CIUDAD DEL VATICANO (AP). Un sacerdote católico estadounidense que respalda la ordenación de las mujeres fue arrestado brevemente el lunes tras exigir frente al Vaticano que éste apoye su causa.
El padre Roy Bourgeois y unas 10 personas más que lo respaldan caminaron por la avenida principal que lleva al Vaticano mientras sostenían una manta que pedía la ordenación de las mujeres católicas y antes de llegar a la Plaza de San Pedro corearon: “¿Qué queremos? ¡Mujeres sacerdotes! ¿Cuándo las queremos? ¡Ahora!” Los policías les impidieron entrar a la plaza y les dijeron que retiraran sus mantas porque carecen de un permiso para manifestarse. Cuando los agentes intentaron confiscar los letreros, el grupo se resistió, por lo que Bourgeois y dos de sus partidarias fueron detenidos y retirados de allí en automóviles patrulla, dijeron testigos. Los tres permanecieron detenidos unas dos horas en un cuartel policial de Roma y posteriormente se les dejó en libertad sin que se les formularan cargos, aunque los fiscales siguen investigando, dijo Bill Quigley, abogado de Bourgeois. El sacerdote, miembros de la Conferencia por la Ordenación de las Mujeres y otros grupos que apoyan el sacerdocio de las mujeres acudieron a Roma para presentar una petición firmada por unas 15,000 personas que respaldan a Bourgeois, quien podría ser dado de baja de su orden Maryknoll por su apoyo a esta causa. La Congregación para la Doctrina de la Fe, el órgano del Vaticano dedicado a custodiar las enseñanzas católicas, ordenó a Bourgeois en 2008 retirar su apoyo a la ordenación de mujeres o arriesgarse a ser excomulgado, después de que pronunció la homilía en la ordenación de Janice Sevre-Duszynska, una de varias mujeres que han desafiado a la Santa Sede y dicen ser sacerdotisas católicas. Las enseñanzas de la Iglesia sostienen que el sacerdocio está reservado para los hombres, ya que Jesucristo sólo eligió varones como sus apóstoles. Los partidarios del sacerdocio femenino dicen que no hay una base teológica para impedir que las mujeres sean ordenadas, que hay evidencia de que en los primeros años de la Iglesia las hubo y que la prohibición del Vaticano se basa solamente en argumentos sexistas.
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Es de bien nacidos ser agradecidos. Y ciertamente el papa Benedicto XVI lo es en grado sumo.
Por eso, con fecha de 22 de agosto del presente año, ha escrito una carta de su puño y letra al cardenal Rouco Varela para expresarle su reconocimiento y agradecimiento por las innumerables muestras de hospitalidad y las continuas atenciones dispensadas durante su visita a Madrid en agosto para clausurar la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). El agradecimiento se extiende “a las Autoridades Nacionales, Autonómicas y Municipales, a las Fuerzas de Seguridad, al personal sanitario y a los incontables voluntarios que se han empeñado en tan magno evento juvenil”. La lista de agradecimientos refleja, ciertamente, con total nitidez el trato más que privilegiado de que fue objeto el papa durante los cuatro días que duró la visita, como no lo ha tenido nunca autoridad religiosa y política o personalidad alguna en nuestra historia. No creo exagerado decir que las imágenes de esos días eran del más puro corte nacionalcatólico. Según veía las diferentes escenas papales por televisión, o escuchaba las crónicas radiofónicas y fijaba mi vista en las fotografías de los actos religiosos y de los sucesivos recorridos del papa por las calles de Madrid me venían a la memoria las multitudinarias concentraciones católicas presididas por el dictador, las autoridades civiles, militares y eclesiásticas en santa alianza en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado durante mi infancia y adolescencia. Entonces vi aquellas escenas subido a los hombros de mi padre y las viví con la emoción y el fervor propios de un niño o adolescente bien aleccionado ideológica, política y religiosamente. Eran tiempos de dictadura, de Iglesia de Estado y de Estado de la Iglesia, como proclamaba el Concordato de 1953 entre la Santa Sede y España: “La Religión Católica, Apostólica, Romana sigue siendo la única de la Nación española y gozará de los derechos y de las prerrogativas que le corresponden en conformidad con la Ley Divina y el Derecho Canónico”. Medio siglo después hemos vuelto al mismo escenario y se han reproducido las estampas de la dictadura, con todas las autoridades a los pies del papa: el jefe del Estado con su familia, el presidente del Gobierno y algunos de sus ministros, los presidente del Congreso de los Diputados y del Senado, la presidenta de la Comunidad de Madrid, el alcalde de Madrid, algunos de los más significados empresarios y autoridades militares. Hemos pasado de la triple a la cuádruple alianza: Iglesia católica-Estado-Militares-Empresarios, en comunión con el papa, pero el papa siempre un peldaño más arriba, el poder religioso por encima de los poderes políticos, económicos, militares. A esto cabe añadir que no era una Jornada Nacional, sino Mundial, con presencia de cientos de cardenales, arzobispos y obispos de todo el mundo y de cientos de miles de “peregrinos” de los cinco continentes. Al tener carácter global, y no puramente local, el mundo entero pudo contemplar las rancias imágenes de un catolicismo hispano-romano más parecido al del Medievo que a la Iglesia del concilio Vaticano II. Sólo había una diferencia, y no pequeña, entre las estampas nacional-católicas del pasado y las actuales: que ahora vivimos tiempos de democracia, de no confesionalidad del Estado, al menos constitucionalmente hablando, ya que “ninguna confesión tendrá carácter estatal” (artículo 16.3). Por eso las estampas de hoy resultan más inexplicables y anacrónicas. Aunque acaso no tanto, ya que la Constitución, a renglón seguido, asevera que “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica (subrayado mío) y las demás confesiones”. La Jornada fue ejemplo de organización, que para sí quisieran otras instituciones públicas o privadas. Todo función impecablemente, desde la llegada del papa al aeropuerto de Barajas hasta su despedida. La única disfunción fue la tormenta. La ejemplaridad organizativa se debe, sin duda, a la masiva respuesta de la juventud y a los miles de voluntarios que colaboraron en los diferentes campos. Pero el éxito de la visita se debió también, y de manera especial, al apoyo incondicional de las Administraciones, Nacional, Autonómica y Municipal, que pusieron los diferentes servicios sanitarios, sociales, médicos, urbanísticos, culturales, policiales, de transporte, educativos (instalaciones de los colegios públicos, residencias de estudiantes, colegios mayores)., etc. en manos de la Iglesia Católica. La disponibilidad total de los colegios públicos para la JMJ y la generosidad de las autoridades educativas para con los peregrinos católicos contrasta con los severos recortes que está sufriendo la enseñanza pública (ampliación de horarios de docencia, reducción de la plantilla de profesores, limitación de los materiales educativos, reducción de las becas, beneficios a la enseñanza privada, etc.) en no pocas comunidades autónomas. Dichos recortes son un ejemplo más de que, en la crisis, la enseñanza se ha convertido en la cenicienta, mientras que la Iglesia católica sigue disfrutando de privilegios sin recorte alguno. Otro muestra más de los restos de confesionalidad todavía vigentes. Ahora bien, la Jornada no fue de la juventud, ni siquiera de la juventud católica. Los jóvenes no tuvieron protagonismo alguno, salvo su presencia en los actos religiosos y el citado servicio de los voluntarios y voluntarias. Apenas hubo referencia a los graves problemas que padecen, como el desempleo, que en España afecta al 44% de la juventud, la falta de perspectivas de futuro, las dificultades para su emancipación, etc. Son ellos quienes más sufren las consecuencias de la actual crisis económica. Yo creo que fue, realmente, la Jornada Mundial del Papa, que utilizó a los jóvenes como peana para visibilizar y reforzar su autoridad. Él fue el único protagonista. El resto, jóvenes venidos de todo el mundo, autoridades religiosas y políticas, ciudadanos y ciudadanas, se limitaron a ser oyentes, figurantes, fieles devotos del papa. A la mayoría de los creyentes –y no creyentes también- nos duele hoy el cristianismo, como a Ortega y Gasset le dolía España.
Un cristianismo teológicamente tuneado apenas inaugurada la Factoría Ecclesia en los primeros siglos de nuestra era. Nada digno de escándalo, por otra parte, como se puede apreciar en el censo de todos los Panteones de cuantas Factorías Teístas en el mundo han sido. Conferir nombres y atributos a los dioses era un modo de otorgarse dominio sobre ellos: “Adán puso nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo”, relata el Génesis. Y luego Adán –los hombres- han continuado con esta práctica de nominación y de poder hasta nuestros días. Y así, el Dios de Todos y de Todo, sujeto de una Espiritualidad y de una Mística ecuménica, se torna objeto de deseo de toda Religión. Pierde entonces su carácter de Patrimonio Universal de la Humanidad y queda sometido a los estrechos límites de una visión cultural castrante de la espiritualidad, aunque por su naturaleza sin fronteras espacio-temporales. A partir de ahí se inaugura el sarao de los tuneos. Objetivo: la personalización del vehículo Dios identificado como propio, como único auténtico y confortable. Y no solo en cuanto a sus atributos, sino en su misma esencia y existencia expresada en esos mismos atributos. Todos los seres vivos se han percatado de siempre, que solo se puede sobrevivir en el seno de una comunidad fuerte regida por reglas. Así lo evidencian desde las más elementales colonias de eucariotas hasta las estructural y funcionalmente más complejas de los organismos pluricelulares biológicos y sociales. En las religiones –en todas- rige el mismo principio y, en cuanto se organizan en colonia, se institucionalizan. Es el momento en que los poderes constituidos inician con desmedido celo su tarea de diferenciación, de cisma con lo universal. En primer lugar, los propios nombres atribuidos a Dios, con los que se pretende diferenciarle –a Él, el Inefable, el Innombrable- con los apelativos que, modo humano, le hemos atribuido: los apelativos de todopoderoso, justiciero, eterno, creador… etc. Aunque es cierto que la mayoría de ellos han tenido su origen en las tradicionalmente denominadas –¿otro tuneo?- Sagradas Escrituras. Los Concilios han sido la factoría más importante –nueva fragua de Vulcano- donde la jerarquía eclesial se ha mostrado consumada maestra en el arte de forjar y fundir modificaciones sustanciales en la mecánica, y también cambios exteriores de la carrocería e, incluso, de los interiores de la cabina de mando. Con ello no han hecho otra cosa, en la mayoría de los casos, que desfigurar el rostro original del cristianismo. Los credos de Nicea y Trento lo testimonian. Fruto de ese arrebato de celo, la Excomunión. Un avance deplorable de bomba atómica con efectos físicos y morales más destructivos aún –anathema sit- que las de Hiroshima y Nagasaki. ¿No necesitaremos igualmente un escudo antimisiles espirituales? Declaraciones de dogmas, implantación de sacramentos, dictados de normas y ritos a destajo que –y perdón por la imagen- no han sido más que marcas de territorio que han llevado a la Iglesia a una diferenciación sí, pero también –y esto es más grave- a un gheto excluyente y excluido sin apenas cabida ya en los cauces vivos del Evangelio. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”: una Verdad en la que todo es vida y todos son caminos. En el Diccionario de la Real Academia de Jesús no existen vocablos como expatriado, anatema…etc., que separan: todo en él rezuma unión y comunión. Del seno del brahmanismo nació Buda y el budismo (siglo V a. C.), movimiento espiritual que significó una reacción contra la rigidez dogmática y, principalmente, contra la casta sacerdotal como depositaria exclusiva de la religión, la ciencia y el poder socioeconómico. Jesús levanta similar bandera frente al Templo, los fariseos y cuantos, a golpe de tuneo –filacterias, kipa, alba, tiara, silla gestatoria… etc.- habían transfigurado la doctrina vital de la Biblia: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado”. Tenemos una religión tuneada; nosotros estamos también tuneados, la sociedad es una sociedad tuneada: extrodeterminada, diría Riesman El signo es más importante que lo significado, lo accidental que lo esencial. Y así el hombre y la mujer del s. XXI se han identificado con el signo y, como señala Tiziano Terzani, se creen un Armani. La Iglesia cristiana de este tercer milenio, aunque anclada todavía en muchos aspectos en la Edad Media y en la nebulosa de que el reino de Dios no es de este mundo, ha intentado virar significativamente hacia tierra firme. Pero el Vaticano II fue un fracasado golpe de timón. ¿Hay crisis sistémica en la Iglesia como la hay económica en Europa en expresión reciente de Trichet, gobernador de Banco Central Europeo? Personalmente me temo que sí. Y lo más grave es negarla. Exactamente a la hora de la misa, en medio de la homilía, sube de la calle una bulla infernal. Una horda se ha instalado en la plaza. Es la quinta vez que esto sucede en menos de tres meses. Esta vez es el colmo. El mismo cura, a pesar de ser un hombre de mucha paciencia, ya no aguanta más. Plantando a su auditorio, sale como una tromba, decidido a poner fin al bochinche.
Lo que ve es a una enorme multitud que ocupa hasta las propias escalinatas de la iglesia. Una multitud abigarrada como solo se ve por televisión. Un verdadero carnaval. Gritan a voz en cuello, cantan, ríen, insultan, protestan contra todo. Sobre las cabezas se yergue una selva de pancartas clamando por cualquier cosa, desde la urgencia de proteger a las focas hasta la de acabar con la Dictadura del Mercado. El cura tiene ganas de llorar. No está en contra de las manifestaciones. Entiende que en este mundo muchas cosas deben ser cambiadas. Pero le gustaría que se gritara menos y que se respetara un poco más al buen Dios, a la Iglesia y el domingo. Está ciertamente de acuerdo con el cambio de estructuras, pero, para él, lo más importante es comenzar por cambiar las conciencias. “No sólo de pan vive el hombre”, se dice a sí mismo. “Además, es del corazón de donde salen las injusticias y todas las miserias que plagan a la humanidad…” Estaba tratando desesperadamente de lograr que todos se callaran para hacerse escuchar, cuando un atrevido muchacho de piel oscura, megáfono en mano y sonrisa brillante, sube las escalinatas, logra el silencio y, sin dejar de sonreír, exclama: “Tenemos una suerte brutal con estar aquí presentes. Ya que estamos cerca de esta iglesia, podríamos afinar el oído porque tal vez Dios nos vaya a hablar.” Se echa a reír y todos con él. “Y ¿qué es lo que Dios nos va decir, sino que está de acuerdo con nosotros en todo? Por enésima vez, nos estamos manifestando por un mundo más justo y más humano; la presente manifestación será hoy nuestro saludo a Dios y será nuestra misa. Se nos ha dicho que Dios ama a este mundo; si esto es cierto, ¿cómo no va a querer que acabemos con toda la miseria que agobia a más de la mitad de la humanidad? ¿Cómo no va a querer que convirtamos esta tierra de dolor en un gran espacio de libertad y de paz para todos los humanos? Tenemos un proyecto que es nuestra razón de vivir y… de morir. Ese proyecto, lo tenemos grabado adentro como un fuego que nos impulsa a abrazar todas las causas que sirvan para inventar un porvenir en el que las tres cuartas partes de la humanidad dejen de estar de más sobre este planeta. Y eso no obstante nuestras fallas y contradicciones, no obstante nuestros desatinos, nuestra bulla y nuestros muchos pecados….” Y dándole una palmadita en el hombro al párroco que se había quedado boquiabierto, agrega: “Agradecemos de corazón al cura compañero de esta parroquia por haber interrumpido su sermón para acercarse hasta estas escalinatas y sumarse a nuestra manifestación. Propongo ahora que nosotros le devolvamos la cortesía acompañándolo dentro de la iglesia para terminar la misa junto a él. ¡Una misa cada cien años no nos puede hacer daño!” Con estas palabras, toda esa gente linda se mete en el templo llenándolo a la vez de diablos y de luz. Y, ese día, el mismo Dios que participaba de incógnito de la manifestación, también fue a misa. Quizás sea bueno contextualizar la cuestión planteada en este relato, para entender mejor la “pregunta envenenada” que le dirigen a Jesús, así como la respuesta de éste.
