Circula por las redes sociales esta viñeta sobre el Dalai Lama, que ha tenido aceptación.
¿Puede estar de acuerdo un cristiano con esta afirmación del Dalai Lama? Desde luego que sí. ¿Significa que debemos renunciar a nuestra propia religión? El Dalai Lama no renuncia al budismo. Todo el que muestra tener un buen corazón ya vive la verdadera realidad de cualquier religión. Por el contrario, un cristiano que no manifieste un buen corazón, no es cristiano. Lo expresamos así, en bloque, pero la realidad no es un “todo o nada”, un “blanco o negro”. La realidad tiene muchos matices de grises. Todos tenemos algo, más o menos, de buen corazón; todos somos un poco religiosos y un poco paganos. La religión es un método de aprendizaje, una prótesis, para facilitar el desarrollo de ese buen corazón. Si las gafas no te dejan ver a tu hermano, no es esa la prótesis que necesitas. Un cristiano sabe que “al principio no fue así” (Mt 19,8). Solamente cuando se sintieron desnudos, cuando surgió la envidia entre hermanos, entonces fue necesario establecer normas. Y esas normas fueron expresando lo mejor de la conciencia colectiva de cada pueblo. ¿Un relato mítico? Sí, pero que sintetiza en forma narrativa un largo proceso social. Carl Rogers basaba su terapia en la bondad inherente a todo ser humano. No hay que introyectarnos unas normas externas, sino descubrir lo que todos llevamos en nuestra conciencia. En el desarrollo de la Historia, el ser humano ha ido evolucionando desde la reacción instintiva hacia el autocontrol de su libertad. La sociedad civil ha ido asumiendo la tarea que habían realizado las religiones. Las normas higiénicas ya no son impuestas como mandatos divinos, sino como eficaces recomendaciones sanitarias (aunque todavía algunos se resisten a vacunas bien comprobadas); los hospitales no son de caridad, sino responsabilidad del Estado. Las leyes tribales se han ampliado hasta la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Las religiones deben ser conscientes de que los creyentes van alcanzando la mayoría de edad y tienen que asumir sus propias decisiones. Podemos encontrar en nosotros mismos los sentimientos de justicia, compasión, y amor. Así mismo todos somos conscientes de que la realidad es más compleja. La sociedad tiene que defender a los más débiles con unas leyes que penalicen a quienes no respetan los derechos de los otros. Incluso estas leyes no bastan para garantizar esos derechos. La sociedad tiene que desarrollar la cultura para poner de relieve esa bondad consubstancial al ser humano; y a ello contribuyen las leyendas, la filosofía, la poesía, el arte… Es así mismo necesario que se formen agrupaciones, ONGs, religiones... que desinteresadamente desarrollen y fomenten esta cultura y este fondo ético. Esta manera de entender la religión como un buen corazón no es una novedad, ni un repliegue de última hora; estaba ya en los orígenes del cristianismo. La carta (epístola) de Santiago afirmaba expresamente: “Una religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre consiste en cuidar de huérfanos y viudas en su necesidad y en no dejarse contaminar por el mundo” (Santiago 1,27). Y Jesús, como los Profetas de Israel, centró la verdadera religión en el corazón: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.
