Las palabras de Reig sobre el maltrato siguen siendo polémicas
Teólogos ven las palabras de Reig como “una declaración de ojos cerrados” “En los matrimonios católicos se da tanta violencia, al menos, como en el resto”. “No hay razón par demonizar otros tipos de familia”. En ningún caso, soportar una vida de humillaciones, que puede acabar en violencia y muerte con el paso de los años Las duras declaraciones del obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, asumiendo que la violencia de género es más proclive en las parejas que no están casadas por la Iglesia han provocado estupor y malestar en muchos entornos, incluida la propia Iglesia. RD se ha puesto en contacto con varios teólogos, que coinciden en asegurar que las palabras del obispo “son una declaración de ojos cerrados”, ausente de compasión, y en incidir en que “en los matrimonios católicos se da tanta violencia, al menos, como en el resto”. El más duro ha sido el secretario de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, Juan José Tamayo, quien añadió que en las uniones católicas “se puede dar más violencia, pues se exige a la mujer que se someta a la voluntad del marido”. En su opinión, en este tipo de relaciones “se vive en situación de patriarcado”, mientras que el resto de matrimonios o uniones parentales “se intenta mantener una relación simétrica e igualitaria”. Para Tamayo, “el planteamiento de Reig es de una idealización falaz, una declaración de ojos cerrados”, puesto que la apuesta por la indisolubilidad del matrimonio a toda costa “puede posibilitar el maltrato contra la mujer y los hijos”. “En todo caso, no hay razón para demonizar otros tipos de familia”, agregó. Por su parte, José María Castillo, desde Granada, sostiene que “sostener, sin datos, ese tipo de afirmaciones, es cuando menos aventurado”. “Lo primero que tendría que abordar la Iglesia y la sociedad es la igualdad efectiva de derechos, a todos los niveles, entre el hombre y la mujer”, apunta Castillo, quien insiste en que precisamente esa desigualdad es la que lleva “a muchas mujeres a verse obligadas a seguir unidas a un hombre que los maltrata, por cuestiones de fe o porque no tienen cómo seguir adelante”. Castillo reclamó a la Iglesia “que tenga un discernimiento en cada caso, para que sepa qué es lo que tiene que aconsejar. En ningún caso, soportar una vida de humillaciones, que puede acabar en violencia y muerte con el paso de los años”. Finalmente, el biblista Xabier Pikaza asume que “la Iglesia ha sacralizado, desgraciadamente, algunas formas de violencia” sobre la base de la indisolubilidad del matrimonio a toda costa. “Pla está arriesgando a favor de un estilo de Iglesia, y no del evangelio”, añade Pikaza, quien no ve “una relación estricta entre matrimonio católico y violencia”, pero tampoco “entre otro tipo de uniones”. “Es más, en las familias tradicionales antiguas había mucha violencia oculta. Afortunadamente, hoy estamos ganando en libertad del hombre, y de la mujer”.
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28-Diciembre-2010
Volver a Jesús: tarea urgente en el cristianismo actual 1 Segunda conferencia en el Aula de Teología de la Universidad de Cantabria, 4 de noviembre de 2010 Ayer, después de oír hablar de Jesús, casi todas las preguntas se plantearon en torno a la cuestión de ¿y nosotros qué? ¿Y la jerarquía, qué?… Jesús atrae hacia algo mejor y, por eso, enseguida se plantea, desde diversas perspectivas, la necesidad de cambiar. Por eso el tema del que hoy vamos a hablar es: Volver a Jesús, el Cristo, tarea urgente en el cristianismo actual. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia experiencia de cómo estamos viviendo hoy el cristianismo en la Iglesia; cada persona tiene su propia sensibilidad, su trayectoria y, seguramente, todos tenemos una visión distinta de las cosas. 1. Algunos hechos en la Iglesia actual En un primer momento, voy a destacar algunos hechos mayores que están sucediendo en la actualidad y que nos pueden permitir un primer punto de partida para reflexionar sobre la necesidad y la posibilidad de una conversión radical a Jesucristo. Están ocurriendo muchas cosas pero yo voy a señalar tres puntos nada más: El riesgo de la reacción automática Durante estas últimas décadas, se han multiplicado estudios teológicos, encuestas, sondeos, sobre la situación crítica de las iglesias cristianas en Occidente. Tratar de ignorar esos datos sería un error, supondría pretender avanzar hacia el futuro con los ojos cerrados. Sin embargo, no es ése el mayor peligro; hay un riesgo todavía más peligroso. Condicionados por esos datos sociológicos, corremos el riesgo de reaccionar automáticamente, sin detenernos a discernir cuál debería de ser hoy la actitud de unos seguidores fieles a Jesús. En estos momentos existe el peligro real de que la Iglesia se vaya configurando desde fuera con una reacción instintiva ante los datos que nos ofrecen los sociólogos, y no como fruto de un discernimiento y una apertura valiente y confiada al Espíritu de Jesús. Voy a señalar algunos aspectos: No es difícil observar hoy cómo van tomando cuerpo en la Iglesia actitudes de nerviosismo, de miedo; comportamientos generados muchas veces, más por el instinto de conservación que por el Espíritu de Jesús que, como decimos en el credo, es siempre dador de vida. Es fácil también constatar cómo va creciendo en algunos sectores una actitud auto-defensiva ante la sociedad moderna; una actitud que está muy lejos de ese espíritu de misión que comunicó Jesús a sus seguidores cuando les decía: Id a anunciar que Dios está cerca, curar la vida; os envío como ovejas en medio de lobos. Por último, estoy observando cada vez más que, en algunos sectores, estamos llegando a ver en la sociedad moderna sólo un adversario, el gran adversario de la Iglesia, que quiere destruir de raíz el cristianismo. Y de manera casi inconsciente se puede llegar a hacer de la denuncia y de la condena todo un programa pastoral. A veces es la actitud más importante de este momento; recientemente el obispo francés Claude Dagens, portavoz de la Conferencia Episcopal Francesa, dijo en un estudio: A veces, estamos haciendo de la fe una contra-cultura, y de la Iglesia una contra-sociedad. Desde esa actitud es muy difícil, prácticamente imposible, anunciar al Dios de Jesús como el mejor amigo de todo ser humano. Por lo tanto, el riesgo de una reacción automática, muy comprensible pero también muy instintiva, que no es la mejor para actuar con responsabilidad y con lucidez. La tentación del restauracionismo En estos momentos de profundos cambios socio-culturales en los que probablemente habría que tomar decisiones de gran alcance, parece ser que sectores muy importantes de la Iglesia se han decidido más bien por el restauracionismo. Volver al pasado y asegurar las cosas antes de que se nos caigan, con el riesgo de hacer del cristianismo una religión del pasado, una religión cada vez más anacrónica y menos significativa para las generaciones venideras. En vez de ir caminando con los hombres y mujeres de hoy, colaborando desde el proyecto del Reino de Dios de que hablábamos ayer, hacia una sociedad más digna, más justa, más fraterna, más sana, parece que, sectores dirigentes muy importantes, tienden más bien a la conservación firme, rígida, disciplinada de la tradición religiosa. Es muy explicable porque, quienes tienen más responsabilidad, más suelen tender a este tipo de actuaciones instintivas. A partir de aquí, en todos los sectores, no sólo en los dirigentes, sino en las bases también, se está infiltrando, casi sin darnos cuenta, un conservadurismo religioso que no se conocía después del Concilio y que yo creo que está lejos del espíritu profético y creativo de Jesús. Se vigila el cumplimiento estricto de la normativa, no hay concesión alguna a la creatividad, todo parece que ya está fijado para siempre y se diría que, lo único que hay que