Si nos situamos en el imaginario cultural de los oyentes primarios de Jesús las bienaventuranzas no aparecerán como una proclamación de santidad sino de honorabilidad, porque el honor era el valor central en el mundo antiguo y, por lo tanto, lo que se está proclamando es que quien es reconocido en las situaciones que proclaman las bienaventuranzas ha adquirido la máxima reputación. Sin embargo, lo que proponen está lejos de ser considerado socialmente honorable tanto en aquella sociedad como en la nuestra.
Vistas así, las bienaventuranzas son contraculturales, y por tanto, desafían hoy como ayer nuestros modos de entender lo que encaja y lo que no en nuestros universos sociales y religiosos. Generalmente, traducimos el término griego makarios con que se inicia cada bienaventuranza como felices o bienaventurados, pero también podría traducirse por honorable para destacar la propuesta social que subyace en ellas y la carga subversiva que poseen[1]. Desde este enfoque desarrollaremos el comentario. Reimaginar el lugar comunitario y social. Las bienaventuranzas no describen un estado ideal ni una enumeración de regalos recibidos por perseverar en el sufrimiento, sino que presentan un horizonte alternativo. El sermón del monte invita a imaginar un mundo alternativo en el que la opresión ceda ante la misericordia, las relaciones sean justas y equitativas y todas y todos puedan acceder a los recursos disponibles. No es cuestión de alcanzar alturas espirituales sino de entregar la vida para hacer posible un mundo diferente, un mundo acorde con el sueño del Reino de Dios. Jesús al proclamar las bienaventuranzas nos está invitando a reimaginar los lugares que habitamos. Nos está llamando a pensar y vivir desde otros valores, con otras prácticas que, sin duda, no nos situarán en los centros de poder sino en los márgenes porque no armonizan con lo que la mayoría piensa. Al escucharlas con atención encontramos condiciones y conductas que Dios valora o encuentra honorables y que, por tanto, quien quiera formar parte de la comunidad del Reino tiene no solo que valorar y estimar sino convertirlas en señas de identidad. Las bienaventuranzas nos sitúan en un espacio alternativo desde el que tener una nueva perspectiva de la realidad y de Dios. Este nuevo espacio es lo que Jesús llamó Reino de Dios y las bienaventuranzas son centrales para imaginar ese lugar. Pero decir que el Reino de Dios es un lugar imaginado no significa que sea inventado, sino que cuando nos situamos ante él, desde la perspectiva de la Buena Noticia que Jesús proclama, podemos abrirnos tanto a nuevas perspectivas de vida y de fe como a cambios personales o colectivos que generen transformación crítica y creativa en nuestro entorno[2]. Honorables son l@s pobres de espíritu. Teniendo en cuenta el mensaje y la praxis de Jesús, es claro que Dios no hace honorable la pobreza, sino a los pobres. El honor generalmente otorgado a los ricos y poderosos es ahora entregado a quienes viven en duras condiciones sociales y económicas, sin los recursos necesarios, explotados/as y despreciados/as por los poderosos. Estas personas, indefensas frente al opresor/a, sufren su maldad y eso les hace perder la esperanza, la dignidad y la autoestima. y a su pobreza material se añade su dolor profundo en el alma, por eso, pueden ser llamadas pobres de espíritu. Dios hace honorable su vida por la acción sanadora y salvadora de Jesús. Con ella Jesús puede devolverles la esperanza, liberarlos/as, acogerlos/as, compartir con ellos/as e invitarlos/as a formar parte de la comunidad del Reino, una comunidad que está llamada a ser primicia de un cambio mayor, el de hacer posible un mundo diferente. Eso no ocurrirá por acto milagroso sino por el empeño sostenido y paciente de quienes creen en un nuevo cielo y una nueva tierra donde habite la justicia. Honorables son quienes lloran. Las lágrimas pueden parecer signos de debilidad, de fracaso o tristeza, pero también pueden expresar indignación y lamento. Quienes lloran porque son abusados, ninguneados o negados en su dolor sienten rabia, se lamentan, pero solo su llanto parece tener voz. Raquel la matriarca de Israel es símbolo de ese llanto desesperado de la víctima, pero también receptora del consuelo prometido y de un futuro lleno de esperanza (Jr 31, 1-22). En ella se hace memoria subversiva de un consuelo que no solo enjuga las lágrimas, sino que transforma la vida, atraviesa las fronteras de la existencia y devuelve a la vida[3] Honorables son quienes no buscan venganza. Sentir en propia carne el peso de la injusticia, sentirnos dolidas/os por las conductas de otros/as, sabernos perdedoras/os en juegos tramposos, puede tentarnos a buscar venganza. Pero si queremos formar parte de la familia alternativa del Reino tenemos que incorporar otro modo de respuesta. No es fácil, pero Jesús lo hizo primero. Quien no busca venganza heredará la tierra porque perdonar, comprender y confiar es un estilo de vida que nos hace herederas/os del mundo soñado por Dios. Honorables quienes tienen hambre y sed de justicia. Con frecuencia nos duele la injusticia, nos da rabia el abuso y el maltrato, pero muchas veces nos contentamos con indignarnos sin tomar decisiones que ayuden al cambio. Tener hambre y sed de justicia es luchar porque exista una relación justa entre las personas y los bienes. Tener hambre y sed de justicia es elegir la palabra y no el silencio cómplice. Tener hambre y sed de justicia es no claudicar hasta que la bondad y la verdad se encuentren. Honorables quienes son misericordios@s. La misericordia caracteriza el reino de Dios. Las curaciones de Jesús y sus exorcismos muestran misericordia, como también sus comidas. La misericordia está en el ADN de quienes siguen a Jesús. Amar sin esperar nada a cambio, perdonar a los/as enemigos/as, estar del lado de quienes no cuentan es construir la casa de Dios. Honorables quienes son limpi@s de corazón. Quienes no engañan, quienes son honestas/os, e íntegras/os, pueden entender que es dejarse sostener por Dios. Ellos y ellas viven desde el corazón y desde ahí pueden habitar una espiritualidad autentica y audaz que vivifique sus vidas y las de los que están próximos a ellos y ellas. Honorables quienes trabajan por la paz. En un mundo crispado, endurecido y violento necesitamos paz y pacificadoras/os que puedan imaginar espacios habitables, que construyan puentes y destruyan fronteras. Cada gesto de paz hace germinar esperanza y fraternidad/sororidad. Cada gesto de paz nos hace hermanos y hermanas, cada gesto de paz nos hace hijos e hijas de Dios. Honorables quienes son perseguid@s por causa de la justicia. Este modo de vivir que proclaman las bienaventuranzas cuestiona el mundo en que vivimos, quien apuesta por el lugar imaginado del Reino será incomodo@, e incluso perseguido. Quien quiera vivir así, no será considerado/a honorable para los criterios de nuestra sociedad individualista y egoísta porque de la misma manera persiguieron a los profetas, pero tendrán la suerte de ayudar a cambiar el mundo al estilo de Dios.
