Los primeros cristianos celebraban la Eucaristía en el curso de una cena, alrededor de una mesa. Al hacerlo así manifestaban que el contexto adecuado de la celebración es el amor fraterno y el compartir los bienes, que es lo propio de los hermanos. En esta cena se consagraba el pan y el vino, y los hermanos se ofrecían unos a otros la comida que llevaban, como gesto de fraternidad. Cuando estos “ágapes” degeneraron y, en vez de compartir, cada cual comía de lo suyo, unos buenos manjares y otros una pobre comida, san Pablo se enfada, porque han olvidado lo que en realidad significa la mesa (ver 1 Cor 11,20-22). Estos abusos, la evolución histórica y el crecimiento de la Iglesia hicieron que, en el transcurso del tiempo, la celebración de la eucaristía, prescindiera del contexto de la cena.
Así la mesa se convirtió en misa. Ahora bien, esta evolución de la mesa a la misa pudiera tener su interés. La palabra “misa” tiene dos significados. Por una parte, el término misa era una palabra usada, a partir del siglo IV, para despedir a los fieles al final de la ceremonia. En Roma se decía “ite, missa est” para despedir a las asambleas. Pero el término misa significa también “enviado”. Misa viene de missio, de misión, de misionero, de enviado. Al final de la celebración los fieles son “enviados”. ¿Enviados a qué? A dar testimonio de lo que acaban de vivir. La palabra misa nos orienta hacia un aspecto importante de la mesa, a saber: que la mesa no es para quedarse en ella, sino para dejarla, para salir afuera y pregonar lo que significa y ocurre alrededor de la mesa. Los cristianos vivimos dentro lo que queremos extender fuera. El amor entre los hermanos es un signo para que el mundo crea. No es un signo que nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre a los demás, sin excepciones. De ahí que el amor cristiano comienza por ser fraterno y se convierte en universal, llegando al extremo del amor al enemigo. La comunión con Jesús resucitado, la eucaristía, nos impulsa a un amor universal. Entre otras cosas porque la eucaristía remite a una vida que se entregó por todos los hombres, buscando la misericordia y el perdón para todos.
0 Comentarios
Constelar es un permanente ejercicio de rendición, reconocer el mundo sagrado que es el otro con su órbita ya acertada y elíptica, ya caótica y desordenada.
Constelar es acercarnos a un centro capaz de abrazar las conciencias, los planetas, los universos. Es abrirnos a la Vida sin discriminación de ningún orden. Constelar es observar la superficie soleada y luminosa de las tierras cercanas, saber en un momento perdonar sus cráteres más profundos y lunares. Constelar es poner fin a nuestro deseo de controlar las rotaciones y traslaciones ajenas; asumir el movimiento libre ya de nuestros seres queridos, ya de cuantos planetas nos circundan. Constelar es sellar con paz el pasado, pero también el futuro que está por llegar. Es darnos la oportunidad de reconciliarnos dentro, la determinación de hacerlo mejor, de contribuir al rotar más armonioso, al orden superior del universo. Podemos explorar nuestras "constelaciones familiares" y universales con un terapeuta, pero tampoco conviene olvidar que llevamos al sanador puesto. Constelar es reconocer la infinitud del universo, su ilimitado amor y maravilla. Es observarnos como parte de un Plan grandioso, como tributo tan diminuto como trascendente a su misteriosa Trama. Podemos apuntarnos o no al taller de fin de semana, participar de los entrañables círculos de sanación que se prodigan en nuestros días, pero puede también bastar con alinearnos con el Sol de la Vida, la Luz y la compasión infinita. Es tiempo de darnos unas vueltas por dentro; de constelarnos y prepararnos; de hacer nuestro ese Orden fascinante al romper cada Alba. Al transcurrir eones también fuego en nuestra piel redonda, nos rotarán mayores orbes, daremos a rayos llenos. Si echamos una rápida mirada a la situación geopolítica, es fácil comprobar que pocos lugares mantienen un alto nivel de competitividad e innovación y, a la vez tienen sus derechos políticos y sociales democráticamente avanzados. Uno de esos lugares es todavía Europa, al menos una buena parte de sus Estados y naciones, con indicadores de calidad de vida elevados como su fortaleza económico-financiera. Tan es así que las crisis en las diferentes partes del globo han despertado a millones de personas en países fuertemente pauperizados que ponen sus ojos fijos en nuestro bienestar mientras no acabamos de entender aquí que buena parte de sus dolores nacen en el Primer Mundo. Y para colmo, el Sistema no funciona bien. La consecuencia es que nuestras condiciones laborales y demás derechos básicos gratuitos, como la educación, la sanidad o las pensiones, estén en peligro ante los problemas económicos estructurales y la cada vez más desaforada codicia de los verdaderos poderes económicos.