hacer, en estos tiempos de cambios socio-culturales tan profundos, es conservar y repetir el pasado. Yo lo veo explicable pero a mí, sencillamente, se me hace difícil reconocer en todo esto la invitación de Jesucristo a poner el vino nuevo en odres nuevos. Pasividad generalizada Para mí, el dato más significativo puede ser este tercer punto, aunque de esto no se hable demasiado. El rasgo más generalizado de los cristianos que no han abandonado la Iglesia es, seguramente, la pasividad. Evidentemente hay un número muy importante y muy valioso –no lo quiero olvidar- de cristianos y cristianas que viven muy comprometidos en grupos, comunidades, parroquias, plataformas, áreas de marginación, proyectos educativos, países de misión… No hay duda de que hay una minoría muy importante, y que va a ser más importante y más significativa todavía en el futuro. Pero eso no impide ver que la actitud mayoritaria es la pasividad. Durante siglos hemos educado a la masa de los fieles para la sumisión, la docilidad, el silencio, la pasividad… El cristianismo se ha organizado como una religión de autoridad y no como una religión de llamada a todo el pueblo de Dios. Y las estructuras que han ido naciendo a lo largo de los siglos no han promovido la corresponsabilidad del pueblo de Dios. En la práctica se ha hecho, del movimiento de Jesús, una religión en la que la responsabilidad de los laicos y laicas, en buena parte ha quedado anulada. Y aun después del Concilio, aunque el lenguaje ha cambiado, se puede decir que todavía en muchos ámbitos y ambientes no se les necesita para pensar, proyectar y menos aún para decidir cómo ha de ser la marcha actual de la Iglesia hoy. Tal vez es el principal obstáculo para promover la transformación que necesita urgentemente el cristianismo actual. Millones y millones de fieles, una masa enorme de gente entregada a la sumisión de una jerarquía que tiene la tentación del restauracionismo. Es difícil, en esta situación, ver cómo vamos a poder enfrentarnos a los tiempos nuevos y abrir caminos al Reino de Dios siguiendo los pasos de Jesús. Por eso los pastoralistas -no tanto entre nosotros, pero sí en Europa, Canadá, EEUU- se están haciendo ya muchas preguntas. ¿Es posible una transformación? ¿Y qué transformación en estas circunstancias? ¿Podrá el cristianismo encontrar en su interior el vigor espiritual, la fuerza espiritual que necesita para desencadenar la conversión a Jesucristo? ¿Es posible movilizar las fuerzas, dentro de la Iglesia actual, hacia un seguimiento más fiel y más radical a Jesús? ¿Cómo? ¿A qué precio? ¿A través de qué despojos, de qué crisis, de cuántas personas quemadas en el camino? Son muchas las preguntas y no es fácil tener una respuesta clara. 2. Volver a Jesús el Cristo ¿Es posible la conversión? A mi entender, el giro que necesita el cristianismo actual, la autocorrección decisiva, consiste sencillamente en volvernos a Jesucristo, es decir, centrarnos con más verdad y más fidelidad en la persona de Jesucristo y en su proyecto del Reino de Dios. Creo que esta conversión es lo más urgente y lo más importante que puede ocurrir en la Iglesia en los próximos años. Muchas cosas habrá que hacer en todos los campos -litúrgico, pastoral…- pero nada más decisivo que esta conversión. Juan Pablo II, en una carta admirable que escribió a comienzo del siglo XXI dice así: No nos satisface la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo; no, no hay fórmulas mágicas. No será una fórmula la que nos salve, pero sí una persona, y la certeza que ella nos infunde: “Yo estoy con vosotros”. Esa conversión no es un esfuerzo que se le pide solamente a la jerarquía; ni que hemos de exigir solamente a los religiosos y a las religiosas, a los teólogos y a las teólogas, a un sector muy concreto de la Iglesia. Es una conversión a la que nos tenemos que sentir llamados todos en la Iglesia. Yo suelo hablar de una “conversión sostenida” a lo largo de muchos años, de muchas décadas; una conversión que hemos de iniciar ya las generaciones actuales, sin esperar a nada más, y que hemos de transmitir como talante, como espíritu a las generaciones futuras. Después de veinte siglos de cristianismo el corazón de la Iglesia necesita conversión y purificación y, en unos momentos en que se está produciendo un cambio socio-cultural sin precedentes, la Iglesia necesita una conversión sin precedentes, un corazón nuevo para engendrar de manera nueva la fe perenne en Jesucristo, pero esta vez en la sociedad moderna. No sólo aggiornamento Voy a explicar un poco más lo que quiero decir. No estoy pensando sólo en un aggiornamento, aunque sea necesario, sino en un retorno radical a Jesucristo. Como sabéis, parece ser que Juan XXIII fue el primero en hablar de aggiornamento, ponernos al día, adaptar la Iglesia a los tiempos de hoy; algo por supuesto absolutamente necesario porque, si la Iglesia quiere realizar su misión, tiene que encarnarse en cada época, en cada cultura, en cada tiempo. Yo hablo de volver al que es la única fuente y el origen de la Iglesia, el único que justifica su presencia en la historia y en el mundo. Estoy hablando de dejarle ser, al Dios encarnado en Jesús, el único Dios en la Iglesia, el Abbá, el único amigo de la vida y del ser humano. Y sólo desde esta conversión será posible el verdadero aggiornamento. No sólo reforma religiosa No me refiero sólo a una reforma religiosa, sino a una conversión al Espíritu de Jesucristo. Cuando uno ve que el cristianismo vivido con toda la buena voluntad por muchas gentes, no está centrado sin embargo en el seguimiento a Jesús, sino en el cumplimiento correcto de una religión; cuando se observa que el proyecto del Reino de Dios no es, en muchas comunidades, la tarea primordial clara; cuando la compasión no ocupa el lugar central en el ejercicio de la autoridad y en el quehacer de nosotros, los teólogos; cuando los pobres, los pequeños, los indefensos, los olvidados, no son los primeros en las comunidades cristianas… queda claro que no se necesita sólo alguna reforma religiosa, sino una verdadera conversión al Espíritu que animó la vida entera de Jesús. En esta sociedad será cada vez más difícil vivir sólo de la adhesión disciplinada a la Institución eclesial. Si en los próximos años no se produce un clima de conversión al Espíritu de Jesús, yo creo que el cristianismo corre el riesgo de diluirse en formas religiosas cada vez más decadentes y más sectarias y cada vez más alejadas de lo que fue el movimiento inspirado y querido por Jesús. No sólo cambios La renovación urgente que necesita hoy la Iglesia no va a venir sólo de algunas reformas litúrgicas que nos preparen los especialistas, ni de algunas innovaciones pastorales, aunque sean necesarias. Tenemos que actualizar la experiencia fundante; necesitamos volver a las raíces, volver a lo esencial, a lo que Jesús vivió y contagió, porque nosotros no estamos, ni viviendo ni contagiando, en buena parte, lo que Jesús vivía y contagiaba. La Iglesia se tiene que enraizar en Jesucristo como la única verdad de la que nos está permitido vivir y caminar hacia el futuro creativamente. No basta sólo con poner orden en la Iglesia, ni introducir algunas reformas en el funcionamiento eclesiástico. Yo necesito vivir y respirar en la Iglesia otro aire, otro clima diferente, de búsqueda humilde, aunando fuerzas, una búsqueda incesante para reproducir y vivir hoy entre la gente lo esencial del evangelio. ¿Es posible? ¿Cómo se puede hacer? ¿Por dónde hay que empezar? ¿Qué podemos decir? [Continuará el martes próximo] No hace falta ser un lince para descubrir la artificialidad del nacimiento en Belén. Una vez más mandan las Escrituras al decir que el Mesías nacería en Belén. Tanto Lucas como Mateo dan por supuesto el hecho, aunque lo explican de distinta manera. En Lucas se dan razones para justificar que Jesús nació en Belén. Mateo trata de justificar por qué terminó viviendo en Nazaret.
Ambos resaltan la importancia de que el Mesías perteneciera al pueblo de Israel y además fuese descendiente de David, el rey por excelencia que había nacido allí. El Mesías tenía que parecerse a él en la manera de gobernar eficazmente al pueblo. Recordamos el nacimiento de Jesús que sucedió en un lugar y en un momento determinado de la historia. Pero lo que celebramos está más allá del tiempo y del espacio. En Dios no se distingue el ser del actuar. Dios todo lo que hace lo es. Estamos celebrando que en Jesús, Dios se manifestó. Si se manifestó a través de él, quiere decir que estaba en él, es decir, se encarnó en él. Pues bien, podemos estar seguros de que Dios es encarnación y nunca podrá dejar de encarnarse. La realidad divina ni empieza ni termina, ni está aquí ni está allá, ni se crea ni se destruye. Para mí, Dios es exactamente el mismo que fue para Jesús. Si no se manifiesta en mí como se manifestó en Jesús, la culpa es solo mía. Hoy intentaremos vivir lo que tantas veces hemos escuchado o leído. En Jesús ha nacido un liberador. Pero en mí sigue habiendo un opresor, porque el salvador que hay en mí, aún no ha nacido. Recordad: lo que Dios hace en un ser humano, lo hace en todos. Lo que Dios ha hecho en el hombre Jesús, lo está haciendo hoy en mí. El nacimiento de Cristo en Jesús fue tarea de toda su vida. Nada se le dio como cómoda posesión automática. También él tuvo que nacer de nuevo. “Lo que nace de la carne es carne...” Hasta el mismo momento de morir, Jesús estuvo haciéndose Cristo. El nacimiento del Espíritu tiene que ser consciente, vivido. Nunca puede ser un presupuesto, ni para Jesús ni para nadie. ¡Qué poco nos gusta este panorama! Se nos da gratis, pero hay que desenvolver el regalo, y la envoltura tiene muchas capas que nos fascinan y nos invitan y nos tientan a quedarnos ahí. Mirar hacia dentro, es el objetivo de esta meditación. Cuando Pablo nos dice que somos otro Cristo, lo entendemos en manera simbólica, pero lo que quiere decir es muy real. Dios está en mí; “yo y el Padre somos uno”, no es símbolo, sino realidad más real que el Belén, los pastores, los magos y los ángeles juntos. El portal de Belén no es más que un símbolo, pero dentro de mí, está la realidad de un Dios identificado conmigo. Tengo que descubrir al Niño en mí. Toda la magia y la luz que puedo percibir en esa escena externa, está dentro de mí. No permitamos que la Navidad quede fuera de nosotros, hay que descubrirla y vivirla dentro. Entonces la llevaremos con nosotros a todas partes y nos permitirá caminar, y los que nos vean, podrán caminar también a esa luz. La buena noticia no es que “en la ciudad de David os ha nacido un Salvador”, sino que dentro de ti está ese salvador y puedes darle a luz en cualquier instante. Para eso estás aquí. Está dentro de ti, pero tan envuelto en trapos, que puedes no verlo. Como los pastores, puede que no lo creamos, pero por si acaso, deberíamos acercarnos sigilosos. Celebrar la navidad es dar a luz en nosotros a ese Niño, para que todos puedan ver que Dios sigue naciendo aquí y ahora. No caigamos en la trampa de celebrar un recuerdo. Atrevámonos a vivir una realidad presente y actual. Dios será siempre un Niño que yo tengo que dar a luz. Si miro demasiado hacia fuera, puedo quedar deslumbrado por las lucecitas de las estrellas o por los cantos de los ángeles, pero me perderé el verdadero tesoro que está escondido en mí y en cada uno de los seres humanos. Para Dios, los pastores, despreciados por la sociedad de entonces, son lo preferidos. Dios ve su verdadero valor y los llama a su salvación. Otros en cambio le cierran las puertas (no tenían sitio en la posada). Un pesebre es comedero. Este evangelio se escribió cuando la eucaristía era ya práctica litúrgica significativa para el cristiano. Sin duda quiere hacernos pensar en Cristo pan de vida. Os ha nacido un salvador. Está reflejando las expectativas que los judíos tenían con relación al Mesías. Los cristianos cambiaron sustancialmente el significado de la salvación, pero siguieron manteniendo el lenguaje aplicando conceptos distintos a palabras idénticas. Aquí se precisa que la salvación es para los marginados, para los que no contaban nada en aquella sociedad, ni desde el punto de vista social ni del religioso. “Y en la tierra paz”. ¡Ojalá descubriéramos el profundo significado de esta palabra! No se trata solo de ausencia de guerras, de conflictos, de refriegas. La paz es la consecuencia de una armonía, primero interna, luego hacia los demás. Desde lo divino que hay en nosotros, sería impensable cualquier guerra. La paz no es ausencia de problemas. Dios está siempre en paz, y mira que le hacemos la puñeta. Si Dios me acepta como soy, ¿por qué no puedo aceptarme yo a mí mismo? ¿Por qué no puedo aceptar a los demás? No nos damos cuenta de que al rechazarnos, rechazamos a Dios. Celebrar la Navidad es darse cuenta de que algo nuevo puede comenzar en mí, de que algo nace en mí. Toda la parafernalia externa de estas fiestas será inútil si no me lleva a la vivencia. Dios me lanza como flecha cuyo blanco, que es Él, está en lo hondo de mí ser. Parece un atrevimiento o una contradicción hablar de la dimensión política de la Navidad en medio de la ligereza de la navidad consumista, y en medio de la alegría inocente de las Niñas y Niños. Ahora predominan las fiestas- muchas veces con bastante guaro- el corre corre apresurado para comprar las
ofertas engañosas y que nos dejan enjaranados. Predomina un ambiente en donde hay poco lugar para Jesús que nace pobre y entre los pobres. Como con razón dice Dom Pedro Casáldaliga: Santa Clos nos ha robado al Niño Jesús. Si todo es fiesta, si la Navidad nos sirve para olvidarnos de los problemas ¿Qué sentido tiene ahora hablar de política que siempre trae problemas? Pero aunque estén de receso los diputados, los políticos también hacen política en Navidad, pues la política es inseparable de la vida humana. El gobierno da infinidad de regalos a los Niños pobres que se alegran sin medida, y los alegra también sin medida con el parque de los juegos siempre abarrotados. La oposición lo critica políticamente al decir que es medida política del gobierno y con eso quiere quitarle los bonos que el gobierno consigue con esas medidas. Pero más allá de este actuar político podemos volver nuestros ojos y nuestro corazón al nacimiento de Jesús y verlo como en verdad es, como un acontecimiento político y con repercusiones políticas. Sn Lucas nos dice que Jesús nace en tiempos del emperador y de los gobernantes con los que dominaba y tenía sometida la región de Judea y Galilea. Este es un dato político como si hoy decimos que Jesús sigue naciendo en tiempos del imperio de Obama y de los grandes capitales financieros. El emperador había mandado hacer un censo… y no solo para contar cuánta gente tenía bajo su dominio, sino para exigir los impuestos. Y el pueblo judío estaba ahorcado por los impuestos romanos, por los impuestos del templo, por los impuestos del comercio. Igual hoy el Pueblo no tiene encima un censo, pero sí el peso de los tratados de Libre Comercio que lo agobian y la crisis económica recae sobre el pueblo pues hay menos remesas, menos exportaciones, sube el costo de la vida. Palestina era un dominio de los Emperadores Romanos y su ejército. Esto no es política. En tiempo de Jesús, Herodes el grande, no solo era muy sanguinario, sino también hacía grandes construcciones y muy lujosas, y en las ciudades como Sèforis, Tiberìades había mucho lujo en contraste con los pequeños poblados como Belén o Nazaret. E igual que ahora, los campesinos iban perdiendo sus tierras pues no podían pagar los impuestos, o las malvendían para tener para comer. Jesús nace pobre, muy pobre. Los ángeles cantan Paz en la tierra. Una paz muy distinta que la del imperio romano que imponía la paz con las legiones romanas. Era la paz del silencio impuesto por la fuerza militar. Era la paz impuesta silenciando con represión de toda protesta. Los emperadores empezaron a proclamarse divinos, dioses desde la altura de su poder. Y en contraste Dios, el Dios verdadero se manifiesta en la ternura y la pobreza de este Niño recién nacido. Más adelante con toda razón dirá Jesús no le den al César lo que es de Dios. Denle a Dios lo que es de Dios lo que quiere Dios: una vida justa y fraterna sobre todo para los más pobres. Sin duda es un hecho político el gravísimo e inhumano contraste entre ricos y pobres. Sin duda es un hecho político el poder del imperio en contraste con la salvación que se anuncia a los Pastores como alegría para todo el Pueblo y cuyo signo es un Niño envuelto en pañales y recostado en una pesebrera. Si como cristianos queremos en verdad celebrar la Navidad, no podemos olvidar esta dimensión política del Nacimiento de Jesús en que anuncia un mundo nuevo y distinto, que denuncia la pretensión del poder y del dinero de ser los dioses de nuestro atormentado mundo. La salvación no podrá venir ni del imperio, ni del dinero, ni del poder, sino desde el amor y respeto y lucha de los pobres y excluidos, y desde el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano manifestado en la fragilidad de un Niño recostado en un pesebre y de tantos niños para los cuales tampoco hay lugar en la posada, ni en la Mesa de la Vida-pensemos ahora en especial en las Niñas y Niños de Haití y en los damnificados de las inundaciones y que después de meses todavía están en los refugios y allí pasarán la Navidad. Navidad sí con alegría, con esperanza, con luces….pero no luces falsas del consumismo con su dios santaclós y sus catedrales-Centros Comerciales. La verdadera alegría tampoco vendrá del egoísmo personal o colectivo, sino del amor y respeto a la vida humana, a una vida humana digna manifestada en un Niño que nace pobre y entre los pobres para salvarnos a todos. Y esto es profundamente político. Y algo muy importante, de cara a la “omnipotencia del Reino-Imperial”, Jesús va a centrar su vida y mensaje en el Reino de Dios- el proyecto de Dios sobre una vida humana digna. Y esto es tan contrario al proyecto de los imperiosos y de los poderosos. Más adelante en su vida pública, Jesús se atreve a llamar “zorro” al reyezuelo Herodes, y ante Pilatos representante del imperio, afirma que sí es rey. No un rey impuesto por los ejércitos, sino como mensajero de la verdad de la vida humana según el plan de Dios. A nosotros sus discípulos en la Ultima Cena nos advierte: no sean como los Reyes y los poderosos,que oprimen al Pueblo y todavía quieren que los llamen bienhechores. El que quiera ser el primero que sea el último y servidor de todos .Y este caminar de Jesús-servidor que termina en la cruz, como atinadamente nos hace notar Sn. Ignacio, comienza en su nacimiento en suma pobreza y como alegría para todo el Pueblo, como comienzo de algo totalmente nuevo, y esto es lo que estamos celebrando en Navidad a la luz de la Resurrección que vence al reino,al imperio del poder, opresión y muerte. La Navidad ¿tiene una dimensión política? Sin duda la tiene. No podemos olvidarla. Y ciertamente nos compromete en la línea de construir Otro mundo posible-más cercano al sueño del Reino de Dios. (Información recibida de la Red Mundial de Comunidades Eclesiales de Base) En los campamentos de refugiados de Haití pasarán la Navidad peor que el año pasado.- No hay cena, no hay juguetes, solo hambre y miseria
Cae el sol en el campamento Cahemaga, uno de los muchos barrios de lona que se montaron en Puerto Príncipe para acoger a los desahuciados por el terremoto del 12 de enero pasado en Haití. Este se extiende a lo largo de la carretera, de la que solo le separa una corriente encauzada que lleva más basura que agua. Allí malviven 1.200 familias que, multiplicadas por un buen puñado de hijos, salen a más de 7.000 personas sin intimidad ninguna. Con el permiso informal de un comité comandado por algunos vecinos ha podido visitarse esta ciudad de tiendas de campaña adosadas apenas unas horas antes de la Nochebuena. ¿Qué ha tenido de especial esta noche? Nada. Incluso teniendo en cuenta que la mayoría de la población profesa el vudú y el nacimiento de Jesús que celebra medio mundo no les dice mucho, tampoco huele a fiesta en las tiendas de los cristianos. Los periódicos locales recuerdan estos días a los políticos que llega la Navidad y hay 1,5 millones de haitianos viviendo bajo las tiendas. Le Nouvelliste destaca en su portada que no habrá para ellos reencuentros en familia, ni sorpresas agradables, ni luces de colores, ni villancicos, porque Haití sigue en estado de emergencia. Y, “se quiera o no, es Navidad”, lamenta el periodista. Pero, como bien dice, esta fiesta es, en todo caso, peor que la del año pasado. La calle mayor del campamento Cahemaga, es decir, según se entra a la derecha, después de aparcar en la cuneta y saltar un muro bajo, tiene un metro a la izquierda y otro a la derecha y por el medio corre un reguero que conduce directamente a las letrinas, al fondo. Ahí vierte la palangana del barbero, el barreño donde una mujer enjabona a sus dos hijos, los restos del pollo que otra descuartiza para la cena dos metros más allá, la piel del plátano, la pedicura de dos jóvenes con rulos en la cabeza, el papelillo de un caramelo o el escupitajo de un niño, adulto o anciano. No puede diferenciarse mucho del ¡agua va! en las calles occidentales de hace siglos. O de no hace tanto. Cólera Al lado de los grandes contenedores que hacen de cuartos de baño hay una tienda vacía, pequeña, con la puerta de lona hecha harapos. “Aquí vivía una familia, salieron hace unos ocho días. Cólera”, informa Gregory Branche D’Or, que se presenta como jefe de seguridad y presidente del Comité. Junto a él hay otro par de hombres, son los que guardan el orden, dicen, en esta ciudad de campaña que ya cumple once meses sin que nadie haya remozado las lonas ni puesto fecha al fin de tanta inmundicia. “¿Cómo no va a haber cólera? Mire, mire esto”, señala las letrinas y menciona las moscas que vuelan de aquí para allá. El jefe cuenta 20 afectados por la epidemia y habla de algunas muertes. El paseo deja un olor denso que no quiere despegarse de la nariz, la misma que el visitante asoma por las puertas de las tiendas por ver cómo vive la gente, pero debajo de esas carpas hay poca cosa, apenas unas sillas, alguna nevera desvencijada, perolas, nada que pueda hacer pensar en una vivienda, ni siquiera humilde. Es solo un cobijo de tránsito que ya cumple 11 meses. La vida se hace a la puerta, como en cualquier otra calle de Haití: allí vende el buhonero sus cacharros, el tendero su bolsita de azúcar, el piconero su picón para cocinar y el pipero sus chucherías. Sacar un dólar al lado de los caramelos garantiza una nube de niños descalzos o en chanclas, con las piernas pintadas con brochazos de barro, con camiseta o sin ella. Los críos se arremolinan alrededor del puesto y meten las manitas para elegir la mercancía: un buen bufido de las madres pone orden, y el pipero tampoco se queda corto. Los niños recogen los brazos y esperan. La dignidad de la pobreza consiste también en preservar al extranjero de la codicia infantil que desata un dólar. Una triste Navidad Pasado el griterío, son los adultos los que se acercan a contar, con verbos en pasado: “Yo tenía una casa alquilada”, comienza Leonord Lyman, de 34 años, dos hijos y otro en camino. Lo demás ya lo saben. Ahora toca esperar, en la puerta de casa, claro. “No espero nada de este Gobierno, ni de los que vendrán, mis hijos tampoco esperan regalos”. Lyman, como su mujer, Natacha, solo espera un parto que llegará cuando quiera, sin mucho control médico. “Si no tengo dinero, cómo vamos a ir al médico”, dice Lyman, y lamenta su aspecto, su camiseta y su pantalón, que no es pinta, dice, para ir a trabajar a la escuela. Sin embargo, el maestro va impecable, con una camiseta deportiva blanca y limpia y unos vaqueros que también han visto el jabón. Y su tienda de campaña luce espigada como ninguna, con una fuerte lona verde, como recién estrenada. En la puerta está la mujer y la niña, una criatura vestida de tul barato y lazos que realzan el negro de su piel. Primorosa, como el jardín que esta familia ha sembrado a ambos lados de la puerta, unas plantitas que dicen que la pobreza extrema también sabe combatir el desaliño si no se impone la depresión. Pero muchos parecen ya abatidos y la desazón campa en Cahemaga. “No tenemos nada, sí, hay una tienda de médicos, pero no están ahí cada día, vienen y van. Vivir aquí es difícil, las tiendas ya están rotas y cuando llueve se cuela el agua, no hay forma de dormir”. La gente sale a las calles cada día a buscarse la vida y vuelve al campamento apenas para dormir, por eso prácticamente todo lo que hay bajo las lonas son alfombras y algún colchón. “La gente cree que en este sitio vivimos bien, porque está al lado del aeropuerto y los turistas nos dan cosas, no es verdad, aquí no hay ni juguetes”, dice otro hombre del comité de seguridad mientras se cruza una adolescente embarazada. Tiene 16 años. ¿Es su primer hijo? “Sí”, asiente, y se vuelve tímida hacia la puerta masticando una mazorca. No hay Navidad en el campamento, un día pasa detrás del otro sin novedad. “Nadie vino a vernos, ningún político se hace cargo. El presidente no sabe na-da”, acaba gritando otro maestro, Serge Valere. En Puerto Príncipe, la ciudad de los gallos, que cantan a todas horas, ya casi nadie espera nada. Pero todos dan gracias a Dios. ¿Por qué? “Por todas las cosas”. Cae el sol y ha llegado la Nochebuena en Haití, que no ha tenido cena, pero sí vigilias religiosas, con cánticos y belenes, bien pasada la misa del Gallo. Por la carretera que bordea el campamento el tránsito de vehículos es caótico, como en los países más pobres de Asia o de África, no hay grandes diferencias. Pero las furgonetas pintadas de colores ponen un toque caribeño. Son las tap tap, una especie de autobús-tranvía al que se van enganchando los jóvenes, colgándose de él hasta casi taparlo. En las viseras de estas furgonetas, entre pinturas de cantantes, de flores, de colores, se da gracias a Dios, por su poder infinito, su gracia divina, su alegría terrenal, su paciencia, su bondad sin límites, por ser fuente de vida, por su luz y su magnificencia. “Por todas las cosas”. Lucas 1,26-38: Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.” Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.” María contestó: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.” Y la dejó el ángel. En la primera posada que celebramos en nuestra comunidad eclesial realizamos la lectura de Lucas sobre la anunciación de esta lectura me he quedado meditando en mi mente y sobre todo en mi corazón dos expresiones de María, alégrate y no temas. En primera instancia sería una sana terapia el preguntarnos ¿Realmente tenemos razones para sentirnos alegres y sin miedo en este tiempo? Si miramos cual es la situación de nuestra realidad que vemos: Una institucionalidad quebrada en pedacitos misma que se fraccionó terriblemente como producto del golpe de estado. Una sociedad peligrosamente victima de una división, el cual es producto de una inhumana inequidad en donde un pequeño grupo de empresarios se han apoderado de todos los recursos de Honduras en su beneficio propio en detrimento de la gran mayoría de la población. Un conflicto agrario agravado por la terquedad de una persona que tiene millones para vivir y sin embargo penosamente su ambición lo conduce a acumular más y ha llegado al extremo de asesinar y ultrajar a los campesinos por la ambición de apropiarse de sus tierras. Un país militarizado cuyas clases pudientes han apostado por armar un ejército y una policía no para dar seguridad a los ciudadanos sino para tapar la olla de presión social por la fuerza de las armas y la represión. Podríamos seguir mentando tantas desgracias que sufren los empobrecidos de nuestra Patria que realmente sería deprimente pero entonces que podemos sacar de mensaje en este pasaje que nos regala La Biblia. En una entrevista a un campesino del Bajo Aguan, un hombre de sabiduría sencilla y de gran corazón como sin duda es la de nuestra madre María, tomando en cuenta que es una campesina y una empobrecida vale recordar que se decía según en las mismas escrituras de Nazaret “nada bueno se podía esperar” . Pues el campesino a una pregunta sobre ¿Cuál es su experiencia mas alegre y cual es la mas triste en su lucha por estas tierras? Lo mas triste, manifestó, es el ver a mis compañeros asesinados por los militares compañeros con los que