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Hace unos meses leíamos en RD la noticia de que el Vaticano se planteaba revocar excomunión Lutero medio milenio después. Y en fechas cercanas escuchábamos al cardenal Marx decir que “El cristianismo en Alemania y Europa solo tendrá futuro si trabajamos juntos y nos mantenemos unidos ecuménicamente”; lo hacía con ocasión de la entrega de un premio junto a un pastor protestante por su continuado trabajo y su contribución al ecumenismo: el premio “Paz de Augsburgo 2020”. Ambas son buenas noticias para el ecumenismo, sobre las que reflexionamos aquí.
El cardenal arzobispo de Munich Reinhard Marx –cuyas fotos en numerosos eventos ecuménicos e interreligiosos inundan Internet– y el obispo de la Iglesia Evangélica Luterana en Baviera y presidente del Consejo de la Iglesia Evangélica en Alemania (EKD) Heinrich Bedford-Strohm recibieron el premio “Paz de Augsburgo 2020” en virtud de su “voluntad incondicional de vivir juntos en paz”, reconocido en los medios especializados y en los de masas como “un fuerte signo del ecumenismo cristiano”. Ambos líderes de la iglesia tuvieron desde hace años contactos en nombre de muchos cristianos católicos y protestantes, dijo la alcaldesa Eva Weber al anunciar los ganadores del Festival de la Paz de Augsburgo de este año, enfatizando lo que las iglesias y la sociedad tienen en común en lugar de lo que las diferencia. El 3 de enero de 1521 León X excomulgaba a Martín Lutero mediante la bula Decet Romanum Pontificem “Con motivo del 500 aniversario de la Reforma Protestante, en 2017, el Arzobispo Reinhard Marx y el Obispo Heinrich Bedford-Strohm dejaron una huella histórica para todos los cristianos del mundo y nos dieron un testimonio significativo de que la verdadera comunión en la fe es posible a pesar de las diferentes afiliaciones confesionales”, afirmó el jurado. En 2017 el cardenal Marx, entonces presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, y el presidente del Consejo Evangélico EKD Bedford-Strohm, habían presidido conjuntamente una celebración del arrepentimiento y la reconciliación en Hildesheim, Alemania. Allí se consideraron las dolorosas divisiones entre las dos iglesias y se intercambiaron peticiones mutuas de perdón por los fracasos de ambas partes. Siguieron agradecimientos y expresiones de alegría por lo que ambas iglesias tienen en común y lo que valoran mutuamente. El obispo protestante de Augusta Axel Piper, que presidió el jurado del premio Paz de Augsburgo, subrayó el compromiso de Bedford-Strohm y Marx con la promoción de iniciativas ecuménicas conjuntas. Los dos teólogos “piensan y hablan con el mismo espíritu” –dijo Piper– y comparten una “pasión por Dios y por el mundo”. Además del deseo manifestado por Marx de “trabajar juntos y mantenernos unidos ecuménicamente”, el obispo Bedford-Strohm expresó su esperanza con respecto a la eucaristía/santa cena, fundamental en la confesión católica-romana y la evangélica: “Avanzaremos en lo que respecta a la santa comunión común”. Y ese es uno de los escollos en los que el Vaticano no solo no da signos claros de avance, sino que ha manifestado en lo últimos tiempos un retroceso con respecto a los progresos alcanzados en años anteriores. El Vaticano se plantea revocar la excomunión a Lutero, medio milenio después Quizás, la mayor osadía ecuménica de los últimos tiempos estuvo en que el Vaticano se planteara, medio milenio después, revocar la excomunión a Lutero. El 3 de enero de 1521 León X excomulgaba a Martín Lutero mediante la bula Decet Romanum Pontificem; un texto al que el agustino alemán respondería tildando al Papa de Anticristo y quemando públicamente la bula papal. En 2017 celebramos los quinientos años de la Reforma iniciada por el acto simbólico de Lutero al clavar las 95 tesis contra las indulgencias y otros defectos de la Iglesia –los abusos, la mentira, la avaricia, el paganismo, etc.– en la puerta de la iglesia de Wittemberg el 31 de Octubre de 1517. León X parece que comentó al enterarse de este hecho tan simbólico que Lutero era un “borracho alemán” y "cuando esté sobrio cambiará de parecer”. La ruptura definitiva y la creación de la iglesia luterana llegaría pocos años después. medio milenio despues, un grupo de teólogos se dirigieron a Roma y a la Federación Luterana Mundial para pedir una declaración formal que acabe con 500 años de mutuas condenas e incomprensiones. Cinco siglos después, Francisco podría estar planteándose revocar el castigo eterno para Lutero, a quien ya ha reconocido en numerosas ocasiones como “un reformador” que quiso cambiar la Iglesia, pero no destruirla. Un reformador y no un perverso destructor de la unidad de la Iglesia. La decisión supondría un gesto histórico para el ecumenismo, y un aldabonazo a las conciencias de los cristianos de todo el mundo. Así lo ha solicitado el Grupo de discusión ecuménica de Altenberg (Sajonia). El colectivo de teólogos y teólogas ecuménico también se han dirigido a la Federación Luterana Mundial para que retire la declaración de “Anticristo” de Lutero al pontífice que lo excomulgó. Esta revocación de la excomunión a Lutero por parte de Roma sería un acto simbólico, pero particularmente importante, un verdadero paso de gigante que mucho teólogos consideramos necesario y urgente. “El ecumenismo vive de actos simbólicos” –destacó recientemente la teóloga Johanna Rahner–; “la retirada de la condena contra Lutero sería particularmente importante”, pues una decisión así “permitiría a la Iglesia Católica expresar su aprecio por los protestantes de hoy”. De este modo, el camino que arrancó con fuerza en el Concilio Vaticano II sería hoy más posible que nunca. De hecho, para esta teóloga de Tubinga, algunos pasajes del decreto conciliar Unitatis redintegratio podrían interpretarse como la abolición de la excomunión de Lutero. El escándalo de la división y el enfrentamiento violento entre las confesiones cristianas y la riqueza de la comunión en la diferencia No voy a entrar ahora en las circunstancias de la excomunión de Lutero y la ruptura con Roma, en la que se juntan a las razones teológicas de la Reforma –Sola scriptura (“solo por medio de la Escritura”), Sola fide (“Dios salva solo por la fe”), Sola gratia (“solo por la gracia”), Solus Christus (“solo a través de Cristo”) y Soli Deo gloria (“la gloria solo para Dios”) –, razones pastorales –la deplorable situación de la Iglesia desde la baja Edad Media–, políticas y económicas –la deplorable situación de Europa en el siglo XVI con sus luchas intestinas–; ni voy a entrar en los errores de la Reforma –sobre todo, la postura de Lutero en la guerra de los campesinos, apoyando a los príncipes, que llevó a la muerte a su amigo Thomas Müntzer y más de cien mil sublevados, y las duras condenas de iglesias alternativas que fueron surgiendo– y la Contrarreforma –la decadencia del papado, la corrupción y los abusos del Vaticano y de gran parte del clero, etc.