Estamos en crisis, es cierto, con bolsas significativas de exclusión social, pero es una maravilla en comparación con lo que es la pobreza extrema y las muertes frecuentes por inanición en buena parte del Planeta. Buena parte de Canadá, Australia, Japón, Europa, Estados Unidos… lideran el mundo en dura competencia con Rusia, China y varios países emergentes, como India y Brasil; o Arabia Saudí, cuyos ciudadanos viven en régimen cuasi feudal. Son muy ricos pero una vergüenza humanamente hablando. Lo que resulta peculiar es que todas las economías boyantes, democráticas o totalitarias, compartan la globalización financiera en armonía dejando fuera a buena parte de los derechos básicos de las personas de tres cuartas partes del mundo. Una inmensa mayoría de los Estados del mundo con la mayoría de sus habitantes dentro. Lo relevante es que nos parece normal. Ha llegado el momento en que nos sentimos rodeados, temerosos porque algunos problemas que antes los percibíamos lejos, están cada vez más cerca. El más cercano de todos, la inmigración a gran escala, habiendo optado por centrarnos en cómo nos lo quitamos de encima mirando a las “soluciones” de la extrema derecha, con sus votos en ascenso. No acabo de entender esta postura de atrincherarnos en nuestra torre de marfil cada vez más frágil, en lugar de programar una inteligente ofensiva humanitaria para bajar la presión de tan grandes desigualdades. La novedad es que una minoría -todavía- de intelectuales trabaja para reavivar lo que propusieron muchos socialdemócratas nórdicos y centroeuropeos de los años sesenta, para quienes lo prioritario era aumentar la igualdad en la distribución primaria de la renta por delante del Estado del bienestar. Les parece necesario y además posible influir directamente en la distribución de la renta a priori, con políticas pre-distributivas, de forma que resulten innecesarias muchas de las correcciones re-distributivas posteriores ante el egoísmo de una élite codiciosa cosmopolita que comparte el eslogan del Tea Party frente a los desfavorecidos del Sistema: “no tenéis derecho a quedaros lo que yo me he ganado”. Los gobiernos socialdemócratas europeos no han cumplido cuando pudieron con su tarea ética dejando espacio para los recortes y las conductas populistas y xenófobas que empujan para cruzar las líneas rojas que desinflarían el Estado del Bienestar. Se trataría de romper la dinámica mansamente asumida del planteamiento neoliberal de que todos los agentes sociales pueden actuar distributivamente como les plazca, pues ya vendrá el Estado, con el esfuerzo público que haga falta, a arreglar la injusticia: repartir beneficios y socializar las pérdidas sin actuar sobre la pobreza del Tercer Mundo y gestando un polvorín de cuidado. Para algunos, corregir la desregulación excesiva del laissez faire capitalista, cuyo coste no lo pagan quienes lo generan, es una llamada a la revolución. Pero no es otra cosa que completar las acciones redistributivas clásicas interviniendo sobre las causas a modo de cirugía en evolución que evite precisamente una revuelta planetaria ante la codicia violenta e inmisericorde. Y además ya se aplica alguna medida predistributiva: las cotizaciones sociales sobre los salarios que el Estado obliga a pagar a trabajadores y empresas. Si algo nos ha enseñado la historia del Estado del bienestar es que al desplazar toda la carga de la justicia social a los poderes públicos, los progresos distributivos no serán sólidos ni estables en el tiempo. Con más medidas predistributivas que eviten injusticias estructurales se podría revertir, en fin, que varios de los millones que ahora votan a tipos como Trump o Bolsonaro, y otros millones más que no pueden elegir a sus gobernantes, vean razones de peso para esperar algún cambio en el reparto de la riqueza mundial que propiciaría nuevos nichos sociales de dignidad humana en el mundo. Si esto parece una quimera es porque algunos se han encargado de construir un trampantojo sobre la realidad y sus posibilidades. El mito de la caverna de Platón en estado puro, ojo. Son ya muchas las personas que han pronunciado esta frase, y además la practican. Aquello del "devoto sexo femenino" de tiempos relativamente recientes pasó ya a la historia, y la mujer toma felizmente conciencia de la tremenda injusticia, e inútil barbaridad, que le supone a la humanidad la marginación a la que está sometida, con escalofriante y pagana referencia para el comportamiento de Nuestra Santa Madre la Iglesia.
Tal vez resulte de utilidad advertir que, entre otras cosas, no se trata de "la" Iglesia, sino de "esta" Iglesia fabricada institucionalmente, y de la que el papa Francisco expresa serias dudas sobre su fecundidad, a semejanza con el ideal, del que hay nítida y perdurable constancia en los santos evangelios. Las razones veraces que les asisten a quienes, por esto, deciden optar por la defección, deserción o abandono de la Iglesia, son de este orden: La Iglesia- esta Iglesia- es soberanamente machista. Avergüenza tener que decirlo y más verse obligado a reconocerlo con documentación, y expresivos y elocuentes detalles humanos y "divinales". Es machista, y en su propia raíz del árbol del mismo Paraíso Terrenal, actúan con perseverancia y rigor, al igual que en sus ramas. Al amparo del patriarcalismo arcaico y antinatural, se cosechan los frutos más denigrantes, que se precian y aprecian de culturales y también de religiosos, con innegable proyección de futuro para esta vida y para la otra. Multitud de mujeres se borrarán, o ya se borraron, de la Iglesia, educadas en inamovibles principios de su teología moral, en relación con la sexualidad, y más concretamente con la ejercida en la intimidad del santo sacramento del matrimonio. Con la connotación de "pecado mortal", por el llamado "débito" contractual inherente al contrato sacramental, la mujer casada, tiene el inexcusable deber de entregar su cuerpo -todo su cuerpo- al hombre, con el fin de que, sin ningún