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Empezamos a ver a personas durmiendo o pasando la noche en los portales, cajeros, puentes…
Todos los cristianos queremos ofrecer signos para que las personas puedan sentirse llamadas a seguir a Jesús de Nazaret. Y hay un signo –significativo- que hoy veo sencillo y expresivo. En casi todas las diócesis hay locales, pisos, habitaciones, que no estamos usando como comunidad cristiana y que se están envejeciendo en la soledad y el silencio. Pensemos la cantidad de habitaciones que tenemos en los seminarios, casas de monjas, antiguos colegios, casas parroquiales… Vería un gesto muy positivo el compartir esos pisos con las personas sin techo, por lo menos hasta que puedan ser personas empadronadas y cobrar la renta ciudadana. En el proceso de acompañar a los refugiados o a los inmigrantes a ser ciudadanos con todos los derechos y obligaciones, hay que empezar porque tengan empadronamiento. Y para ello, necesitan un piso donde vivir. Qué buena operación por parte de los cristianos. Es cierto que son los gobiernos los principales responsables de dar esa vivienda. Pero en la iglesia no podemos seguir teniendo pisos vacíos. Si queremos vivir el espíritu de Jesús, podemos ceder los pisos. Sé por propia experiencia lo que cuesta encontrar una vivienda para una familia así. Y mientras, los pisos diocesanos, vacíos. Buscamos signos evangelizadores. Ahí tenemos uno muy importante. Obras son amores. Alabamos cuando alguna parroquia deja sus locales para que puedan comer y dormir los empobrecidos. Mucho más cuando se trata de locales que están vacíos, abandonados, sin usar. Incluso todos los cristianos, todas las personas que lo deseemos, podemos unirnos y poner cada uno al mes una cantidad pequeña y entre todos pagar durante seis meses la cuota de alquiler. Luego ya cobrarán como ciudadanos empadronados los 430 euros. Nuestra misión es crear vida digna para todos. Y quien más lo necesita es quien peor lo pasa. No se encuentran pisos baratos. Es una necesidad urgente. Podemos prestar nuestras huertas y locales para edificarlos. Y podemos prestarlos a las rentas bajas. El Reino exige la entrega total hacia una sociedad nueva. Y este es un signo urgente. La principal responsabilidad es del gobierno, pero, en caso de no hacerlo y mientras lo seguimos exigiendo, hay personas que tienen que vivir en la calle. Sería un buen gesto por nuestra parte. Hasta me atrevería a decir: ni un euro más gastado en arreglo de templos, mientras todos los hijos de Dios no tengan casa. Las personas que piden a la puerta de nuestras iglesias, nos lanzan un SOS. ¿Cómo entrar nosotros en el templo y dejar fuera sin morada a tantas personas? Entramos en el templo y rezamos alegremente “por los que no tienen vivienda, roguemos al Señor” Y siento que Dios me dice: “pues haz algo, pon siquiera un ladrillo para que encuentren dónde vivir “ No faltan viviendas, falta reparto y uso de las viviendas. Hay para todos. En algún sitio he leído que existe una iglesia católica en Malasia en la que sus exiguos feligreses tiene desplegado un eslogan que dice: "Si no has podido ver el amanecer de hoy, no importa. Mañana te regalo otro. Firmado: Dios". Me parece un buen punto de reflexión sobre una forma de orar que estamos pasando por alto en nuestro mundo mecanizado y positivista; una expresión oracional que asimilamos a la vida monástica que tanto invita a la contemplación, pero que no identificamos suficientemente con toda persona con experiencia de Cristo (es decir, cristiana).
Toda filosofía nace del asombro que nos lleva a hacernos preguntas. Y el asombro como oración es una variante de la acción de gracias. Como dice San Pablo en la Primera a los Corintios, ¿qué tienes que no hayas recibido? Solo con pasear la mirada por la naturaleza, contemplar un atardecer en verano o un amanecer en otoño, tenemos suficiente material espiritual para abrirnos al asombro, que no es más que una manifestación genuina de la humildad, del hacernos como niños con la intención que le dio Jesús a esta expresión. La humildad, ¡ay!, es el mejor camino para asombrarse también de las propias capacidades dormidas: pinta, canta, baila, cocina, escribe, escucha, sonríe, ayuda... El Todopoderoso ha hecho obran grandes en mí, es una exclamación que Lucas pone en labios de María para hacerla nuestra y repetir con frecuencia. Cuando algo o alguien nos emocionan, no podemos evitar expresarlo. El regocijo no es completo si no lo compartimos. La experiencia gozosa de un Dios perdonador hizo exclamar los bellos salmos que nos legó David llenos de bendición y asombro agradecido. Seguro que disfrutó intensamente en su corazón con semejantes sentimientos exultantes. Lograr la actitud de asombro ante lo mucho que tenemos -en lugar de vivir centrados en lo que nos falta- tiene una consecuencia enraizada en el propio Cristo: sabernos bendecidos invita a compartir lo recibido, la alegría sí, pero también los dones que a otros les faltan: compartir el amor de Dios en mil formas e intensidades, conforme a lo recibido gratis. Qué pocos cristianos son conscientes de donde viene la fiesta. Tanto "fiesta" como "festival" proceden del término festus, que significa lo referente a los días destinados a los actos religiosos. Hemos institucionalizado la celebración "festiva" (¡celebración litúrgica!) para expresar el gozo por el amor que Dios nos tiene, pero carecemos de la chispa propia de la experiencia asombrosa de sentirnos amados por Dios. Seguimos en la misma dinámica. Sale Jesús de Jericó, camino de Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el mismo relato entraña la lección. Lo encontramos en los tres sinópticos de manera casi idéntica. Lc sitúa el relato antes de entrar en Jericó. Mt habla de dos ciegos pero el relato es el mismo. Estamos en la última escena, antes de entrar en Jerusalén. Después del relato de hoy, el evangelio de Mc da un profundo quiebro. Lo que acontece en Jerusalén está más cerca del relato de la pasión que de lo narrado hasta ahora.