–. Estas circunstancias y sus consecuencias tienen que ver con el gran agustino alemán, con el papa de Roma, con el emperador, con los príncipes alemanes, con obispos y cardenales y con el pueblo, que padecía los desmanes y la explotación de los poderes civiles y eclesiásticos de un lado y otro. Los historiadores que lo han tratado saben mucho más que yo. Si sé con más conocimiento que Lutero era un gran teólogo, y no porque lo digan muchos expertos, sino por lo que yo he investigado en mis estudios sobre su obra y sobre el protestantismo; y lo que he leído personalmente de su obra. Particularmente sus comentarios a las cartas a los Gálatas y, sobre todo, a los Romanos; así como su Catecismo Mayor y Catecismo Menor. Con él coincido en que la salvación es un regalo exclusivamente de Dios. Recientemente, leí un duro comentario en un blog: “De la Iglesia de la que se separó Lutero se habría separado el mismo Cristo”. Como he escrito hace años (La búsqueda de la armonía en la diversidad. El diálogo ecuménico e interreligioso desde el Concilio Vaticano II), a más de cincuenta años del Vaticano II, hemos constatado que la experiencia de diálogo ecuménico ha sido muy rica, aunque haya ido dejando cicatrices que manifiestan las dificultades del encuentro real. Dificultades que nacen de unos obstáculos que son… “los de siempre”, como escribió el ecumenista Juan Bosch: “la intransigencia revestida de fidelidad, el inmovilismo camuflado de ‘santa paciencia’, los integrismos y autoritarismo mantenidos a fuerza de amenazas…” (Para comprender el ecumenismo) y otros nuevos. Hemos ido comprendiendo –al menos algunos, y seguramente bastantes…- que ya no se trata solamente de reconocer que los cristianos de las demás confesionestambién son hermanos cristianos, pero… “separados” (UR 1,3… passim); y que, consecuentemente tienen que “retornar”, “volver al redil” de la única Iglesia auténtica e históricamente inmutable: la Iglesia Católica-Romana... La unidad que buscamos ya no es bajo la autoridad jurídica del obispo de Roma; sin quitarle valor al Primado, el “servicio petrino”, reconocido incluso fuera de la Iglesia católica, precisamente como “servicio”, no con un valor jurídico-autoritario. El mismo Juan Pablo II reconoció honestamente en algún momento: “Yo [como Papa] sé que soy el mayor obstáculo para el diálogo ecuménico”. No se trata de buscar una uniformidad bajo una única autoridad canónica: el papa y la curia vaticana; sino de buscar la unidad/comunión en la riqueza de la pluralidad y la diferencia. Buscamos alcanzar la sinfonía eclesial, desde la variedad complementaria de iglesias que forman y enriquecen la gran Iglesia, la única Iglesia que forma todos los cristianos; porque no puede haber armonía sinfónica sin los distintos instrumentos y voces diferentes que la componen. Se trata de reconocer que todos los cristianos bautizados formamos parte de la única Iglesia de seguidores y seguidoras de Jesucristo; y que nuestras diferencias son expresión de una riqueza histórica, existencial, espiritual y teológica que no se debe perder ni por una parte ni por la otra. Estas diferencias, al contrario de lo que se ha dicho muchas veces en la Iglesia católica o, en otras iglesias por reacción contra ella, no son fruto de avatares perversos que llevaron a divisiones, sino de la riqueza de los dones del Espíritu; aunque estas divisiones nos hayan enfrentado muy violentamente en el pasado, y a veces personas y grupos hayan perdido el rumbo en lo esencial. Estoy muy de acuerdo con las tesis de Christian Duquoc -teologo católico-acerca de que la multiplicidad de las Iglesias cristianases un valor positivo; y en cambio la obsesión por una “ideología de la unidad” manifiesta una “ideología de conquista a partir de un ‘centro’ que se cree factor de unificación”, que, en realidad, es “el efecto de la voluntad hegemónica y del deseo de acentuar la presión del centro para mantener la unidad empírica superando los límites tolerables” (Iglesias Provisionales. Ensayo de Eclesiología ecuménica). Negarse a aceptar o querer acabar con esa pluralidad es un pecado contra el Espíritu. Esto es lo que creo que nos jugamos en el diálogo ecuménico entre hermanos cristianos. Por eso, la revocación por parte de Roma de la excomunión de Lutero sería un gran paso adelante en la verdadera unión de los cristianos: unidad en la diversidad. Además, los católicos romanos deberíamos seguir trabajando intensamente por el encuentro con la Iglesia ortodoxa, que se autoproclama católica, con no menos pretensión que la católica romana. Veo que nos quedamos solos quienes argumentamos en esta dirección. Pues está visto: todo discurrir, mejor dicho, cualquier no discurrir, sino toda parrafada, parecer, comentario o juicio de valor se atienen al mismo patrón del pánico: nada se modula. Todo pasa mediáticamente por contar contagiados, curados y fallecidos y dar consejos profilácticos. A nada se pone objeción que no sea resaltar las deficiencias sanitarias. No se puede razonar. La obsesión y la psicosis consisten justo en eso…
Los poderes y los medios parten de la idea invariable, por lo tanto, ya digo, la obsesión, de que estamos ante la plaga de una devastadora enfermedad incurable y no ante el ciclo de una enfermedad contagiosa recurrente (más o menos natural o artificial) que troncha sobre todo la vida de quienes estaban próximas a su fin y que con seguridad lo deseaban. Como si no fueran pandemias, aunque la Medicina no les ponga esa etiqueta, otras causas persistentes de muerte. Pues ¿acaso no son pandemias fijas el cáncer o el suicidio, las muertes de tráfico, por alcohol o por tabaco, etc,, y sin embargo la sociedad, las sociedades, conviven impasibles con ellas, como algo natural que forma parte de la propia vida y de la suerte? Aparece esta temporada una variante de gripe más contagiosa, lo mismo que otras no lejanas, como la Ébola, la Asiática o la Aviar… y el mundo, el poder político, el poder médico y los medios, como si estuviésemos ante otra de las pestes mortíferas de la historia que no distinguían edades, se vuelven literalmente loco y pasan súbitamente a tomar medidas extremas, a hablar y a expresarse como si estuviésemos en la guerra final, y se le mete a todo el mundo en casa… ¿Somos “conspiraparanoicos”, o somos personas que no se dejan avasallar por las continuas tretas del poder numerosas veces comprobadas? ¿No es todo esto altamente sospechoso de maniobras, de argucias, de intenciones tramposas, de una conjura del poder occidental, con uno o varios objetivos que ya irán saliendo a flote cuando acabe esta cuarentena insoportable por carecer de sentido y convicción? Aquí la cuestión más descollante empieza a ser un desafío para la posteridad: ¿quiénes están más trastornados, si todos cuantos forman parte del poder médico, político, militar, policial y mediático y quienes les siguen, o quienes fríamente estamos contemplando esto como una perturbación gravísima social de la psicología colectiva atrapada en la globalización, más propia de la bioquímica de una, como todas, guerra absurda que de la pandemia de una enfermedad espantosa, como la peste bubónica o la lepra? Aunque uno sea ya mayor resulta que hay oportunidad para sorprenderme.
Lo que siempre he soñado, ahora me ocurre… Pues que voy celebrando las comuniones de los niños por primera vez, de uno en uno, o de dos en dos. Una novedad, por aquello del coronavirus, para evitar todo peligro de contagio entre los niños y participantes. Y la comunión se la doy, previa retirada de la mascarilla por parte de los padres. No hay trajes elegantes ni nada extraordinario. Es cierto que voy a celebrarlo unos cuantos días. Pero no me importa. El fotógrafo apenas ha actuado. Hemos estado en silenciosa participación y con atención. Los padres y los catequistas van realizando las lecturas, preces, ofrendas… Y como no hay pugna de cómo van los demás, un vestido sencillo. Todo lo que hemos luchado por conseguir ese ambiente de sencillez y participación, y resulta que ahora el Covid- 19 nos lo exige. Y como nos lo indica Sanidad, no hay grandes aglomeraciones: ni siquiera en la comida: justo los padres y abuelos. Ya sé que es por obligación y que hay poco convencimiento, pero la necesidad nos hace brotar la virtud. Pienso que igual va a ser positivo el celebrar la eucaristía con grupos reducidos, porque el silencio, las respuestas, los cantos, todo va animando unas celebraciones a gusto, profundas. Me va tocando celebrar varios funerales con el cupo exigido por aforo y voy experimentando otras experiencias parecidas. Igual podemos sacar lecciones de esta epidemia. Lo importante es que lo celebremos con intensidad, con ganas, con actitud de fe y atención. A ver si se animan las parejas, porque sería una oportunidad para vivir eso que siempre hemos soñado de unas bodas como celebraciones cálidas de un sacramento tal como el matrimonio. Celebrado como comunidad y con fe. Quizás estamos ensayando unas formas nuevas de cristianismo con mucha menor multitud y con la oportunidad de una predicación más concreta, más apropiada a esas personas concretas. Después de toda una vida pastoral, ahora tengo la suerte de celebrar de verdad estos sacramentos, así, en familia. Una muchedumbre inmensa que no coincide, ni mucho menos, con el número de santos y santas que aparecen en el santoral de la Iglesia católica. Entonces, estos otros santos y santas, ¿quiénes son?; ¿por qué son considerados como santos?; ¿quiénes les ha declarado como tales?
“Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: «Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?» Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás.» Me respondió: «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero”. (Apoc 7,9. 13-14) Pues sencillamente son los que vienen de la “gran tribulación” que no es otra que la vida misma, la de cada día. La que ha tocado, toca y seguirá tocando vivir a cada persona con más o menos dificultades. Porque aquí es donde se fragua la santidad, y no en otro sitio. Ya que la santidad no es una cuestión de apartados y de segregados, sino de insertados hasta lo más profundo, hasta la médula, hasta el mismo meollo. Después unos y unas tendrán quienes les echen una mano de cara al reconocimiento público. Otras y otros quedarán en el anonimato para siempre o, en el mejor de los casos, en el recuerdo de los suyos, de los propios, de los más cercanos o de unos pocos a quienes les causaron admiración profunda o de quienes aprendieron que vivir de verdad se hacía de otra manera, como esos hombres y mujeres por quienes sienten admiración, respeto y deseo de imitarlos para dar un sentido diferente a sus vidas personales. Hombres y mujeres que se dejaron y se dejan moldear por el amor, porque, a pesar de poseer muy poco o nada, descubrieron y descubren que esa era y es la mayor de las riquezas, la única que les podía y les puede hacer felices de verdad; dándose cuenta a la vez que, si lo comunicaban y lo comunican, podían y pueden hacer felices también a otras personas. Un “amor” sin epítetos ni calificativos, sin mayúsculas ni minúsculas; un amor sin credos ni ideologías; un amor ajeno al color de la piel y al tipo de lengua. ¡Qué más da! Era un amor que, sin saberlo o no, teniendo o no conciencia de ello, procedía y procede, a la postre, de la intimidad más profunda de sus corazones, el lugar exclusivamente reservado para el más absoluto e infinito de los amores: el Dios de Jesús, del que muchas y muchos nunca oyeron hablar. Hombres y mujeres que no supieron ni saben qué era o qué es eso de la humildad, porque para ellas y ellos eso de ser los últimos era y es lo más normal y natural, pues se trata de algo que les sale de dentro, puesto que nadie se lo ha enseñado. Más aún, cuando en algunos momentos se dieron y continúan dándose cuenta de que, viviendo de esa manera, conseguían y consiguen que los pobres y los “nadies” podían y pueden llegar a ser los primeros, al menos por algún momento. Hombres y mujeres, muchos de los cuales no frecuentaron ni frecuentan templos ni santuarios; tampoco mezquitas, sinagogas, pagodas ni otros lugares de culto. Y no lo hicieron ni lo hacen ahora porque su verdadera y única religión consistió y consiste en practicar la justicia para con los más desfavorecidos y apostar por la verdad frente a las inmensas ofertas de falsedad y de engaño que cierto tipo de personas e instituciones infundieron y siguen infundiendo por doquier; a pesar de que la apuesta que hicieron por la verdad y la justicia les acarrearon y les siguen acarreando problemas y dificultades, a veces serias, en sus propias vidas. Hombres y mujeres que, sin dar voces ni hacer ningún tipo de aspavientos, apostaron y siguen apostando por la palabra y el diálogo para aportar al menos un poco de solución a los conflictos; normalmente a los que no salen en los medios públicos, pues ellos y ellas no se consideran “importantes”, ni tampoco la sociedad en general los tiene como tales. Pero sí, a esos conflictos, roces y enfrentamientos familiares, de amistad, de vecindario, de pueblo y de barrio que tanto degradan y destrozan la convivencia diaria que es, al fin y al cabo, la que les toca tan de cerca que, de no solucionarse, puede llegar a crean un clima irrespirable. Hombres y mujeres que en medio de tanta tirantez, tensión y crispación creyeron y continúan creyendo que había y hay que apostar por renunciar a la condena y al castigo como el mejor de los sistemas a la hora de corregir cualquier tipo de desviación personal o social; y poner al menos algunas dosis, cuantas más mejor, de perdón y de misericordia. Hombres y mujeres, en definitiva, que jamás emitieron ni emiten ningún tipo de juicio sobre las razones o falta de las mismas que haya podido tener o aducir alguien para perpetrar cualquier tipo de acción negativa, incluso hasta el crimen más aberrante. Por eso precisamente, son hombres y mujeres que creyeron y siguen creyendo que a nadie se le puede negar nunca una oportunidad ni tampoco se le puede decir “esta es la última”. Pues bien; ninguno de ellos ni de ellas tendrán jamás personas devotas, porque tampoco tuvieron quienes les aupase a los altares ni escribiera nada sobre vidas que fueron y siguen siendo normales y corrientes. Los altares y las hagiografías están reservadas para quienes tuvieron y tienen vidas “excelsas” y prosélitos que veneran sus “hazañas”. Para ellas y ellos el mejor de los altares fue su conciencia. Y el único y gran devoto, el Dios del amor que creyó en ellos desde el principio y lo continuará haciendo por toda la eternidad. El verbo preocuparse posee dos significados: 1. Causar intranquilidad, inquietud o angustia. 2. Interesarse, prestar especial atención a algo.
Igualmente tiene dos clases de sinónimos opuestos: 1. Desasosegar, intranquilizar, inquietar, alarmar, recelar, angustiar, obsesionar, impacientar... 2. Ocuparse, responsabilizarse, cuidar, desvelarse, fomentar, interesarse, prevenir. Pre-ocuparse es mostrar una intranquilidad y un desasosiego desmesurado, antes de que se produzca el hecho sobre el que se muestra la alarma: la pena o el dolor que me puede causar una opción de alguien cercano con la que estoy en desacuerdo; el sufrimiento por la soledad en la que me voy a quedar cuando ese familiar me abandone; la situación de crisis vital en la que me veré envuelto si pierdo mi puesto de trabajo; una enfermedad que se está diagnosticando pero de la que aún no se tienen los resultados definitivos; la incertidumbre sobre mi pensión ante la crisis económica que padecemos como resultado de la pandemia… Vivimos en una sociedad que fomenta una pre-ocupación constante, por el miedo y la inseguridad que fomentan en los distintos órdenes de la existencia. Y el remedio que ofrecen es la hipotética seguridad de un buen sistema privado de pensiones, una medicina y una enseñanza privada, el seguro más alto por la casa, el coche… para que nada nos pueda sorprender ni inquietar. Aunque lo cierto es la vida nos sorprende a cada momento y puede tomar un rumbo totalmente diferente de un día para otro, tal como lo hemos comprobado desde la crisis económica que adquirió una gran intensidad a partir del año 2008. Pero todo tiene su tiempo en la vida y en la naturaleza. Por ejemplo: El granado no se pre-ocupa en enero o febrero por si va a florecer o dar fruto. Pero sí que se ocupa de echar flores entre mayo y agosto, para ofrecernos su fruto delicioso entre septiembre y noviembre. Así deberíamos actuar cada uno de nosotros y nosotras: ocuparnos, responsabilizarnos y cuidar de todo lo que nos interesa y nos une como humanidad y como partes integrantes que somos de la naturaleza, del universo. Ocuparse es todo lo contrario a despreocuparse. Quien se preocupa, al menos, tiene un sentimiento de cercanía, de interés, pero quien vive permanentemente despreocupado, solo vive para sí y el crecimiento desmedido de su propio ego, dando prioridad exclusivamente a sus propias predilecciones. Por lo tanto, intentemos en la medida de nuestras posibilidades, ya que somos seres humanos vulnerables, no pre-ocuparnos en demasía de lo que pudiera ocurrir, por un hecho incierto, en un futuro más o menos próximo. Ocupémonos con cuidado y empeño cuando llegue la situación esperada, buscando la mejor forma de solucionar el problema, como decía siempre una gran amiga mía: “Cuando lleguemos a esa esquina, la doblaremos”. Pero, sobre todo, evitemos la des-preocupación, que demuestra insolidaridad, egocentrismo e ingratitud. La pregunta sobre el tributo al Cesar se la hicieron los fariseos y herodianos. A continuación, narra Mt otra pregunta de los saduceos sobre la resurrección de los muertos, en la que ellos no creían. Quieren ridiculizar la creencia en otra vida con el supuesto de siete hermanos que estuvieron casados con la misma mujer. Jesús desbarata sus argumentos. Por eso, a continuación, el texto de hoy dice: “Al oír que había hecho callar a los saduceos”, los fariseos vuelven a la carga: ¿Cuál es el primer mandamiento?
