“Esto vale para toda persona que amontona para sí misma”
(Lc 12, 21) Grandes progresos se han dado en la lucha contra el cáncer, pero nada lo para. Sigue expandiéndose de forma asombrosa. Ya forma parte de nuestra vida. Casi un amigo. Un amigo muy parecido a nosotros mismos. El cáncer es la célula que se ríe de todo, se burla del organismo del que forma parte, se hincha, se reproduce; creyéndose bella, única y perfecta, no cesa de multiplicarse. Es una célula que está llena de sí misma, no tiene ojos más que para sí misma, sólo piensa en satisfacer sus deseos, en saciar sus pantagruélicos apetitos de poseer, sus ansías tan devoradoras que, cuando, al final, no queda nada a su alcance, tiende a devorarse a sí misma. El cáncer es la historia de una pequeña célula, que ha perdido el norte y el sentido de sus límites; se embala, estalla y se vuelve loca. Es la desmesura, la hipertrofia, el desequilibrio absoluto. Es esa vieja enfermedad del ser humano que parece haber nacido con él, la misma que estigmatizan el mito de Prometeo entre los griegos, la leyenda del gigante Kua Fu entre los chinos, la teoría del pecado original entre los cristianos, el insaciable deseo del ego como causa del sufrimiento en Buda, la fábula de la rana y el buey del buen Lafontaine. El cáncer se confunde casi con nuestra propia historia. Por el camino hemos dejado a Dios a un lado con el pretexto de que había hecho mal las cosas y hemos tomado su lugar pensando poder arreglarnos mejor sin él. Y he aquí lo que hemos logrado: nuestro césped y nuestros árboles están enfermos, nuestros pájaros y nuestros peces también; un cuarto de la humanidad es obesa, devora y mata, mientras otro cuarto, con el estómago vacío, es devorado y matado, y el resto se queda estancado entre ambos. Me gusta consumir. Consumo, luego soy. El cáncer es la necesidad de consumir trasladada a mis células. El cáncer es mi vida. Es el alma del famoso sistema económico que rige el planeta y que está acabando con él, al que nosotros mismos damos de comer mientras él nos devora. Ya lo dije, el cáncer es un amigo. Es más: es nuestro dios, a nuestra imagen y semejanza.
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Seguimos con el mismo discurso. Después de la controversia, que duró varios domingos, Mateo sigue hablando para su comunidad y poniendo en boca de Jesús lo que quiere decir él a aquellos cristianos. Su intención es hacer ver la diferencia entre el antiguo Israel y la nueva comunidad.
En el relato de hoy, Jesús no habla a los fariseos, sino a la gente y a sus discípulos. Este texto prepara las siete maldiciones que pone el evangelio en boca de Jesús: “Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas...” Mateo pide a su comunidad que no caiga en los mismos errores que critica. Su preocupación está justificada, porque el cristianismo cayó muy pronto en un fariseísmo mayor que el judío EXPLICACIÓN Nos llevaría demasiado tiempo el explicar cada una de las frases que hemos leído. Vamos a revisar sólo algunas. La verdad es que hoy no se necesita ninguna exégesis especializada. Se entiende todo perfectamente. Otra cosa es que nos interese, de verdad, seguir las directrices del evangelio. De muchos, que se encuentran hoy sentados en cátedras, se podía decir lo mismo que el evangelio dice a los fariseos. ¡Qué poco han cambiado las cosas! El texto sigue teniendo hoy una rabiosa actualidad. El ambiente reflejado en este texto, no es el del tiempo de Jesús, sino el de la comunidad de Mateo, cuando escribe su evangelio. El judaísmo del tiempo de Jesús, estaba integrado por numerosas organizaciones, partidos y sectas, que tenían distinta manera de ver y practicar la religión. Jesús, criticó a muchos de esos grupos, pero los furibundos ataques contra los fariseos que aparecen en los evangelios, seguramente no corresponden a Jesús, sino a una situación que comienza a partir de la destrucción de Jerusalén en el año 70. Fue entonces cuando, desaparecido el sacerdocio, los fariseos se hicieron con el absoluto control del judaísmo e impusieron a todos su manera de pensar. Solo entonces decidieron expulsar del judaísmo a los cristianos y declararles formalmente herejes. Lo que reflejan los evangelios es la reacción de los cristianos contra esos fariseos, que se mantuvo a través de los siglos. En el texto de hoy encontramos dos pistas para descubrir que esas palabras no las dijo Jesús: a) Nunca pudo decir que el único Señor era él mismo. b) La denominación de “hermanos”, que el evangelista pone en boca de Jesús, fue un distintivo de la primera comunidad cristiana. El saber que no lo dijo Jesús no resta un ápice la importancia de la advertencia a aquellas primeras comunidades. “Ellos no hacen lo que dicen”. No es exacto que los fariseos fueran por definición “fariseos”. Eran cumplidores, pero su rigorismo en la interpretación de la Ley les obligó a disimular que eran incapaces de cumplirla, para poder seguir exigiendo a los demás lo que ellos no hacían. Pero el engaño mayor consistía en exigirles en nombre de Dios unas prácticas que no les podían traer salvación, porque no eran más que preceptos humanos. “Cargan a la gente con fardos pesados e insoportables”. Eran 613 los preceptos que tenía que cumplir todo israelita para ser fiel a la Ley y, según algunos, todos tenían la misma importancia. En ese fárrago de prescripciones, la vida humana quedaba aprisionada y las personas sumidas en una frustración alienante. Recordemos que Jesús había dicho: “Mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. “Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. Cuando se pone la perfección en el cumplimiento de normas externas, sólo caben dos salidas: En la medida que la alcances, la soberbia. Soy más que los demás y puedo mirarlos por encima del hombro. En la medida que no la alcanzas, la simulación. Lo que los demás piensen de mí es más importante que lo que soy realmente. De ahí el afán por exagerar todos los signos externos de religiosidad. Hoy sigue habiendo cristianos que están es esa misma dinámica. “Vosotros, en cambio...” Aquí tenemos la clave del texto. La nueva comunidad no debe comportarse como los fariseos, sino desde la autenticidad. Esto es lo que quiere dejar claro Mateo. El mensaje central del evangelio consiste en abandonar todo intento de superioridad y entrar en una dinámica de servicio incondicional a los demás. Cuando Juan habla del pecado del mundo, se refiere siempre al oprimir o al dejarse oprimir. “No os dejéis llamar maestros, no llaméis a nadie padre, no os dejéis llamar jefes”. ¡Qué poco dura lo auténtico! Seguramente ya se empezaba a estructurar la comunidad y ya había, en aquella época, quien quería ser más que los demás. Los seres humanos somos capaces de remover el cielo y la tierra, con tal de justificar el estar pon encima de los demás y de alguna manera someterlos y utilizarlos en beneficio propio. “El primero entre vosotros será vuestro servidor”. Jesús exige lo que él vivió. El mismo Jesús comenta esto en otro lugar: “lo mismo que el Hijo de hombre no ha venida para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Recordad que cuando Juan dice “dar su vida”, no emplea “zoe” ni “bios”, sino “psiques”. No está hablando de la vida biológica o zoológica, que entregó en la cruz, sino de la vida sicológica (propiamente humana) que pone al servicio de los demás durante su vida biológica. El que se ensalza se humilla y el que se humilla se ensalza”. Pensamiento clave para entender a Jesús. Siempre que pretendemos estar por encima de los demás, nos deshumanizamos y nos rebajamos como seres humanos, y viceversa. APLICACIÓN Sería muy fácil quedarnos en la consideración de lo malos que eran aquellos hipócritas fariseos. O de la reprimenda que les cae hoy a los superiores. Siempre estaremos inclinados a descubrir lo que las Escrituras exigen a los demás. Pero el texto dice: no os dejéis llamar... y no llaméis a nadie... Parece que la advertencia es para todos. Ciertamente, a primera vista el principal reproche se hace a los superiores. A ello nos empuja también la primera lectura. Sin duda ninguna la jerarquía debería hacer un serio examen de conciencia partiendo de estas palabras del evangelio y de otras que van en la misma dirección, pero los títulos se los damos nosotros: Muy Reverendo Padre Superior, Eminencia Reverendísima, santísimo Padre. Una vez más debemos recordar que Jesús no lanza sus diatribas contra la autoridad, sino contra la autoridad que se ejerce como poder y opresión. El que quiera ser primero que sea el último y el servidor de todos. La Iglesia empezó muy pronto a organizarse copiando en su estructura el organigrama de las instituciones civiles, sobre todo las del imperio. Lo malo fue que, poco a poco, olvidándose del evangelio, le fue dando más y más importancia al poder como tal, y terminó sacralizándolo, en contra del evangelio. Una vez que entró por esa dinámica, no ha visto la manera de salir de ella. Desde la Edad Media, se han alzado en todas las épocas voces en contra de la estructura de poder (jerarquía) de la Iglesia Romana. Muchos vieron la necesidad de reformarla, pero nadie ha sido capaz de emprender con éxito esa renovación. Juan Pablo I lo anunció, pero no vivió para realizarla. El poder absoluto corrompe absolutamente. Y no hay poder más absoluto que el que se ejerce en nombre de Dios. El domingo pasado hablábamos del peligro de las instituciones, porque no pueden dar lo que verdaderamente pidió Jesús: el amor. Las instituciones son imprescindibles, porque el ser humano es un ser social, y para vivir en sociedad hay que organizarse. Lo que no podemos consentir es que la institución se considere fin en sí misma. Todas tienen que estar al servicio del hombre. Una sola persona debe estar siempre por encima de cualquier institución, aunque sea la sacrosanta institución eclesial. Todas las agrupaciones humanas deben ser medios para que el ser humano pueda alcanzar más fácilmente su plenitud. Pero estaríamos completamente equivocados si creyésemos que toda la culpa la tienen los superiores. Un examen cuidadoso de la sicología humana, nos llevará a descubrir, que somos los inferiores los que tendemos a buscar el refugio de otras personas en las que depositamos la confianza para encontrar seguridad, a cambio de que nos liberen de las responsabilidades más acuciantes y más comprometidas, aunque eso suponga un cierto grado de sumisión. Aparentemente la carga de que me libero, es mayor de la que supone la sumisión. Esta es la trampa, porque actuando de esta manera renunciamos a la libertad, sin la cual no puede haber persona humana, y renunciamos al compromiso, sin el cual no hay crecimiento. Obedecer órdenes no garantiza el cumplimiento de la voluntad de Dios. Ser fiel a Dios es ser fiel a ti mismo, a tu auténtico ser. Lo que Dios quiere de ti, te lo está diciendo Él desde dentro de ti mismo. Entre Dios y tú no puede haber intermediarios. Todo el que quiera doblegar tu voluntad en nombre de Dios, te está engañando. Es verdad que nunca podremos alcanzar la plenitud en soledad, pero los demás, todos los demás, tienen que ayudarme a descubrir el camino de esa plenitud, mostrándome la posibilidad de alcanzarla o los errores que me lo puedan impedir. Meditación-contemplación No llaméis a nadie… No os dejéis llamar… En el orden espiritual, nadie es más que nadie. Todo lo que somos se lo debemos a Dios y Dios da a todos lo mismo porque se da Él mismo. ……………. No quiere decir que no nos necesitemos unos a otros. Sin ayuda yo no llegaría a ninguna parte. La energía para caminar ya la tengo. Falta saber en qué dirección tengo que orientar mis pasos. ……………. Sólo el que ha subido antes a la cumbre Estará en condiciones de mostrarme las dificultades del camino. Siempre que el objetivo sea llegar a la cumbre, y no hacerte dar vueltas para provocar tu dependencia. Sobre el capítulo 13 del evangelio de Mateo, cuyo comienzo (1-12) leemos en este domingo, Francesc Riera ha escrito que constituye “una página anticlerical como pocas” (F. RIERA, El evangelio de Mateo, vol.2, Sal Terrae, Santander 2010, p.45).
Ciertamente, es un capítulo que destaca por la dureza de sus juicios acerca de los fariseos –élite religiosa judía- y de los escribas o “teólogos oficiales”, pertenecientes también a aquel mismo grupo. Trataremos de comprender el texto en sí mismo y, a continuación, nos preguntaremos hasta qué punto puede remontarse al Jesús histórico, o se trata más bien de descalificaciones surgidas en una polémica posterior. La “cátedra de Moisés” hace referencia a la sede desde la que los escribas comentaban la Toráh. Las “filacterias” eran estuches de cuero que contenían textos bíblicos. Se llevaban, para la oración, en la frente y en el brazo izquierdo. De ese modo, creían observar literalmente aquel precepto bíblico de “tener siempre presente la Ley”. Las franjasadornaban ostentosamente el manto de la oración. El capítulo se abre con una invectiva durísima contra los maestros “oficiales” de la religión. Se les acusa de incoherencia, falsedad o hipocresía: “no hacen lo que dicen”. Es, probablemente, la acusación que más hace tambalear a cualquier tipo de magisterio; el predicador se desacredita a sí mismo debido a su incoherencia. Pero hay más. No contentos con ello, se empeñan en imponer cargas insoportables a la gente, mientras ellos no mueven un dedo. Es la misma incoherencia, con el añadido de la imposición severa sobre los otros: a la hipocresía se le añade el abuso de autoridad para, en nombre de la religión que ellos no viven, oprimir a quienes los siguen de buena fe. Ellos viven para la imagen: buscan el reconocimiento social, los puestos de honor, las reverencias y los títulos. En las líneas que siguen, parece claro que los destinatarios son ya los responsables de las jóvenes comunidades cristianas. Es a ellos a quienes se les insiste en que no se hagan llamar “maestro” (rabbí), ni “padre”, ni “guía” o instructor. En la comunidad cristiana, no cabe ninguna otra jerarquía que no sea la del servicio. Indudablemente, la organización es imprescindible en cualquier grupo humano que quiera asegurar una continuidad. Pero no es menos cierto que la organización necesaria fácilmente desemboca en una jerarquización desmesurada, a la que pueden aplicarse las palabras que comentábamos. Críticas que pueden dirigirse a cualquier autoridad religiosa que muestra preferencias por el reconocimiento social, los primeros puestos, las reverencias, las denominaciones, los títulos… o incluso la ropa. Pero que han de tener, lógicamente, una incidencia mayor cuando esa autoridad se remite al propio evangelio. Por eso, no debería extrañarnos el recelo de tanta gente sencilla cuando ve gestos, actitudes y comportamientos de autoridades religiosas cristianas. La segunda cuestión a abordar en este comentario es la referida a la autoría de todas estas denuncias. ¿Son palabras de Jesús… o de cristianos de la segunda generación, que han puesto en su boca? ¿Fueron pronunciadas en los años 30… o en los 80, cuando los judeocristianos fueron expulsados de la sinagoga? Aunque no es fácil tener certeza absoluta, lo más probable es que la segunda posibilidad sea la más cierta. Es innegable el conflicto que Jesús vivió con la autoridad religiosa de su pueblo. Puede admitirse, incluso, que tuviera sus discrepancias con los grupos fariseos o algunos escribas (aunque sin negar grandes sintonías entre el maestro de Nazaret y el grupo fariseo). Lo que después nos ha llegado habría sido filtrado por unas comunidades cristianas que se encontraron en medio de una polémica fratricida con el fariseísmo surgido de Jamnia, empeñado en excluir de la sinagoga a los seguidores de Jesús. Como reacción, las comunidades cristianas, reconociéndose a sí mismas como “el nuevo y verdadero Israel”, cargaron las tintas contra el grupo fariseo, al que acusaban de pervertir la tradición de su pueblo. Es conocido que, hasta la destrucción del Templo de Jerusalén, en el año 70, dentro del judaísmo convivían, mejor o peor, distintos grupos: fariseos, saduceos, esenios, baptistas, cristianos… A partir del año 70, quedan únicamente dos grupos: uno mayoritario, reconstruido por los fariseos en la asamblea de Jamnia, y el minoritario de los “cristianos”. Cuando aquéllos, en su afán de preservar el judaísmo ortodoxo tras la catástrofe de la destrucción, deciden excomulgar a los discípulos de Jesús, éstos reaccionan del mismo modo. Pues bien, en esta agria polémica –de la que encontramos también testimonios en el Libro de los Hechos de los Apóstoles-, es donde nacieron, probablemente, las acusaciones antifariseas, como las que se contienen en el capítulo 13 de Mateo. El evangelista, al redactar su texto, no duda en poner en labios de Jesús las descalificaciones que, en realidad, eran posteriores. Este modo de hacer, que a nosotros no sólo nos sorprende, sino que nos parece gravemente “falsificador”, no resultaba inhabitual en aquel contexto. Y sólo desde aquella perspectiva podremos comprenderlo. Finalmente, por más que el texto, tal como nos ha llegado, recoja los juicios de la comunidad cristiana, con ello no se niega que alguna de las denuncias no perteneciera propiamente al Jesús histórico. Pero no parece posible establecer una delimitación ni siquiera aproximada. Lo que podemos aprender de toda esta “peripecia histórica” no es poco:
El texto que leemos está despiadadamente mutilado. Este fragmento es común - con leves variaciones - a Mateo, Marcos y Lucas, pero es precisamente Mateo el que reseña la larga y terrible invectiva de Jesús contra los letrados y los fariseos: la recordamos abreviada:
"¡Ay de vosotros letrados y fariseos hipócritas! que cerráis a los hombres el reino de Dios; vosotros no entráis ni dejáis entrar a los que lo intentan. ¡Ay de vosotros letrados y fariseos hipócritas! que recorréis mar y tierra para ganar un prosélito y, cuando lo conseguís, lo hacéis merecedor del fuego el doble que vosotros! ¡Ay de vosotros, guías de ciegos! que decís... (viene aquí el párrafo sobre el juramento por el templo, por el oro del templo etc. ) ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas! que pagáis el diezmo de la menta el anís y el comino, y descuidáis lo más grave de la ley; la justicia, la misericordia y la lealtad. Eso es lo que hay que observar, sin descuidar lo otro. ¡Guías de ciegos! que filtráis el mosquito y os bebéis el camello. ¡Ay de vosotros letrados y fariseos hipócritas! que limpiáis por fuera la copa y el plato, cuando por dentro están llenos de robos y desenfreno. ¡Fariseo ciego! limpia primero por dentro la copa y así quedará limpia por fuera. ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas! que construís mausoleos a los profetas y monumentos a los justos, comentando: 'si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros antepasados, no habríamos participado en el asesinato de los profetas?, con lo cual reconocéis que sois descendientes de los que mataron a los profetas. Pues colmad la medida de vuestros antepasados. ¡Serpientes, camada de víboras! ¿Cómo evitaréis la condena al fuego? Mirad, para eso os estoy enviando profetas, doctores y letrados: a unos los mataréis y crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad. Así recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente derramada en la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías hijo de Baraquías a quien matasteis entre el atrio y el altar. Os aseguro que todo recaerá sobre esta generación. ¡Jerusalén, Jerusalén! que matas a los profetas y apedreas a los enviados, ¡cuántas veces intenté reunir a tus hijos como la gallina reúne a la pollada bajo sus alas, y os resististeis. Pues bien, vuestra casa quedará desierta. Os digo que a partir de ahora no volveréis a verme hasta que digáis 'Bendito en nombre del Señor el que viene'. Jesús salió del templo... ( y se produce la predicción de la destrucción del templo, unida a las predicciones escatológicas) Es, por tanto, la ruptura final. Los letrados y los fariseos son los sabios y los santos de Israel. También los sacerdotes han sido increpados de semejante manera. Ya no hay sitio en Israel para Jesús. En el texto llaman poderosamente la atención dos aspectos. Ante todo, la "furia" de Jesús. Nunca le habíamos visto así. Son palabras de una violencia increíble. Nos ayudan a entender mejor a Jesús, del que a veces exageramos la dulzura sin entender su fuerza, su intransigencia con el mal, su carácter valiente y "sin pelos en la lengua". Por otra parte, no deja de ser llamativo que sea precisamente Mateo el único de los evangelistas que recoge íntegra esta imprecación. Sabemos que el evangelio de Mateo se escribe en una comunidad de cristianos provenientes del judaísmo y probablemente de ambiente farisaico, y que el mismo autor tiene expresiones que parecen indicar que es un "letrado". Este texto está reflejando sin duda el ambiente de persecución que los cristianos de esa comunidad están sufriendo por parte de "la sinagoga", y su expulsión de la misma, una vez destruida Jerusalén y reorganizado el judaísmo en Jamnia, en forma más estricta y excluyente que nunca, bajo inspiración y control farisaicos. La violencia de este texto hay que situarla por tanto (también) como denuncia profética, no tanto anunciando el futuro (la destrucción de Jerusalén) sino interpretándola una vez sucedida como consecuencia de la infidelidad a Dios. Por otra parte, el texto en sí no requiere explicación. Delata a las claras que el cumplimiento de la Ley que predicaban aquellos fariseos y sus letrados es la antítesis del Reino que Jesús proclama. ¿Por qué "lo de Jesús" era tan diferente, por qué chocó frontalmente con la religiosidad de los jefes de Israel? En teoría, Jesús es el Mesías anunciado, esperado y deseado, es la culminación de La Promesa. Pero no es recibido, es llevado a la cruz como blasfemo, falso profeta... La violencia de este texto de Mateo, el "silencio mesiánico" de Marcos y el "vino a los suyos y los suyos no le recibieron" de Juan muestran bien a las claras el profundo desgarro que este rechazo supuso para los evangelistas judíos, que vieron a su pueblo apartarse definitivamente de La Alianza, rechazar "al que tenía que venir". Y sin embargo, no es una novedad en Israel. El mismo texto de hoy recuerda la frecuente muerte violenta de los Profetas, que recuerdan al pueblo y a los reyes la fidelidad a la Ley y son por ello perseguidos y lapidados. Pero la diferencia con Jesús es grande. Los profetas mueren porque el pueblo y los reyes rechazan la Ley, se han apartado del culto, no siguen al Señor. Pero Jesús será rechazado en nombre de la Ley misma, en nombre del culto, en nombre del templo y de la fidelidad a Moisés. Es conveniente reflexionar en "la novedad" del mensaje de Jesús, y lo vamos a hacer brevemente, condensándolo en algunos aspectos más significativos. 1.- EL SACERDOCIO - EL TEMPLO - LO SAGRADO La revelación de Jesús ha destruido el viejo concepto sagrado-profano. No hay nada profano. La creación es revelación y plan de Dios. Toda la vida del hombre es respuesta. Dios no habita en un lugar. El corazón del hombre es el único templo, la comunidad de creyentes es la presencia de Jesús. Lo sagrado es la persona humana. No espera Dios culto de inciensos y cantos de alabanza, sino servicio a los que necesitan. No hacen falta intermediarios ni guardianes de misterios sino servidores de la comunidad. No hay más intermediario que Jesús, el Sacramento del Padre. Pero es pecado propio del pueblo y de sus sacerdotes arrinconar lo sagrado para que unos pocos carguen con ello y nos dejen vivir en lo profano cobrándonos el precio de la sumisión a su mediación. Y es pecado de esos intermediarios creérselo y alimentar este pecado del pueblo. Y era ése uno de los pecados crónicos de Israel: sustituir la vida por el culto, centrar la presencia de Dios en el templo y "calmarla" con sacrificios y ofrendas. 2.-CUMPLIMIENTO No pocas veces, la consecuencia inmediata de esta religiosidad es satisfacerse con cumplir preceptos. El modo de cumplimiento de aquellos sacerdotes y fariseos era ya rayano en lo ridículo, pero es el final de un proceso que nos tienta. Haríamos lo que fuera con tal de evitar lo verdadero: la conversión de toda la vida a Abbá, la orientación de todo al Reino. La vieja fórmula "ama y haz lo que quieras" es la última expresión de la de San Pablo: "nos ha liberado de la Ley". Nosotros preferimos la Ley: "Dígame qué hay que hacer". La respuesta es "aceptar a Dios", luego, haz según te lo pida el corazón. La Antigua Ley era tomada a veces como un conjunto de preceptos, cumplidos los cuales Dios quedaba satisfecho. Aunque el corazón humano no se abriese a Dios. Y el cumplimiento de los preceptos produce "justicia", ser irreprochable ante Dios. Y no es así: Jesús afirma, sin duda irónicamente, que "los justos" no tienen necesidad de Él. Se dirige a los pecadores, es decir, a todos. Y no busca cumplimiento de normas, sino conversión del corazón a Dios. 3.- EL PRIMERO Y EL ÚLTIMO En forma de exageraciones propias del género rabínico, Jesús rechaza la aceptación de personas: os dais importancia, "maestro, jefe, padre, señor..." Eso es sólo el servicio que te ha tocado desempeñar. ¿Quién es grande o importante...? El que hace la voluntad de mi Padre, sea maestro o basurero, ¿qué más da eso de "primero y último"? En el Reino se valoran otras cosas. Esto tiene otra vertiente. En el Reino, el que más importa es el que más necesita. Ése es el regalo que Dios nos ha puesto para darnos oportunidades de servir. Ése puede convertir nuestro corazón, hacer válida nuestra vida. Por eso Jesús tiene el corazón con los niños, con los enfermos, con los pobres. Esos son los que nos salvan. En el Reino, Jesús lavando los pies a los discípulos es la norma de oro. Ese es el primero, el que de rodillas sirve a los demás. Y todo lo demás, sacerdocios, sacramentos, ley... para esto. Y si no sirven para esto, no sirven. Un acertado titulo del obispo Gaillot lo dice bien: “Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada” No es extraño que a Jesús lo mataran "los justos" y "los primeros". Su mundo quedaba destruido por la palabra de Jesús. Entendieron muy bien a Jesús. Las tinieblas se cerraron ante la luz. La Conferencia Episcopal orienta a los electores en una “nota” para que no voten a los partidos del divorcio, el aborto y el matrimonio homosexual
No disponen de partido ni se presentan a las elecciones, pero los obispos tienen un programa. Lo desgranó ayer su portavoz, Juan Antonio Martínez Camino, en conferencia de prensa, desde el horizonte de lo que los prelados llaman “fundamentos prepolíticos”. Su tesis es que las leyes no son siempre morales y justas “por el mero hecho de que emanen de organismos legítimos”. Por ello, reclaman que, antes de votar, se tenga en cuenta “el peligro que suponen opciones que no tutelan el derecho a la vida” desde su concepción a la muerte. Se refieren a la despenalización de aborto, a la aplazada legalización de la eutanasia y a la investigación con embriones con fines médicos. La Iglesia católica aboga por derogar la ley que permite el matrimonio gay Como medidas concretas, la Conferencia Episcopal Española (CEE) legislaría para suprimir el divorcio y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Dicen: “Es necesario tutelar el derecho de los españoles a ser tratados por la ley como esposo y esposa, en un matrimonio estable, que no quede a disposición de la voluntad de las partes ni, menos aún, de una sola de las partes. Son también peligrosos y nocivos para el bien común ordenamientos legales que no reconocen al matrimonio en su ser propio y específico, en cuanto unión firme de un varón y una mujer ordenada al bien de los esposos y de los hijos”. El pronunciamiento episcopal se ha producido mediante una “nota” y después de una larga reunión de la Comisión Permanente de la CEE, que empezó el martes y concluyó anteanoche. Presidido por el cardenal de Madrid, Antonio María Rouco, a este organismo pertenece lo más granado de la jerarquía del catolicismo español, entre ellos todos sus cardenales y arzobispos. También opinan los prelados sobre la crisis. Dicen: “Son necesarias políticas que corrijan los errores y desvíos cometidos en la administración de la hacienda pública y en las finanzas, y que atiendan a las necesidades de los más vulnerables, como son los ancianos, los enfermos y los inmigrantes”. En educación, un sector en el que la Iglesia romana es en España una potencia, incluso económica, la idea fuerza es que la enseñanza de la religión y la moral católica en la escuela pública debe ser “una asignatura fundamental opcional”. Afirman: “Es un modo de asegurar los derechos de la sociedad y de los padres y exige hoy una regulación más adecuada para que esos derechos sean efectivamente tutelados”. También insisten en que el Estado “debe evitar imposiciones ideológicas que lesionen el derecho de los padres a elegir la educación filosófica, moral y religiosa que deseen para sus hijos. En cambio, ha de ser facilitada la justa iniciativa social en este campo”. Pese al reconocimiento de “la legitimidad moral de los nacionalismos”, los prelados remachan un principio muy de su gusto: la necesidad de “tutelar el bien común de la nación española, evitando los riesgos de manipulación de la verdad histórica por causa de pretensiones separatistas o ideológicas de cualquier tipo”. Es en este punto cuando, casi de pasada, los obispos aluden al problema del terrorismo, pese a haber tenido noticia del comunicado de ETA cuando todavía estaban reunidos. Afirman: “Una sociedad que quiera ser libre y justa no puede reconocer explícita ni implícitamente a una organización terrorista como representante político de ningún sector de la población”. El portavoz de la CEE justificó este laconismo: “La Conferencia Episcopal nunca ha hecho una valoración moral, y mucho menos política, de ningún texto de ETA. Y tampoco lo va a hacer ahora”. Los obispos se remontan a un reciente discurso del papa Benedicto XVI en Alemania para sostener estos fundamentos electorales y las intenciones de la “nota”. “El cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado. Se ha referido, en cambio, a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho”, afirmó en su tierra el pontífice romano. Con esa idea, tan rebatible con la historia del nacionalcatolicismo en la mano, los prelados españoles dicen “no entrar en opciones de partido, ni pretender imponer a nadie ningún programa político”. También sostienen que “no se podría hablar de decisiones políticas morales o inmorales, justas o injustas, si el criterio exclusivo o determinante para su calificación fuera el del éxito electoral o el del beneficio material”. La historia del administrador tramposo y felicitado por su amo a pesar de ello, había provocado sorpresa y hasta indignación en el grupo.
José el de Arimatea, que aunque no pertenecía a nuestro grupo venía con frecuencia a estar con nosotros y sobre todo a escuchar a Jesús, no podía disimular su desconcierto: “Si yo tuviera un administrador así, os aseguro que a estas alturas estaría preso en una cárcel”, nos dijo. Judas, que guardaba la bolsa con nuestros escasos bienes, se burlaba de lo que había oído y decía con irónica amargura: “Si a mí, a quien culpáis de avaricia sólo porque no derrocho el dinero, se me hubiera ocurrido hacer algo parecido, seguro que Jesús me habría expulsado del grupo. Y sin embargo ahora pone como modelo a un despilfarrador de haciendas y pretende que le demos la enhorabuena…” La verdad es que todos coincidíamos en que Jesús había ido con su parábola más allá de los límites de la sensatez y Felipe murmuraba algo así como que con estos cuentos de final sorprendente lo único que Jesús conseguía era que se alejaran de él algunos posibles seguidores. Todos parecíamos estar de acuerdo cuando de pronto Susana, casi siempre silenciosa, levantó la voz y dijo: “- Después de escucharos, no me queda más remedio que dar la razón a Jesús cuando nos reprocha la torpeza y lentitud de nuestro corazón para entender sus palabras. Mientras nosotros somos torpes para los asuntos del Reino, aquél hombre fue listo. Y además ni uno sólo de vosotros ha recordado cómo acaba la parábola: “Haceos amigos con las ganancias injustas. Así, cuando tengáis que dejarlas, os recibirán en las eternas moradas” (Lc 16,9). Y de eso es de lo que trataba la historia, lo mismo que nos ha repetido Jesús setenta veces siete: que el dinero está para hacerse amigos con él, no para acumularlo, ni para poner en él la seguridad, ni para esconderlo bajo tierra. Cuando con nuestro dinero socorremos a un mendigo o a una viuda pobre, la bolsa se vacía, pero el corazón de esos pobres que hoy podrán comer, se llena de alegría y bendicen a Dios porque alguien que pasó a su lado hizo con ellos lo que los amigos hacen con sus amigos. Y además, no me parece extraño que Jesús alabe la conducta de ese administrador porque ¿no os parece que es él el primer derrochador? A veces pienso que está malgastando su vida junto a nosotros que no conseguimos comprender lo que nos dice y es como si nos estuviera firmando recibos que nunca seremos capaces de pagarle. En lo que no se parece al administrador de su historia es en que a él no le da vergüenza mendigar porque se diría que nos persigue día tras día tratando de conseguir de nosotros la limosna de nuestra confianza en él; y fuerza sí que tiene cuando no se cansa de intentar romper con sus palabras la corteza endurecida de nuestro corazón”. Estábamos tan atentos y sorprendidos por lo que decía Susana, que no nos dimos cuenta de que Jesús se había acercado por detrás y la escuchaba en silencio. Y esa noche, cuando rezamos juntos las palabras del Salmo: “De la boca de los pequeños has sacado una alabanza perfecta” (Sal 8, 1), él bendijo al Padre porque, una vez más, había revelado sus secretos a los pequeños y había dado a conocer su sabiduría a una mujer sencilla. En nuestra cultura cristiana subdesarrollada no se asocia espontáneamente la figura histórica de Jesús con los grandes combates por la libertad y la justicia, por la democracia real y los derechos de la persona, por la emancipación de la mujer y la de los pueblos, por la liberación de los oprimidos y, menos aún, por la misma laicidad.
No obstante, y a pesar de la feroz oposición de un clericalismo en simbiosis con el orden antiguo, no es una casualidad el que esos valores reivindicados como las conquistas más preciadas del mundo moderno, hayan fructificado precisa y principalmente en tierras de tradición cristiana. Porque al origen del mundo cristiano, y más allá de sus muchas representaciones que, a menudo, lo han ocultado o desfigurado, siempre está Jesús de Nazaret quien revoluciona literalmente la visión del hombre antiguo sobre sí mismo, sobre Dios, sobre la naturaleza y sobre la relación de los hombres entre sí. Esa revolución de Jesús no se inició, por cierto, con bombas y cabezas cortadas, ni con libros faros de sabiduría, sino con gestos simples y llenos de audacia, los que, en la época, desestabilizaron milenios de “rectitud” política, social y religiosa e impactaron finalmente el imaginario de un sinnúmero de pueblos y también, quizás, el inconsciente de la humanidad entera. Jesús fue, por cierto, un hombre de inmenso amor, pero de un amor que impulsaba a comprometerse por la justicia y la liberación de toda opresión, junto con una fe en el ser humano, una ternura y un don de sí mismo excepcionales. Para Jesús cada persona era sagrada e igual a él; acostumbraba ponerse al servicio de los más humildes como un criado de ellos. Nadie mandaba en el grupo de Jesús: todos eran iguales, y el más importante entre ellos era el servidor de todos. Él tenía una confianza casi ciega en los insospechables recursos del ser humano y una fe sin límites en la inagotable bondad de Dios para con su creación y sus criaturas. Tenía una visión absolutamente positiva de la historia y del desenlace final de la gran aventura del mundo creado. Se presentó en el mundo como una ventana abierta sobre un Dios humilde, sencillo, discreto, libre, sorprendente, tierno y gratuito, lleno de amor por la tierra y por los humanos, pese a todas las locuras, las perversiones y aberraciones de nuestra humanidad. Jesús fue en nuestra carne el rostro de un Dios que se sacrifica para que el ser humano crezca. Muy pocos tenemos de Jesús una idea así, probablemente porque la conciencia cristiana fue durante siglos moldeada por los sacerdotes. Son ellos los que en buena medida mantuvieron a Jesús al margen de las grandes corrientes de la evolución y de la emancipación humana, pese a que los mismos sacerdotes hayan sido a menudo pioneros en la ciencia y en la educación de los pueblos. De por sí, los sacerdotes son personas “apartadas” del mundo para el servicio del altar. Seguramente con buenas intenciones, pero también por deformación profesional, la mayoría de ellos lograron convertir a Jesús en un personaje semejante a ellos, es decir en un hombre de templo, de altar, de sermones, de confesionarios, de rezos, de misales, de devociones… y de poder. A ellos no les parecía decente que el nombre de Jesús fuera asociado con las luchas sociales por la justicia y la libertad, ni con los grandes adelantos de la ciencia, ni mucho menos con las audaces exploraciones del arte. Había que mantenerlo fuera y por encima de todas esas realidades de barro, como para que no se manchara… Y es así como se fraguó en la cultura cristiana la imagen de un Jesús “sacerdote eterno”, separado del mundo, asépticamente alejado de lo humano y ajeno a la historia… Un Jesús ni hombre, ni mujer, ni humano, ni ángel. Un Jesús que enseña lo que está bien y lo que está mal, un moralista del mundo antiguo. Ni siquiera se le ha mostrado como un gran maestro de espiritualidad para nuestros tiempos, y aún menos como un profeta social, cuyo único defecto podría ser el de ser todavía demasiado avanzado para nosotros. Actualmente, en los países ricos de tradición cristiana (que son los que controlan el 80% de las riquezas del globo…) grandes mayorías de cristianos están abandonando los cultos, los sacerdotes y los templos… Es como si todo eso necesitara desaparecer para que volviera a descubrirse a ese Jesús que no pertenece a una élite de iniciados, a un club de expertos en religión, a un sanedrín de buenas costumbres, sino a toda la humanidad. A la humanidad tal cual es, de carne y huesos, que vive, ama, trabaja, lucha, sufre, sueña, busca y camina con el único objeto de ser simplemente libre y verdaderamente humana… Ciertamente nuestro mundo llamado cristiano, por una gran parte, no ha sido evangelizado. A lo sumo fue “adoctrinado”, “enreligionado” y más o menos “moralizado” para... preservar el hermoso “orden” vigente (en el cual gozan de derechos reales solo aquellos que poseen la mayor cantidad de bienes). Ese mundo ha sido bautizado y confirmado, pero no se ha dejado “desestabilizar” por la buena y alegre noticia de Jesús de Nazaret. Todo aquello es un gran fracaso, acaso un reto para volver a empezarlo todo de nuevo, Dios mediante… Mateo y Marcos presentan este episodio en la última semana de la vida de Jesús, en el contexto de las polémicas con todos los poderes de Israel. Jesús ha escapado de la trampa de los fariseos acerca del tributo a César (que leíamos el domingo pasado), ha dejado clara la vida eterna, contra los saduceos que no creían en ella (recordemos que la mayor parte de los sacerdotes, al menos los sumos sacerdotes, eran saduceos ), y ahora se enfrenta a un doctor fariseo que le pregunta sobre el mayor mandamiento de la Ley. Mateo y Marcos son muy parecidos en la narración del suceso.
La pregunta es "de escuela", no religiosa sino académica. Los fariseos contaban seiscientos trece preceptos en La Ley, y había que saberlos y practicarlos todos. Jesús, una vez más, se sale de la discusión que le proponen y contesta "a lo que le debían haber preguntado". Para ello combina dos textos del Antiguo Testamento: Deuteronomio 6,5 y Levítico 19,18, que dicen así: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" En el texto de Marcos se cita el Deuteronomio con un poco más de extensión: "Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es uno solo: amarás...." y el letrado responde a Jesús corroborando (al parecer con entusiasmo) lo que dice Jesús: "El letrado respondió: - Muy bien, maestro; es verdad lo que dices, que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él, que amarlo de todo corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y los sacrificios" y Jesús le responde: "No estás lejos del Reino de Dios" El texto tiene un paralelo magnífico en Lucas 10: 21-37, porque se expone la misma doctrina, pero explicándola con la estupenda parábola del buen samaritano. Nos encontramos ante el corazón mismo de la revelación, de la esencia de la Buena Nueva. La Revelación de Jesús es un mensaje triple y único: - Dios es amor. - Amarás a Dios - Amarás al prójimo. Y las tres afirmaciones, en el fondo, son la misma. Dios es amor Es el centro de la Revelación de Jesús. La revelación de "ABBÄ". Conocemos sobradamente el tema. Este "cambio de Dios", la aceptación de "Abbá" es la diferenciación íntima del que ha entrado en el Reino. Ya nada va a ser igual: ni sus motivos para actuar, ni su oración... "Abbá" lo cambia todo. No había llegado Israel a formular plenamente la justificación del Primer Mandamiento: "Amarás a Dios". Dios, por más ternura y compasión con que se le represente, sigue siendo para Israel ante todo "El Señor, el Amo, el Poderoso, el Altísimo", y de la religiosidad de Israel se desprende más el respeto y la sumisión, por más que los profetas lo presenten como padre y como enamorado. Amar al Todopoderoso, al "Señor de los Ejércitos", es casi una osadía. Pero la revelación de Jesús pone punto final a esta distorsión. Podríamos formularla así: "Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser... porque Él te quiere así, más que tu Madre…" El amor a Dios no se basa en la admiración, en el reconocimiento de su majestad... El amor a Dios es una respuesta: Amo a Dios porque me siento querido por Él. Ahí está la raíz del "mandamiento", y la esencia de la Buena Noticia. En el fondo, la Buena Noticia no es más que esto: "Dios te quiere, como te quiere tu madre, pero en infinito". Esto es una experiencia interior, no un conocimiento intelectual. La conversión no es un arrepentimiento, un cambio de ideas, una decisión tomada por cálculo. La conversión es la consecuencia de un profundo sentimiento: sentirse querido por Dios cambia la vida, cambia el corazón. Ese cambio es la conversión. Sentirse querido por Dios no por merecerlo sino por necesitarlo. Dios no me quiere porque soy bueno, justo, santo... Dios me quiere, sin más, como las madres quieren a sus hijos, no porque sean listos o guapos. Les quieren antes de nacer, sin conocerlos. Así me quiere Dios. Y ni siquiera mis pecados pueden cambiar a Dios. El amor de mi Madre es mucho más fuerte que mis pecados. Dios es Amor, esa es su Esencia. Este es el corazón de la Buena Noticia de Jesús. Y nuestra fe se basa en creerle. Dios-amor es la esencia del mundo. Lo contrario del amor es la muerte total. Amar o morir. Amor o destrucción. La esencia del ser humano es la capacidad de construirse amando. El error es intentar hacer sociedad humana sobre otros cimientos: violencia, poder, justicia. La justicia no es más que un sustituto jurídico o una consecuencia del amor. La justicia sola tampoco es humana. Nadie puede vivir de la justicia, porque en la esencia del ser humano está amasado el pecado, el error. Y la justicia no cura, no cambia al ser humano por dentro. La verdadera justicia está en dar a cada uno lo que le corresponde. Y a los hijos les corresponde amor, y a los pecadores, comprensión y posibilidad de redención... Y esto es ya más, mucho más que justicia. La esencia del doble mandamiento es, por tanto, mucho más que un "mandamiento", con todo el sabor moralista que la palabra encierra; es la definición de la humanidad: hijos queridos de Dios que sólo queriéndose como hijos podrán realizarse. Las lecturas de todos estos domingos terminarán en la fiesta de Cristo Rey con la "parábola" del juicio final. Y allí se nos dará otra clave importante de interpretación de todo esto: - Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber? ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos o desnudo y te vestimos? ¿ cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: - Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis" Ese "conmigo lo hicisteis" viene a ser la más profunda definición de "religión según Jesús". Ni siquiera importa que conozcas a Dios, que te des cuenta de que se lo haces a Él. Lo que importa es que lo hagas. Por esta razón se puede predicar la Buena Noticia a los budistas, los mahometanos, los ateos... y a cualquiera. Lo de Jesús es más que una religión convencional, va más al fondo. Amarás al prójimo como a ti mismo Como a ti mismo. La clave está en que no hay diferencia entre el amor que me tengo a mí y el que tengo a los demás. Esto se da entre hermanos, en la familia. Entre hermanos y en la familia usamos mejor la primera persona del plural que la primera persona del singular. Esto caracteriza a un matrimonio que se quiere de veras. Que rara vez dice "yo", sino "nosotros". Esto es lo que diferencia a los cristianos. Saber quién es Dios, saber quién es el hombre, vivir para el bien de los demás. Saber y sentir que eso es la mejor manera de vivir para el propio bien. Es el egoísmo correcto, buscar mi mayor bien y descubrirlo en servir... y olvidarme de que busco mi bien. Es decir, realizarse en el amor, no en el odio, no en el triunfo sobre alguien... Y recordemos que todas las parábolas del Evangelio van en esta dirección. El Hijo pródigo, el Buen samaritano... Eso es entrar en el Reino. Por eso, la proclamación unitaria de nuestra fe es: "Hemos descubierto (Jesús nos ha descubierto) el secreto de todo, el secreto de Dios y del mundo: el amor es el que mueve todo para bien. Aceptar ese Dios, ese hombre, ese modo de vivir; eso es el Reino. Este es el mensaje preciso de Juan. Creo que es suficiente leer detenidamente este fragmento de su primera carta. Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, como Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque él nos amó primero. Si alguno dice: « Amo a Dios », y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano. (1Jn 4:7‑21) Es difícil aceptar que Dios ama. ¿Cómo lo podremos decir hoy a las víctimas de las guerras, a los que mueren de hambre en Africa, a los gamines de las ciudades de América...? En el amor de Dios se cree, se cree mirando a Jesús. En Jesús conocemos cómo es Dios. Vemos cómo es Dios viendo a Jesús jugarse el prestigio por salvar pecadores, por curar leprosos, jugarse la vida por salvar a la adúltera, llegando hasta la misma cruz. Más difícil aún vivir en el amor en un mundo de extraños, competidores… Para entenderlo bien, es imprescindible mirar cómo lo vivió el mismo Jesús: imperturbable servidor de todos los humildes, arriesgado sanador, recuperador de los despreciados, rompedor de tabúes a favor de extranjeros, marginados, mujeres, endemoniados … Jesús no se siente enemigo de sus enemigos: ruega por ellos, llora porque no les puede ayudar. Más difícil aún hablar de amor en una sociedad en que se mata, se secuestra, se amenaza en nombre de presuntos derechos conculcados de un pueblo que algunos sienten elegido, diferente, privilegiado. Arrogándose la representación exclusiva de ese pueblo, sin que ese pueblo se la haya dado, hay quienes se arrogan también el derecho sobre la vida, la libertad y las opiniones de muchos, incluso de personas que nada tienen que ver y son solamente víctimas fáciles, objetivos sin riesgo. Difícil tener corazón suficientemente fuerte para conservar el amor a los enemigos y no dejarse llevar por el deseo de la pura y seca justicia, perfectamente justificable y humano, pero inferior a las exigencias de Jesús. Más difícil aún cuando otros, que no matan ni secuestran, prestan a los que matan y secuestran más apoyo que a los muertos, secuestrados y amenazados, y a las familias de éstos. Difícil convivir y más difícil aún amar, no sólo a los asesinos sino a sus amigos; porque como amigos de asesinos aparecen todos aquellos que no rechazan expresamente lo que hacen y se muestran más cercanos a ellos que a sus víctimas. Más difícil aún celebrar la eucaristía con quienes están dispuestos a celebrarla con amigos y justificadores de asesinos. Y cuando quienes tienen alguna autoridad en la iglesia parecen dudar entre la defensa de los asesinados, secuestrados y amenazados y la justificación de las víctimas, más difícil todavía conservar la comunión y presumir que todo eso se hace por fidelidad a la palabra de Jesús. Pienso que la radicalidad de Jesús fue precisamente una toma de postura radical a favor del que sufre y en contra del que hace sufrir. Y no hay mayor sufrimiento que perder la vida, no hay víctimas más víctimas que los inocentes que son privados de los más básicos derechos, hasta del derecho a vivir, sin estar algunos ni siquiera lejanamente implicados en los intereses o exigencias de sus asesinos. Personalmente no me cabe duda alguna de que esos son los primeros que deben ser amados, defendidos y amparados, y que, si hay quienes no los consideran primeros en ese amor, defensa y amparo, esos tales padecen una profunda obcecación, que les hace confundir gravemente los criterios del evangelio, subordinándolos a otros criterios que a muchos nos parecen lejanos, ajenos, e incluso opuestos a los valores y criterios de Jesús. La pregunta sobre el tributo al Cesar se la hicieron los fariseos y herodianos. A continuación, narra Mateo otra pregunta de los saduceos sobre la resurrección de los muertos, en la que ellos no creían. Quieren ridiculizar la creencia en otra vida con el supuesto de siete hermanos que estuvieron casados con la misma mujer. Jesús desbarata sus argumentos. Por eso, a continuación, el texto de hoy dice: “Al oír que había hecho callar a los saduceos”, los fariseos vuelven a la carga: ¿Cuál es el primer mandamiento? .
La pregunta no era tan sencilla, como nos puede parecer a nosotros hoy, porque la mayoría de los juristas consideraba que todos los mandamientos tenían la misma importancia y obligatoriedad. Otros defendían que guardar el sábado era la primera obligación de todo israelita. También había quien defendía el amor al prójimo como el principal. A nadie se le había ocurrido que el principal mandamiento, eran dos. En Mateo y en Marcos, Jesús responde recitando la “shemá” (escucha), que todo israelita piadoso recitaba dos veces cada día (Dt 6, 4-9); pero añaden una referencia al Lev 19,18, que prescribe amar al prójimo como a ti mismo. En Lucas, Jesús le dice al letrado: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?, y es el maestro de la Ley el que responde exactamente lo mismo. La originalidad de Jesús es doble. Por una parte el haber unido los dos mandamientos y por otra el ampliar el concepto de prójimo. En el primer caso no se trata sólo de una yuxtaposición o de una equiparación. Se trata de una identificación en toda regla. Juan que escribe veinte años más tarde que los sinópticos, lo tiene mucho más claro. Jesús da un solo mandamiento nuevo: “Que os améis unos a otros” (Jn 13,34). Esta es la novedad de Jesús. Es el mandamiento nuevo, por oposición al mandamiento antiguo, la Ley. Queda establecida la diferencia entre las dos alianzas. En el AT Dios hace un pacto y exige que se cumpla externamente, (Ley, moralidad). Cuando Moisés proclamó los diez mandamientos, lo hizo pensando en preservar al grupo de su destrucción. Un Dios que aglutine la comunidad y unos preceptos que impidan que los individuos se destruyan unos a otros; no matarás, no robarás, no adulterarás, etc. Como veíamos el domingo pasado, el valor absoluto del individuo es un descubrimiento de Jesús. Hasta entonces el individuo no contaba más que como perteneciente e integrado en el grupo. Desde esa perspectiva, lo único que interesaba eran las manifestaciones del amor, no el amor mismo. De ese modo, el amor podía ser un precepto. El amor que exige Jesús, no se alcanza con el cumplimiento de un precepto. En Jesús no se trata de una ley, sino de una respuesta a lo que Dios es. “Un amor que responde a su amor” (Jn 1,16). El amor que pide Jesús tiene que surgir desde lo hondo de la persona, no imponerse desde fuera. Se trata de manifestar hacia fuera, lo que Dios es en mi ser. El concepto de “prójimo” es modificado por Jesús de manera sustancial. Para un judío, prójimo era el que pertenecía al pueblo y a lo sumo el prosélito. Jesús desbarata esa barrera y postula que todos somos exactamente iguales para Dios. El cristianismo no siempre ha sabido trasmitir esta idea de igualdad y hemos seguido creyendo que nosotros somos los elegidos y que Dios es nuestro Dios, como los judíos de todos los tiempos. Jesús no pide nada para Dios. No propone como primer mandamiento amar a Dios. Dios es don total y no pide nada a cambio. Ni Él necesita nada de nosotros, ni nosotros le podemos dar nada. Hablando con propiedad, Dios ni ama ni puede ser amado. La exigencia de Jesús no es con relación a Dios, sino con relación al hombre. Cuando seguimos proponiendo los mandamientos de la “Ley de Dios” como marco para la vida de la comunidad, es que no hemos entendido ni aceptado el mensaje de Jesús. S. Agustín lo entendió muy bien cuando dijo: “Ama y haz lo que quieras”. Pero Pablo lo había dicho con la misma claridad: “Quien ama ha cumplido el resto de la Ley”.No se trata de una nueva ley, sino de hacer inútil toda ley, toda norma, todo precepto. Descubierto el amor, todo lo demás sobra. Toda religión, toda teología, tienen que ir encaminadas a ese descubrimiento: El hombre llega a su plenitud solo a través del amor. El “como a ti mismo” (también superado por Jesús: “como yo os he amado”) necesitaría un comentario más extenso. Únicamente diré, que el amor sólo se puede dar entre iguales. Si considero inferior al otro, mi relación con él nunca será de amor. Desde esta perspectiva, ¿a dónde se van todas nuestras “caridades”? Lo que nos pide Jesús es que quiera para los demás todo lo que estoy deseando para mí. ¡Y pensar que creo hacer un acto de caridad cuando doy al mendigo la ropa vieja que ya no voy a utilizar! APLICACIÓN Una vez más tenemos que resaltar la imposibilidad de aceptar el mensaje de Jesús sin abandonar la idea de Dios del AT. Esta es la trampa en la que cayeron los primeros cristianos que eran todos judíos. Aquí está, también, la clave para entender tantas aparentes contradicciones en los evangelios. Lo que pide Jesús es más de lo que puede enseñar cualquier institución. La excesiva fidelidad a la institución, impide el alcanzar el mandamiento nuevo. Por eso Jesús criticó tan duramente las instituciones religiosas de su tiempo (Templo, Ley, culto); se habían convertido en un obstáculo para llegar al hombre. El amor consiste en desarrollar la capacidad que tiene un ser de salir de sí e ir al otro para enriquecerle como persona. A Dios no se le puede amar directamente ni mucho ni poco, porque no le podemos conocer. Dios no es un sujeto con el que me pueda encontrar. No es nada distinto de mí o de la creación. No está en el cielo ni en ninguna otra parte. Amar a Dios no es hacer algo por Él, sino dejar que Él, que es amor, te encuentre. Demostraré que estoy abierto al Amor que es Dios, si amo a los demás. Si dejo de amar a una sola persona, puedo estar seguro de que lo que me mueve no es el amor, sino el egoísmo, el instinto, la pasión, el interés o la simple programación. El amor no puede ser un precepto. Sus manifestaciones sí. El peligro está en confundir el amor con alguna de sus manifestaciones. No responde a necesidades concretas de algún aspecto de mi ser, sino que acontece en la profundidad del ser, incluyendo todos sus aspectos. Es el único camino para un crecimiento armónico del ser, impidiendo que el interés de una parte del mismo, se imponga y arrastre a todo el ser, malográndolo (egoísmo, hedonismo). El superar el egoísmo no significa una renuncia sino un acopio de humanidad. No suprime ninguno de los aspectos de nuestra humanidad, sino que los colma y les da su verdadero sentido. Mientras no descubra esto, mi amor será puramente teórico y programático, no me enriquece, como persona. El amor no es algo que se pueda conseguir directamente, sino una consecuencia del conocimiento. Los escolásticos decían: “no se puede amar nada, si antes no se conoce”. Pero debe quedar muy claro, que de un conocimiento sensitivo o racional nace el egoísmo. Las conclusiones de un razonamiento serán siempre egoístas. Solo de un conocimiento vivencial (experiencia) puede nace el verdadero amor. Si necesitamos motivos para amar, no hemos descubierto el amor. Si amamos para hacer un favor al amado, funcionará sólo a medias. Tengo que descubrir que soy yo el que me enriquezco al amar. El problema está en que ese enriquecimiento se produce en mi verdadero ser, y eso no nos interesa demasiado. El mayor peligro a la hora de comprender el amor es que lo confundimos con el deseo de que el otro me quiera. El deseo de que otro me ame es instintivo y no va más allá del interés egoísta. La mayoría de las veces, cuando decimos te amo, en realidad queremos decir: “quiero que me quieras”. Esto no tiene nada que ver con el mensaje de Jesús. Lo que más aterroriza a un niño es el miedo a que sus padres dejen de quererle. A las personas mayores les obsesiona el miedo a ser un estorbo para sus hijos. Cuando un matrimonio se separa, comienza una carrera contra reloj para conseguir que los hijos les quieran más que al otro, y no tienen inconveniente ninguno en conseguirlo apartando al niño del amor al otro. Puede producirse un equilibrio de intereses cuando dos personas están en la misma actitud de querer que le quieran. Puede mantenerse incluso ese equilibrio durante toda una vida. Aún así, esas personas morirán sin saber lo que es el verdadero amor. Casi todos creemos que podemos amar a Dios aunque no amemos al prójimo; o peor aún que amamos a un prójimo mucho y a otro poco o nada. Nada más lejos de la realidad. El amor es uno solo porque es una actitud personal. El amor queda especificado en la persona que ama, no por la persona a la que llega. Tiene que existir antes de manifestarse. Lo que llega a los demás, lo que se percibe al exterior, son solo las manifestaciones de ese amor. La actitud vital es única en cada persona, pero el amor tengo que manifestarlo de distinta manera según sea la persona a la que amo. A mis padres les manifestaran el amor de una manera, a mis hijos de otra, a mis amigos de otra, al que es enemigo de otra, etc. Meditación-contemplación Tu verdadero ser es amor y nada más que amor. Esa es la meta de todo ser humano. Esa debe de ser tu meta. La gran noticia que Jesús nos aportó, es que puedes llegar a esa identificación con lo que Dios es. ………………….. Si estás en la disyuntiva “quiero amar pero no puedo”, es que no has recorrido el camino adecuado. El amor que Jesús nos pide es fruto de un descubrimiento, que sólo puedes hacer viajando hacia tu interior. ……………….. El conocimiento que te llevará al amor, no es discursivo. La razón siempre considerará un disparate ese Amor, porque su objetivo es la vida con minúscula. Más allá de lo razonable, tú puedes descubrir la Vida: la VIDA de Dios que está en ti y está en todas las cosas. …………………….. En el contexto judío del siglo I, la pregunta que el fariseo anónimo le plantea a Jesús no era baladí ni retórica. No resultaba fácil, para una persona piadosa que buscaba ser fiel a la Ley, establecer una jerarquía entre los 613 preceptos importantes -248 prescripciones y 365 prohibiciones- que se habían llegado a recopilar.
Tal codificación –llevada a cabo precisamente por los fariseos- había sido una tarea importante, pero es normal que produjera desaliento y confusión. De una manera u otra, era inevitable que se preguntara por “el más importante” de todos aquellos mandatos. Si bien la respuesta no era unánime –para algún rabino, el mandato más importante era el que se refería al cumplimiento del sábado-, la más frecuente iba en la línea que apuntará Jesús…, aunque aparecía al mismo nivel que los otros temas considerados prioritarios por la religión oficial: la pureza ritual y los diezmos (aparte el ya mencionado del sábado). La respuesta de Jesús es, al mismo tiempo, simplificadora, tradicional y radical: · simplificadora, porque reduce todo aquel conjunto normativo a un solo mandamiento: el amor; · tradicional, porque no hace sino unir, en un solo, dos mandamientos tomados de la tradición de su pueblo, tal como se recogían en el Libro del Deuteronomio (6,5: amor a Dios) y en el Levítico (19,18: amor al prójimo); · radical, porque no sólo establece una jerarquía entre los mandamientos, sino porque, en cierto sentido, hace que todos ellos se reduzcan al amor que, según él, “sostiene toda laToráh”. De ese modo, Jesús hace que todo el comportamiento moral gire en torno a lo que se conoce como la “regla de oro”, algo usual en prácticamente todas las grandes tradiciones espirituales. Dentro del propio judaísmo, ya en el Libro de Tobías (4,25), puede leerse: “No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti”. Y el escriba Hillel, algo anterior a Jesús, lo expresaba de este modo: “Lo que te desagrada, no se lo hagas al prójimo: aquí está toda la Ley. El resto es simplemente comentario”. En el mismo evangelio de Mateo (7,12), Jesús utiliza una fórmula taxativa, que nos recuerda la respuesta que estamos comentando: “Lo que queráis que los hombres os hagan, hacédselo vosotros a ellos: ésta es la Ley y los Profetas”. Me parece importante caer en la cuenta de que, al formular el “mandato del amor” como el fundamento de toda la Ley, no se está hablando en primer lugar de una prescripción, sino de una revelación. Es decir, no se está imponiendo una norma, sino que se nos está descubriendo lo que somos. El “primer mandato” es el amor, precisamente porque somos Amor. La “Regla de oro” nos recuerda nuestra identidad. Por esa razón, amar a Dios y a los otros no es algo que proceda del voluntarismo, sino quenace de la comprensión. Me parece cierto que el reconocimiento de la propia vulnerabilidad nos humaniza; limpia nuestra mirada y abre nuestro corazón al sufrimiento de los otros: empieza a brotar la compasión. Pero hay otra fuente más profunda de la compasión: es la comprensión de quienes somos. En cierto modo, podría decirse que la “realización” de la persona va acompañada de una doble característica: la sabiduría y la compasión. La primera permite comprender en profundidad o “ver” la verdad de las cosas; la segunda, es su expresión o manifestación. Quien “ve” no podrá no ser compasivo; no podrá no amar. Así entendemos la expresión del sabio hindú Nisargadatta: “El amor dice: «Yo soy todo». La sabiduría dice: «Yo soy nada». Mi vida fluye entre ambos”. O, de otro modo: "Comprender que uno es nada es sabiduría, comprender que uno es todo es amor". Frances Vaughan lo ha expresado de esta forma: “La compasión ve al Uno en los muchos, la sabiduría ve a los muchos en el Uno”. Y Willigis Jäger: “La gran compasión que surge de la experiencia de unidad se experimentará como la fuerza motriz del universo”. Es lo que, con unas u otras palabras, manifiestan todos los hombres y mujeres que han “visto”. El propio Jesús se nos presenta como “el hombre sabio y compasivo”. Lo que llegamos a comprender es que, en contra de la creencia de que somos seres separados –que sostiene y alimenta al ego-, nuestra verdadera identidad es “compartida”: somos como células de un mismo organismo. ¿Qué ocurriría en nuestro organismo si cada célula se considerara “aislada” del conjunto y tuviera un comportamiento autárquico? La realidad es no-dual y nada está separado de nada. En ese nivel, podemos decir con verdad: “soy tú”. Más importante, profunda y real que la “individual” (de “célula”) es la identidad que compartimos (el “organismo” que somos), en la que realmente nos encontramos. (Aunque no lo “sepa”, la célula es también cuerpo: una y otro son no-dos). Dicho de otro modo: si no interfiere nuestra mente no observada, notaremos que la conciencia se encuentra a sí misma en cada “otro”, ynos reconoceremos a nosotros mismos por doquier. Descubriremos, tras una ignorancia tan prolongada, que todo rostro es nuestro rostro… ytodo bien es nuestro bien. Ese día se habrá disipado toda oscuridad y habremos entrado en contacto con nuestra verdadera identidad. Un antiguo texto budista lo expresa de una manera tan profunda como hermosa: “Namasté. Yo honro el lugar dentro de ti donde el Universo entero reside. Yo honro el lugar dentro de ti de Amor y Luz, de Verdad y Paz. Yo honro el lugar dentro de ti donde cuando tú estás en ese punto tuyo, y yo estoy en ese punto mío, somos sólo Uno”. En lo concreto, No-dualidad significa Abrazo integrador. Dicho con otras palabras: la naturaleza última de lo Real es Amor. Amor que, como fuerza “unitiva”, mantiene cohesionado el conjunto, desde las partículas elementales hasta los inmensos espacios inabarcables. Se comprende que, en las religiones teístas, el “primer mandamiento” sea: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. No está hablando de un Dios que exigiera servidumbre por encima de todo –aunque se haya interpretado así desde una conciencia mítica-; significa, más bien, el reconocimiento de que la Realidad primera es Amor y que, por tanto, “acertamos” en la vida cuando nos alineamos con ella en esa misma clave y actitud amorosa. En el caso de Jesús, es patente que, para él, el amor es el “camino” por antonomasia; hasta el punto de que todo lo centra ahí: la figura del samaritano de la parábola es emblemática y no admite “apaños religiosos”, cuyos representantes son criticados en la misma narración: “Ve y haz tú lo mismo”. Así como otras tradiciones espirituales han priorizado el camino del conocimiento (jñana, gnosis), el maestro de Nazaret insistió en la práctica concreta del amor –especialmente a la persona en necesidad-, como camino de realización personal y colectiva (lo que él llamaba “Reino de Dios”). En realidad, se trata de diferentes caminos que conducen a la misma “meta”: despertar a quienes somos, desidentificándonos del yo. Cuando acallamos la mente –en el camino del conocimiento-, nos percatamos de que el ego es sólo una creación mental; cuando dejamos vivir el amor que somos –en la práctica compasiva, servicial y gratuita-, el ego queda igualmente trascendido. De un modo y otro, nos abrimos a la verdad de quienes somos, la identidad no-dual o “compartida”. Ahora bien, dado que los seres humanos somos tan condicionados y limitados, a la vez que con poderosas inercias hacia la egocentración –debido, probablemente, al momento evolutivo en el que nos encontramos-, puede ser bueno que pongamos expresamente cuidado en verificar cómo es nuestra actitud y nuestro comportamiento concreto hacia los otros. Aparte de ser el criterio más claro de un genuino camino espiritual, nos servirá de cuestionamiento para advertir si estamos viviendo en coherencia con lo que somos –amor-, o si seguimos enroscados en los laberintos egoicos…, creyéndonos “espirituales”. |
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