Mateo convierte la proclamación de las Bienaventuranzas en ocho actitudes u opciones de vida que son fuente de dicha y de libertad.
A ojos de la cultura dominante –y del ego, que rige en ella-, parecen un sinsentido, porque chocan frontalmente con el modo de funcionar del yo, que persigue objetivos radicalmente opuestos. Lo primero que destaca, por tanto, en esta proclamación es el carácter paradójico de la felicidad que anuncian. Aquí se ve como dicha lo que para el yo es desgracia. ¿Dónde está la clave? Digamos de entrada que la lectura adecuada no es la dolorista, que ensalza el dolor como algo bueno en sí mismo, o absolutiza el sacrificio y la renuncia. Es un mensaje de sabiduría, que se enmarca en aquel principio básico de Jesús, según el cual el interés por salvar el yo equivale, en realidad, a perder la vida. El ser humano no puede negar su sed de felicidad y de plenitud. Pero el error consiste en que, al creer que somos el yo particular, las buscamos como si fueran “objetos” y nos las apropiamos. Y, paradójicamente, es la apropiación la que nos esclaviza, introduciéndonos en una noria hedonista, que empieza y termina en la frustración. A partir de la sensación de carencia inicial, buscamos apropiarnos de algo que creemos que nos hará felices…, y desembocamos en la frustración. Porque el ego es incapaz de felicidad y de plenitud. Vivir para él significa hundirse cada vez más en el vacío. La felicidad y la plenitud no es “algo” y, sin embargo, es lo que somos. El ego no puede pretender ser feliz –en su reino, todo es impermanente e incluso ficticio, como él mismo-; pero, en cuanto se quita de en medio, emerge la plenitud que somos. ¿Y qué vive la persona, cuando “ha quitado” a su ego de en medio? Esas son las actitudes que Mateo nombra en sus Bienaventuranzas. Si se entiende bien, habría que decir que no es feliz la persona porque viva esas actitudes, sino más bien que las vive porque es feliz, es decir, porque ha descubierto su verdad más profunda. Quien se halla conectado a su verdad, elige ser pobre, es capaz de asumir el dolor y el llanto, busca la justicia, vive la compasión, tiene un corazón limpio, trabaja por la paz y, aun sin buscarlo, de un modo u otro será “perseguido”. Mateo, por tanto, nos ofrece un “modo de vivir” que apreciamos en las personas sabias, aquellas que han descubierto que la plenitud y la felicidad no es “algo” a poseer, sino nuestra verdadera naturaleza. Esta es la comprensión que modifica todo la existencia.
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Como latinoamericana viviendo en USA trato de mantener una actitud totalmente pacifica (aun yendo en contra de cada fibra de mí ser), cuando me enfrento a teorías tan ligeras y absurdas acerca de lo que somos, de lo que hacemos y de lo que deberían hacer con nosotros.
Aquí una de estas teorías: ser latino es ser ilegal. Ser ilegal es grave, significa algo que es contrario a la ley o alguien que ha roto una ley.Romper la leyes un delito y a los delincuentes hay que castigarles. Siguiendo esta lógica fue que los hermanos Scott y Steve Leader,de Boston, golpearon y se orinaron encima de un indigente mexicano que dormía cerca de una estación de trenes. Uno de ellos gritaba que habría que deportar “a todos estos ilegales”. Muchas asociaciones pro inmigrantes tenían la esperanza de que la visita del Papa Francisco en septiembre pasado a este país, suavizara un poco el ambiente cargado de odio contra la comunidad latinoamericana promovido en las campañasde algunos aspirantes a ocupar la Casa Blanca. Todos esperábamos un “antes y un después”. Más cuando vimos al congresista católico, John Boehner (conocido por oponerse a reformas de leyes en el sistema migratorio) estremecido hasta las lágrimas con la presentación del Papa “como hijo de inmigrantes” y con el mensaje que Francisco hilaba en el Congreso a partir de figuras estadounidenses reconocidas por luchar a favor de las minorías. Mirar el rostro lloroso del conmovido congresista tras la blanca figura del pontífice, era como presenciar en vivo y en directo la conversión de Saulo de Tarso que la Biblia nos relata en los Hechos de los Apóstoles: “Lo cegó una luz que lo hizo caer” y escuchó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿porque me persigues?”… Pero no, hasta ahora no ha habido tal conversión, falta la parte donde deja de perseguir a la minoría para hacerse uno con ellos. Aquí el hecho es que no hubo un “antes y un después” y los latinos, por ser latinos, seguimos navegando entre el pecado de la ilegalidad. Quienes comulgamos con el mensaje de Jesús de Nazaret entendemos que no todo lo ilegal es pecado y no todo lo legal es lícito. Jesús fue asesinado por haber cometido un delito: declararse “rey” de una provincia romana cuyo gobernante supremo era el emperador romano. Su acto fue ilegal de acuerdo a la ley romana; su asesinato, legal. Como Jesús, la comunidad latinoamericana en USA es juzgada por la sociedad, sus gobernantes y sus aspirantes a gobernantes. Situándola así, entre el pecado y la ilegalidad: Es ilegal darle empleo a un inmigrante indocumentado. Es legal repatriar a esa persona, aun cuando su vida corra peligro en el proceso. Es ilegal suscribir a un seguro médico a un indocumentado. Es legal que esa persona sea donador de órganos. Es ilegal otorgar beneficios de retiro a un inmigrante indocumentado que ha trabajado durante 25 años. Es legal que la policía despoje de su automóvil a esa persona. ¿Cuál de estos actos constituye un pecado? ¿Es pecado lo ilegal? En el mundo actual, donde la ganancia fácil y rápida parece ser el principal objetivo de los consejos de administración y directivos empresariales, apenas queda espacio para la ética profesional, la satisfacción del trabajo bien hecho, la responsabilidad social y el crecimiento lento pero seguro.
Parece lógico que la finalidad de cualquier organización empresarial, con ánimo de lucro, sea la rentabilidad. Pero no a cualquier precio. Se equivocan gravemente aquellas empresas que apuestan por el enriquecimiento inmediato a costa de fraudes, irregularidades o el abuso y trato injusto a sus trabajadores. En el reciente caso Volkswagen, las cifras millonarias a las que tendrá que hacer frente debido a las reclamaciones, la pérdida de ventas y credibilidad social vienen a demostrar que el fraude, la chapuza y la falta de respeto a los consumidores no solamente no resultarán rentables para la empresa, sino que, además, según se deduce de las declaraciones del nuevo presidente, Matthias Müller, también tendrá consecuencias dolorosas en términos de empleo, en términos sociales. Se dice que nadie se hace rico siendo honorado. Sin embargo, yo creo que se puede ganar dinero y hacerlo ganar a los demás, cuando se trabaja con inteligencia, seriedad y respeto. En cualquier ámbito de la vida -también en el empresarial y el de los negocios-, la integridad, la entereza moral debe ser la virtud que guíe nuestros actos. La ambición fraudulenta nunca debería cegarnos; la honestidad siempre será más rentable, y más satisfactoria. El evangelio de este domingo (la curación del ciego Bartimeo) parece, a primera vista, muy fácil de entender: uno más de los milagros que hace Jesús a lo largo de su vida. Sin embargo, hay detalles que llaman la atención, porque no son frecuentes.
Detalles curiosos del relato. 1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única persona que le da este título en el evangelio de Mc. Puede tener dos sentidos: a) Jesús, como “hijo de David”, es el Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir, no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús, como “hijo de David”, es igual que Salomón, al que las leyendas posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones. En este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de Mateo. 2. La actitud del ciego, que grita cada vez más fuerte, aunque la gente le mande callar. Marcos indica, con cierta ironía, que las mismas personas que lo mandan callar son las que luego lo animan a levantarse e ir hacia Jesús. Pero lo importante es la petición que repite: “ten compasión de mí”, que se concretará luego en poder ver. 3. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del evangelio a propósito de los primeros discípulos, que “dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18). 4. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia de la fe. 5. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino. Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la muerte y la resurrección. El relato en el conjunto del evangelio Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia enorme. 1. Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo, despreocupación por los pequeños), las obligaciones que tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas enseñanzas, el discípulo puede sentirse como ciego, incapaz de ver y pensar como Jesús. 2. En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un símbolo de la actitud que debemos tener cuando no acabamos de entender o no somos capaces de practicar lo que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de seguirle incluso en los momentos más difíciles. 1ª lectura El texto de Jeremías pretende consolar al pueblo de Israel, desterrado primero por los asirios y luego por los babilonios, prometiéndole que volverá del norte y de los confines de la tierra. Incluso las personas menos capacitadas para moverse (ciegos, cojos, preñadas, recién paridas), volverán a la patria. Las antiguas penas se transformarán en grandes consuelos. La relación de la primera lectura con el evangelio es muy escasa. Este texto de Jeremías quizá se ha elegido porque habla de ciegos que vuelven a Jerusalén, igual que Bartimeo sigue a Jesús hacia Jerusalén. Seguimos en la misma dinámica. Sale Jesús de Jericó, camino de Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el mimos relato entraña la lección. Lo encontramos en los tres sinópticos de manera casi idéntica. Lc sitúa el relato antes de entrar en Jericó. Mt habla de dos ciegos pero el relato es el mismo. Estamos en la última escena, antes de entrar en Jerusalén. Después del relato de hoy, el evangelio de Mc da un profundo quiebro. Lo que acontece en Jerusalén está más cerca del relato de la pasión que de lo narrado hasta ahora.
Es un relato que tiene poco que ver con los que Mc ha utilizado hasta ahora. Le llama. Le pregunta qué es lo que quiere. Admite el título de Hijo de David. No lo aparta de la gente. La curación no va acompañada de ningún gesto. No le manda guardar silencio sobre lo sucedido. Una vez que Mc ha dejado claro que el camino hacia el Reino es la renuncia y la entrega hasta la muerte, ya no hay lugar para los malentendidos. No tiene sentido mandar callar ni rechazar el título de Mesías. Como vamos a ver, todo son símbolos. Al borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la marginación, está fuera del camino, tirado en la cuneta, sin poder moverse, viendo cómo los demás pasan y dependiendo de ellos. El ciego tenía ya asignado su papel, (la exclusión), pero no se resigna. Sigue intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente. “Hijo de David” era un título mesiánico equivocado; suponía un Mesías rey poderoso, que se impondría con la fuerza. A Mc ya no le importa, no le manda callar. En el relato siguiente (la entrada de Jesús en Jerusalén) vuelve a poner “Hijo de David” en boca de la multitud. Le regañaban para que se callara. Los que acompañan a Jesús no quieren saber nada de los problemas del ciego. Como diciendo: En la situación en que te encuentras no tienes derecho a protestar ni a gritar. Aguanta y cállate. Era el sentir del pueblo judío, tan religioso él. “La gente” significa, para nosotros hoy, la inmensa mayoría de los cristianos que siguen a Jesús, pero no descubren la necesidad de ver más allá de sus narices y emprender un nuevo camino. Una vez más aparece la sutil ironía de Mc: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que el ciego se acercara a él. Los más cercanos a Jesús siguen sin ver. Llamadlo. Se advierte claramente la carga simbólica del relato. En menos de una línea se repite por tres veces el verbo llamar. La llamada antecede siempre al seguimiento Jesús valora la situación de muy distinta manera que sus acompañantes… Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Al menor síntoma de acogida, el ciego tira el manto y da un salto. Un ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora confía, aunque no ve. El manto representa lo que había sido hasta el momento. Lo que era su refugio, se convierte en un estorbo. Todas sus esperanzas están ahora puestas en Jesús. Este es el verdadero milagro, que el mismo ciego realiza. ¿Qué quieres que haga por ti? Desde el punto de vista narrativo, la pregunta no tiene ningún sentido. ¡Qué va a querer un ciego! La pregunta que le hace Jesús, es la misma que, el domingo pasado, hacía a Santiago y Juan. La pregunta es idéntica, pero la respuesta es completamente distinta. Los dos hermanos quieren “sentarse” junto a Jesús en su gloria. El ciego quiere ver para “caminar” con él. La diferencia no puede ser más abismal. ¡Que pueda ver! Jesús provoca, con su pregunta un poco absurda, este grito. En toda la Biblia, el “ver” tiene casi siempre connotaciones cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello que es importante para la vida espiritual. Este grito es el centro del relato, siempre que descubramos que no se trata de una asistencia sanitaria. Se trata de ver el camino que conduce a Jerusalén para poder seguirlo. El camino de la renuncia que conduce hacia el Reino. De ahí la respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la visión, sino la adhesión a Jesús y el seguimiento. Una lección para los discípulos que no terminan de ver. Siguen a Jesús por el camino material, pero no por el de la renuncia hacia la cruz. Tu fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que libera. Solo él ve a Jesús. Solo él le sigue por el camino... el camino que lleva a la entrega total en la cruz. Mc deja bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús, será siempre cosa de minorías. La multitud que seguían a Jesús sigue ciega. Todos estos domingos venimos viendo la falta total de comprensión de los discípulos. No habían ni siquiera atisbado la propuesta de Jesús. Sólo después de la experiencia pascual ven a Jesús y le siguen. Y lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a Jesús le sigue en el camino. Antes estaba al borde, es decir fueradel camino. El relato de una ceguera material es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos y a obscuras. Los discípulos demuestran una y otra vez, su ceguera. Un ciego tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después sigue al auténtico Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue. Ya en la primera lectura de Jeremías encontramos un anuncio del este mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos, (no sienten ninguna necesidad de ser salvados) sino a los ciegos y cojos, preñadas y paridas.Es decir a los débiles. No es el ciego el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria humana está en los que, aún siguiendo a Jesús, mandan al ciego que se calle. Lo estamos repitiendo todos los días. ¡Que se callen todos los miserables que molestan! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. No oír, no ver la miseria que hay a nuestro alrededor, mirar hacia otro lado, es la única manera de vivir tranquilos... La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en la marcha de la evolución. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalecía entre los hombres de su tiempo. Se daba por supuesto que Dios estaba en esa dinámica, y que todo lo defectuoso era rechazado por Él. Esto es lo que no podía soportar Nietzsche, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus radicales limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección ni física ni síquica ni mental ni moral sino en la misma persona, independientemente de sus circunstancias. La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siendo escandalosa para nosotros hoy. Creemos ingenuamente que hemos superado esa dinámica. Tal vez hemos avanzado con relación a las limitaciones físicas, pero ¿Qué pasa con los fallos morales? Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores públicos, a las prostitutas, a las adúlteras. Lc, inmediatamente después de este relato, inserta el de Zaqueo (publicano-pecador) que expresa lo mismo que éste del ciego, pero con relación a los excluidos por impuros. Nosotros aún seguimos hoy creyendo que los pecadores que nosotros rechazamos, son también rechazados por Dios. Ellos nos preceden en el Reino de los Cielos, porque seguimos estando ciegos a la manifestación de Dios en Jesús. La escala de valores que nos propone el evangelio, no sólo es distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: Qué grande es Jesús, que de una persona despreciable, ha hecho una persona respetable. Desde nuestra perspectiva, primero hay que cambiarla, después hablaremos. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto es preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar! Meditación-contemplación ¿Qué quieres que haga por ti? –Maestro, que pueda ver. Grita desde lo hondo de tu ser una y otra vez: ¡Que pueda ver! ¡Que pueda ver!... Y pronto te responderán: ¡Pero si puedes ver! Sólo tienes que abrir los ojos. ……………… Nos han convencido de que para ver Necesitamos que alguien me coloque unas gafas. Absolutamente falso. El ojo interior está hecho para ver, y tu verdadero ser está siempre iluminado. ……………… Descubre la causa de tu ceguera. Abre bien los ojos y si hay algo que no te deje ver, apártalo. Nadie tiene que traerte un candil o prestarte prismáticos. Tu e-mail está lleno de basura y no cabe el verdadero mensaje. Marcos utiliza la escena de la curación del ciego Bartimeo como catequesis acerca del verdadero discipulado, destacando dos actitudes: el deseo de “ver” y la prontitud en el seguimiento.
No puede ser casual que, en el evangelio de Marcos, Jesús dirija la misma pregunta a los discípulos y a Bartimeo: “¿Qué queréis (quieres) que haga por vosotros (ti)?” (Mc 10,36 versus Mc 10,51). Y mientras los primeros piden “ser los primeros”, el segundo solo desea “ver”. No es difícil encontrar en nuestro interior el eco de ambas voces: la del que busca “ser importante” (o “especial”) y la del que quiere ser capaz de “ver” en profundidad. Es la tensión entre el ego, que busca fortalecerse, y al que secundamos mientras dura la creencia –consciente o inconsciente- de que somos él, y el anhelo que nos recuerda que la clave consiste justamente en salir de esa oscuridad. Solo la comprensión de lo que somos nos aportará luz y libertad. Solo ella nos permitirá “soltar el manto” –como a Bartimeo- y “seguir” a Jesús, por el “camino” de la vida, es decir, vivir en plenitud. Mientras no veía, Bartimeo se hallaba “al borde del camino”, desconectado de la vida, como “apeado” de ella. En cuanto empieza a ver, comienza realmente a vivir. Si bien es cierto que el proceso de la oscuridad a la luz, además de lento, generalmente requiere de todo un trabajo psicológico, para liberar bloqueos emocionales en forma de miedos que atenazan, no lo es menos que hace falta, de entrada, una “determinada determinación” de querer ver. Hasta sentir que nos va la vida en ello. Con frecuencia, y si se entiende bien lo que quiero expresar, “ver” es lo opuesto a “pensar”. Lo cual significa que si queremos crecer en comprensión necesitaremos aprender a silenciar la mente. Pero eso no se logra desde algún tipo de imposición, sino desarrollando la capacidad de situarnos como “observadores” de sus contenidos, en el Testigo que percibe todos los movimientos mentales y emocionales, pero no se identifica con ellos. En realidad, el que “ve” no es la mente, sino el Testigo. Y solo él nos otorga el poder de mantener la libertad frente a cualquier mensaje que pueda brotar en la mente. En él, dejamos de ser marionetas a merced de los pensamientos y sentimientos –siempre interrelacionados- y nos anclamos en la ecuanimidad. Esto no significa, en absoluto, demonizar la mente, que seguimos reconociendo como una herramienta preciosa. Lo que significa es que la reconocemos y utilizamos como un medio a nuestro servicio, en lugar de quedar sometidos a sus movimientos. Oigo por todas partes la palabra responsabilidad; sobre todo a los políticos quienes, según las encuestas, son un colectivo de los peor valorados. Del madurar como personas se oye hablar menos como es normal en una “sociedad líquida” (Z. Bauman) que se rige con el patrón de las personas superficiales, consumistas y volátiles. Hablar de madurez es casi patrimonio exclusivo de la fruta y su momento óptimo para el consumo mientras buena parte del bienestar personal pasa por alcanzar una buena dosis de madurez que, como los vinos, solo se llega con la experiencia que dan los años.
Tanto hablar de derechos y desarrollo de todo tipo de ciencias sociales y de la inteligencia emocional y espiritual, para encontrarnos en una sociedad hedonista a medio hacer que desdeña la madurez pero que ha logrado alcanzar tal nivel tecnológico que podemos arreglar las desigualdades del mundo en un par de años aunque nos angustia que podemos destruirlo en treinta minutos. Las denuncias que nos advierten de ello ya no bastan ante la actitud posmoderna acrítica de quedarse atrapado por la fealdad de lo que se está observando. Acabo de terminar el ensayo “Vida líquida” del sociólogo Zigmunt Bauman, en el que recuerda que hoy, la autenticidad se encuentra bebiendo una determinada ginebra, llevando una marca de ropa interior, hablando con un determinado móvil o queriendo ir de vacaciones a los sitios que se han puesto de moda. Es la singularidad de que todos queremos gastar en lo mismo para creernos singulares, y nos manipulamos unos a otros esa necesidad que tenemos de singularidad. La exclusividad de sentirnos únicos está en utilizar las mismas marcas y aparatos, pero que serán productos más o menos singulares dependiendo de la capacidad de compra y actualización permanente (de ropa, móviles, coche…), en forma de consumo irracional movido por esos estímulos de satisfacer deseos que nos vuelven personas inmaduras y profundamente insatisfechas. Bauman nos advierte que la sociedad de consumo justifica su existencia mediante la promesa de satisfacer los deseos materiales humanos (remarcando lo de materiales) como ninguna otra sociedad lo ha hecho, aunque esta promesa de satisfacción solo resulta atractiva siempre y cuando los deseos no sean del todo satisfechos. Para satisfacer esa necesidad de individualidad, nada de buscar en nuestro interior: como si nuestra plenitud se circunscribiera al consumismo. La paradoja que alerta Bauman es lo incomprensible que resulta aceptar mansamente que la lucha por la singularidad se ha convertido en el principal motor, tanto de la producción en masa como del consumo masivo. A este individuo consumista, Bauman lo define como homo eligens, un ser que elige “completamente incompleto, definidamente indefinido, auténticamente inauténtico”, seamos ingenieros, soldadores, abogados, interinas, científicos o amas de casa. El homo eligens y el mercado de consumo conviven en perfecta simbiosis gracias a que aceptamos ser el objeto -que no sujeto- del consumismo que sobrevive gracias a esta inmadurez que nos toleramos y que permite que el consumismo lo invada todo mediante una sencilla técnica que consiste en devaluar los productos cada poco tiempo de haber salido, sacando otros nuevos para generar nuevos impulsos consumistas. Y hacerlo de tal modo que cada necesidad o carencia dé pie a nuevas necesidades o carencias. Lo más increíble es que no estoy desvelando ningún secreto. Todos somos más o menos conocedores de este juego insensato que nos ha convertido en personas individualistas e insatisfechas. Pero lo efímero del consumismo, además de insatisfechos, nos ha hecho egoístas desarrollando una peligrosa indiferencia ante lo que es bueno y no solo que resulta más apetecible. Frente a la inmadurez que lo invade todo, nos queda la libertad para amar desinteresadamente. Esta capacidad de amar se realiza en la solidaridad que, a medida que madura, se convierte en sabiduría para otros. Esto sí que nos convierte en personas verdaderamente singulares. Hace muchos años, cuando mi hijo menor jugaba en las categorías más pequeñas del fútbol infantil, me regaló un comentario que quedó resonando en mí. “Prefiero jugar con Mati que con Facu... Porque Facu me tira la pelota donde yo estoy. En cambio Mati la patea a donde yo voy a estar”.
Unos años después, en un encuentro en su colegio, la frase volvió a aparecer, y quedó asociada irremediablemente al relato de Caná y a la palabra ‘provocación’. Compartí varias veces esta historia oralmente; hoy, día de la Madre en mi país, retorna y pide ser escrita... ´Provocar´ significa “llamar para hacer salir hacia adelante”. Designar con un nombre que aún no es, que anticipa lo que será e invita a más. Creo que eso es lo que María hizo en las bodas... y lo entiendo como un núcleo de la vocación materna: llamar al hijo “antes de su hora”, con un nombre que lo está esperando. Empujar o, mejor todavía, seducir a la vida para que se estire un poco más, para que alargue el tranco y llegue a esa jugada difícil, inesperada. Con la complicidad de la confianza en lo ‘inédito viable’, que desafía las fronteras de la fe en uno mismo. Ver lo que se asoma, las flores que llegarán en el retoño aún insignificante, y apostar a ese despliegue aunque nadie más lo vea. Mirada creyente del hijo que se siente impulsado por esa exageración, por el desborde de la abundancia, por ese modo de creer en la primavera en pleno deshielo. La historia vuelve hoy, entrelazada con Mc 10, 35-40. La promesa es ser parte de la marcha, del dolor/amor de un pueblo que busca. Sangre y agua, cáliz entregado, desparramo de fecundidad que riega, renovación de los ciclos, vueltas espiraladas. Bautismo pascual. Tu respuesta al pedido de Santiago y Juan: los invitás al movimiento... Ése es el regalo: la confianza en el círculo vida-muerte-vida que nos mantiene fluyendo, no encajonados en la quietud. No quisiera quedarme sentada, como no creo, Jesús, que estés apoltronado en un sitial que aprisiona, sino andando. No te veo inmóvil, dejándote atrapar por las jerarquías, sino colándote eternamente donde sea necesario pro/vocar la vida. Esa actitud te pido para este tiempo de mi maternidad, y para estos tiempos de la humanidad: que permanezcamos en la cancha y no en las tribunas, menos todavía en el palco. Y que podamos tirarnos la pelota lejos, unos a otros, a ese punto donde forzando un poco la carrera podemos llegar y que facilita el avance del equipo... Estoy convencido de que estas palabras las hemos oído muchas y muchos de nosotros un montón de veces y, por lo mismo, no hace falta que recuerde que son de la Santa, como así solemos llamar a Teresa de Jesús. No he podido por menos de dedicar una reflexión sobre lo que para mí significan dichas palabras al celebrar el quinto centenario de su nacimiento.
Cada vez que las pronuncio y repito me doy cuenta de que solamente una persona mística podía haberlas pronunciado. Porque si bajamos a la vida, no ya a la real, es decir a la de los quehaceres y sinsabores cotidianos, la de los sufrimientos trágicos e inhumanos muchas veces, sino a la vida de la religión o de lo concerniente a lo religioso cuesta muy mucho entenderlas. De la misma manera es muy difícil, por no decir imposible, al menos desde mi vertiente personal, saber o por lo menos interpretar qué es lo que Teresa de Jesús quería decir con estas palabras. Aunque sea atrevido por mi parte voy a intentar presentar el Dios que ciertamente me ha hecho feliz, pues no me atrevo a decir que me ha saciado (bastado), al menos en algunas ocasiones, dejando entrever la visión contraria del mismo. En primer lugar, me basta el Dios cuya misericordia no tiene límites. Sí, ese Dios que a pesar de mis pequeñeces y miserias continuará apostando por mí y no me dejará de su mano por mucho que yo le corresponda con una y mil fechorías. El Dios cuya justicia consiste en ser bueno siempre, en todo momento y con todas las personas; a pesar de que a la mayoría de quienes nos decimos creyentes hablar de justicia signifique casi siempre aplicar aquella vieja ley judía “Ojo por ojo, diente por diente”. Por ello acostumbro a decir que cuando uno/a descubre que Dios es esto o así, ha dado un paso de gigante en ese propósito de ir descubriendo su verdadera imagen un poco más cada día. Me basta también el Dios que no me exige sacrificios ni mortificaciones para quererme con locura. Aunque no estaría de más si fuera capaz de esforzarme cada día un poco más por dejar de mirarme un poco menos a mí para que mis ojos se proyectasen hacia los demás, especialmente hacia quienes más necesitados y necesitadas puedan estar en el momento. Ese mismo Dios que entiende bien poco, mejor dicho nada, de cumplimientos ni de rituales. Aunque sí que le alegraría, por qué no decirlo, que yo hiciera todo lo posible por tener una mente limpia y clara y un corazón abierto y siempre disponible. Me basta el Dios que hace sentirme hijo suyo, no esclavo ni siervo. Pero no para quedarme con ello tranquilo y a gusto, sino para que dé los pasos que hagan falta con tal de descubrir que todo hombre y mujer son mis hermanos y hermanas. Ese Dios que me quiere libre por encima de todo; pero no con cualquier tipo de libertad, sino con aquella que me lleva a vivir el proyecto del Reino que Jesús anunció y testimonió con su vida. Me basta finalmente el Dios que he aprendido de Jesús, en contraposición al Dios de las devociones y de los sentimentalismos sin que ello quiera decir que siempre son malos ni mucho menos. Ese Dios al que le hablo de tu a tu, precisamente como lo hacía Jesús con tanta frecuencia, a pesar de que no siempre le preste la atención que tanto me ayudaría a ver mucho más claras tantas y tantas cosas. Debo confesar que desde una vivencia así, solamente “Dios basta”. ¿Por qué no pensar que esta fue la experiencia de Teresa? De “usar y tirar”. Un concepto casi desconocido en grandes partes del continente africano es hoy allí moneda corriente. Pero no estoy hablando de un objeto que se puede barrer o quitar de en medio como algo inservible, inútil, engorroso o molesto. Se trata de seres humanos. De personas del siglo XXI que son vendidas como esclavas. Personas de carne y hueso son tratadas como amasijos de carne, de usar y tirar o de reciclar vendiéndoselos a otros. Una trata de seres humanos, carne de cañón bien etiquetada para el mercado, niñas jóvenes para recreo de gente sin escrúpulos en el Golfo Pérsico que bajo la publicidad de países punta de lanza en camisetas del Madrid, del PSG o de la Fórmula 1 esconden unas bajezas podridas hasta el límite de lo inhumano.
Ser esclavo hoy está tan de moda como lo fue en la antigüedad. Leíamos en estos días que el mal llamado Ejército islámico (hay millones de musulmanes tolerantes en el mundo que rechazan la violencia yihadista), el ISIS, ha raptado más 200 personas (y asesinado a otras tantas) para pedir un rescate o para venderlos como esclavos en los alrededores de la ciudad de Ohms. El Boko Haram tiene en su cosecha más de 700 asesinatos. De aquellas 200 muchachas estudiantes raptadas, apenas se escaparon 40. Las demás han desaparecido. O las han matado o las han vendido como esclavas. Muchas, igual estarán en un harem del Golfo Pérsico al estilo de las esclavas de sus antepasados en el imperio califal cordobés. Desde las áridas estepas de Palmira, el DAES juega con las vidas humanas o se quedan con jóvenes indefensas como esclavas sexuales para goce de aquellos “mártires de pacotilla”. Desde los miles de esclavos y esclavas secuestrados por los perros rabiosos de DAES en Siria cuyos padres de la secta Yazidi han huido a las montañas, hasta las azules aguas del Mediterráneo en una patera sobrecargada, amasijo de sombras que huyen, a merced del mar y sus caprichos. Estos huyen de la esclavitud pero son esclavos de la ruleta que los lleve a buen puerto, a salvamento marítimo o al camposanto improvisado en los fondos marinos. Se juegan la vida a una carta. Y la de su familia. Es la esclavitud de la fortuna. Convertirse en esclavos pende de un hilo en una serie de calamidades que han llovido sobre sus cabezas. Luego lleva lo que algunos llaman el “flujo demográfico”. Para subir a una patera, muchas africanas han debido ser esclavas sexuales de los traficantes. Otros llegan a España, Grecia o Italia en donde empieza otra carrera por la vida: la de quedarse fuera de las zonas calientes, la de encontrar un sitio donde vivir en paz, la de los papeles, la de buscar un medio para llegar a Francia, o a Calais para mirar a Inglaterra, o a los países nórdicos, donde vivir en la calle siempre será mejor que quedarse a ver venir la apisonadora asesina del DAES o del ISIS. El flujo migratorio toca sobre todo a países africanos o a Turquía. En mi diócesis tenemos un campo de 3.000 refugiados del Congo que hemos acogido, alojado y dado un terreno para sembrar y comer. Llegaron sin papeles y nadie se los pidió. Muchos países africanos reciben cientos de miles de refugiados. En Italia parecen haber entrado 52.000 en 2015. En África estoy hablando de cientos de miles. Huyen de un drama que a veces comprendemos sólo a medias. Recuerdo a una mujer protestante de Obo, al este de Bangassou, en Centroáfrica. Se llama Olive. Deterioró su vida, su salud física y mental, su familia, su honor, su credibilidad el día en que la LRA (Armada de Resistencia del Señor del miserable Joseph Kony) la secuestró y se la llevó esclava a la selva. Por tres años fue esclava de un comandante que mancilló sus veinte años, la ultrajó pisoteándola, la violó, la prestó como puta gratis a sus compañeros de tropa, la torturó echándole encima gotitas de fuego de una bolsa de plástico que hacía arder sobre ella cuando una orden suya era mal comprendida o una mancha en su camisa delataba que su trabajo como sirvienta no era hecho con inmaculada delicadeza. Olive me contaba como ese hacer inmaculado de las horas áridas del día se convertía en tórrido asco cuando su “protector” llegaba borracho al campamento, la violaba y luego la quemaba con emponzoñadas gotas de plástico. La fragilidad de Olive destacaba sobre la brutalidad de aquel pervertido. Sus manos vacías hablaban de su horror frente al arsenal de aquel vándalo vestido con traje de camuflaje. Olive vivió aquel espanto tres años, hasta que, en una escaramuza afortunada, huyó del campamento con una decena de cuerpos macilentos, jóvenes convertidos en adultos abruptamente, mujeres con niños en los brazos, todos esclavos modernos en el mundo virtual de alta tecnología. Olive nunca podrá huir del drama que vivió en la selva de Obo. No tiene medios. Vive con medio euro al día. Entre docenas de casos vividos en primera persona recuerdo otro del 2002. Se trata de un muchacho atlético, fuerte, que tenía 14 años y era de Rafai, diócesis de Bangassou. Se perdió en la selva cuando cazaba ratas palmistas con sus amigos. A los tres días lo encontró un grupo de cazadores furtivos sudaneses que lo alimentaron y se lo llevaron en la grupa de uno de sus asnos. A los tres meses, el destino lo llevó a una ciudad del centro del Sudán en donde los furtivos lo vendieron a unos comerciantes de Jartum, la capital. Allí lo volvieron a vender en una subasta de esclavos, lo compró una familia que lo revendió más tarde. Su vida se convirtió en una espiral de pujas y vejaciones, en un objeto desechable dentro de las costumbres de familias tradicionales sudanesas. Cuando tres años después, una ONG inglesa lo descubrió y habló con él, se recordó de cuatro palabras en francés y en zande, su lengua natal y de Bangassou su región. A través de los Combonianos de Jartum, contactaron conmigo. Esta ONG lo recompró y lo embarcó para Centroáfrica donde yo mismo lo recibí en el aeropuerto de Bangui y lo llevé hasta su familia, 800 kilómetros en la selva, que lo acogió con extraordinaria alegría, perpleja por increíble, el mismo Michel por quien habían hecho los funerales tres años antes. Esclavos de la antigüedad y esclavos del hombre moderno. Estamos viviendo la repetición de aquello que ya ocurrió en muchos momentos de la historia. La de hoy, en el Mediterráneo, en Ceuta, en Calais o en Lampedusa, es otra página manchada de la historia. ¿Vamos a quedarnos de brazos cruzados? En aquellos momentos, siempre hubo hombres lúcidos, carismáticos. Héroes de la humanidad que supieron reaccionar con feroz energía y amor sin límites. Desde San Pablo y su historia de Onésimo y Filemón hasta San Pedro Claver o San Junípero Serra (que será canonizado por el Papa Francisco en Washington el próximo 23 de septiembre), no todo el mundo se quedó indiferente. Hay reacciones extraordinarias, como la del arzobispo de Tánger, Mons. Santiago Agrelo, que escribió en defensa de los derechos de estos “extranjeros” a los que el Evangelio nos dice claramente, en el texto del juicio final de Mateo 25, que tenemos que acoger, sobre todo sabiendo que miles de ellos están huyendo de una muerte segura. Con efecto llamada o sin él. Países como Grecia, Italia o España están haciendo frente al problema como mejor pueden, pero muchas veces están desbordados. La Unión Europea no dice nada por no mojarse, creo yo. Y la Iglesia católica, nuestras comunidades religiosas, me parece ver un alzarse de hombros como pensando “esto no me toca”, “estos dramas no van conmigo”, o “estos indeseables no entran en mi evangelio, mejor que la policía los vuelva a echar al otro lado de la frontera”. Mirar y ver qué pasa, desde la orilla. El silencio nos hace cómplices de los esclavistas. Ojalá que surjan nuevos Juníperos o Pedro Claver, capaces de mirar desde el evangelio y actuar, de empatizar con los últimos de la cadena y desbordar de compasión por estos esclavos modernos. No vaya a ser que el mayor asesino en serie hoy día en nuestro planeta no sea la pobreza, sino nuestra indiferencia. |
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