lo que él entendía por reino. Al insistir Pilato, Jesús le dice: "Sí, soy rey. Yo para esto he venido al mundo, para ser testigo de la verdad." Ser testigo de la verdad, ser auténtico, ser verdad, es la única manera de ser dueño de sí mismo, y por la tanto de ser dueño de la realidad entera. Jesús es rey de sí mismo y así es Rey en absoluto. “El Reino de Dios, lo divino que nos inunda, es un fermento, un alma, una luz que transforma mi ser y toda la realidad. Se manifiesta como una cualidad, pero en realidad, es mi esencia. Yo tengo que esforzarme por hacerla surgir desde lo hondo de mí mismo, aceptando que viene a absorberme. Es necesario que, tras haber cooperado con todas mis fuerzas a hacerla brotar, consienta en la comunión, en la que mi propia individualidad se hundirá y acepte convertirme en su alimento”. (Teilhard de Chardin). Después de lo dicho podemos comprender que, no se trata de entronizar a Jesús, ni antes ni después de morir. Lo “Crístico”, es decir, lo que significa y encarna la figura de Jesús, es lo que tiene que reinar entre nosotros. Cuando decimos: reina la armonía, reina la paz, etc., estamos hablando de un ambiente envolvente que permite su desarrollo. Hablar del reinado de Cristo significa que su mismo espíritu mueve también nuestra existencia. En el relato que hemos leído encontramos la clave de la encarnación. Dios no se hace un hombre, sino que se hace hombre. El que juzga es el Hombre, el punto de contraste para valorar una vida humana es la semejanza con Jesús: “el Hombre”. No tenemos que esperar ningún juicio desde fuera. Mis actitudes van manifestando en cada momento el grado de identificación con el modelo de Hombre. En la medida que me identifique con el modelo, me salvo; en la medida que me separe de él, me voy condenando. Hemos conseguido un cristianismo cómodo, colocando a Dios en el cielo. Sería demasiado peligroso descubrir a Dios encarnado en cada uno de los seres humanos que nos rodean. Pero no hay escapatoria. Dios es encarnación y lo tenemos que descubrir en las criaturas. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. La pregunta de los rechazados deja bien claro que, si hubieran descubierto la presencia de Dios en el necesitado, lo hubieran socorrido. La tarea es descubrir lo que somos. Meditación A Dios no le servimos para nada. Los demás sí necesitan de nosotros. Si quieres llegar a Dios cuida del otro. En él lo encontrarás pobre y necesitado. Al cuidar con amor de sus heridas, restañarás las tuyas. |
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