Todo apunta a que no ha de llegar la catarsis colectiva de los mandatarios, que, pese a las palmarias pruebas, seguirán acorazados. La entera franqueza no tiene prisa por acercarse a los labios de quienes nos gobiernan. ¿Debía asomar la verdad tras el atril, delante de los focos o bastará que proyectemos luz sobre nuestras propias verdades? Larga cadena de frustraciones nos animan a concluir que el progreso social no se urde tanto en Calle Génova, en Ferraz o la Moncloa, como en más íntimas sedes.
En realidad buena parte de este sistema, no sólo de una opción política, está fundamentado en la falsedad: la ficción del dinero como norte, de la rivalidad como progreso, de la competitividad como valor rector de nuestras relaciones... Los engaños nos acorralan: la química cura, los animales nos son ajenos, el veneno es preciso para que los campos florezcan en abundancia y el asfalto es el inevitable escenario de nuestros días. No nos convence tampoco ese aparente brillo en la chapa de nuestros vehículos, cuando el hambre rueda aún a gran velocidad por tantas geografías. Gobierna el embuste de que la vida se acaba cuando el cuerpo físico se agota, de que no nos alcanza latido para prolongarnos en los senderos de la eternidad... Nos ocultaron sobre todo que la existencia es experiencia y servicio, no materia y placer; que el gozo tiene que ver con el volumen de la entrega al prójimo, no con el grosor de un sobre cargado de dinero negro. Las falsedades nos acorralan, pero nos resistimos a acostumbrarnos a ellas. Vivimos sorteando incongruencias, de forma que no nos sorprende que nuestro presidente se atrinchere en las suyas. Ante la expectación de toda una nación, el supremo mandatario sube a los micrófonos y dice que no ha recibido ningún sobre. No somos, ni deseamos ser jueces para afirmar categóricamente, pese a la abundancia de pruebas, que esos sobresueldos entraran en su bolsillo, pero nos permitan otro rumbo, nos concedan ya no estar pendientes de sus ruedas de prensa, no permanecer a la expectativa de que en ellas al fin aflore el hombre en su transparencia, en su entereza, en su conciencia. No somos peritos de grafología, avanzaremos con la caligrafía más segura de nuestras verdades. Cuando un sistema falso zozobra, nos queda asirnos a principios eternos, imbatibles; afrontar futuro con las máximas que no caducan. Más allá de las estructuras en preocupante medida corrompidas, de las incógnitas que seguramente nunca resolveremos; más allá de la confianza que arriba tan menudo no hallamos, de la proliferación de mandatarios que no se prestan a otorgarles deseada confianza..., toca encarnar los valores que anhelamos ver instalados en el mundo y su clase gobernante. Toca apagar aún un poco más los telediarios en los que escasean los hombres que portan su corazón en la mano. Toca sobre todo escribir nuestros propios cuadernos sin borrones, ni engaños. Sí, queremos mandatarios rectos, pero somos conscientes de que esa pulcritud gobernará arriba, cuando se instale plenamente en nuestros adentros. Más allá de lo que ellos apuntan en sus cuadernos sospechosos, toca limpieza en la contabilidad entre nuestras líneas. Toca denunciar el cuaderno de los abusos, el proceder del "generoso" tesorero siempre tan cargado de sobres, pero sobre todo librar de mancha el cuaderno de nuestras cuentas. A la postre, quizás nuestro futuro nos lo juguemos menos de lo que pensamos en los despachos de los políticos. Toca fundamentar el mañana en esas certezas que juntos estamos construyendo: la seguridad de que el valor superior de la solidaridad rige el universo y más pronto que tarde gobernará también nuestro planeta; la convicción de que el desarrollo se sostendrá definitivamente cuando por fin imperen los principios del cooperar y el compartir, la evidencia de que cuanto más damos, más recibimos, de que la Tierra es nuestra Madre bendita y debemos cuidarla... Tenemos verdades como alboradas a las que servir. No necesitamos estar pendientes de pronunciamientos lejanos, de ninguna rueda de prensa en Moncloa o en Génova. Ellos saben de su recorrido hacia la debida honradez y espíritu de genuino servicio. Nosotros/as también tenemos gobierno compartido en nuestros hogares, en nuestros círculos más cercanos, en nuestras parcelas de trabajo, en nuestros propios cuerpos... Nosotros también ahí necesidad de implementar justicia, solidaridad, belleza, armonía... A cada quien su afán en el infinito y majestuoso orden del universo. No es sólo la palabra que hubiéramos querido escuchar ante aquel micrófono, es también nosotros aflorar con la parte de certeza, con la parte Real de la que somos portadores. Son también las cuentas en "A", los cálculos trasparentes y generosos en nuestros despachos de adentro. Es comenzar a pensar que nosotros podemos ser la última casilla en la que rellenemos el beneficio. No, no es sólo el mensaje a recibir, sino también a emitir; es también la palabra que nos debemos dentro. Es sobre todo la revolución que arranca en nuestra sencilla entereza, en nuestra vital transparencia; el horizonte que se abre cuando cada quien nos instalamos en la plena verdad, en la ineludible responsabilidad, en el centro de un cada vez más urgente compromiso planetario.
0 Comentarios
Los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) colocan el relato de las tentaciones de Jesús al inicio de su actividad pública. Quizás con ello nos están diciendo que, antes de empezar una misión liberadora, es necesario enfrentarse con los propios "demonios interiores".
Sin haber pasado por ahí, lo más probable es que veamos los "demonios" en los demás o que estemos a merced de esas fuerzas que permanecen ocultas, pero bien activas, en nosotros, conduciéndonos adonde no queríamos ir. Los demonios de los que hablan estos relatos son tres que caracterizan bien al ego: el tener, el poder y el aparentar. Es en ellos donde el ego se atrinchera y donde se aferra para sentirse que es "algo". Bienes materiales, poder e influencia, imagen y prestigio: he ahí los intereses del ego. Si nos damos cuenta, lo que se busca detrás de ellos, es una misma cosa: seguridad. Precisamente por eso, la manera de "lidiar" con esos demonios es reconocer la necesidad pendiente y descubrir la falsedad de sus promesas. Quien se halla sometido a esos "demonios" es nuestro/a niño/a interior, necesitado de seguridad. Si miramos bien, veremos que, detrás del estereotipo del avaro, del déspota o del vanidoso, hay siempre un/a niño/a que está reclamando seguridad y afecto. A quien tenemos que rescatar, por tanto, es a ese/a niño/a, con quien tenemos que ejercer hoy una tarea de maternización. Hoy, adultos/as, hemos de ser madres de aquel/lla niño/a, poniendo los medios para que pueda darse un encuentro amoroso que le otorgue seguridad y confianza. Solo entonces podremos ayudarle a comprender que la seguridad que ofrecían aquellas voces no era tal: todo el dinero del mundo, todo el poder y toda la fama son incapaces de otorgar seguridad y plenitud. No solo eso: aquellas voces nos confunden y nos hacen olvidarnos de nuestra verdadera identidad. Antes o después vendremos a reconocer que el futuro del ego es la desaparición y que, como decía Jesús, vivir para él es "perder la vida". La seguridad no se halla al alcance del ego. Por eso se desespera, al percibir que, haga lo que haga, no puede tenerla bajo su control. Tampoco se encuentra fuera de nosotros, en otro lugar o en el futuro. Ni siquiera podemos situarla en nuestras ideas o creencias. Es indudable que necesitaremos un trabajo psicológico que nos permita construir una relación positiva con nosotros mismos, gracias a la cual sintamos que nos habitamos gustosa y amorosamente: estamos en casa. De otro modo, es probable que las mayores energías se nos consuman en soportar el malestar ocasionado por la fractura interior –porque nos sentimos extraños a nosotros mismos- o en buscar compensaciones sustitutorias y siempre frustrantes. Sin embargo, siendo importante y en ocasiones incluso decisivo, ese trabajo psicológico, por sí mismo, tampoco es capaz de ofrecernos la seguridad que nuestro corazón anhela. Porque lo que anhelamos no es "algo" que, de pronto, nos completara. Anhelamos nada menos que lo Absoluto ("Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto", responde Jesús), pero no como "algo" o incluso "alguien" separado, sino ese Fondo último y común que a todos nos constituye. El es el objeto de nuestra sed y de nuestra búsqueda porque es nada menos que nuestra verdadera identidad. Tenemos hambre y sed de lo que ya somos, pero que con frecuencia permanece oculto. Al no poder apagar la sed que nos define, lo que hacemos es proyectarlo fuera y buscar apropiárnoslo. Es más simple. Prueba a descansar en lo que es. Ve acallando las voces de tu mente y los movimientos de tu sensibilidad, recógete, escucha el Silencio y saborea la Espaciosidad que se abre ahí, en forma de Presencia consciente y amorosa..., hasta que te "re-conozcas" en Ella: esa Presencia es seguridad y constituye el núcleo de quien eres. ¿Dónde la estabas buscando? Debemos superar el enfoque maniqueo de la cuaresma que hemos vivido durante demasiado tiempo. Sin embargo, el sentido profundo de la cuaresma debemos mantenerlo e incluso potenciarlo. En efecto, en ninguna época de la historia el ser humano se había dejado llevar tan masivamente por el hedonismo. A escala mundial el hombre se ha convertido en productor-consumidor. El grito de guerra de las revueltas estudiantiles de hace unos años en Francia, era: "No queremos vivir peor que nuestros padres". No querían ganar menos y consumir menos; para nada hacían alusión a la posibilidad de ser más o menos humanos.
La crisis económica que estamos padeciendo puede abrirnos a la comprensión del dilema: queremos consumir más a toda costa o nos interesa ser cada día más humanos. En teoría no habría problema para responder, pero en la práctica todos nos dejamos llevar por la comodidad a todos los niveles, aún a costa de menor humanidad. Aquí está la razón de la cuaresma. Todos tenemos la obligación de pararnos a pensar cual es la meta a la que nos dirigimos. Alcanzar plenitud de humanidad exige el esfuerzo de no dejarnos llevar por la comodidad. Par crecer en humanidad debemos ir más allá de la satisfacción de los instintos. Este es el interesante planteamiento de un tiempo de cuaresma para la reflexión. EXPLICACIÓN No debemos escandalizarnos cuando los exegetas nos dicen que estos relatos no son historia sino teología. Marcos, que fue el primero que se escribió, reduce el relato a menos de tres líneas. No son crónicas de sucesos, pero son descarnadamente reales. Empleando símbolos conocidos por todos, nos quieren hacer ver una verdad teológica fundamental: la vida humana se presenta siempre como una lucha a muerte entre los dos aspectos de nuestro ser: por una parte lo instintivo o biológico y por otra lo espiritual o trascendente. Si no hay lucha, es que hemos aceptado la derrota. El mito del mal personificado (diablo), ha atravesado todas las culturas y religiones hasta nuestros días y por lo que se puede adivinar, tiene cuerda para rato. La realidad es que no necesitamos ningún enemigo que nos tiente desde fuera. El diablo nace como necesidad de explicar el mal, que no puede venir de Dios. Sin embargo, el mal no tiene ningún misterio; es inherente a nuestra condición de criaturas. La voluntad solo es atraída por el bien, pero como nuestro conocimiento es limitado, la inteligencia puede presentar a la voluntad un objeto como bueno, siendo en realidad malo. El mal es consecuencia de una inteligencia limitada. Sin conocimiento, la capacidad de elección sería imposible y no podría haber mal moral. Si el conocimiento fuera perfecto, también sería imposible porque sabríamos lo que es malo, y el mal no puede ser apetecible. Si la voluntad va tras el mal, es siempre consecuencia de una ignorancia. Es decir, creemos que es bueno para nosotros lo que en realidad es malo. Recordar lo que dice el evangelio: "la verdad os hará libres. La libertad de elección solo se puede dar entre dos bienes, Plantear una lucha entre el bien y el mal, es puro maniqueísmo. La lucha se da entre el bien aparente (mal), y el bien real. La primera observación que deberíamos hacer sobre el relato, es que al empezar se hace mención por dos veces del Espíritu. Lleno del Espíritu Santo quiere decir lleno del Dios. Jesús es un ser humano en el que Dios lo es todo y que actúa como lo haría el mismo Dios. El tiempo de desierto es precisamente un tiempo en que esa presencia de lo divino se activa y se potencia, para que nada de lo sensible, caduco, terreno, tenga la fuerza suficiente para no dejar actuar lo divino en él. Si dejamos actuar al Espíritu, la victoria está asegurada. Que las tentaciones sean tres, no es casual. Se trata de un resumen perfecto de todas las relaciones que puede desarrollar un ser humano. La tentación consiste en entrar en una relación equivocada con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Una auténtica relación humana con los demás, que es lo que se manifiesta en nuestra vida real, depende, querámoslo o no, de una adecuada relación con nosotros mismos y con Dios. 1ª tentación: poner la parte superior de nuestro ser al servicio de la inferior. Si eres Hijo de Dios... No se debe entender desde los conceptos dogmáticos acuñados en el siglo IV. No hace referencia a la segunda persona de la Trinidad. Significa hijo en el sentido semita. Si tú has hecho en todo momento la voluntad de Dios, también Él hará lo que tú quieres. Fíjate bien que la tentación de hacer la voluntad de Dios para que después Él haga lo que yo quiero, no tiene que venir ningún diablo a sugerírnosla; es lo que estamos haciendo todos, todos los días. Jesús no es fiel a Dios porque es Hijo, sino que es Hijo porque es fiel... Di que esta piedra se convierta en pan. La tentación permanente es dejarse llevar por los instintos, sentidos, apetitos. Es decir hacer en todo momento lo que te apetece. Es negarse a seguir evolucionando y superarse a sí mismo, porque eso exige esfuerzo. Los instintos nos ayudan a garantizar nuestro ser animal. Si ese fuera nuestro objetivo, no habría nada de malo en seguirlos, como hacen los animales. En ellos los instintos nunca son malos. Pero si nuestro objetivo es ser más humanos, sólo a través del esfuerzo lo podremos conseguir, porque debemos ir más allá de lo puramente biológico. El fallo está en utilizar la inteligencia para potenciar nuestro ser animal. No sólo de pan vive el hombre. El pan es necesario, pero, ni es lo único necesario ni es lo más importante. Para el animal sí es suficiente. Nuestro hedonismo cotidiano demuestra que aún no hemos aceptado estas palabras de Jesús. El dar al cuerpo lo que me pide es para muchos lo primero y esencial, descuidando la preocupación por todo aquello que podría elevar nuestra humanidad. El antídoto de esta tentación es el ayuno. Privarnos voluntariamente de aquello que es bueno para el cuerpo, es la mejor manera de entrenarnos para no ceder, en un momento dado, a lo que es malo. 2ª tentación: Si me adoras, todo será tuyo. El poder, en cualquiera de sus formas, es la idolatría suprema. El poder lleva siempre consigo la opresión, que es el único pecado que existe. Adorar a Dios y darle culto no significa ir en busca del dios exterior que necesita incienso y alabanza. Se trata de descubrir lo que de Dios hay en nosotros y potenciarlo. Nuestro auténtico ser no está en el ego aparente, en nuestra individualidad, sino más a lo hondo. Si descubro mi ser profundo, no me importará desprenderme de mi yo y, en vez de buscar el dominio de los demás, buscaré el servicio a todos. El antídoto es la limosna. Para no caer en la tentación de aprovecharnos de los demás, debemos hacer ejercicios de donación voluntaria de lo que tenemos y de lo que somos. 3ª tentación: Tírate de aquí abajo. Realiza un acto verdaderamente espectacular, que todo el mundo vea lo grande que eres. Todos te ensalzarán y tu (vana) gloria llegará al límite. La respuesta es, que dejes a Dios ser Dios. Acepta tu condición de criatura y desde esa condición alcanza la verdadera plenitud. Dios no tiene que darte nada. Mucho menos podrá tener privilegios con nadie. Ya se lo ha dado todo a todos. Eres tú el que debes descubrir las posibilidades de ser que tienes sin dejar de ser criatura. Ya es hora de que dejemos de acusar a Dios de haber hecho mal su obra y exigirle que rectifique. El antídoto es la oración. Al decir oración no queremos decir "rezos" sino meditación profunda. Descubrir al verdadero Dios, me librará de utilizar al dios ídolo. No debemos plantearnos la lucha contra el mal desde el voluntaris¬mo, sino desde un mejor conocimiento de la persona, de la realidad y de Dios. El pecado no consiste en la trasgresión de una ley, sino en deteriorar tu propio ser. La ley lo único que puede hacer es advertirte de que esto o aquello puede hacerte daño; pero eres tú el que tienes que descubrir la razón del mal si quieres que la voluntad deje de apetecer lo que te daña. Meditación-contemplación Cuaresma es tiempo de desierto. Camina hacia tu interior repleto de peligros y asechanzas. Para llegar a tu verdadero ser, hay que atravesar tu propio desierto. Libérate de todo lo que crees ser, para llegar al centro. .......................... Sólo en tu propio desierto afrontarás la verdadera batalla de la vida. Eso sí, empujados por el Espíritu. En desierto y solo, tienes que tomar la decisión definitiva. Confía. La tierra prometida", está ya ahí, al otro lado de tu falso yo. ............................. Mantente en el silencio, hasta que se derrumbe el muro que te separa de ti mismo. Sólo la ignorancia nos mantiene alejados del SER. Deja que la luz que ya está en tu interior te invada por completo. Serás feliz y harás felices a los que viven junto a ti. El Evangelio "narra" el retiro de Jesús en el desierto, en oración y ayuno, inmediatamente después del Bautismo en el Jordán y antes de empezar su predicación. Mateo y Lucas presentan dos relatos prácticamente iguales, mientras Marcos lo hace de una manera mucho más escueta:
"Y el espíritu le hizo salir para el desierto. Y estuvo en el desierto cuarenta días tentado por el diablo. Y vivía con las fieras, y los ángeles le servían." El relato falta completamente en Juan, que empalma el Bautismo en el Jordán con la llamada de los primeros discípulos. El relato es histórico-simbólico. Se trata sin duda de un retiro a la soledad, de un período de oración y ayuno, frecuente en las personas religiosas de la época, y practicado después por la iglesia. Pero aquí es, sobre todo, la preparación inmediata de Jesús para lanzarse a su trabajo. Treinta años de vida oculta terminan en el bautismo del Jordán. Ahora, arrastrado por el Espíritu, se va a lanzar a su misión de curar y predicar. El espíritu de Jesús necesita alimentarse en la oración. El relato de las tentaciones parece mucho más simbólico. Se reúnen aquí y se simbolizan las tentaciones de Jesús: el mesianismo fácil, el poder, el éxito. Jesús está "aceptando la gracia del bautismo" y sintiendo la tentación de rechazarla. Tiene para nosotros el mensaje, fuerte e inquietante, de que Jesús sufre tentación, como cualquier ser humano, y la supera con la fuerza del espíritu. Jesús experimenta tentaciones y busca fuerza en la oración. Verdaderamente, es un ser humano. Algunas cristologías parecen mostrar a Jesús como nosotros, pero menos, porque la presencia de la Divinidad altera la humanidad. Es el peligro de algunas cristologías derivadas del cuarto evangelio (que omite estas tentaciones, como omitirá la angustia de Getsemaní y el abandono de la cruz). En cristologías de este tipo, que profesamos inconscientemente, Jesús pasa por la vida terrestre pareciéndose a nosotros, pero con "poderes especiales" que le hacen invulnerable, conocedor de todo futuro; cuando ora no hace más que actualizar y expresar su unión hipostática; camina, pero podría volar... Las tentaciones en el desierto, la tentación de Getsemaní, la tentación de la cruz nos hacen sospechar de esa "fe" en la apariencia humana de Jesús. Es un hombre; nos parecemos en lo más íntimo de nuestro ser humano: la tentación y la necesidad de alimentar el espíritu en la oración. Todo ser humano es un caminante. Jesús camina hacia la Resurrección. Tendrá que superar la cruz y entonces llegará, llegará hasta ser constituido Señor y glorificado a la derecha del Padre. Jesús es también modelo de caminantes, porque es caminante. Toda cristología que anule o disminuya la humanidad de Jesús es una falsa cristología. En el hombre Jesús descubrimos a Cristo el Señor. En el hombre Jesús vemos la fuerza del Espíritu divinizando sin deshumanizar. Quizá sea éste el centro más esencial de nuestra fe: humanizar y divinizar es lo mismo. Por eso creemos en Jesús tan verdadero Dios como verdadero hombre. Decía nuestro viejo catecismo: "Sin dejar de ser Dios quedó hecho hombre". Podríamos darle la vuelta y decir que nuestra fe en Jesús cree en su divinidad "sin dejar de ser hombre". Esto es iluminador para nuestro camino hacia la resurrección: el camino que es toda nuestra vida y el camino representado en la Cuaresma. Ninguna deshumanización, sino divinización, que es liberación de todo lo que deshumaniza. El camino de Jesús se inicia en el seno de su madre, pero su entrega incondicional y definitiva a la Misión arranca en el bautismo. ¿Podemos imaginar que en sus años oscuros Jesús va sintiendo la llamada a la Misión, y que en el Bautismo el Espíritu se le hace imperioso y definitivo, y Jesús se sumerge en la Misión, se tira de cabeza al agua de una vida total y definitivamente entregada a lo que el Padre le pide? Es ir demasiado lejos, es forzar los textos, pero no deja de ser una imagen subyugadora. Y en el momento mismo de lanzarse a su misión Jesús da muestras de que sabe bien lo que esa misión significa. En el horizonte del monte de la tentación está el calvario. Como siempre hará en su vida, Jesús afronta todos los momentos difíciles preparándose con la oración. Éste es el más difícil de todos los momentos que ha vivido hasta ahora. Podríamos decir que Jesús siente una vocación y sabe cuál va a ser el riesgo de seguirla. El Espíritu se le ha mostrado en el Jordán, se sabe Hijo, conoce su misión. Y el Espíritu es fuerte, pero la carne es débil. La oración hará que el Espíritu sea más fuerte que la debilidad de la carne. Es frecuente desmenuzar las tentaciones que presentan los evangelistas y presentarlas como tentaciones de falso mesianismo. También es frecuente recordar que la tentación – y esas tentaciones - estará presente en toda la vida de Jesús. Pero es necesario que nos detengamos también en este arranque de la vida pública de Jesús, y en su primera tentación: soslayar su vocación, eludir la misión. Los discípulos le seguirán "dejándolo todo". Y él también está ahora en el trance de dejarlo todo y dejarse llevar por el Espíritu. Es una hermosa imagen para nuestro comienzo de Cuaresma. En nuestra vida está siempre el Espíritu invitando a más: a más misión, a ser más hijos. Se nos ofrece un magnífico destino: entregarnos al Reino. Pero la carne es débil, habrá que dejar algunas cosas, muchas cosas quizá. Nos encontramos quizá en la situación de aquel joven rico invitado por Jesús al Reino, y sentimos la gran tentación: retroceder hacia la vulgaridad de nuestra vida, cerrar las alas al Espíritu. En esa misma situación, Jesús cobra fuerzas en la oración. Bajará del monte y no volverá a Nazaret: ha vencido a la tentación y se entregará a la misión. En este primer domingo de Cuaresma se nos ofrece la oportunidad de contemplar la vocación de Jesús, y nuestra propia vocación. El principio de la vida pública de Jesús, representado en la cuarentena en el monte nos lleva a pensar que Jesús está buscando la Voluntad de Dios sobre su vida. Buen tema parta reflexionar en Cuaresma. La voluntad de Dios: qué espera mi Padre de mí. La voluntad de Dios sobre una persona puede encontrarse en un momento de iluminación, en sentir un llamamiento especial, personal. Y puede encontrarse de manera cotidiana, insistente, al modo de la levadura y de la semilla de mostaza. Esto es fruto de la oración, de la contemplación de Jesús, del contacto con el evangelio, que siempre se traduce en una llamada a caminar, a seguir a Jesús más de cerca. La cuaresma no es un tiempo de excepción sino de intensificación. Y desde luego, en la oración: mejor que hacer acciones excepcionales –ayunos y abstinencias por ejemplo– hacer tiempos excepcionales, hacer huecos a la oración, retirarse como Jesús a contagiarse del evangelio, de los criterios y valores de Jesús, dejarse afectar por la fascinación de Jesús, hacer silencio para que se oigan mejor sus palabras. Y si esa intensificación no termina con la Cuaresma, sino que se hace costumbre... mejor que mejor. Así, estos cuarenta días no serán excepciones en la vulgaridad de la vida, sino peldaños de crecimiento. Era la mañana del 31 de octubre de 1517, cuando un fraile se acercó a la iglesia de Wittemberg para clavar en sus puertas 95 tesis de reflexión teológica. Era la costumbre de la época anunciar de esta manera las propuestas a debatir o simplemente para anunciar algún acontecimiento.
El fraile agustino Martin Lutero solo pretendía provocar un debate entre eruditos. Nunca pensó que aquel pequeño fuego iba a incendiar toda la cristiandad, hasta conmover los poderes religiosos y políticos de su siglo. Porque en esas sencillas tesis, Lutero había desafiado todo un sistema de opresión sobre las conciencias tal y como venía practicando la omnipotente Iglesia Católica medieval. Ese día, empezó lo que se ha llamado La Reforma. Pero ¿quién fue Lutero? Ha sido amado y odiado por igual. Para unos era el profeta de Dios quien liberó al cristianismo. Para otros era un demonio que acabó destrozando la unidad del pueblo de Dios. Se le ha visto como aquel que devolvió a los cristianos las fuentes de su fe. Otros piensan de él que es el gran artífice de todos los males que han surgido en la sociedad occidental. En realidad, Lutero no fue ni ángel, ni demonio. Era simplemente un hombre de su tiempo. Cuando leemos sus escritos, nos damos cuenta que era apasionado, sincero, atrevido, grosero, testarudo, valiente... Pero lo que ocurrió aquel 31 de octubre de hace 495 años fue algo más profundo que una lucha teológica. A partir de entonces surgió la idea de la libertad de conciencia. El hombre es responsable ante él mismo y de Dios, de lo que cree. En la famosa Dieta de Worms, frente al Emperador y los representantes de Roma, el fraile Martín Lutero proclamó unas palabras, que se han convertido en el manifiesto de la libertad cristiana: "A menos que se me convenza por testimonio de la Escritura o por razones evidentes -puesto que no creo en el papa ni en concilios solo, ya que está claro que se han equivocado con frecuencia y se han contradicho entre ellos mismos-, estoy encadenado por los textos de la Escritura que he citado y mi conciencia es cautiva de la palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme en nada, porque no es seguro ni honesto actuar contra la propia conciencia. Que Dios me ayude. Amén." Apelar a la Escritura, a la razón y a la propia conciencia por encima de la autoridad religiosa establecida era en aquella época una temeridad, una herejía y poner en riesgo la propia vida. Nunca Lutero fue más grande que en ese momento. Pero no siempre vivió a la altura de ese ideal. Sabemos que cometió graves errores a lo largo de su vida. Los protestantes no debemos ignorar esa parte oscura. Se establecía el principio de libre examen, aunque Lutero no siempre lo reconoció para sus adversarios teológicos. En el fondo permaneció siendo un hombre medieval. Lo que inició le superó. Nunca pretendió romper con la Iglesia Católica. Solo pretendía aportar un debate para ayudar a reformarla. Pero frente a él se encontraban otros hombres de talante inflexible, incapaces de dialogar. La jerarquía sólo aceptaba la sumisión, no la discusión. Como doctor en teología que era, Lutero tuvo acceso a las Escrituras en sus lenguas originales. Tradujo la Biblia al alemán para que el pueblo pudiera leerla, lo que llevó a la alfabetización de las clases populares. El campesino, la ama de casa, los niños, los artesanos, todos debían aprender a leer para poder fundamentar su fe en la palabra de Dios. El estudio de las Escrituras le llevó a vivir una experiencia de 'conversión' que le liberó de los temores que arrastraba desde su infancia. Encontró al Dios de toda Gracia. Había vivido en el terror, por las amenazas constantes de la condenación. Ahora comprendía que Dios es amor, y que el camino de la relación con Él era la simple confianza de ser aceptado sin merecimiento alguno. Eso no quita que se enredara en especulaciones heredadas de las grandes controversias. Su desafío iba de más en más en una escalada que no siempre estuvo bajo su control. Pero la suerte estaba echada. La cristiandad europea ya nunca sería la misma. Y hubo ruptura. Dolorosa, violenta y sin sentido entre los partidarios de ambos bandos. Casi cinco siglos después católicos y protestantes andamos juntos, sin anatemas, ni odios. Hemos comprendido que los cristianos no hemos estado siempre a la altura de Cristo. Hemos aprendido con el tiempo a respetarnos, a comprendernos, a amarnos y a buscar en el Evangelio lo que nos une. En Jesús cabemos todos. Hoy quisiera resaltar la figura de Lutero, pero no por sus ideas (que no todos los protestantes compartimos), sino como emancipador de la conciencia. Porque sigue teniendo razón el reformador cuando dijo: "No es seguro ni honesto actuar contra la propia conciencia". Cualquier cristiano un poco alerta habrá percibido la importancia nueva de la figura de Jesús. Un libro del teólogo francés Christian Duquoc, uno de los pocos grandes teólogos vivos, me da pie para las reflexiones que siguen.
Las primeras comunidades cristianas profesaron su creencia en la frase que nos transmite Juan: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre". Una afirmación de graves consecuencias, que no dejó de provocar resistencias en el mundo judío y helenista. ¿Cómo el Dios único, el Dios sobre todas las cosas, podría hacerse presente en una historia humana individual? Jesús, un hombre de quien se conocía la historia y la vida, podía ser un maestro, un profeta pero no Dios. La Iglesia afirmó rotundamente lo contrario pero hubo de presentar sus argumentos echando mano de los conceptos de la filosofía griega: sustancia, naturaleza, persona... Jesús era consustancial al Padre. Lo mismo ocurrió cuando se presentó la objeción contraria: Jesús no era un verdadero hombre; al habitar en El la plenitud de la divinidad, su humanidad había desaparecido. De nuevo la Iglesia, en el concilio de Constantinopla, afirmó las dos naturalezas, humana y divina de Jesús. Pero una vez más hubo de utilizar los conceptos griegos. Dios es uno pero en tres personas, en Jesús coexisten dos naturalezas, divina y humana pero es una sola persona. Esta es la teología metafísica que ha llegado hasta nosotros, que se recita en el llamado credo niceno-constantinopolitano. Duquoc, con otros muchos teólogos, ha encarecido siempre el arrojo y la inteligencia de aquella Iglesia para formular su fe en términos que fueran aceptables en su mundo y permitieran un diálogo con él. Lo malo es que todos esos conceptos apenas tienen hoy nada que decirnos; ya no nos lo decían cuando los aprendimos en el catecismo. No solo eso: esa teología metafísica tenía muy poco interés en la vida histórica de Jesús, se movía en el terreno de las ideas. Este desinterés por la vida del Nazareno se acrecentó con la cuestión de la redención. San Pablo nos dice que Jesús muriendo nos redimió. Gracias a esa muerte el género humano volvió a ser aceptado por Dios. Así pues, la muerte de Jesús era relevante para la teología. Su vida, sólo muy tangencialmente. Grande en sus objetivos y valerosa en sus formulaciones, esa teología metafísica perdió definitivamente su validez con la llegada del tiempo moderno. Y sin embargo, siguió siendo la oficial de la Iglesia hasta el siglo XX. Tuvo que llegar este siglo para que las mentes más despiertas se dieran cuenta de que el ámbito en el que hablar de Dios no era ya un mundo teísta griego sino un mundo secularizado cuando no ateo. ¿Qué es lo que interesa en este mundo? No tanto Dios sino la persona humana, su destino, sus avatares. ¿Qué preocupa a las personas de este mundo? El sufrimiento, la opresión, la posibilidad de una esperanza. No se podía, pues, hacer teología mirando de entrada a Dios (teniendo en cuenta además que ese Dios había sido cómplice de muchas opresiones). La mirada de la teología se volvió a Jesús. ¿Qué puede decirnos Jesús de Nazaret sobre nuestra vida y también sobre Dios? En un momento la figura de Jesús se contempló desde una perspectiva nueva. Su muerte sin duda seguía siendo determinante pero sobre todo la vida que le había llevado hasta ella. De repente hubo una invasión de estudios sobre la vida, el entorno, la cultura, las actitudes y los hechos de Jesús (esto explica, por ejemplo, el éxito del libro de Pagola) ¿Qué quien le ha visto ha visto al Padre? Pues vamos a verle, cómo fue, qué nos dice. Así pues, la teología volvió sus ojos de un modo renovado al Nuevo Testamento y a la vez a los pobres, a las víctimas. Estos son ahora los dos polos de la nueva reflexión teológica. Claro está que este camino no está exento de peligros, que exceden sin duda el marco de este artículo. El primero -más casero- es proyectar en la lectura de la vida de Jesús nuestros propios prejuicios o ideas. Así en los años sesenta se presentó a Jesús como un marxista, como un revolucionario, como un hippy o simplemente como un maestro espiritual. Era un Jesús a la medida de las posturas del lector. El segundo peligro -más técnico- es desmenuzar esa vida reduciéndola a casi nada. La mayor parte de sus dichos y de sus hechos son obra de la comunidad después de la Pascua. Es casi imposible llegar al Jesús histórico. En cualquier caso y para terminar: quienes no somos técnicos pero sí creyentes hemos de volver a los relatos de la vida de Jesús, que son a la vez punto de referencia y confesión de divinidad al terminar en la pascua. "El texto -dice Duquoc- es la rememoración de un recorrido a partir de su término. En el relato, Jesús es el fruto de esa rememoración cuyos beneficios experimentan ya los creyentes". Conservando y releyendo la Escritura, la Iglesia nos invita a que hagamos el mismo proceso. Leemos la vida de Jesús y encontramos en ella lo que ya confesamos: Quien le ve está viendo al Padre. Para el Concilio Vaticano II, el año litúrgico es el desarrollo de los misterios de la vida, muerte y Resurrección de Jesucristo. Es vivir, no solo recordar, la historia de la salvación que se nos hace presente en la persona de Jesús. En consecuencia, no es solo historia de la salvación, sino también una salvación que opera en la historia concreta de los pueblos y las personas.
De ahí que puede afirmarse que cada año nos vemos confrontados de nuevo con todas las facetas de nuestra condición humana, y cada año podemos experimentar la fuerza sanadora y transformadora que se nos ofrece en esa fuente de vida que es Jesús. Ahora bien, el tiempo cuaresmal —uno de los momentos intensos del año litúrgico— es considerado un período de adiestramiento en la libertad interior, un lapso propicio para volver a configurar nuestra vida de manera consciente y libre, guiados por la palabra de Dios que ha de ser no solo oída, sino, sobre todo, escuchada con la inteligencia y el corazón. El itinerario cuaresmal comienza con el Miércoles de Ceniza y se prolonga durante los cuarenta días anteriores al triduo pascual. Uno de los textos bíblicos clásicos de ese recorrido lo constituye el relato de la batalla victoriosa contra las pruebas, que da inicio a la misión de Jesús (Mt 4, 1-11). Los cristianos de la primera generación se interesaron muy pronto en las tentaciones de Jesús. Con ello pretendían mostrar el tipo de conflictos y luchas que tuvo que superar Jesús para mantenerse fiel a Dios y a su proyecto. Él no cedió a ninguna tentación, pero estas quedan como una seria advertencia para todos sus seguidores. Los hombres y mujeres que quieran comprometerse con un mundo más humano, siguiendo los pasos de Jesús, tendrán necesariamente que evitar caer en ellas. Veamos las tres pruebas conocidas tradicionalmente como tentaciones, que presenta Mateo y que resumen las desviaciones fundamentales en la tarea de construir el proyecto de sociedad alternativa (el Reino de Dios). La primera prueba (Mt 4, 3s), que sigue al ayuno de Jesús, acontece en el desierto. Desde la perspectiva bíblica, el desierto significa al menos tres cosas. En primer lugar, es parte de la condición y del espíritu humano; es la experiencia de vacío, soledad, frustración, rutina y aridez que pueden ocurrirnos en el transcurso de la vida. En segundo lugar, desierto es una actitud espiritual de la experiencia cristiana, por la cual transformamos esas arideces y ambigüedades de la condición humana en crecimiento de amor y madurez. Y tercero, desierto es el lugar y el ambiente externo que ayuda a mantener y nutrir esa actitud espiritual. En esta prueba, Jesús se resiste a acudir a Dios para “convertir” las piedras en pan. Lo primero que necesita una persona es comer, pero “no solo de pan vive el hombre”. El anhelo del ser humano no se apaga con la alimentación de su cuerpo. Necesita mucho más. Para liberar de la miseria, del hambre y de la muerte a quienes no tienen pan, hemos de despertar el hambre de justicia y de amor en nuestro mundo deshumanizado de los satisfechos. Esta tentación, por tanto, implica usar en beneficio propio las cualidades que uno tiene, en vez de ponerlas al servicio de los demás. Por el contrario, la vida de Jesús muestra que el alimento necesario para el sustento de la vida física no se obtiene mediante prodigios, sino mediante el compartir inspirado por el amor, la justicia y la solidaridad. La segunda escena es impresionante y se produce en la parte más alta del templo: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues está escrito: ‘He dado órdenes a los ángeles para que cuiden de él’”. El tentador sugiere buscar seguridad en Dios. Podrá vivir tranquilo “sostenido en sus manos” y caminar sin tropiezos ni riesgos de ningún tipo. Dejarlo todo en manos de Dios, renunciando al propio discernimiento y a la propia responsabilidad. Se dice que la tentación de la seguridad es una de las más serias amenazas a la actitud religiosa. Es la tentación de vivir, personal e institucionalmente, buscando no tener problemas y optando por aquello que menos los origine, aun a costa de la fecundidad del Evangelio. Pero Dios no es un dios de miedo, sino de riesgo. A veces, como Jesús, será necesario asumir compromisos arriesgados confiando en Dios. La tercera prueba sucede en una montaña altísima. El tentador propone un tipo de mesianismo fundado en el poder, en el prestigio, en las soluciones fáciles y rápidas. Sin embargo, el mundo no se humaniza con la fuerza del poder. No es posible imponer el poder sobre los demás sin servir al maligno. Quienes siguen a Jesús buscando gloria y poder no sirven a Dios. Jesús rechaza esta prueba, expresada en el Evangelio por aquellos que le piden señales prodigiosas. El suyo es el mesianismo del siervo sufriente, que carga con los pecados de su pueblo y vive de cara a Dios y en solidaridad con los pobres y excluidos. Lo advirtió claramente a sus discípulos: “El que quiera ser el primero que se haga el último y el servidor de todos”. El teólogo José Antonio Pagola sostiene que las pruebas de Jesús fueron reales, no simuladas. Por eso, añade, en Él podemos escuchar el grito de alerta ante los graves errores en que podemos caer a lo largo de la vida. Concretamente, explica tres de ellos. El primero consiste en hacer de la satisfacción de las necesidades materiales el objetivo absoluto de la vida; pensar que la felicidad última del ser humano se encuentra en la posesión y el disfrute de los bienes. El segundo error consiste en buscar el poder, el éxito o el triunfo personal por encima de todo y a cualquier precio. Y el tercer error consiste en tratar de resolver el problema último de la vida sin riesgos, luchas ni esfuerzos, utilizando interesadamente a Dios de manera mágica y egoísta. En definitiva, la gran tentación que Jesús rechaza es la de intentar imponerse por el poder de Dios, más que manifestar la solidaridad divina y su amor misericordioso por los seres humanos; la de querer imponer por la fuerza su reino, más que ofrecerlo como opción responsablemente asumida por quienes quieran seguirlo. El Reino de Dios no puede venir como ostentación o imposición de un poder mágico, sino como invitación y ofrecimiento a la libre responsabilidad y al amor. El camino cuaresmal, pues, comienza por la superación de las pruebas y por la toma de conciencia de la propia fragilidad humana. Su memorable discurso contra la dictadura del relativismo hizo perder las esperanzas de cambio
Cuando el teólogo Joseph Ratzinger fue nombrado arzobispo de Munich en 1977 tuvo que abandonar el ejercicio de la teología. Él mismo lo confiesa: “Me estaba enfrentando a dos grandes proyectos [teológicos], ninguno de los cuales sería después realizado a causa de mi nombramiento episcopal (…). No estaba llamado a terminar esta obra. En efecto, apenas estaba empezándola, fui llamado a otra misión”. A comienzos de la década de los 80 se hacía cargo de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, durante casi un cuarto de siglo, fue el guionista de la obra teatral que representó Juan Pablo II durante su largo pontificado con notable éxito en todos los escenarios: nacionales e internacionales, políticos y religiosos, sociales y culturales. El guión está escrito en el Informe sobre la fe, que recoge la entrevista del periodista Vittorio Messori al cardenal cuando era presidente del ex Santo Oficio, que se abre con dos citas periodísticas de perfiles contrapuestos del mismo personaje: “Un típico bávaro, de aspecto cordial, que vive modestamente en un pisito junto al Vaticano”. Otra: “Un Panzer-Kardinal que no ha dejado jamás los atuendos fastuosos ni el pectoral de oro de Príncipe de la Santa Iglesia de Roma”. ¿Cuál de las dos ha prevalecido durante su pontificado? Creo que la segunda. En el libro-entrevista mostraba su desencanto ante “las exageraciones [posconciliares] de una apertura indiscriminada al mundo” y “las interpretaciones demasiado positivas de un mundo agnóstico y ateo” y proponía como alternativa un programa de restauración que recuperara el equilibrio de los valores en el interior del catolicismo y excluyera la reforma: “La Iglesia de hoy —afirmaba citando a Juan Pablo II— no tiene necesidad de nuevos reformadores. La Iglesia tiene necesidad de santos”. Y entre tales colocó a su predecesor el 1 de mayo de 2001 elevándolo a los altares como beato. Era un mensaje contrario al Concilio, que había defendido la reforma de la Iglesia. Ratzinger expresaba su confianza en los nuevos movimientos eclesiales de tendencia conservadora, y algunos integrista: Movimiento Carismático, Comunidades Neocatecumenales, Cursillos, Movimientos de los Focolaris, Comunión y Liberación. Se olvidaba de las comunidades eclesiales de base, los movimientos apostólicos de la Acción Católica, las Congregaciones religiosas fieles al Vaticano II y comprometidas con los empobrecidos, etc. Tras la muerte de Juan Pablo II, los cardenales, interpretando la voluntad de Juan Pablo II, eligieron papa al cardenal Ratzinger, quien pasó de guionista a actor e intérprete de su propio texto. En la misa de apertura del Cónclave reescribió su programa en un memorable discurso contra la dictadura del relativismo, que hizo perder las esperanzas de cambio y apertura en el nuevo pontificado. Durante los casi 8 años de gobierno, Benedicto XVI ha sido fiel al guión que escribiera años atrás, sin desviarse un ápice, y si lo ha hecho ha sido para virar hacia el integrismo. Efectivamente, todo lo que no se atenía a su programa restaurador era considerado relativismo y condenado: la teología de la liberación, la teología del pluralismo religioso, la teología feminista, la teología moral renovada, incluso la teología del Concilio Vaticano II, numerosas congregaciones religiosas, sobre todo femeninas, defensoras del sacerdocio de la mujer, etc. Ha seguido excluyendo a las mujeres de los ámbitos de responsabilidad. Ha roto los puentes de diálogo con las religiones, con el islam en el discurso de Ratisbona y con las comunidades indígenas en sus viajes a América Latina y África. Cuando le estallaron en las manos los grandes escándalos, como la pederastia, las intrigas vaticanas, la corrupción instalada en la cúpula de san Pedro, no fue capaz de darles la respuesta adecuada. Lejos de estar abierto a los desafíos de nuestro tiempo, dio respuestas del pasado a preguntas del presente. Lejos de caminar por la senda del diálogo, optó por anatema. Se equivocó de siglo. Seguimos haciendo una lectura del evangelio de Lucas, aunque saltando algunos pasajes. El domingo pasado veíamos a Jesús al principio de su predicación, en Nazaret. Lucas lo lleva después a Cafarnaúm donde empieza su predicación y sus curaciones. Su fama se extiende, de manera que todo el mundo acude a escucharle.
El tema de fondo es la vocación de los primeros discípulos, dos parejas de hermanos: Simón y Andrés, Santiago y Juan. La vocación de los discípulos se refiere en los cuatro evangelios: Juan 1:35-51, Mateo 1:16-22, Marcos 1:16-20. • Mateo y Marcos dan una versión semejante: Jesús pasa por la orilla del mar y llama, sin más, a las dos parejas de hermanos. Ellos dejan las redes y le siguen. • Lucas lo presenta más dramático, como consecuencia del asombro por la pesca milagrosa. • Juan no hace referencia alguna ni al mar ni a la pesca: habla solamente de llamamientos personales, directos; el orden del llamamiento es distinto, y el número de los llamados es mayor. Esto nos indica por una parte la diversidad de fuentes utilizadas por los evangelistas, aparentemente tres. Por otra parte, el escaso interés de los evangelistas por el género estrictamente histórico. Importa, mucho más que los sucesos exactos, el significado de esos sucesos. Incluso lo que sucedió puede ser modificado si esto es conveniente para dejar más claro el significado, el mensaje. En este evangelio, por ejemplo, la abundancia de la pesca es sobre todo simbólica, y se repite en varios pasajes: indica la abundancia del Reino, contrapuesta a la pobreza de la vida sin Dios. Lucas nos muestra el reclutamiento de los primeros discípulos en el contexto de la admiración del pecador ante el poder de Dios. Es por tanto una línea paralela a la de la vocación de Isaías. Atraídos por la santidad de Dios, a pesar del pecado, enviados por Dios. Pero esta vez no se trata de clamar anunciando los castigos futuros. Esa imagen de Dios intolerante con el pecado es ampliamente superada por Jesús. Se trata de "pescar", es decir, salvar de las aguas del pecado. No son elegidos sólo para profetas sino para salvadores, libertadores como Jesús, que es Dios-con-nosotros-Salvador. Es claro que los tres textos por tanto dan tres "versiones" diferentes del mismo tema, la vocación del apóstol, insistiendo en los mismos aspectos: la desproporción de la misión con la pequeñez del elegido; la posibilidad de realizarlo por la fuerza de Dios. Es claro también que los elegidos no lo son por sus méritos. Ni siquiera por sus aptitudes, por sus cualidades. Es un tema habitual en toda la Escritura. Moisés es elegido a pesar de que no sabe hablar correctamente. David es elegido siendo el pequeño, el menos importante de sus hermanos... y muchos otros casos más. El ejemplo mayor sin embargo es el mismo pueblo de Israel, el más insignificante de los pueblos, y, además, pueblo rebelde ante Dios. Todo esto se interpreta siempre así: para que veáis que no son vuestras fuerzas sino el poder de Dios que está con vosotros. Esto podría interpretarse en el Antiguo testamento como un alarde de Yahvé. Las victorias sobre los enemigos son victorias de Dios; Israel es sólo un instrumento, patéticamente desproporcionado. Esta es sin duda una lectura adecuada del famoso Paso del Mar, en el Libro del Éxodo. Pero esta línea es aún imperfecta y sólo llega a su madurez en el Nuevo testamento. Los discípulos no son elegidos para hacer proezas militares luchando contra otros hombres u otros pueblos. Su único enemigo es el pecado y lo es porque es el enemigo del ser humano: esa es la única batalla de Dios. Los pecadores no son enemigos, sino enfermos, víctimas del pecado. La imagen de "pescar" tiene mucho más significado que el que nosotros percibimos desde nuestra cultura. El mar es para nosotros un elemento de la naturaleza, más bien bello aunque inmenso. Para Israel el mar y todas las aguas caudalosas siempre son imagen del caos, de la oposición a Dios, del pecado. Poner las aguas en su sitio es lo primero que hace Dios al crear, inmediatamente después de hacer la luz. Noé el justo es salvado por Dios de las aguas del diluvio, provocadas por el pecado. Moisés y el Pueblo son salvados de las aguas, del Nilo y del Mar. La última oposición a la entrada en La Tierra es el difícil (¿?) paso del Jordán, milagrosamente resuelto por el poder de Dios. Aunque en el contexto del desierto el agua es la vida, esto se reduce a los pozos y a los manantiales. Las grandes masas de agua son el caos, el poder de lo incontrolable, el pecado del que triunfa sólo el poder de Dios. Dios se presenta como "El que salva del Caos", en el Génesis de modo muy genérico; en el Éxodo como salvador político del pueblo y más tarde, por medio de La Ley, en la Teofanía del Sinaí. El pecado es el Caos: la palabra de Dios, los Diez Preceptos, vienen a poner orden en ese caos. Es una simbología paralela a la de la luz. El pecado es caos y oscuridad: Dios trae el orden y la luz. En esta misma línea, cuando los evangelistas presentan a Jesús caminando sobre las aguas, calmando la tempestad, salvando a Pedro de las aguas, provocando pescas milagrosas, enlazan con toda la línea del Antiguo Testamento que acabamos de exponer y nos muestran, de manera gráfica, con imágenes más que con palabras, que ahí está el Espíritu del Señor, el mismo que puso orden en el caos primigenio, el mismo que salvó a Noé y a Moisés y al Pueblo. Por tanto, y una vez más, lo que Jesús está anunciando es cómo es Dios; y el Dios de Jesús es otra cosa completamente distinta de lo que se había entendido. No es Dios el que castiga y condena; es el pecado el que nos castiga y nos condena. Dios no amenaza; es el pecado el que amenaza. Dios salva, Dios es el Creador, el que hace existir y vivir; el pecado es el que hace morir. La dramática imagen de la condenación es una constatación existencial del ser humano: el ser humano puede echarse a perder, destruirse. Es el precio de la libertad. Pero Dios no es el árbitro indiferente, el notario final que certifica que se ha destruido, ni mucho menos el que condena. Dios es el que ayuda a que no pase nada de eso, el que engendra y trabaja por sacar adelante a su hijo. Ése es el Dios de Jesús. Finalmente, existe entre muchos cristianos la idea de que los llamados al apostolado son "los apóstoles", los sacerdotes, los religiosos... Es un grave error. Todos los que siguen a Jesús son llamados por Dios para que sean creadores de humanidad como él. Esta no es una vocación especial de algunos, sino la vocación básica de todo cristiano: encendidos en la luz de Jesús para que en el mundo brille la luz de Jesús. Esto es una invitación a ver nuestra vida cristiana de una manera "cotidiana", no "extraordinaria". No se trata de hacer cosas diferentes para ser "apóstol", ni de dedicar horas extras al apostolado, ni de pertenecer a asociaciones, meterse en actividades... que puede ser muy bueno e incluso necesario, pero sólo además. Además de la vida cotidiana, que es nuestro servicio, nuestro trabajo querido por Dios, lo que tiene valor profético. La misión de todos los cristianos es hacer visible el reino, vivir como hijos de Dios: así se anuncia la Buena Noticia. Hay en la iglesia vocaciones de consagración exclusiva. Como los profetas, o los Apóstoles. Los sacerdotes, los religiosos... que tienen un carisma propio, una función específica en la Iglesia. Sirven para la Iglesia, para alimentar a la Iglesia, al Pueblo de Dios. Pero no son ellos "los" apóstoles, "los" profetas. La vocación de anunciar el Evangelio es de la Iglesia entera. Lo que anuncia el Evangelio es la vida cotidiana de los cristianos. Así hemos de entender la oración, los sacramentos, la Eucaristía... como medios que nos ayudan a vivir para que nuestra vida sea apostólica, profética. Ser padre, madre, esposo, esposa, médico, albañil, maestro, estudiante.... ese es nuestro trabajo querido por Dios, y eso es nuestro apostolado. Para que lo sea, necesitamos de la Palabra de Dios, de la Oración, de la Eucaristía.... Pero estarán vacías si no sirven para que la vida cotidiana anuncie el Reino. Aquí podemos hacer una seria consideración sobre el sentido de ser cristiano, tan común. "Ser cristiano es conocer la ley de Dios y obedecerla, y poder recibir el perdón cuando se falla, y así poder salvarse". ¡Qué empequeñecimiento del mensaje! Ser cristiano es comprometerse con Dios en la Creación y en la Salvación del ser humano. Y otra reflexión sobre la frase tan usada: "Sacerdos, alter Christus", el sacerdote, otro Cristo. Debería decir: "El cristiano, otro Cristo". Anunciar el Reino, ser Palabra de Dios en el mundo no es trabajo de los sacerdotes, sino de los cristianos. INTRODUCCIÓN
Hoy las tres lecturas van en la misma dirección. Experiencia de indignidad ante la cercanía de lo divino y salto al descubrimiento de lo que los protagonistas son por la cercanía de Dios. • Isaías (Is 6,1-8) descubre que es un hombre de labios impuros, pero, tocado por el fuego, se cree capacitado para la misión. Aquí estoy, mándame. • Pablo (I Cor 15,1-11), que se considera un aborto, reconoce que ha trabajado más que todos ellos, "pero no yo, sino la gracia de Dios en mí". • Pedro (Lc 5,1-11) se reconoce "pecador" y pide a Jesús que se aleje, pero, dejándolo todo lo siguió. En los tres casos se trata de proclamar la fuerza de Dios. CONTEXTO De la lectura del domingo pasado, hemos saltado varios episodios: La primera predicación en la sinagoga de Cafarnaún, la curación de un endemoniado, la curación de la suegra de Pedro y otros enfermos que le trajeron. Empezamos Hoy el capítulo 5 con un episodio múltiple: la multitud que se agolpa en torno a Jesús para escuchar la palabra de Dios; la enseñanza desde la barca; la invitación a volver al mar; pesca inesperada; la confesión de la indignidad de Pedro; la llamada de los discípulos; el inmediato seguimiento. EXPLICACIÓN El relato de Lucas que acabamos de leer, tiene mucho que ver con el que Juan narra en el capítulo 21, después de la resurrección. Allí es Pedro el que va a pescar en su barca. También allí se habla de una noche de pesca sin fruto alguno. Jesús les manda, contra toda lógica que echen las redes a esa hora de la mañana y en aquel lugar. El mismo resultado de abundante pesca. Y también la precipitada respuesta de Pedro de ir hacia Jesús. Dado el simbolismo que envuelve todo el relato, tiene más sentido en ambiente pascual. De hecho Pedro llama a Jesús "Señor", título que solo los primeros cristianos le asignaron. Cuando se escribieron estos evangelios, la "barca" ya era considerada como símbolo de la Iglesia caminando en medio del mundo hostil. Hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada. El hecho de que la pesca abundante sea precedida de un total fracaso, tiene un significado teológico muy profundo. La actuación de los hombres, por su cuenta y riesgo lleva al fracaso. Tendrá éxito cuando actúe en nombre de Jesús. Claro que "en nombre de Jesús", quiere decir que debemos de actuar de acuerdo con su manera de pensar, de actuar y de decir, que es algo muy distinto a ponerlo como coletilla al final de nuestras oraciones. Es simbólica también la sugerencia de Jesús: "rema mar adentro". En griego "bados" y en latín "altum" significan profundidad, y expresan mejor el simbolismo. Solo de las profundidades se puede sacar lo más auténtico del hombre. Todo lo que buscamos en vano a nuestro alrededor, está dentro de nosotros mismos. Pero ir más adentro no es tan fácil como pudiera parecer. Exige traspasar las seguridades del yo superficial y adentrarse en lo incontrolable de nuestro ser. Confiar en lo que no controlamos exige una fe-confianza auténtica. Decía Teilhard de Chardin: "Cuando bajaba a lo hondo de mi ser, llegó un momento en que dejé de hacer pie y parecía que me deslizaba hacia el vacío". Fiado en tu palabra, echaré las redes. El que Pedro se fíe de la palabra de Jesús, que le manda contra toda lógica, echar las redes a una hora impropia, tiene mucha miga. Las tareas importantes las debemos hacer siempre fiándonos de otro. Tenemos que dejarnos conducir por la Vida. Cuando intentamos por todos los medios domesticar lo que es más que nosotros, con el pretexto de que sabemos más que nadie, aseguramos nuestro fracaso. El mismo Nietzsche dijo: "El ser humano nunca ha llegado más lejos que cuando no sabía a donde le llevaban sus pasos". Lo que trasciende a nuestro ser consciente es mucho más importante que el pequeñísimo espacio que abarcamos con nuestra razón. Dejarnos llevar por lo que es más grande que nosotros es signo de verdadera sabiduría. No temas. El temor y la vida son incompatibles. Mientras sigamos instalados en el miedo, la libertad mínima indispensable para crecer será imposible. Liberarnos de todo miedo sería el primer paso para adentrarnos en nuestro interior y descubrir lo que somos realmente. El miedo nos paraliza e impide cualquier decisión auténtica hacia la verdadera Vida. El temor más dañino es el temor a lo divino. Si el acercamiento a Dios nos da miedo, podemos estar seguros de que ese Dios es falso. Cuando la religión sigue apostando por el miedo para hacer cumplir sus preceptos, está manipulando el evangelio y abusando de Dios. El mar era el símbolo de las fuerzas del mal. "Pescar hombres" era un dicho popular que significaba sacar a uno de un peligro grave. No quiere decir, como se ha entendido con frecuencia, pescar o cazar a uno para la causa de Cristo. Aquí quiere decir ayudar a los hombres a salir de la influencia del mal. Pero solo puede ayudar a otro a salir de la influencia del mal, el que ha encontrado lo verdadero de sí mismo. Crecer en mi verdadero ser es lo mejor que puedo hacer por todos los demás y por la creación entera. La primera y principal tarea de todo ser humano está dentro de él, nunca fuera. Aquí podemos descubrir los errores de planteamiento de la propia vocación, cuando la planificamos como hacer bien al prójimo. Dios sólo quiere que seas auténtico. Y, dejándolo todo, le siguieron. Estamos ante un lenguaje teológico. Es imposible que Pedro y sus socios dejaran las barcas, los peces cogidos, la familia y se fueran físicamente detrás de Jesús desde aquel instante. El tema de la vocación es muy importante en la vida de todo ser humano. La vida es siempre ir más allá de lo que somos, por lo tanto el mismo hecho de vivir nos plantea las posibilidades que tenemos de ir en una dirección o en otra. Con demasiada frecuencia se reduce el tema de la "vocación" al ámbito religioso. Nada más ridículo que esa postura. Quedaría reducido el tema a una mínima minoría. Todos estamos llamados por Dios y nadie es llamado de una manera externa y ostensible. Los ejemplos de vocaciones que encontramos en la Escritura y en la vida, son experiencias internas de Dios. APLICACIÓN Hoy se está dilucidando la diferencia entre el verdadero Dios que libera, que salva y eleva al ser humano hasta su mismo ser, dándole su misma vida, y el ídolo que mantiene al hombre alejado, humillándolo y sometiéndolo. Es más, mientras más hundido se sienta el hombre, más grande será el ídolo. Lo triste es que nos sentimos mucho más a gusto frente al ídolo, porque lo hemos creado según nuestros intereses. Eso es lo que haríamos nosotros si fuésemos Dios. Pero sobre todo, ese es el dios más útil para mantener, en su nombre, a los seres humanos dominados. El Dios de Jesús no admite siervos. Lo que desea para nosotros es lo que desea para Él; por eso nos hace partícipes de su misma Vida. Una vez descubierto el don de Dios, nos sentiremos capacitados para llevarlo a los demás. Sentiremos que en Él lo podemos todo. No caeremos en la trampa de creer que puede darnos o no dar, que puede elegirnos o no. Dios elige a todos, y no elige a nadie en particular. Soy solo una nota, pero imprescindible en el coro del universo. Lo único que debo pretender es que mi ser esté en armonía con el resto de la creación y así ayudar a desplegar la sinfonía universal. El fallo más común es querer llevar la voz cantante por encima de los demás, estropeando el coro. Descubrir que soy solo una voz, me ayudará también a valorar a los demás como indispensables para formar el coro armónico total. La vocación no es nada distinto de mi propio ser. No es un acto puntual y externo de Dios en un momento determinado de mi historia. Dios no tiene manera de decirme lo que espera de mí, más que a través de mi ser. Elige a todos de la misma manera, sin exclusiones ni privilegios. La meta es la misma para todos. Dios no puede tener privilegios con nadie. Al crearme, me ha puesto todas las posibilidades de ser que yo debo desarrollar a lo largo de mi existencia. Ni puede ni tiene que añadir nada a mi ser. Desde el principio están en mí todas las posibilida¬des que puedo desplegar, no tengo que esperar nada de Dios. Mi vocación sería encontrar el camino que me llevará más lejos en esa realización personal, aprovechando al máximo todos mis recursos. Los distintos caminos no son, en sí, ni mejores ni peores unos que otros. Lo importante es acertar con el que mejor se adecue a mis aptitudes personales. La vocación la tenemos que buscar dentro de nosotros mismos, no fuera. No debemos olvidar nunca que toda elección lleva consigo muchas renuncias que no se tienen que convertir en obsesión, sino en la conciencia clara de nuestra limitación. Si de verdad queremos avanzar hacia una meta, no podemos elegir más que un camino. El riesgo de equivocarnos no debe paralizarnos, porque aunque nos equivoquemos, si hacemos todo lo que está de nuestra parte, llegaremos a la meta, aunque sea con un mayor esfuerzo. Meditación-contemplación "Rema mar adentro". Llega a lo profundo de tu ser. Es una invitación que se hace a todo hombre. Sin esa profundización, no es posible la plenitud humana. La contemplación es el único camino. ............................. No es necesario que recorras los mares buscando alimento. Aprende a pescar en tu propio pozo. Lo que con tanto afán buscas fuera de ti, lo tienes todo al alcance de la mano dentro de ti. ....................... Si no has pescado nada, ¿qué podrás ofrecer a los demás? Si no has aprendido a pescar, ¿cómo podrás enseñar a los demás? Da verdadero sentido a tu vida, y ayudarás a los demás a conseguirlo. |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |