Pretendían pillarlo. ¡Qué ingenuidad!
No era la primera vez que lo intentaban. Jesús ya había vivido situaciones parecidas en las que los fariseos y los escribas, guardianes de la Ley, querían ponerle en evidencia buscando la forma de sorprenderle en alguna palabra (Mt 22,15). Había sucedido cuando le preguntaron si era lícito pagar los tributos al César; o cuando pusieron a la adúltera en medio para cumplir con el mandato del apedreamiento y le pidieron que fuera Él quien aplicara esa Ley de la que había dicho que estaba hecha para el hombre y no al revés; y todo esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle (Jn 8,6). Y en este episodio que recoge el evangelio del domingo 28 de agosto ocurre algo parecido, pues el Maestro había entrado en la casa de uno de los principales fariseos para comer, donde los mismos anfitriones buscaban el modo de pillarle. El Señor, desde el principio, se dio cuenta de que ellos le estaban espiando. Una de tantas situaciones incómodas que le tocó vivir, otra encerrona más. Cuando uno sabe de antemano que ha sido invitado por pura cortesía, por compromiso o, peor aún, con la intención de ser blanco de burlas y sarcasmos de forma pública y notoria, el primer impulso –y quizás lo más sensato-- es no acudir. Pero con Jesús no calcularon bien. En el Señor no había doblez. Imposible sorprenderle en un renuncio. Cometieron el error de pensar que era como ellos. Y se equivocaron. Aquel a quien pretendieron avergonzar, fue quien les sacó los colores con una tremenda habilidad. El Maestro no renunciaba a hacerles comprender que la soberbia no es el camino. Deseaba su bien. Por eso, aunque no le extrañó la escena que contempló nada más llegar --los convidados escogían los primeros puestos-- les propuso una parábola con la que pudieran, sin ánimo de ofender, identificar su arrogancia: es preferible ocupar el último puesto y que te llamen “amigo” y te requieran, a que te aparten por haberte colado (y colocado) en el lugar que no te correspondía. Creer que eres el amigo predilecto, el alma de la fiesta, el protagonista imprescindible, aquel con quien todo el mundo anhela estar... cuando en realidad el interés del anfitrión y de los invitados va por otro lado, resulta cuando menos grotesco y ridículo. Al Señor le salió un ejemplo tan claro que traspasó las líneas rojas y entró en “zona de riesgo”, pues al ser humano le cuesta aceptar que le digan la verdad “a la cara”. Se necesita mucha humildad para asumir que merece la pena sonrojarse a tiempo, y reírse de uno mismo. Es el paso para cambiar. Quizás cuando los otros vean que lo que más nos preocupa es no amarles lo bastante, entonces nos llamarán.
0 Comentarios
Cuenta Lucas que Jesús, invitado a comer por un jefe de los fariseos, ve que la gente corre a ocupar los primeros puestos en la mesa, y aprovecha la ocasión para dar una enseñanza a los asistentes y un consejo al que lo ha invitado.
Primera parte: una enseñanza A propósito de los que corren a ocupar los primeros puestos, Jesús aconseja ponerse en los últimos; así, en vez de degradarte, te subirán de categoría. Estas palabras resultan desconcertantes en boca de Jesús: aconseja un comportamiento puramente humano, una forma casi hipócrita de tener éxito social. Por otra parte, la historieta no encaja en nuestra cultura, ya que cuando nos invitan a una boda nos dicen desde el primer momento en qué mesa debemos sentarnos. Pero hace veinte siglos, conseguir uno de los primeros puestos era importante, no sólo por el prestigio social, sino también porque se comía mejor. Marcial, el poeta satírico nacido en Calatayud el año 40, que vivió parte de su vida en Roma, ironizó sobre esas tremendas diferencias. Por consiguiente, lo que a nosotros puede parecer una historieta anticuada y poco digna en boca de Jesús, reflejaba para los lectores antiguos una realidad cotidiana divertida, que los llevaba, casi sin darse cuenta, a la gran enseñanza final: Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. El uso de la voz pasiva (“será humillado, será enaltecido”) es un modo de evitar nombrar a Dios, pero los oyentes sabían muy bien el sentido de la frase: “Al que se enaltece, Dios los humillará, al que se humille, Dios lo enaltecerá”. Naturalmente, ya no se trata de la actitud que debemos adoptar cuando nos inviten a una boda, sino una actitud continua en la vida y ante Dios. Pocos capítulos más adelante, Lucas propondrá en la parábola del fariseo y del publicano un ejemplo concreto, que termina con la misma enseñanza (Lucas 18,10-14). Segunda parte: un consejo A continuación, dirigiéndose al que lo ha invitado, le aconseja que cuando dé una cena o un banquete invite a los pobres, porque no pueden pagarte, y te pagará Dios en la otra vida. Esta segunda intervención resulta también atrevida y desconcertante. Después de escucharla, no sería raro que el dueño de la casa le dijese: “Haz el favor de irte, que voy a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos”. Por otra parte, el fariseo no tiene intención de cobrarle la comida. Estas palabras, que parecen desentonar en el contexto, recuerdan mucho a otras pronunciadas por Jesús a propósito de la limosna, la oración y el ayuno (Mateo 6,1-18). El principio general es el mismo que en el evangelio de Lucas: el que busca su recompensa en la tierra, no tendrá la recompensa de Dios. Primera lectura (Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29) Contiene cuatro consejos; los dos primeros empalman directamente con el tema del evangelio. Hoy tiene mucha importancia el contexto. Un fariseo invita a Jesús a comer. Los judíos hacían los sábados una comida especial a medio día, al terminar la reunión en la sinagoga. Aprovechaban la ocasión para invitar a alguna persona importante y así presumir ante los demás invitados. Jesús era ya una persona muy conocida y muy discutida. Seguramente la intención de esa invitación era comprometerle ante los demás invitados. Como aperitivo, Jesús cura a un enfermo de hidropesía, con lo cual ya se está granjeando la oposición general (era sábado). También tenemos que tener en cuenta el simbolismo del banquete en todo el AT. Los tiempos escatológicos casi siempre se simbolizan como un banquete.
