En los dos domingos anteriores, el discurso en parábolas ha respondido a tres preguntas que se hace la antigua comunidad cristiana y que nos seguimos planteando nosotros:
1) ¿Por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús? (parábola del sembrador). 2) ¿Qué hacer con quienes no lo aceptan? (el trigo y la cizaña). 3) ¿Tiene futuro esta comunidad tan pequeña? (el grano de mostaza y la levadura) Quedan todavía otras dos preguntas por plantear y responder. ¿Vale la pena? La pregunta que puede seguir rondando en la cabeza de los seguidores de Jesús es si todo esto vale la pena. A la pregunta responden dos parábolas muy breves, aparentemente idénticas en el desarrollo y con gran parecido en las imágenes. Por eso se las conoce como las parábolas del tesoro y la perla. Lo que ocurre en ambos casos es lo siguiente: a) El protagonista descubre algo de enorme valor. b) Con tal de conseguirlo, vende todo lo que tiene. c) Compra el objeto deseado. Sin embargo, hay curiosas diferencias entre las dos parábolas, empezando por los protagonistas. El suertudo y el concienzudo (el tesoro y la perla) El protagonista de la primera es un hombre con suerte. Mientras camina por el campo, encuentra un tesoro. Su primera reacción no es llevarlo a la oficina de objetos perdidos (que entonces no existe) ni poner un anuncio en el periódico (que tampoco existen). Ante todo, lo esconde. Repuesto de la sorpresa, se llena de alegría y decide apropiarse del tesoro, pero legalmente. La única solución es comprar el campo. Es grande y caro. No importa. Vende todo lo que tiene y lo compra. El protagonista de la segunda parábola es muy distinto. No pierde el tiempo paseando por el campo. Es un comerciante concienzudo que va en busca de perlas de gran valor. Por desgracia, la traducción litúrgica ignora este aspecto: en vez de “El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas”, debería decir “a un comerciante en busca de perlas finas”. No la encuentra por casualidad, va tras ella con ahínco. Como buen comerciante, calculador y frío, no salta de alegría cuando la encuentra, igual que el protagonista de la primera parábola. Pero hace lo mismo: vende todo lo que tiene para comprarla. La perla y el comerciante. Otra diferencia curiosa es que la primera parábola compara el Reino de los Cielos con un tesoro, pero la segunda no lo compara con una perla preciosa, sino con un comerciante. Este detalle ofrece una pista para interpretar las dos parábolas. Ni bonos basura ni timo de la estampita. No olvidemos que estas parábolas se dirigen a una comunidad que sufre una crisis profunda y se pregunta si ser cristiano tiene valor. En términos modernos: ¿me han vendido bonos basura o me han dado el timo de la estampita? La respuesta pretende revivir la experiencia primitiva, cuando cada cual decidió seguir a Jesús. Unos entraron en contacto con la comunidad de forma puramente casual, y descubrieron en ella un tesoro por el que merecía la pena renunciar a todo. Otros descubrieron la comunidad no casualmente, sino tras años de inquietud religiosa y búsqueda intensa, como ocurrió a numerosos paganos en contacto previo con el judaísmo; también éstos debieron renunciar y vender para adquirir. Las parábolas, aparte de infundir ilusión, animan también a un examen de conciencia. ¿Sigue siendo para mí la fe en Jesús y la comunidad cristiana un tesoro inapreciable o se ha convertido en un objeto inútil y polvoriento que conservo sólo por rutina? Al mismo tiempo, nos enseñan algo muy importante: es el cristiano, con su actitud, quien revela a los demás el valor supremo del Reino. Si no se llena de alegría al descubrirlo, si no renuncia a todo por conseguirlo, no hará perceptible su valor. Estas parábolas parecen decir: «Cuando te pregunten si ser cristiano vale la pena, no sueltes un discurso; demuestra con tu actitud que vale la pena». ¿Qué ocurrirá a quienes aceptan el Reino, pero no viven de acuerdo con sus ideales? A esta última pregunta responde la parábola de la red lanzada al mar. No queda claro si se habla de toda la humanidad, donde hay buenos y malos, o de la comunidad cristiana, donde puede ocurrir lo mismo. Ya que el tema del juicio universal se ha tratado a propósito del trigo y la cizaña, parece más probable que se refiera al problema interno de la comunidad cristiana. Interpretada de este modo, empalmaría muy bien con las dos anteriores. Hay gente dentro de la comunidad que no vive de acuerdo con los valores del evangelio, que no mantiene esa experiencia de haber descubierto un tesoro o una perla. ¿Qué ocurrirá con ellos? La respuesta es muy dura («a los malos los echarán al horno encendido») pero conviene completarla con la última parábola del evangelio de Mateo, la del Juicio final (Mt 25,31-46), donde queda claro cuáles son los peces buenos y cuáles los malos. Los buenos son quienes, sabiéndolo o no, dan de comer al hambriento, de beber al sediento, visten al desnudo, hospedan al que no tiene techo… Los que ayudan al necesitado, aunque ni siquiera intuyan que dentro de ellos está el mismo Jesús. Conclusión Mateo termina las siete parábolas comparando al predicador del evangelio con un un padre de familia. Parece un nuevo enigma, esta vez sin explicación. En sentido inmediato, el escriba que entiende del reinado de Dios es Jesús. Para exponer su mensaje ha usado cosas nuevas y viejas. Del baúl de sus recuerdos ha sacado cosas antiguas: alguna alusión al Antiguo Testamento, la técnica parabólica y el lenguaje imaginativo de los profetas. Pero la mayor parte consta de cosas nuevas, fruto de su experiencia y de su capacidad de observación: la vida del campesino, del ama de casa, del pescador, del comerciante, de la gente que lo rodea, le sirven para exponer con interés su mensaje. Por eso, la comparación final es también una invitación a los discípulos y a los predicadores del evangelio a ser creativos, a renovar su lenguaje, a no repetir meramente lo aprendido. La primera lectura nos invita a pedir a Dios esta sabiduría, igual que Salomón se la pidió para gobernar a su pueblo.
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El Reino de Dios, es Dios actuando con misericordia y perdón. Esta certeza es la que movió a Jesús a salir a los caminos, a encontrarse con los hombres y mujeres necesitados. El Reino de Dios no es un lugar de poder, es una experiencia que nos provoca a salir de nosotros/as mismos/as y buscar en los pliegues de la vida la salvación que el Abba nos ofrece y con la que nos invita a luchar a su lado contra el mal que acecha al ser humano y al mundo en el que vive.
Y les hablaba en parábolas La lectura de este domingo forma parte de uno de los 5 discursos en los que Mateo recoge las enseñanzas de Jesús. En esta ocasión nos encontramos con tres parábolas cargadas de sugerencias y contrastes y que Jesús dirige especialmente a sus discípulas y discípulos. Cuando estamos acostumbrados/as a elaborar grandes reflexiones sobre Dios y su relación con el ser humano nos puede sorprender que Jesús escoja pequeñas narraciones para expresar lo mismo. Ante ellas podeos quedarnos en lo anecdótico de la historia o hacer rebuscados análisis para sacar a la luz el mensaje que encierran. Pero el objetivo de Jesús era diferente, él quería sorprender, provocar las intuiciones y sentimientos que están en nuestro corazón. Por eso sus historias se resisten a la racionalización y se abren a la propuesta y a la utopía. El Reino de los cielos El Reino de los Cielos es una expresión que, aunque no es muy frecuente en la Biblia, si era familiar a quienes escuchaban a Jesús que la entendían como una forma de nombrar a Dios. Israel siempre ha preservado con mucho cuidado el nombre de Dios y mantiene la prohibición de utilizar el nombre de Yahvé. Por eso se solían utilizar diversas expresiones para dirigirse a él. En este caso Jesús utiliza Reino de los cielos. La realeza es un atributo divino que encontramos en los salmos con cierta frecuencia y que evoca el deseo de dejar a Dios ser Dios en medio de su pueblo. Cuando Jesús habla del “Reino de los cielos o del reino de Dios” está diciendo eso, pero con unos matices muy concretos que va a provocar en muchos de los que lo escuchaban escándalo y preocupación porque rompe con esas imágenes reduccionistas de Dios que ponen límites a la salvación pero que dan seguridad. Para Jesús Dios mismo; está actuando en el hoy concreto de la historia y lo está haciendo con misericordia y perdón para todo ser humano. Por eso sus palabras, curaciones y sus controvertidas comidas buscaban visibilizar esa presencia gratuita y amorosa de Dios en medio de su pueblo. Siempre fieles y gratuitas/os En las parábolas del evangelio de este domingo Jesús al dirigirse a su grupo de seguidores y seguidoras quiere incidir en dos cosas: 1.- Encontrarse con Dios es una experiencia inigualable, capaz de cambiar nuestra vida y sobre todo de hacernos hombres y mujeres felices. Una felicidad que abre nuestro corazón a la gratuidad, a la sencillez y al compromiso porque la hemos encontrado, no por nuestro esfuerzo, sino porque como el tesoro o la perla estaba allí esperándonos como un regalo personal de un Dios apasionado por cada uno/a de nosotros/as. 2.- Sentirse sostenidas/os en las buenas manos de Dios, es confiar y arriesgarse a echar las redes más allá de lo conocido, aprender a discernir lo bueno de lo malo y a mantener viva la memoria de nuestra fe, actualizándola, recreándola para que no deje de ser significativa para cada nueva generación. Ciertamente, Jesús ha resucitado en Dios; pero, al mismo tiempo, de un modo inseparable, él ha resucitado en el amor de María Magdalena, cuyo recuerdo hace que él (Jesús) siga viviendo en la historia de los hombres y mujeres, de un modo real. En otras palabras:
Jesús resucitado se mantiene y despliega en el recuerdo de María y de todos los cristianos, a lo largo de la historia, manteniéndose en el Memoria (Zikkaron) que es Dios. Así lo exige el dogma: -- Jesús es verdadero Dios, siendo hombre verdadero (que vive y actúa en el amor de las mujeres y los hombres que le acogen, y que viven en él, con él y por él, tras su muerte). En ese sentido, Jesús sólo ha podido resucitar como "hombre" (ser humano), allí donde otros hombres (varones y mujeres) le han acogido y viven por él (con él), de un modo más alto, en amor permanente, superando de esa forma el olvido sin fin de la muerte. Icono 1: Magdalena con el pomo del perfume de la unción... (Mc 14, 3-9) Ese perfume de mujer que ama mantiene la memoria de Jesús (Y Jesús resucitado hace posible el amor permanente de María Magdalena). Icono 2: Magdalena testigo de Jesús resucitado. Le busca en la tumba, pero la tumba está abierta, y Jesús se muestre como jardinero de amor en el huerto. -- Pero, al mismo tiempo, decimos que estos hombres y mujeres pascuales, empezando por María, viven en amor (en mutación mesiánica) porque el mismo Jesús-Mesías está presente en ellos, como Recuerdo de Dios. ¿Por qué buscar al Vivo entre los muertos? Hay que buscarle y encontrarle en sus amigos, en aquellos que viven de su Vida y por su Vida. -- Esta resurrección total responde a la más honda realidad de la historia humana (que ha buscado a Dios en la Vida que vence a la muerte). -- Pero, según los cristianos, ella se ha expresado plenamente, de una vez y para siempre, empezando por María de Magdala, la amiga de Jesús Nazareno, en quien comienza la mutación pascual de la historia humana. Por eso digo que él ha resucitado en el amor de María Magdalena. Icono 3 (final): Magdalena apóstol de los apóstoles Una historia de fe Ésta es una resurrección real, en plano de fe. Ésta es una resurrección "real", pero no en el nivel de la historia anterior, como un hecho que puede demostrarse de un modo "neutral", por observación objetiva. No hay resurrección fuera de la fe... Pero la fe no "inventa" la resurrección, sino que la descubre y acepta, con alborozo, gozoso, descubriendo a Jesús que está vivo y que descubriendo que los creyentes (aquellos que le aceptan y le aman) viven en él. Los que quieren demostrar la resurrección de Jesús fuera de la fe es que, en el fondo, no creen, en ella, sino que quieren "asegurar un tipo de religión", asegurarse a sí mismos, sin creer (es decir, sin acoger y desplegar la vida en amor, como Jesús, con Jesús, a quien han matado porque amaba y que, por eso, precisamente por eso, está vivo en la historia de Dios y de los hombres). La historia cristiana es la historia del Jesús resucitado, siendo la historia del Dios que es (se ha hecho) resurrección en Jesús. Pues bien, el testigo primero de esa fe-amor que "descubre" a un muerto como vivo y que cree en él (y vive desde él) ha sido María. Por eso, volver a María es una de las tareas básicas de la iglesia actual. Esta fe amorosa (ese amor creyente de María) no es menos realidad, sino "más realidad" y más historia. Sólo la fe tiene ojos para descubrir al resucitado. La fe tiene ojos, y los tiene el corazón de María, y el de aquellos que creemos aceptando su testimonio y aprendiendo a ver como ella (a dejar que la realidad de Jesús se nos revele, como a ella). Si la fe se probara como "dicen" que se prueban las cosas en física no sería fe, ni sería resurrección. Si la resurrección se pudiera "probar" sin fe, sería un engaño. La única "prueba de la resurrección" es el amor creyente de aquellos que, como María Magdalena, asumen el camino de Jesús y se comprometen a caminar gozosamente con él (como él), porque creen en Dios (en la presencia de Reino). Pues bien, en la raíz y centro de ese Reino descubren los creyentes a Jesús, vencedor sobre la muerte. 1. María Magdalena y Jesús se amaban. Algunos críticos modernos han pensado que la figura y amor de Magdalena ha desparecido de la tradición posterior de la iglesia. Pero eso no es cierto. Quien sepa leer los evangelios descubre que la figura y función de Magdalena resulta esencial, aunque los evangelios no responden sin más a nuestros problemas sobre Magdalena. Celso, el más lúcido de los críticos anticristianos del siglo II, entiende bien los evangelios cuando dice que Magdalena (¡a quien él presenta como una mujer histérica!) fue la fundadora del cristianismo. Ciertamente, fue fundadora del cristianismo, pero no por ser histérica, sino por ser una mujer clarividente, capaz de interpretar desde el amor la historia de la vida y el misterio de la persona de Jesús. Esto es mucho más "escandaloso" y profundo que lo que algunos críticos afirman cuando dicen que ella fue amante e incluso esposa de Jesús. Es claro que María amó a Jesús, pero también le amaron otros, como afirma con gran lucidez el primero de los historiadores judíos que cuentan su vida: «Aquellos que le amaron le siguieron amando tras la muerte" (F. JOSEFO Ant XVI, 3, 63). María amó sin duda a Jesús y le siguió amando tras la muerte, viéndole así vivo, desde su mismo amor, como supone Mc 16, 9 y Jn 20, 1-18. Pero hacerla novia o esposa de Jesús es fantasía. Ciertamente, un evangelio apócrifo afirma que «el Señor amaba a María más que a todos los discípulos y que la besaba en la boca repetidas veces» (Ev. Felipe 55). Pero ese m mismo texto interpreta a María como Sofía, es decir, como expresión del aspecto femenino de Dios. Ni el Señor que besa a María en la boca es el Jesús histórico; ni María es la persona real de la que hablan los evangelios canónicos. Ambos son figuras del amor eterno, expresión y signo de la → hierogamia original. Por eso, los que apelan a ese pasaje para poner de relieve los "amores carnales" de Jesús no saben entender los textos. Las relaciones entre Jesús y María Magdalena fueron, sin duda, mucho más "carnales" que lo que supone este pasaje, pero nada nos lleva a suponer que han de entenderse en sentido matrimonial. El compromiso de amor de Jesús nos sitúa en otra línea. Sea como fuere, la figura de María Magdalena fue muy importante en la iglesia, de manera que podemos verla como iniciadora "real" del movimiento cristiano, como mujer capaz de amar y de entender las implicaciones del amor de Jesús, y no como una simple figura de lo "femenino" que debe perder su feminidad y convertirse en varón para ser discípula de Jesús, como supone el otro pasaje básico de los evangelios de línea gnóstica que tratan de ella: «Simón Cefas les dice: Que María salga de entre nosotros, pues las hembras no son dignas de la vida. Jesús dice: He aquí, le inspiraré a ella para que se convierta en varón, para que ella misma se haga un espíritu viviente semejante a vosotros varones. Pues cada hembra que se convierte en varón, entrará en reino de los cielos» (Ev. Tomás 114; cf. Gen 3, 16). Por otra parte, todo nos permite suponer que la presencia e influjo de Magdalena fue muy grande en la tradición que ha desembocado en el Cuarto Evangelio (Ev. de Juan). En su forma actual, el evangelio de Juan valora muchísimo a María y por eso ha trasmitido la más bella historia de amor del Nuevo Testamento: el encuentro de Jesús resucitado y Magdalena en el huerto de la vida (cf. Jn 20, 11-18). Pero, en el fondo, Juan ha querido reducir el influjo de la Magdalena, a favor de Pedro, del Discípulo Amado y de la misma Madre de Jesús. 2. Jn 20, 11-18. Un texto de amor pascual. Sabemos, por la tradición sinóptica, que María Magdalena no ha escapado como el resto de los discípulos varones, sino que permanece ante la cruz, con otras mujeres (cf. Mc 14, 27; 15, 40. 47). Su amor a Jesús es mayor que la muerte y por eso queda, llorando y deseando ante un sepulcro vacío. Interpretada así, la pascua será una respuesta de Dios a la búsqueda de amor de María que así aparece como signo de una humanidad que busca a su amado. Ésta es la paradoja. Conforme a tradiciones espirituales que elaboran más tarde los gnósticos, María (la mujer caída) debería encontrarse anhelando solo una fuente espiritual de sabiduría, para recibir así la gran revelación de Dios. Sólo entonces podrían celebrarse las bodas finales del varón celeste (Palabra superior) y la mujer caída (humanidad que sufre condenada sobre el mundo). Pues bien, en contra de eso, ella busca sabiduría de amor, pero un amor concreto, inseparable del cadáver (de la historia) de su amigo muerto. «María estaba fuera del sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se inclinó para mirar el monumento y vio a dos ángeles, vestidos de blanco, uno junto a la cabeza y otro junto a los pies, en el lugar donde había yacido el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: Mujer ¿por qué lloras? Ella les dijo: han llevado a mi señor y no sé dónde le han puesto. Mientras decía esto se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, y no supo que era Jesús. Le dijo Jesús: Mujer ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?. Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo tomaré» (Jn 20, 10-15). Esta mujer no necesita una teoría de iluminación interior: quiere un cadáver, busca el cuerpo de su amigo asesinado. De esa forma rompe los esquemas de la gnosis espiritualizante. No quiere un mundo edificado sobre cadáveres que se ocultan No se responde con teorías al misterio del amigo muerto. Sobre el jardín de este mundo, que en el principio pudo haberse presentado como paraíso (cf Gen 2), parece que sólo puede florecer el árbol de la muerte. El nuevo Adán hortelano sería en el fondo un custodio de cadáveres un sepulturero. Ella, María, parece aceptar ese destino, pero quiere el cadáver de su amigo muerto. No quiere que lo manipulen, no quiere que lo escondan. Estamos en un mundo que quiere ocultar sus cadáveres... Enterrarlos, apartarlos, negarlos: que nadie se acuerde de ellos, que nadie sepa que nosotros (los ricos, los favorecidos) vivimos sobre los cadáveres de miles y millones de "crucificados", muertos y enterrados (sin que nadie recuerde su cadáver). Necesitamos tapar los cadáveres, echar sobre ellos más tierra, una piedra más grande, para así "lavar" nuestras manos y quedar tranquilos. Pues bien, en contra de eso, Magdalena necesita llorar por el amigo muerto, mantener el recuerdo de su cadáver. Éste es un amor que dura, un amor que mantiene el recuerdo, que no quiere olvidar a los amigos muertos. Humanamente hablando, el gesto de Magdalena parece una locura: no está permitido tomar un cadáver del sepulcro y llevarlo a la casa o ponerlo en la plaza, para que todos vean al que han matado; no es posible mantener de esa manera el recuerdo de un muerto... La historia de los vencedores avanza sobre el olvido de los asesinados (a los que se puede elevar un hermoso sepulcro para olvidarlos mejor). María, en cambio, necesita la presencia del amigo muerto, a quien reconoce cuando le llama por su nombre (María). «Ella se volvió y dijo en hebreo ¡Rabboní! (¡mi maestro!) - Jesús le dijo: No me toques más (¡noli me tangere!), que todavía no he subido al Padre. Jesús dijo: ¡Vete a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios! María Magdalena vino y anunció a los discípulos: ¡He visto al Señor y me ha dicho estas cosas!» (Jn 20, 16-20). 3. Noli me tangere. No me toques así, yo estoy contigo. Esto es la pascua: encuentro con Jesús, encuentro para la vida. Eso significa que no estamos condenados a seguir amando a un muerto, buscando en el jardín nuestro cadáver (como buscaba antes María). El verdadero amor suscita vida, transformando el jardín del cadáver en huerto de gracia que dura por siempre. No se trata de negar el cadáver, sino todo lo contrario: de convertir el cadáver en principio de vida. No se trata de ocultar al muerto, para que sigan triunfando los que matan, sino de vivir desde aquel que ha muerto de amor, para vencer en amor a los asesinos de la historia. En la línea de algunas formulaciones posteriores de la gnosis, pudiéramos afirmar que, María ha empezado a vincularse con Jesús resucitado en desposorio místico, intimista. Ellos representan al ser humano entero: son la díada (o pareja) inicial que simboliza ya la salvación de los humanos, en el nuevo paraíso de este mundo, sobre el huerto de la muerte convertido en manantial de vida. Esa perspectiva es buena, pero debe completarse, como indica la palabra de Jesús: ¡No me toques! (Noli me tangere). Esta palabra significa: no me toques más, no me sigas agarrando. De esa manera señala que hay una unión de amor que no puede cerrarse en sí misma. La experiencia pascual es un principio, una promesa que no puede separarse del camino de vida y de misión, es decir, de la tarea al servicio de los demás. La palabra anterior (¡no me toques!) recuerda la fragilidad del tiempo, nos sitúa dentro del misterio de una pascua que nos lleva a expandir el amor de forma universal. No existe en este mundo amor perfecto, para siempre; todo lo que aquí vamos viviendo sigue abierto. Por eso, el encuentro con Jesús ha sido un signo de esperanza en el camino, no es aún la realidad cumplida. María ha descubierto por un breve momento el gran misterio: ha encontrado a Jesús, se ha llenado de su vida pascual y de su gloria. De ahora en adelante no estará ya aislada, no será una mujer caída, estéril, fracasada. La experiencia pascual le ha convertido en portadora del misterio de Dios (Jesús) para los hombres. Al decirle no me toques, Jesús le está diciendo que ella debe ocuparse de tareas importantes, de misiones nuevas sobre el mundo. María es, según eso, la primera teóloga de pascua: ha descubierto en su vida el camino de Jesús; sabe que ha triunfado y sube al Padre y así debe decirlo. Desde esta perspectiva se comprende ya mejor el ¡no me toques! Ella es un signo viviente de la ausencia presente de Jesús; por eso puede decir que vive (ha resucitado) y que ha subido al misterio de Dios Padre. Entre el Jesús que en un sentido le ha dejado (¡no me toques!) y los discípulos a los que debe buscar y evangelizar, en clave de pascua, se encuentra ahora María. Buscaba un cadáver en el huerto; Jesús le ha ofrecido una misión y camino apasionante de vida. María nos enseña a comprender que la pascua es el ascenso final de Jesús que ha recorrido su camino sobre el mundo y viene a culminarlo en el seno de Dios Padre. Pero, al mismo tiempo, culminando su camino de subida y plenitud recreadora, Jesús abre un camino de amor y seguimiento para sus discípulos, partiendo del mensaje de María. María ha sido la primera cristiana: ha tocado a Jesús por un momento sobre el mundo como, en algún sentido, pueden tocarle o descubrirle todos los creyentes. Pero luego, María y los discípulos deben saber que Jesús ha subido ya al Padre. No se encuentra a la mano, de manera externa, sobre el mundo. Por eso no pueden agarrarle para siempre, no pueden detenerle en nuestra historia. También aquí encontramos una perspectiva pascual que es contraria a la gnosis espiritualista. El gnóstico es un hombre que piensa que ha encontrado plenamente a Jesús sobre la tierra; por eso puede afirmar que ha culminado su camino y ya no tiene que andar más. Por el contrario, María Magdalena ha descubierto que la pascua es experiencia de ascenso a lo más alto y de misión liberadora: es como una luz, un toque de presencia que nos hace capaces de entender buscar y caminar luego en amor sobre el mundo. A las filósofas, teólogas, escritoras y artistas feministas, mis maestras y amigas, en sintonía
No he encontrado otra forma mejor de recordar a María Magdalena en su fiesta religiosa del 22 de julio que haciendo una reflexión sobre su figura bajo la inspiración del magnífico libro La resurrección de María Magdalena. Leyendas, Apócrifos y Testamento cristiano (EVD, Estella, 2008), de la teóloga Jane Schaberg, y relacionando a María Magdalena y a Virginia Woolf. La mística escéptica y subversiva de la escritora británica sirve de modelo interpretativo a Schaberg para reconstruir la emblemática figura de María Magdalena en clave feminista. ¿Es ésta una alianza espuria? Creo que no. Las diferencias entre ambas mujeres son ciertamente notables, pero también lo son las similitudes, al menos en el imaginario colectivo. Las dos son tenidas por “trastornadas” o “enfermas”: la una, “maniaco-depresiva, la otra, posesa; ambas están exorcizadas o autoexorcizadas y confiesan momentos de visión. Las dos resultan extrañas para el círculo patriarcal y ninguna de ellas es miembro del selecto grupo de los “Apóstoles”, o al menos han sido excluidas de dicho grupo por el poder patriarcal. Coinciden hasta en la vida póstuma: Woolf y la Magdalena son figuras para el mito y la leyenda e iconos en la lucha por la emancipación. Desde una lectura feminista, Schaberg reconstruye las figuras de Woolf y Magdalena, hasta identificarse con ellas para crear, con su ayuda, una espiritualidad propia no excluyente conforme al ideal woolffiano: “En mi condición de mujer, no tengo patria. Como mujer no quiero patria. Como mujer, mi patria es el mundo entero”. Y Schaberg añade: “Como mujer, no tengo religión. No soy judía o cristiana o musulmana o pagana. Como mujer soy judía y cristiana, musulmana y pagana”. El deseo confesado de la teóloga feminista es haber “encontrado” a una María Magdalena tan valiente y arrojada como Virginia Woolf o como Ethel Smyth, amiga suya, compositora inglesa y dirigente del movimiento sufragista, a quien Virginia describe de esta guisa: “Pertenece a la raza de las pioneras, de las que van abriendo camino. Ha ido por delante, y talado árboles, y barrenado rocas, y construido puentes, y así ha ido abriendo camino para las que van llegando tras ella”. A través de una rigurosa investigación interdisciplinar de las fuentes cristianas canónicas de la Biblia hebrea y del Testamento cristiano, de los escritos gnósticos y de la arqueología, del arte y de las leyendas, Schabert imagina y recupera la figura de María Magdalena liberada de las imágenes negativas que sobre ella ha construido la ideología patriarcal desde los propios textos canónicos hasta la exégesis actual. Schaber ve en los textos analizados indicios fragmentados de María Magdalena como continuadora del profetismo hebreo, iniciadora de la creencia cristiana en la resurrección, sucesora de Jesús de Nazaret y heredera de su autoridad espiritual. Los evangelios apócrifos de carácter gnóstico ofrecen elementos importantes para reconstruir la figura de María Magdalena, si bien de manera tentativa y provisional: - Existe como personaje y como memoria en un mundo cuyos textos acusan un lenguaje androcéntrico y patriarcal. - Se expresa con atrevimiento y osadía en un mundo real y simbólico dominado por varones, lo que le da un relieve especial. - Es una persona preeminente entre los seguidores y las seguidoras de Jesús, ya que posee autoridad espiritual y ejerce un liderazgo en igualdad de condiciones con los discípulos varones. - Es presentada como compañera íntima de Jesús. - Entra en conflicto con algunos discípulos varones por la fiabilidad de su testimonio. - Aparece como consoladora y maestra de los demás discípulos. - Es elogiada por su inteligencia superior. La teología feminista cristiana recurre a María Magdalena como fuente de autoridad para llevar a cabo las transformaciones necesarias en el terreno eclesiástico y como pionera de la igualdad para generar cambios culturales y sociales que eliminen en la sociedad las discriminaciones de todo tipo: étnicas, sociales, culturales, religiosas y de género. Discriminaciones estas últimas que o suelen pasar desapercibidas o no cuentan como prioridad para su superación. El libro dibuja un sugerente cristianismo en torno a la figura de María Magdalena, vigente durante los dos primeros siglos en algunas iglesias y olvidado por la Iglesia patriarcal hasta hoy: un cristianismo inclusivo de hombres y mujeres bajo el signo de la continuidad profética más que bajo la sucesión apostólica; un cristianismo como posibilidad desconcertante, terriblemente vulnerable, que intentó alcanzar lo imposible. Aquel cristianismo fracasó, o mejor, lo hizo fracasar el patriarcado religioso aliado con el patriarcado político. Pero no podemos considerar su fracaso por definitivo. Es verdad que ha durado muchos siglos, pero eso no significa caer en el fatalismo histórico que imposibilite su recuperación. Todo lo contrario. Es necesario recuperarlo, reinventarlo, reformularlo y revivirlo en nuestro momento histórico para contribuir en la lucha contra la discriminación de género en intersección con otras discriminaciones que se refuerzan y apoyan entre sí: etnia, clase, sexualidad, religión, procedencia geográfica, etc., y para trabajar por la emancipación y la igualdad en todos los terrenos. Juan José Tamayo. Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones. Universidad Carlos III de Madrid, y autor de Otra teología es posible. Interculturalidad, pluralismo religioso y feminismo (Herder, Barcelona, 2012, 2ª ed.) y director y coautor de Religión, género y violencia (Dykinson, Madrid, 2016, 2ª ed. Próxima obra: Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, Madrid, aparecerá en noviembre). Un fenómeno global: el de los grupos radicales que instrumentalizan la fe para fines políticos.
'La Civiltà Cattolica' carga contra el "ecumenismo del odio" de evangélicos y católicos fundamentalistas. Se trata de un ecumenismo desvirtuado, porque alienta la convergencia religiosa en un terreno impropio, el de la política; mientras que el ecumenismo virtuoso encuentra serias dificultades de avance y acogida en su propio espacio. La frase es del connotado jesuita Antonio Spadaro, director de la centenaria y prestigiada revista católica italiana de la Compañía de Jesús, La Civiltà Cattolica. El concepto es descrito y analizado en el reciente artículo del mes de julio: "El fundamentalismo evangélico y el integrismo católico. Un sorprendente ecumenismo". Spadaro reflexiona acerca de un fenómeno que comienza a ser global y que aflora en grupos radicales que instrumentalizan la fe cristiana para fines políticos. Es un renovado intento teocrático, ya presente en Europa y Estados Unidos, así como en Colombia, Brasil y Chile. Mientras el mundo observa con estupor el resurgimiento de Estados teocráticos inspirados en el fundamentalismo islámico, con silencio aflora este impulso restauracionista del imperio de la fe cristiana en el ámbito político. Grupos fundamentalistas evangélicos e integristas católicos aprovechan el contexto de una realidad marcada por grandes transformaciones culturales, para intentar la reconquista del poder político a través de la fe, donde los destinatarios son electores creyentes, a quienes buscan persuadir con el miedo y con la apología del caos cultural. Se trata de un ecumenismo desvirtuado, porque alienta la convergencia religiosa en un terreno impropio, el de la política; mientras que el ecumenismo virtuoso encuentra serias dificultades de avance y acogida en su propio espacio, el de la fe, donde subsisten serias desconfianzas y rivalidades. Como dice Spadaro, "esta unidad se produce para objetivos comunes en temas como el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la educación religiosa en las escuelas y otras cuestiones morales o relacionadas con los valores." Y agrega que, en ese ecumenismo invertido, "la intolerancia es la marca celestial del puritanismo, el reduccionismo es el método exegético y el ultra-literalismo es la clave hermenéutica". Y añade, que se "expresa en la oportunidad de influir en la política, parlamentaria, legal y educativa, para subordinar las políticas públicas a la moral religiosa." Spadaro, es un cercano colaborador y consejero del Papa Francisco, por lo que identifica el ecumenismo del Papa en la línea de la inclusión, de la paz y de la fraternidad; opuesto a ese otro estilo, marcado por odiosas marginaciones y divisiones. Y para evitar cualquier confusión advierte que "Francisco rechaza absolutamente la idea de la realización del Reino de Dios en la tierra", idea que subyace a esa simbiosis religiosa entre grupos radicales cristianos. En Chile el fenómeno existe y tiene sus propias particularidades. Tal vez el signo más elocuente es el llamado "bus de la libertad". Una iniciativa que partió en febrero en España, donde provocó los mismos efectos que en Chile. En esa iniciativa subyace el integrismo católico español, agrupado en torno al movimiento ultraconservador Hazteoir y a su fundación CitizenGo. Ahí radica el núcleo estratégico de replicar dicha experiencia en Chile, esta vez con el decidido protagonismo de grupos fundamentalistas evangélicos locales. El silencio del catolicismo conservador chileno ha sido elocuente, particularmente entre los obispos, muy distinto al abierto respaldo que sus colegas españoles brindaron a la iniciativa. Sin embargo, es un silencio más estratégico que real, porque en la práctica la Pontificia Universidad Católica de Chile ha sido convertida por la Iglesia chilena en un bastión ideológico para contrarrestar el amplio espectro de los temas de la moral sexual y familiar, que preocupan a gran parte del episcopado chileno. Ejemplo de ello es la profusa documentación que sale de esa universidad. Baste señalar el Cuaderno 39, de Diciembre de 2016, "Comunicación y Género", de la Facultad de Comunicaciones; así como el cuaderno 35 de la revista Humánitas, de abril de 2017, "Introducción a la Ideología de Género", documento prologado por el cardenal Errázuriz y que en siete reflexiones aborda estas cuestiones. Siendo legítima la preocupación de los obispos, el tema de fondo es que ello pareciera ser parte de una iniciativa pastoral que busca inmiscuirse en cuestiones de política pública. Así, el episcopado pareciera querer reeditar aquella estrategia preconciliar, que convertía al laicado en el "brazo largo de la jerarquía", mediante el cual los laicos actuaban en los distintos espacios de la vida pública para instaurar el Reino de Dios en la tierra. Consecuentemente, aquel brazo largo de la jerarquía vuelve a operar en la cultura, a pesar de que el Concilio Vaticano II corrigió aquella viciada jerarcología, reconociendo la autonomía del laicado en todos los ámbitos de la vida humana y garantizando el más absoluto respeto de la conciencia personal. De esta manera, los anhelos de los obispos se rearticulan intelectualmente en centros del pensamiento, para llevarlo a esa Iglesia militante a través de parroquias, colegios y en centros de capacitación, como la Academia de Líderes Católicos, regentada en la misma PUC. Con esta estructura el pensamiento episcopal trata de permear la conciencia laical, en una sociedad abierta y plural. Los cristianos bien formados, saben que los obispos equivocan el camino, porque junto con instrumentalizar al laicado, infantilizan a la vocación mayoritaria de la Iglesia y vulneran una cuestión esencial del Concilio. Sorprende cómo dos cercanos asesores del papa actúan en vías tan opuestas. De un lado, el cardenal Errázuriz, que integra el poderoso G9 en el Vaticano, y que lidera esta estrategia pastoral, mientras el padre Antonio Spadaro SJ, como fiel hijo del Concilio, aconseja al Papa en temas de contingencia social y moral, donde ambos jesuitas comparten las virtudes del discernimiento crítico y la apertura de la Iglesia al mundo, en clave de misericordia. Me ha impresionado. Un misionero que ha estado en el Japón muchos años. Y su labor ha sido acompañar a una comunidad de 10 personas. El tiempo lo ha dedicado a recoger cartones por la calle y enviar el dinero a Filipinas para los empobrecidos. Asimismo recogía muñecas y juguetes. Y ha estado muchísimos ratos entrenando al fútbol a los chavales de colegios. Y haciéndoles magia. Eso sí, que en cada sesión lanza un mensaje de Jesús
Me hace que pensar. Dice el evangelio que no importa el número. Que no tratamos de conquistar personas, fieles para nuestra causa. La verdad que merece la pena pensarlo. Yo estoy en unos pueblos de 50 y 200 habitantes. Y lo más importante: “estoy”. Hoy que andamos en la Iglesia dando vueltas a cómo anunciar el evangelio y conseguir que las personas participen en la comunidad cristiana. Igual lo importante no es conseguir adeptos, sino vivir: Vivir el Evangelio. Y ser testigos de Jesús. Me turba mucho el número. Pero lo importante es ser luz, reflejar, transmitir y ser testigos del Evangelio de Jesús, de su Buena Noticia. Me choca lo poco que se habla en la misa del Reino y lo mismo en las actividades eclesiales. Y resulta que Jesús es lo que anuncia y lo que proclama. Las parábolas son formas de encontrar y construir ese Reino con sus características. Siento que necesitamos pasar por un desierto con pocas personas para purificar, para vivir la experiencia de Jesús, sobre todo en la segunda parte de su vida. Os confieso que cuento las personas que participan en las misas: Cosa por otro lado, muy fácil, pues somos muy pocos. Pero tengo que superar la confianza en la cantidad e ir purificando mi fe en la viveza. Siempre recuerdo un misionero que me impresionó mucho. Había estado en un país musulmán y su tarea era acompañar a ser buenos musulmanes. Pienso muchas veces en Jesús que se queda solo al final de su vida. Solo unas mujeres. Esto para mí es un misterio enorme. Me recuerda a Faucaul. Cuando veo multitudes en torno al papa, en grades concentraciones, me interrogo ¿cómo es que Jesús se fue quedando solo? Siento como un empeño en volver a las mayorías y un desgarro porque vamos quedando muy pocos. ¿Será que va por ahí el Evangelio? Porque además es incuestionable que aunque seamos pocos, pero esa luz, ese calor se transmite y extiende su amor a los demás. Recuerdo la película “De dioses y hombres”. Igual estamos empezando a calar en el evangelio vivido como Jesús. Me ha tocado llegar al pueblo el día de Navidad o Año nuevo y no haber ninguna persona en misa. Me pongo en el centro de la plaza y grito la Felicidad a todos los que no están. Me va suponiendo mucho el ir aprendiendo a estar con pocos, a ir desapareciendo, a estar con cada persona... A veces se habla de suprimir eucaristías o hacerlas con seglares y siempre se piensa en pueblos pequeños. Me pregunto ¿Y por qué no se puede hacer eso en las grandes iglesias, en las catedrales? Porque una persona sola es tan importante para Jesús como las multitudes. Lo percibo como cuestión de Evangelio. “Te doy gracias Padre porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”. Durante estos meses de verano el mar Mediterráneo está tranquilo. La tranquilidad de las aguas favorece el descanso de los turistas. Desgraciadamente, la calma del mar favorece también el tráfico de seres humanos. Lo último que sabemos de estos procedimientos muestra hasta dónde es capaz de llegar la maldad y el egoísmo humanos a la hora de comerciar con la carne humana. Esta carne que, según dicen algunos, Dios la ama, la admira y eso hasta el punto de que quiso asumirla. El ser completamente espiritual (porque si fuera carnal o material sería por necesidad limitado), amaba tanto la carne humana que, en el colmo de lo que humanamente hay que calificar de locura, quiso hacerse hombre.
Dejemos el discurso religioso y vayamos a la tragedia humana, que es más religiosa que el discurso. Sí, la tragedia humana, o sea, la tragedia de la imagen de Dios. No olvidemos que cualquier atentado contra su imagen es un atentado contra Dios mismo. Eso dijo, en varios de sus escritos, Juan Pablo II. Cuando uno se pregunta cómo se puede atentar contra Dios, la respuesta es: cuando se atenta contra su imagen, en la que Dios, de forma misteriosa, pero real, de forma sacramental, se hace presente. Sí, sí, presente de forma sacramental. Para los buenos entendedores. Vuelvo a dejar el discurso religioso para regresar a la tragedia de los veranos en el mar Mediterráneo. La última muestra de la maldad humana es el modo de proceder de los traficantes de carne humana: cuando llegan a aguas internacionales, retiran el motor de la barcaza y la dejan a la deriva. Así el motor lo aprovechan para otras embarcaciones, ahorrando un dinero importante, porque para los capitalistas malvados, crueles y sin conciencia, como son los traficantes, cada dólar es importante. Las personas no lo son. Los dólares sí. Más aún, los botes a la deriva, en el mejor de los casos, suelen ser vistos por militares españoles o italianos, o por barcos de ONGs. Entonces, en este caso favorable, la pobre gente del bote, abandona su precaria embarcación y sube a los barcos seguros. Los botes quedan sin gente en alta mar. Momento que también aprovechan los traficantes de carne para hacerse con el bote, y volver a reutilizarlo. Es un negocio redondo. El negocio del infierno, pero negocio. No hemos acabado con el negocio infernal. En algún caso, cuando los botes de la muerte son avistados por los barcos militares, resulta que llevan algún muerto a bordo. En un caso, al menos, uno de los muertos lo fue porque el traficante de la muerte, el maldito traficante, le quitó la gorra con la que se protegía del sol. El asunto es tan sucio, que uno ya no tiene palabras para calificarlo. Para aclararnos: entiendo aquí la conciencia como la facultad que percibe los valores éticos. En cuanto al término “laico”, adquiere diversos significados según el contexto en el que se utiliza. En la religión cristiana, “laico” suele contraponerse a “clérigo”, y designa a la generalidad de los creyentes que no han sido consagrados para un ministerio o significado especial en la Iglesia. En un ámbito social más amplio, “laico” se contrapone a “religioso”, y designa a las personas que no profesan una religión, especialmente la cristiana, que se caracterizan por mantener unas creencias, preceptos y ritos, administrados por una organización jerárquica. En este sentido social más amplio uso aquí el término “laico”.
Si utilizo el término laico como no creyente, parece incongruente hablar de Dios y de su templo. Sin embargo, frecuentemente, la realidad no es lo que parece. El concepto “Dios” tiene tantos significados como personas que lo nombran; y los conceptos de “creyente” y de “religión” también resultan bastante ambiguos, sobre todo en una época de cambios culturales tan radicales como los que estamos viviendo; pero “con estos bueyes tenemos que arar”. Entiendo a Dios como un ser personal (capaz de conocer y amar, ¡no va a ser menos que nosotros!), pero no como un ser individual (separable y separado de los demás seres). Un ser inmanente en el mundo y en nosotros, pero que nos trasciende. Un ser que es el fundamento de nuestro existir, el fundamento del Universo, el fundamento de los valores, del amor, de la justicia, de la belleza. En este sentido, Dios es fundamento de la existencia de creyentes y de laicos, fundamento de la experiencia ética (sea de los creyentes o de los laicos) sobre la dignidad humana o la justicia social. Entonces ¿en qué se diferencian los creyentes de los laicos? En concreto, las personas nos diferenciamos por nuestro comportamiento y en esto, hablando en general, no creo que en nuestra vida social podamos distinguir entre un creyente y un laico. Hay creyentes con buen y con mal comportamiento, y hay no creyentes con buen y con mal comportamiento. Aquello de que se reconocía a los cristianos por “cómo se amaban” es un ideal más que una realidad. En colectivos muy amplios se cumple la campana de Gauss, en la que los extremos son reducidos y la mayoría se agolpa en los valores medios. La diferencia entre creyentes (en general) y no creyentes (en general) está en las explicaciones que damos sobre nuestros actos y sobre el fundamento de nuestros actos. Una anécdota de Juan XXIII ilustra muy expresivamente esta idea. Cuando era nuncio en París tenía gran amistad con un ministro que se profesaba ateo. Un día le dijo el ministro que quizás esa amistad podía desprestigiar al nuncio. ¿Por qué?, le respondió, si solamente discrepamos en las ideas. Quizás ahora se entienda mejor por qué creo -evidentemente en lenguaje simbólico- que la conciencia es el templo laico de Dios. Para un creyente, el templo es el lugar privilegiado del encuentro con Dios. Aunque no pensaba así el diácono Esteban, primer mártir cristiano por decir que “el Altísimo no habita en edificios construidos por manos de hombres...” (Hechos 7,48). Ni el Jesús que le dijo a la samaritana “Créeme, mujer: Se acerca la hora en que no daréis culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén... los que dan culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y de verdad” (Juan 4,20-24). Ni el Jesús de Marcos, que maldijo el templo en el símbolo de la higuera (Marcos 11,11-21). Pero ese ya es otro tema. Para un laico, no creyente, la conciencia es el lugar privilegiado en que experimenta un imperativo ético trascendente (mejor, una tendencia ética trascendente). Comencé diciendo que la conciencia es el templo laico de Dios. Me corrijo. La conciencia es el verdadero templo de Dios, tanto para los creyentes como para los laicos. La parábola de la cizaña es una de las siete que Mt narra en el capítulo 13. Como decíamos el domingo pasado, se trata de un contexto artificial. Como todas las parábolas es un relato anodino e inofensivo por sí mismo, pero que, descubriendo la intención del que la relata, puede llevarnos a una reflexión muy seria sobre la manera que tenemos de catalogar a las personas como buenos y malos. Mal entendida, puede dar pábulo a un maniqueísmo nefasto, que tergiversa el mensaje de Jesús. Bien y mal se encuentran inextricablemente unidos en cada uno de nosotros.
Empecemos por notar que el sembrador siembra buena semilla. La cizaña tiene un origen distinto. Este lenguaje debemos explicarlo. Según aquella mentalidad, hay un enemigo del hombre empeñado en que no alcance su plenitud. Pero la hipótesis del maniqueísmo es innecesaria. Durante milenios el hombre trató de buscar una respuesta coherente al interrogante que plantea la existencia del mal. Hoy sabemos que no tiene que venir ningún maligno a sembrar mala semilla. La limitación que nos acompaña como criaturas, da razón suficiente para explicar los fallos de toda vida humana. La vida arrastra tres mil ochocientos millones de años de evolución que ha ido siempre en la dirección de asegurar la supervivencia del individuo y de su especie. A ese objetivo estaba orientado cualquier otro logro. Al aparecer la especie humana, descubre que hay un objetivo más valioso que el de la simple supervivencia. Al intentar caminar hacia esa nueva plenitud de ser que se le abre en el horizonte, el hombre tropieza con esa enorme inercia que le empuja al objetivo puramente egoísta. En cuanto se relaja un poco, aparece la fuerza que le arrastra en la dirección equivocada. El objetivo de subsistencia individual y el nuevo horizonte de unidad que se le abre al ser humano no son contradictorios. En el noventa por ciento deben coincidir. Pero esa pequeña proporción que les diferencia no es fácil de apreciar. Como en el caso de la cizaña y el trigo, solo cuando llega la hora de dar fruto queda patente lo que los distingue. Es inútil todo intento de dilucidar teóricamente lo que es bueno o lo que es malo. La mayoría de las veces el hombre solo descubre lo bueno o lo malo después de innumerables errores en su intento por acertar en su caminar hacia la meta. En el ser humano, el bien biológico individualista sería siempre bueno mientras no vaya contra el bien de los demás. Todo el esfuerzo que haga el ser humano por vivir mejor de lo que vive en una época determinada, sería estupendo si toda mejora alcanzara a todos los hombres, y no se consiguiera el bien de unos pocos a costa del mal de muchos. En el mundo que nos ha tocado vivir, podemos descubrir esa contradicción. El hombre, buscando su plenitud como individuo, arruina su plenitud como ser humano. El punto de inflexión en la lógica del relato lo encontramos en las palabras del dueño del campo. “dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Lo lógico sería que se ordenara arrancar la cizaña en cuanto se descubriera en el sembrado, para que no disminuyera la cosecha. Pero resulta que, contra toda lógica, el amo ordena a los criados que no arranquen la cizaña, sino que la dejen crecer con el trigo. Este quiebro, es el que debe hacernos pensar. No es que el dueño del campo se haya vuelto loco, es que el que relata la parábola quiere hacernos ver que otra visión de la realidad es posible. No les deja crecer juntos porque el señor se siente generoso y perdona la vida a los malos. La única razón que el dueño aduce es “que podríais arrancar también el trigo”; precisamente por la dificultad de distinguirlos a simple vista. La primera lectura nos advierte que Dios obra con moderación porque todo lo puede. Jesús da un paso más y nos dice que Dios no tiene nada que perdonar. Nuestra posibilidad de fallar no le inquieta, en cambio a nosotros nos desconcierta. Dios no puede premiar ni castigar “a posteriori”, porque se ha dado a cada uno antes de que lleguemos a la existencia. La respuesta del amo está fuera de toda lógica. Esto es lo que debería hacernos pensar. El trigo y la cizaña tienen que convivir a pesar de que son plantas antagónicas y lo que produce una, será siempre a costa de la otra. La cizaña perjudica al trigo, pero la realidad es que son inseparables. Aplicado al ser humano, la cosa se complica hasta el infinito, porque en cada uno de nosotros coexisten juntos cizaña y trigo. Nunca conseguiremos eliminar del todo nuestra cizaña. Solo tomando conciencia de esto, superaremos el puritanismo y podremos aceptar al otro con su cizaña. Esta mezcla inextricable no es un defecto de fabricación, como se ha hecho creer con mucha frecuencia; por el contrario, se trata de nuestra misma naturaleza. Dejaríamos de ser humanos si anularan nuestra posibilidad de fallar. No solo es absurdo el considerar a uno bueno y a otro malo, sino que el solo pensar que una persona se pueda considerar perfecta, es descabellado. Querer arrancar la cizaña es una tentación, que demuestra la falta de confianza en uno mismo. También hoy Jesús, a petición de sus discípulos, explica la parábola. Una vez más, no se trata de una explicación de Jesús, sino de un añadido de la primera comunidad, que convirtió las parábolas en alegorías para poder utilizarla como instrumento moralizante. En la explicación que el evangelio da de esta parábola, se ve con toda claridad la diferencia entre parábola y alegoría. Podemos apreciar cómo se desvía el acento desde la necesidad de convivir con el diferente a la insistencia en que los malos serán quemados, con la intención de que el miedo a ser chamuscados nos haga mejores Si a través de veinte siglos, la Iglesia hubiera hecho caso de esta parábola, ¡cuántos atropellos se hubieran evitado! Tanto en la doctrina como en moral, se ha perseguido al que discrepaba de la oficialidad, solo por el afán de conservar la pureza legal, que tanto preocupa a los dirigentes. Se ha excomulgado, se ha desterrado, se ha quemado en la hoguera a miles de cristianos que eran bellísimas personas, aunque no coincidieran en todo con los cánones oficiales. Es patético, que a algunos de los que han sido sacrificados sin piedad, después se les haya declarado santos. Aún tenemos pendiente un cambio en nuestra actitud ante el diferente. Hemos sido educados en el exclusivismo. Se nos ha enseñado a despreciar al diferente. Jesús sabía muy bien lo que decía a un pueblo judío que se creía elegido y superior a todos los demás. A pesar de la claridad del mensaje, muy pronto olvidaron los cristianos las enseñanzas de Jesús y reprodujeron el exclusivismo judío. Una sola frase resume esta actitud totalmente antievangélica: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Esta máxima (mínima) ha sido defendida todavía por el último Catecismo de la Iglesia Católica. Meditación Por mucho que nos empeñemos en impedirlo, la cizaña y el trigo van a seguir creciendo juntos. Si descubres los fallos en los que tropiezas cada día, estarás en condiciones de aceptar a los demás con los suyos. El objetivo del cristiano no es alcanzar la perfección, sino aceptar al otro a pesar de sus fallos. Mateo resume la crisis que atravesó su comunidad a finales del siglo I en cinco preguntas a las que responde con siete parábolas. El domingo pasado vimos la primera, ¿por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús?, a la que respondía la parábola del sembrador. En este domingo se plantean otras dos preguntas, a las que se responde en tres parábolas. La primera de ellas (el trigo y la cizaña) debió considerarla Mateo difícil de entender, y por eso ofrece su explicación. Sin embargo, no lo hace de inmediato. Cuenta tres parábolas seguidas y más tarde, cuando los discípulos llegan a la casa, interrogan a Jesús y éste aclara su sentido. En cambio, las parábolas tercera (grano de mostaza) y cuarta (levadura) carecen de explicación en el evangelio.
¿Qué actitud adoptar con quienes no viven el mensaje? La parábola puede leerse desde diversas perspectivas, según pensemos que la finca es el pueblo de Israel, la comunidad cristiana, o el mundo entero. Ya que esta parábola sólo la cuenta Mateo, vamos a verla primero desde el punto de vista de su comunidad, seriamente enfrentada con los judíos. 1ª hipótesis: La finca es el pueblo de Israel En ella, el Señor ha plantado buena semilla (los cristianos). Pero el enemigo ha plantado también cizaña (los fariseos y demás enemigos de la comunidad). La tentación de cualquiera de los dos grupos es decidir por su cuenta y riesgo quién es trigo y quién cizaña. Pablo, por ejemplo, antes de convertirse, pidió permiso a las autoridades de Jerusalén para perseguir a los cristianos. Pero también la comunidad cristiana puede correr el riesgo de intentar acabar con los que no forman parte de ella o no los tratan como consideran justo. Así ocurrió cuando una aldea de Samaria no acogió a Jesús y los discípulos: Juan y Santiago le propusieron hacer bajar un rayo del cielo que acabase con todos (Lc 9,51-56). Con esta parábola, Mateo hace una exhortación a la calma, a dejar a Dios la decisión en el momento final. 2ª hipótesis: La finca es la comunidad cristiana La parábola también podría entenderse dentro de la comunidad cristiana (sola ésta sería la finca), donde hay gente que responde al evangelio (trigo) y gente que no parece vivir de acuerdo con él (cizaña). El mensaje es el mismo en este caso. Aunque las cosas parezcan claras, es fácil que al arrancar la cizaña se lleven por delante el trigo. Porque cualquiera de nosotros, por muy preparado que se considere teológica y moralmente, puede equivocarse. No son raros los casos de personas condenadas por la Iglesia que terminaron no sólo rehabilitadas sino también canonizadas. 3ª hipótesis: la finca es el mundo Finalmente, la parábola se puede interpretar en un contexto más general, donde la finca es el mundo, la buena semilla los ciudadanos del Reino y la cizaña los secuaces del Malo. En esta línea se orienta la explicación de los versículos 36-43. En cualquiera de estas tres hipótesis (todas válidas), Jesús advierte contra el peligro de que paguen justos por pecadores. Es preferible tener paciencia y dejar la justicia a Dios, el único que puede emitir un veredicto exacto, sin temor a equivocarse. La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, se mueve en esta línea de bondad y tolerancia, poniéndonos a Dios como modelo. Un Dios al que el poder impulsa, no a castigar sino a perdonar, que gobierna con moderación e indulgencia, y que siempre da un voto de confianza al pecador, esperando que se convierta. ¿Tiene algún futuro esto tan pequeño? La comunidad de Mateo es pequeña. Las otras comunidades también. Han pasado ya cincuenta años de la muerte de Jesús, y aunque el cristianismo se va extendiendo por el Imperio Romano, representan una minoría. ¿Qué futuro tiene este grupo tan pequeño? ¿Qué futuro tiene la iglesia actual, que carece del influjo y el poder que tenía hace unos años? Mateo responde con dos parábolas: la del grano de mostaza y la de la levadura. Ambos coinciden en ser algo pequeño, pero más importante de lo que puede parecer a primera vista. El grano de mostaza Esta parábola sólo se comprende a fondo cuando se conoce una parábola del profeta Ezequiel que utiliza Jesús como modelo. A comienzos del siglo VI a.C., cuando el pueblo de Israel se encontraba deportado en Babilonia, para expresar que su suerte cambiaría y sería espléndida, Ezequiel cuenta lo siguiente: Cogeré una guía del cogollo del cedro alto y encumbrado; del vástago cimero arrancaré un esqueje y lo plantaré en un monte elevado y señero, lo plantaré en el monte encumbrado de Israel. Echará ramas, se pondrá frondoso y llegará a ser un cedro magnífico; anidarán en él todos los pájaros, a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves. (Ez 17,22-23). Jesús acepta la imagen del árbol y la idea de que sirve para acoger a todas las aves del cielo. Pero introduce un cambio radical: no elige como modelo el cedro alto y encumbrado, sino el modesto arbusto de mostaza, que, cuando crece, «sale por encima de las hortalizas». Es un ataque lleno de humor e ironía al triunfalismo. Lo importante no es que el árbol sea grandioso, sino que pueda cumplir su función de acoger a los pájaros. Para la comunidad de Mateo era una excelente lección, y también debe serlo para nuestras tentaciones de triunfalismo eclesial. La levadura Algo parecido ocurre con la parábola de la levadura. Se usa en poca cantidad, pero cumple su función, hace que fermente la masa. La tentación de la comunidad cristiana es querer ocupar mucho espacio, ser masa, llamar la atención por su volumen, por el número de miembros. Jesús dice que lo importante es la función de fermentar la masa. Resumiendo lo leído hasta ahora, Mateo ofrece una explicación de la realidad (sembrador) y una llamada a la serenidad (trigo y cizaña) y a confiar en algo que tiene unos comienzos tan modestos (mostaza y levadura). El próximo domingo, otras tres parábolas completarán esta enseñanza. |
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