miramiento, sin respeto y aún sin amor -cariño, pueda hacer él, su marido, cuanto le apetezca, sin excesivos melindres como persona y como ser racional. Aunque a algunos y algunas les pueda parecer excesivo e irrespetuoso este diagnóstico y apreciación, según la doctrina oficial que se mantiene, se cultiva y santifica la Iglesia "en el nombre de Dios" esto es lo que es y lo que tiene que ser. La "mujer-pecado", y "objeto -sujeto- de pecado", activa o pasivamente, es doctrina eclesiástica común en la praxis religiosa. La constatación de que ni el mismo papa Francisco se haya decidido ya, y efectivamente, a afrontar con hechos el tema de la marginación atroz que padece la mujer en la Iglesia de su "franciscanismo" pontificio, es más que razonable incitación a que el pesimismo respecto al futuro imponga y afiance las razones para abandonar la Iglesia, en cuyo espacio y consideración, su redención como persona y como ser bautizado, sigue encontrándose a tan largas, insalvables y onerosas distancias de lugar y de tiempo. En idéntico contexto es obligado situar y juzgar el hecho de que, precisamente en los temas relacionados directamente con la mujer en los movimientos piadosos más representativos y con las correspondientes bendiciones apostólicas, el trato que se les confiere a ellas es de segunda o tercera división, con imposibilidad de asimilarse a los movimientos, si son masculinos. Olvidare de cuestionar si el sexo es masculino o femenino, para así santificar y proporcionarles el "Nihil Obstat" de su aprobación, equivaldría -equivale- a dejar bien claro que en la Iglesia una cosa es ser hombre y otra, menos digna, es ser mujer. El dato de que todavía "suene rematadamente mal" hasta la posibilidad de que la mujer llegue a ser nombrada cardenal, obispo o sacerdote, mientras que al hombre como tal -"vir baptizatus"- les sean abiertas todas las puertas jerárquicas, le significa hoy a la mujer una dificultad infranqueable para seguir perteneciendo a la Iglesia. Estudiado y valorado el comportamiento que en el resto de actividades, trabajos, profesión... ejerce gloriosamente la mujer, igual o superior, que el que efectúa el hombre, no es difícil concluir que la Iglesia, y lo eclesiástico, de no cambiar pronto y radicalmente el panorama, no son aspiración y meta femeninas. Los hechos son los hechos, pese a que interpretaciones eclesiasticoides benevolentes prefieran reflejarlos y contabilizarlos de otra manera, con descalificación y anatemas "ministeriales" de quienes se limitan a presentarlos con veracidad y realismo. El tema de la mujer-monja sobrepasa cualquier ponderación y medida. Todo, o casi todo, de cuanto se ha referido acerca de las seglares o laicas, en la Iglesia, - Congregaciones, Órdenes, instituciones y aún Confederaciones de monjas-, se elevan al máximo del disparate y la desconsideración respecto a las "esclavas del Señor", por antonomasia. Colonizadas la mayoría de ellas por sus santos padres fundadores, capellanes y directores espirituales, tratadas como "infantiles a perpetuidad" en el Reino de Dios, con iniciativas tan reducidas y "en virtud de santa obediencia", la "demonasterización", y aún la despersonalización, están servidas con generosidad y como ofrendas consagradas a Dios. El cierre a perpetuidad, y la venta, de conventos de clausura por falta de vocaciones, es una de las lacras dolorosas que padece la Iglesia, sin que el futuro pueda otearse con las nítidas notas de los motetes o de las aleluyas pascuales. La incapacidad de hacer uso constitucional de algún tipo de huelgas, como reivindicación secular o regular de la mujer en la demarcación eclesiástica, cercena aún más sus legítimas posibilidades de ejercer como miembros activos dentro de esta institución religiosa. "Si fuera mujer, me borraba de la Iglesia" no es, por tanto, una barbaridad de corte y contenido anticlerical. Tampoco es una tontería. Es frase que será preciso someter a análisis y a autocrítica por parte de muchos, preferentemente procedentes de los escalafones jerárquicos. De los malos tratos contra la mujer, no se libran siquiera los miembros de institución tan sagrada. Este ciclo (C) toca leer el evangelio de Lc, que empieza con un paralelismo entre el Bautista y Jesús en los dos primeros capítulos. A partir de aquí, Lc se olvida de todo lo dicho y comienza solemnemente su evangelio: “En el año quince del gobierno de Tiberio Cesar… vino la palabra de Dios sobre Juan… Después del bautismo y las tentaciones, propone un nuevo comienzo con un resumen: Regresó a Galilea con la fuerza del Espíritu, enseñaba en las sinagogas y su fama se extendió por toda la comarca.
No es la primera vez que entra en una sinagoga pues dice: “como era su costumbre”. Y “haz aquí lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm. El texto de Isaías es el punto de partida. Pero más importante aún que la cita, es la omisión voluntaria de la última parte del párrafo, que decía: “...y un día de venganza para nuestro Dios” (estaba expresamente prohibido añadir o quitar un ápice del texto). Los que escuchaban se dieron cuenta de la omisión. Que alguien se atreva a rectificar la Escritura era inaceptable. Is se refiere a los tiempos mesiánicos con metáforas, no habla de curación física. Jesús se niega a entrar en la dinámica que los de su pueblo esperan. Ni la misión de Elías ni la de Eliseo fue remediar necesidades materiales. Continúa Lc con un texto en que Jesús realiza toda clase de curaciones, ahora en Cafarnaúm. Pero termina orando en descampado y diciendo a los que le buscan: Vámonos a otros pueblos a predicar, que para eso he venido. No comenta un texto de la Torá, que era lo más sagrado para el judaísmo sino un texto profético. El fundamento de la predicación de Jesús se encuentra más en los profetas que en el Pentateuco. Para los primeros cristianos, estaba claro que el mismo Espíritu, que ha inspirado la Escritura, unge a Jesús a ir mucho más allá de ella. No se anula la Escritura sino el carácter absoluto que le habían dado los rabinos. Ninguna teología, ningún rito, ninguna norma, pueden tener valor absoluto. El hombre debe estar siempre abierto al futuro. Al aplicarse a sí mismo el texto, está declarando su condición de “Ungido”. Seguramente es esta pretensión la que provoca la reacción de sus vecinos, que le conocían de toda la vida y sabían quién era su padre y su madre. En otras muchas partes de los evangelios se apunta a la misma idea: La mayor cercanía a la persona de Jesús se convierte en el mayor obstáculo para poder aceptar lo que verdaderamente representa. Para un judío era impensable que alguien se atreviera a cambiar la idea de Dios reflejada en la Escritura. Partiendo de la Escritura, Jesús anuncia su novedoso mensaje. A las promesas de unos tiempos mesiánicos por parte de Isaías, contrapone Jesús los hechos, “hoy se cumple esta Escritura”. Toda la Biblia está basada en una promesa de liberación por parte de Dios. Pero debemos tener mucho cuidado de no entender literalmente el mensaje, y seguir esperando de Dios lo que ya nos ha dado. Dios no nos libera, Dios es la liberación. Soy yo el que debo tomar conciencia de que soy libre y puedo vivir en libertad sin que nadie me lo impida. La libertad es el estado natural del ser humano. La “buena noticia” de Jesús va dirigida a todos los que padecen cualquier clase de sometimiento, por eso tiene que consistir en una liberación. No debemos caer en una demagogia barata. La enumeración que hace Isaías no deja lugar a dudas. En nombre del evangelio no se puede predicar la simple liberación material. Pero tampoco podemos conformarnos con una propuesta de salvación meramente espiritual, desentendiéndonos de las esclavitudes materiales. Oprimir a alguien, o desentenderse del oprimido, es negar el Dios de Jesús. El Dios de Jesús no es el aliado de unos pocos. No es el Dios de los buenos, de los piadosos, ni de los sabios. Es, sobre todo, el Dios de los marginados, de los excluidos, de los enfermos y tarados, de los pecadores. Solo estaremos de parte Dios, si estamos con ellos. Una religión, compatible con cualquier clase de exclusión, es idolátrica. Jesús respondió al Bautista: “id y contarle lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan...” Hoy el ser humano está fallando en la búsqueda de libertad. Buscamos con ahínco la liberación de las opresiones externas, pero descuida la liberación interior que es la verdadera. Jesús habla de liberarse antes de liberar. En el evangelio de Juan, está muy claro que tan grave es oprimir como dejarse oprimir. El ser humano puede permanecer libre, a pesar de sometimientos externos, hay una parte de su ser que nadie puede doblegar. La primera obligación de un ser humano es no dejarse esclavizar y el primer derecho, verse libre de toda opresión. La peor opresión es siempre la que se ejerce en nombre de Dios. ¿Cómo conseguir ese objetivo? El evangelio nos lo acaba de decir: Jesús volvió a Galilea con la fuera del Espíritu. Ahí está la clave. Solo el Espíritu nos puede capacitar para cumplir la misión que tenemos como seres humanos. Tanto en el AT como en el NT, ungir era capacitar a uno para una misión. Pablo nos lo dice con claridad meridiana: Si todos hemos bebido de un mismo Espíritu, seremos capaces de superar el individualismo, y entraremos en la dinámica de pertenencia a un mismo cuerpo. Superado el egoísmo queda el amor. La idea de que todos formamos un solo cuerpo es sencillamente genial. Ninguna explicación teológica puede llevarnos más lejos que esta imagen. La idea de que somos individuos con intereses contrapuestos es tan demencial como pensar que una parte de nuestro cuerpo pueda ir en contra de otra parte del mismo cuerpo. Cuando esto sucede le llamamos cáncer. El individualismo solo puede ser superado por la unidad a la que nos lleva el Espíritu. Pablo nos invita a aceptarnos los unos a los otros como diferentes. Esa diversidad es precisamente la base de cualquier organismo. Sin ella el ser vivo sería inviable. Tal vez sea una de las exigencias más difíciles de nuestra condición de criaturas, aceptar la diversidad, aceptar al otro como diferente, encontrando en esa diferencia, no una amenaza sino una riqueza insustituible. Si somos sinceros, descubrimos que estamos en la dinámica opuesta. Seguimos empeñados en rechazar y aniquilar al que no es como nosotros. Lo único que predicó Jesús fue el amor, es decir, la unidad. Eso supone la superación de todo egoísmo y toda conciencia de individualidad. Los conocimientos científicos adquiridos en estos dos últimos siglos vienen en nuestra ayuda. Somos parte del universo, somos parte de la vida. Si seguimos empeñándonos en encontrar el sentido de mi existencia en la individualidad terminaremos todos locos. El sentido está en la totalidad, que no es algo separado de mi individualidad, sino que es su propio constitutivo esencial. Ya sabemos que el “Espíritu” no es más que Dios presente en lo más hondo de nuestro ser. Eso que hay de divino en nosotros es nuestro verdadero ser. Todo lo demás, no solo es accidental, transitorio y caduco, sino que terminará por desaparecer, querámoslo o no. No tiene ni pies ni cabeza que sigamos empeñados en potenciar lo que de nosotros es más endeble, aquello de lo que tenemos que despegarnos. Querer dar sentido a mi existencia potenciando lo caduco es ir en contra de nuestra naturaleza más íntima. Meditación Hoy se cumple esa Escritura también en ti. El Espíritu que actuó en Jesús, está actuando en ti. El ego nos separa. El Espíritu nos identifica. Conecta con esa energía divina que ya está en ti, y la espiritualidad será lo más espontáneo y natural de tu vida. Después de celebrar las tres epifanías, volvemos al evangelio de Lucas. Cuando escribió su evangelio, tomó como punto de partida el de Marcos. Incluso lo copió a veces al pie de la letra. Pero, en bastantes ocasiones, lo cambiaba y completaba. Uno de los casos más curioso de cambio y añadido lo tenemos en el evangelio de este domingo.