En el texto que hemos leído, encontramos dos parábolas. Una se refiere a los invitados. Otra se refiere al anfitrión. Se trata de la relación que puedes iniciar tú y la que inicia el otro contigo. En la primera no se trata de un consejo de urbanidad para tener éxito, pero toma ejemplo de un sentimiento generalizado para apoyar una visión más profunda de la humildad. Ponerse en el último lugar no debe ser una estratagema para conseguir mayor admiración y honor. La frase: “Porque todo el que se enaltece será humillad, y el que se humilla será enaltecido”, puede llevarnos a una falsa interpretación. Jesús aconseja no buscar los honores y el prestigio ante los demás, como medio de hacerse valer. Condena toda vanagloria como contraria a su mensaje. Es curioso como conecta este texto con el final del domingo pasado: “Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. La segunda parte encierra un matiz diferente. No quiere decir Jesús que hagamos mal cuando invitamos a familiares o amigos. Quiere decir que esas invitaciones no van más allá del egoísmo amplificado a los que están de tu parte. Esa actitud para con los amigos no es signo del amor evangélico. El amor que nos pide Jesús tiene que ir más allá del sentido común y del puro instinto, de los sentimientos o del interés personal. La demostración de que se ha entrado en la dinámica del Reino está en que se busca el bien de los demás sin esperar nada a cambio. También aquí tenemos que andar con mucho cuidado, porque la frase “dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos”, puede entenderse como una estrategia para que te lo paguen en el más allá. Esta dinámica ha movido con mucha frecuencia la moral cristiana, pero no tiene nada de cristiana. En ambos casos, Jesús nos propone una manera distinta de entender las relaciones humanas. Jesús quiere trastocar comportamientos que tenemos por normales, para entrar en una dinámica nueva, que nos tiene que llevar a cambiar la escala de valores del mundo. Ser cristiano es sencillamente, ser diferente. No se trata de renunciar a ser el primero. Todo lo contrario, se trata de asegurar el primer puesto en el Reino. Se trata de buscar el bien de la persona entera, y no solo de la parte biológica. “El que quiera ser primero que sea el último y el servidor de todos”. Jesús no critica el que queramos ser los primeros, lo que rechaza es la manera de conseguirlo. Ojo con la falsa humildad. Dice Lutero: La humildad de los hipócritas es el más altanero de los orgullos. Muchos han hecho de su falsa humildad una máscara de su vanidad. Existen dos clases de falsa humildad. Una es estratégica. Se da cuando nos humillamos ante los demás con el fin de arrancar de ellos una alabanza que de otro modo no tendríamos. Otra es sincera, pero también nefasta. Se da en la persona que se desprecia a sí misma porque no encuentra nada positivo en ella. No es fácil escapar a esos excesos que han dado tan mala prensa a la humildad. Ninguno de los grandes filósofos griegos (Sócrates, Platón, Aristóteles) elogiaron la humildad como virtud; y Nieztsche la consideró la mayor aberración del cristianismo. Para ellos humildad era sinónimo de pusilanimidad. ¿Qué es la humildad? No hay que hacer absolutamente nada para ser humilde. Es reconocer que eres lo que eres, sin más. Ni siquiera tendríamos que hablar de ella, bastaría con rechazar todo orgullo, vanidad, jactancia, vanagloria, soberbia, altivez, arrogancia, impertinencia, etc.. Se suele hacer alusión a Sta. Teresa; pero la inmensa mayoría demuestran no entenderla cuando dicen: “humildad es la verdad”. Ella dice: "humildad es andar en verdad". Se trata de conocer la verdad de los que uno es, y además vivir (andar en) ese conocimiento de sí. También se entiende mal la frase de Jesús, “yo soy la verdad”, cuando se interpreta como obligación de aceptar su doctrina. No, Jesús está hablando de la verdad ontológica. Está diciendo que es auténtico, que es lo que tiene que ser. Siempre que se violenta la verdad, sea por defecto sea por exceso, se aleja uno de la humildad.No se trata de que nos convenzan de que somos una mierda y nada más. Se trata de descubrir nuestras auténticas posibilidades de ser. Humildad es aceptar que somos criaturas, con limitaciones, sí; pero también con posibilidades infinitas, que no dependen de nosotros. Ninguno de los valores verdaderamente humanos debe ser reprimido en nombre de una falsa humildad. No se trata de creerse ni superiores ni inferiores, sino de aceptar lo que somos en verdad. Si la humildad me lleva a la obediencia servil, no tiene nada de cristiana. En nuestra religión muchas veces se ha apelado a la humildad para someter a los demás a la propia voluntad. Un conocimiento cabal de lo que somos nos alejaría de toda vanagloria (conócete a ti mismo). No se trata de un conocimiento analítico desde fuera, sino interior y vivencial. La frase no estaba a la entrada de una academia, sino a la entrada de un templo. Para conocerse, hay que tener en cuenta al ser humano en su totalidad. Eso sería la base de un equilibrio psíquico. Sin conocimiento no hay libertad. La humildad no presupone sometimiento o servidumbre a nada ni a nadie. Sin libertad ninguna clase de humanidad es posible. Tampoco la soberbia es signo de libertad, porque el hombre orgulloso está más sometido que nadie a la tiranía de su ego. No es fácil darse cuenta de esta trampa. La mayoría de las enfermedades depresivas tienen su origen en un desconocimiento de sí mismo o en no aceptarse como uno es, que viene a ser lo mismo. Ninguna de las limitaciones que nos afectan como seres humanos, pueden impedir que alcancemos nuestra plenitud. Las carencias sustanciales forman parte de mí. Las accidentales no pueden desviarme de mi trayectoria humana. Una visión equivocada de sí mismo ha hundido en la miseria a muchos seres humanos. Caen en una total falta de estima y en la pusilanimidad destructora, que les impiden descubrir lo que de bueno y positivo tienen; y por lo tanto le impide desarrollarse. Ser humilde no es tener mala opinión de sí mismo ni subestimarse. Avicena dijo: "Tú te crees una nada, y sin embargo, el mundo entero reside en ti". Hoy podemos y debemos ir un paso más allá del evangelio. El orgulloso no necesita que nadie le eche en cara su soberbia ni que le castiguen por su actitud. Él mismo se deshumaniza al despreciar a los demás y desligarse de ellos. De la misma manera, no es necesario que el humilde reciba ningún premio. Si espera ese premio, su humildad no es más que un medio para conseguir lo mismo que el soberbio. Si no espera nada de su actitud o, mejor aún, si ni siquiera se da cuenta de su actitud, es que de verdad está en la dinámica del evangelio, que nos dice por activa y por pasiva que el que se hace pequeño es ya el más grande. No es una enseñanza puntual de Jesús sino una constante en todo el evangelio. La humildad no va de abajo a arriba sino de arriba abajo. La humildad ante los superiores, la mayoría de las veces no es más que sometimiento y servilismo. No es humilde el que reconoce la grandeza del que está por encima sino el que reconoce la grandeza en el que está por debajo. Ser humilde ante Dios resultaría ridículo. Debemos ser humildes ante los que se sienten por debajo de nosotros; ante todos los desheredados de este mundo. Meditación-contemplación “¡Amigo, sube más arriba!” Esta frase, sacada de contexto, podía ser el lema del hombre terreno. Pero más allá de lo terreno tú eres más de lo que crees ser. Nada ni nadie te puede impedir alcanzar esa meta espiritual. Solamente tú renuncias a alcanzarlo. ......................... No tienes que hacer nada, ni conseguir nada. Todo lo que pretendes alcanzar, ya lo tienes. Todo lo que pretendes ser, ya lo eres. Solamente tienes que tomar conciencia de ello. .................... Si descubres esto, dejarás de necesitar la alabanza y admiración de los demás. No necesitarás aparentar más de lo que eres. Perderás todo miedo, porque nadie puede arrebatarte lo que eres. Estarás a la puerta de la felicidad. África de la Cruz Tomé, cumplidos con creces los 70 años, acude con el entusiasmo de un profeta a dar misa cada domingo y fiestas de guardar a los vecinos de varios pueblos del arciprestazgo de Ayllón, en Segovia. Fue durante 40 años profesora de Psicología en la Universidad Autónoma de Madrid y vive entre ilusionada y escéptica el revuelo armado por el papa Francisco con la comisión que debe estudiar el papel de la mujer en la Iglesia romana, en concreto si es conveniente ordenar diaconisas.
