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La consciencia, templo laico de Dios por: Gonzalo Haya

7/24/2017

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Para aclararnos: entiendo aquí la conciencia como la facultad que percibe los valores éticos. En cuanto al término “laico”, adquiere diversos significados según el contexto en el que se utiliza. En la religión cristiana, “laico” suele contraponerse a “clérigo”, y designa a la generalidad de los creyentes que no han sido consagrados para un ministerio o significado especial en la Iglesia. En un ámbito social más amplio, “laico” se contrapone a “religioso”, y designa a las personas que no profesan una religión, especialmente la cristiana, que se caracterizan por mantener unas creencias, preceptos y ritos, administrados por una organización jerárquica. En este sentido social más amplio uso aquí el término “laico”.
Si utilizo el término laico como no creyente, parece incongruente hablar de Dios y de su templo. Sin embargo, frecuentemente, la realidad no es lo que parece. El concepto “Dios” tiene tantos significados como personas que lo nombran; y los conceptos de “creyente” y de “religión” también resultan bastante ambiguos, sobre todo en una época de cambios culturales tan radicales como los que estamos viviendo; pero “con estos bueyes tenemos que arar”.
Entiendo a Dios como un ser personal (capaz de conocer y amar, ¡no va a ser menos que nosotros!), pero no como un ser individual (separable y separado de los demás seres). Un ser inmanente en el mundo y en nosotros, pero que nos trasciende. Un ser que es el fundamento de nuestro existir, el fundamento del Universo, el fundamento de los valores, del amor, de la justicia, de la belleza. En este sentido, Dios es fundamento de la existencia de creyentes y de laicos, fundamento de la experiencia ética (sea de los creyentes o de los laicos) sobre la dignidad humana o la justicia social.
Entonces ¿en qué se diferencian los creyentes de los laicos? En concreto, las personas nos diferenciamos por nuestro comportamiento y en esto, hablando en general, no creo que en nuestra vida social podamos distinguir entre un creyente y un laico. Hay creyentes con buen y con mal comportamiento, y hay no creyentes con buen y con mal comportamiento. Aquello de que se reconocía a los cristianos por “cómo se amaban” es un ideal más que una realidad. En colectivos muy amplios se cumple la campana de Gauss, en la que los extremos son reducidos y la mayoría se agolpa en los valores medios. La diferencia entre creyentes (en general) y no creyentes (en general) está en las explicaciones que damos sobre nuestros actos y sobre el fundamento de nuestros actos.
Una anécdota de Juan XXIII ilustra muy expresivamente esta idea. Cuando era nuncio en París tenía gran amistad con un ministro que se profesaba ateo. Un día le dijo el ministro que quizás esa amistad podía desprestigiar al nuncio. ¿Por qué?, le respondió, si solamente discrepamos en las ideas.
Quizás ahora se entienda mejor por qué creo -evidentemente en lenguaje simbólico- que la conciencia es el templo laico de Dios. Para un creyente, el templo es el lugar privilegiado del encuentro con Dios. Aunque no pensaba así el diácono Esteban, primer mártir cristiano por decir que “el Altísimo no habita en edificios construidos por manos de hombres...” (Hechos 7,48). Ni el Jesús que le dijo a la samaritana “Créeme, mujer: Se acerca la hora en que no daréis culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén... los que dan culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y de verdad” (Juan 4,20-24). Ni el Jesús de Marcos, que maldijo el templo en el símbolo de la higuera (Marcos 11,11-21). Pero ese ya es otro tema. Para un laico, no creyente, la conciencia es el lugar privilegiado en que experimenta un imperativo ético trascendente (mejor, una tendencia ética trascendente).
Comencé diciendo que la conciencia es el templo laico de Dios. Me corrijo. La conciencia es el verdadero templo de Dios, tanto para los creyentes como para los laicos.
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