La pregunta no era tan sencilla. La mayoría consideraba que todos los mandamientos tenían la misma importancia. Otros defendían que guardar el sábado era el primero. Había quien defendía el amor al prójimo como el principal. A nadie se le había ocurrido que el principal mandamiento, eran dos. Jesús responde recitando la “shemá” (escucha), que todo israelita recitaba dos veces cada día (Dt 6, 4-9). Jesús la referencia al Lev 19,18, pero elimina la primera parte que dice: “No guardarás rencor ni tomarás venganza de los hijos de tu pueblo”, con lo que deja claro quién es el prójimo al que hay que amar. La originalidad de Jesús está en unir los dos mandamientos. De hecho, lo único que hace es citar dos textos del AT. No se trata solo de una yuxtaposición o de una equiparación. Se trata de una identificación en toda regla que, además, prepara el terreno a Jn para poder decir con rotundidad: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34). Es el mandamiento nuevo, que convierte la Ley en vieja. Después de 20 siglos, seguimos sin aceptar la diferencia entre AT y NT. El valor absoluto de cada persona es una propuesta exclusiva de Jesús. Hasta entonces el individuo no contaba más que como perteneciente e integrado en el grupo. Desde esa perspectiva, lo único que interesaba eran las manifestaciones del amor, no el amor mismo. De ese modo, el precepto recaía sobre las manifestaciones. El amor que exige Jesús no se puede alcanzar con el cumplimiento de un precepto. Ya no se trata de una ley, sino de una actitud: “Un amor que responde a su amor”. El amor que pide Jesús no se impone. El concepto de “prójimo” es modificado por Jesús de manera sustancial. Para un judío, prójimo era el que pertenecía al pueblo y, a lo sumo, el prosélito. Jesús desbarata esa barrera y postula que todos somos exactamente iguales para Dios. El cristianismo no siempre ha sabido trasmitir esta idea de igualdad y hemos seguido creyendo que nosotros somos los elegidos y que Dios es nuestro Dios, como los judíos de todos los tiempos. Jesús no propone un amar a Dios ni un amor a él mismo. Dios ni ama ni puede ser amado, es amor. La exigencia de Jesús no es con relación a Dios sino con relación al hombre. Cuando seguimos proponiendo los mandamientos de “la Ley de Dios” como marco para la vida de la comunidad, es que no hemos entendido el mensaje de Jesús. S. Agustín lo entendió muy bien cuando dijo: “Ama y haz lo que quieras”. Pero Pablo lo había dicho con la misma claridad: “Quien ama, ha cumplido el resto de la Ley”. No se trata de una nueva ley, sino de hacer inútil toda ley, toda norma, todo precepto. El “Como a ti mismo” (también superado por Jesús: “Como yo os he amado”) necesitaría un comentario más extenso. Únicamente diré que el amor solo se puede dar entre iguales. Si considero superior o inferior al otro, mi relación con él nunca será de amor. Desde esta perspectiva, ¿a dónde se van todas nuestras “caridades”? Lo que nos pide Jesús es que quiera para los demás todo lo que estoy deseando para mí. ¡¿De verdad creo hacer caridad cuando doy al mendigo la ropa vieja que ya no voy a utilizar?! Una vez más tenemos que resaltar la imposibilidad de aceptar el mensaje de Jesús, sin abandonar la idea de Dios del AT. Esta es la trampa en la que cayeron los primeros cristianos que eran todos judíos. Aquí está también, la clave para entender tantas aparentes contradicciones en los evangelios. Lo que pide Jesús es más de lo que puede enseñar cualquier institución. La excesiva fidelidad a la institución nos impide alcanzar el mandamiento nuevo. Por eso Jesús criticó tan duramente las instituciones religiosas de su tiempo, (Templo, Ley, culto). Se habían convertido en un obstáculo para llegar al hombre. El amor consiste en desarrollar la capacidad que tiene un ser de salir de sí e ir al otro para enriquecerle y enriquecerse como persona. A Dios no se le puede amar directamente ni mucho ni poco, porque no le podemos conocer. Dios no es un sujeto con el que me pueda encontrar. No es nada distinto de mí o de la creación. Amar a Dios y amar al prójimo es un único acto. Dios y el prójimo no se pueden separar. Tampoco Dios puede amar a sus criaturas porque no son nada fuera de Él. Demuestro que estoy abierto al amor si amo a todos. Si dejo de amar a una persona, puedo estar seguro de que lo que me mueve no es amor, sino egoísmo, instinto, pasión, interés o la simple programación. El amor no responde a necesidad alguna de mi ego. Acontece en la profundidad del ser, incluyendo todos sus aspectos. Es el único camino para un crecimiento armónico del ser, impidiendo que la parte material y biológica del mismo, se imponga y arrastre a la parte más noble, malográndole sus posibilidades de ser humano. Superar el egoísmo no significa una renuncia a nada sino un acopio de humanidad. No suprime ninguno de los aspectos de nuestra humanidad, sino que los colma y les da su verdadero sentido. El amor no es consecuencia del conocimiento. Los escolásticos decían: “No se puede amar nada, si antes no se conoce”. Pero no basta con conocer, debo conocerlo como bueno para mí. El conocimiento racional será siempre egoísta, solo puede apreciar lo que es bueno para mi falso ser. Solo de un conocimiento vivencial puede nacer el verdadero amor. Si necesito motivos interesados para amar, no es amor. Si amamos para hacer un favor, tampoco funciona. Tengo que descubrir que soy yo el que me enriquezco al amar. Ese enriquecimiento se produce en mi verdadero ser, y eso no nos interesa demasiado. El mayor peligro a la hora de comprender el amor evangélico es que lo confundimos con el deseo de que el otro me quiera. El deseo de que otro me ame es instintivo y no va más allá del interés egoísta. La mayoría de las veces, cuando decimos te amo, en realidad queremos decir: “Quiero que me quieras”. Esto no tiene nada que ver con el mensaje de Jesús. Cuando oímos decir a una persona: “No puedo vivir sin ti”, en realidad, lo que está diciendo es: “No te voy a dejar vivir, porque te voy a exigir que vivas solo para mí”. Es ignorancia creer que podemos amar a Dios aunque no amemos al prójimo; o peor aún, que podemos amar a uno mucho y a otro poco o nada. El amor es uno solo porque es una actitud personal. El amor queda especificado en la persona que ama, no por la persona amada. Tiene que existir antes de manifestarse. Lo que llega a los demás, lo que se percibe al exterior, son solo las manifestaciones de ese amor. La actitud vital es única en cada persona, pero el amor evangélico tiene que ser práctico, tiene que manifestarse en obras. Solo puede manifestarse cuando me encuentro con otro, con el próximo. Meditación La buena noticia de Jesús es que puedo identificarme con Dios. El amor que Jesús nos pide es fruto de un descubrimiento que solo puedes hacer viajando hacia tu interior. Más allá de lo razonable, tú puedes descubrir la Vida, esa VIDA de Dios que está en ti y está en todas las cosas. ¿Cuál es el mandamiento principal? Muchos católicos responderían: «Ir a misa el domingo». Los que piensan así probablemente no irán a misa este domingo. A los que piensen de otro modo y vayan, les gustará recordar lo que pensaba Jesús.
El problema de sus contemporáneos En los domingos anteriores, diversos grupos religiosos se han ido enfrentando a Jesús, y no han salido bien parados. Los fariseos envían ahora a un especialista, un doctor de la Ley, que le plantea la pregunta sobre el mandamiento principal. Para comprenderla, debemos recordar que la antigua sinagoga contaba 613 mandamientos (248 preceptos y 365 prohibiciones), que se dividían en fáciles y difíciles: fáciles, los que exigían poco esfuerzo o poco dinero; difíciles, los que exigían mucho dinero (como honrar padre y madre) o ponían en peligro la vida (la circuncisión). Generalmente se pensaba que los importantes eran los difíciles, y entre ellos estaban los relativos a la idolatría, la lascivia, el asesinato, la profanación del nombre divino, la santificación del sábado, la calumnia, el estudio de la Torá. ¿Se puede reducir todo a uno? Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, de saber qué era lo más importante. Este deseo se encuentra en una anécdota a propósito de los famosos rabinos Shammay y Hillel, que vivieron pocos años antes de Jesús. Una vez llegó un pagano a Shammay y le dijo: «Me haré prosélito con la condición de que me enseñes toda la Torá mientras aguanto a pata coja». Shammay, que era sastre, lo despidió amenazándolo con la vara de medir que tenía en la mano. El pagano acudió entonces a Hillel, que le dijo: «Lo que no te gusta, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpretación" (Schabat31a). También el Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) sintetizó toda la Ley en una sola frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo; este es un gran principio general en la Torá». La novedad de Jesús Mateo había puesto en boca de Jesús una síntesis parecida al final del Sermón del Monte: «Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). Pero en el evangelio de hoy Jesús responde con una cita expresa de la Escritura: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente» (Deuteronomio 6,5). Son parte de las palabras que cualquier judío piadoso recita todos los días, al levantarse y al ponerse el sol. En este sentido, la respuesta de Jesús es irreprochable. No peca de originalidad, sino que aduce lo que la fe está confesando continuamente. La novedad de la respuesta de Jesús radica en que le han preguntado por el mandamiento principal, y añade un segundo, tan importante como el primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19,18). Una vez más, su respuesta entronca en la más auténtica tradición profética. Los profetas denunciaron continuamente el deseo del hombre de llegar a Dios por un camino individual e intimista, que olvida fácilmente al prójimo. Durante siglos, muchos israelitas, igual que muchos cristianos, pensaron que a Dios se llegaba a través de actos de culto, peregrinaciones, ofrendas para el templo, sacrificios costosos... Sin embargo, los profetas les enseñaban que, para llegar a Dios, hay que dar necesariamente el rodeo del prójimo, preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una sociedad justa. Dios y el prójimo no son magnitudes separables. Tampoco se puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. Ambos preceptos, en la mentalidad de los profetas y de Jesús, están al mismo nivel, deben ir siempre unidos. «De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas» (v.40). El prójimo son los más pobres (1ª lectura) En esta misma línea, la primera lectura es muy significativa. Podían haber elegido el texto de Deuteronomio 6,4ss donde se dice lo mismo que Jesús al principio: «Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón...» Sin embargo, han elegido un texto del Éxodo que subraya la preocupación por los inmigrantes, viudas y huérfanos, que son los grupos más débiles de la sociedad (la traducción que se usa en España dice los «forasteros», pero en realidad son los inmigrantes, los obligados a abandonar su patria en busca de la supervivencia, marroquíes, senegaleses, rumanos, etc.). Luego habla del préstamo, indicando dos normas: si se presta dinero, no se pueden cobrar intereses; si se pide el manto como garantía, hay que devolverlo antes de ponerse el sol, para que el pobre no pase frío. Es una forma de acentuar lo que dice Jesús: sin amor al prójimo, sobre todo sin amor y preocupación por los más pobres, no se puede amar a Dios. El ejemplo de unos cristianos pobres (2ª lectura) La lectura de la primera carta a los Tesalonicenses, continuación del fragmento que leímos el domingo pasado, recuerda lo bien que acogieron «la Palabra, entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo». La continuación de la carta aclara que «tanta lucha» se refiere a las persecuciones de los judíos. La comunidad, quizá la más pobre de las que fundó Pablo, supo unir dos realidades aparentemente irreconciliables: sufrir y vivir alegres, gracias al Espíritu Santo. De este modo se convirtieron en modelo para otros muchos cristianos de Macedonia y Grecia y nos recuerdan el ejemplo parecido de otras comunidades actuales. El texto, aunque muy breve, contiene dos datos interesantes: 1) Resume la predicación de Pablo, al menos en sus primeros tiempos: el recurso para evitar el castigo futuro de Dios consiste en abandonar los ídolos, volverse al Dios verdadero y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús. 2) Hay comunidades cristianas no solo en Macedonia, sino también en Acaya y «en todas partes»; Acaya es la región situada al norte del Peloponeso, entre la región de Corintia y el mar Jónico. Esto demuestra que la predicación de Pablo y de los otros misioneros no se limitó a la ciudad de Corinto, sino que se extendió también hasta relativamente lejos. En el asunto del amor nos va la vida y precisamente por eso necesitamos recordar con cuánta facilidad nos engañamos a la hora de ponerlo en práctica. Quizá por eso Jesús le hace a Pedro junto al lago un test de diagnóstico rápido: Y cuando le oye responder afirmativamente a su pregunta “¿Me amas más que…?, le pone inmediatamente delante el camino en que verificar la autenticidad de su amor: “Apacienta a los míos, cuídalos, preocúpate, hazte cargo de ellos”.
El test sigue siendo eficaz hoy y quizá en este tiempo de pandemia nos venga bien actualizar sus imperativos[1] y escucharlos como dirigidos personalmente a cada uno de nosotros. - Si me amas, huye de la obsesión por que termine cuanto antes este tiempo de crisis para poder volver “a lo de antes”. Eso “de antes” estaba absolutamente descompensado y urge reequilibrar el mundo: el sueño de un crecimiento y un consumo sin límites está teniendo consecuencias devastadoras. - Si me amas, aprende las lecciones de la pandemia: los límites de la autosuficiencia y la común fragilidad, la conciencia de que, frente al virus de la Covid 19, no hay más defensa que el virus de la solidaridad. - Si me amas, hazte de nuevo las preguntas esenciales, reflexiona sobre los retos planteados, el sentido de la vida, de las cosas y del mundo. Prepárate para defender la vida, apreciarla como nunca, amarla, vivirla; no desde el temor a la muerte, sino desde la alegría de estar vivos. - Si me amas, piensa junto a otros y a largo plazo sobre el futuro de la condición humana: qué decisiones y políticas públicas son necesarias para defender la vida y su disfrute, su sentido y su sentir. - Si me amas, desconfínate mentalmente por rebeldía y no resignación, por esperanza y con esperanza. Ponte a favor de una política y una economía de la vida y por la vida y escucha las preguntas de las generaciones futuras sobre qué mundo mejor pueden esperar. - Si me amas, apacienta las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft): eres tú el encargado de apacentarlas, no dejes que sea su poder de distracción quien tome el control de tu vida. - Si me amas, enciende en la oscuridad luz de visión, de orientación y de esperanza. NOTA por si a alguno le pasa como a Pedro: las consecuencias del amor que Jesús le ponía delante le venían tan grandes, que trató de salirse por la tangente: “- Vale, yo lo intento, pero ¿qué pasa con fulanito y menganito y el otro, que no están por la labor de vivir todo eso?” El corte recibido fue fulminante: “-¿Y a ti qué te importa? Tú, sígueme”. Que en el fondo no es más que la versión adulta del juego “Antón Pirulero” que nos sabíamos los niños de antes: “Cada cual, cada cual, que atienda a su juego”. Profetas fuertes de bondadosa simpatia, Sinodales como el Obispo Casaldaliga por: Edgard R. Beltrán10/22/2020 Todos quedamos admirados, y a veces aterrados, ante las firmes posiciones de un profeta. Son directos en las denuncias que derrumban y son fuertes en los anuncios que edifican. Generalmente dos aspectos se le suponen al profeta, una cara adusta y un carácter tosco. Estos aspectos son inexactos. Son propios de clérigos solterones regañones, quienes nada tienen de profetas. También santos y santas caen bajo el estereotipo de frialdad, ninguno sonríe en los dibujos de sus caras. El rosto de Jesús no escapa de esta desfiguración, aunque ese rostro expresaba la buena noticia del reino. Ahora esos dibujos de Jesús comienzan a cambiar.
Pedro Casaldáliga es un profeta, fuerte en su denuncia y luminoso en su anuncio del reino, por esto arriesgó su vida sin dudarlo. Pero su fortaleza profética no provenía de un temperamento irritable. Era profeta por ser místico, en íntima comunión con Jesús. Mucho se ha hablado y muy bien de este cristiano que como obispo mostró un profetismo fuerte como pocos. Se habla para que aprendamos más de él y lo imitemos en su mística intimidad con Jesús y el Padre y también en su profetismo en la construcción del reino identificándonos con los oprimidos. Su profetismo lo llevó a pedir que lo sepultaran en la tierra del cementerio basura que ya no usa la ciudad, en medio de una mujer y un hombre, ambos botados allí como basura humana, ocultándoles su filiación divina y desnudándolos de su dignidad humana, ambos víctimas de una sociedad criminal. A la mujer la habían esclavizado para someterla a su condición de sexo servidora. Al hombre lo habían reducido a peón sin tierra y sin techo, y con un trabajo como esclavo, tan agotador que lo llevó a la muerte. Una pequeña cruz de madera desnuda señala ese lugar, La cruz es de madera, en memoria de la cruz de Jesús que fue asesinado en ella por el crimen de construir el reino de su Padre, donde todos y todas se aman como iguales. La cruz está desnuda, pues Jesús resucitó, ya no está ahí. Ahora la sociedad injusta crucifica en la cruz a sus desechados, a éstos a quienes Jesús quiere hacer descender resucitados, con la colaboración de sus discípulos, como su profeta Pedro Casaldáliga. “No perder el sueño, ni el canto, ni la risa”, escribe en uno de sus bellos poemas este obispo profeta, Casaldáliga. Su personalidad era alegre, su carácter simpático, su manera de ser tan agradable que daba gusto volverlo a encontrar. Era un amigo con todos y con todas, colocándose a nivel del más humilde, nunca con uniformes clericales, ni títulos ni insignias principescas. Su canto era su hermosa poesía, su risa acompañaba su persona. Su sueño no era interrumpido ni por mortales amenazas. Dormía con la conciencia envidiablemente tranquila del profeta. Igual que aquel otro profeta que dormía tranquilo sobre las tablas de una barca, en medio de tormentas, Jesús de Galilea. Es que la fuerza de su profetismo no era fruto de su temperamento, sino que le venía de su comunión mística con Jesús y su Evangelio del reino que lo llevaba al Padre, y juntamente le venía de su identificación con el pueblo y sus dolencias. Su “caminar con” Jesús en la construcción del reino, y su “caminar con” el pueblo en igualdad participativa de bautizados y de bautizadas, hace de Casaldáliga con su simpatía un obispo sinodal, profeta fuerte y bondadoso. Así hay otros obispos profetas fuertes con bondadosa simpatía en una Iglesia Sinodal. Obispo Hélder Cámara, de Recife, Brasil. Cuando se iba a pie con él por la acera de la ancha avenida desde su oficina hasta la parroquia donde vivía en su sencillo cuarto, era sorprendente ver cómo era saludado con cariño por la gente que se encontraba caminando y por la que iba en autos. Todos lo conocían, con todos se sonreía. A veces entraba a un sencillo comedor de obreros y con todos se saludaban de abrazo. Este obispo profeta sinodalmente “caminaba con” el pueblo, con quien vivían la realidad, la examinaban, discernían, decidían, actuaban. Su bondadosa simpatía se añadía a su fuerza profética, fruto de su comunión mística “al caminar con” Jesús en la edificación del reino. Fue un obispo sinodal, profeta fuerte y bondadoso. Obispo Leonidas Proaño, de Riobamba, Ecuador, “obispo de los indios”. Con fuerza de profeta en favor del indio, impidió una celebración nacional multitudinaria del Presidente de la República, cuando hacía muy poco unos indígenas habían sido asesinados Con sonrisa bondadosa trataba siempre al pobre, con quien se igualaba, sin uniformes clericales, ni insignias ni títulos principescos. Amenazado de muerte por defender al indio, nunca perdió el sueño. Tampoco perdió la paz cuando Roma le envió a un obispo de un país vecino para investigarlo por acusación de un obispo colega. Después de interrogar a 303 personas bajo juramento, ni uno solo presentó acusación. Esto se lo dijo en confidencia el obispo investigador. Roma, al igual que en el caso del obispo Casaldáliga, nunca se pronunció. El obispo. Proaño en confianza lo comentaba tranquilo y sonriente, aunque sus ojos se le humedecían. “Caminó con” el pueblo, sinodalmente, como iguales, convivían la realidad, la examinaban, discernían, decidían, actuaban, crecían como sujetos que edifican la historia y bautizados y bautizadas participantes como Iglesia. Todo era fruto de su mística comunión al “caminar con” Jesús, en la edificación del reino. Fue un obispo sinodal, profeta fuerte y bondadoso. Obispo Samuel Ruiz, de San Cristobal, Chiapas, México. Erudito biblista hablaba 7 idiomas occidentales y los 3 idiomas mayas usados en su diócesis, fue el obispo más joven en la primera sesión del Vaticano II. Su “caminar con” los pobres lo convirtió a profeta y su místico “caminar con” Jesús lo hizo constructor del reino. Su simpatía y su sencillo vestir laical lo acercó a los oprimidos, fue uno de ellos y por defenderlos sufrió muchas persecuciones. Fue un obispo sinodal, profeta fuerte y bondadoso. |
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