horas antes he compartido las labores diarias del campo y lo mas alegre es tener Fe y Esperanza, tener la seguridad de que Dios esta con nosotros y que esta lucha no solo es por nosotros sino que también es por el futuro de toda Honduras. Otra campesina expresaba que no tienen miedo y continuarían con la lucha por la tierra aunque esto les trajera la muerte pero que lo lograrían. En lo personal como cada cual sin duda, según su vivencia, lo puede expresar existen alegrías en las cosas pequeñas, como ser un año que termina con el estudio exitoso de mis hijos o el lograr un año mas con un negocito a cuestas esto considerando la crisis económica pero pienso que la esencia de la navidad es mucho mas es precisamente el mensaje noble de la encarnación de Dios por su hijo Jesús, el abajamiento y la apuesta a favor de los empobrecidos y el Dios que esta en nuestra historia a pesar de los sufrimientos de los y las empobrecidas para ser nuestro liberador estar seguros y con fe de que los que propugnan la mentira y la muerte no tienen la última palabra sino que el Dios con nosotros a nacido y nos trae su Reino de vida. (Información recibida de la Red MUndial de comunidades Eclesiales de Base) En Navidad celebramos el misterio de la encarnación: Dios cobra condición humana en Jesús de Nazaret para traernos salvación. Desde un punto de vista cristiano, podemos afirmar que la salvación es la realización del sentido de la vida humana, es alcanzar nuestra realización personal y colectiva, ser lo que tenemos que ser, lograr aquello para lo que existimos. Eso implica tener un referente de humanidad y de ser humano, y la fiesta de Navidad nos recuerda que ese referente es Jesús de Nazaret, quien ha resultado ser una buena noticia para la humanidad.
En uno de los escritos de Jon Sobrino se afirma que “evangelio” puede significar tres cosas: primero, es lo que anuncia Jesús, el Reino de Dios; segundo, es la pascua de Jesús, su muerte y resurrección; y tercero, es el modo de ser de Jesús en su servicio al reino de Dios y en su relación con el Padre. En estas líneas queremos destacar el tercer sentido: Jesús como Buena Noticia, que en definitiva es la razón de la fiesta de Navidad. Tomemos como punto de referencia las actitudes de Jesús, esto es, su conducta ante la ley judía, el templo, los marginados, los endemoniados, los milagros, el perdón, el seguimiento, la fe en Dios… Y, desde ese plano, preguntémonos: ¿qué es lo que hizo Jesús que lo convirtió en buena noticia? De entrada, digamos que fue ese modo de ser donde se puso de manifiesto todo lo que es auténticamente humano: la ira y la alegría, la bondad y el rigor, la amistad y la indignación. Ejemplifiquemos: hace uso de la violencia física contra los profanadores del Templo (Jn 2, 15-17); le causa alegría el hecho de que Dios haya mostrado a los sencillos las cosas que se ocultaron a los sabios y entendidos (Mt 11, 25-26); se compadece de las muchedumbres hambrientas y desorientadas (Mt 6,34); desenmascara a los que explotan al pueblo en la esfera social o religiosa: ricos, escribas, fariseos, sacerdotes o gobernantes (Mc 9, 33-37; Mc 10, 23-26; Mt 15, 1-9); no quiere que sus discípulos le llamen “maestro”, sino “amigo” (Lc 12, 4; Jn 15, 13-15); se llena de una profunda tristeza ante la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11, 36); se indigna ante la dureza de corazón y la poca apertura y disponibilidad al cambio (Mt 11, 20-24; 21, 31-32; Lc 7, 31-35). Este modo de ser de Jesús provoca en el pueblo una creciente atracción y admiración, mientras que en los líderes políticos y religiosos genera rechazo y condena. El Evangelio de Marcos registra muy bien estas reacciones : a la gente del pueblo le atrae que Jesús enseñe con autoridad y mande incluso a los demonios; que toque a las personas impuras, como al leproso, curándolo y contraviniendo las leyes antiguas; que cure a un paralítico y perdone sus pecados; que intencionalmente ponga en entredicho y contraríe las leyes curando en día sábado; que expulse los demonios y dé de comer al pueblo compartiendo y multiplicando los alimentos; que interprete con libertad y con tanta autoridad las leyes y la palabra de Dios. La reacción de parte de los dirigentes del pueblo es, ciertamente, muy distinta y distante de la asumida por las muchedumbres. Ante el modo de ser de Jesús, los doctores de la ley dicen que blasfema contra Dios; anda con pecadores y cobradores de impuestos; está poseído por el demonio; quebranta la observancia del sábado; no guarda el precepto del ayuno; no tiene autoridad. En suma, mientras el pueblo en general admiraba mucho a Jesús; los jefes del pueblo, los sumos sacerdotes y los escribas buscaban prenderlo y eliminarlo. Entonces, ¿por qué el modo de ser de Jesús impactó tanto que resultó ser de suyo evangelio? Jon Sobrino nos ofrece una respuesta con las siguientes palabras: “De Jesús impacta, sin duda, el mensaje de esperanza, sus actividades liberadoras: milagros, expulsiones de demonios, acogida a los marginados, su praxis de denuncia y desenmascaramiento de los poderosos, es decir, llamó la atención su servicio al reino de Dios. Pero también su modo de ser y hacer el reino ejerció un gran impacto: en Jesús veían a alguien que hablaba con autoridad, convencido de lo que decía, no como los fanáticos irracionales o como los funcionarios a sueldo. En sus tribulaciones acudían a él y al pedirle solución a sus problemas lo hacían con lo que, al parecer, era siempre el argumento decisivo: Señor, ten misericordia de nosotros”. En suma, lo que hace que el modo de ser de Jesús sea una buena noticia (evangelio) es su talante compasivo. Jesús se conmueve hasta las entrañas al ver a las muchedumbres angustiadas y desvalidas (Mt 9, 36). Se hace escandalosamente solidario con los leprosos, publicanos, prostitutas, pecadores, niños y mujeres. Su talante compasivo no disminuía su actitud crítica y profética. Su Buena Nueva para los pobres fue a la vez mala noticia para los poderosos de su tiempo. No fue neutral o imparcial. Se definió ante el conflicto social y ante la dominación religiosa. Tomó partido inequívocamente en favor de los pobres y de los excluidos. La compasión solidaria y la indignación profética son dos actitudes fundamentales de la vida de Jesús, de su ser más profundo, en las que se nos da una Buena Noticia concreta e histórica. Por eso en Navidad podemos afirmar con alegría y esperanza que por Jesús Dios está no al margen de nosotros, no en contra de nosotros, sino con nosotros. Y eso nos anima a ser mejores seres humanos y a construir una mejor sociedad. Antes de que nazca Jesús en Belén, Mateo declara que llevará el nombre de «Emmanuel», que significa «Dios-con-nosotros». Su indicación no deja de ser sorprendente, pues no es el nombre con que Jesús fue conocido, y el evangelista lo sabe muy bien.
En realidad, Mateo está ofreciendo a sus lectores la clave para acercarnos al relato que nos va a ofrecer de Jesús, viendo en su persona, en sus gestos, en su mensaje y en su vida entera el misterio de Dios compartiendo nuestra vida. Esta fe anima y sostiene a quienes seguimos a Jesús. Dios está con nosotros. No pertenece a una religión u otra. No es propiedad de los cristianos. Tampoco de los buenos. Es de todos sus hijos e hijas. Está con los que lo invocan y con los que lo ignoran, pues habita en todo corazón humano, acompañando a cada uno en sus gozos y sus penas. Nadie vive sin su bendición. Dios está con nosotros. No escuchamos su voz. No vemos su rostro. Su presencia humilde y discreta, cercana e íntima, nos puede pasar inadvertida. Si no ahondamos en nuestro corazón, nos parecerá que caminamos solos por la vida. Dios está con nosotros. No grita. No fuerza a nadie. Respeta siempre. Es nuestro mejor amigo. Nos atrae hacia lo bueno, lo hermoso, lo justo. En él podemos encontrar luz humilde y fuerza vigorosa para enfrentarnos a la dureza de la vida y al misterio de la muerte. Dios está con nosotros. Cuando nadie nos comprende, él nos acoge. En momentos de dolor y depresión, nos consuela. En la debilidad y la impotencia nos sostiene. Siempre nos está invitando a amar la vida, a cuidarla y hacerla siempre mejor. Dios está con nosotros. Está en los oprimidos defendiendo su dignidad, y en los que luchan contra la opresión alentando su esfuerzo. Y en todos está llamándonos a construir una vida más justa y fraterna, más digna para todos, empezando por los últimos. Dios está con nosotros. Despierta nuestra responsabilidad y pone en pie nuestra dignidad. Fortalece nuestro espíritu para no terminar esclavos de cualquier ídolo. Está con nosotros salvando lo que nosotros podemos echar a perder. Dios está con nosotros. Está en la vida y estará en la muerte. Nos acompaña cada día y nos acogerá en la hora final. También entonces estará abrazando a cada hijo o hija, rescatándonos para la vida eterna. Dios está con nosotros. Esto es lo que celebramos los cristianos en las fiestas de Navidad: creyentes, menos creyentes, malos creyentes y casi increyentes. Esta fe sostiene nuestra esperanza y pone alegría en nuestras vidas. Según los evangelios de la infancia, cuando Jesús nació en Belén, nadie se enteró de ello, fuera de María, José y los pastores. Más tarde, una misteriosa estrella guió a unos sabios de Oriente hasta encontrarlo. Los sacerdotes continuaron realizando sus ceremonias religiosas en el templo de Jerusalén, en Roma el emperador Octavio Cesar siguió dando órdenes en el imperio. En nuestros días va a suceder algo semejante.
La Navidad ha sido secuestrada por la sociedad del consumo de la llamada “civilización cristiana occidental”, nadie se atreve a negar ni a atacar la Navidad, aunque uno sea religiosamente indiferente, agnóstico o ateo, pero la hemos vaciado de su contenido cristiano y transformado en una fiesta mundana, especialmente para acomodados. Nuestras ciudades se llenan de luces, los comercios cantan villancicos para vender más en estas fiestas de fin de año. En las Iglesias se preparan los belenes y la liturgia de la noche de Navidad. Tanto en Washington como en el Vaticano luce un inmenso árbol de Navidad. Pero el Señor parece cansado de estas celebraciones vacías de contenido y nos quiere dar una sorpresa: este año Jesús ha decidido nacer en Haití, el pueblo de antiguos esclavos africanos, el primero que se independizó en América Latina, actualmente el más pobre del continente americano, hace un tiempo sacudido por un terrible terremoto, luego inundado por un huracán y ahora en plena epidemia de cólera que ya ha matado a miles de personas. Su futuro es muy incierto, sus elecciones fraudulentas. En este pueblo que no cuenta en el concierto de las naciones, que sobrevive en campamentos y vive con la ayuda del exterior y con la ambigua presencia de los Cascos azules, precisamente en este pueblo este año va a nacer Jesús. Seguramente tampoco casi nadie se enterará de ello, ni en Washington ni quizás en Roma, como sucedió en la primera Navidad de la historia. En la liturgia de la noche de Navidad se lee el texto de Isaías que afirma que “el pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz” (Is 9, 1). Esta luz este año nos viene de Haití. No se trata simplemente de que en esta Navidad ayudemos a Haití con donativos para contentar nuestra mala conciencia, sino de algo más difícil y duro: que nos dejemos iluminar por la luz que nace de Haití, que esta luz nos descubra la falsedad y superficialidad de nuestra vida, la hipocresía de nuestra sociedad, la vaciedad de nuestra religión, nuestro racismo y eurocentrismo que desprecia a otros países y otras razas. Estamos en tinieblas, aunque encendamos miles de lucecitas estos días para disimularlo, pero la luz que realmente nos ilumina viene desde Haití y nos dice que otro mundo no sólo es posible sino necesario. Evidentemente Haití tiene otros nombres: saharauis, afganos, palestinos, magrebíes que llegan en pateras, emigrantes latinoamericanos que viven en los países del primer mundo, parados y gente sin hogar, enfermos con Alzheimer, ancianos abandonados en residencias, niños de la calle..…todos ellos se llaman este año Haití. Y en Haití nace el Niño Jesús: su mensaje nos recuerda que la alegría y paz verdaderas brotan de la solidaridad y del compartir fraterno, porque todos somos hermanos y hermanas y tenemos un mismo Padre común. Desde Haití los ángeles este año anuncian de nuevo la paz a las personas de buena voluntad. ¿No los escuchamos? Vayamos este año a Haití, allí encontraremos al Niño con María y José. La estrella que guió a los magos de Oriente nos guiará también a nosotros hasta nuestro Haití. Cochabamba, Bolivia, diciembre 2010 Hoy se acepta con normalidad que los evangelios no son crónicas históricas, en el sentido moderno del término, sino catequesis elaboradas por creyentes, que buscan comunicar, compartir y alentar la fe de las primeras comunidades. No se niega su base histórica, pero ésta –de acuerdo también con los usos de la época- ha sido “elaborada” en función del mensaje que se quería transmitir.
Si ese principio es válido para el conjunto de los relatos evangélicos –y los estudiosos se hallan empeñados en la ardua tarea de discriminar la “historicidad” de cada perícopa-, mucho más para los así llamados “relatos de la infancia”. En estos relatos, particularmente, que encontramos sólo en los evangelios de Mateo y de Lucas, no hay que ir a buscar historia, sino teología, es decir, contenidos de fe. En Lucas, es María quien recibe directamente el anuncio del ángel –la anunciación-; en Mateo, por el contrario, el destinatario del mensaje angélico es José. En ambos casos, lo que se busca transmitir es exactamente lo mismo: Jesús nace todo de Dios. Si nos ceñimos al relato de Mateo, que estamos comentando, la exégesis actual parece inclinarse a pensar que el evangelista está utilizando unos temas que ha recibido de la tradición; si bien otros insisten en que, atendiendo al vocabulario empleado, él mismo los habría reelaborado de un modo muy personal. Empecemos reconociendo una obviedad. El tema del nacimiento sin intervención de un padre se encuentra a menudo en relatos egipcios y helenísticos, que hablan de la generación divina de reyes, héroes, sabios…: desde Horus, hasta Attis de Frigia, pasando por Dionisos y Mitra, y llegando incluso a Platón –de quien su sobrino Espeusipo, en el discurso pronunciado al año de la muerte del filósofo, afirmó que éste había sido engendrado directamente por Apolo- y, por supuesto, a los emperadores romanos… También en contextos mas alejados, como la India, se dice de Krishna, que nació de la virgen Devaki. En una cultura en la que se pensaba que la mujer jugaba únicamente el papel de “receptor” y “nido” de la nueva vida, que se creía provenía en exclusividad de la figura paterna –el semen contenía la totalidad de la vida que iba a nacer-, parece claro que, al eliminar la intervención masculina, se estaba diciendo que el niño que nacía era hijo de Dios en su totalidad. La madre no era sino el receptáculo que lo acogía. La idea, sin embargo, era desconocida en el judaísmo de Palestina. El texto de Isaías que cita Mateo –“la virgen concebirá…”-, aparte de referirse a un hecho concreto de la historia del pueblo, no parece que hable originalmente de “virgen”, sino sencillamente de “doncella” o “joven”: así es como, según los expertos, habría que traducir el término hebreo “almâh”. El que fuera una idea inexistente en Palestina, podría ser un indicio de que pudo haberse fraguado en alguna comunidad judeo-helenística-cristiana, donde hubiera encontrado fácil receptividad. Probablemente, el relato forme parte del intento de ciertas comunidades de mostrar a Jesús como “Hijo de Dios según el Espíritu”, tal como se expresaba Pablo en la carta a los Romanos (1,4). El relato del nacimiento virginal sería entonces una forma de dar cauce a aquella convicción. Eso significa que, antes que una afirmación que se refiera a la biología, es un relato teológico. No se está hablando de la virginidad biológica de María, sino del carácter divino de Jesús: el recurso para hacerlo –en línea con la costumbre egipcia y helenística- era mostrarlo como nacido sin intervención de varón. En cualquier caso, en el relato bíblico, el Espíritu Santo no reemplaza al elemento masculino que hace posible el engendramiento. Se trata, más bien, del poder creador de Dios, siempre actuante, y no de un intervencionismo mítico, que rivalizara con lo humano. Si miramos el evangelio de Mateo en su conjunto, quizás hayamos de concluir que lo que más le interesa al autor es el nombre “Emmanuel”, con el que entiende la persona y la obra de Jesús: para este evangelista, Jesús es, antes que nada, “Dios-con-nosotros”. Tanto es así que va a hacer con ese nombre una gran inclusión, que abraza a todo su escrito. La primera parte de la misma corresponde al relato que estamos comentando, en el capítulo primero; la segunda aparecerá en el último, puesta entonces en boca del propio Jesús, como cierre de todo el evangelio: “Yo-soy-con-vosotros todos los días hasta el final del mundo” (28,20). Al principio y al final, el mismo nombre, que define la persona y la misión de Jesús entre los suyos: Emmanuel. Esto es lo decisivo para Mateo, la certeza sobre la que apoya su fe: han descubierto en Jesús la cercanía completa de Dios. Para insistir en que es todo de Dios, recurre al relato, común en su entorno, de un “nacimiento virginal”. ¿Cómo hablar entonces de la “virginidad de María”? Soy consciente de que este tema –donde se entrelazan lo religioso, lo cultural y lo psicológico, en una mezcla en la que intervienen poderosos elementos inconscientes e incluso arcaicos o ancestrales, relativos a la sexualidad y a la figura de la mujer- toca fibras muy sensibles en la piedad católica. Una anécdota puede ilustrar, mejor que otra cosa, lo que quiero decir. No hace muchos años, en una romería a un santuario mariano, un hombre me comentaba: “Yo no sé si creo en Dios; pero que a nadie se le ocurra tocarme a la Virgen…” Con todo el respeto al modo que cada cual tenga de expresar e incluso vivir sus creencias, me parece que podríamos empezar por ponernos de acuerdo en algo elemental: más importante que la virginidad biológicaes la virginidad espiritual. Esta última podría entenderse como “disponibilidad”, la actitud abierta y dócil de quien se deja hacer por Dios, sin límite ni medida. Una persona virgen es aquélla cuyo corazón no está “ocupado” por ninguna otra cosa que la voluntad de Dios. Si queremos expresarlo de un modo aún más radical, podemos decir que virgen es la persona que se ha desindentificado o desapropiado de su yo y, por tanto, ya no vive para él. Es “virgen” –apertura, disponibilidad, donación…- quien no está identificado con su ego ni vive para él, sino que ha descubierto-experimentado la Identidad-sin-límites (transegoica o transpersonal, no-dual) que todo lo abraza. Una identidad, por lo demás, que únicamente puede percibirse en el presente. En ausencia de identificación con el yo, la persona es cauce o canal a través del cual Dios puede fluir con entera libertad. Por eso, puede cantar como María: “El Poderoso ha hecho en mí obras grandes”. No hay sentido alguno de apropiación; hay únicamente un “dejarse vivir”, asintiendo a la Vida que se expresa en la forma del momento presente. La virginidad, por tanto, así entendida, puede considerarse como el horizonte hacia el que caminamos…, porque en realidad ya lo somos. Al comprender la Unidad que somos y trascender la conciencia egoica –en la desapropiación del yo- nuestro corazón se “desocupa” y nos descubrimos conteniendo en nosotros al universo entero. En ese camino nos hallamos. En María, acogemos y celebramos a una mujer que lo ha vivido; por eso, también en ella nos reconocemos. |
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