Por lo que se refiere al tema mismo del impuesto exigido por Roma, es sabido que constituía –además de una carga económica- una humillación permanente y sangrante para el pueblo judío, que no toleraba el reconocimiento de ningún “amo” fuera de Yhwh. De hecho, a lo largo de todo el siglo I, tanto en Judea (año 17), como en Siria (año 36) y en otras partes del imperio estallaron revueltas a causa de la política de impuestos aplicada por los ocupantes romanos. Entre los años 6 al 9, Judas el Galileo pidió al pueblo que no pagara el tributo a Roma, desde una motivación religiosa: el único Señor el pueblo era Yhwh; y no debían someterse a ningún otro “señor”. Esta misma postura fue sostenida por su hijo Menahem, en la guerra del 66-70. Sin embargo, el rey Agripa hace saber al pueblo insurreccionado contra Floro (66) que no pagar el tributo es “un acto de guerra” contra Roma. Se trataba, ciertamente, de una cuestión candente y de solución “imposible”. Como estratagema para atrapar a Jesús, no podían haber elegido otra más idónea. Todo ello no era obstáculo para que los judíos utilizaran la moneda del imperio. El denario –la moneda que le muestran a Jesús- llevaba en el anverso la imagen de César Tiberio adornado con la guirnalda de laurel que indicaba la dignidad divina, junto con la inscripción “Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto”. Y en el reverso, la leyenda “Pontífice Máximo” y la figura de la madre del emperador sentada en un trono de dioses. Esta incongruencia ofrecía a Jesús una “salida” airosa. Quienes hacen gala de no depender de nadie, sino de Dios, están utilizando la moneda idolátrica. El relato empieza haciendo notar la alianza “extraña” entre fariseos y herodianos con el único objetivo de “comprometer” a Jesús. Aquí podría aplicarse aquello de que “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”: todo parece valer para conseguir los propios propósitos, por mezquinos que sean. Y este grupo se acerca adulando a Jesús. La ironía radica en el hecho de que los términos de su adulación constituyen –quizás sin saberlo ellos mismos- uno de los “retratos” más ajustados del maestro de Nazaret: un hombre “sincero y que enseña el camino de Dios conforme a la verdad; sin que le importe nadie, porque no se fija en las apariencias”. No cabe duda de que la integridad, la coherencia y la libertad interior constituyeron “señas de identidad” de Jesús y guiaron su comportamiento a lo largo de toda su vida, a pesar de las consecuencias que le acarrearon. Una coherencia que se pone más en relieve precisamente al contrastar con la mezquindad de quienes se acercan, con buenas palabras, para tratar de “comprometerlo”. El dilema que le plantean no parecía tener escapatoria posible: o se caía en un delito grave frente a Roma o se renegaba de la fe del pueblo en la soberanía de su único Dios. Jesús sortea la trampa, en dos niveles: remitiéndoles a ellos mismos y conduciéndolos a un plano más profundo, desde donde la perspectiva se modifica. En el primer nivel, les hace caer en la cuenta, como decía antes, de su propia incongruencia: ¿qué hacen ellos con la moneda romana en su bolsillo? Si es de Roma –parece apuntar con ironía-, tendrán que devolvérsela. Pero la fuerza del argumento se encuentra en el segundo nivel. De hecho, la conocida –y tantas veces repetida- respuesta de Jesús (“dadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”) podría traducirse, como sugiere Francesc Riera, por “retirad al César lo que es de Dios” (F. RIERA, El evangelio de Mateo. La mirada a Jesús crea el difícil consenso en una iglesia plural (Mt 21,1-28,20; 1,1-2,23), Sal Terrae, Santander 2010, p.37. De él he tomado también los datos históricos con los que iniciaba este comentario). Esa respuesta, sin optar expresamente por ninguna de las dos alternativas, plantea un principio de validez permanente: el rechazo manifiesto a absolutizar cualquier poder. El poder tiende a absolutizarse, en una dinámica que refleja exactamente lo que es el funcionamiento del ego. De un modo parecido a como un sentimiento (real) de inferioridad suele producir, como mecanismo compensatorio, la apariencia contraria (el individuo necesita sentirse “superior”), así también el yo, al ser por sí mismo inconsistente, tiene necesidad de fortalecer su (precaria) seguridad. En consecuencia, tiende a absolutizar todo lo que tiene que ver con él: ser el centro, tener razón, tener poder, riqueza, imagen… La respuesta de Jesús advierte de este riesgo. El único absoluto es Dios; todo lo demás es relativo. Ahora bien, una lectura mítica hace de esas palabras la fuente de un dualismo insostenible y puede llevar incluso a una desvalorización de lo humano. Es lo que ocurre en un planteamiento religioso en clave de rivalidad (o Dios o el hombre), como se ha dado a veces en nuestra propia tradición. Pero no va por ahí. Porque aquí no se habla de “Dios” como de un ser objetivado –tal como lo nombran, por ejemplo, las religiones-, sino del Misterio último de lo que es, que se expresa en infinidad de “formas” relativas, sin confusión, pero sin separación. Lo absoluto, por tanto, no es el “dios” que la mente humana crea –el “dios pensado” nunca puede ser un absoluto, sino un objeto mental-, sino el Misterio inefable que a todos nos constituye. El nivel relativo es el mundo de las formas, físicas y mentales; entre ellas, el yo. El absoluto, por el contrario, es nuestra identidad verdadera. El primero de ellos es el mundo de los pensamientos, siempre variables, inestables y fluctuantes. El segundo es el de la Conciencia siempre estable, permanente y pacífica. Detrás de cualquier pensamiento –cualquiera que sea su color-, está la conciencia. Y podemos apreciarla de un modo sencillo: observando las pausas entre los mismos pensamientos. Hay un símil que puede ayudarnos a entenderlo. Sobre una pizarra permanente, escribimos líneas de muchas formas y colores; líneas que se suceden, se superponen, se entrecruzan… Las líneas varían constantemente. Sin embargo, la pizarra permanece estable. Y es la que hace que sea posible la escritura…, aunque ni siquiera reparemos en ella. Nuestros pensamientos son las líneas que escribimos sobre la pizarra; ésta es la Conciencia. Aquéllos pertenecen al nivel relativo; ésta es lo absoluto. Pero, precisamente por ello, nadie se la puede apropiar. Tampoco puede ser pensada. Únicamente se la puede experimentar de un modo directo, preconceptual, cuando acallamos los pensamientos (cuando, en lugar de seguir dibujando líneas sobre la pizarra, depositamos en ella toda nuestra atención). Todo esto desemboca en un interrogante. ¿Con quién nos identificamos: con la sucesión de pensamientos (el yo) o con la Conciencia estable e ilimitada? ¿Nos “conformamos” con nuestra identidad relativa, en la forma pasajera del yo inconsistente, pura creación mental…, o nos reconocemos como Conciencia pura, en el “disfraz” de esta forma? ¿Pagamos el “impuesto” al yo o lo “devolvemos” a Dios? Los jefes religiosos comprendieron que las tres parábolas polémicas (los dos hermanos que el padre manda a trabajar en la viña, viñadores homicidas, banquete de Boda) se referían a ellos; por eso contraatacan con tres preguntas capciosas que intentan tenderle una trampa para tener de qué acusarlo. La primera es la del tributo al César que acabamos de leer. La segunda es sobre la resurrección de los muertos. La tercera, cuál es el primer mandamiento, que leeremos el domingo que viene.
EXPLICACIÓN Merece atención el texto del segundo Isaías que hemos leído. Es muy interesante, porque es la primera vez que la Biblia habla de un único Dios. Estamos a mediados del s. VI, y hasta ese momento, Israel tenía su Dios, pero no ponía en cuestión que otros pueblos tuvieran sus propios dioses. El creer en un Dios único es un salto cualitativo increíble en el proceso de maduración de la revelación. (Is 45,1-6) "Yo soy el Señor y no hay otro, fuera de mí no hay dios". La epístola también tiene hoy una singularidad. La carta de Pablo a los tesalonicenses es el primer escrito del NT. Se nota la frescura y sencillez de los razonamientos, dirigidos a una comunidad que empieza su andadura con una fidelidad y firmeza, que manifiesta la autenticidad de las relaciones entre los hermanos que, por desgracia, no duraron mucho. (I Tes 1,1-5)No hubo sólo palabras, sino fuerza del Espíritu y convicción profunda. El evangelio no es sencillo. Con la frasecita de marras, Jesús contesta a lo que no le habían preguntado. No se mete en política, pero apunta a una actitud vital que supera la disyuntiva que le proponen. Una nefasta interpretación de la frase de Jesús la convirtió en un argumento para apoyar el maniqueísmo en nombre del evangelio. Seguimos entendiendo la frase como una oposición entre lo religioso y lo profano; hoy entre la Iglesia y el Estado. Es una falta absoluta de perspectiva histórica. En tiempo de Jesús no existía tal separación. Desde que Moisés agrupó a varias tribus en un solo pueblo, la única referencia de todos era Dios. Fue siempre una teocracia en toda regla. Cuando se instauró la monarquía por influencia de las naciones próximas, al rey se le consideró como un representante de Dios (hijo de Dios), sin ningún poder al margen del conferido por la divinidad. Cuando los fariseos proponen a Jesús la pregunta, no están pensando en una confrontación entre el poder religioso y el poder civil, sino entre la autonomía del pueblo elegido y la ingerencia de un poder extraño que era el romano. No están proponiendo una alternativa entre el poder religioso y el poder civil. También el poder romano era una teocracia. En la moneda pedida por Jesús se veía la inscripción: “Tibero César Augusto, hijo del divino Augusto”. Lo que se cuestiona es, si un judío tiene que aceptar la soberanía de una nación extranjera o seguir teniendo a Dios como único soberano. Jesús no está proponiendo una separación del mundo civil y el religioso. Hoy se está intentando convertir la religión en una especulación de salón o de sacristía sin ninguna influencia en la vida real. Fariseos y herodianos, enemigos irreconciliables, se unen contra Jesús. Los fariseos eran contrarios a la ocupación, pero se habían acomodado. Los herodianos eran partidarios del poder de Roma. La trampa que escondía la pregunta es evidente: si decía que no había que pagar el tributo al César, se declaraba en contra de Roma, y por lo tanto los herodianos lo podían acusar de subversivo. Si contestaba que sí, los fariseos podían acusarlo de contrario al judaísmo, porque se ponía en contra del sentir religioso del pueblo, que estaba convencido de que el único señor era Dios y que ningún judío podía aceptar otro soberano. El verbo que emplea Jesús, ‘apodídômi’, no significa ‘dar’ sino, ‘devolver’. El que emplean los fariseos (dídomi) sí significa ‘dar’. Una pista interesante para comprender la respuesta. Estaban contra el César, pero llevaban su dinero en la bolsa. La frase de Jesús esta diciendo que la moneda que ellos usan es propiedad del César, y por lo tanto tiene todo el derecho de exigirles que se la devuelvan. Si fueran verdaderos judíos, tenían que renunciar también a utilizar el dinero de Roma. Tienen muchos escrúpulos para pagar el impuesto, pero no para utilizar la moneda del imperio. Jesús les echa en cara que la pregunta no tiene sentido puesto que ellos ya han aceptado la soberanía de Roma. Al preguntar Jesús “de quién es esa margen y esa inscripción”, está haciendo clara referencia al Génesis, donde se dice que el hombre fue creado a imagen de Dios. Si el hombre es imagen de Dios, hay que devolver a Dios lo que se le había escamoteado, el hombre. La moneda que representa al César, tiene un valor relativo, pero el hombre tiene un valor absoluto, porque representa a Dios. Jesús no pone al mismo nivel a Dios y al César, sino que toma partido por Dios. Esta idea es una de las claves de todo el mensaje de Jesús. En el trato con cada ser humano, honramos o denigramos a Dios. Tampoco se puede utilizar la frase para justificar el poder. Si algo está claro en el evangelio es que todo poder es nefasto porque machaca al hombre. Se ha repetido hasta la saciedad, que todo poder viene de Dios. Pues bien, según el evangelio, ningún poder puede venir de Dios, ni el político ni el religioso. En toda organización humana, el que está más arriba está allí para servir a los demás, no para dominar y someter a los otros. Jesús no intenta defender los intereses de Dios frente a los del César, sino defender al hombre de toda esclavitud. Jesús no está proponiendo una doble tarea para los humanos, sino la única tarea que le puede llevar a su plenitud: servir al hombre. APLICACIÓN Jesús deja muy claro que el César no es Dios, pero nosotros nos hemos apresurado a convertir a Dios en un César (he leído una homilía que decía: “el único César que existe es Dios”.) Hay que tomar clara conciencia de que tampoco Dios es un César. No se trata de repartir dependencias, ni siquiera con ventaja para Dios. Dios no hace competencia a ningún poder terreno, sencillamente porque no tiene ningún poder. Esto, bien entendido, nos evitaría toda solución falsa del problema. No hay problema, porque no existe una alternativa entre César o Dios. Pero, además, todo el que intente actuar con el poder de Dios, se está engañando. Jesús nunca defendió la religión sino a las personas, sobre todo a los que más defensa necesitan: marginados, explotados, etc. Esta frase de evangelio se ha entendido como que había que estar más pendiente del César religioso que del César civil. Ningún ejercicio del poder es evangélico. No hay nada más contrario al mensaje de Jesús que el poder. Siempre que pretendemos defender los derechos de Dios, estamos defendiendo nuestros propios intereses. El que te diga que está defendiendo a Dios, en realidad lo está suplantando. Tampoco el estado tiene derecho alguno que defender. Los dirigentes civiles tienen la obligación de defender siempre los derechos de los ciudadanos, independientemente de credos religiosos o políticos. Esto no significa que estemos defendiendo el anarquismo. Todo lo contrario. Una sociedad, aunque sea de dos personas, tiene que estar ordenada y en relaciones mutuas de dependencia. En ella uno tiene mayor responsabilidad, otra más dependencia; pero todas las relaciones humanas deben surgir del servicio y la entrega a los demás. No del dominio. Ningún ser humano es más que otro ni está por encima del otro. “No llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie jefe, no llaméis a nadie señor, porque todos vosotros sois hermanos”. Claro que tiene que haber un orden. Es ridículo concluir que Jesús está contra la autoridad. Pero si nos atenemos al evangelio, el primero será quien mejor sirva a los demás. El evangelio, no da pie a una “jerarquía” que signifique literalmente ‘poder sagrado’. La única autoridad que admite es el servicio. Jesús nunca mandó servir al superior. Lo que sí mandó por activa y por pasiva es que el superior sirviera al inferior. No existe una parte de la realidad que sea sagrada y otra que sea profana. En la expulsión de los vendedores del templo, Jesús está apostando por la no diferencia de lo sagrado y lo profano, para Dios todo es a la vez sagrado y profano. Es descabellado hacer creer a la gente que tiene unas obligaciones para con Dios y otras para la sociedad civil. Dios se encuentra en todo lo terreno y, a la vez, más allá de todo lo terreno. Si no aprendemos a descubrirlo en la realidad cotidiana, es que no lo conocemos. Si tenemos que ir a la iglesia para poder encontrarlo, es que hemos caído en la idolatría. MÁS ALLÁ DE LA LETRA La única manera de entender todo el alcance del mensaje de hoy es superar la idea de Dios que arrastramos desde el neolítico. Dios, al crear, no se desentiende ni se separa de la creación. La creación no es más que la manifestación de lo divino. No hay nada que sea de Dios, porque nada hay fuera de Él. El ser humano es el grado máximo conocido de la presencia de Dios en la creación. Somos imagen de Dios, pero no pintada o esculpida, sino reflejada. Para que Dios se refleje, tiene que estar ahí. No hay reflejo en un espejo si la cosa reflejada no está del otro lado. Meditación-contemplación ...y a Dios lo que es de Dios. La única imagen que tenemos de Dios es el hombre. Jesús la reflejó tan nítidamente, que pudo decir: “El que me ve a mí, ve a mi Padre”. ……………… Esta es la tarea fundamental del ser humano: no empañar el espejo y reflejar con nitidez su imagen. Si en mí hay algo que impida ver a Dios, eso es fruto y cosecha propia mía. ………….. A medida que vaya desprendiéndome de mi “ego”, dejaré ver con más claridad lo que hay de Dios en mí. A medida que vaya superando el egoísmo, irá apareciendo el amor, que es Dios, en mí. ……………… La escena, como las de los domingos anteriores, se sitúa en los últimos días de Jesús, en Jerusalén, en el contexto de un enfrentamiento definitivo con todas las autoridades de Israel.
Tras la entrada triunfal (¿?) en Jerusalén, Jesús purifica el templo. Vienen después las parábolas de la reprobación: la higuera estéril, los dos hijos, los viñadores homicidas, el festín nupcial que leíamos el domingo pasado. Entonces todos los "poderes" de Israel, los fariseos, los saduceos, los doctores, empiezan la ofensiva para desautorizarle en una discusión pública. El primer ataque viene de los fariseos, que se alían con sus mayores enemigos, los partidarios de Herodes. Le proponen la delicada cuestión del pago de tributos a Roma. Como siempre, es una pregunta-callejón sin salida: Jesús no puede decir que es lícito pagar tributo, porque va contra la Ley, contra la soberanía de Israel; para eso están ahí los discípulos de los fariseos. No puede decir que no es lícito, porque inmediatamente le acusarán ante el gobernador romano; para eso están ahí los partidarios de Herodes. Para ambientar bien la escena, conviene saber que los judíos usaban habitualmente la moneda oficial romana (la más común era el denario) pero existía moneda propiamente judía que casi se usaba solamente para pagar el impuesto al Templo: la más común era el siclo (que valía 4 denarios). En las monedas romanas, usadas para el tributo, estaba la efigie del César. En muchas de las otras, que a veces incluso se aceptaban para pagar al templo (por ejemplo la dracma), había imágenes paganas, incluso de dioses. Es clara la torcida intención de los fariseos, pero es magnífica la descripción que hacen de Jesús. Sin duda, aunque ellos no piensan así, es lo que piensa el pueblo: "Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias." Jesús no se deja engañar, y no entra en el tema que le proponen: no da doctrina sobre el tributo, sino que se limita a desenmascarar a sus adversarios. "Dad a César lo que es de César" es una evasiva; la siguiente pregunta debería ser: "¿qué es de César?". Jesús confunde dialécticamente a sus enemigos, les echa en cara su hipocresía, y "se sale" de la discusión, que no va con El, ni le interesa. Jesús va más adentro, a lo esencial: les está ofreciendo La Palabra, y ellos siguen cerrados, impermeables, proponiendo mil triquiñuelas legales para cazarle y desautorizarle. Jesús demuestra su superioridad incluso en el propio terreno de sus enemigos y parece despreciarlos. El centro de este mensaje será: ”dad a Dios lo que es de Dios”, que es precisamente lo que están soslayando sus interlocutores Hasta aquí, la interpretación "directa". Las aplicaciones que históricamente hemos hecho acerca del poder civil, Iglesia-Estado... pueden ser más o menos afortunadas, pero son palabra de hombre. Se trata por tanto de un contexto en el que se produce la definitiva ruptura con la religiosidad oficial. Lo podríamos resumir en "mi Reino no es de este mundo". Todavía, la polémica es un tanto general: pero los fariseos han creído preparar una trampa perfecta, y han fracasado. Y ya ha sonado por primera vez la palabra "hipócritas", (la traducción más apropiada sería “comediantes”) que será la protagonista del capítulo 23, en que Jesús pasa al ataque y llega a insultar gravemente a los escribas y a los fariseos. TODO ES DE DIOS A César lo que es de César: los negocios son los negocios. Doy el diez por ciento a Cáritas y ya no me preocupo de los problemas de nadie, ya están justificados mis otros gastos, aunque viva como un príncipe, porque ya he dado a Dios lo que es de Dios. Media hora a la semana para Dios y el resto para mí. Dios está en el Templo pero fuera ya no, hay espacios sagrados y profanos, hay tiempos sagrados y profanos... Y nada más profano que el dinero... o la política. ¡Pero todo es de Dios!, lo del César también es de Dios, a Dios hay que dárselo todo. "Todo es vuestro, disponed de todo a vuestra voluntad"... ¿En qué quedamos? ¡Qué fácil es coger el evangelio por donde nos apetece, sacarle conclusiones facilonas y decir luego: "¡Palabra de Dios!". Como los predicadores de las películas del Oeste, Biblia en mano, gritando: "Como dice el Señor, amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo; como dice el Señor, no comerás la sangre de los animales, te abstendrás del cerdo y de la liebre; como dice el Señor, exterminarás a tus enemigos...." Y esto es lo que solemos hacer con la Biblia entera: una línea, y queda probada una idea que se nos ha ocurrido. ¿Recuperaremos algún día la seriedad y el sentido común al leer la Biblia y al proclamar "Palabra de Dios"? Es posible que este domingo, en la Misa, algún predicador como los del Oeste explique lo del tributo al César hablando de la sumisión a los poderes civiles, o de que hay que distinguir entre lo sagrado y lo profano... Y demostrará con eso que dice solo lo que se le ocurre, sin ciencia, sin entender la Palabra. Jesús no ha entrado a la trampa que le han tendido, pero la ha aprovechado para desenmascararles. Jesús les da la vuelta al argumento y les echa en cara su increíble hipocresía. No van a buscar La Palabra de Dios; solamente les interesa desprestigiar al nuevo profeta, aunque sea aliándose con el mismo diablo. Jesús está harto de ellos, porque se fijan en cosas secundarias pero han abandonado el fondo de la Ley, que es la justicia, la misericordia y la fidelidad. Y Jesús pasa por encima de todas las pequeñeces, incluso por encima de la situación política concreta, porque lo que Él está predicando es mucho más interior, mucho más profundo, mucho más salvador que todos los dilemas de escuela, de política y de teología barata con que quieren cazarle sus enemigos. Un poco más adelante, Jesús les increpará en público, les llamará víboras, corrompidos, ciegos, malos pastores que engañan al pueblo... y esto será su sentencia de muerte. Porque Jesús tolera todo menos la mentira ante Dios; no soporta a los que se llaman a sí mismos santos y justos, pero no siguen la Palabra más que para su propio provecho. No los aguanta. Así que Jesús no ha entrado en la trampa política, no ha dado doctrina sobre la relación de Israel con Roma, sino que ha aprovechado la ocasión para desenmascarar la mala fe de los fariseos, los escribas y los sacerdotes. No se pueden sacar de este texto conclusiones acerca de "qué es de Dios y qué es del César", porque todo, también lo del César, es de Dios. El dinero es de Dios, la política es de Dios, el tiempo es de Dios, el trabajo es de Dios. Y todo eso hay que darlo a Dios. No por lo que dice este texto, que no dice nada de todo eso, sino por lo que dice el Evangelio entero. Y es que así hay que leer el Evangelio, no cogiendo una línea aislada y sacando de ella lo que me parece que dice, sino entendiendo el mensaje entero de Jesús, todo lo que dice del dinero, todo lo que dice del prójimo, todo lo que dice del templo. Y así evitaremos el peligro de hacerle decir al Evangelio lo que a mí me gusta, y nos acercaremos a lo que dice Jesús, nos guste o no. Sí, a propósito de este evangelio se pueden sacar muchas consecuencias superficiales, fundadas en lo mal que leemos la Biblia. Un buen propósito de esta semana sería aprender a leer la Biblia un poco mejor, que da vergüenza la ignorancia que tenemos sobre la Palabra. (Y cualquier predicadorcillo de cualquier secta, aunque no tenga ni idea de la Biblia, le pone a usted en un aprieto, de modo que usted prefiere no entrar en discusión con él, porque sabe que no podrá responderle. Una vergüenza). REFLEXIÓN FINAL Las religiones se basan en el poder de los dioses, y expresan y confirman las culturas de las sociedades, legitiman a los estados, justifican las costumbres, se expresan en actos cultuales... La religión de los fariseos, escribas y sacerdotes de Israel terminaba en ellos mismos: su propio saber, su propia santidad, su propia importancia. La religión de Jesús acaba en los otros, en las necesidades de los hermanos. La religión de todos aquellos se resume en “Dios para mí”; la religión de Jesús se resume en “yo para los hijos de Dios”. La religión de todos aquellos venía a significar: “Soy más importante porque conozco a Dios. La gente es insignificante, es “maldita” porque no conoce a Dios”. Pero Jesús está con la gente, con el pueblo, no con el “Pueblo de Dios” sino simplemente con el pueblo, con la gente, porque son los hijos de Dios, tanto mas queridos cuanto más necesitados. Y los importantes no le importan. Y no lo podían aguantar: su mundo se derrumbaba. Pensemos en nosotros, en la fotografía que nos han sacado al representar a aquellos enemigos de Jesús, cerrados a su Palabra... … si nos creemos "elegidos". … si creemos que sólo la Iglesia es el pueblo de Dios. … si contamos con dios para liberarnos o para tranquilizarnos. … si pedimos respuestas a Dios o respondemos a Dios. … si hacemos rendir nuestros talentos o estamos tranquilos. … si, como fondo de todo, nuestra fe en Jesús nos lleva ante todo a servir al hombre. … porque, el resumen de la ley y los profetas es: "tuve hambre y me diste de comer". En la Biblia se destacan dos corrientes, una enfocada hacia la liturgia, otra hacia la justicia. La de la liturgia corresponde a los sacerdotes, y la de la justicia, a los profetas.
La Biblia sacerdotal Miremos primero la corriente litúrgica promovida por los sacerdotes. Los sacerdotes se dedicaban al servicio del templo, o sea a la ofrenda de los sacrificios y a las oraciones. También se desempeñaban en política como consejeros de los reyes y, en cierta época, como sustitutos de ellos. En la composición de la Biblia, su aporte fue primordial. Varios textos bíblicos fueron redactados de su mano, mientras otros, de fuentes distintas, fueron seleccionados por ellos e integrados al cuerpo de la Biblia. Como eran sacerdotes, privilegiaron en sus trabajos todo lo que interesaba al culto, porque para ellos el culto, o sea la liturgia, era el comienzo y el coronamiento de la vida del Pueblo de Dios. Toda la vida del pueblo debía ser cultual, consagrada, transformada en sacrificio que agradara a Dios. Es así como los sacerdotes multiplicaron las leyes para que los objetos y gestos de la vida diaria, aún los más insignificantes, fueran dignos de Dios. A lo que ellos determinaban como digno de Dios lo llamaban “puro” y a lo que determinaban como indigno de Dios, lo declaraban “impuro”. Respecto a las personas, se siguió un proceso similar; para ser considerado puro y agradable a Dios uno tenía que conformarse a las reglas estrictas establecidas por los sacerdotes, de lo contrario, era considerado como impuro y se merecía el castigo de Dios. De suerte que si la nación sufría algún desastre, la culpa la tenía el pueblo impuro que descuidaba las reglas del culto. Lo primero que había que hacer entonces para remediar esos males, era reforzar el culto, aumentando los sacrificios y multiplicando las oraciones. Todas esas leyes, normas y reglas fueron religiosamente compiladas en la Biblia como “palabra de Dios”. La Biblia profética Pero en tiempos más bravos de gran crisis, se hacía oír una voz distinta y aún contraria a la de los sacerdotes: era la voz de los profetas. Los profetas combatían con toda energía el culto de los ídolos que representaba una seria amenaza a la identidad de la nación y a su futuro como Pueblo de Dios. Pero cuestionaban con el mismo ímpetu el culto legítimo de los sacerdotes de su propia nación cuando ese culto no servía sino para adormecer la conciencia y aplazar indefinidamente los cambios profundos a los que la sociedad urgía. La postura de los profetas al respecto era clarísima: no eran los sacrificios o los rezos lo que agradaba a Dios, sino la justicia. Ser justos era la única forma de salvar la identidad y el futuro de la nación. Ni que decir tiene que a los oídos de los empobrecidos ese lenguaje sonaba como música, mientras que a los oídos de sus explotadores chirríaba como blasfemia. Litúrgicos vs proféticos Era común que sacerdotes y profetas chocaran. Pero como los sacerdotes gozaban de un poder que los elevaba por encima de los mortales, era un juego para ellos perseguir y aún matar a los profetas. Con el tiempo, sin embargo, los acontecimientos dieron la razón a los profetas; todo lo que habían predicho se cumplió: la nación fue conquistada, el Templo destruido y los sacerdotes reducidos a la mendicidad. Eso dio como resultado que el gran mensaje de los profetas fuera finalmente reconocido como palabra de Dios e incorporado a la Biblia. Ese reconocimiento era bien tardío, pero debía incitar a las generaciones venideras a que no cayeran en el mismo error de creer que para ahorrar desastres a la humanidad la liturgia pudiera valer más que la justicia. Lo cual, sin embargo, no cambió mucho la situación, porque con un pueblo más inclinado a lo mágico que a la razón, y con miles de sacerdotes cuyo status y sustento dependían del altar, el culto desarrollado en el marco grandioso de un templo siempre ha seducido incomparablemente más que la áspera lucha por la justicia. Así fue ayer y así sigue siendo hoy. En la tradición católica, toda la Iglesia terminó aglutinada alrededor de los sacerdotes. En los primeros siglos, los sacerdotes no perdieron la voz de los profetas. Con aquellos a los que se convino en llamar “los Padres de la Iglesia”, justicia y liturgia iban generalmente de la mano. Pero, una vez que la Iglesia se convirtió en un instrumento “providencial” de los emperadores romanos, los sacerdotes se hicieron más tolerantes y, a imitación de sus colegas del judaísmo antiguo, empezaron a hacer de la Biblia una lectura principalmente enfocada hacia el culto. Lo mismo hicieron los pastores de la Iglesia de la Reforma que no vacilaron en conchabarse con los príncipes para protegerse de los católicos. En resumen, todas las Iglesias, (salvo gloriosas y escasas excepciones, y mayormente sólo a nivel de individuos), hicieron a un lado el mensaje de justicia de los profetas para dedicarse más específicamente a lo espiritual, a lo litúrgico, y, hoy en día, a lo carismático. Si acaso alguna de las iglesias (católicas, ortodoxas, protestantes o evangélicas) sube el volumen de su micrófono para criticar el sistema que les da de comer, alegando con la voz de los profetas que a Dios le dan asco nuestras misas y otros cultos mientras más de la mitad de la humanidad pasa hambre, podemos afirmar que nos encontramos ante un accidente histórico mayor. Porque es un hecho bien establecido que hasta ahora la catástrofe del hambre en el mundo es en gran parte causada por los mismos cristianos divididos entre rapaces que dominan el mercado y ovejas tontas amantes de la piedad y de la paz, las que, por fidelidad a sus pastores serviles, nunca cuestionan nada y miran el compromiso cristiano por la justicia como algo bueno sólo para los chinos o los cubanos. La salida “pastoral” Puesto que en medio de nosotros prevaleció la ideología sacerdotal, el grito de los profetas se quedó bajo el celemín. Mucho se ha alabado a Jesús como “Sumo Sacerdote”, mientras a Jesús Profeta se lo desconoce, o se lo reduce a un par de homilías al año, cuando mucho, y tal vez a una clase de catequesis para adolescentes rebeldes con la mente puesta en otra cosa. Lo que sí sobrevive con persistencia es la figura linda de Jesús Buen Pastor, a la que por otra parte se la ha vaciado concienzudamente de toda sustancia profética (hoy diríamos “revolucionaria”, ¡que la tiene!) para reducirla a la de un funcionario religioso amable, más o menos ducho en relaciones psico-espirituales. Habíamos decidido no esperar más. No era la primera vez que Justo, sin hacer honor a su nombre, incumplía sus promesas y no era fiel a la palabra que había dado y estábamos ya cansados de él.
Al principio pareció decidido a responder a la llamada que le hizo Jesús y se había adherido con entusiasmo al grupo de los que le seguíamos, pero aquella primera disposición no resistió la prueba del tiempo. Un día desapareció sin dar explicaciones y supimos que había vuelto a Betsaida, la ciudad donde vivía con su familia, ayudando a su padre que poseía un gran higueral y vendía cargamentos de higos a los mercaderes que los embarcaban rumbo a Chipre. Al cabo de un tiempo reapareció inesperadamente con aire de arrepentimiento y Jesús lo acogió de nuevo sin tener en cuenta nuestro malestar. Caminaba con nosotros pero siempre rezagado y soportaba en silencio las palabras mordaces que algunos le dirigían: “- ¿Os habéis dado cuenta de que hoy en la sinagoga han hablado de Justo? Parecía que las palabras de Oseas estaban escritas pensando en él: “Vuestra fidelidad es nube mañanera, rocío que se evapora al alba…” (Os 6,4). Él se mordía los labios para no enzarzarse en la discusión pero debió cansarse de nosotros porque un día que nos alojamos cerca de su pueblo dijo que tenía que acercarse a su casa a recoger un cesto de higos y que volvería pronto, pero llegó la noche y no había regresado. Estábamos indignados y supusimos que Jesús también porque un día le habíamos oído descalificar a los que, después de poner la mano en el arado, vuelven la vista atrás. Por eso nos sorprendió que, cuando nos disponíamos a reemprender el camino al amanecer, él propuso que lo retrasáramos para esperar a Justo. “- Pero Maestro”, le dijimos, “¿es que de verdad crees que va a volver? ¿No te das cuenta de que es inconstante como una hoja llevada por el viento y que sus promesas no valen más que la hierba de un tejado? ¿Vas a permitir que se ría otra vez de nosotros?” En situaciones como éstas Jesús que habitualmente es un gran conversador, no contesta preguntas ni entra en diálogo. “– Ha dicho que va a volver y voy a esperarlo. Vosotros podéis marcharos si queréis” Nos quedamos también aunque malhumorados porque estaba siendo un otoño muy caluroso y tendríamos que caminar en las peores horas del día. Cerca de mediodía le vimos aparecer a lo lejos cargado con un canasto de higos. Se acercó a Jesús y todos oímos las historias que le contó sobre un encargo de su padre, la enfermedad de un criado y la pérdida de un burro que había tenido que ir a buscar. Le agradecía que no nos hubiésemos marchado sin él y nos invitaba a comer los higos que había traído. Excepto Jesús, ninguno dimos crédito a sus explicaciones pero como teníamos hambre y los higos estaban deliciosos, nos sentamos a comer. En la sobremesa Jesús dijo: - “Estos higos me han recordado la historia que le oí de niño a Azarías, un vecino de Nazaret. En su patio había una higuera espléndida y a mí de niño me dejaba subirme a sus ramas para comer higos. –“¿La ves ahora tan hermosa y cargada de frutos? Pues hace muchos años estuvo a punto de secarse y mi padre dijo que iba a cortarla; pero yo le pedí que me dejara ocuparme de ella, la regué, aboné y cuidé tanto que en la primavera siguiente reverdeció y se fue fortaleciendo y ahora es la que da los mejores higos del pueblo. Y mi padre, ya anciano, me decía con orgullo: - “Hijo, ¡qué bien hiciste en no dejarme que la cortara…!” Eso fue lo que me contó Azarías ¿qué os parece? Hizo una pausa mientras cogía el último higo que quedaba en la cesta y, después de comérselo, nos dijo: - “Esa paciencia que tuvo mi vecino con un árbol ¿no creéis que vale la pena tenerla también con un hombre?” No supimos qué contestarle pero aquel día aprendimos algo más sobre la paciencia de nuestro Dios. La Parábola del Tesoro, la Parábola de la Perla, la Red repleta, los milagros de curaciones, las multiplicaciones de panes y peces, las bodas de Caná... El Evangelio está lleno de expresiones que nos conducen a la idea de Fiesta, de Abundancia, de Vida plena.
Y los evangelios se llaman así porque ofrecen EL EVANGELIO, La Buena Noticia, la Gran Noticia de Jesús. Así, la invitación es al Evangelio, a vivir en el Reino, no en las tinieblas, no el juicio, no en el temor, no en el Sinaí sino en el Monte de las Bienaventuranzas. Y es un tema ESENCIAL en la espiritualidad cristiana y en la presencia de la Iglesia en el mundo. Servir a Dios es reinar = "vivir como un rey". El Reino es una fiesta, un tesoro que, una vez conocido, hace despreciar todo lo demás. El reino de Dios es vivir por encima de la envidia, la codicia, la corrupción... porque se ha descubierto que la austeridad, el desprendimiento, la concordia... dan satisfacciones mucho más profundas y duraderas. El Reino de Dios es también vivir por encima de la riqueza o pobreza, salud o enfermedad, vida larga o corta, porque se ha descubierto una dimensión trascendente de la vida que hace de todo eso solamente medios para caminar, no fines para disfrutar. El Reino de Dios es, sobre todo, libertad, que nace del conocimiento de Dios. Dios no es el juez que lleva severas cuentas: Dios es la fuerza para escapar de la esclavitud del pecado, del sin-sentido de la vida. Así, el Reino no es sólo una fiesta final, un éxito de la aventura personal y colectiva de la humanidad, prometido para el futuro, sino también un "estado de fiesta" aquí y ahora, una "fiesta interior", en la que ninguna de las adversidades de la vida pueden cambiar ese estado anímico de equilibrio, de saber dónde estoy y a dónde voy, dónde y cómo acaba esto, qué valor tienen las cosas... que se manifiesta, aun en medio de cualquier perturbación, en la paz del espíritu, la confianza en Dios, el estado habitual de agradecimiento y de disponibilidad. Pero además, y quizá sobre todo, el Reino es un banquete con Jesús. Y los banquetes, las comidas, las cenas de Jesús fueron a la vez revelación y escándalo, fiesta para unos y rechazo para otros; hasta se ha llegado a decir que a Jesús lo mataron por sus comidas con pecadores. Es característico de Jesús, ante todo que no es un asceta a lo Juan Bautista; es una persona de costumbres normales: vive con y como los demás. Come con y como los demás: no guarda ayunos y purificaciones rituales, como los demás galileos… Y estos no son los signos que se deben esperar de un Profeta. “Este no es Profeta, porque no guarda el Sábado”. “¿Es que vuestro maestro come con pecadores?” … Las comidas de Jesús con pecadores inauguran el Reino: Jesús con todos, porque todos le necesitan; en eso conocemos que Dios está con todos, porque todos le necesitamos. Pero ni los puros fariseos ni los sabios doctores se dejaron invitar. Y se quedaron fuera del Reino, porque se creían diferentes a los demás. El Reino no es cosa de sabios, de puros, de ricos: el Reino es para la gente. Los publicanos y pecadores que se veían comiendo a la mesa del Profeta se sentían redimidos: en el mundo en que Jesús se movía hay pocas cosas más importantes que la honra, y ninguna tan desastrosa como la deshonra. El pecador está deshonrado, es un paria: y la mayor parte de los pecadores de la época no tienen salvación posible, ni manera alguna de rehabilitarse. Pero Jesús los acepta a su mesa, y compartir mesa es ser amigos, supone un grado intenso de mutua acogida. La frase de los enemigos es significativa: “Acoge a los pecadores y hasta come con ellos”. Es la rehabilitación de la gente pecadora, de la gente. Muchas religiones, y la de Israel entre ellas, caen el pecado de la reverencia a los poderosos. Los importantes son los que conocen los misterios, los que ofician el culto, los ricos, los prestigiosos… Para Jesús es importante la gente, más importantes los niños, más importantes los enfermos y más importantes los más pecadores. Hay en los evangelios tres tipos de comidas de Jesús: v Las comidas con la gente, con los pecadores, con todos, que son signo vivo del Reino y muestran cómo es Dios para nosotros. Las dos más significativas son la de casa de Leví y la de Casa de Zaqueo: y en las dos, la conversión es resultado de la iniciativa de Jesús. Dios es el que invita, el que aprecia a todos, el que está interesado sobre todo por el más pecador. Descubrir que Dios es así es una poderosa llamada a la conversión, a aceptar el Reino. v Las comidas con los importantes, especialmente las dos en casa de fariseos. Jesús acepta la invitación, pero terminan mal, Jesús acaba echándoles en cara su torcida religión, no son comidas de comunión, sino de ruptura. v Las comidas íntimas con sus amigos, de las que la última marcó a los discípulos en el futuro y nos sigue marcado a nosotros. La Eucaristía es, antes que ninguna otra cosa, la comida de Jesús con los pecadores. La Eucaristía: un banquete, una fiesta nacida de la comunión con Jesús. En la eucaristía nos sentimos bien ante todo porque se nos admite como somos, pecadores que deseamos el Reino: por eso nos reconocemos pecadores al entrar: no hace falta pedir perdón (a pesar de que las fórmulas litúrgicas insisten en ello); venimos porque nos llaman, porque el perdón está ofrecido de antemano. En la Eucaristía nuestro espíritu vuelve a arder con la palabra, renovamos nuestra unión con Jesús en la comunidad de creyentes... y soñamos con el Banquete Definitivo en la gran Casa de Nuestro Padre. Todo eso hace de nuestra celebración una ACCIÓN DE GRACIAS, todo eso hace que nos despidamos con la bendición, por la que se nos envía a la Misión, a anunciar tanta Buena Noticia con nuestro modo de vivir. Es urgente que los cristianos recuperemos el talante festivo de nuestra fe, que produzca envidia nuestra manera de vivir, que sea atrayente nuestro modo de proceder y nuestro estado de ánimo. Me atrevería a decir que sólo así anunciaremos verdaderamente la Buena Noticia. Pero no pocas veces nos parecemos a los invitados: recibimos la invitación y nos vamos a nuestras cosas, a ganar dinero, a competir, a comprarnos cosas, a adorar dioses-jueces... a todo menos al Banquete al que Dios nos invita. Y en todas esas cosas, por más que nos resulten agradables, no hay más que tinieblas. |
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