En el siglo XIX, la Iglesia romana perdió a los obreros, en el XX a los intelectuales y a los jóvenes. En este siglo XXI lleva camino de perder a las mujeres, que son con creces la mitad más activa de esa confesión. “Los jóvenes se han ido de la Iglesia sin dar portazo y no nos hemos enterado”, ha reconocido el obispo de Santander, Manuel Sánchez Monge. Con las mujeres puede pasar lo mismo: se van yendo sin que los obispos se enteren. En la práctica, África de la Cruz ya ejerce como diaconisa. El diácono es normalmente un varón, soltero o casado, habilitado por la jerarquía para presidir algunas celebraciones. Es una especie de sacerdocio de tercer grado. Puede impartir los sacramentos del bautismo y el matrimonio, pero no confesar ni dar la extremaunción, y tampoco puede, ni de lejos, ejercer la función principal de los eclesiásticos ordenados, es decir, la consagración eucarística. Las misas de De la Cruz, que en puridad deben llamarse “Ceremonias de la Palabra”, se desarrollan como una eucaristía de cura, con la excepción de que las hostias que va a entregar a los comulgantes no las ha consagrado ella, sino un sacerdote o el obispo de la diócesis. Tampoco puede confesar, por ejemplo. El resto de la liturgia es la misma: lectura del evangelio del día, sermón, las preces correspondientes, etc. Sus feligreses la acogen agradecidos. Lo han hecho los vecinos de Cilleruelo de San Mamés (41 habitantes), que la pasada festividad de la Virgen Grande han cumplido con el precepto dominical de la misa gracias a De la Cruz. Durante el nacionalcatolicismo franquista, les predicaron con extremo rigor que era pecado muy grave no ir a misa los domingos. Hoy, los obispos no tienen sacerdotes suficientes para poder cumplir con aquella obligación. En España hay 23.071 parroquias, de las que al menos 5.000 no disponen de sacerdote permanente. ¿Soluciones? Las mujeres, que son inmensa mayoría en todas las iglesias, lo ven claro: el diaconado femenino, como un primer paso. Se lo pidieron al papa Francisco en mayo pasado las 900 religiosas de la Unión Internacional de las Superioras Generales recibidas por el pontífice argentino en el Vaticano. ¿Por qué marginar del diaconado a la mujer, que ya ejerció esa función en la Iglesia antigua? “Las mujeres diaconisas son una posibilidad para hoy”, respondió Francisco, que prometió crear una comisión para estudiar el tema. Ya está en marcha la comisión, presidida por el jesuita español Luis Ladaria, número dos de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Se atribuye a Napoleón esta frase: “Cuando no quiero hacer algo, creo una comisión”. De la Cruz tiene esas dudas, pero ve revolucionaria la sola decisión de Francisco. “Bienvenida la comisión. En ese búnker las mujeres, lo femenino, estamos asfixiadas. Necesitamos aires de innovación y reconocimiento”, dice. También ve positivo que la comisión haya nacido del ruego de unas mujeres. “Es un ejemplo a imitar por todas. Las mujeres tenemos que hacer bulla en la Iglesia. Hay muchos sordos y ciegos por ahí sueltos. También es positiva la paridad entre hombres y mujeres en la comisión. ¡Menos mal!”. Puertas al campo Alabada la creación de la comisión, De la Cruz indaga el para qué. “Hablar de diaconisas me parece poner puertas al campo. La tarea ardua que debe acometer esta comisión es el estudio del papel de la mujer en la Iglesia hoy y, sobre todo, mañana”. Y continúa: “Me entristece que la Iglesia no sea consciente de lo que se está perdiendo al ningunear a las mujeres. Es un despilfarro. La Iglesia infravalora un capital de alto rendimiento. Las mujeres en la Iglesia queremos, podemos y sabemos servir como Dios manda”. La catedrática Marifé Ramos, una de las voces más sabias de la organización Mujeres y Teología, sostiene que, incluso recuperando el diaconado femenino, se estaría solo ante un primer paso, “necesario, pero insuficiente”. Añade: “Nuestro hermano Francisco ha abierto una puerta que estaba cerrada con un buen cerrojo. Tras la puerta se abre un camino que conduce a la atención pastoral y a valorar como ministerio lo que sólo se consideran tareas, a menudo infravaloradas. Ojalá el aire fresco se convierta en vendaval que reavive los ministerios en la Iglesia y se lleve el olor a rancio que se ha extendido”. El juicio de Margarita de Pintos, de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, sobre la propia comisión papal es contundente. “Ríos de tinta se han escrito a favor y en contra sobre el acceso de las mujeres a los ministerios ordenados. No se necesitan más estudios. Lo que reclaman las comunidades cristianas son personas que puedan administrar los sacramentos y les acompañen en su vida espiritual, pero parece que es más importante su género que la necesidad”, afirma. Pintos califica la comisión de eurocéntrica (no participan personas de África, América Latina, Asía ni Oceanía), y excluyente de las mujeres que llevan años ejerciendo su ministerio presbiteral, “que aportarían la experiencia de las comunidades que presiden”. Para el teólogo José Manuel Vidal, fundador y director de Religión Digital, la situación de la mujer en la Iglesia romana “es un pecado que clama al cielo y una flagrante discriminación ideológica, que no tiene cabida en el Evangelio, uno de esos graves pecados de los que la Iglesia suele arrepentirse siglos después”. En esa idea, la decisión del Papa “es solo un primer paso, tímido pero rompedor, tambaleante pero necesario”. Añade: "Francisco ha iniciado su proceso de reformas a paso lento, pero irreversible. Pero actúa para no quedarse solo, para que su primavera no sea flor de un día, para