Marcos cuenta que Jesús, cuando metieron en la cárcel a Juan Bautista, se dirigió a Galilea y proclamaba lo siguiente: “Se ha cumplido el plazo y está cerca el reinado de Dios. Convertíos y creed la buena noticia”. Lucas también dice que Jesús se dirigió a Galilea y predicaba en las sinagogas, pero no dice qué predicaba. Las primeras palabras públicas las pronunciará en la sinagoga de Nazaret, y no hablan del plazo que se ha cumplido ni de la cercanía del reinado de Dios; tampoco piden la conversión y la fe. El reinado de Dios no está cerca, se ha hecho presente en Jesús Lo primero que hace Jesús es leer un texto de Isaías que pretende consolar a los pobres, los cautivos, los ciegos, los oprimidos. Son imágenes que no debemos interpretar al pie de la letra. No se trata de ciegos físicos ni de presos. Este texto, escrito probablemente en el siglo VI o V a.C., describe la triste situación en la que se encontraba por entonces el pueblo de Israel, sometido al imperio persa. Una situación bastante parecida a la de los judíos del tiempo de Jesús, sometidos al imperio romano. Los presentes en la sinagoga de Nazaret podían verse reflejados perfectamente en esas palabras del libro de Isaías. Pero lo importante es lo que Jesús añade: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Cuando se comparan las primeras palabras de Jesús en Marcos y Lucas se advierte una interesante diferencia. En Marcos, lo esencial es el reinado de Dios y la actitud que debemos adoptar ante su cercanía (convertirnos y creer). En Lucas, la fuerza recae en el personaje sobre quien Dios ha enviado su Espíritu: Jesús. No se trata de que el reinado de Dios esté cerca, se ha hecho ya presente en Jesús. ¿Qué se cumple hoy? El texto de Isaías se puede interpretar, a la ligera, como si el personaje del que habla (para nosotros, Jesús) fuese a llevar a cabo la mejora social de los pobres, la liberación de los cautivos, la curación de los ciegos, la libertad de los oprimidos. Sin embargo, el texto no pone el énfasis en la acción, sino en el anuncio. La traducción litúrgica usa tres veces el verbo “anunciar” (en griego sería una vez “evangelizar” y dos “anunciar”). Este matiz es importante, porque coincide con lo que hizo Jesús. Es cierto que curó a algún ciego, pero no liberó de los romanos ni mejoró la situación económica de los pobres. Lo que hizo fue “anunciar el año de gracia del Señor”, hablar de un Dios Padre, que nos ama incluso cuando las circunstancias de nuestra vida siguen siendo muy duras. Un optimismo desafiante La liturgia ha dividido el relato de Lucas en dos domingos. Con ello, nos quedamos sin saber cómo reaccionará el auditorio a lo que ha dicho Jesús. La sabremos el próximo domingo. Lo que hoy debe quedarnos claro es el profundo optimismo del mensaje de Isaías, que, al mismo tiempo, supone un desafío para nuestra fe. ¿Se ha cumplido realmente esa Escritura que anuncia la mejora y la salvación a pobres, ciegos, cautivos y oprimidos? Una rápida lectura del periódico bastaría para ponerlo en duda. Cuando Lucas escribió su evangelio, cuarenta o cincuenta años después de la muerte de Jesús, también tendría motivos para dudar de esta promesa. Sin embargo, no lo hizo. Jesús había cumplido su misión de anunciar el año de gracia del Señor, había traído esperanza y consuelo. Había motivo más que suficiente para creer que esa palabra se había cumplido y se sigue cumpliendo hoy. La 1ª lectura (Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10) Este episodio se interpreta generalmente como el punto de partida histórico de la lectura pública de los textos sagrados judíos y ayuda a comprender lo ocurrido en la sinagoga de Nazaret. La escena se sitúa en la segunda mitad el siglo V a.C., en tiempos de Esdras, y representa una gran novedad. Hasta entonces, quienes hablaban en público eran los profetas. Ahora se lee el libro de la Ley de Moisés (quizá alguna parte del Deuteronomio), de acuerdo con un ritual muy preciso, que se mantuvo parcialmente en las sinagogas: Esdras se sitúa en un púlpito, la gente se pone en pie, Esdras bendice al Señor y todos adoran. Según otra versión, quienes leen son los levitas, que, al mismo tiempo, explican el sentido de lo que han leído. En este primer tramo del Tiempo Ordinario, la liturgia nos invita a dar un paseo por los primeros capítulos del Evangelio de Lucas. En el texto de hoy se da la bienvenida al Evangelio de Lucas, pero da un salto en lo que se refiere a los relatos de la Infancia y al Bautismo de Jesús. Tras intentar dar solidez a los testimonios de la comunidad lucana y a todo lo que han fijado por escrito, nos sitúa directamente en su vida pública y ya con el discernimiento hecho sobe cuál es su misión, en principio con cierta claridad.
Comienza este Evangelio en un formato epistolar dirigido a Teófilo. Lucas lo sitúa al principio del Evangelio y al comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles para darle un carácter literario, como una larga carta que remite a su compañero Teófilo. Pero no es sólo una carta subjetiva desde lo experimentado, sino que alude a una investigación diligente para dar consistencia y solidez a los hechos que han marcado profundamente esta visión de Dios y del ser humano. Avanzando en el texto, nos muestra a Jesús al inicio de su ministerio y exponiendo su proyecto en la sinagoga de Nazaret. Es la etapa del inicio de su predicación, posteriormente las primeras curaciones y la llamada a sus primeros discípulos ya serán en Cafarnaún. Jesús acude a la sinagoga como tenían costumbre los judíos y le entregan el pergamino donde estaba escrito un texto del profeta Isaías. No vamos a hacer una comparación profunda de este texto, pero sí es importante destacar que Jesús realiza dos variaciones importantes en la lectura. Isaías no habla de “dar la vista a los ciegos” sino para “curar los corazones desgarrados”. Tal vez este cambio no tuvo mucha importancia, aunque podría referirse Jesús a la ceguera que ya percibía en las autoridades judías y los fariseos. Sin embargo, la omisión del último versículo sí es de mucha trascendencia porque ponía en juego el mismo ser de Dios. Se siente con la autoridad suficiente para comenzar a reinterpretar la ley judía desde la coherencia con su nueva conciencia: sentirse habitado por ese Espíritu que le había fortalecido en el desierto y desde ese amor recibido como hijoexperimentado en el Bautismo. El versículo que omite es “anunciar un día de venganza para nuestro Dios”. Este último versículo va a dar cohesión y consistencia a todo el programa que presenta. La imagen de un Dios vengativo choca frontalmente con la imagen de un Dios Madre-Padre que cuida, protege, dignifica y lanza al crecimiento, a la libertad y a la autonomía desde un vínculo profundo. Se trata de un paso a la conciencia adulta de una concepción de la religiosidad que no encaja con la dinámica infantil del premio-castigo, del enfado-contento por lo que se haga bien o mal. Jesús nos sitúa ante un Dios que forma parte de nuestra misma identidad y que se manifiesta como “gracia”, es decir, como luz, fuerza, sanación y empoderamiento desde la dignidad que nos confiere. Una conciencia de libertad que favorece la elección de aquello que va a dar un hondo sentido a la vida. Y este engranaje vital tiene unas clarísimas consecuencias como expone Jesús en esa recuperación del texto de Isaías. Jesús remarca su misión para que le sigan y se sumen a su movimiento mesiánico. Sin duda, todo un proyecto que presenta claramente la “liberación” como eje fundamental de quienes quieran seguirle. La liberación refiere a un movimiento de contraste y de apertura, de transformación de todo aquello que empequeñece, limita, juzga y excluye; es un nuevo dinamismo que sana, restablece, perdona e incluye a todo ser humano como indica el texto de Isaías recuperado por Jesus. Somos invitados a participar de esta corriente divina que va impregnando a toda la humanidad de una nueva visión en la que se hacen evidentes los valores del Reinado de Dios: la justicia, la solidaridad, el amor generoso e inclusivo, una clara apuesta por todos aquellos que sufren y que son víctimas del poder, de la opresión, de la ceguera de los que se sienten dirigentes del mundo y poseedores de la verdad. Al terminar la lectura Jesús exclama: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Ojalá sepamos hacer realidad la escritura del mensaje liberador que no quiere esclavizar a nadie, que no se muestra como miedo y control, que es capaz de superar todo lo que se opone a la autenticidad y libertad. ¡¡FELIZ DOMINGO!! El Banco Mundial fija en la actualidad un ingreso personal mínimo de 1,90 dólares/día (57 dólares/mes) como umbral de la pobreza absoluta. Los dólares se valoran en paridad de poder adquisitivo, porque un dólar tiene una capacidad mayor de compra en un país pobre que en otro desarrollado.
Según el referido criterio monetario, la evolución de la pobreza ha ido decreciendo en el planeta. En 1981, el 42,3% de la población mundial se situaba por debajo de dicho nivel. En 2013, último dato publicado, el porcentaje ha descendido y se instala en el 10,7%. En este progreso ha jugado también la evolución de la población mundial (denominador), pero en conjunto la pobreza (numerador) afecta a un menor número absoluto de personas. Hasta ahí un logro positivo, que los llamados ‘Objetivos de desarrollo sostenible’ (ODS) de Naciones Unidas quieren redoblar hasta la erradicación de la indigencia en todas sus formas para el año 2030 (Objetivo nº 1). Más allá de la pobreza absoluta se halla el índice de pobreza relativa, referida en cada país a unos baremos relacionados con el nivel inferior en un porcentaje determinado de la mediana de rentas del país, pero no es el tema de hoy. Seguiremos con la pobreza absoluta y con el objetivo de su alivio y erradicación. Tomando el índice de 2013 (10,7 %) llegamos a una estimación aproximada de 769 millones de personas que en estos momentos luchan en el mundo por la mera supervivencia por debajo del nivel de la pobreza definida por el Banco Mundial. Su ubicación principal está en el África subsahariana (390 millones), la India (260 millones), China e Indonesia (25 millones). Si establecemos ahora un escalón superior, y ampliamos el umbral indicado de pobreza hasta los 3,80 dólares día (114 dólares/mes), la pobreza aumenta en 1.500 millones adicionales de persona. De hecho, en 2013, 4.000 millones de personas, más de la mitad del planeta, contaban con ingresos diarios comprendidos entre los 1,90 y los 10 dólares. Sumados estos 1.500 a los 769 millones arriba citados llegamos a la cifra de 2.269 millones de personas situadas por debajo del nivel de los 114 dólares mes, una pobreza aún insoportable a todos los efectos de los parámetros occidentales. Estas cifras guardan una relación directa con la migración. En el cómputo de pobreza anterior queda incluido un altísimo porcentaje de aquellos emigrantes que huyen por motivos distintos a los estrictamente políticos –los exiliados políticos- y que están clasificados como emigrantes económicos. Huyen de sus países respectivos buscando mejorar sus niveles de vida y acercarlos a los de los ciudadanos occidentales. Escapan básicamente de la desesperanza en aras de encontrar una vida digna, una vida mejor. Sobra decir que el refugiado político merece consideración especifica dada la cobertura jurídica que le ha sido otorgada por el ‘estatuto universal al asilado’ en la Convención de Ginebra de 1951. De modo que el tema central es que sigue sin asumirse el nexo existente entre migración y pobreza y consecuentemente la necesidad de la búsqueda de soluciones a la pobreza absoluta en el mundocomo clave de solución, a su vez, de los movimientos migratorios. El problema de la migración va mucho más allá de las dolorosas anécdotas puntuales de vallas asaltadas, rescates subastados o playas avistadas. La dificultad se sitúa en buscar apoyo económico a 2.269 millones de personas que viven en situación de extrema precariedad. Un problema al que se enfrentan los países de acogida y los países de salida sin una interpretación comprensiva, que difícilmente se avista en el futuro próximo. Al margen de los pregonados ‘Planes Marshall’ para los países en desarrollo, Naciones Unidas ya aprobó unánimemente los criterios de promoción para huir de la trampa de la pobreza, en Monterrey (2002) y Doha (2008), pero desgraciadamente las decisiones de su Asamblea General no son vinculantes. Los países centrales no tienen políticas de inmigración, sino controles que se refieren a la limitación del número y manera de los flujos migratorios. Por referirnos a Europa, las diferentes comunicaciones y desarrollos normativos que se han ido produciendo desde 1999 son notables, y han supuesto un paso voluntarioso hacia la construcción de una política europea de inmigración y asilo, incardinándose en los principios de los derechos y libertades fundamentales del acervo europeo. Sin embargo, estos avances están tropezando frontalmente con las resistencias proteccionistas de varios países europeos que han dinamitado la configuración de espacios supranacionales para tratar el tema migratorio en la Unión Europea. El proteccionismo retrasa o contiene una ola mínima del movimiento migratorio, pero ignora el descomunal problema de 2.269 millones de personas que anhelan la llegada –en palabras de Jorge Bergoglio- de la globalización de la esperanza. Escribe Pepe Mallo
“Inviolabilidad y la dignidad de la persona” Francisco acaba de dar un significativo paso más en su apertura hacia el Evangelio. Ha decidido reformar el Catecismo para declarar que la pena de muerte es “inadmisible”. Ha justificado el cambio apoyado en el principio básico de que “la pena de muerte atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona”. Esta reforma del Catecismo refleja con claridad el intento de Francisco de dar respuesta a las exigencias sociales desde posiciones coherentes con el espíritu del Evangelio y de los tiempos. Con ocasión del 25 aniversario de la Promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, señaló Francisco: “No basta con encontrar un lenguaje nuevo para proclamar la fe de siempre; es necesario y urgente que, ante los nuevos retos y perspectivas que se abren para la humanidad, la Iglesia pueda expresar esas novedades del Evangelio de Cristo que se encuentran contenidas en la Palabra de Dios pero aún no han visto la luz. Este es el tesoro de las `cosas nuevas y antiguas´ del que hablaba Jesús cuando invitaba a sus discípulos a que enseñaran lo nuevo que él había instaurado sin descuidar lo antiguo. Por eso, no se puede conservar la doctrina sin hacerla progresar, ni se la puede atar a una lectura rígida e inmutable sin humillar la acción del Espíritu Santo”. Sus palabras eran eco de la célebre frase de san Juan XXIII quien, en el discurso de apertura del Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962, había afirmado: “Ante todo es necesario que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico”. Catecismo y Derecho Canónico esperan anhelantes El Catecismo y el Derecho Canónico esperan anhelantes que muchos de sus capítulos y páginas reflejen verdaderamente principios evangélicos y se eliminen lo antes posible ciertas “verdades” cuya formulación y “dogma”, con más derecho que el Evangelio y más poder eclesial que el propio Jesús, han legitimado mayoritariamente intereses personales, de clase, de grupos o de instituciones. Una de estas disposiciones discutibles es la ley del celibato obligatorio del clero. Constantemente se ensalza la “dignidad” del celibato. Pero pocas veces o nada se habla de la estigmatizada “dignidad” de los sacerdotes que se vieron obligados a abandonar el ministerio por el hecho de optar por la vida matrimonial. Nadie dice una sola palabra sobre la prohibición de ejercer el ministerio que se ha impuesto a más de 150.000 presbíteros y obispos que, consciente, libre y responsablemente han decidido casarse. En su blog “¡Atrévete a orar!”, Rufo González viene desmontando de forma hábil y competente tantos sofismas, argucias y falsedades que la Iglesia ha urdido y sigue urdiendo entorno a este problema, negándose a aceptar la evidencia. La conciencia de los sacerdotes casados no ha sido respetada La justificación de Francisco para abolir la pena de muerte es que la pena capital “atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona”. La inviolabilidad y la dignidad de la persona es un principio firmemente arraigado en el Evangelio del que la Iglesia ha hecho gala, a veces en contradicción con la práctica. (Es precisamente el caso de la pena de muerte). A partir de esta contundente sentencia de Francisco, se me abre una serie de reflexiones e interrogantes aplicables a este colectivo que denominamos curas casados. Las leyes eclesiales han infringido a estas personas un severo, riguroso, implacable y hasta cruel “agravio comparativo” respecto al resto de los creyentes. Los han discriminado excluyéndolos, por haber actuado en conciencia, “en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgada la persona. La conciencia es el núcleo secretísimo y el sagrario del ser humano, en el que está a solas con Dios, cuya voz resuena en su íntimidad” (GS 16). Nadie puede ser privado de su dignidad. Pero: – ¿No atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona el drástico imperativo de asumir la obligación del celibato a todo candidato al ministerio? La “promesa de celibato” va implícita “obligatoriamente” en la ordenación sacerdotal y el aspirante la acepta, como se dice ahora en las instituciones, “por imperativo legal”, no por propia decisión explícita. – ¿No atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona esta imposición eclesial contradictoria con el Evangelio y la genuina tradición de las primeras comunidades? Si la vocación al ministerio se entiende como una “llamada directa de Dios”, ¿qué “alta” autoridad puede arrogarse el derecho de anular y desautorizar con arbitrarias leyes canónicas antievangélicas esta “llamada personal” del Altísimo? – ¿No atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de estos curas la forzada “pérdida de su dignidad y aptitud”? Estas personas fueron consideradas “dignas y aptas” para ser ordenadas sacerdotes. Por el hecho de optar por el matrimonio, ¿se convierten en indignos e ineptos como son considerados de facto?; ¿cómo puede convertir en “indigno” a una persona el amor y el proyecto de vida común con una mujer? ¿Puede el amor ser tan indigno que por su causa se pueda restringir, condicionar y anular la vocación de una persona? ¿Puede el matrimonio convertir a alguien en inepto para ejercer el ministerio para el que ha sido llamado? – ¿No atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona que se les niegue ejercer su ministerio para el que han sido ordenados? ¿Por qué la Iglesia sigue negándoles el acceso al desarrollo de su ministerio cuando paradójicamente se propone ordenar a otros casados, “viri probati”? El mayor agravio es negarles rotundamente su condición de sacerdotes, “viri reprobati”. En la práctica, ocupan el estamento más ínfimo en la clasista pirámide eclesiástica, puesto que ni siquiera se les reconocen los mínimos derechos adquiridos en el pasado ni se les permiten actividades que sí se consienten y autorizan a los laicos. “Les han borrado del mapa eclesial” Según crónica del último Congreso Internacional (29 octubre – 1 noviembre 2015 en Guadarrama -Madrid-), muchos congresistas tenían conciencia de que “ellos, sus esposas e hijos, han sido “fusilados” en la Iglesia. A partir de negarse a vivir en celibato, les han borrado del mapa eclesial. En el rescripto de “reducción al estado laical” (¡vaya nomenclatura más evangélica!) les prohíben hasta “leer la epístola” (permitido a todo cristiano). El ponente lamentaba que a él le negaron cualquier actividad en la diócesis y en la parroquia: catequesis, dirigir el coro, tocar el órgano en el templo… Proscritos, despreciados, mal vistos, desamparados… La Iglesia debe pedir públicamente perdón por tanta injusticia con quienes han dedicado mucha vida a su servicio. Empiecen a ejercer la misericordia, los derechos humanos, el reconocimiento digno a sus familias…” (Rufo González: Un día en el Congreso Internacional de Curas Católicos Casados. RD 06.11.2015). Da la sensación de que la doctrina y la ley están por encima de la persona, contradiciendo al Evangelio. Sienta un significativo precedente el hecho de que el papa Francisco se haya comprometido, con oportuna coherencia, en abolir la pena de muerte en todo el mundo. Pero este compromiso debería tener eficaces repercusiones visibles en otros campos, igualmente espinosos, del tan “torcido y retorcido” Derecho Canónico como es la tan esperanzada abolición del celibato obligatorio. ¿Existirá relación directa de esta irrazonable y desatinada norma con la vergonzosa pederastia sistematizada, desenmascarada en reciente informe? Como dice Francisco, "la Iglesia es femenina". Y tiene razón, aunque sea una realidad por venir como ya ocurre en otras parcelas de la sociedad. La situación eclesial de la mujer no es ejemplar si nos fijamos en cómo Jesús les trataba, sin considerarles en minoría de edad como fueron tratadas entonces y durante todos estos siglos desdichados para ellas en todos los órdenes, no solo dentro de la Iglesia. Y a pesar de todo, la mayor parte de quienes participan en la vida eclesial son laicas. ¿Por qué?
Porque no tardaron en darse cuenta que Jesús es mucho mejor partido que ciertas autoridades eclesiásticas. La diferencia de cómo les consideraba Jesús y los expertos religiosos era abismal, más de lo que se ha querido reconocer. A los hechos me remito en este principio de año que, como todos, trato de verlo con esperanza; que llegue con estas líneas incluso a quienes han dejado de tenerla por nuestras inconsecuencias. Las mujeres siguieron a Jesús desde el principio como atestigua con profusión el evangelio. Le acompañaron en su testimonio de Buena Noticia aceptando su misma vida desinstalada y aceptaron su enseñanza. Tampoco le abandonaron cuando estuvo en la cruz y fueron solo mujeres las testigos del Resucitado como lo resaltan los cuatro evangelistas. No se puede encontrar en su boca un dicho o palabra que minusvalore o justifique la subordinación de la mujer. El comportamiento patriarcal de la Iglesia posterior con las mujeres no pudo basarse ni en Jesús sino en razones más humanas menos confesables. El biblista Xabier Pikaza es claro: Jesús no quiso algo especial para las mujeres. Quiso para ellas lo mismo que para los varones. La singularidad de Jesús sobre las mujeres es la "falta de singularidad: no buscó un lugar especial para ellas, sino el mismo lugar de todos, es decir, el de los hijos de Dios. Jesús rompió con los tabúes de una sociedad donde los varones rezaban así por las mañanas: "Te doy gracias, Señor, por no haberme hecho mujer". Pero a Él nadie le atribuyó algo que pudiera resultar lesivo, marginador ni discriminatorio contra las mujeres. Nunca se refiere a ellas como algo malo ni como personas inferiores. Tampoco aparece en los evangelios ninguna acusación ni rastro de ser un mujeriego que les cosifica. A Jesús de lo que le acusaron fue de transgresor de la Ley y blasfemo, de agitador político, endemoniado, de estar perturbado y loco, precisamente por su amor lleno de ternura, compasión y misericordia infinitas que irradiaba también con las mujeres en su empeño por implantar una fraternidad verdadera. Les trata por igual y con total naturalidad, con la misma dignidad y categoría que el hombre. Les defiende cuando son injustamente tratadas y no duda en mantener una relación cercana con muchas de ellas. Como dice Ermes Ronchi, únicamente entre las mujeres no tuvo enemigos Jesús. Contra todo pronóstico socio-religioso, Jesús les acoge sin reservas, forzando a interpretar adecuadamente las tradiciones culturales y religiosas de su tiempo desde el verdadero significado que Dios quería. De hecho, no quiso bendecir la sociedad patriarcal de su época: puso en marcha un movimiento de varones y mujeres en contra de los rabinos, que no admitían a las mujeres en sus escuelas. De todo esto se ha contado poco, de lo que suponía social, legal y religiosamente que Jesús les acogiera, escuchase y dialogara con ellas. Al final, fueron las discípulas más ejemplares, incluso en la crucifixión, cuando casi todos los varones abandonan al Maestro. Ellas le fueron fieles hasta el final desde su experiencia de un Jesús profundamente inclusivo. Se ganó el corazón de las mujeres al abrir para ellas nuevos horizontes de realización personal: les hizo portadoras de amor, de esperanza y de paz, en un mundo en el que estaban denigradas. Todo el trato de Jesús con ellas es una buena noticia por la defensa pública de su igualdad y dignidad. Hoy muchas mujeres religiosas y laicas piden que el gobierno de la Iglesia sea, como ya exigió el Concilio Vaticano II, más corresponsable. Reivindican una Iglesia que no discrimine a la mujer, libre, sin poder ni privilegios al servicio de los más necesitados y esperanza de los desvalidos. Que viva, ore y se comprometa con la justicia profética. Esta es la esperanza por hacer en este nuevo año: una Iglesia que sea femenina, más allá del género sustantivo gramatical. Extracto del libro La revolución pendiente. Editorial San Pablo, 2018. |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |