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A la verdadera vida no le afecte la muerte por: Fray Marcos

3/31/2013

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En este día de Pascua, debemos recordar aquellas palabras de Pablo: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe, somos los más desgraciados de todos los hombres." Aunque hay que hacer una pequeña aclaración. La formulación condicional (si) nos puede despistar y entender que Jesús podía resucitar o no resucitar, lo cual no tiene sentido porque Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Y él fue consciente de ello.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que estamos celebrando hechos teológicos, no históricos ni científicos. Todavía la muerte de Jesús fue un acontecimiento histórico, pero la resurrección no es constatable porque se realiza en otro plano fuera de la historia. Esto no quiere decir que no haya resucitado, quiere decir que para llegar a la resurrección hay que ir por otro camino. Nadie pudo ver, ni demostrar con ninguna clase de argumentos la resurrección de Jesús. No es un acontecimiento que se pueda constatar por los sentidos ni comprender por la razón. Esta es una de las claves para salir del callejón sin salida en que nos encontramos por haber interpretado los textos de una manera literal.

Cuando hablamos en un contexto religioso, de muerte y vida, estas palabras tienen un sentido analógico. Pero no estamos hablando de la muerte ni de la vida biológica. La muerte y la vida física no son objetos de teología, sino de ciencia. La teología habla de otra realidad que no puede ser metida en conceptos.

En ningún caso debemos entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. Esta interpretación ha sido posible gracias a la antropología griega (alma – cuerpo), que no tiene nada que ver con lo que entendían los judíos por "ser humano". Por otra parte, la reanimación de un cadáver, da por supuesto que los despojos del fallecido mantienen una relación especial con el ser que estuvo vivo. La realidad es que la muerte devuelve al cuerpo al universo de la materia de una manera irreversible. La posibilidad de reanimación de un cadáver, es la misma que existe de hacer un ser vivo, partiendo de elementos de un estercolero, lo cual no tiene ningún sentido.

¿Qué pasó en Jesús después de su muerte? Nada. Absolutamente nada. La trayectoria histórica de Jesús termina en el instante de su muerte. En ese momento pasa a otro plano en el que el tiempo no transcurre. En ese plano no puede "suceder" nada. En los apóstoles sí sucedió algo muy importante. Ellos no habían comprendido nada de lo que era Jesús, porque estaban en su falso yo, pegados a lo terreno y esperando una salvación que potenciara su ser contingente. Solo después de la muerte del Maestro, llegaron a la experiencia pascual. Descubrieron, no por razonamientos, sino por vivencia, que Jesús seguía vivo y que les comunicaba Vida. Eso es lo que intentaron comunicar a los demás utilizando el lenguaje humano al uso que es siempre insuficiente para expresar lo trascendente.

Todos estaríamos encantados de que se nos comunicara esa Vida, la misma Vida de Dios. El problema consiste en que no puede haber Vida, si antes no hay muerte. Es esa exigencia de muerte lo que no estamos dispuestos a aceptar. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto". Esa exigencia de ir más allá de lo biológico, es la que nos hace quedarnos a años luz del mensaje de esta fiesta de Pascua; porque no estamos dispuestos a dar más valor a la Vida que a la vida.

Pero no debo quedarme en la resurrección de Jesús. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice Jesús: El que beba de esta agua nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida eterna. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me coma, (el que me asimile), vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Creemos esto? Entonces, ¿qué nos importa todo lo demás?

Jesús, antes de morir, había conseguido, como hombre, la plenitud de Vida en Dios, porque había muerto a todo lo terreno, a su egoísmo, y se había entregado por entero a los demás, después de haber descubierto que esa era la meta de todo ser humano, que ese era el camino para hacer presente lo divino. Eso era posible, porque había experimentado a Dios como Don absoluto y total. Una vez que se llega a la meta, es inútil seguir preocupándose del vehículo que hemos utilizado para avanzar. Todo el esfuerzo de Jesús consistió en hacer ver a sus seguidores las posibilidades de esa Vida.

Meditación-contemplación

Yo soy la resurrección y la vida.

No hay Vida sin resurrección y tampoco resurrección sin Vida.

En la medida que haga mía la Vida,

estoy garantizando la resurrección.

..................

No te preocupes de lo que va a ser de ti en el más allá.

Además de ser inútil, te llevará a una total desazón.

Lo importante es nacer de nuevo y vivir ya ahora, esa nueva VIDA.

Todo lo demás ni está en tus manos ni debe importarte.

...................

Deja que la VIDA que ya está en ti, se haga realidad.

Deja que todo tu ser quede empapado de ella.

Deja que Dios Espíritu (fuerza) sea el núcleo de tu ser.

Entonces podrás decir como Jesús:

yo y el Padre somos "ya" uno.

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No tenemos vida, somos vida por: Enrique Martínez Lozano

3/29/2013

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La palabra “Pascua” (paso) expresa bien el significado de la muerte: un paso o un despertar de la misma Vida. Sabemos que, en el mundo de las formas, todo es polar. Pero el polo opuesto a “muerte” no es Vida, sino “nacimiento”. Nacimiento y muerte son “episodios” –o incluso apariencias- que toma la Vida, pero esta no muere, del mismo modo que nunca nació: Vida es Lo que (siempre) es.

Las mujeres del relato buscan a Jesús entre los muertos. Desconocen que su nombre es “el que vive”. Y, una vez más, lo que ocurre con Jesús es lo que ocurre con todos nosotros.

Como él, nuestra identidad última no es un yo que tiene vida. No; somos Vida que se expresa, transitoriamente, en la forma concreta de un yo. Cada uno puede decir con razón: yo soy vida. Sabiendo que el sujeto (yo) de esa frase no es el individuo particular, sino el Yo Soy universal de la única Vida, que se expresa en infinitas formas.

Para poder experimentarlo, necesitamos, por tanto, ir más allá (o venir “más acá”) de nuestra identidad particular. Si te atrae, puedes probar de esta manera:

Empieza por tomar un tiempo para ti, en el que puedas permanecer en el momento presente, sin dejarte arrastrar por la prisa o la ansiedad. Y empieza tomando consciencia de tu respiración.

Una vez preparado/a, trae la atención a tu propio cuerpo. Toma consciencia de cualquier sensación corporal que detectes: calor, hormigueo, cosquilleo, suave movimiento interno, vibración… (tu cuerpo es un campo de energía que está vibrando constantemente).

Entrégate a esas sensaciones que detectas en tu cuerpo. Y tómate un tiempo –siendo paciente con las prisas- para sentirlas con detenimiento.

Poco a poco, advierte el fondo común de todas esas sensaciones, lo que todas ellas manifiestan: es energía, Vida. Siéntela de un modo inmediato.

Entrégate cada vez más a ella, nota cómo crece y se expande: solo hay Vida.

Permanece en ella, hasta que te reconozcas en ella: esa Vida eres tú; ella es tu verdadera identidad. Saboréala, familiarízate con ella, déjate ser ella. Mientras estés en esa consciencia de quien realmente eres, experimentarás Plenitud.

Realmente, solo podemos saber lo que es la Vida cuando la somos de un modo consciente, inmediato y autoevidente. Es entonces, al serlo, cuando experimentamos que somos Vida. Y que hay una única Vida que vive en nosotros.

Mónica Cavallé lo dice de una manera hermosa: “El sabio no siente que «viva su vida»; se sabe vivido por la corriente de la única Vida. Y descansa en esa certeza, sorprendido y maravillado ante la obra que la Vida realiza a través de él y a través de todo lo existente. Somos expresiones de la Vida, sostenidos por Ella”.

Precisamente por eso, “no es posible escapar de la Vida. Nadie puede concebirla como algo «Otro», distinto del mundo o de sí mismo. Somos la Vida. O, más propiamente, Ella nos es. Y la Vida es una constante celebración de sí misma” (M. CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Oberon, Madrid 2002, pp.110 y 107. Existe una nueva edición de este valioso libro en editorial Kairós, Barcelona 2011).

La “conversión” también significa esto: vivir el “paso” de pensar que somos el yo particular que, durante un tiempo, tiene vida, a experimentar que somos Vida –la única Vida- que se expresa en esa forma. Y, poco a poco, permitir que la Vida se viva a través de nosotros.

Es obvio que la Vida, tal como la nombramos aquí, es lo mismo que las religiones han querido expresar con la palabra “Dios”. Pero para muchos de nosotros tiene tantas connotaciones que se nos hace difícil usar ese término para nombrar Aquello (el Misterio) a lo que apunta.

El despertar, en cualquier caso, consiste en reconocer que la Vida o Dios es nosotros. Y que, cuando no ponemos obstáculos a que se viva libremente, lo que aparece es Jesús, “el hombre que pasó por la vida haciendo el bien” (Hech 10,38).

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Dios esta en la alegría y en el dolor por: Fray Marcos

3/28/2013

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Las distintas partes en que se divide la liturgia del Viernes Santo, expresan perfectamente el sentido de la celebración. La liturgia de la palabra nos pone en contacto con los hechos que estamos conmemorando y su anuncio profético en el AT. La adoración de la cruz nos lleva al reconocimiento de un hecho insólito que tenemos que tratar de asimilar y desentrañar. La comunión nos recuerda que la principal ceremonia litúrgica de nuestra religión, es la celebración de una muerte; no porque ensalcemos el sufrimiento y el dolor, sino porque descubrimos la Vida, incluso en lo que percibimos como muerte biológica.

Se han dicho tantas cosas (y algunas tan disparatadas) sobre la muerte de Jesús, que no es nada fácil hacer una reflexión sencilla y coherente sobre su significado. Se ha insistido, y se sigue insistiendo tanto en lo externo, en lo sentimental, que es imposible olvidarnos de todo eso e ir al meollo de la cuestión. No debemos seguir insistiendo en el sufrimiento. No son los azotes, ni la corona de espinas, ni los clavos, lo que nos salva. Muchísimos seres humanos has sufrido y siguen sufriendo hoy más que Jesús. Lo que nos marca el camino de la plenitud humana (salvación) es la actitud interna de Jesús, que se manifestó durante toda su vida en el trato con los demás. Ese amor manifestado en el servicio a todos, es lo que demuestra su verdadera humanidad y, a la vez, su plena divinidad.

Si Jesús hubiera muerto de viejo y en paz, no hubiera cambiado nada de su mensaje ni las exigencias que se derivan de él. ¿Qué añade su muerte a la buena noticia del evangelio? Aporta una increíble dosis de autenticidad. Sin esa muerte y sin las circunstancias que la envolvieron, hubiera sido mucho más difícil para los discípulos, dar el salto a la experiencia pascual.

La muerte de Jesús es sobre todo un argumento definitivo a favor del AMOR. En la muerte, Jesús dejó absolutamente claro, que el amor era más importante que la misma vida. Si la vida natural es lo más importante para cualquier persona en sano juicio, podemos vislumbrar la importancia que tenía el amor para Jesús. Aquí podemos encontrar el verdadero sentido que quiso dar Jesús a su muerte.

La muerte de Jesús en la cruz, analizada en profundidad, nos dice todo sobre su persona. Pero también lo dice todo sobre nosotros mismos si nuestro modelo de ser humano es el mismo que tuvo él. Además nos lo dice todo sobre el Dios de Jesús, y sobre el nuestro si es que es el mismo. Descubrir al verdadero Dios y la manera en la que podemos relacionarnos con Él, es la tarea más importante que puede desplegar un ser humano. Jesús, no solo lo descubrió él, sino que nos quiso comunicar ese descubrimiento y nos marcó el camino para vivir esa realidad del Dios descubierto por él.

La buena noticia de Jesús fue que Dios es amor. Pero ese amor se manifiesta de una manera insospechada y desconcertante. El Dios manifestado en Jesús es tan distinto de todo lo que nosotros podemos llegar a comprender, que, aún hoy, seguimos sin asimilarlo.

Como no aceptamos un Dios que se da infinitamente y sin condiciones, no acabamos de entrar en la dinámica de relación con Él que nos enseñó Jesús. El tipo de relaciones de toma y daca, que seguimos desplegando nosotros con relación a Dios, no puede servir para aplicarlas al Dios de Jesús. El Dios de Jesús que se deshace, nos obliga a deshacernos.

Un Dios que siempre está callado y escondido, incluso para una persona tan fiel como Jesús, ¿qué puede aportar a mi vida? Es realmente difícil confiar en alguien que no va a manifestar nunca externamente lo que es. Es muy complicado tener que descubrirle en lo hondo de mi ser, pero sin añadir nada a mi ser, sino constituyéndose en la base y fundamento de mi ser, o mejor que es parte de mi ser en lo que tiene de fundamental. Todo lo que soy y todo lo que puedo llegar a ser, ya me lo ha dado Dios.

Nos descoloca un Dios que no va a manifestar con señales externas su preocupación por el hombre; sin darnos cuenta de que al aplicar a Dios relaciones externas, le estamos haciendo a nuestra propia imagen. Naturalmente, al hacerlo, nos estamos fabricando nuestro propio ídolo. Nuestra imagen de Dios, siempre tendrá algo de ídolo, pero nuestra obligación es ir purificándola cada vez más. Dios no es nada fuera de mí, con quien yo pueda alternar y relacionarme como si fuera otro YO, aunque muy superior a mí. Dios está inextricablemente identificado conmigo y no hay manera de separarnos en dos.

Un Dios que nos exige deshacernos, disolvernos, aniquilarnos en beneficio de los demás, no para tener en el más allá un "ego" más potente (¿los santos?), sino para quedar incorporados a su SER, que es ya ahora nuestro verdadero ser, no puede ser atrayente para nuestra conciencia de individuos y de personas. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, permanece sólo, pero si muere da mucho fruto". Este es el nudo gordiano que nos es imposible desenredar. Este es el rubicón que no nos atrevemos a pasar.

También nos dice todo sobre el hombre, la muerte de Jesús deja claro que su objetivo es manifestar a Dios. Si Él es Padre, nuestra obligación es la de ser hijos. Ser hijo es salir al padre, imitar al padre de tal modo que viendo al hijo se descubra y se conozca perfectamente como es el padre. Esto es lo que hizo Jesús, y esta es la tarea que nos dejó, si de verdad somos sus seguidores. Pero el Padre es amor, don total, entrega incondicional a todos y en todas las circunstancias. No solo no hemos entrado en esa dinámica, la única que nos puede asemejar a Jesús, sino que vamos en la dirección contraria. Nuestra pretensión "religiosa" es meter a Dios en la estrategia de nuestros egoísmos; no solo en esta vida terrena, sino garantizándonos un ego para siempre.

A ver si tenemos claro esto. No se trata de un mal trago que tuvo que pasar Jesús para alcanzar la gloria. Se trata de descubrir que la suprema gloria de un ser humano es hacer presente a Dios en el don total de sí mismo, sea viviendo, sea muriendo para los demás. Dios está sólo donde hay amor. Si el amor se da en el gozo, allí está Él. Si el amor se da en el sufrimiento, allí está Él también. Se puede salvar el hombre sin cruz, pero nunca se puede salvar sin amor. Lo que aporta la cruz, es la certeza de que el amor es posible, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar. No hay excusas.

El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que tenía que hacer,aunque sabía que eso le costaría la vida, es la clave para comprender que la muerte no fue un accidente, sino un hecho fundamental en su vida. El hecho de que le mataran, podía no tener mayor importancia; pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones que la vida, nos da la verdadera profundidad de su opción vital. Jesús fue mártir (testigo) en el sentido estricto de la palabra.

Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su plena consumación. En ese instante puede decir: "Yo y el Padre somos uno". En ese instante manifiesta un amor semejante al amor de Dios. Dios está allí donde hay verdadero amor, aunque sea con sufrimiento y muerte. Si seguimos pensando en un dios de "gloria" ausente del sufrimiento humano, será muy difícil comprender el sentido de la muerte de Jesús. Dios no puede abandonar al hombre, y menos al que sufre. El que esté callado (en todos los sentidos) no quiere decir que nos haya abandonado.

Al adorar la cruz esta tarde debemos ver en ella el signo de todo lo que Jesús quiso trasmitirnos. Ningún otro signo abarca tanto, ni llega tan a lo hondo como el crucifijo. Pero no podemos tratarlo a la ligera. Poner la cruz en todas partes, incluso como adorno, no garantiza una vida cristiana. Tener como signo religioso la cruz, y vivir en el más refinado de los hedonismos, indica una falta de coherencia que nos tenía que hacer temblar. Para poder aceptar el dolor no buscado, tenemos que aprender a aceptar el sacrificio voluntario.

Tenemos que reflexionar mucho sobre esa muerte para comprender el profundo significado que tuvo para él y para nosotros.

Meditación-contemplación

La muerte de Jesús es signo de amor (Vida)

porque la misma Vida de Dios estaba en él,

No le importó morir para manifestar ese amor.

Para él, la Vida, era más importante que la vida.

.................

La clave de una vida cristiana (humana)

está en vivir a tope la verdadera Vida.

Conservando en su justo aprecio la vida, con minúscula.

solo entonces descubriré que la vida biológica no es el valor supremo.

...................

Si la VIDA es lo primero,

todo lo que somos y más aún todo lo que tenemos,

tiene que estar subordinado a ella.

Desaparece el sentido del sacrificio.

Lo que antes era renuncia, ahora se convierte en el mejor negocio.

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Hoy recordamos que Jesus se dio totalmente por: Fray Marcos

3/28/2013

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Considero la liturgia del Jueves Santo la más significativa de todo el año. Para mí, es la que mejor expresa lo que fue Jesús y su mensaje. Mañana recordaremos la muerte de Jesús, pero hoy se plantea el significado de esa muerte, que es mucho más importante para nosotros que la misma muerte. Ese significado lo encontramos en el relato que los cuatro evangelios hacen de la última cena. La protesta de Pedro, en el relato de Juan, deja claro que, en aquel momento, los discípulos no entendieron nada. No podemos reprochárselo, porque tampoco nosotros somos capaces de hacerlo.

Aún no sabemos el sentido exacto que quiso dar Jesús a aquellos gestos y palabras. El mismo Jesús le dice a Pedro que no lo puede entender "por ahora". Sabemos que no fue un rito de purificación (antes de comer estaba mandado lavarse las manos, no los pies). No responde a una necesidad urgente (Los discípulos podían seguir con los pies más o menos sucios). Tampoco podemos reducirlo a un acto formal de humildad. Jesús pasaba de todo formalismo. Fue, sin duda una acción profética. La Biblia está plagada de esta manera de trasmitir una verdad profunda, sobre todo en los profetas. Esta es la razón por la que, el recuerdo de lo que Jesús hizo en la última cena, se convirtió muy pronto en el sacramento de nuestra fe. Y no sin razón, porque en esos gestos, en esas palabras está encerrado todo lo que fue Jesús durante su vida y todo lo que tenemos que llegar a ser nosotros.

En el mismo relato que acabamos de leer queda muy clara la importancia que para aquella comunidad tenían los acontecimientos que quieren recordar. Lo pone de manifiesto, la grandiosa obertura con que arranca el texto: "Consciente Jesús de que había llegado su "hora", la de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que estaban en medio del mundo, les demostró su amor en el más alto grado". Pero no es menos sorprendente el final del relato: "¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el "Maestro" y el "Señor"; y decís bien, porque lo soy. Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, sabed que también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros". En estas frases tenemos la clave de la celebración de hoy. No importa que las haya pronunciado el mismo Jesús, es el sentir de la comunidad de Juan y eso es para nosotros lo importante.

Recordamos lo sucedido en la Última Cena, sobre todo la institución de la eucaristía y el lavatorio de los pies. Nuestra reflexión va a comenzar por el lavatorio de los pies. No porque sea más importante que la eucaristía, sino porque espero que esta reflexión nos ayude a comprenderla mejor. En ese gesto, Cristo está tan presente como en la celebración de la eucaristía. Si entendemos esta equiparación, estaremos en condiciones de ahondar en el significado de los dos hechos. Lavar los pies era un servicio que normalmente solo hacían los esclavos. Jesús quiere manifestar que él está entre ellos como el que sirve. Esto es lo que había hecho Jesús durante toda su vida, pero ahora quiere hacer un signo que no deje lugar a la duda. Es importante el hecho en sí, pero mucho más, lo que quiere significar.

Juan, el más espiritual y místico de los evangelistas, el que más profundizó en el mensaje de Jesús, ni siquiera menciona la institución de la eucaristía. Esto debía hacernos pensar en la importancia del signo de lavar los pies. Sospecho que Juan quiso recuperar para la última cena el carácter de recuerdo de Jesús como don, como entrega. "Yo estoy entre vosotros como el que sirve." Jesús no renuncia a ninguna grandeza humana, pero denuncia la falsedad de la grandeza humana que se apoya en el poder. La verdadera grandeza humana está en parecerse a Dios que se da sin condiciones ni reservas. Todo ser humano, también Jesús, es un proyecto que tiene que ser llevado a la realización completa. Esa plenitud a la que puede llegar, está marcada por su capacidad de darse a los demás.

Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús: "Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado". Esta es la explicación definitiva que da Jesús a lo que acaba de hacer.

Cuando seguimos insistiendo en los diez mandamientos de Moisés o los de la Iglesia, nos quedamos a años luz del mensaje de Jesús. Para el que quiere seguir a Jesús, todo queda reducido a esto: ¡Amaros! No dijo que debíamos amar a Dios, ni siquiera que debíamos amarle a él. Tenemos que amarnos, eso sí, como Dios ama, como Jesús amó. Una eucaristía celebrada como devoción, que comienza y termina en la iglesia, no es la eucaristía que celebró Jesús. Celebrar la eucaristía es aceptar el compromiso de darse hasta el final. La eucaristía no es más que el signo (sacramento) de la entrega. Si no se da esa entrega, lo que hacemos se queda en un puro garabato.

En este relato del lavatorio de los pies, no se dice nada que no se diga en el relato de la eucaristía, pero evita el peligro de quedarnos en la espiritualización del misterio. Tenemos que hacer un esfuerzo por descubrir el verdadero significado de la eucaristía a la luz del lavatorio de los pies. Jesús toma un pan y mientras lo parte y lo reparte les dice: esto soy yo. Meteos bien en la cabeza, que yo estoy aquí para partirme, para dejarme comer, para dejarme masticar, para dejarme asimilar, para desaparecer dándome a los demás. Yo soy sangre, (vida) que se derrama para todos, que llega a todos, que da vida a todos, que saca de la tristeza y de la muerte a todo el que se deja empapar por esa Vida.

Las palabras finales son muy importantes. Jesús no dice que repitamos el gesto no para "conmemorar" el hecho, sino para que tomemos conciencia de su significado y lo vivamos.

Lo que Jesús quiso decirnos en estos gestos es que él era un ser para los demás, que el objetivo de su existencia era darse; que había venido no para que le sirvieran, sino para servir a todos. Manifestando de esta manera que su meta, su fin, su plenitud humana solo la alcanzaría cuando se diera totalmente, cuando llegara al sacrificio total con la muerte asumida y aceptada. De ahí la profunda relación que tienen los acontecimientos del Jueves Santo con los del Viernes. Jesús des-trozado puede ser asimilado e integrado en nuestro propio ser. Solo cuando muramos a todos nuestros egos, llegaremos a la plenitud del amor.

Aunque Juan no menciona la eucaristía en la última cena, no se ha desentendido de un sacramento que tuvo tanta importancia para la primera comunidad. En el c. 6 del evangelio de Juan, encontramos la verdadera explicación de lo que es la eucaristía. "Yo soy el pan de vida". Para explicar esto, dice a continuación: "Quien viene a mí, nunca pasará hambre; el que me presta su adhesión, nunca pasará sed". Está muy claro que comer materialmente el pan y beber literalmente la sangre, no es más que un signo (sacramento) de la adhesión a Jesús, que es lo verdaderamente importante. Se trata de identificarse con su manera de ser hombre, resumida en el servicio a los demás hasta deshacerse por ellos.

En el mismo c. 6, dice un poco más adelante: "El Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me "come" vivirá por mí". Para mí, no hay en todo el NT una explicación más profunda de lo que significa este sacramento. Jesús tiene la misma Vida de Dios, y todo el que le siga tendrá también la misma Vida, la definitiva, la trascendente, la que no se verá alterada por la muerte biológica.

Para hacer nuestra esa Vida, tenemos que aceptar la "muerte", no la física (aunque también), sino la muerte a todo lo que hay en nosotros de caduco, de terreno, de transitorio, de individualismo, de egoísmo. Sin esa muerte, nunca podrá haber verdadera Vida. No se trata de renunciar a nada, sino de conseguirlo todo, al elegir la más alta posibilidad de plenitud humana.

Volviendo al lavatorio de los pies. Esta actitud de Jesús a los pies de sus discípulos, pulveriza la idea de Dios "Señor" al que hay que servir. Jesús hace presente a un Dios que no actúa como soberano celeste, sino como servidor del hombre. Dios está a favor de cada hombre no imponiendo su voluntad desde arriba sino trasformando al hombre desde abajo, desde lo hondo del ser humano y levantando al hombre a su mismo nivel.

Todo poder, sobre todo el ejercido en nombre de Dios, es contrario al mensaje de Jesús. Ni siquiera el deseo de hacer bien, puede justificar ponerse por encima de los demás para violentarles.

Meditación-contemplación




Jesús manifiesta lo que es Dios poniéndose al servicio de los demás.

Deshaciéndose, alcanza la plenitud.

Hoy lo descubrimos en el signo del lavatorio y la eucaristía.

Mañana, con la realidad de su muerte.

......................

Jesús dijo: Yo soy pan partido y repartido.

Yo soy sangre (Vida) que se derrama en todas direcciones.

Eso tengo que llegar a ser yo

si quiero alcanzar la plenitud humana.

..........................

Si soy capaz de morir a mi egoísmo,

alcanzaré la plenitud de Vida.

Si soy capaz de darme hasta la muerte,

permaneceré para siempre en la verdadera Vida.

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Creer en la resurrección por: Julián Mellado

3/27/2013

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Cuando hablamos de la resurrección nos solemos referir a los acontecimientos de aquel domingo de hace 20 siglos, después de la crucifixión de Jesús de Nazaret, y de los cuales nació la Iglesia cristiana. También significa la esperanza futura de los creyentes una vez que cruzan la última frontera. De un modo, quizás inconsciente, situamos la resurrección, bien en un pasado, bien en el futuro. ¿Pero tiene algo que decirnos en el Presente?

En primer lugar, debemos recordar que la resurrección de Jesús, es la respuesta de Dios a los verdugos que actuaron en su nombre. Dios se puso del lado del ajusticiado. El crucificado tenía razón. Por lo tanto, la resurrección significa el gran SÍ de Dios a la cultura de la vida frente a la cultura de la muerte. Dios de vida no de muerte.

Existen muchas maneras de "morir", no solamente la física. En nuestro mundo, se dan muchas negaciones, que anulan el deseo de vivir. Muchas personas saben lo que es ir "muriendo en vida" debido a una grave depresión, a la pérdida de esperanza, al sinsentido del sufrimiento o a todas esas circunstancias que hacen que dudemos si mereció la pena haber venido a este mundo.

Creer en la resurrección de Jesús, es creer que el Mal no es omnipotente. Que no tiene la última palabra. Nos espanta, nos paraliza, parece ser todopoderoso. Pero no lo es.

La resurrección indica que en este mundo se ha producido una insurrección. El fatalismo ha sido derrotado. Y de una manera inesperada, mediante la fragilidad de un hombre crucificado acogido por el poder del Amor de un Dios pródigo.

Creer en la resurrección, es confiar en la vida otra vez. Es no rendirse a lo que nos anula, lo que pretende oscurecer nuestro horizonte. Es descansar en un Dios que nunca descansa para encontrar las salidas a nuestras sin-salidas.

Creer en la resurrección, es creer que la vida es más poderosa que lo que mata. Lo que mata la ilusión, las ganas de vivir, el deseo de compartir.

Como las mujeres ante el sepulcro, estamos ante lo inesperado, que quizás nos espante y nos deja sin voz. Pero luego ya no podemos callar, la vida ha rebrotado, el Viviente se nos ha "aparecido", su voz nos ha vuelto a levantar, y el silencio se ha convertido en palabra, palabra de vida, palabra de resurrección.

Resucitemos pues ahora, en alguna medida, es decir volvamos a re-suscitar en nosotros la esperanza, la confianza, la alegría, la vida eterna, y anunciémoslo a este mundo desesperado, perdido en sus oscuridades. Digámosle que la Luz ha resplandecido, que el Crucificado vive, que hubo un día en que la muerte murió. Que es hoy, cuando podemos descubrir el "poder de su resurrección" como anunciaba el apóstol Pablo. Es hoy, que experimentamos que no quedaremos atrapados en la muerte. Como nuevos Lázaros, volvamos a la vida, porque hemos oído la palabra de Cristo que nos dijo: ¡Sal de ahí!

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Acerca de una sincera amistad por: Rabino Abraham Skorka

3/26/2013

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La real y sincera amistad, al decir de los sabios del Talmud, es aquélla en la que el uno abre la intimidad de su corazón al otro. Es a través de dicho conocimiento que uno adquiere del otro que ambos pueden forjar una consistente senda en la vida. De tal modo he caminado en los últimos 15 años con el hoy Papa Francisco. Resulta difícil dejar de lado el pudor y la humildad, y comentar a los cuatro vientos acerca de la intimidad de esta amistad. Pero hay circunstancias que lo merecen. El mundo inquiere acerca de Francisco y, dado mi conocimiento, siento el deber de dar testimonio de su ser.

Su lenguaje es sencillo, pero transmite muy profundos conceptos. Es un hombre de una meditada religiosidad, que entiende que se dignifica a Dios sólo a través del respeto y la honra que se le brinda al prójimo, tal como nos enseñan los profetas. Siempre manifestó un especial compromiso para con los necesitados, los desposeídos, los ultrajados y los humillados en la sociedad. Los acompaña en su dolor. Desarrolló una capacidad empática superlativa.

La modestia y humildad caracterizan cada uno de sus actos. No sólo las declama, las practica con fervor. No hay doble discurso en él.

Entiende que debe crearse un profundo acercamiento entre judíos y católicos. No con propósitos proselitistas, no para propiciar estériles e inconducentes polémicas teológicas, como acaeció en el pasado. Sino para que cada parte profundice en sus raíces, eleve lo más genuino de su tradición y fe, a fin de labrar, mediante una labor mancomún, una realidad de justicia y paz. Habla de los «hermanos mayores en la fe» no cual mero eufemismo, sino como designación real de la íntima relación entre los miembros de ambos credos.

Busca las sendas para acercar a las distintas denominaciones cristianas y mantener un diálogo franco con todos los credos. El diálogo siempre refiere en él al conocimiento del otro y el darse a conocer al otro, no a un mero acto de simpatía. Una vez establecido el diálogo, el desafío que propone es el de generar proyectos comprometidos y mancomunados en la construcción de una realidad mejor. Aborrece la imposición de un discurso único e indiscutible en todas las materias que hacen a la vida. Escucha con atención y respeto la postura de su interlocutor.

En los últimos tres años nos veíamos al menos una vez por mes. En 2010 escribimos el libro Sobre el cielo y la tierra, que contiene nuestros diálogos acerca de temas tan variados como Dios, el diablo, los ateos, la muerte, la eutanasia, el aborto, el divorcio, etcétera. Todo aquello con lo que se enfrenta el hombre. Después, entre 2011 y 2012, hicimos un programa de televisión. Siempre me sorprendía con un gesto con el que acariciaba mi corazón. Tras ser elegido Sumo Pontífice se comunicó conmigo. ¡Hablamos de tantas cosas! Le pregunté si tenía presente el tema que acordamos grabar para el próximo programa televisivo. Sin dudar, me contestó: «Sí. La amistad».

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Las contradicciones del nuevo papaVicenc Navarro, catedrático de ciencias políticas y sociales por: Vicenc Navarro

3/25/2013

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Este artículo analiza la contradicción que se presenta en la postura del nuevo Papa,que enfatiza el compromiso con los pobres con su propia biografía de oposición a aquellas fuerzas que intentan romper con la pobreza.
La respuesta de los medios de información de mayor difusión de sensibilidad conservadora a la elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como nuevo Papa ha sido sumamente positiva, presentando al nuevo Papa como el Papa de los pobres y como un luchador contra las desigualdades que han caracterizado a América Latina durante muchos años.

La prensa estadounidense en general –con la excepción de The New York Times- lo ha definido también como el Papa con mayor conciencia social. Incluso la elección de su nombre como Papa, Francisco, reivindicando la herencia de San Francisco, el santo amigo de los pobres, parece confirmar su vocación. En España y en Catalunya los medios conservadores lo han presentado como conservador en temas teológicos, pero progresista en temas sociales. La Vanguardia, cuya línea editorial no se distingue ni por su simpatía hacia los pobres ni por su compromiso con la reducción de las desigualdades, ha alabado al Papa definiéndolo como el Papa Social.

El problema de tal coro de alabanzas es que ignora, en el mejor de los casos, u oculta, en el peor, toda una historia de complicidades y compromisos, a lo largo de la biografía del nuevo Papa, con las fuerzas políticas más responsables de la expansión de la pobreza en Argentina y en América Latina y de la acentuación de las desigualdades sociales. En relación a la Junta Militar, cuyas políticas agravaban la pobreza y las desigualdades en Argentina, su comportamiento fue, en el mejor de los casos, el silencio, con plena conciencia, por cierto, del carácter terrorista de la Junta Militar argentina que gobernó aquel país durante el periodo 1976-1983. En realidad, la Iglesia Argentina, en la cual Jorge Mario Bergoglio era un conocido dirigente, fue una de las Iglesias de América Latina más involucradas en el apoyo de las Juntas Militares, conocidas por su sangrienta y cruel represión de aquellos, dentro y fuera de la Iglesia, que más luchaban por la eliminación de la pobreza y por la reducción de las desigualdades.

Por mucho que intentara negarlo, la Iglesia Católica apoyó sin reservas a la Juntar Militar en Argentina. Y la evidencia está ahí, para quien quiera verla. Sólo meses después del establecimiento de la Junta Militar, la Conferencia Episcopal expresó su vivo apoyo al régimen militar porque “su fracaso llevaría con mucha probabilidad al marxismo”. Es interesante que, treinta años después, Jorge Mario Bergoglio, dirigente de la Iglesia Católica, prologara un libro con la frase “No debemos tener miedo a la verdad”, que mostraba que sí que tenía miedo a que se conociera la verdad, porque no citaba la anterior frase y otras de apoyo a la dictadura (ver “Bergoglio ocultó la complicidad del Episcopado argentino con la Junta Militar del dictador Videla” en Público. 13.03.13). Tampoco citó el nuevo Papa la existencia de la Comisión de Enlace entre la Iglesia y la Junta Militar, que se reunía cada mes, en un ambiente muy amable para hablar de la colaboración.

Esta colaboración incluía el control de los curas próximos a la Teología de la Liberación, que ejercían su función entre los más pobres de aquel país. Entre ellos estaban dos sacerdotes, Orlando Yorio y Francisco Jalics, que vivían y trabajaban en las Villas Miseria, conocidas por su pobreza, y que fueron detenidos y torturados por la dictadura dos semanas después de que la Iglesia les retirara su apoyo. Según uno de ellos, Yorio, Jorge Mario Bergoglio fue el que presentó una falsa denuncia ante los militares (ver Alejandro Rebossio, “La sombra de la dictadura argentina alcanza al papa Francisco”. El País. 14.03.13). Tal jesuita era plenamente consciente de los asesinatos que estaban realizando los militares. Incluso el biógrafo del ahora Papa, el Sr. Sergio Rubio, escribió que “durante la dictadura todos fueron cómplices de aquellos crímenes”, frase que intenta justificar un ejercicio colectivo de complicidad. Pero no es cierto que todos fueran cómplices: hubo voces, incluso dentro de la Iglesia, que se opusieron y muchos de ellos fueron asesinados. El color rojo que los cardenales utilizan en sus prendas significa la sangre que deben derramar en defensa de los justos. El cardenal Bergoglio no se merecía llevar tal color, pues permaneció en un silencio ensordecedor frente a la represión brutal, llevada a cabo por aquellos que eran responsables del mayor crecimiento de la pobreza y de las desigualdades.

Pero hay más que silencio en su pasado. Varios familiares de niños desaparecidos enviaron notas a Bergoglio para que interviniera en casos de asesinatos y robos de bebés. Era una práctica común, como también ocurrió en España, que los bebés de padres asesinados se trasfiriesen a otras familias, muchas veces de los que los habían asesinado. Una de estas familias fue la familia De la Cuadra, que perdió cinco miembros debido al terror militar. Una de estas personas fue la joven Elena, que estaba embarazada de cinco meses cuando fue detenida, y más tarde asesinada. El bebé fue asignado a una familia pudiente argentina.

Los familiares pidieron ayuda a Bergoglio. Cuando más tarde fue interrogado, en 2010, tal señor indicó que no sabía nada del caso y que no sabía de bebés robados. La hermana de Elena, cuya madre fue fundadora de las Madres de la Plaza de Mayo, ha declarado que “la hipocresía de la Iglesia argentina en general, y la de Bergoglio en particular, ha sido enorme” (ver Michael Warren “Papal Election stirs Argentina’s “dirty war” past”. AP. 14.03.13). Estela de la Cuadra ha añadido que “Bergoglio fue un cobarde que no hizo nada para impedir el robo de bebés. Siempre se preocupó de salvar su nombre. E intentó ocultar la verdad para que su nombre no quedara manchado”.

La Iglesia argentina tenía cincuenta obispos y sólo un número limitadísimo se opuso a la dictadura. La gran mayoría no se opuso. Entre ellos estaba el que ahora es Papa. Otros sí que se resistieron y, como dije antes, fueron asesinados por ello. Entre ellos estaba el Obispo Enrique Angelelli, que más tarde, y para limpiar la mala conciencia de la Iglesia, fue propuesto para ser considerado Mártir. Bergoglio fue nombrado Cardenal en 2001. Y hasta 2006 no dijo nada a favor de tal obispo. Sólo cuando el gobierno de Néstor Kirchner declaró un día oficial de duelo en honor a tal figura, el cardenal añadió su voz. Como otra voz progresista –Eduardo de la Serna, sacerdote del grupo progresista próximo a la Teología de la Liberación- ha indicado, “Bergoglio es un hombre del poder y sabe como promocionarse para mantenerlo. Tengo dudas sobre su supuesta inocencia en referencia a los jesuitas que desaparecieron durante la dictadura”.

Tal como señala The New York Times (“A Conservative With a Common Touch.” 13.03.13), sólo después de que el cardenal Bergoglio dejara de ser Presidente de la Conferencia de obispos (lo que ocurrió en 2012), tal conferencia se distanció de la dictadura claramente, negando (y mintiendo) que la Iglesia hubiera colaborado con la Dictadura. Tal distanciamiento y negación ocurrió después de que el que había dirigido la Junta Militar, el Dictador Videla, declarara públicamente que la Iglesia había apoyado y colaborado con su gobierno.

En España, conocemos muy bien el significado del apoyo de la Iglesia Católica a la dictadura fascista del General Franco, y el silencio ensordecedor de tantas figuras religiosas que se presentaban ya entonces como las grandes defensoras de los pobres. Tal supuesta simpatía por los pobres quedaba totalmente anulada por sus acciones de apoyo a la dictadura que se había establecido para parar aquellas fuerzas políticas que sí estaban comprometidas con la erradicación de la pobreza. En Argentina, la oposición de Mario Bergoglio a la Iglesia de la Teología de la Liberación, sin tomar una postura pública de oposición a la dictadura, negando conocimiento –en contra de toda la evidencia- del robo de bebés durante la dictadura, muestra su incoherencia y su falta de compromiso con la erradicación de la pobreza. Tal compromiso no es creíble cuando no va acompañado de una oposición a las fuerzas que perpetúan tal pobreza, apoyando a aquellos que luchan para eliminarla.

En realidad, la elección del Papa ha respondido a la enorme inquietud que la Iglesia Católica tiene sobre América Latina, donde el auge de las izquierdas está amenazando a las estructuras de poder, con las cuales la Iglesia se ha identificado. El nombramiento de Bergoglio es la manera de potenciar el freno a la Teología de la Liberación, presentando el mensaje de los Evangelios interpretados por el profundo conservadurismo de la jerarquía católica, haciendo frente al catolicismo popular, imbuido, por ejemplo, en la revolución bolivariana que amenaza los intereses de la jerarquía de la Iglesia católica. No soy ni católico ni creyente, pero me parece obvio que hoy hay un conflicto entre los valores del catolicismo como religión y los valores que sustentan los aparatos ideológicos de la Iglesia, que reproducen y controlan para su propio beneficio.

La elección de Bergoglio como Papa es un intento de frenar la identificación de las clases populares de creencia católica con las formas alternativas de carácter revolucionario que están surgiendo no sólo en América Latina sino también en el mundo y que interpretan el apoyo a los pobres como la lucha para terminar con la pobreza. Los pobres no son sujetos pasivos, sujetos de compasión y caridad, sino que debería ayudárseles a ser activos en su propia liberación luchando en contra de las instituciones reaccionarias, entre las cuales la jerarquía de la Iglesia católica ha tenido un lugar prominente, tanto en Argentina como en España.

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 21 de marzo de 2013

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¿Un Papa distinto? por: Agustín Cabré

3/24/2013

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He tenido la oportunidad-y el gusto- de estar con el cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, en cuatro ocasiones: en un par de eucaristías, en una cena comunitaria a la que se le invitó en una de nuestras jornadas y en un asado en el patio interior de la casa central de los claretianos en la capital argentina. En las misas le escuché pedirnos que fuéramos curas que nos involucráramos en los temas de la gente, en sus necesidades de calidad de vida.

En el asado llegó simplemente para acompañar a uno de sus buenos amigos, Gustavo Larrazabal, que celebraba su cumpleaños. En esa ocasión hablamos- entre otras cosas- de lo mal que entonces estaba el Club San Lorenzo, del cual es hincha y seguidor. El cardenal es así: sin etiquetas, sin protocolos. Habitualmente se iba a las parroquias a saludar a sus curas, llegaba solo viajando en la locomoción ordinaria de la ciudad y si el cura estaba ocupado, se sentaba a esperar en la salita de recibos de la oficina parroquial.

Conocí a un hombre de bajo perfil, austero, sencillo, amigable. Poco amante de los primeros planos, con un sentido de rectitud muy definido y sin componendas con lo que cree injusto o lucran del poder. Tiene palabra fácil, un orador interesante y especialmente agudo en las ideas y los análisis. En estos momentos el gobierno de Cristina Fernández debe estar izando todas las banderas pero sabe que Bergoglio ha sido una piedra en el zapato elegante de la primera dama de la nación.

Se dice que en la elección de Benedicto ya el cardenal de Buenos Aires había acumulado muchos votos. Ahora fue elegido con bastante rapidez, lo cual es señal de que hay deseos profundos de reforma. Veamos por qué.
1)Se trata de un latinoamericano. Esa realidad ya es un puntapié al armario y por lo tanto desordena la muy estructurada organización de poder en el Vaticano. Su mentalidad, su experiencia, su estilo, debe llevar aires renovadores a Roma ¡y vaya que se necesitan!

2)Es un obispo “extranjero” para la curia romana. No está comprometido con los grupos de poder, ni el clima de insidias que el mismo Benedicto XVI denunció en la hora de su despedida. Es la persona indicada para hacer la limpieza que el pueblo de Dios espera en todas la organización eclesial.

3)Es un jesuita. Si hasta ahora se hablaba del “Papa negro” aludiendo al poder que tenía el superior o prepósito general de la Compañía de Jesús, ahora aparece un jesuita también como “Papa blanco”. La benemérita Orden que ha dado tantos santos, tanta teología, tanto espíritu misionero y también tantos dolores de cabeza en la iglesia adquiere una categoría especial: una plataforma espectacular para entregar lo mejor de sí porque otra iglesia es posible. Un Papa perteneciente a una orden o congregación religiosa no ha sido lo habitual en estos tiempos. Desde hace 190 años, no se daba esta situación, cuando murió el benedictino Barnaba Niccolò Maria Luigi Chiaramonti, conocido como Pío VI.

4)El nuevo Papa es hombre de estilo familiar. Al salir al balcón en su primer saludo al pueblo romano y al mundo, habló como obispo de Roma. No usó la palabra Pontífice, ni Papa, ni Vicario de Cristo. Simplemente pidió al pueblo de Roma que hiciera oración por su nuevo obispo, como queriendo decir al mundo que en Roma no habrá un sumo sacerdote sino un hermano que tiene responsabilidades especiales en la familia y que tiene necesidad de ser acompañado por el pueblo y su oración.

5)Bergoglio dio señales muy fuertes de cambio en el estreno de su cargo. No se vistió con toda la ornamentación esplendorosa de capisayos, roquetes, estolas y mucetas sino que usó la sotana blanca sin más adornos que la cruz pectoral que es la misma que usaba en sintonía con todos los obispos argentinos. Se autoimpuso el nombre de Francisco.

Esto es sintomático: Francisco fue aquel rebelde que dejó los lujos de su casa y se internó desnudo en el bosque con unos cuantos amigos y amigas deseosos de vivir sin oropeles, sin poderes, sin estruendos ni trompetería, para hacerse amigo hasta de los lobos. Francisco fue aquel iluminado que escuchó un día como una inspiración divina las palabras que lo animaron a trabajar por la iglesia como meta de su vida: “Reconstruye mi iglesia”. Otra señal muy fuerte ha sido su petición de oración y su gesto de inclinarse para hacerla,invitando a cien mil personas a orar desde la raíces de alma, logrando un silencio sobrecogedor en la enorme plaza llena de banderas y ensordecida por los gritos.

El nuevo Papa ha dado señales de salirse del esquema de los “santos padres”. Bienvenido sea. Con su llegada al Vaticano por la ancha puerta de la confianza de la iglesia entera, sin duda se producirá el alejamiento, por puertas, ventanas y escondrijos, de toda una manada de cardenales curiales, con sus respectivos equipos, encabezados por Angelo Sodano.
Son muchas las esperanzas para un cambio contundente en la organización eclesial.
Y como el Papa es jesuíta, no dudará en que todo sea “Ad majorem Dei gloriam”.

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La vuelta al mensaje de Juan Pablo I por: Enric González

3/23/2013

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La homilía de la misa inaugural suele contener los rasgos esenciales que el nuevo Papa quiere imprimir a su Pontificado. El Papa Francisco subrayó ayer su preocupación social al anunciar que deseaba acoger «con afecto y ternura a la Humanidad entera, en especial a los más pobres, a los más débiles, a los más pequeños», y al pedir «por favor» a todos quienes ocupan puestos de responsabilidad «en el ámbito político, económico o social» que fueran «custodios del otro y del ambiente» y que no dejaran a su paso signos de destrucción y muerte.

El nuevo Pontífice ya indicó el pasado sábado, en su recepción a la prensa, que le gustaría «una Iglesia pobre y para los pobres». El tono y el mensaje de ayer mostraron un considerable parecido con la homilía inaugural que Juan Pablo I pronunció el 23 de septiembre de 1978, sólo cinco días antes de su muerte. El Papa de los 33 días invocó en aquella ocasión una oración que de niño recitaba con su madre, y que provocó una cierta estupefacción entre los curiales más conservadores: «Los pecados que atacan directamente a Dios son la opresión de los pobres y el fraude en la justa paga de los obreros». Añadió que a Dios no se le honraba solamente yendo a misa y viviendo con virtud, sino también «con el amor a los pobres» y evitando «humillarles y ofenderles con la ostentación de riqueza y con el derroche de dinero en cosas fútiles».

Ya había coincidencias antes. Albino Luciani, Juan Pablo I, lanzó a los cardenales, tras el Cónclave que le eligió, la misma frase pronunciada por Francisco: «¡Que Dios os perdone por lo que habéis hecho!».

Juan Pablo I fue el Papa que en un mes cambió para siempre la forma de ser Papa. Al aparecer en el balcón de San Pedro, tras su elección, quiso dirigirse directamente a los fieles, algo que ahora es una costumbre, pero el maestro de ceremonias se lo impidió argumentando que eso no se hacía. Juan Pablo I pudo hacerlo tranquilamente semanas más tarde. Fue quien acabó con la misa de coronación, rechazando la tiara de las tres coronas (que simbolizaban el poder sobre los Estados Pontificios, sobre los reyes y sobre la Humanidad) y no sentándose en el trono. Fue quien acabó con el plural mayestático, aunque L'Osservatore Romano añadiera sistemáticamente el nos en la transcripción de sus discursos y suprimiera sus frases improvisadas. Su lema era simplemente «Humildad» y había anunciado que su primera encíclica, que no pudo ni empezar, se titularía «La pobreza y los pobres en el mundo».

El sucesor de Juan Pablo I, Juan Pablo II, no hizo referencia a los pobres ni a las cuestiones sociales. Su homilía del 22 de octubre de 1978 se concentró en la fe y en la evangelización.

De aquella pieza vigorosa de Karol Wojtyla, llena de signos de exclamación, quedó sobre todo una frase: «¡No tengáis miedo! ¡Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo!». A la que seguía una sugerencia política que fue interpretada en clave de oposición al comunismo: «A su poder salvador [de Cristo] abrid las fronteras de los Estados, los sistemas económicos y los sistemas políticos». Más de un cuarto de siglo después, Benedicto XVI leyó en su inauguración una homilía de gran densidad teológica en la que hacía referencia a la pobreza, pero ligándola a la falta de fe: «Están el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed, el desierto del abandono, de la soledad, del amor destruido; están el desierto de la oscuridad de Dios, del vaciado de las almas sin conciencia de la dignidad y del camino del hombre: los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque los desiertos interiores se han hecho muy amplios».

Las similitudes entre las homilías de Francisco y de Juan Pablo I, dos Pontífices que parecen enlazarse pese a los 35 años de distancia, no se limitan a la cuestión social. El Papa Francisco conminó ayer a las personas a «cuidar» y «custodiar» al prójimo, y explicó: «Custodiar significa vigilar nuestros propios sentimientos, nuestro corazón, porque es de ahí de donde surgen las buenas y malas intenciones, las que construyen y las que destruyen. No debemos temer la bondad ni la ternura». Juan Pablo I afirmó al final de su homilía: «Es ley de Dios que no se puede hacer el bien a alguien, si antes no se le ama».

Ambos Pontífices hicieron referencia a la cuestión de la autoridad. El Papa Francisco dijo que «el auténtico poder es el servicio». Juan Pablo I, por su parte, indicó: «Es muy difícil, hoy, ser convincente cuando se trata de confrontar los derechos de la persona humana con los derechos de la autoridad y de la ley», y agregó que «poner de acuerdo al caballo y al caballero, la libertad y la autoridad», era «un problema de la sociedad y también de la Iglesia».

Uno de los temas novedosos del Papa Francisco fue la ecología. Hablando de cuidar y custodiar, dos verbos centrales en su homilía, proclamó que esas tareas no correspondían solamente a los cristianos, sino al conjunto de la Humanidad: «Se trata de custodiar la creación entera, la belleza de la creación, como se nos dice en el Libro del Génesis y como nos mostró San Francisco de Asís: se trata de sentir respeto ante cada criatura de Dios y ante el ambiente en que vivimos».

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A propósito de lo escrito sobre el nuevo Papa Francisco I por: Benjamín Forcano

3/22/2013

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El juzgar incluye primero escuchar y conocer al juzgado
Comienzo por reconocer que yo mismo me he puesto en autoexamen para no caer en la pretensión de diseñar la personalidad del nuevo Papa a imagen y semejanza de mis querencias, fobias o prejuicios. Tras leer más de 35 artículos, veo que a todos nos coge un poco la manía de sentenciar y definir. Lo confirman la variedad y aún disparidad de los muchos comentarios. Uno deduce que alguien habla desde la ignorancia y prejuicio, pues no es posible que cosas tan contradictorias quepan en una misma persona.

No me propongo escribir ni decir nada nuevo, que no haya sido dicho ya, sobre este “jesuita franciscano”, nacido en 1936 en Argentina, de padre y madre italianos, novicio de la Compañía de Jesús en 1958, antes estudiante de química y que ya había perdido un pulmón, sacerdote a los 32 años, provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, Arzobispo, Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina y, finalmente, Cardenal.

Sus 76 años hablan de su larga trayectoria en la sociedad y en la Iglesia. Y leyendo unas reflexiones suyas (25 páginas, del 2002), sobre el quehacer nacional de Argentina “A partir de Martín Fierro” advierto con qué solidez domina la historia, la política, la ética y la originalidad del mensaje de Jesús de Nazaret. Y adivino que no llega a la silla de Pedro desconociendo la responsabilidad inmensa que le viene encima, pues lleva muy adentro la evolución y avatares de esa gran realidad eclesial e institucional que es la Iglesia católica, trajinada muy desde el principio por el mensaje profético y transformador del Nazareno y al mismo tiempo por los intereses de los poderosos y políticos que disputarán relacionarla y dominarla con miras muy opuestas a las del Nazareno.

En esa arena histórica avanzará siempre la realidad de la Iglesia, una realidad impura y dialéctica, conflictiva y fiel, si es que quiere incidir y obrar sobre ella como fermento que moldee conciencias y conductas bajo la inspiración del Evangelio. El Concilio Vaticano II y su inspirador el Papa Juan XXIII abrieron caminos para una reforma profunda de la Iglesia, pero los Papas posteriores (Juan Pablo II y Benedicto XVI) más que acometer esa reforma la estancaron y consolidaron volviendo al pasado. A pesar de eso, como en todas las épocas, la Iglesia no careció de la vitalidad que absorbía del Evangelio y de la nube de sus testigos, y que la enriquecía con el florecer vigoroso de una nueva cristología y eclesiología y, en paralelo, con una nueva teología, pastoral y moral.

La espiritualidad samaritana del Vaticano II, como la denominó Pablo VI, siguió adelante por más que desde algunas instancias oficiales se la intentara frenar y desactivar. Convendría no olvidar esto: en las entrañas de la Iglesia, y en niveles singulares de la jerarquía, por más condicionamientos negativos que operen, son miles y millones los seguidores de Jesús que con libertad y entrega sostienen la validez y credibilidad de la Iglesia.

Mucho camino ha recorrido la Iglesia desde que en el siglo IV el obispo Eusebio de Cesárea crease la figura de Pedro-Papa. Ciertamente, el papado no es de origen cristiano ni hay nada en el Evangelio que lo fundamente. Existían en los primeros siglos las grandes metrópolis de Constantinopla, Roma, Antioquía y Alejandría, cada una con su obispo, en igualdad de funciones y poder. Eran obispos o patriarcas y se les llamaba popularmente popes=padres en señal de respeto y estima. Luego, fue Roma la que se apropió del título de Papa por obra del obispo Eusebio de Cesarea, todo evolucionó y acabó dando al Papado figura de una Monarquía, la más absoluta, en tiempos de la reforma de Gregorio VII.

Francisco I sabe que el reto primero y más difícil que tiene es éste: cambiar la estructura actual del gobierno de la curia, ponerla al día democráticamente con la participación universal del pueblo de Dios, y en un primer plano, con la colegialidad corresponsable de todos los obispos. Sin ella en primer lugar, no serán posibles otros muchos cambios y reformas.

Sobre este punto, analizando lo hecho por Jorge Mario Bergoglio en los diversos momentos y ámbitos de su vida, se abren muchos resquicios de luz y esperanza. Francisco I es sencillo, austero y tierno, disciplinado, muy popular, reacio a todo lujo y ostentación, no le resulta indiferente la desigualdad y la injusticia, las miserias y depredaciones del neoliberalismo globalizado en el Primero y en el Tercer mundo. De todo ello es testigo contemporáneo, muy cercano, y de ello ha escrito y se ha pronunciado con energía a favor de los más pobres.

Y eso le ha provocado en ocasiones malquerencias y duras críticas. Una de ellas la de que, -no salgo de mi asombro-, habría sido elegido como papa del Tercer Mundo en compenetración con el poder dominante del Norte para combatir el resurgir de la nueva política de nuestra América, la Patria Grande. ¡Así de simple! Los cardenales electores habrían sido persuadidos y preparados desde fuera, con la labor sutil de representantes políticos de la troika europea, otros de Estados Unidos y no sé de quién más, para esta votación de subordinación al gran capital. Algo parecido de lo que habría ocurrido con Juan Pablo II, que habría sido elegido para combatir el comunismo. ¿Desde dónde y con qué intenciones se hacen estas lecturas del Papado y de la vida del nuevo Papa Francisco I?

Como he advertido, no voy a escribir nada nuevo que no se haya dicho ya.

Pero entre todos los escritos, encuentro persistente un aspecto, que pretende dejar a Francisco I malparado y hasta condenado sin apelación: su apoyo a la dictadura argentina y su complicidad en el secuestro de dos jesuitas que dependían de él. No los habría defendido o los habría abandonado al terrorismo del Estado haciéndose partícipe de su secuestro y sufrimientos.

Es de esto que voy a hablar casi exclusivamente. Por lógica no podía conformarme con lo que de una manera uniforme, pero no comprobada, se decía en los medios. Eran pocos los testimonios o fuentes las que se aducían, pero me llamó la atención el silencio que el cardenal Virgilio guardaba sobre esto. Pero, no estaba yo en lo cierto, el silencio no era tal, pues en el año 2010, el cardenal habló claro sobre estos puntos. Lo hizo a los periodistas Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, en un libro de 192 páginas (editorial Vergara, Argentina ) titulado “EL JESUITA, Conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio, sj”. En el libro, 13 de sus páginas llenan el capítulo 14: “La noche oscura que vivió la Argentina”. Páginas que casi nadie cita con detalle y de las que yo me voy a hacer eco preciso.

Han circulado bastantes testimonios que aseguran que el cardenal estaba libre de toda complicidad. Cito, por ejemplo, el de Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz: “Es indiscutible que hubo complicidades de buena parte de la jerarquía eclesial en el genocidio perpetrado contra el pueblo argentino…No considero que Jorge Bergoglio haya sido cómplice de la dictadura, pero creo que le faltó coraje para acompañar nuestra lucha por los derechos humanos en los momentos más difíciles”. Otro testimonio es el de Álvaro Restrepo , exprovincial jesuita y maestro de novicios que ha hecho pública unas carta, que le escribe Orlando, unos de los jesuitas secuestrados: “El nos trató bien y si estamos vivos es por él”.

Me aferré al capítulo 14 del libro citado y no lo dejé hasta que entresaqué, casi literalmente, todo lo que el cardenal dice: su visión, actitud y respuestas en tiempo de la dictadura. En asunto como éste, era primordial contar con las palabras directas de quien era cuestionado. Como actor de lo sucedido, nadie como él tiene experiencia, autoridad y versión directas.

Esta es la versión del cardenal Bergoglio:

– “Durante la dictadura, -yo tenía entonces 37 años y mis relaciones eran escasas para poder abogar por personas secuestradas-, escondí en el colegio Máximo de la Compañía, donde yo residía, a varias personas. En el mismo colegio cobijé a tres seminaristas de la diócesis del obispo Enrique Angelleli, cuando ya él había sido asesinado. Uno de estos seminaristas le comentó al obispo Maletti que en el colegio había personas ‘para hacer ejercicios espirituales de 20 días’, pero que en realidad aquello no era sino una pantalla para esconder a gente”.

– “Por Foz de Iguazú saqué a un joven con parecido a mí. Le presté mi cédula de identidad y, vestido con clergyman, salió y pude salvarlo”.

– “Intenté por dos veces conversar con el general Videla. Procuré averiguar quién era el capellán que le oficiaba la Misa y me le ofrecí para sustituirle, todo con el fin de poder conocer el paradero de curas detenidos. Sólo una vez pude acudir a una base aeronáutica para averiguar la muerte de un muchacho”.

– “En una reunión, Esther Balestrino me trajo una señora que fue jefa mía en el laboratorio. Esta mujer, que me enseñó mucho de política, era viuda y tenía dos hijos casados, de militancia comunista, que fueron secuestrados. Nunca olvidaré cómo lloraba aquella mujer. Hice algunas averiguaciones que no me llevaron a ninguna parte. Con frecuencia me reprocho no haber hecho lo suficiente. Fue luego secuestrada y asesinada”.

– “En otra ocasión pude interceder por un joven catequista secuestrado. Me moví, hice averiguaciones y supe luego que el muchacho, no sé si por causa de mis influencias, fue liberado”.

– “Sobre el secuestro de los sacerdotes jesuitas Yorio y Yalics, puedo decir que por aquel entonces ellos estaban preparando una nueva congregación. Tengo una copia de lo que era ese proyecto. El Padre Arrupe, superior general de los jesuitas, les comunicó que debían dejar la comunidad en que vivían y que debían elegir entre la comunidad o la Compañía de Jesús. Persistieron en su proyecto y el grupo se disolvió, no por decisión mía. Al padre Jalics no se le podía aceptar la dimisión, porque tenía profesión solemne y solamente el papa podía atender esa solicitud. El 19 de marzo de 1976, cinco días antes del derrocamiento de Isabel Perón, al padre Yorio y a otro llamado Luis Dourron, que convivía con ellos, les dije que tuvieran mucho cuidado, les ofrecí para mayor seguridad que viniesen a la casa provincial de la Compañía. Estos padres corrían peligro por desempeñar su labor en el Barrio de Rivadavia del Bajo Flores. Nunca creí que estuvieran involucrados en “actividades subversivas”. Pero estaban expuestos a la paranoia de caza de brujas. Yorio y Jalics siguieron, por iniciativa propia, en el Barrio y allí fueron secuestrados durante un rastrillaje. El Padre Dourron no estaba allí en ese momento y pudo escapar del lugar huyendo por la calle Varela. Afortunadamente, no tardaron en ser liberados, porque no se les pudo acusar de nada y porque nos movimos como locos. La misma noche de su secuestro yo comencé a moverme todo lo que pude. Y las dos únicas veces que estuve con Videla y con Masera fue por el secuestro de ellos”.

– “De modo que allá en su conciencia con quienes sostengan que yo les acusé de subversivos o les perseguí por progresistas. Mi actitud con ellos fue la que he dicho. Con toda sinceridad: ni los eché de la Compañía ni quedaron desprotegidos”.

– “A los dos años de esto y ya en el extranjero, Jalics, nacido en Hungría, pero ciudadano argentino con pasaporte argentino, me escribió para que le gestionara la renovación del pasaporte, pues tenía temor fundado de que si volvía a Argentina, podría ser detenido. Escribí a las autoridades argentinas una carta, que les entregué en mano, para que instruyeran a las de Bon. El funcionario de entonces me preguntó cuáles fueron las circunstancias que precipitaron la salida de Jalics. Le respondí: ‘A él y a su compañero lo acusaron de guerrillero y no tenían nada que ver’. No aceptaron la petición. Quien me denunció por esto ha dicho que él revisó el archivo de la secretaría de Culto de Argentina, pero el papelito en que él dice haber leído que yo le dije al funcionario que eran guerrilleros ponía también ‘que ellos no tenían nada ver con eso’. Y él lo omitió. Y omitió que en mi carta yo dije al funcionario “que ponía la cara por Jalics y hacía la petición”.

– “Se me atribuye haber promovido y propiciado que la universidad del Salvador entregara un doctorado honoris causa al almirante Masera. Creo que fue un profesorado, no un doctorado. Pero yo no promoví para nada ese profesorado. Se me invitó al acto y no fui. Y enterado de que un grupo había politizado la Universidad, con mi autoridad de sacerdote fui a una reunión de la Asociación Civil y les pedí que se fueran. Y, encima, hay quien me vincula con ese grupo político”.

–“Considero que éste -cuando a uno le imputan injustamente- es un juego en el que no debo entrar. Lo entendí así en una sinagoga, mientras participaba en una ceremonia: recé mucho y, mientras lo hacía, escuché un verso de los textos sapienciales: Señor, que en la burla sepa mantener el silencio. Lo que me dio mucha paz y alegría”.

(*) Benjamín Forcano (Anento, Zaragoza, 1935). Sacerdote y teólogo claretiano. Entre sus numerosos ensayos destaca Nueva ética sexual (Ediciones Paulinas, 1981), por el que sufrió un largo proceso incoado por el entonces cardenal Ratzinger. Su última obra publicada es Sociedad actual. Democracias. Neoliberalismo, Cristianismo originario e histórico (Nueva Utopía, 2011).


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