La elección de un nuevo papa y el Espíritu Santo por: Ivone Gebara, escritora, filósofa e teóloga3/1/2013 Después de la encomiable actitud del anciano Benedicto XVI renunciando al gobierno de la Iglesia Católica Romana se sucedieron entrevistas con algunos obispos y sacerdotes en estaciones de radio y televisión en todo el país. Sin duda un evento de tanta importancia para la Iglesia Católica Romana es noticia y conduce a predicciones, elucubraciones de variados tipos, sobre todo de sospechas, intrigas y conflictos entre los muros del Vaticano que habrían acelerado la decisión del Papa.
En el contexto de las primeras noticias, lo que me llamó la atención fue algo a primera vista pequeño e insignificante para los analistas que tratan asuntos del Vaticano. Se trata de la forma cómo algunos padres entrevistados o sacerdotes conductores de programas de televisión respondieron cuando se les preguntó sobre quién sería el nuevo Papa, saliendo por la tangente. Se referían a la inspiración del Espíritu Santo, o a su voluntad, como siendo el elemento del que dependía la elección del nuevo romano pontífice. Nada de pensar en personas específicas para responder a las situaciones mundiales desafiantes, nada para despertar una reflexión en la comunidad, nada de hablar de los problemas actuales de la iglesia que la han llevado a un significativo marasmo, nada que escuchar los clamores de la comunidad católica por la democratización de las estructuras anacrónicas que sostienen a la iglesia institucional. La formación teológica de estos padres comunicadores no les permite salir de un discurso trivial y abstracto ya bien conocido, discurso que continúa recurriendo, como explicación, a fuerzas ocultas, y así, de cierta forma, confirmar su propio poder. La continua referencia al Espíritu Santo a partir de un misterioso modelo jerárquico es una forma de camuflar los verdaderos problemas de la Iglesia y una forma de retórica religiosa para no revelar conflictos internos que ha vivido la institución. La teología del Espíritu Santo continúa siendo para ellos mágica y expresando explicaciones que ya no pueden hablar a los corazones y a las conciencias de muchas personas que tienen aprecio por el legado del Movimiento de Jesús de Nazaret. Es una teología que sigue provocando la pasividad del pueblo creyente ante las múltiples dominaciones, inclusive la religiosa. Continúan repitiendo fórmulas como si éstas satisficiesen a la mayoría de la gente. Me entristece el hecho de verificar una vez más que los religiosos y algunos laicos trabajando en los medios de comunicación no perciban que estamos en un mundo donde los discursos tienen que ser más asertivos y caracterizados por referencias filosóficas consistentes, además de la tradicional escolástica. Un referencial humanista les haría mucho más comprensibles para el común de las personas, incluidos los no católicos y no religiosos. La responsabilidad de los medios de comunicación religiosos es enorme e incluye la importancia de mostrar cómo la historia de la iglesia depende de las relaciones e interferencias de todas las historias de los países y de las personas individuales. Ya es tiempo de abandonar ese lenguaje metafísico y abstracto, como si un Dios fuese a ocuparse especialmente de elegir al nuevo Papa, independientemente de los conflictos, desafíos, iniquidades y cualidades humanas. Ya es hora de enfrentar un cristianismo que admita el conflicto de las voluntades humanas y reconocer que al final de un proceso electivo, no siempre la elección realizada puede ser considerada la mejor para el conjunto. De enfrentar la historia de la iglesia como una historia construida por nosotros todos y todas y de testimoniar respeto para nosotros mismos/as mostrando la responsabilidad que tenemos todas/os los que nos consideramos miembros de la comunidad católica romana. La elección de un nuevo Papa es algo que tiene que ver con el conjunto de las comunidades católicas esparcidas alrededor del mundo y no sólo con una élite de edad avanzada, minoritaria y masculina. Por lo tanto, es necesario ir más allá de un discurso justificativo del poder papal y enfrentarse a los problemas y desafíos reales que estamos viviendo. Sin duda, para esto las dificultades son muchas y abordarlas requiere de nuevas convicciones y del deseo real de promover cambios que favorezcan la convivencia humana. Me preocupa, una vez más, que no se discuta más abiertamente el hecho de que el gobierno Iglesia institucional sea entregado a personas ancianas que a pesar de sus cualidades y sabiduría, ya no son capaces de hacer frente con vigor y desenvoltura los desafíos que estas funciones demandan. ¿Hasta cuando la gerontocracia masculina papal será como un doble de la imagen de un Dios, blanco, anciano y de barbas blancas? ¿Habría alguna posibilidad de salir de este esquema o al menos de iniciar una discusión de cara a una futura organización diferente? ¿Habría alguna posibilidad de abrir esta discusión en las comunidades cristianas populares que tienen derecho a la información y a una formación cristiana más ajustada a nuestros tiempos? Sabemos en qué medida la fuerza de la religión depende de desafíos y comportamientos fruto de convicciones capaces de sostener la vida de muchos grupos. Sin embargo, las convicciones religiosas no pueden reducirse a una visión estática de las tradiciones y tampoco a una visión deliberadamente ingenua de las relaciones humanas. Las convicciones religiosas igualmente no pueden reducirse a la ola de las más variadas devociones que se propagan a través de los medios de comunicación. Es más, no podemos seguir tratando al pueblo como ignorante e incapaz de formular preguntas inteligentes y astutas en relación con la iglesia. Sin embargo, los padres comunicadores creen estar tratando con personas pasivas y entre ellas muchos los jóvenes que desarrollan un culto romántico alrededor de la figura del papa. Los religiosos mantienen esta situación a menudo cómoda por ignorancia o avidez de poder. Probar la interferencia divina en decisiones que la Iglesia Católica Jerárquica, prescindiendo de la voluntad de las comunidades cristianas esparcidas por todo el mundo es un ejemplo flagrante de esta situación. Es como si quisieran reafirmar erróneamente que la Iglesia es, en primer lugar, el clero y las autoridades cardenalicias a las cuales es conferido el poder de elegir un nuevo papa y que ésta es la voluntad de Dios. A los miles de fieles corresponde solo orar para que el Espíritu Santo escoja al mejor y esperar a que el humo blanco anuncie una vez más el “habemus papam”. De manera hábil siempre están tratando de hacer escapar a los fieles de la verdadera historia, de su responsabilidad colectiva por el recurso a fuerzas superiores que dirijan la historia y a la Iglesia. Es una lástima que estos formadores de opinión pública estén viviendo todavía en un mundo que es teológicamente, y tal vez incluso históricamente, pre-moderno, donde lo sagrado parece separarse del mundo real y situarse en una esfera superior de poderes a la que sólo unos pocos tienen acceso directo. Es desolador ver cómo la conciencia crítica en relación a sus propias creencias infantiles no haya sido despertada, para su bien personal y en beneficio de la comunidad cristiana. Parece que hasta destacamos los muchos obscurantismos religiosos presentes en todas las épocas, mientras el Evangelio de Jesús continuamente convoca a la responsabilidad común de unos con los otros. Conociendo las muchas dificultades enfrentadas por el Papa Benedicto XVI durante su corto ministerio papal, las empresas de comunicación católica sólo destacan sus cualidades, su entrega a la iglesia, su inteligencia teológica, su pensamiento vigoroso como si quisieran una vez más ocultar los límites de su personalidad y de su postura política no sólo como Pontífice, sino también, como presidente, por muchos años, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santo Oficio. No permiten que las contradicciones humanas del hombre Joseph Ratzinger aparezcan y que su intransigencia legalista o el trato punitivo que caracterizaron parcialmente su persona sean recordadas. Hablan desde su elección, principalmente como un papado de transición. No hay duda que es así. Pero ¿transición hacia dónde? Me gustaría que la encomiable actitud de renuncia de Benedicto XVI pudiese ser vivida como un momento privilegiado para convidar a las comunidades católicas a repensar sus estructuras de gobierno y los privilegios medievales que esta estructura conlleva. Estos privilegios tanto del punto de vista económico, como político y socio-cultural, mantiene al papado y al Vaticano como un Estado masculino aparte. Pero un Estado masculino con representación diplomática influyente y servido por miles de mujeres en todo el mundo, en las diferentes instancias de su organización. Este hecho nos invita también a reflexionar sobre el tipo de relaciones sociales de género que este Estado continua manteniendo en la historia social y política actual. Las estructuras pre-modernas que todavía conserva este poder religioso necesitan ser confrontadas con los anhelos democráticos de nuestros pueblos en la búsqueda de nuevas formas de organización que se correspondan mejor con los tiempos y grupos plurales de hoy. Deben ser confrontadas con las luchas de las mujeres, de las minorías y mayorías raciales, de personas de diversas orientaciones sexuales y opciones, de pensadores, científicos y trabajadores de las más variadas profesiones. Necesitan ser reelaboradas en la perspectiva de un mayor y más fructífero diálogo con otros credos religiosos y con las sabidurías esparcidas por todo el mundo. Y, para terminar, quiero volver al Espíritu Santo, a este viento que sopla en cada una/o de nosotros, este aliento en nosotros es más grande que nosotros, que nos aproxima y nos hace interdependientes con todos los vivientes. Un soplo de muchas formas, colores, sabores e intensidades. Soplo de compasión y de ternura, soplo de igualdad y de diferencia. Este aliento o soplo no puede ser utilizado para justificar y mantener estructuras privilegiadas de poder y tradiciones antiguas o medievales, como si se tratara de una ley o una norma indiscutible e inmutable. El viento, el aire, el espíritu sopla donde quiere y nadie debe atreverse a querer ser ni por una sola vez su dueño. El espíritu es la fuerza que nos acerca a unos con otros, es la atracción que permite nos reconozcamos cómo semejantes y diferentes, como amigas y amigos, y que juntos/as busquemos caminos de convivencia, la paz y la justicia. Estos caminos del espíritu son los que nos permiten reaccionar ante las fuerzas opresivas que nacen de nuestra propia humanidad, los que nos llevan a denunciar a las fuerzas que impiden la circulación de la savia de la vida, quienes nos llevan a des-cubrir los secretos ocultos de los poderosos. Por lo tanto, el espíritu se muestra en las acciones de misericordia, en el pan compartido, en el poder compartido, en la cura de las heridas, en la reforma agraria, en el comercio justo, en las armas transformadas en arados, en fin, en la vida en abundancia para todas/os. Este parece ser el poder del espíritu en nosotros, poder que necesita ser despertado en cada nuevo momento de nuestra historia y ser despertado en nosotros/as, entre nosotros/as y para nosotros/as.