Es un relato que tiene poco que ver con los que Mc ha utilizado hasta ahora. Le llama; le pregunta qué es lo que quiere; admite el título de Hijo de David; no lo aparta de la gente; la curación no va acompañada de ningún gesto; no le manda guardar silencio sobre lo sucedido. Una vez que Mc ha dejado claro que el camino hacia el Reino es la renuncia y la entrega hasta la muerte, ya no hay lugar para los malentendidos. No tiene sentido mandar callar ni rechazar el título de Mesías. Como vamos a ver, todo son símbolos. Al borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la marginación, está fuera del camino, tirado en la cuneta, sin poder moverse, viendo cómo los demás pasan y dependiendo de ellos. El ciego tenía ya asignado su papel, (la exclusión), pero no se resigna. Sigue intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente. “Hijo de David” era un título mesiánico equivocado; suponía un Mesías rey poderoso, que se impondría con la fuerza. A Mc ya no le importa, no le manda callar. Le regañaban para que se callara. Los que acompañan a Jesús no quieren saber nada de los problemas del ciego. Como diciendo: En la situación en que te encuentras no tienes derecho a protestar ni a gritar. Aguanta y cállate. Era el sentir del pueblo judío, tan religioso él. “La gente” significa, para nosotros hoy, la inmensa mayoría de los cristianos que siguen a Jesús, pero no descubren la necesidad de ver más allá de sus narices y emprender un nuevo camino. Una vez más aparece la sutil ironía de Mc: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que el ciego se acercara a él. Los más cercanos a Jesús siguen sin ver. Llamadlo. Se advierte la carga simbólica del relato. En menos de una línea se repite por tres veces el verbo llamar. La llamada antecede siempre al seguimiento. Jesús valora la situación de muy distinta manera que sus acompañantes… Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Al menor síntoma de acogida, el ciego tira el manto y da un salto. Un ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora confía, aunque no ve. El manto representa lo que había sido hasta el momento, que se convierte en un estorbo. Todas sus esperanzas están ahora puestas en Jesús. Este es el verdadero milagro, que el mismo ciego realiza. ¿Qué quieres que haga por ti? Desde el punto de vista narrativo, la pregunta no tiene ningún sentido. ¡Qué va a querer un ciego! La pregunta que le hace Jesús, es la misma que, el domingo pasado, hacía a Santiago y Juan. La pregunta es idéntica, pero la respuesta es completamente distinta. Los dos hermanos quieren “sentarse” junto a Jesús en su gloria. El ciego quiere ver para “caminar” con él. La diferencia no puede ser más abismal. ¡Que pueda ver! Jesús provoca, con su pregunta un poco absurda, este grito. En toda la Biblia, el “ver” tiene casi siempre connotaciones cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello que es importante para la vida espiritual. Este grito es el centro del relato, siempre que descubramos que no se trata de una asistencia sanitaria. Se trata de ver el camino que conduce a Jerusalén para poder seguirlo. El camino del servicio que conduce hacia el Reino. De ahí la respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la visión, sino la adhesión a Jesús y el seguimiento. Una lección para los discípulos que no terminan de ver. Tu fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que libera. Solo él ve a Jesús. Solo él le sigue por el camino... el camino que lleva a la entrega total en la cruz. Mc deja bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús, será siempre cosa de minorías. La multitud que seguían a Jesús sigue ciega. Todos estos domingos venimos viendo la falta total de comprensión de los discípulos. No habían ni siquiera atisbado la propuesta de Jesús. Solo después de la experiencia pascual ven a Jesús y le siguen. Y lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a Jesús le sigue en el camino hacia Jerusalén. Antes estaba al borde, es decir fuera del camino. El relato de una ceguera material es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos y a obscuras. Los discípulos demuestran una y otra vez, su ceguera. Un ciego tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después descubre al auténtico Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue. Ya en la primera lectura de Jeremías encontramos un anuncio de este mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos sino a los ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir a los débiles. No es el ciego el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria humana está en los que, aún siguiendo a Jesús, mandan callar al ciego. Lo estamos repitiendo todos los días. ¡Que se callen los miserables! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. No oír, no ver la miseria que hay a nuestro alrededor, mirar hacia otro lado, es la única manera de vivir tranquilos. La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en esa marcha. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalece hoy. Se daba por supuesto que Dios estaba en esa dinámica, y que todo lo defectuoso era rechazado por Él. Esto es lo que no podía soportar Nietzsche, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus radicales limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección sino en la misma persona, independientemente de sus carencias. La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siéndolo para nosotros hoy. Hemos avanzado con relación a las limitaciones físicas, pero con los fallos morales. Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores públicos, a las prostitutas, a las adúlteras. Lc, después de este relato, inserta el de Zaqueo que expresa lo mismo, pero con relación a los impuros. Nosotros seguimos creyendo que los pecadores son también rechazados por Dios. Ellos nos preceden en el Reino. La escala de valores que nos propone el evangelio, no solo es distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: Qué grande es Jesús que, de una persona despreciable, ha hecho una persona respetable. Desde nuestra perspectiva, primero hay que cambiarla, después hablaremos. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto es preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar! Meditación-contemplación Grita desde lo hondo de tu ser una y otra vez: ¡Que pueda ver! ¡Que pueda ver!... Y pronto te responderán: ¡Pero si puedes ver! Solo tienes que abrir los ojos. El ojo interior está hecho para ver; descubre la causa de tu ceguera. El evangelio de este domingo cuenta el ultimo milagro realizado por Jesús durante su vida pública. Pero no es uno más; el relato depara interesantes sorpresas.
El protagonismo de Bartimeo En contra de lo que cabría esperar, el principal protagonista no es Jesús. Este se limita a ir por el camino y, cuando oye a uno que le grita repetidamente pidiéndole que se compadezca de él, ni siquiera se acerca para saber qué quiere. Lo manda llamar. Y cuando tiene lugar el milagro, no se lo atribuye; todo es mérito del ciego. En cambio, a Bartimeo le concede el evangelista una atención especial. Aparte de indicarnos el nombre de su padre (detalle que no se da en otros casos) se describe con detalle todo lo que hace. Ha elegido un buen sitio para pedir limosna: el camino de Jericó a Jerusalén, uno de los más transitados. Y cuando se entera de que quien pasa es “Jesús el nazareno” comienza a gritar pidiéndole que se compadezca de él. En nuestras calles y en las entradas de las iglesias nunca faltan mendigos. En general se comportan de forma educada, a veces ni hablan, les basta un gesto. ¿Qué sentiríamos si uno de ellos se pusiera a gritar repitiendo: «Ten compasión de mí»? Reaccionaríamos igual que los que acompañan a Jesús: diciéndole que se calle. Pero Bartimeo insiste, grita cada vez más. Y cuando consigue que Jesús lo llame parece que ha dejado de ser ciego. De un salto, sin miedo a tropezar, deja tirado su manto y marcha hacia él. Entonces ocurre lo más sorprendente. Tres finales posibles Imaginemos lo que podría haber ocurrido para comprender mejor lo que ocurrió. Primer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, Bartimeo no lo duda: una buena limosna. Jesús encarga a Judas que se la dé, este lo hace a regañadientes, y Bartimeo duda si seguir pidiendo o marcharse a su casa a descansar. Segundo final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús, apartándolo de los presentes (como hizo en otro caso parecido) le toca los ojos y le concede lo que pide. Bartimeo recoge su manto y vuelve a su casa. Cuando su mujer y sus amigos se recuperan de la sorpresa, le dicen: «Ya no tienes excusa para no trabajar». Bartimeo se arrepiente de haber pedido el milagro. Tercer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús no hace nada, pero Bartimeo recupera de inmediato la vista. Olvidando su manto, su familia, sus amigos, sigue a Jesús camino de Jerusalén. Bartimeo, los discípulos y nosotros Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia enorme. Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo, despreocupación por los pequeños), las obligaciones que tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas enseñanzas, el discípulo, y cualquiera de nosotros, puede sentirse como ciego, incapaz de ver y pensar como Jesús. En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un símbolo de la actitud que debemos tener cuando no acabamos de entender, o no somos capaces de practicar lo que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de seguirle incluso en los momentos más difíciles. Otros detalles interesantes del relato. 1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única persona que le da este título en el evangelio de Mc. Puede tener dos sentidos: a) Jesús, como “hijo de David”, es el Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir, no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús, como “hijo de David”, es igual que Salomón, al que las leyendas posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones. En este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de Mateo. 2. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del evangelio a propósito de los primeros discípulos, que “dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18). 3. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia de la fe. 4. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino. Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la muerte y la resurrección. Una vez más, Bartimeo se convierte en modelo para nosotros. 1ª lectura El texto de Jeremías pretende consolar al pueblo de Israel, desterrado primero por los asirios y luego por los babilonios, prometiéndole que volverá del norte y de los confines de la tierra. Incluso las personas menos capacitadas para moverse (ciegos, cojos, preñadas, recién paridas), volverán a la patria. Las antiguas penas se transformarán en grandes consuelos. La relación de la primera lectura con el evangelio es muy escasa. Este texto de Jeremías quizá se ha elegido porque habla de ciegos que vuelven a Jerusalén, igual que Bartimeo sigue a Jesús hacia Jerusalén. Desde la hondura de mi noche, escuché un rumor en el camino, ese camino por el que mi ceguera no me permitía aventurarme. Mi sitio era una cuneta a la salida de Jericó, un lugar marginal, una prisión en la que permanecía encadenado y ajeno a la vida que circulaba ante mí. Escuché un murmullo: -“Mirad, pasa Jesús, ese profeta galileo de quien todos hablan…”
Nunca he podido explicar después por qué supe en aquel preciso momento que la luz estaba pasando a mi lado y que había llegado para mí la ocasión única de dejarme alumbrar por ella. No tenía más instrumento que mi voz y me puse a gritar con todas mis fuerzas y a llamar al caminante “hijo de David”: quizá el nombre de un antepasado común rompiera las distancias que separaban a galileos y judíos: - “¡Ten compasión de mí!” Mis gritos hicieron reaccionar a lo que le acompañaban que en seguida intentaron levantar ante mí un muro de recriminaciones y prohibiciones: - ¡Silencio! ¡Cállate! No nos molestes… Pero yo seguí gritando por si mi llamada alcanzaba al que estaba del otro lado del muro antes de que siguiera avanzando alejándose de mí. De pronto, oí otra voz que ordenaba: -¡Llamadlo! y hacía saltar por los aires la distancia que nos separaba. Di un salto y corrí hacia él, abandonando el viejo manto que era mi única posesión, y llegué a tientas junto al que me había llamado. Ahora me reprochará mis pecados que son seguramente la causa de mi ceguera”, pensé. “O me hará preguntas sobre por qué vivo mendigando. En vez de eso me preguntó: - ¿Qué quieres que haga contigo? Algo me movió a dirigirme a él como Maestro, un título que jamás había dado a nadie, y expuse ante él el deseo más hondo de mi corazón: recobrar la vista. Miles de veces había soñado con la posibilidad de curarme y volver de nuevo a Jericó para y comenzar allí una vida digna y segura. Me quedé atónito al oírle decir: “Ve, tu fe te ha salvado” y escuchar por debajo de aquellas palabras: “Tu impotencia, reconocida y gritada, te ha hecho salir de tu noche y correr a mi encuentro, reconociendo tu carencia y tu deseo. Y es eso lo que ha abierto en ti el camino para la llegada de la salvación”. Mis ojos se abrieron y le miré. Y supe al instante que la vida con la que antes soñaba se quedaba atrás, lo mismo que mi viejo manto: ahora que le había visto, lo único que deseaba era ser su discípulo, quedarme a su lado, hacer de su camino mi propio camino. Y me decidí a seguirle en su subida a Jerusalén. Mochila al hombro añoré este crepitar en la chimenea del hogar. Hacen mucho bien los senderos que recorremos con corazón. Hace mucho bien también el fuego que encendemos con conciencia. En realidad nos hace mucho bien todo aquello que hacemos con presencia, con conciencia, con agradecimiento.
Vengo de encender el primer fuego y estoy feliz aquí en medio de esta paz tan sonora, tan cálida. Solo en el hogar no me siento solo. Nos une la pantalla, nos unen los anhelos, los ideales fraternos, nos une sobre todo el crepitar de nuestros fuegos de fuera y adentro... Cuando el bosque comienza a amarillear, el primer fuego es importante. Todos los comienzos son importantes. Danzan ya felices unas llamas sobre el primer tronco afortunado. Toda llama encendida con presencia es altar. Pido por lo tanto ante este fuego sagrado. Pedimos por los que no gozan de este silencio, de esta paz, de este calor de hogar... Pedimos por los miles de hermanos hondureños que llevan una semana caminando, padeciendo, sorteando las mil y un dificultades. Caminamos con ellos, con su sudor, sus ampollas y sus dificultades, sobre todo con sus merecidos sueños... Pedimos por los hermanos brasileños que defienden nuestro mayor pulmón, la selva de la Amazonia que ahora afronta su mayor amenaza de todos los tiempos. De ganar el candidato que se pronostica nuevo presidente, ha prometido hacer dinero con nuestra reserva de oxígeno, explotar comercialmente esa inmensa y querida arboleda... Pedimos también por las gentes del desierto, pedimos para que despierten, para que rompan su silencio ya insoportable cuando descuartizan y matan a uno de sus más valientes hijos por el solo hecho de clamar libertad... Pedimos para que aquí nazca el diálogo, la mutua comprensión, la cultura del acuerdo. Para que empecemos a ver en el otro el complemento, que no el adversario. Para que nos encontremos y no nos disparemos, para que miremos cómo podemos hacer el mayor bien a la colectividad y no el mayor mal al supuesto contrincante... Todo esto le pedimos al primer fuego, en esta mañana entrañable de paz, en la que no podemos olvidar tanto dolor aún sembrado por el mundo. Un gusto arrimarnos juntos a las mismas llamas, un gusto compartir la misma plegaria, el mismo anhelo. Eskerrik asko! En las últimas semanas del tiempo litúrgico escuchamos el enfrentamiento de Jesús con los fariseos y juristas.
Y el Señor le dijo: -De modo que vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis repletos de robos y maldades. ¡Insensatos! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? En vez de eso, dad lo que tenéis en limosnas y así lo tendréis limpio todo. Pero, ¡ay de vosotros fariseos! Pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda verdura, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios. ¡Esto habría que practicar!, y aquello…, no descuidarlo. (Lc 11, 39-43) Son páginas incómodas del evangelio que parece que siempre van dirigidas a los “otros”. Es verdad que cada persona que escucha las palabras de Jesús se tendría que detener a reflexionar sobre su propia vida, pero en este momento de nuestra historia la jerarquía de la iglesia católica tendría que hacer una reflexión profunda de lo que está sucediendo. Ya basta de apuntar a los demás con el dedo, de analizar la “realidad del mundo” con todos sus conflictos, el alejamiento de Dios, del evangelio y de la moral. Es hora de dejar de hablar de “los otros” y empezar a mirar la realidad de quienes dirigen la iglesia. Yo lo compararía con la necesidad de políticas reales si no queremos que el cambio climático traiga consecuencias trágicas para el planeta. Los cambios en la iglesia que se tendrían que haber llevado a cabo hace mucho tiempo, pero que ahora se hacen imprescindibles si no queremos una hecatombe total. Con motivos del Sínodo de los jóvenes que se está produciendo en Roma (por cierto sólo 34 jóvenes están presentes con 267 purpurados), la vicepresidenta de la UNIÓN INTERNACIONAL DE SUPERIORAS GENERALES, (UISG), con base en Roma, la hermana Sally Hodgdon, es una de las siete religiosas que están tomando parte en la reunión del 3-28 de Octubre. Declara que según la teología de la Iglesia Católica, los hermanos y las hermanas tienen papeles análogos como miembros no ordenados, miembros con votos de órdenes religiosas. Sin embargo, en el sínodo, los hombres tienen voto y las mujeres no. Los dos grupos que representan casi un millón de miembros de religiosos y religiosas de todo el mundo (185,000 sacerdotes y hermanos y unas 600,000 hermanas) están trabajando juntos en la presentación de una propuesta al Papa Francisco para que las mujeres tengan un papel más importante en el Sínodo de los Obispos. El Cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación de los Obispos, reconoce que a veces hay una “incapacidad eclesial para reconocer, acoger y promover la creatividad del “genio femenino”. La participación de mujeres con autoridad ha demostrado que es posible y necesario acelerar el proceso de lucha contra la cultura machista y el clericalismo, para conseguir el respeto por la mujer y sus carismas como su integración en la vida de la sociedad y de la Iglesia”. (Información traducida del periódico National Catholic Reporter, the Independant News Source (18 Octubre 2018) Dicen que el clima de este Sínodo es muy positivo y se están planteando el convocar un Sínodo de Mujeres. Queridos hermanos obispos, no se molesten. La verdad que sólo el término Sínodo de Mujeres, como mujer que soy, ya me resulta ofensivo. O sea, que van a hacer un Sínodo sobre más del 50% de la población mundial pero si miramos el porcentaje de las personas que “practican” la religión hacen trabajos voluntarios, es decir, sin ningún tipo de remuneración serían el 80, el 90 ¿tal vez? de los católicos. ¿Y de qué van a hablar de la mujer un grupo de hombres que nos conocen porque nos analizan pero no conviven con nosotras, ni nos escuchan; saben de nosotras por estadísticas, por estudios pero no en la vida real? ¿Quién les ha otorgado el poder para hablar, decidir, interpretar la Escritura siempre poniendo a la mujer como “compañera” del hombre pero no como igual que el a los ojos de Dios? El argumento de que los roles se basan en las diferencias entre el varón y la mujer no se sostienen de ninguna manera. ¿Para qué van a hacer un Sínodo de mujeres si tienen claro lo que quieren de nosotras pero no están dispuestos a incluirnos en órganos de decisiones que afectan a toda la comunidad cristiana? Después de haber perdido por lo menos a dos generaciones de mujeres inteligentes que han dejado la Iglesia, no por decisión propia, sino por ser coherentes con su denuncia a una institución que nos trata como ciudadanas de segunda clase, y a muchísimos jóvenes por motivos similares, ¿un Sínodo para qué? Analicen hermanos su miedo a perder “el poder” que Jesús reprocha tan fuertemente en su Evangelio. Miren lo que ese poder ha hecho a tantos niños y jóvenes que ya no pueden volver a creer en la institución y que en muchos casos ha roto su dignidad de hij@s de Dios. Ampliemos la vista como Jesús y no nos quedemos en la letra de la ley. Su mensaje liberador nos cuestiona a tod@s pero de alguna manera más a vosotros que a veces ponéis cargas pesadas en los hombros de los demás pero no estáis dispuestos a ayudar a llevarlas ni con un dedo. Tomad ejemplo del recientemente canonizado obispo Romero que ante la realidad del pueblo salvadoreño sufriente dejó que el evangelio le convirtiera de un prelado conservador a un mártir por no callar y sucumbir a la opresión. La denuncia clara de Jesús a la hipocresía y falta de autenticidad está vigente hoy. Que cada cual deje de apuntar con el dedo y mire en su interior. "Los misioneros que quieren sentir el olor de los pobres son cada vez más escasos" en África. Esta es la denuncia del padre Donald Zagore, sacerdote marfileño, quien ha advertido también sobre el crecimiento en el continente de los "misioneros VIP, para los que trabajar entre los pobres es un insulto para su persona, porque son demasiado educados o demasiado importantes".
"Hoy debemos reconocer con sufrimiento", ha explicado el también teólogo e integrante de la Sociedad de Misiones Africanas, que el espíritu de solidaridad con los pobres "está desapareciendo" entre los religiosos que vienen a realizar sus labores evangelizadoras en el continente. A cambio, la misión de cada vez más extranjeros "se desarrolla en las áreas donde 'fluye la leche y la miel', como menciona el libro del Éxodo, limitando la misión a un grupo específico de personas", ha denunciado Zagore, fenómeno que, lamenta, "compromete la dinámica misionera de la Iglesia". "Hacer propio el espíritu fundamental de la misión para reinventar la actividad misionera en África hoy en día es más crucial que nunca para nuestra Iglesia", ha continuado el sacerdote africano. "La esencia de la actividad evangelizadora es la proclamación del Evangelio a los pobres, la alegría de ser enviados a los pobres..., la alegría de llegar a los pobres, los marginados y los que no tienen voz en sus ambientes, como repite el Papa Francisco". "Estaba claro para los primeros misioneros que practicar el amor por los pobres y los marginados así como el servicio de los Sacramentos y de la Palabra era la esencia de la misión evangelizadora de la Iglesia. Estar con los pobres, vivir con los pobres, sentir el olor de los pobres para vivir y ser testigos auténticos del amor de Cristo fue la razón principal de su c El teólogo ha explicado "Uno nunca debe olvidar que en el centro de la misión de Cristo estaban los más pobres y abandonados. Jesús fue una gran esperanza para los pobres. A través de Jesús, los pobres se sintieron amados por Dios. De hecho, la Iglesia en general, y más particularmente la Iglesia en África, si se olvida de los pobres perderá su razón de ser, si se aleja de Aquel para quien existe no podrá existir". Zagore ha concluido citando al arzobispo Romero con una frase que también es válida para África: "Partiendo de los pobres, la Iglesia puede existir para todos, de hecho, el honor de la Iglesia es que los pobres la sientan". Después de releer y gozar de nuevo del libro Mística y Espiritualidad de Leonardo Boff y Frei Betto, me han surgido estas breves reflexiones que comparto:
La espiritualidad es el aliento que nos ayuda a respirar mejor, de una forma más natural, a vivir con otros valores. Impregna nuestra manera de ser y la manera concreta en que ponemos éticamente por obra lo que pensamos, desde la honda motivación de nuestra vida, desde nuestras creencias y convicciones más profundas, en la existencia concreta de cada día, para que haya más vida y en abundancia. La mística es el fuego, la llama, la fuerza que nos empuja e ilumina, que nos ayuda a ser más transparentes, a dejarnos invadir y sorprender por el misterio cotidiano de la realidad. También cuida de la delicada planta de nuestra esperanza, para que no decaigamos, para mantener la antorcha encendida, para compartir lo que somos y tenemos con generosidad, para que otro mundo se vaya haciendo posible, en nuestro entorno, desde lo frágil y pequeño, en las relaciones que mantenemos y construimos. Y también al compromiso con las grandes causas, por la felicidad de los seres humanos y el cuidado de la biodiversidad en nuestra Madre Tierra. Unidos, sintiéndonos parte de todo el Universo. A la espiritualidad y la mística, para que puedan desarrollar toda su potencialidad en nosotros, tenemos que alimentarlas cada día para que no languidezcan. Son como las brasas de una hoguera, que tenemos que avivar y proteger para que no se apaguen. O como una semilla, que debemos depositar en una maceta con buena tierra, regarla y ponerla al sol, para que vaya creciendo y al final pueda dar fruto. La mística y la espiritualidad se complementan y deben ir de la mano porque, si no, se debilitan, cojean, como si nos faltara una pierna y no tuviéramos otro apoyo para seguir caminando. Las dos unidas pueden colmar la existencia de cualquier persona, de cualquier religión, creencia o filosofía existencial; se retroalimentan mutuamente y nos ayudan a vivir intensamente, en plenitud, a contemplarlo todo con una mirada transparente, compasiva, fraterna, gozosa... |
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