que su revolución tranquila la asuman las bases católicas". No hay dogma contra el sacerdocio femenino San Pablo ordenó en una de sus famosas cartas que las mujeres deben estar calladas en la Iglesia. “Si tienen que aprender algo, que pregunten a sus maridos", añadió. (1 Corintios 14, 34). Debía estar harto de lo mucho que mandaban y organizaban entonces las primeras cristianas. Sobre la grosera afirmación del apóstol de Tarso la Iglesia romana ha construido una organización androcéntrica. “Si cierra la puerta a las mujeres una vez más, la Iglesia se verá alineada con los países más machistas del globo”, sentencia la teóloga Isabel Gómez Acebo. En los primeros siglos del cristianismo hubo mujeres sacerdotes y diaconisas que ejercieron funciones ministeriales y directivas hasta que la Iglesia se patriarcalizó. “Es hora de pasar de la subalternidad a la igualdad; de la sumisión al empoderamiento; del régimen de dependencia a la autonomía; de ser objetos a sujetos. Esto no se logra con el diaconado femenino, sino todo lo contrario: se prolonga la minoría de edad de la mujeres bajo el espejismo o señuelo del protagonismo”, afirma Juan José Tamayo, director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones en la Universidad Carlos III de Madrid. No hay ningún dogma que prohíba el diaconado o el sacerdocio femeninos. Francisco escribió en la ‘Evangelii Gaudium’ que “el sacerdocio reservado para los hombres (...) es un tema que no se pone en discusión”. No es verdad. Es quizás el tema que más se discute, además del celibato obligatorio de los sacerdotes. Nunca se ha cerrado “ese tema”. Cada día se abre en canal ante decenas de miles de parroquias que no tienen pastor por falta de vocaciones. Es verdad que lo quiso hacer Juan Pablo II, poco dado a sutilezas teologales, pero se le opuso con contundencia quien entonces era el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Joseph Raztinger, más tarde Benedicto XVI. Proclamar como dogma que no cabe el sacerdocio femenino es una barbaridad; los papas pueden cerrar ese camino cuanto quieran, pero nunca podrán decir a todo el orbe católico que es doctrina de la Iglesia desde su fundación, resumió Ratzinger a su superior y amigo. No fue un ruego, sino una orden de quien era entonces el exigente y no manipulable policía de la fe católica además de gran teólogo. Sin duda, dejó escrito un dossier sobre la materia. Es raro que el Vaticano no lo tome en cuenta. El sacerdocio de las mujeres es, ciertamente, un “caso cerrado”, pero en la dirección opuesta a la que supone el actual Pontífice. Las Iglesias evangélicas, popularmente conocidas como protestantes, que ya tienen hasta obispas en su seno (e incontables pastores casados), son un ejemplo y un reto. En nuestra casa de veraneo, llena de nietos, la televisión está encendida todas las noches para ver el desarrollo de las olimpiadas. El otro día la conversación se centró en saber si había estado bien o muy mal, nadie defendía la bondad del acto, cuando el judoca egipcio, Islam El - Shebabi, se negó a estrechar la mano y realizar el saludo habitual, que supone inclinarse, tras su combate perdido ante el iraelí, Or Sasson.
Unos decían que podría haber habido por medio temas personales, cuestiones religiosas o políticas lo que suponía un eximente de esa actitud. Pero precisamente los juegos olímpicos griegos hacían tabla rasa por unos días de todas las guerras y por eso me alegro de que el comité olímpico haya expulsado al egipcio. No tenía excusa. Como decía Pau Gasol en un artículo, en el deporte se generan pautas de comportamiento que pueden influir entre los más jóvenes y además, practicándolo, se adquieren valores que les serán muy útiles a lo largo de la vida: esfuerzo, superación, perseverancia, compañerismo, respeto, deportividad... Al pairo de estas reflexiones me ha resultado curioso un estudio que han hecho los profesores Joyce Beneson y Richard Wrangham de la Universidad de Harvard. Dejando aparte las luchas tribales, que son a muerte, en los enfrentamientos menos letales sacaron videos de torneos de varones y mujeres en tenis, pingpong, bádminton y boxeo en los que participaron deportistas de 44 países. Hoy están estandarizadas las reglas de lo que hay que hacer cuando se termina el partido -el caso del combate entre el israelí y el egipcio- que suele ser estrechar la mano del contrario, inclinarse o darse un abrazo dependiendo del deporte practicado. Lo más curioso del estudio es que, este ceremonial post enfrentamiento, tenía una mayor duración cuando el partido o combate era entre varones y menor cuando era entre mujeres. En tenis la media de los varones era de 1,4 segundos, todos hemos visto algún partido de Nadal en el que tras estrecharse la mano los contrincantes se daban abrazos o golpes en la espalda, por 0,8 de las féminas, unos porcentajes similares se producían en todos los deportes estudiados. En el boxeo las diferencias eran más abultadas 6,3 segundos en ellos por 2,8 en ellas. El estudio también se ha hecho en los chimpancés, tras la reconciliación de algún altercado, y los resultados eran similares a los de los humanos. Queda por saber si las mujeres dejan el campo de batalla con más resentimiento que los varones... pero eso exige un nuevo estudio. De momento nos hemos quedado con la idea de que el egipcio no lo hizo bien ante la persona que le ganó ¡Es tan difícil saber perder! Una pregunta muy grande, lo sé. De hecho, muchas personas se pasan la vida sin siquiera preguntarse algo tan profundo. O tienen esos momentos de inspiración pasajeros que dejan pasar por miedo a enfrentarse a ellos.
Aunque en la mayoría de los casos las grandes preguntas nos acechan en momentos de crisis personal, cuando empezamos a cuestionarnos qué es lo que hacemos y sobre todo, para qué hacemos lo que hacemos. La vida está llena de esos momentos. Solo es cuestión de saber prestarles atención. Momentos de dudas, de preguntas sin responder, de temores ocultos que salen a la luz. ¿Y si no estoy llevando la vida que quiero? ¿Y si esto no es lo que me corresponde en realidad? ¿Y si puedo hacer algo mejor con mi vida? A muchos nos dan miedo momentos como éste, cuando todo se pone en duda. O cuando se rompen nuestros esquemas habituales a causa de algo externo como un despido, una separación o el fallecimiento de un ser querido. Pero también puede suceder que estemos viviendo durante años con una constante insatisfacción vital, preguntándonos qué es lo que nos pasa realmente. Puede pasar incluso que aparentemente lo tengamos todo: pareja, familia, un buen trabajo, sueldo decente... y aún así nos sintamos vacíos por dentro, como si algo faltara, como si no estuviéramos completos, como si hubiera algo más. A mis clientes de coaching y los lectores de mi blog les digo siempre lo mismo: “si te encuentras perdido, ¡enhorabuena!, es tu gran oportunidad para crecer.” Y es que, como lo contaba en mi post anterior, la gente llega al coaching con un objetivo en el mejor de los casos (o más comúnmente con un problema a resolver), pero lo que realmente sucede es que la meta a conseguir se convierte en mera excusa para que la persona crezca y expanda su psicología, pudiendo abarcar nuevos retos y desarrollar su potencial. Cuando nos visitan las crisis, sobre a todo a mitad de nuestra vida, alrededor de los 40 o 50 años, pensemos que este puede ser el momento idóneo para iniciar la búsqueda interior. Al principio no es fácil. Porque nuestras viejas creencias y miedos tratarán de mantenernos en nuestra zona segura y encontrarán mil excusas para que no hagamos nada. ¿Cómo reconocer estos momentos? Puede que nos preguntemos si realmente queremos realizar ese trabajo en el que llevamos toda una vida. Tal vez recordemos antiguos sueños y añoranzas de viajar a otros lugares, de aprender a tocar ese instrumento, de apuntarnos a una actividad deportiva o artística que nos llama la atención. En realidad son pequeñas-grandes señales que no debemos dejar pasar sólo por el hecho de lo que puedan pensar los demás. O por miedo a decepcionar a nuestra familia o a nuestros amigos. En Europa es bastante habitual que trabajadores por cuenta ajena se tomen un año sabático y den una vuelta al mundo, o lo hagan con su familia, o simplemente disfruten un año libre buscándose a sí mismos, probando una nueva actividad que tal vez pueda convertirse en su profesión. El mundo es cada vez más cambiante, todo se acelera, las distancias de acortan, los trabajos ya no son como antes, el contrato fijo es cada vez más raro en la sociedad de hoy. En España estamos viviendo incertidumbre económica, laboral, política, social... Y no sólo en España. Con leer un diario o ver las noticias en la TV es más que suficiente para entender cómo está el panorama actual. Y, como todo en la vida, hay muchas maneras de enfrentar esa situación tan nueva. Pero básicamente hay dos posturas: la del miedo o la de la fe. El miedo es la salida más fácil, porque no se trata de crear nada nuevo, sino quedarnos como estamos y agarrarnos a lo antiguo. El miedo tiene que ver con nuestra necesidad de seguridad y de control. Pero la vida es cambio y pretender un control absoluto de algo que no está en nuestras manos es bastante utópico. Por otro lado, está la fe o el amor. Confiar, creer en nosotros, pensar que si actuamos a pesar del miedo, el resultado llegará, incluso cuando nadie puede garantizarnos ese resultado, ésa es la clave. No actuar a lo loco, por supuesto, sino con un plan, pero sin detenernos por nuestros miedos, guardianes feroces de nuestra zona de confort. Encontrarle un sentido a la vida requiere coraje, valentía y una dosis muy alta de fe y confianza. Sin esos ingredientes, a pesar de estar insatisfechos, seguiremos llevando una vida insípida y cada año que pase será un año perdido. Encontrarle un sentido a nuestra vida, un propósito, una misión, es el fin último y más elevado del ser humano. Y no lo digo yo, sino los grandes sabios de todos los tiempos, las grandes religiones y autores de referencia como Víctor Frankl, psiquiatra y autor del famoso libro “El hombre en busca de sentido” que sobrevivió al Holocausto, encontrando en el más profundo dolor un sentido a su propia vida. Y es que encontrar nuestra misión es vital para que cuando toque el momento de abandonar este mundo no lamentemos que no hemos vivido de verdad, sino sólo a medias. Poco conocido en España, el teólogo Matthew Fox es muy popular en Italia, sobre todo a partir del éxito editorial del libro “In principio era la gioia”, de 2011. En su momento Ratzinger condenó a Fox a un año de silencio pero en este momento ya habla y mucho. Recientemente la agencia Adista ha publicado una larga entrevista con él en la que afirma, por ejemplo: “Pienso que la religión institucional, tal como la conocemos, está a punto de acabar su curso, tanto en Oriente como en Occidente (…) Hoy vivimos el fin del catolicismo romano…”. Y añade: “La misma Tierra está llamando a muchos jóvenes a realizar nuevas formas comunitarias, una nueva unión entre contemplación y acción, entre justicia y profecía, que tiene lugar fuera de los monasterios e incluso fuera de las iglesias”.
Si he traído esta larga cita no es para discutir las tesis de Fox sino para mostrar un ejemplo de una de esas tendencias de nuestro momento, la que se podría anunciar de un modo muy esquemático: Religión no, espiritualidad sí. Tengo para mí que muchos de los que se adhieren a esa formulación han hecho malas experiencias con la religión –sus dogmas, sus normas, sus amenazas– y piensan encontrar un ámbito nuevo que guarde lo mejor de la institución sin ninguno de sus condicionamientos. En mi opinión es un intento vano porque en definitiva son las espiritualidades las que siempre se han organizado como religiones y por tanto no creo en la profecía de Fox sobre su próximo fin. Pero vengamos a la espiritualidad, una palabra hoy en boga. Hay que reconocer a sus valedores el mérito de haberla puesto en un primer plano pero añadiendo en muchos casos un elemento nuevo: se trata de una espiritualidad que no cuenta con la hipótesis Dios. Tradicionalmente espiritualidad equivalía precisamente a una experiencia de lo divino. Cortado ese punto de referencia, ha sido necesario buscar otros y sobre todo justificarlos. Ojeando la literatura más a mano, me salen al paso una serie de mantras que se repiten una y otra vez: la profundidad, el no-dualismo (advaita), la renuncia al yo, la pertenencia al Todo. Pensando en ellas he recordado una tesis que publiqué hace años, de la que aún sigo convencido, y que podría formularse así: en cuestiones espirituales, las afirmaciones rotundas conducen a la secta o al esoterismo; la verdad ha de formularse en afirmaciones dialécticas. Es cierto que esa rotundidad goza de una fuerza y de un poder de seducción que es precisamente el de las sectas pero en definitiva sólo vale para los devotos que se adhieren incondicionalmente. El cristianismo siempre ha sido dialéctico: a Dios nadie lo he visto nunca pero Jesús nos lo ha revelado; Jesús era un hombre pero en El habitó la plenitud de la divinidad; el reino de Dios ha llegado ya pero aún ha de venir; la Biblia es palabra de Dios pero a la vez palabra de hombres; hay que perder la vida pero sin dejar de dar fruto abundante… La serie podría continuar. Es esa tensión la que le confiere su dificultad pero sobre todo su riqueza. En mi opinión, falta de esa dialéctica, la nueva espiritualidad, aparte de su tendencia al panteísmo, tiene ese aspecto de lo sectario, con afirmaciones no discutibles aptas solamente para sus creyentes. Veámoslo en algunos textos recogidos al azar. “Si fiándome de la mente, me tomo por lo que ella piensa acerca de mí, me reduciré forzosamente a la apariencia de lo que soy, a un “objeto” aparente que responde al nombre de ´yo”. (…) Pero empieza por reconocer lo que no eres. Eso significa “dejar caer” todo aquello que puedes observar y nombrar adecuadamente: pensamientos, sentimientos, imágenes o ideas sobre ti mismo… Es claro que tú no eres ningún objeto que aparezca dentro del campo de la consciencia, porque tienes consciencia clara de ser “sujeto”, el que “está detrás” de todo aquello que es observable, el que ve, el que sabe…”. A mi modo de ver, todo eso sólo tiene valor si se añade a continuación la adversativa: junto a lo que se dice en ese fragmento, lo cierto es que yo soy también mis ideas, mis sentimientos, mis acciones. Yo soy el que escribe este artículo, yo soy el que voto de esta o la otra manera, yo soy el que tiene tales o tales amigos Sin esa dialéctica, el resto me parece literatura construida en el aire útil sólo para adeptos. “En su mundo, usted está verdaderamente solo, encerrado en su sueño siempre cambiante que usted toma por vida. Mi mundo es un mundo abierto, común a todos, accesible a todos. En mi mundo hay comunidad, comprensión, amor, calidad real; el individuo es lo total, la totalidad… en el individuo. Todos son uno, y el Uno es todo.” Pero a la vez no hay que olvidar que, aun “encerrado en el sueño” de mi vida, soy un yo que me relacione con muchos tus en encuentros, pasajeros sin duda, pero llenos de experiencias y sentimientos Y que alguno de esos tus –ojalá no– puede agredirme con un machete al grito de Alá es grande. “Todos son uno y el Uno es todo” es bonito pero, eso sí es un sueño si no se añade que ese todo vive de diversidades. “Las enseñanzas no-duales nos invitan a ver que no somos personas separadas. No estamos “aislados” de la vida y de los demás. Con esta realización, nuestra búsqueda termina. Nuestro conflicto con los demás se desvanece. A través de la realización no-dual, vivimos la vida totalmente en la simplicidad y la maravilla del momento presente”. Un momento presente maravilloso pero –de nuevo la adversativa– en el que hay guerra en Siria, refugiados en Turquía, ajusticiados en Egipto, pateras en el Mediterráneo que no desaparecen porque me sumerja en la no-dualidad. Conozco gente entusiasmada con esta espiritualidad. Temo que si no la completan, les sumerja verdaderamente en un sueño (Kant añadiría: un sueño dogmático). Las palabras y las acciones de Jesús generaban mucha expectación entre la gente de aldeas y ciudades por las que pasaba, pero seguirle y comprometerse con su misión era otra cosa muy diferente. En muchas ocasiones aparece en los evangelios cuestionando la tibieza y las medias tintas en su seguimiento, pero sobre todo es especialmente duro con aquellos que se creian muy seguros de su buen comportamiento ante Dios.