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La vida es una infinita búsqueda, un vértigo apasionante y placentero, una constante inestabilidad y un no cesar nunca de sorprendernos ante los pequeños detalles que imprimen ritmo y latido a cada día. No terminamos jamás de conocernos y cada experiencia que vivimos, cada nuevo rostro que aparece, cada conflicto que creemos insoslayable, cada amor que nos traspasa, desata en nosotros – ¡qué bueno! –un delirio de raíces y de alas, de quietud y de vuelo. Nos confronta con la imagen que creíamos habernos forjado. Nos obliga a contemplarnos en el espejo y constatar –no sin asombro– que todavía/siempre hay matices de nosotros que desconocemos.
La vida es un hermoso camino de luces y sombras, de extensos valles, laberintos y vericuetos por los que vamos saliendo al paso (y al encuentro) de quienes somos y de aquellos que, como nosotros, buscan una luz para verse a sí mismos. Ya sea en los ojos de las personas que nos aman o en ese rincón del alma donde se escucha lo que no dice el silencio: todos andamos tras una palabra de Verdad, un destello cálido y amable que nos ayude a vislumbrar mejor el gran dilema en torno a quiénes somos, para qué vivimos y cuál es don luminoso que hemos venido a traer al mundo. Nadie escapa de la fascinante tarea de buscar, que constituye la esencia misma de estar vivo. Ni parapetados tras los altos y gruesos muros de nuestro Castillo interior, estamos a salvo de esta inquietud natural que nos hace ir cambiando con el paso del tiempo. Descentrados y desposeídos de nosotros mismos, reemprendemos cada día la labor de acariciar nuestro barro, de irnos conociendo en función de las circunstancias –fraguados con lágrimas y fuego, con el más puro amor y el oscuro deseo–, mudando la piel y la casa, nómadas y libres por el desierto de nuestras emociones siempre expuestas al vaivén del viento. Todos andamos a tientas buscando alguien que nos diga, que exprese nuestro nombre y aprese en él esa identidad fugitiva que no logramos aferrar por entero ("y les daré a comer del maná escondido, y les daré una piedrecita blanca en la que está escrito un nombre nuevo, que nadie conoce sino sólo aquel que lo recibe", Ap. 2,17b). Y Jesús no fue una excepción. Tendemos siempre a pensar que Jesús conocía de antemano todos los detalles de su identidad y su misión, sus capacidades y la trayectoria de su vida. Proyectamos en él un alter ego o modelo ideal, seguro e infalible, y le quitamos el mérito de haber afrontado su propio proceso de autoconocimiento. Pero también él debió forjar esa identidad suya característica a base de conectar una y otra vez con su intuición profunda, de hacer silencio y escuchar su corazón, de confrontar su sensibilidad con las normas y leyes de aquel tiempo. El Jesús que recorrió caminos y pueblos, mares y montañas, el que se retiró a meditar y orar sobre su vida cuarenta días al desierto... ¿no es el mejor reflejo del buscador que quiere alcanzar la autenticidad, y permanece a la escucha de sí, de los demás y de su Dios a cada momento? Desde esta clave, es posible plantear una relectura más cotidiana y sencilla (también más aplicable a nuestras vidas) del pasaje de la Transfiguración. Por liberarlo de imágenes prototípicas pues, como dice un proverbio turco, "cuando la casa está terminada llega la muerte". Pensemos en un Jesús que –como cualquiera de nosotros– estaba atravesando un periodo de confrontación consigo mismo, planteándose quién es, cuáles son sus capacidades, qué le mueve y conmueve en la vida. Tiempo de desierto, de dudas y no saber, anhelo de ser fiel a los mandatos del Dios de sus padres y, a la vez, tentación de querer hacer cosas grandes que den sentido a su vida: en mayor o menor medida, lo que todos alguna vez nos planteamos. No está seguro de sí y acude a sus amigos, pues quienes más nos conocen nos devuelven a veces una imagen más neutral / más amorosa / más clarificadora de nosotros mismos. Y con sencillez les pregunta: "Oye, si tuvieseis que decir algo sobre mí, ¿quién diríais que soy?". Siempre leemos este interrogante como una pregunta retórica (en la que Jesús conoce de antemano la respuesta y pone a prueba la fe de sus discípulos). Pero dejemos a un lado la confesión dogmática de Pedro y la enseñanza teológica que quiere ilustrar el pasaje. Imaginemos que se trata de una verdadera pregunta, de un cuestionamiento que Jesús se hace y que decide compartir con sus amigos por si sus miradas le dan algo de luz sobre su identidad profunda. Son los mismos compañeros que otras veces le han acompañado al monte, y que en esta ocasión suben con él al Tabor para contemplar juntos la caída de la tarde. No menos poético es el pasaje evangélico; no menos simbólico y representativo el recurso de encumbrar a Jesús poniéndolo en relación con dos figuras claves en la Historia del judaísmo: Moisés y Elías. Pero de nuevo no es la imagen poderosa, gloriosa, mística e inalcanzable de Jesús la que me interesa. A mi parecer, la verdadera riqueza de este texto no reside en ese despliegue efectista del mysterium tremendum (en palabras de Rudolf Otto). Diría más bien que la sutil belleza de este pasaje la pone un Jesús que sentado en lo alto del monte, mientras medita y saborea los matices que conforman su vida, experimenta la plenitud de sentirse Uno con el universo y feliz consigo mismo. Contempla el cielo estrellado, se entrega a la suave caricia de la brisa nocturna y piensa en el amor de sus padres, en la compañía de esos amigos que ahora están a su lado haciendo esfuerzos para no dormirse, y mira su cuerpo joven aún, y siente la ilusión y el ánimo de seguir buscando y aprendiendo cosas nuevas cada día... y experimenta en su interior la estrecha unión con el cosmos, una presencia sagrada que anima todo cuanto existe, un inmenso agradecimiento de estar donde está y ser quien es, una alegría tan profunda... que los ojos comienzan a brillarle de la emoción, refulge en su rostro una inmensa sonrisa mientras reprime las ganas de danzar y reír a carcajadas... y sucede que todo él parece revestirse de esa serena y esplendente luz que irradian las personas que alcanzan un determinado estado del espíritu: la verdadera felicidad. Y en el corazón de su corazón, en ese recóndito lugar donde sólo algunos buscadores logran asomarse de puntillas (los más osados y tenaces, también los más sencillos), escucha un susurro que apenas logra distinguir de sus propios latidos. Ese acento cálido, esa música interior, esa armonía que mueve el universo y le dice en lo secreto: "Tú eres mi hijo, muy amado. Tu vida es hermosa; tú eres bello. Tiene sentido que estés aquí y que seas quien eres". Los que han experimentado alguna vez una sensación de plenitud y comunión parecida, saben que no hay en el mundo palabra capaz de comunicar algo así o hacerlo palpable: tan sólo cabe el estupor de lo sagrado, la mística elocuencia que nace del silencio (un no sé qué que quedan balbuciendo). En el pasaje de la Transfiguración se dice que la voz calla y los apóstoles guardan silencio: no existe una respuesta única ni tampoco una experiencia, cada persona debe afrontar la búsqueda de su verdad. Y en ese camino nos guía una secreta intuición, una llama de amor cuya luz aclara a veces ciertos tramos del camino, una sed en el corazón que nos va llevando paso a paso, ya al Tabor ya de regreso hacia la fuente de todos los principios (y qué bien sé yo la fonte / que mana y corre / aunque es de noche). Y entonces sí, algún día llegaremos a contemplar cara a cara –como Jesús– nuestra verdad más profunda, a desvelar lo que somos, iluminar la oscuridad y ahuyentar nuestros miedos; dejarnos transfigurar al fin por el Amor y comprender la infinita belleza de ser hijas e hijos de un mismo Dios-Padre-Madre-y-Vida. Es nuestro origen y es nuestra meta, sentido de nuestros pasos: alfa y omega. El texto de la transfiguración presenta paralelos en Mateo y Marcos, y falta completamente en Juan (uno de los tres testigos del hecho). Sobre el relato de un suceso, se ha montado una gran teofanía y una profesión de fe en Jesús.
Jesús se retiraba a menudo a orar al monte. Algunas veces se llevaba consigo a los discípulos, sobre todo a los más íntimos, como volveremos a ver en Getsemaní. Quizá en esos momentos Jesús les parecía a los discípulos transfigurado, como evidentemente lleno de Dios al que oraba... Sobre un suceso de ese tipo se ha construido el texto. Parece claro que, sobre un relato histórico, se ha redactado una escenificación de la fe de los apóstoles en Jesús, presentada además con todos los signos de las "Teofanías" o manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento. El monte, Moisés y Elías, la nube, la voz, el resplandor de la Gloria del Señor, las mismas manifestaciones e incluso los mismos personajes que acompañan la revelación de Yahvé en el Sinaí, que en el AT. significan la presencia de la divinidad, y también las mismas palabras que acompañan la manifestación del Espíritu en el Jordán: "Este es mi Hijo... escuchadle". Llama la atención la semejanza de estos recursos con los utilizados en el bautismo en el Jordán, e incluso en la Ascensión. El "suceso" tiene una profunda relación con el evangelio del domingo pasado (la cuarentena en el monte) y con la última noche de Jesús, la del Huerto de los Olivos. Estamos ante uno de los "discernimientos" de Jesús, que se producen en los momentos más cruciales de su vida. Ante las elecciones más determinantes de su vida, Jesús se prepara refugiándose en la oración: en la cuarentena del monte, Jesús tiene que optar por volverse a su carpintería de Nazaret o lanzarse a una vida de Profeta sanador y predicador ambulante; en Getsemaní, Jesús tiene que elegir entre esperar a los que lo van a detener o escaparse perdiéndose en la noche. En el relato de hoy, Jesús se enfrenta a la decisión de subir a Jerusalén, donde sabe que le espera la muerte. En los tres casos, se refugia en la oración. Pero el mensaje es claro: Jesús está a punto de tomar la decisión más grave de su vida: subir a Jerusalén. Mientras se limite a ser el profeta rural, al que sigue mucha gente en Galilea, producirá más o menos inquietudes. Pero si se atreve a predicar en Jerusalén, y más aún en el Templo, su enseñanza será una confrontación directa con las autoridades de Israel. Jesús sabe que esto puede llevarle a la muerte, pero afrontará ese riesgo porque considera que su misión es ofrecer La Buena Noticia a Israel en el mismo Templo. Y será rechazado y crucificado. El evangelista sabe todo esto, sabe que Jesús sube a Jerusalén a morir, y prepara la pasión y la muerte con una Teofanía, para mostrar que ése que va a morir no es un falso profeta fracasado sino el Hijo rechazado por Israel. El relato es por tanto fuertemente teológico y simbólico, aprovechando una escena sin duda real: las largas noches de oración que le costó a Jesús tomar esa decisión, acompañado - mal, como siempre - por sus discípulos más íntimos. Y los personajes hablan con Jesús acerca de su muerte. No es casual este tema de conversación. Estamos en el capítulo 9 de Lucas, y muy poco después (9.51) Jesús se dirige ya a Jerusalén, habiendo anunciado su pasión en 9,43. Se trata por tanto de prevenir la crisis de fe que sobrevendrá con la muerte en cruz. Se trata de anunciar que el que va a morir en la cruz es el Hijo Predilecto, que aunque sus enemigos parecen poder con él, "Dios estaba con Él" (Hechos 10,38) Por otra parte, no deja de ser sorprendente, casi cómico, que Pedro diga lo bien que se está allí, mientras Jesús, Moisés y Elías están hablando de su próxima muerte en Jerusalén. Una vez más, los evangelistas no disimulan la escasa comprensión de los doce. La Revelación de quién es Jesús lleva consigo nuestra propia revelación. Quién es Él lleva consigo saber quién soy yo, quiénes somos nosotros. Y la revelación es paralela: Jesús es el Hijo, el Enviado. Yo soy el hijo, el enviado. La Iglesia somos los hijos, los enviados. Todos los humanos deben saber que son hijos, y para eso necesitan que los que lo saben sean enviados. Jesús, el Hijo Enviado, está aquí para cambiar el mundo; cambiarlo desde dentro a fuera, naturalmente. El Reino de Dios es que todos sean hijos, lo sepan, vivan así: la gloria de Dios son sus hijos. El resplandor de la gloria de Dios no son lucecitas de neón sino la bondad, la fortaleza, la misericordia... de sus hijos. La gloria de un padre no es una lápida ni una condecoración ni una ceremonia: la gloria de un padre son muchos hijos adultos, logrados, realizados, felices... Ese es el Reino. Que se enteren todos de que ese mundo es posible, que se vaya realizando ese reino, desde dentro, como crecen las semillas, como actúa la levadura, es la Misión: a esa misión es enviado Jesús, a esa misión estamos enviados. La primera misión de la iglesia, de nosotros la iglesia, es ser el reino, hacer visible el reino, hacerlo convincente, atrayente. La alta eclesiología suele afirmar pomposamente que la iglesia es el Reino de Dios en la tierra. Se equivoca: eso no es una definición sino una vocación, una misión: nosotros la iglesia nos hemos comprometido por el bautismo a esforzarnos por ser el reino, es decir, a vivir según los criterios y valores de Jesús... para que el reino sea creíble, atrayente. Esa misión tropieza con la cruz, que fue y es una realidad, y es y fue un símbolo. El reino de Dios se construye haciendo y haciéndose violencia. Violencia por parte de las luces despistantes de otros reinos que atraen de modo más seductor e inmediato. Violencia por parte de los que sirven a otros reinos o a otros dioses... El reino de Dios se construye con esfuerzo. A Jesús le costó cruz. Pero en el crucificado también vemos al hombre lleno del Espíritu. Y en el Resucitado vemos qué reino es verdadero. La Cuaresma, la vida, el monte. Van ya dos montes en estos dos domingos de Cuaresma: el monte de la tentación vencida por la fuerza del Espíritu; el monte de la Revelación en el que se habla de la cruz. Nos faltan otros dos: el monte calvario, en que la cruz será escándalo y revelación; y el monte de la Ascensión, que será antes que nada el Monte de la Misión. Y no podemos menos que recordar las palabras de Isaías (2) "Sucederá en días futuros que el Monte de la Casa de Yahvé se asentará en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones y acudirán pueblos numerosos y dirán: Venid, subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios de Jacob, para que Él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos" Que son, insistamos una y otra vez, preciosas palabras simbólicas. Todas las palabras que hemos usado acerca de la transfiguración de Jesús y de la transfiguración de nuestra vida son simbólicas, son verdaderas como símbolos. Los excesos de algunas teologías consisten a veces en entender los símbolos como realidades, estar persuadidos de que están contemplando cara a cara el rostro de Dios, creer que Jesús caminaba por Galilea despidiendo resplandores. Nuestro conocimiento de Dios es lo que conocemos de Jesús de Nazaret, aquel hombre que se cansaba, dudaba, sentía tentaciones y se sintió desamparado de su Padre. Nuestra fe confiesa que ese hombre es el Hijo. La renuncia de Benedicto XVI fue sin duda un hecho importante. No parece sin embargo que lo más destacable de este suceso sea la danza de nombres con que la prensa se ha entretenido durante los días siguientes al anuncio. Un artículo de José María Castillo publicado en su blog “Teología sin censuras” el pasado 12 de febrero lleva por título “El problema no es el Papa… el problema es el papado”.
De alguna manera, lo que José María Castillo quiere destacar es que si bien el nombre del futuro Papa puede tener importancia, lo que la Iglesia debe examinar es ese conjunto de tradiciones y formalismos que hacen del Papa una figura extraña y lejana del hombre y la mujer contemporáneos. Su carácter de obispo de Roma “primus inter pares” (el primero entre iguales) queda desfigurado tras esa imagen de “sumo pontífice” a lo que se agrega ese apelativo de “santo padre”. Dice Castillo: “Lo mejor de esta renuncia, a mi entender, es que nos desvela -quita el velo- a una mal entendida tradición en la Iglesia, centrada en costumbres y atavismos formales que han llegado a tener una importancia absolutamente desproporcionada e incluso contraria al espíritu y a las prácticas auspiciadas por el Maestro”. En estas pocas palabras, se expresa con acierto lo que el papado es actualmente, señalando incluso que ese conjunto de “tradiciones” son contrarias al espíritu y a las prácticas que caracterizaron la vida de Jesús y que los evangelios nos han trasmitido. Entiendo por ese conjunto de costumbres y atavismos formales, tanto lo relacionado al boato del Vaticano completamente fuera de época, como a las formas de administrar la Iglesia marcadas por un férreo centralismo basado en una interpretación al menos abusiva, de la pretendida infalibilidad papal. El centralismo romano no resiste hoy al cambio de época. Como dijo el Cardenal Martini pocos días antes de morir: la Iglesia está al menos dos siglos atrasada. No puede relacionarse con el mundo una Iglesia que se está encerrando en sí misma, que está repitiendo fórmulas y proponiendo prácticas que poco tienen que ver con el gigantesco cambio de época al que estamos asistiendo. Las voces de la Iglesia en los distintos continentes temen expresarse ante los desbordes autoritarios del centralismo romano. ¡Esa es la cuestión del papado! Sin ir más lejos, el reciente Congreso de Teología llevado a cabo en la sede de la Universidad jesuita de Unisinos (Porto Alegre) que reunió a más de 700 cristianos laicos, sacerdotes, religiosos y obispos, tuvo que vencer oposiciones originadas en el Vaticano. Esa tentativa de impedir la expresión de sectores relevantes de la Iglesia latinoamericana, es una forma más del característico “disciplinamiento” que pretende la cúpula vaticana, sobre el conjunto de la Iglesia. ¿Qué esperanzas se pueden alimentar entonces ante el nuevo Cónclave? El Superior General de los jesuitas, P. Adolfo Nicolás sj, analizando el último Sínodo, señaló la ausencia de la voz del Pueblo de Dios:“La voz del Pueblo de Dios no tiene ocasión de expresarse. Es un Sínodo de Obispos y, por eso, no se cuenta con la participación activa del Laicado aun cuando un número de expertos y “observadores” (auditores) asisten como invitados… Por eso era difícil evitar el sentimiento de que se trataba de una reunión de “Hombres de Iglesia afirmando la Iglesia”, lo cual es ciertamente bueno pero no precisamente lo que necesitamos cuando estamos a la búsqueda de una Nueva Evangelización. Podemos caer en el peligro de buscar “más de lo mismo” (Servicio digital de información SJ, vol. XVI, nº17, 29 de octubre de 2012). Sin duda, este es uno de los puntos principales para que una renovación de la Iglesia haga posible su acercamiento a un mundo en profunda transformación. Cuando en la sociedad contemporánea se afirma el valor de la diversidad, el centralismo romano pretende una comunidad cristiana uniforme, confundiendo así unidad con uniformidad. Es cierto que a ratos se disfraza de pluralismo étnico porque existen comunidades en distintos continentes y distintas culturas. Pero curiosamente la pretensión es reducir toda esa diversidad a las categorías culturales que expresan los ritos y los dogmas, es decir a la cultura occidental celosamente mantenida hasta el extremo en los palacios vaticanos. Si se quiere un ejemplo, basta con recordar lo que se hizo con la comunidad cristiana de San Miguel de Sucumbios en Ecuador. Un largo proceso de construcción de comunidad pretendió ser eliminado mediante el envío de un Instituto tradicionalista, vertical y cuasi militar como los Heraldos del Evangelio. Esta decisión es fruto de una gran ineptitud para entender la diversidad o peor aún, la consecuencia de una manera equivocada de concebir la unidad. La comunidad demostró su madurez organizando una resistencia pacífica y finalmente ese Instituto debió retirarse de esos territorios. Se trata de un excelente ejemplo del fracaso de la uniformidad impuesta por el centralismo romano. Si por alguna razón se quiso corregir alguna orientación existente en la comunidad, el instrumento elegido no fue el diálogo entre hermanos, sino la imposición autoritaria. El papado deberá dejar de ser algo muy parecido a una monarquía, cuya cabeza es electa por un grupo de “príncipes”. Es inaceptable que la Iglesia esté gobernada por una suerte de rey sostenido por eso que se llama “príncipes de la Iglesia”, es decir por los cardenales. La Iglesia no debe tener un jefe, mucho menos un rey. El único referente de los cristianos es Jesús, que no pretendió ejercer ninguna magistratura en este mundo. Alguien dirá que se necesita alguna forma de organización para poder convivir. Es cierto, pero a la luz del Evangelio parece muy claro que esa forma de convivencia no es la actual. Si el papado toma la iniciativa de revisar las estructuras caducas de la Iglesia, sin duda habrá miles de personas, miles de comunidades que apoyarán la iniciativa y que de una u otra forma, colaborarán en la búsqueda de una organización más acorde con nuestro tiempo. Se necesitaría una organización mucho más representativa de la totalidad de las iglesias esparcidas por el planeta. Si las autoridades centrales de la Iglesia no se abren a un debate de esta naturaleza, de todas maneras, las iglesias particulares en todo el mundo están ya en camino de llevar adelante una profunda reflexión sobre estos temas. No hay que dudar de la fidelidad al Evangelio de miles y millones de cristianos dispuestos a abrir las ventanas y dejar que entre el aire fresco. Una gran apertura al Pueblo de Dios es lo que se necesita para salir de la esclerosis e interpretar los signos de los tiempos. A veces se han mencionado los miedos a un tipo de funcionamiento más democrático, imaginando que se crearían organizaciones parecidas a los partidos políticos. Estos temores reflejan una mentalidad que se guía solamente por el acceso al poder. Cuando hablamos de nuevas formas de convivencia, no estamos refiriéndonos a disputas políticas por el poder, sino a ser capaces de escucharnos unos a otros y de resolver los problemas aplicando la inagotable sabiduría de la palabra de Jesús expresada en los Evangelios. Como en toda organización humana habrá mecanismos de poder, pero sería deseable que fueran bastante más positivos y más representativos, que las sórdidas intrigas palaciegas que hoy recorren el Vaticano y que terminan por influir decisivamente en la elección del Papa. Nos preguntamos si hay que esperar algo del futuro Cónclave. Si algo puede fundamentar nuestra esperanza, será que esta señal que fue la renuncia de Benedicto XVI, sirva para abrir los ojos y los oídos de quienes se encargan hoy del gobierno de la Iglesia. Más allá de muchas de las orientaciones temerosas y conservadoras impartidas por el Papa renunciante, es necesario reconocer que este acto de dimisión tiene el valor de destapar las lógicas debilidades humanas de cualquier gobernante o de cualquier sistema humano de gobierno. Dejemos de hablar de una especie de magia del Espíritu Santo que sirve para cubrir ambiciones y negociaciones muy humanas. Las formas humanas son siempre defectuosas, lo único que podemos hacer es intentar mejorarlas y hacerlas más adecuadas a la misión para la que fueron concebidas. Es en este sentido que el Pueblo de Dios debe tener una palabra en cada uno de los rincones de la Tierra. Confiar en la presencia del Espíritu significa entre otras cosas, no tener miedo a las múltiples formas de expresión del pueblo cristiano. No es posible encerrar el Espíritu entre las paredes de la Capilla Sixtina. Es exactamente al revés: “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20). Esos dos o tres se reúnen en nombre de Jesús en las grandes ciudades, en los campos, en los desiertos, en las montañas o junto al mar. No hay paredes que guarden extraños secretos y opacas decisiones, que protejan maniobras o que permitan creerse dueños de las conciencias. Es cierto que está muy trabada la posibilidad de un cambio en la Iglesia. Es cierto que hay muchos intereses que tratarán de impedir que las transformaciones se produzcan. Las estructuras burocráticas como las de la Iglesia tienden a protegerse contra toda amenaza que ponga en peligro los mecanismos de poder establecidos o que cuestione la legitimidad de los cargos. Si en el nuevo Papa hubiera una voluntad auténtica de cambiar, tendrá que proceder generando nuevos apoyos que no podrán ser los de la Curia Romana. Será seguramente en la pluralidad de las iglesias particulares donde encontrará muchos grupos de cristianos dispuestos a contribuir con una tarea que es sin duda de enormes dimensiones. Ojalá sea posible comenzar a transitar por ese camino. Un libro clásico sobre la contemplación cristiana se titula “La Nube del no-saber”. Se trata, en realidad, de dos pequeños libritos editados en un mismo volumen, que toma el nombre del primero de ellos. El título del segundo es: “El libro de la orientación particular” (puede encontrarse en varias editoriales: San Pablo, Herder, José J. de Olañeta…).
Es un libro de un autor inglés anónimo, del siglo XIV, que quiere introducir en la oración contemplativa a un discípulo. Al final, la enseñanza se reduce a un solo punto: “Déjate entrar y permanecer en la Nube del no-saber”. Me ha venido este título –así como toda la enseñanza de los místicos cristianos acerca del “no-saber”-, al leer en el texto de Lucas que “una nube los cubrió”. La “nube” produce susto en los discípulos pero, sin embargo, contiene palabras de revelación y de vida, que desvelan nuestra identidad más profunda: somos “el Hijo”. En la “nube”, nos dirán los místicos, es donde realmente podemos ver. Si todo lo humano –por ser profundo- es necesariamente paradójico, eso vale todavía más cuando queremos referirnos directamente al Misterio. Se hablará entonces de “rayo de tiniebla” (Pseudo Dionisio), de “soledad sonora”, “música callada” o “noche amable más que el alborada” (san Juan de la Cruz)… La nube, por tanto, es siempre luminosa. Es cerradamente oscura para la mente, que en ella se pierde. Pero justamente por eso, cuando la mente se rinde y se silencia, emerge otra sabiduría que nos pone en contacto con nuestra verdad más profunda, con el misterio de Lo que es. Decía que los místicos cristianos han insistido en la sabiduría del “no-saber” como medio de llegar realmente a “saber” (otra paradoja). Si traducimos “no-saber” por “no-pensar”, quizás podamos comprenderlo mejor. En efecto, cuando aprendemos a acallar la mente, es posible la visión: “Entréme donde no supe, / y quedéme no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo”, proclama el místico de Fontiveros. La identificación con la mente constituye un velo opaco que nos mantiene en la ignorancia y la oscuridad. Porque, sin otra referencia que ella, tendemos a creer que las cosas son como ella las ve, y caemos en la trampa de confundir la realidad con la interpretación que la mente nos ofrece de la misma. Esta es la mayor ignorancia en que podemos caer, al asumir como real lo que no es sino una proyección mental. De esa ignorancia inicial solo podemos esperar confusión y sufrimiento. Para “ver”, necesitamos aprender a acallar la mente, dejándonos entrar en una actitud de respeto, asombro, admiración y gratuidad. Percibiremos ahí que la supuesta separación que la mente nos refleja es solo un espejismo: la realidad es que no hay nada separado de nada. Y poco a poco, en la medida en que nos empezamos a familiarizar con esa otra sabiduría, previa a la razón, aprenderemos a descansar en la consciencia-sin-pensamientos, como “lugar” (o no-lugar) de nuestra verdadera identidad. No importará que nuestra mente no tenga respuesta para todas las preguntas (¿cómo una parte del todo podría saber el funcionamiento de la totalidad?). Habremos experimentado que podemos descansar en lo que es, de una forma directa e inmediata. Y, cuando eso se vive, estamos, como Jesús con los discípulos, en el monte Tabor –el no-lugar de la divinidad-. Si nos percibimos agitados, alterados o molestos, es señal de que estamos identificados con la mente, con los pensamientos y sentimientos que aparecen en nuestro campo de consciencia, hasta el punto de creer que somos esos pensamientos. Cuando eso ocurra, toma distancia de ellos. Son solo objetos que, igual que han aparecido, desaparecerán. Con la ayuda de la respiración o del cuerpo, entra en contacto con tus sensaciones más profundas. Nota cómo, al no seguir los vericuetos de la mente errática, aparece una consciencia desnuda de pensamientos en la que puedes descansar, sin necesidad de “llenarla” con nada. Ese “puro estar” es otra forma de nombrar la “nube del no-saber”: es el silencio contemplativo, la visión de la sabiduría. Quien lo experimenta, puede exclamar con san Juan de la Cruz: “Quedéme y olvidéme, / el rostro recliné sobre el Amado, / cesó todo y dejeme, / dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado”. En la liturgia de este domingo se nos proponen dos teofanías, (manifestaciones de Dios) una a Abrahán y otra a los tres apóstoles. En realidad, toda la Biblia es el relato de la manifestación de Dios. En el caso de Abrahán, estamos ante el hecho más importante en la historia del pueblo judío, la Alianza sellada por Abrahán con el mismo Dios. Hay un detalle muy significativo. Dios no llegó a la cita hasta que vino la noche y Abrahán cayó en "un sueño profundo y un terror intenso y oscuro..." Fue una experiencia interior de Abrahán que para él era más cierta que la misma realidad, que podría ver con los ojos abiertos. Es sintomático que la mayoría de las experiencias de Dios en el AT se relatan como sueños.
Tampoco la transfiguración debemos entenderla como una puesta en escena por parte de Jesús. Va en contra de toda su manera de ser y de actuar. No tiene ni pies ni cabeza que Jesús montara un espectáculo de luz y sonido, ni para tres ni para tres mil. El domingo pasado se proponía una espectacular puesta en escena (tírate de aquí abajo) como una tentación. No tiene mucho sentido que hoy se proponga como una "gracia" en beneficio de los tres apóstoles. Una cosa es la experiencia, y otra muy distinta cómo nos la cuentan. EXPLICACIÓN Es clave para la comprensión del relato la advertencia final. "Por el momento no dijeron nada de lo que habían visto". En el mismo relato de Mateo y Marcos, es Jesús quien les prohíbe decir nada a nadie "hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos". La conversación con Moisés y Elías era sobre el "éxodo de Jesús. Seguramente se trata de una experiencia pascual. Las experiencias pascuales son vivencias internas que se intentan comunicar a los demás con el lenguaje que se utiliza para contar hechos que se pueden constatar por los sentidos. Con el tiempo este relato se insertó en la vida de Jesús. La versión litúrgica nos ha escamoteado el comienzo que dice "unos ocho días después..." Se trata de indicar que estamos en el primer día de la nueva creación. Se emplean los mismos elementos que utiliza el AT para relatar las teofanías de Dios. • El monte, lugar de la presencia de Dios. • El resplandor signo de que Dios estaba allí. • La nube en la que Dios se manifestó a Moisés y que después les acompañaba por el desierto. • La voz que es el medio por el que Dios comunica su voluntad. • El miedo que siente todo aquel que descubre la presencia de Dios. • Las chozas, alusión a la fiesta mesiánica en la que se conmemoraba el paso por el desierto, de la esclavitud a la libertad. • Moisés y Elías son símbolos: La Ley y los Profetas, los dos pilares de la religiosidad judía. Conversan con Jesús, pero se retiran. Han cumplido su misión y en adelante será Jesús la referencia última. Pedro pretende hacer tres chozas, para que Moisés y Elías puedan continuar. Se trata de una transfiguración. Lo que cambió fue la figura, no la sustancia. En lo esencial, Jesús siguió siendo el mismo. Fue la apariencia lo que los tres discípulos experimentaron como distinto. En Jesús, como en todo ser humano, lo importante es lo divino que no puede ser percibido por los sentidos. En los relatos pascuales, se quiere resaltar que ese Jesús que se les aparece, es el mismo que anduvo con ellos en Galilea. En la transfiguración, se dice lo mismo, pero desde el punto de vista contrario. Ese Jesús que vive con ellos es ya el Cristo glorificado. Quiere demostrar que lo que descubrieron de Jesús después de su muerte, ya estaba en él durante su vida, pero no lo vieron. La inmensa mayoría de las interpretaciones de este relato, apuntan a una manifestación de la "gloria" como preparación para el tiempo de prueba de la pasión. En mi opinión, esto sería una manifestación trampa. Cuando interpretamos la "gloria" como lo contrario a lo normal, nos alejamos del verdadero mensaje del evangelio. El sufrimiento, la cruz no puede ser un medio para alcanzar lo que no tenemos. En el sufrimiento está ya Dios presente, exactamente igual que en lo que llamamos glorificación. Lo que llamamos gloria de Dios no tiene absolutamente nada que ver con la gloria humana. En Dios, su "gloria" es simplemente su esencia, no algo añadido. Dios no puede estar ni ser glorificado, por la sencilla razón de que nunca puede estar ni ser sin gloria. Con nuestra mente no podemos comprender esto. Cuando hablamos de la gloria divina de Jesús, aplicándole el concepto de gloria humana, tergiversamos lo que es Jesús y lo que es Dios. Si en Jesús habitaba la plenitud de la divinidad, como dice Pablo, quiere decir que Dios y su gloria nunca se separaron de él. Jesús, como ser humano, si podría recibir gloria humana: cetros, coronas, solios, poder, fama, honores, etc. etc. Pero todo eso que nosotros nos empeñamos en añadirle no es más que la gran tentación. El evangelio nos dice que no tenemos nada que esperar para el futuro. La buena noticia no está en que Dios me vaya a dar algo más tarde aquí abajo o en un hipotético más allá, sino en descubrir que todo me lo ha dado ya. "El reino de Dios está dentro de vosotros". En Jesús está ya la plenitud de la divinidad, pero está en su humanidad. Lo divino que hay en Jesús no se puede percibir por los sentidos. De fenómenos externos no puede venir nunca una certeza de la realidad trascendente, por muy espectaculares que parezcan. Todo lo que Jesús nos pidió que superáramos, resulta que ahora lo volvemos a reivindicar con creces, sólo que un poco más tarde. Renunciar ahora para asegurarlo después, y para toda la eternidad... Es la mejor prueba del valor que seguimos dando a nuestro falso yo, y de que seguimos esperando la salvación a nivel de nuestro ego. Jesús acaba de decir a los discípulos, justo antes de este relato, que tiene que padecer mucho; que el que quiera seguirle tiene que renunciar a sí mismo; Que el grano de trigo tiene que morir... Jesús nos enseñó que debemos deshacernos de la escoria de nuestro falso yo, para descubrir el oro puro de nuestro verdadero ser. Nosotros seguimos esperando de Dios, que recubra de oropel o purpurina esa escoria para que parezca oro. Lo divino que hay en nosotros, no es lo contrario de las carencias que experimentamos. Es una realidad que ya somos y es compatible con las limitaciones de todo tipo (físicas, síquicas y morales), que son inherentes a nuestra condición de criaturas. Después de Jesús, es absurda una esperanza de futuro. Dios nos ha dado ya todo lo que podría darnos. Se ha dado Él mismo y no tiene nada más que dar (Sta. Teresa). Claro que esto da al traste con todas nuestras aspiraciones de "salvación". Pero precisamente ahí debe llegar nuestra reflexión: ¿Estamos dispuestos a aceptar la salvación que Jesús nos propone, o seguimos empeñados en exigir de Dios la salvación que nosotros desearíamos para nuestro falso yo? ¡Escuchadle a él solo! Para los cristianos del siglo XXI, no es nada fácil cumplir esa recomendación. Seguimos, como Pedro, aferrados al Dios del AT. Yo diría: ¡Escuchad como Jesús escuchó! El cristianismo ha velado de tal forma el mensaje de Jesús, que es casi imposible distinguir lo que es mensaje evangélico y lo que es adherencia ideológica. Esa tarea de discernimiento es más urgente que nunca. Los conocimientos que hoy tenemos hacen que podamos descubrir lo mucho de relleno que se nos ha vendido como evangelio. Jesús buscaba odres nuevos que aguantaran el vino nuevo. Hoy lo que abunda son odres nuevos que esperan vino nuevo, porque no aguantan el vino viejo que se les ofrece. El hecho de que Moisés y Elías se retiraran antes de que hablara la voz, es una advertencia para nosotros que no acabamos de dar el salto del Dios del AT, al Dios de Jesús. Jesús ha dado un salto en la comprensión de Dios que debemos dar nosotros también. En realidad, en ese salto consiste todo el evangelio. El Dios de Jesús es un Dios que es siempre y para todos amor incondicional. El Dios de Jesús nos desconcierta, nos saca de nuestras casillas porque nos habla de entrega incondicional, de amor leal, de desapego del Yo. El Dios del AT ha hecho una alianza al estilo humano y espera que el hombre cumpla la parte que le corresponde. Solo entonces, premia al que la cumple y castiga al que no la cumple. Oración-contemplación Hoy los apóstoles ven a Jesús como realmente es. También tu verdadero ser es un diamante. No te dejes engañar por las apariencias. Ni tú ni los demás tenéis nada que cambiar en lo esencial. .............................. No confundas la meta. No tienes que arrancar nada de ti. Todo lo que no es esencial, terminará por desprenderse. Agudizar la vista para ver lo que eres, más allá del oropel o del lodo que te cubre y oculta. .................. Solo la meditación podrá iluminarte para ver la realidad. No es fácil, pero es el único camino. Insiste. Enfoca toda tu atención hacia el centro de tu ser. La iluminación llegará con la mayor naturalidad. Es muy preocupante que el desempleo juvenil sea uno de los principales problemas de España y de Europa. La misma Comisión Europea, en varias ocasiones, ha repetido que la altísima tasa de paro juvenil es insostenible. Los jóvenes son el futuro y deben empezar a trabajar en el presente Ha llegado el momento de que las administraciones y la iniciativa privada aborden verdaderas estrategias para el empleo juvenil. A la hora de concretar estrategias, habrá que buscar y exigir que predomine la dignidad y calidad de vida laboral del joven y favorecer a las empresas que se sientan motivadas en la promoción social. Compaginar estos dos elementos serán las bases de la creación de empleo.
.A Alemania se le mira, con cierta añoranza y esperanza cuando se habla de la salida del desempleo de la juventud. Pero, a pesar de sus éxitos, el país germano ahora sufre parecida carencia que España. Faltan jóvenes aprendices que se conviertan en futuros especialistas. En dos mil nueve quedaron sin cubrir diez mil puestos de formación en oficios. Este hecho tiene una explicación y es que los jóvenes prefieren estudiar carreras universitarias, aunque en algunas como las técnicas tengan que pasar un período de aprendizaje. Ante este hecho, Alemania está tratando de captar aprendices en otros países, entre ellos España. Por ley, todas las empresas alemanas deben tener aprendices. Así se hace efectivo que los jóvenes que terminan sus estudios a los dieciséis a los diecinueve años puedan decantarse por la Formación Profesional o la Universidad. En algunos estudios superiores es obligatorio haber superado un período de experiencia laboral como aprendiz aunque en este caso el contrato equivale al de prácticas. Ser aprendiz en Alemania no supone que estos jóvenes puedan ser “explotados” laboralmente, como los sindicatos temen que pueda ocurrir en España. Los empresarios están obligados a pagar las cuotas de la Seguridad Social, de paro y jubilación. El salario de aprendiz se incrementa según va adquiriendo conocimientos. No todas las estrategias, que se dicen para crear empleo juvenil, llevan propuestas totalmente válidas. Estas son algunas de las propuestas a nivel europeo: En España, la iniciativa del último gobierno socialista pretendía prorrogar hasta el infinito el llamado contrato temporal, lo que abarcaría el llamado “en prácticas” o de formación para jóvenes. Si la medida se hubiera llevado a término, la precariedad laboral carecería de límites de edad, y las posibilidades de asentarse de toda una generación serían muy escasas. Pero, desde la Comisión Europea se aboga por instaurar la llamada “garantía juvenil”. Ya en Austria, Dinamarca, Suecia y Finlandia aseguran una coordinación de los servicios públicos de empleo junto con las universidades y las empresas privadas para garantizar que un joven no pueda pasar mas de cuatro meses sin que se le presente una oferta laboral o formación de calidad. Hace unos días el Vicepresidente de la Comisión Europea se hacía la siguiente pregunta: ¿Qué es mejor, tener un trabajo mediocre o no tenerlo? Habrá que responder que eso es resignarse a repartir precariedad como caminar hacia la miseria. Esos planteamientos no son los esperados de aquellas personas que hemos considerado preparadas para gobernar. Sin engañabobos, el pueblo en donde reside el poder espera que, al menos, se hable de llevar a cabo una estrategia de emprendimiento y empleo joven, que sirva de instrumento para que las administraciones públicas y la iniciativa privada puedan abordar juntos la situación del desempleo juvenil en nuestro país y, a base de un diálogo serio con los interlocutores sociales y con recursos del Fondo Social Europeo, poder marcar signos de pronta esperanza 31 años ha que llegaba por segunda vez a la Ciudad del Vaticano Joseph Ratzinger. La primera fue para participar en el concilio Vaticano II como asesor teológico junto a colegas tan prestigiosos como Edward Schillebeeckx, Karl Rahner, Yves Mª Congar, Chenu, Bernhard Häring, Hans Küng y otros. Eran tiempos de reforma eclesial, a la que contribuyó eficazmente. La segunda vez era para quedarse sine die. La estación reinante en el Vaticano no era la primavera eclesial de la época del Vaticano II , sino el comienzo de una larga invernada que iban a encargarse de mantener el papa Juan Pablo II que le había llamado a su lado y él mismo en plena sintonía.
El teólogo Ratzinger, nombrado cardenal por Pablo VI, llegaba entonces para sentarse en el sillón de mando de la todopoderosa Congregación para la Doctrina de la Fe para dictar sentencias, la mayoría de ellas condenatorias, contra sus compañeros: profesores de teología, de moral católica, de historia de la Iglesia, algunos colegas en la universidad y en el aula conciliar, acusados de errores graves en su interpretación de los dogmas del cristianismo. Durante casi un cuarto de siglo estuvo instalado en el epicentro del poder de la Curia romana. No había asunto importante que no pasara por sus manos. Se encargaba de redactar los documentos de mayor relevancia teológica y moral. Intervenía, directa o indirectamente, en el nombramiento de obispos de todo el mundo. Presidió la Comisión Teológica Internacional y la Pontificia Comisión Bíblica. Fue redactor del catecismo de la Iglesia Católica. Por la mesa de la Congregación pasaron las numerosas denuncias de abusos sexuales de sacerdotes y religiosos en colegios, residencias y parroquias. Hasta la Congregación presidida por el cardenal Ratzinger llegaron las acusaciones contra las aberraciones de Marcial Maciel, venidas de todas las partes donde los Legionarios de Cristo tienen colegios, universidades, residencias e instituciones a su cargo. Era la persona mejor informada de la Curia, mejor incluso que el papa. Sin embargo actuó con una doble vara de medir. Se mostró intolerante e inmisericorde con los colegas que disentían de sus planteamientos, mientras que guardó en el fondo de los cajones de la Congregación los casos de abusos sexuales, e impuso silencio a las víctimas para evitar el escándalo, en vez de entregar a los culpables en manos de la justicia y de sancionarlos con las penas que contempla el Código de Derecho Canónico. Durante sus años de pontificado no pararon de llegarle escándalos tras escándalos. Y siguió aplicando la ley del embudo: rigidez y sanciones para las teólogas y los teólogos – por ejemplo, contra Jon Sobrino- acusados de errores doctrinales que solo están en su mente de guardia de la ortodoxia y falta de firmeza para los delitos sexuales, irregularidades financieras, actos de deslealtad, etc. Creo que, ni cuando estaba al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe ni cuando ha ejercido como Sumo Pontífice, ha sido capaz de separar la cizaña del trigo. Y ¿qué ha sucedido? Que la cizaña no ha dejado crecer el trigo, y en el Vaticano hay más cizaña que trigo. Al final se le han acumulado todos los problemas que no resolvió a tiempo y se ha visto obligado a dimitir. Decisión a elogiar, pero siempre que antes hubiera limpiado el Vaticano. Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid. Sus últimos libros son: Juan Pablo II y Benedicto XVI. De neconservadurismo al integrismo (RBA, 2011), Otra teología es posible (Herder, 2102, 2ª ed.) e Invitación a la utopía (Trotta, 2012) Soy laicista. Y eso quiere decir que defiendo la libertad de pensamiento y de conciencia, y que me gustaría vivir en un país en el que el Estado fuera independiente de cualquier creencia religiosa. Y significa que considero las creencias personales como eso mismo, como personales, y que nada deberían tener que ver con lo público, porque lo público es de todos, y no todos creemos ni pensamos lo mismo. Esa es la clave de toda democracia, el respeto a la diversidad y al pluralismo.
A día de hoy en España la Iglesia católica sigue infiltrada en los asuntos de Estado. Interviene en las decisiones políticas, mediatiza la conciencia ciudadana con tendencias de pensamiento que frenan la evolución ética y el progreso de la sociedad, y mantiene buena parte de los anacrónicos y abusivos privilegios que están vigentes desde el Concordato que firmó Franco con el Vaticano, en 1953, y que se renovaron en los mismos términos en 1979. La religión, en España, no está en las iglesias, sino que está muy presente en todos los ámbitos de la vida ciudadana; en la política, en la educación, en la sanidad, en la asistencia social; manteniendo una presencia caduca y obsoleta que no le corresponde a ninguna confesión en ningún sistema democrático. Y no hablamos de ideas, ni de espiritualidad ni trascendencia, sino de todo lo contrario, de poder y de dinero. La financiación pública de esta organización religiosa es absolutamente desmedida, y más en unos tiempos de precariedad para millones de ciudadanos. Y no hablamos, repito, de subjetividades, sino de datos muy concretos. Pocos día después de que el Partido Popular ganara las elecciones el 20-N, publicó en el B.O.E. del 31 de diciembre de 2011, Secc. I, pág.146615, la cantidad que el Estado iba a entregar mensualmente a la Iglesia , exactamente 13.266.216,12 euros, literalmente “a cuenta de la cantidad que deba asignar en aplicación de lo dispuesto en los apartados Uno y Dos de la disposición adicional decimoctava de la Ley 42/2006, de 28 de diciembre…”. Y este importe es el referido únicamente a los P.G.E, sin tener en cuenta cientos de otros conceptos por los que recibe otro tipo de prebendas e ingentes financiaciones. Por tanto, los laicistas no discriminamos ningún ideario ni creencia personal (lo cual no se puede decir de todo el mundo), a lo que aspiramos es a la independencia de las iglesias y el Estado. De hecho, muchos laicistas son cristianos o católicos, pero con la suficiente objetividad como para entender que los asuntos de creencias pertenecen al ámbito íntimo y personal de cada quién. Y no hablo, repito, de nada extraño ni esotérico, sino de democracia. Los países de mayor tradición democrática lo saben muy bien y tienen, incluso, leyes específicas de separación Iglesias-Estado, como la Ley francesa de 1.905, en base a la cual se estipula la autofinanciación de las religiones y se las mantiene alejadas de los asuntos públicos. El asunto de las creencias es muy otro, y cada quién tiene el derecho explícito e implícito a creer en lo que le venga en gana. Lógicamente un fanático adoctrinado y desinformado no creerá en lo mismo que un científico racionalista o una persona muy leída y cultivada. La cultura y la información, como en todo, tienen mucho que ver con la idea de moral y con el sentido de trascendencia de las personas. Aunque también la opresión y la coacción; no olvidemos que nadie se convierte en adepto a ninguna creencia religosa por iniciativa propia, y que las religiones han perseguido y siguen persiguiendo, coaccionando, e incluso asesinando aún en muchos lugares del mundo, a los librepensadores que no se adhieren a sus fanatismos, sus mitos o sus sinrazones. Sea como fuere, el hecho concreto de la dimisión, supuestamente voluntaria, del actual jerarca de la Iglesia católica, aparte de su significado simbólico para los millones de católicos, carece de trascendencia para los laicistas. Porque después de este jerarca vendrá otro. Personalmente le deseo lo mejor en su retiro. Pero quizás de lo que se trate no sea de valorar a la persona concreta que ocupa ese cargo pío, sino de que ese relevo tenga algún tipo de repercusión en la paz del mundo, en la decencia política y social, y en la vida de las personas. Y ello sería posible si la Iglesia se moderara, admitiera los cambios humanistas y de conciencia que se han producido en el último siglo en las sociedades, respetara a los seres humanos, independientemente de sus creencias, y actuara en consecuencia, con tolerancia, con respeto y con humildad. Tarea harto difícil. Porque ninguna religión se caracteriza, precisamente, por expandir ni la tolerancia, ni el respeto, ni la solidaridad, ni la paz, precisamente, en muchos períodos de la historia, por todo lo contrario. Y porque, parafraseando a la filósofa y escritora Ayn Rand, “Si quisiera hablar con vuestro vocabulario, diría que el único mandamiento moral es: Pensarás. Aunque las palabras mandamiento y moral son incompatibles. Lo moral es lo elegido, no lo forzado; lo comprendido y lo meditado, no lo obedecido. Lo moral es lo racional, y la razón es incompatible con mitos, coacciones, o dogmas.” La elección de un nuevo papa y el Espíritu Santo por: Ivone Gebara, Escritora, filósofa y teóloga2/20/2013 Después de la encomiable actitud del anciano Benedicto XVI renunciando al gobierno de la Iglesia Católica Romana se sucedieron entrevistas con algunos obispos y sacerdotes en estaciones de radio y televisión en todo el país. Sin duda un evento de tanta importancia para la Iglesia Católica Romana es noticia y conduce a predicciones, elucubraciones de variados tipos, sobre todo de sospechas, intrigas y conflictos entre los muros del Vaticano que habrían acelerado la decisión del Papa.
En el contexto de las primeras noticias, lo que me llamó la atención fue algo a primera vista pequeño e insignificante para los analistas que tratan asuntos del Vaticano. Se trata de la forma cómo algunos padres entrevistados o sacerdotes conductores de programas de televisión respondieron cuando se les preguntó sobre quién sería el nuevo Papa, saliendo por la tangente. Se referían a la inspiración del Espíritu Santo, o a su voluntad, como siendo el elemento del que dependía la elección del nuevo romano pontífice. Nada de pensar en personas específicas para responder a las situaciones mundiales desafiantes, nada para despertar una reflexión en la comunidad, nada de hablar de los problemas actuales de la iglesia que la han llevado a un significativo marasmo, nada que escuchar los clamores de la comunidad católica por la democratización de las estructuras anacrónicas que sostienen a la iglesia institucional. La formación teológica de estos padres comunicadores no les permite salir de un discurso trivial y abstracto ya bien conocido, discurso que continúa recurriendo, como explicación, a fuerzas ocultas, y así, de cierta forma, confirmar su propio poder. La continua referencia al Espíritu Santo a partir de un misterioso modelo jerárquico es una forma de camuflar los verdaderos problemas de la Iglesia y una forma de retórica religiosa para no revelar conflictos internos que ha vivido la institución. La teología del Espíritu Santo continúa siendo para ellos mágica y expresando explicaciones que ya no pueden hablar a los corazones y a las conciencias de muchas personas que tienen aprecio por el legado del Movimiento de Jesús de Nazaret. Es una teología que sigue provocando la pasividad del pueblo creyente ante las múltiples dominaciones, inclusive la religiosa. Continúan repitiendo fórmulas como si éstas satisficiesen a la mayoría de la gente. Me entristece el hecho de verificar una vez más que los religiosos y algunos laicos trabajando en los medios de comunicación no perciban que estamos en un mundo donde los discursos tienen que ser más asertivos y caracterizados por referencias filosóficas consistentes, además de la tradicional escolástica. Un referencial humanista les haría mucho más comprensibles para el común de las personas, incluidos los no católicos y no religiosos. La responsabilidad de los medios de comunicación religiosos es enorme e incluye la importancia de mostrar cómo la historia de la iglesia depende de las relaciones e interferencias de todas las historias de los países y de las personas individuales. Ya es tiempo de abandonar ese lenguaje metafísico y abstracto, como si un Dios fuese a ocuparse especialmente de elegir al nuevo Papa, independientemente de los conflictos, desafíos, iniquidades y cualidades humanas. Ya es hora de enfrentar un cristianismo que admita el conflicto de las voluntades humanas y reconocer que al final de un proceso electivo, no siempre la elección realizada puede ser considerada la mejor para el conjunto. De enfrentar la historia de la iglesia como una historia construida por nosotros todos y todas y de testimoniar respeto para nosotros mismos/as mostrando la responsabilidad que tenemos todas/os los que nos consideramos miembros de la comunidad católica romana. La elección de un nuevo Papa es algo que tiene que ver con el conjunto de las comunidades católicas esparcidas alrededor del mundo y no sólo con una élite de edad avanzada, minoritaria y masculina. Por lo tanto, es necesario ir más allá de un discurso justificativo del poder papal y enfrentarse a los problemas y desafíos reales que estamos viviendo. Sin duda, para esto las dificultades son muchas y abordarlas requiere de nuevas convicciones y del deseo real de promover cambios que favorezcan la convivencia humana. Me preocupa una vez más, que no se discuta más abiertamente el hecho que el gobierno Iglesia institucional sea entregado a personas ancianas que a pesar de sus cualidades y sabiduría, ya no son capaces de hacer frente con vigor y desenvoltura los desafíos que estas funciones demandan. ¿Hasta cuando la gerontocracia masculina papal será como un doble de la imagen de un Dios, blanco, anciano y de barbas blancas? ¿Habría alguna posibilidad de salir de este esquema o al menos de iniciar una discusión de cara a una futura organización diferente? ¿Habría alguna posibilidad de abrir esta discusión en las comunidades cristianas populares que tienen derecho a la información y a una formación cristiana más ajustada a nuestros tiempos? Sabemos en qué medida la fuerza de la religión depende de desafíos y comportamientos fruto de convicciones capaces de sostener la vida de muchos grupos. Sin embargo, las convicciones religiosas no pueden reducirse a una visión estática de las tradiciones y tampoco a una visión deliberadamente ingenua de las relaciones humanas. Las convicciones religiosas igualmente no pueden reducirse a la ola de las más variadas devociones que se propagan a través de los medios de comunicación. Es más, no podemos seguir tratando al pueblo como ignorante e incapaz de formular preguntas inteligentes y astutas en relación con la iglesia. Sin embargo, los padres comunicadores creen estar tratando con personas pasivas y entre ellas muchos los jóvenes que desarrollan un culto romántico alrededor de la figura del papa. Los religiosos mantienen esta situación a menudo cómoda por ignorancia o avidez de poder. Probar la interferencia divina en decisiones que la Iglesia Católica Jerárquica, prescindiendo de la voluntad de las comunidades cristianas esparcidas por todo el mundo es un ejemplo flagrante de esta situación. Es como si quisieran reafirmar erróneamente que la Iglesia es en primer lugar el clero y las autoridades cardenalicias a las cuales es conferido el poder de elegir un nuevo papa y que ésta es la voluntad de Dios. A los miles de fieles corresponde solo orar para que el Espíritu Santo escoja al mejor y esperar a que el humo blanco anuncie una vez más el “habemus papam”. De manera hábil siempre están tratando de hacer a los fieles, escapar de la verdadera historia, de su responsabilidad colectiva por el recurso a fuerzas superiores que dirijan la historia y a la Iglesia. Es una lástima que estos formadores de opinión pública estén viviendo todavía en un mundo que es teológicamente y tal vez incluso históricamente, pre-moderno, donde lo sagrado parece separarse del mundo real y situarse en una esfera superior de poderes a la que sólo unos pocos tienen acceso directo. Es desolador ver cómo la conciencia crítica en relación a sus propias creencias infantiles no haya sido despertada, para su bien personal y en beneficio de la comunidad cristiana. Parece que hasta destacamos los muchos obscurantismos religiosos presentes en todas las épocas, mientras el Evangelio de Jesús continuamente convoca a la responsabilidad común de unos con los otros. Conociendo las muchas dificultades enfrentadas por el Papa Benedicto XVI durante su corto ministerio papal, las empresas de comunicación católica sólo destacan sus cualidades, su entrega a la iglesia, su inteligencia teológica, su pensamiento vigoroso como si quisieran una vez más ocultar los límites de su personalidad y de su postura política no sólo como Pontífice, sino también, como presidente, por muchos años, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santo Oficio. No permiten que las contradicciones humanas del hombre Joseph Ratzinger aparezcan y que su intransigencia legalista o el trato punitivo que caracterizaron parcialmente su persona sean recordadas. Hablan desde su elección, principalmente como un papado de transición. No hay duda que es así. Pero ¿transición hacia dónde? Me gustaría que la encomiable actitud de renuncia de Benedicto XVI pudiese ser vivida como un momento privilegiado para convidar a las comunidades católicas a repensar sus estructuras de gobierno y los privilegios medievales que esta estructura conlleva. Estos privilegios tanto del punto de vista económico, como político y socio-cultural, mantiene al papado y al Vaticano como un Estado masculino aparte. Pero un Estado masculino con representación diplomática influyente y servido por miles de mujeres en todo el mundo, en las diferentes instancias de su organización. Este hecho nos invita también a reflexionar sobre el tipo de relaciones sociales de género que este Estado continua manteniendo en la historia social y política actual. Las estructuras pre-modernas que todavía conserva este poder religioso necesitan ser confrontadas con los anhelos democráticos de nuestros pueblos en la búsqueda de nuevas formas de organización que se correspondan mejor con los tiempos y grupos plurales de hoy. Deben ser confrontadas con las luchas de las mujeres, de las minorías y mayorías raciales, de personas de diversas orientaciones sexuales y opciones, de pensadores, científicos y trabajadores de las más variadas profesiones. Necesitan ser reelaboradas en la perspectiva de un mayor y más fructífero diálogo con otros credos religiosos y con las sabidurías esparcidas por todo el mundo. Y para terminar, quiero volver al Espíritu Santo, a este viento que sopla en cada una/o de nosotros, este aliento en nosotros es más grande que nosotros, que nos aproxima y nos hace interdependientes con todos los vivientes. Un soplo de muchas formas, colores, sabores e intensidades. Soplo de compasión y de ternura, soplo de igualdad y de diferencia. Este aliento o soplo no puede ser utilizado para justificar y mantener estructuras privilegiadas de poder y tradiciones antiguas o medievales, como si se tratara de una ley o una norma indiscutible e inmutable. El viento, el aire, el espíritu sopla donde quiere y nadie debe atreverse a querer ser ni por una sola vez su dueño. El espíritu es la fuerza que nos acerca a unos con otros, es la atracción que permite nos reconozcamos cómo semejantes y diferentes, como amigas y amigos, y que juntos/as busquemos caminos de convivencia, la paz y la justicia. Estos caminos del espíritu son los que nos permiten reaccionar ante las fuerzas opresivas que nacen de nuestra propia humanidad, los que nos llevan a denunciar a las fuerzas que impiden la circulación de la savia de la vida, quienes nos llevan a des-cubrir los secretos ocultos de los poderosos. Por lo tanto, el espíritu se muestra en las acciones de misericordia, en el pan compartido, en el poder compartido, en la cura de las heridas, en la reforma agraria, en el comercio justo, en las armas transformadas en arados, en fin, en la vida en abundancia para todas/os. Este parece ser el poder del espíritu en nosotros, poder que necesita ser despertado en cada nuevo momento de nuestra historia y ser despertado en nosotros/as, entre nosotros/as y para nosotros/as. |
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