En este episodio Lucas sitúa a Jesús camino de Jerusalén (Lc 13, 22). Esta localización nos remite al momento más decisiva de su vida. El rechazo y la creciente persecución que experimenta le lleva a tomar la decisión de llevar su mensaje al centro del poder religioso de Israel y el lugar por excelencia de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Camino de Jerusalén Jesús siente la urgencia del Reino, sabe que es un momento decisivo, ya no se puede esperar, hay que decidirse, porque el Padre de entrañas maternas espera impaciente para derramar su amor y misericordia sobre sus hijos e hijas. Jesús es consciente del riesgo de ir a la ciudad santa pero su fidelidad es más fuerte que cualquier razón. En un momento indeterminado del camino alguien le pregunta sobre quienes se salvarán (Lc 13, 23). La respuesta de Jesús refleja con claridad la intensidad vital que vive el maestro. Para él la cuestión no está en el numero o en quienes han de ser privilegiados ante Dios, sino que cada una de las palabras que pronuncia expresan la urgencia de tomar una decisión frente a él y consecuentemente frente a la oferta salvadora del Dios del Reino. Lucas para poder transmitir la fuerza de este momento reúne varias sentencias del maestro, que en los otros sinópticos aparecen dispersas y que posiblemente fueron pronunciadas en contextos diferentes. Esto hace que a lectores contemporáneos como nosotras/os nos resulten un poco inconexas y enigmáticas. El discurso comienza con una sentencia que se centra en la imagen de la “puerta estrecha” (lc 13,24). Esta imagen, como a veces se piensa, no quiere remitir a experiencias de humildad o las dificultades del seguimiento, sino que alude a una realidad mucho más concreta y familiar a sus oyentes. Todas las ciudades en la antigüedad estaban amuralladas y tenían una serie de puertas que durante el día permitían la entrada y salida de la ciudad de los vecinos o visitantes. Al llegar la noche esas puertas se cerraban y solo se podía acceder a la villa por unas puertas pequeñas, contiguas a las principales, que permanecían vigiladas por soldados y no eran de libre acceso. A estas puertas es a las que Jesús se refiere para expresar que ya ha pasado el tiempo de puertas abiertas por los caminos de Galilea, de ilusión e utopía. ahora camino de Jerusalén las puertas se cierran y la apuesta por el reino es ahora más difícil porque la oposición es más fuerte y la apuesta mucho más dura. La segunda imagen nos sitúa a la puerta de una casa cuando a la caída del día el amo cierra el portón y ya no se reciben visitas (Lc 13, 25). La idea es semejante a la de la anterior sentencia, pero se añade algo significativo: el duro rechazo del amo de los que se pretendían amigos. Para Jesús la subida a Jerusalén supone el juicio definitivo de quienes han rechazado su mensaje o no se lo han tomado suficientemente en serio. Estas palabras en boca de Jesús quizá nos suenen duras, pero del mismo modo que Mateo en el capítulo 25, señalan hacia el lugar vital donde se pone en juego la auténtica acogida de la experiencia salvadora de Dios. La metáfora del banquete es una de las preferidas de Jesús para expresar la llegada del Reino de Dios. Cualquiera de sus oyentes podía evocar con facilidad las palabras de Isaías 25, 6-9 que presentaban la llegada de la salvación de Dios como un gran banquete y sin duda muchos/as vieron encarnada en las comidas de Jesús y en muchas de sus parábolas esa esperanza mesiánica proclamada por el profeta. En la última parte del discurso que comentamos vuelve a aparecer la imagen del banquete. Jesús camino de la ciudad santa lleva ya sobre los hombros el rechazo de una parte significativa de su pueblo. Sabe que muchos siguen aferrados a una idea exclusivista de la salvación de Dios por eso, de nuevo evoca el texto de Isaías para recordarles que Dios invita a su mesa a todos/as sin distinción (Is 25,6-7) y que aquellos o aquellas que sigan defendiendo los muros de pureza religiosa o manteniendo las fronteras que separan a los elegidos/as de los excluidos/ se están equivocando porque con sus muros y fronteras lo único que van a conseguir es su propia exclusión del banquete del Reino y perderán su condición de herederos/as de Abraham, Isaac, Jacob y de todos los profetas que lo anunciaron (Lc 13, 28). Por eso, todos/as aquellos/as que eran considerados “últimos” en el camino de la salvación, son ahora “los primeros” invitados por Dios. Estas palabras de Jesús recordadas de esta forma particular por Lucas, nos llaman a tomarnos en serio el mensaje de Jesús, a no conformarnos con compromisos tranquilos, a superar cualquier frontera que intente limitar el amor y la misericordia de Dios. Como seguidores/as de Jesús el conflicto estará presente en nuestras vidas, más de una vez tendremos que iniciar la subida a Jerusalén, pero también como él hemos de mantener la fidelidad y el compromiso. Estamos salvadas/os pero necesitamos apropiarnos de esa salvación para que realmente sea una experiencia de vida y de encuentro con Dios. Durante siglos, a los israelitas no les preocupó el tema de la salvación o condena en la otra vida. Después de la muerte, todos, buenos y malos, ricos y pobres, opresores y oprimidos, descendían al mundo subterráneo, el Sheol, donde sobrevivían sin pena ni gloria, como sombras. Quienes se planteaban el problema de la justicia divina, del premio de los buenos y castigo de los malvados, respondían que eso tenía lugar en este mundo. Sin embargo, la experiencia demostraba lo contrario, y así lo denuncia el autor del libro de Job: en este mundo, los ladrones y asesinos suelen vivir felizmente, mientras los pobres mueren en la miseria.
Con el tiempo, para salvar la justicia divina, algunos grupos religiosos, como los fariseos y los esenios, trasladan el premio y el castigo a la otra vida. Dentro de los evangelios, la parábola del rico y Lázaro refleja muy bien esta idea: el rico lo pasa muy bien en este mundo, pero su comportamiento injusto y egoísta con Lázaro lo condena a ser torturado en la otra vida; en cambio, Lázaro, que nada tuvo en la tierra, participa de la felicidad eterna. Entre los judíos que creen en la resurrección cabe otra postura, importante para comprender el comienzo del evangelio de hoy: sólo los buenos resucitan para una vida feliz, los malvados no consiguen ese premio, pero tampoco son condenados. Una pregunta absurda: “Señor, serán pocos los que se salven? Bastantes cristianos actuales habrían formulado la pregunta de manera distinta: ¿serán muchos los que se condenen? Sin embargo, el personaje del que habla Lucas parece formar parte de ese grupo que sólo cree en la salvación. Jesús podría haber respondido con otra pregunta: ¿qué entiendes por “pocos”? ¿Cuatro mil? ¿Veinte millones? ¿Ciento cuarenta y cuatro mil, como afirman los Testigos de Jehová? La pregunta sobre pocos o muchos es absurda, aunque hay gente que sigue afirmando con absoluta certeza que se condena la mayoría o que se salvan todos. Una enseñanza: “entrar por la puerta estrecha” Jesús no entra en el juego. Ni siquiera responde al que pregunta, sino que aprovecha la ocasión para ofrecer una enseñanza general. «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.» La imagen, tal como la presenta Lucas, no resulta muy feliz. Quienes no pueden entrar por una puerta estrecha son las personas muy gordas, y eso no es lo que está en juego. El evangelio de Mateo ofrece una versión más completa y clara: “Entrad por la puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta, qué angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que dan con ella!” (Mateo 7,13-14). En cualquier caso, la exhortación de Jesús resulta tremendamente vaga: ¿en qué consiste entrar por la puerta estrecha? En otros momentos lo deja más claro. Al joven rico, angustiado por cómo conseguir la vida eterna, le responde: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En el evangelio de Mateo, la parábola del Juicio Final indica los criterios que tendrá en cuenta Jesús a la hora de salvar y condenar: “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era emigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y acudisteis”. La experiencia demuestra que vivir esto equivale a pasar por una puerta estrecha, pero al alcance de todos. Un final sorprendente y polémico: quiénes La pregunta sobre el número de los que se salvan ha provocado una respuesta sobre cómo salvarse; pero Jesús añade algo más, sobre quiénes se salvarán. El librode Isaías contiene estas palabras dirigidas por Dios a los israelitas: “En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la tierra” (Is 60,21). Basándose en esta promesa, algunos rabinos defendían que todo Israel participaría en el mundo futuro; es decir, que todos se salvarían (Tratado Sanedrín 10,1). ¿Y los paganos? También ellos podían obtener la salvación si aceptaban la fe judía. Sin embargo, la parábola que cuenta Lucas afirma algo muy distinto. El amo de la casa es Jesús, y quienes llaman a la puerta son los judíos contemporáneos suyos, que han comido y bebido con él, y en cuyas plazas ha enseñado. No podrán participar del banquete del reino junto con los verdaderos israelitas, representados por los tres patriarcas y los profetas. En cambio, muchos extranjeros, procedentes de los cuatro puntos cardinales, se sentarán a la mesa. La conversión de los paganos ya había sido anunciada por algunos profetas, como demuestra la primera lectura (Is 66,18-21) que copio más abajo. Pero el evangelio es hiriente y polémico: no se trata de que los paganos se unen a los judíos, sino de que los paganos sustituyen a los judíos en el banquete del Reino de Dios. Estas palabras recuerdan el gran misterio que supuso para la iglesia primitiva ver cómo gran parte del pueblo judío no aceptaba a Jesús como Mesías, mientras que muchos paganos lo acogían favorablemente. Moraleja y matización Lucas termina con una de esas frases breves y enigmáticas que tanto le gustaban a Jesús: «Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.» En la interpretación de Lucas, los últimos son los paganos, los primeros los judíos. El orden se invierte. Pero los primeros, los judíos como totalidad, no quedan fuera del banquete, también son invitados. El mismo Lucas, cuando escriba el libro de los Hechos de los Apóstoles, presentará a Pablo dirigiéndose en primer lugar a los judíos, aunque en generalmente sin mucho éxito. Primera lectura: Isaías 66, 18-21 El primer párrafo es el que está en relación con el evangelio: habla de la conversión de los paganos desde Tarsis (a menudo localizada en la zona de Cádiz-Huelva) hasta Turquía (Masac y Tubal), y con dos importantes regiones de África (Libia y Etiopía). El punto de vista es distinto al del evangelio: aquí sólo se habla de conversión, no de salvación en la otra vida (tema que queda fuera de la perspectiva del profeta). El texto nos recuerda una vez más, que Jesús va de camino hacia Jerusalén, que será su meta. Sigue Lc con la acumulación de dichos sin mucha conexión entre sí, pero todos tienen como objetivo ir instruyendo a los discípulos sobre el seguimiento de Jesús. Jesús no responde a la pregunta, porque está mal planteada. La salvación no es una línea que hay que cruzar, es un proceso de descentración del yo, que hay que tratar de llevar lo más lejos posible. Trataremos de adivinar por qué no responde a la pregunta y lo que quiere decirnos.
No es fácil concretar en que consiste esa salvación de la que se habla en los evangelios. Ya entonces, pero sobre todo hoy, tenemos infinidad de ofertas de salvación. El concepto hace referencia, en primer lugar, a la liberación de un peligro o de una situación desesperada. El médico está todos los días curando en el hospital, pero se dice que ha salvado a uno, cuando estando en peligro de muerte ha evitado ese final. Aplicar este concepto a la vida espiritual puede despistarnos. El mayor peligro para una trayectoria espiritual es dejar de progresar, no que se encuentren obstáculos en el camino. La salvación no sería librarme de algo sino desplegar un máximo de plenitud humana durante toda la existencia. ¿Serán muchos los que se salvan? Podíamos hacernos infinidad de preguntas sobre la salvación. De hecho ha habido discusiones teológicas interminables sobre el tema. Podíamos preguntarnos: ¿Para cuándo la salvación?¿Salvación aquí o en el más allá? ¿Salvación material o salvación espiritual? ¿Quién nos salva?¿Nos salva Dios? ¿Nos salva Jesús? ¿Nos salvamos nosotros? ¿Salvan las obras o la fe? ¿Salva la religión? ¿Salvan los sacramentos? ¿Salva la oración, la limosna o el ayuno? ¿Nos salva la Escritura? ¿Cómo es esa salvación?¿Salvación material o salvación espiritual? ¿Salvación individual o comunitaria? ¿Es la misma para todos? ¿Se puede conocer antes de alcanzarla? ¿Podemos saber si estamos salvados? Resulta que es inútil toda respuesta, porque las preguntas están mal planteadas. Todas dan por supuesto que hay un yo que está perdido y debe ser salvado. Debemos darnos cuenta de que la salvación no es alcanzar la seguridad para mi yo individual, sino que consiste en superar toda idea de individualidad. La religión ha fallado al proponer la salvación del falso yo que es el anhelo más hondo de todo ser humano, sino en descubrir nuestro verdadero ser y vivir desde él la armonía y unidad con todos los demás seres. En realidad todos se salvan de alguna manera, porque todo ser humano despliega algo de esa humanidad por muy mínimo que sea ese progreso. Y nadie alcanza la plenitud de salvación porque por muchos que sean los logros de una vida humana, siempre podría haber avanzado un poco más en el despliegue de su humanidad. Todos estamos, a la vez, salvados y necesitados de salvación. Esta idea nos desconcierta, porque lo único que nos tranquiliza de verdad es la seguridad de alcanzarla o de estar ya salvados. Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Esta frase nos puede iluminar sobre el tema que estamos tratando. Pero la hemos entendido mal y nos ha metido por un callejón sin salida. El esfuerzo no debe ir encaminado a potenciar un yo para asegurar su permanencia incluso en el más allá. No tiene mucho sentido que esperemos una salvación para cuando dejemos de ser auténticos seres humanos, es decir para después de morir. Otra trampa en la que todos caemos es la creencia generalizada de que la salvación consiste en la liberación de todo aquello que percibo como carencia, es decir, que alguien me saque de las limitaciones que no acepto porque no asumo mi condición de criatura y por lo tanto limitada. Esas limitaciones no son fallos del creador, ni accidentes desagradables, sino que forman parte esencial de mi ser. La salvación tiene que consistir en alcanzar una plenitud sin pretender dejar de ser criatura y limitada. Esto exige la aceptación de mis limitaciones y una renuncia a ser perfecto. La verdadera salvación es posible a pesar de mis carencias porque se tiene que dar en otro plano, que no exige la eliminación de mis imperfecciones. Ni el sufrimiento ni la enfermedad ni la misma muerte pueden restar un ápice a mi condición de ser humano. Mi plenitud la tengo que conseguir con esas limitaciones, no cuando me las quiten. Lo que se puede añadir o quitar pertenece siempre al orden de las cualidades, no es lo esencial. Pensar que la creación le salió mal a Dios y ahora solo Él puede corregirla y hacer un ser humano perfecto es una aberración que nos ha hecho mucho daño. La salvación no puede consistir en cambiar mi condición de ser humano por otro modo de existencia. Para tomar conciencia de dónde tenemos que poner el esfuerzo es imprescindible entender bien el aserto. Debemos desechar la idea de un umbral que debemos superar. No debemos hacer hincapié en la puerta, sino en el que debe atravesarla. No es que la puerta sea estrecha, es que se cierra automáticamente en cuanto alguien pretende atravesarla. Solo cuando tomemos conciencia de que somos nadie, se abrirá de par en par. Mientras no captes bien esta idea, estarás dando palos de ciego en orden a tu verdadera salvación. No estamos aquí para salvar nuestro yo, sino para desprendernos de él hasta que no quede ni rastro de lo que creíamos ser. Cuando mi falso ser se esfume, quedará de mí lo que soy de verdad y entonces estaré ya al otro lado de la puerta sin darme cuenta. Cuando pretendo estar seguro de mi salvación o cuando pretendo que los demás vean mi perfección en realidad estoy alejándome de mi verdadero ser y enzarzándome en mi propio ego. En realidad no estamos aquí para salvarnos sino para perdernos en beneficio de todos. El domingo pasado decía Jesús: “He venido a traer fuego a la tierra, ¿qué más puedo pedir si ya está ardiendo? Todo lo creado tiene que transformarse en luz, y la única manera de conseguirlo es ardiendo. El fuego destruye todo lo que no tiene valor, pero de esa manera purifica lo que vale de veras. Este es el proceso: consumir todo lo que hay en mí de ego y potenciar lo que hay de verdadero ser. Somos como la vela que está hecha para iluminar consumiéndose; mientras esté apagada y mantenga su identidad de vela será un trasto inútil. En el momento que le prendo fuego y empieza a consumirse se va convirtiendo en luz y da sentido a su existencia. Cuando nos pasamos la vida adornando y engalanando nuestra vela; cuando incluso le pedimos a Dios que, ya que es tan bonita, la guarde junto a Él para toda la eternidad, estamos renunciando al verdadero sentido de una vida humana, que es arder, consumirse para iluminar a los demás. No sé quienes sois. Toda la parafernalia religiosa que hemos desarrollado durante dos mil años no servirá de nada si no me ha llevado a desprenderme del ego. El yo más peligroso para alcanzar una verdadera salvación es el yo religioso. Me asusta la seguridad que tienen algunos cristianos de toda la vida en su conducta irreprochable. Como los fariseos, ha cumplido todas las normas de la religión. Han cumplido todo lo mandado, pero no han sido capaces de descubrir que en ese mismo instante, deben considerarse “siervos inútiles”. Esta advertencia es mucho más seria de lo que parece. Pero no tenemos que esperar a un más allá para descubrir si hemos acertado o hemos fallado. El grado de salvación que hayamos conseguido se manifiesta en cada instante de nuestra vida por la calidad de nuestras relaciones con los demás. No se trata de prácticas ni de creencias, sino de humanidad manifestada con todos los hombres. Lo que creas hacer directamente por Dios no tiene ninguna importancia. Lo que haces cada día por los demás es lo que determina tu grado de plenitud humana, que es la verdadera salvación. Meditación-contemplación He venido a prender fuego a la tierra. El fuego que Jesús trae, me tiene que consumir a mí. Mi falso yo, sustentado en lo material, tiene que consumirse para que surja el verdadero ser. ………………… Todo lo que trabajemos para potenciar la individualidad, será ir en dirección contraria a la verdadera meta. Mientras más adornos y capisayos le coloque, más lejos estaré de mi verdadera salvación. …………………… Para que surja el oro de mi verdadera naturaleza, tiene que arder la escoria de mi ego. La luz que ya existe en el fondo de mi ser, solo se manifestará cuando arda mi materialidad. |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |