Título I. De los derechos y deberes fundamentales
Capítulo segundo. Derechos y libertades Sección 1.ª De los derechos fundamentales y de las libertades públicas Artículo 16 Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones. En Valencia, con motivo del centenario de la promulgación del Código de Derecho Canónico Pío-Benedictino en honor a los papas Pío X y Benedicto XV, en 1917, se han llevado a cabo una Conversaciones Canónicas. El evento lo ha abierto el cardenal Rouco Varela, con una ponencia sobre la “Libertad religiosa”, en la que ha insistido en el “derecho de los padres a educar a sus hijos según su conciencia religiosa y moral”. Algo que no siempre la Jerarquía de la Iglesia ha permitido, y ni siquiera enseñado. Más bien ha intentado imponer su Magisterio moral, algo imposible de conseguir, ni siquiera para los propios católicos, que en lo moral y ético sólo están sometidos, realmente, a su propia conciencia. En su charla, Don Antonio María, además de recordar ese derecho de los padres, ha insistido en puntualizar ideas y principios que no aclaran nada la realidad ni teológica, ni canónica, ni vital de la Iglesia, ni la retratada en el código del 17, ni en el de 1983. Me gustaría hacer unos comentarios respetuosos, pero libres y claros, y varias precisiones. 1º) La libertad religiosa, como toda libertad, compete a las personas, no las instituciones. Son los ciudadanos los que disfrutan del derecho de no sufrir cortapisas en el desarrollo de su religión, sin al nivel de la conciencia, ni del desarrollo público y visible de la práctica religiosa, como libertad en el culto, y en las manifestaciones externas de religiosidad, con la única limitación “que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”. Esta limitación referente al orden público nos recuerda que se trata de un derecho ciudadano, tanto en su manifestación religiosa, como en otras: culturales, artísticas, folklóricas, de protesta social, de manifestación, etc. Conviene no tomar lo referente a la Religión com algo excepcional o de privilegio. A veces los no católicos tienen motivos para exponer ese reproche. 2º) Como consecuencia del principio anterior, sobre la titularidad de la libertad religiosa, llama la atención, o debería hacerlo, no solo a los ciudadanos neutros, sino también a los católicos, la mención explícita, en el nº 3 del artículo 16, a la Iglesia católica, y a las demás religiones. A mí me gustaría más, y resultaría mucho más exacto, redactar más o menos así: “El Estado colaborará con todos sus ciudadanos para que puedan hacer uso de esa libertad que esta Constitución expresa”. Claro que esta disposición resultaría tal vez gravosa a las arcas del Estado, porque tal vez lo obligase a colaborar más, por ejemplo, en la construcción de templos para el ejercicio del culto de las diferentes religiones. Y esto se debería a una redacción no tan laica y neutra como la propia idea de libertad religiosa parece indicar. 3º) Código de 1917. Hace Rouco varias afirmaciones que son, por lo menos, discutibles: a) “Detrás del Código Pío-Benedictino hay una idea de la Iglesia viva y vigente, que quiere ser independiente del Estado pero que desea colaborar con él; que no está alejada del debate de las ideas sino que, al contrario, quiere ofrecer una doctrina social concreta”. No sé de donde saca el arzobispo emérito de Madrid esas ideas tan atrayentes: el antiguo código defendía la famosa, pretenciosa e infumable idea de que la Iglesia “es una sociedad perfecta”, y que colabora con el Estado si quiere, porque es tan independiente y autónomo como él. Es la negación radical y flagrante de la “separación de Iglesia y Estado”, porque implica una subordinación de éste a aquella. Por eso, en los países católicos, y poco democráticos del sur, en España, concretamente, fue el cambio drástico de enseñanza sobre este extremo, el que soliviantó a los próceres católicos, ¡que de cristianos, muy poco!, y el motivo de la inquina indisimulada contra el papa Pablo VI, a quien sele consideraba responsable de esas ideas ultra modernas, como hijo de un socialista. b) El código piano-benedictino consagra una realidad instalada en la Iglesia desde hace siglos: esta afirmación no es de Rouco, sino de tantos cuantos estudiaron y observaron de cerca la realidad social de la Iglesia, la de ser un “gran monstruo”, con una enorme cabeza, y un cuerpo diminuto y enano. En efecto, la Jerarquía ocupaba todos los espacios, tenía todos los poderes, la clericalización llegaba a límites insospechados, y el pueblo fiel era un convidado de piedra. 3º) Código de 1917. Hace Rouco varias afirmaciones que son, por lo menos, discutibles: a) “Detrás del Código Pío-Benedictino hay una idea de la Iglesia viva y vigente, que quiere ser independiente del Estado pero que desea colaborar con él; que no está alejada del debate de las ideas sino que, al contrario, quiere ofrecer una doctrina social concreta”. No sé de donde saca el arzobispo emérito de Madrid esas ideas tan atrayentes: el antiguo código defendía la famosa, pretenciosa e infumable idea de que la Iglesia “es una sociedad perfecta”, y que colabora con el Estado si quiere, porque es tan independiente y autónomo como él. Es la negación radical y flagrante de la “separación de Iglesia y Estado”, porque implica una subordinación de éste a aquella. Por eso, en los países católicos, y poco democráticos del sur, en España, concretamente, fue el cambio drástico de enseñanza sobre este extremo, el que soliviantó a los próceres católicos, ¡que de cristianos, muy poco!, y el motivo de la inquina indisimulada contra el papa Pablo VI, a quien sele consideraba responsable de esas ideas ultra modernas, como hijo de un socialista. b) El código piano-benedictino consagra una realidad instalada en la Iglesia desde hace siglos: esta afirmación no es de Rouco, sino de tantos cuantos estudiaron y observaron de cerca la realidad social de la Iglesia, la de ser un “gran monstruo”, con una enorme cabeza, y un cuerpo diminuto y enano. En efecto, la Jerarquía ocupaba todos los espacios, tenía todos los poderes, la clericalización llegaba a límites insospechados, y el pueblo fiel era un convidado de piedra. 4º) Código de 1983. a) Afirma Rouco: En este (código), la Iglesia se concibe en lo visible “como una realidad profundamente espiritual y a la vez profundamente humana cuya misión, en relación con el Estado y el mundo, es ser un testigo de la dignidad humana que quiere vivir sus relaciones con la sociedad y el Estado sobre el principio de la libertad religiosa, no sobre el de la confesionalidad o los privilegios”. A mí la palabra espiritual, sin precisiones y matizaciones, me desazona. Y la Iglesia no pretende, ni es su misión, sobre todo ni principalmente, “ser un testigo de la dignidad humana”, sino del Reino de Dios y del “Señorío de Jesucristo”, y, en lo práctico y cotidiano, del perdón, del amor al enemigo, del profundo compromiso con la igualdad y la justicia social, y con la misión de profetizar a favor de los más pobres, desvalidos y abandonados, gritando lo que haga falta para que los poderosos oigan el grito desgarrador de los pobres. b) Evidentemente, no quiere vivir sus relación con el Estado en un régimen de confesionalidad ni de privilegios, pero, muchas veces, a partir de la propia Conferencia Episcopal Española, (CEE), notada, y notablemente con la presidencia del arzobispo dimisionario de Madrid, ese olvido de la confesionalidad y de los privilegios, se nota muy poco, ¡ni se nota!. Al contrario, en contra de la verdadera “Libertad religiosa”, igual para todos los ciudadanos, y del separación de Iglesia y Estado, hemos visto cosas como estas: serias y fuertes tentativas no solo de influir, sino de marcar la tarea legislativa del Estado; injerencias en los planes educativos; abusos en el desarrollo de los Tratados con la Santa Sede, (como el caso dela profesora de Almería, en el que la jerarquía no obedece ni al tribunal Constitucional ni al Supremo); inmatriculaciones de inmuebles, dejando de lado los derechos, como ciudadanos y habitantes de un municipio, de los que, según el nuevo código, forman “El Pueblo de Dios”. Es decir, una cosa es predicar, y otra, dar trigo, como tantas veces nos recuerdan nuestras ingenuas, pero no tontas, gentes.
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Me paseo solo, en esta tarde lluviosa, escuchando la borrasca golpear el escaparate de los locales de mi ciudad. Una ola de angustia lo invade todo, como si la vida, implacable, no fuese más que pequeñas atrocidades tras otras, como si el mundo, inclemente, no diera tregua ni perdón. Verdad de la angustia: expuestos al sufrimiento y mortales en la vida. Verdad de la muerte: la única, quizá, que corroboramos con certeza. Ya lo expresaron, en sus diferentes maneras, el Eclesiastés, el Nuevo Testamento, Epicuro –o, con más fuerza, su discípulo Lucrecio-, Cioran, Shopenhauer... Que no siempre sufrimos y que no toda muerte es una prematura realidad evidente; pero ¿quién puede escapar de ello por completo? Lo real se impone, y no nos queda más remedio que aceptarlo con resignación. Que nos podamos revelar contra el destino, maldecir, quizá, es una respuesta plausible. Los estoicos, en esto, me hacen reír. ¡Cómo vamos a aceptar, como si nada, el cáncer, el sufrimiento de los niños, las enfermedades congénitas, la decrepitud de los ancianos, el dolor atroz de nuestro cuerpo! El combate forma parte de nuestra vida. La angustia forma parte de nuestra vida. Que no pensemos en ello, abocados a la diversión o a nuestro trabajo, es una reacción lógica que nos permite soportar la vida; lo trágico sería que perdiésemos lucidez, coraje, intrepidez...La vida sabe a felicidad, decía Alain, y contiene sólo una parte de verdad. ¿Quién puede exigirle a un padre que rebose felicidad si su hijo acaba de morir? Este aparente pesimismo, que mucha gente me critica, no deja ser verdad. Basta mirar el mundo. Baste leer los diarios. Basta atravesar los hospitales. La lucidez está del lado de la angustia, y no porque la vida nos prive de la dicha, ni nos impida disfrutar de los placeres que ésta comporta, pero hacer como si lo horrendo no existiera, como si lo trágico no existiera, es tapar con absurdos ardides lo esencial de la condición humana.
De ahí que lo que más me conmueva de los Evangelios sea la crucifixión de Jesús, la agonizante tortura de un inocente que se revela, como puede, contra su destino: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" La imagen de la cruz, en las misas de mi niñez, me llenaba de terror: no podía imaginar lo que el Nazareno había sufrido en aquel suplicio inefable, en aquella muerte ignominiosa. André Comte- Sponville, refiriéndose a Jesús, nos dice que el amor vencido vale más que la maldad triunfante. Frase hermosa y elocuente, fraguada por un ateo cercano a la tradición cristiana. La lluvia sigue azotando las calles, mientras la gente busca infructuosamente un refugio para que el agua nos les alcance. Por mi parte, tomo un café en un boliche sórdido y hojeo el índice de un libro que acabo de comprarme en mi librería preferida, al tiempo que escribo estas líneas. Escucho a una mujer elegante diciéndole a otra: "Me angustia que todo lo rico engorde o sea dañino para la salud". Río por lo bajo y pienso que, lamentablemente, hay cosas muchas más graves por las cuales angustiarse. 1) ¿Por qué un Dios Todopoderoso?
Es imposible, ilícito, inaceptable hablar de Dios Padre desde una situación de poder. El poderoso no puede hablar de Dios Padre sin ser un cínico. El dictador no puede hablar de Dios Padre sin cinismo. Hay dictadores asesinos que hablan de Dios, invocan a Dios y se legitiman en el nombre de Dios (recordemos a Franco, a Pinochet, y tantos otros). El rico no puede hablar de la paternidad de Dios a los pobres. El vencedor no puede hablar de Dios Padre al vencido. Los excluidos son los vencidos de la vida. ¿Por qué será que la inmensa mayoría de nuestros textos litúrgicos, escritos entre el siglo IV y el siglo XVI, no dirigen la oración al Padre sino al “Señor Dios todo-poderoso”? Dicen así: “Dios todopoderoso y eterno.” Se trata de una desobediencia formal a la orden de Jesús, que mandó rezar invocando a Dios con el nombre de Padre. Jesús enseñó así: cuando recéis, decid “Padre Nuestro”. La Eucaristía es una oración comunitaria. Es verdad que la Iglesia conservó la fórmula del “Padre nuestro”. Era imposible borrar esta página del Evangelio. Sin embargo, fuera de esta fórmula, casi siempre dice “Dios todopoderoso y eterno, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna”. Creemos en Dios padre Todopoderoso” Y así hasta 9 veces en la liturgia de la misa. Es en la Iglesia , en las parroquias, donde los textos litúrgicos hablan desde el poder, no desde la humildad, desde la debilidad, y la gente está más por creer en el Dios Poderoso de los milagros que en el Dios, Padre bueno y amigos de l os hombres y mujeres. ¿No fue acaso porque el clero sentía que era imposible hablar al Padre desde la posición de privilegio, riqueza y poder que ocupaba? La liturgia de la cristiandad fue expresión de la inmensa riqueza del clero y de los religiosos. ¿Cómo hablar del Padre en el esplendor de las catedrales y las iglesias de las abadías de ese tiempo? ¿Cómo hablar del Padre estando revestido de ornamentos litúrgicos de precio altísimo, manipulando objetos litúrgicos de oro y plata, en un ambiente de imágenes cubiertas de piedras preciosas y perlas? Todo era (y sigue siendo) signo de poder, riqueza, fuerza, dominación. Todo esto era atribuido a Dios, pero no dejaba de estar reservado a una clase privilegiada. En este contexto la fórmula que se impone es “Dios todopoderoso y eterno”. No había lugar para el Padre. Instintivamente los autores de los textos litúrgicos sintieron la imposibilidad de hablar de Dios Padre. Cuando las liturgias celebraban las conquistas, las victorias en las batallas, la destrucción de pueblos considerados enemigos de Dios, ¿cómo hablar del Dios Padre? En las misas que celebraban la destrucción de los indios, la represión de las revueltas de esclavos, ¿se puede hablar del Padre? ¿Se puede agradecer al Padre, celebrar la Misa, por el exterminio de los indios, la expulsión de los judíos, la destrucción traicionera del reino musulmán de Granada? Sólo se podía invocar al “Dios todopoderoso y eterno” de quien se pensaba que había manifestado el poder de su brazo. Este título de Padre tenía que ser reprimido. La Iglesia tenía que legitimar la conquista y la dominación, no podía invocar el amor del Padre, sino sólo la ira del Dios eterno y todopoderoso ofendido por la incredulidad de los pueblos paganos. Los cristianos fueron instruidos por la liturgia, por la forma de hablar de los padres. No es de extrañar que son pocos los que dirigen su oración al Padre. En la vida diaria invocan al “Señor eterno y omnipotente.” Dado que este Dios es muy distante, prefieren invocar al Sagrado Corazón de Jesús o a Nuestra Señora adornada con todos sus atributos. Las devociones populares fueron el substituto de Dios Padre. 2) ¿Por qué un Dios debilidad? El Dios de Jesús no es un Dios Todopoderoso, es un Dios débil, es un Dios misericordioso y compasivo, lejos de todo poder. Dios no es un Señor Omnipotente (como se reza en la Misa) sino el Padre bueno que sabe perdonar y abrazar a los que pecan. No es fácil compatibilizar en esa liturgia de la Misa, el rezo del Padrenuestro con esas otras afirmaciones de Dios Todopoderoso. Jesús se opuso al poder político y religioso de su tiempo. Jesús estuvo siempre al lado de los débiles y defendió a los débiles, pero no desde el poder sino desde la humildad, la mansedumbre, desde la pobreza, desde los de abajo. Jesús no se mostró nunca como el Mesías triunfador, militar, que iba a liberar a su pueblo de la invasión del imperio romano. Era el Hijo del Hombre que predicaba las bienaventuranzas. Él era manso y humilde de corazón. Los que creen en los milagros están aceptando a un Dios poderoso, el Dios de los milagros, que no es el Dios de Jesús. Dos argumentos: a) Del Evangelio de Juan: “El verbo de Dios se hizo carne”. Y “carne” en griego se dice sarx y sarx se traduce por debilidad, fragilidad. Entonces se puede decir con toda claridad que “El verbo de Dios se hizo debilidad”. b) Del Evangelio de Mateo: Tuve Hambre, tuve sed estaba enfermo, etc. Todo lo que hagáis por estos hermanos míos más débiles, lo hacéis conmigo. Jesús se identifica con los más débiles de la sociedad. Si hemos vislumbrado en alguna medida lo que nos decía Jn los dos domingos pasados, se nos hará muy cuesta arriba entender la fiesta de hoy y la de los tres domingos siguientes. La subida de Jesús al cielo, la venida del Espíritu, la Trinidad, la Eucaristía están presentadas por los textos litúrgicos como realidades externas que se dieron en otro tiempo. Entendiendo mal los textos, desenfocamos el verdadero sentido.
No podemos seguir utilizando un lenguaje que responde a una visión mítica de la realidad. Cuando se creía que Dios estaba en lo más alto, que el hombre estaba en el medio y que el demonio estaba en lo más bajo, el lenguaje utilizado se entendía perfectamente. De Jesús se dice expresamente: Bajó del cielo, se hizo hombre, descendió a los infiernos y volvió a subir. Nuestra manera de entender la realidad ha cambiado. Hoy no nos dice nada un cielo o un infierno como lugares de referencia. Debemos entender la ascensión como parte del misterio pascual que es una única realidad. Ni la resurrección, ni la ascensión, ni el sentarse a la derecha del Padre, ni la glorificación, ni la venida del Espíritu, son hechos separados. Se trata de una realidad única que está sucediendo en este mismo instante, porque está fuera del tiempo y del espacio. Decir de Jesús después de muerto: a los tres días, a los ocho días, a los cuarenta días, a los cincuenta días, no tiene sentido ninguno. Hablar de Galilea o de Jerusalén, o decir que está sentado a la derecha de Dios, es absurdo literalmente. Esto no quiere decir que sea una realidad inventada. Todo lo contrario, esa es la ÚNICA REALIDAD. Es lo que está sujeto al tiempo y al espacio la que no tiene consistencia. Esa realidad intangible ha tenido una repercusión real en la vida de los cristianos, y eso sí se puede descubrir a través de los sentidos. Esa realidad no temporal, es la que hay que descubrir para que tenga también en nosotros la misma eficacia transformadora. Si seguimos creyendo que es un acontecimiento que sucedió hace veinte siglos en un lugar y un tiempo determinado, ¿Qué puede significar para nosotros hoy? Las realidades espirituales, por ser atemporales, pertenecen al hoy como al ayer, son tan nuestras como de Pedro o Juan. No han sucedido en el pasado, sino que están sucediendo en este instante. Son realidades que están afectando a nuestra propia vida. Puedo vivirlas yo como las vivieron los apóstoles. Es más, el único objetivo del mensaje evangélico, es que todos lleguemos a vivirlas como las vivieron ellos. La ascensión empezó en el pesebre y terminó en la cruz: Todo está cumplido. Ahí terminó la trayectoria humana de Jesús y sus posibilidades de crecer como criatura. Después de ese paso no existe el tiempo, por lo tanto, no puede suceder nada en él. Es todo como un chispazo que dura toda la eternidad. Él había llegado a la plenitud total en Dios. Por haberse despegado de todo lo que en él era transitorio y terreno, solo permaneció de él lo que había de Dios, y con Él se identificó absolutamente. ¿De verdad queremos ser cristianos? ¿Tenemos la intención de recorrer la misma senda, de alcanzar la misma plenitud, la misma meta? ¿Estamos dispuestos a dejarnos aniquilar en esa empresa, a aceptar que no quedará nada de lo que creo ser? Es duro, pero no puede haber otro camino. Si renuncio al don total de mí mismo, renuncio a alcanzar la meta. Como en Jesús, ese don total solo será posible cuando descubra que Dios Espíritu se me ha dado totalmente, y está en mí para llevar a cabo esa obra de amor. Tal vez nos conformemos con quedarnos pasmados mirando al cielo y esperando que él vuelva. Esa es la mejor manera de hacer polvo todo el quehacer de Jesús en esta tierra. La idea de que Dios o Jesús o el Espíritu pueden hacer, en un momento determinado, algo por mí, ha desvirtuado la religiosidad cristiana. Dios, Jesús y el Espíritu lo están haciendo todo por mí en todo instante. Yo soy el que tengo que hacer algo en un momento determinado para descubrir esa realidad y hacerla mía viviéndola. El relato de Mt que acabamos de leer, es un prodigio de síntesis teológica. No hay en él ninguna alusión a la subida al cielo, ni a dejar de verlo. Consta simplemente, de una localización dada, una proclamación de poder y tres ideas básicas. Situar la escena en un monte, es una indicación suficiente de que lo que le interesa no es el lugar, sino el simbolismo. El monte significa el ámbito de lo divino, donde está Dios y donde quiere situar también a Jesús. Que lo sitúe en Galilea, tiene un significado muy importante. Judea había rechazado a Jesús y no era ya el lugar donde encontrarse con Dios. Jesús no pudo decir que se le ha dado todo poder, porque después del bautismo rechazó el poder como una tentación. Este doble lenguaje nos ha despistado. No hay un poder bueno y otro malo. Todos son perversos. Se trata de expresar que ha alcanzado la plenitud absoluta por haberse identificado con Dios en el don total de sí mismo. Debemos tener en cuenta que la primera interpretación del misterio pascual, está formulada en términos de glorificación; antes incluso de hablar de resurrección. El envío a predicar. También tiene un carácter absoluto “todos los pueblos”. El tema de la misión es crucial en todos los relatos pascuales. La primera comunidad intenta justificar lo que era ya práctica generalizada de los cristianos. El predicar el “Reino de Dios” no es un capricho de unos iluminados sino mandato expreso de Jesús. Todo cristiano tiene, como primera obligación, llevar a los demás el mensaje de su Maestro. Es muy importante la particularidad de la enseñanza. No se trata de enseñar doctrinas ni ritos ni normas morales sino de instar a una manera de proceder. Esto está muy de acuerdo con la insistencia de los evangelios en las obras como manifestación de la presencia de Dios en Jesús, y como consecuencia de la adhesión a Jesús. Si tenemos en cuenta que el núcleo del evangelio es el amor, comprenderemos que en la práctica, el amor es lo primero que tiene que manifestarse en un cristiano. Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Fue el tema del evangelio de los dos domingos pasados. Ya habían dejado claro que todo lo que hizo Jesús era obra del Padre o que era el Espíritu el que actuaba en él. Ahora sigue siendo Dios en sus tres dimensiones el que va a continuar la obra de salvación a través de sus seguidores. Recordar que Jesús habla de enviar al Espíritu, de quedarse él con nosotros, de que el Padre vendrá a cada uno. Esta manera de hablar puede hundirnos. Los tres “vendrán” a mi conciencia cuando me dé cuenta de que están ahí ya. Meditación-contemplación Celebramos la Ascensión, pero estará con nosotros siempre. En esta contradicción (coan) está el secreto. Ni se va ni se queda. Para Jesús resucitado no hay lugar ni tiempo. En Dios, estoy fuera del tiempo y del espacio. No puede haber Vida si no trascendemos el tiempo y el espacio. Nuestra Vida “divina” es la misma ahora y siempre. Contemplar, es salir del tiempo y del espacio. Es identificarse con Dios que es eternidad. Subir al cielo como imagen del triunfo
Jesús subiendo al cielo es una imagen bastante representada por los artistas, y la tenemos incorporada desde niños, además de formar parte de nuestra profesión de fe. Alguno podría imaginar que esta escena se encuentra en los cuatro evangelios. Sin embargo, el único que la cuenta es Lucas, y por dos veces: al final de su evangelio y al comienzo del libro de los Hechos. Pero lo hace con notables diferencias. · En el Evangelio, Jesús bendice antes de subir al cielo (en Hch, no). · En Hechos, una nube oculta a Jesús (en el evangelio no se menciona la nube). · En el evangelio, los discípulos se postran (en Hch. se quedan mirando al cielo). · En el evangelio vuelven a Jerusalén; en Hch. se les aparecen dos personajes vestidos de blanco. Si el mismo autor, Lucas, cuenta el mismo hecho de formas tan distintas, significa que no podemos quedarnos en lo externo, en el detalle, sino que debemos buscar el mensaje profundo. La idea de la ascensión resulta chocante al lector moderno por dos motivos muy distintos: 1) no es un hecho que hayamos visto; 2) se basa en una concepción espacial puramente psicológica (arriba lo bueno, abajo lo malo), que choca con una idea más perfecta de Dios. Precisamente por esta línea psicológica podemos buscar la explicación. Desde las primeras páginas de la Biblia encontramos la idea de que una persona de vida intachable no muere, es arrebatada al cielo, donde se supone que Dios habita. Así ocurre en el Génesis con el patriarca Henoc, y lo mismo se cuenta más tarde a propósito del profeta Elías, que es arrebatado al cielo en un carro de fuego. Interpretar esto en sentido histórico (como si un platillo volante hubiese recogido al profeta) significa no conocer la capacidad simbólica de los antiguos. Sin embargo, existe una diferencia radical entre estos relatos del Antiguo Testamento y el de la ascensión de Jesús. Henoc y Elías no mueren. Jesús sí ha muerto. Por eso, no puede equipararse sin más el relato de la ascensión con el del rapto al cielo. Es preferible buscar la explicación en la línea de la cultura clásica greco-romana. Aquí sí tenemos casos de personajes que son glorificados de forma parecida tras su muerte. Los ejemplos que suelen citarse son los de Hércules, Augusto, Drusila, Claudio, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Los incluyo al final para los interesados. Estos ejemplos confirman que el relato tan escueto de Lucas no debemos interpretarlo al pie de la letra, como han hecho tantos pintores, sino como una forma de expresar la glorificación de Jesús. La segunda lectura de hoy, tomada de la carta a los Efesios, es muy interesante en este sentido. No habla de la ascensión de Jesús al cielo, pero se explaya hablando de su triunfo con una imagen distinta: está sentado a la derecha de Dios, por encima todo y de todos. Misión La primera lectura (Hechos) y el evangelio (Mateo) coinciden en ofrecernos unas palabras de despedida de Jesús a sus discípulos. También aquí encontramos notables diferencias: ― Lucas sitúa la despedida en Jerusalén, los discípulos muestran una vez más su preocupación política por la restauración del reino de Israel, y Jesús desvía la atención hacia la próxima venida del Espíritu Santo. ― Mateo la sitúa en Galilea, los discípulos no dicen nada, Jesús los envía de inmediato al mundo entero y lo que promete no es la venida del Espíritu sino su compañía continua: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. A pesar de estas grandes diferencias, los dos textos coinciden en la importancia de la misión. Hechos: Recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo. Mateo: Id y haced discípulos de todos los pueblos. Por eso, la Ascensión o triunfo de Jesús no es motivo para quedarse mirando al cielo. Hay que mirar a la tierra, al mundo entero, en el que los discípulos de Jesús debemos continuar su misma obra, contando con la fuerza del Espíritu y la compañía continua del Señor. Los cuarenta días El evangelio no dice nada de este período de 40 días entre la resurrección y la ascensión. ¿Qué significa, y por qué lo introduce Lucas? El número 40 se usa en la Biblia para indicar plenitud, sobre todo cuando se refiere a un período de tiempo. El diluvio dura 40 días y 40 noches; la marcha de los israelitas por el desierto, 40 años; el ayuno de Jesús, 40 días… Se podrían citar otros muchos ejemplos. En este caso, lo que pretende decir Lucas es que los discípulos necesitaron más de un día para convencerse de la resurrección de Jesús, y que Jesús se les hizo especialmente presente durante el tiempo que consideró necesario. Textos clásicos sobre la subida al cielo de un gran personaje A propósito de Hércules escribe Apolodoro en su Biblioteca Mitológica: “Hércules... se fue al monte Eta, que pertenece a los traquinios, y allí, luego de hacer una pira, subió y ordenó que la encendiesen (...) Mientras se consumía la pira cuenta que una nube se puso debajo, y tronando lo llevó al cielo. Desde entonces alcanzó la inmortalidad...” (II, 159-160). Suetonio cuenta sobre Augusto: “No faltó tampoco en esta ocasión un antiguo pretor que declaró bajo juramento que había visto que la sombra de Augusto, después de la incineración, subía a los cielos” (Vida de los Doce Césares, Augusto, 100). Drusila, hermana de Calígula, pero tomada por éste como esposa, murió hacia el año 40. Entonces Calígula consagró a su memoria una estatua de oro en el Foro; mandó que la adorasen con el nombre de Pantea y le tributasen los mismos honores que a Venus. El senador Livio Geminio, que afirmó haber presenciado la subida de Drusila al cielo, recibió en premio un millón de sestercios. De Alejandro Magno escribe el Pseudo Calístenes: “Mientras decía estas y otras muchas cosas Alejandro, se extendió por el aire la tiniebla y apareció una gran estrella descendente del cielo hasta el mar, acompañada por un águila, y la estatua de Babilonia, que llaman de Zeus, se movió. La estrella ascendió de nuevo al cielo y la acompañó el águila. Y al ocultarse la estrella en el cielo, en ese momento se durmió Alejandro en un sueño eterno" (Libro III, 33). Con respecto a Apolonio de Tiana, cuenta Filóstrato que, según una tradición, fue encadenado en un templo por los guardianes. “Pero él, a medianoche se desató y, tras llamar a quienes lo habían atado, para que no quedara sin testigos su acción, echó a correr hacia las puertas del templo y éstas se abrieron y, al entrar él, las puertas volvieron a su sitio, como si las hubiesen cerrado, y que se oyó un griterío de muchachas que cantaban, y su canto era: Marcha de la tierra, marcha al cielo, marcha” (Vida de Apolonio de Tiana VIII, 30). Sobre la nube véase también Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma I,77,2: “Y después de decirle esto, [el dios] se envolvió en una nube y, elevándose de la tierra, fue transportado hacia arriba por el aire”. Tras la Resurrección se fue. Y lo hizo abiertamente. Los discípulos se quedaron mirando atolondrados mientras se iba y pudieron ratificar que realmente se marchó. El Señor tenía que dejar claro que comenzaba una etapa nueva en su forma de estar con nosotros. ¿Qué relación no pasa en su historia por distintas fases para crecer? De hecho, Él insistió en que estaría acompañándonos todos los días hasta el fin del mundo. Por tanto, nada de ruptura. Su decisión apuntaba a un cambio cualitativo para impulsar la unión. Pero ¿cómo se puede permanecer cuando uno se va?
La presencia es algo tan misterioso que es casi imposible de definir. Porque no queda encerrada en los límites de lo físico. Trasciende lo que se puede ver y tocar. Por eso los sentidos más “adelantados” que mejor la perciben son el olfato y el oído. Se pueden escuchar sonidos reales que nos emocionan aunque estén lejos; se puede oler un aroma único que se nos escapa de las manos pero que nos rodea y envuelve, y nos hace soñar y recordar. La realidad es más amplia que aquello que abarcan nuestros ojos. Se puede reconocer al Señor en signos apenas perceptibles que muestran que de verdad no nos ha abandonado: personas que tienen sus mismos gestos, que pronuncian con autenticidad sus palabras, que son como una prolongación de su ser. Quizás por ello animó a los discípulos a guardar y reproducir todo lo que les había enseñado. Para que otros reconocieran su presencia en ellos y creyeran que el amor y la vida no tienen fecha de caducidad. “No es lo mismo marcharse que huir”, escribió la poeta Gloria Fuertes. Tenía razón. Jesucristo no “se fue a por tabaco y no volvió” para evadirse de los problemas de este mundo, sino que, destruyendo a la muerte, fortaleció el vínculo que nos une, irrompible ya, para continuar actuando a nuestro favor de un modo distinto. Por eso quiso dejar claro que la resurrección no suponía irse Más Allá, a vivir cómodamente y disfrutar de un merecido descanso después de tanto sufrido. Con esa presencia nueva mostró que resucitar significa vivir más, amar más, compartir más plenitud. Una inyección de ánimo para vacilantes y temerosos. A Jesucristo resucitado, y a los que han resucitado con Él, nadie nos los puede arrebatar. Así, ser misionero es posible. Contamos de verdad con unos aliados fieles e indestructibles ante las adversidades y la intemperie: El Señor y los que nos han precedido. Jesucristo nos hizo una promesa que ya ha cumplido: estar con nosotros hasta el fin del mundo. Y tú… ¿estarías dispuesto a irte con Él? El 15 de mayo se cumplen 126 años de la promulgación de la primera encíclica social de la Iglesia, la Rerum Novarum de León XIII. Con dicho documento magisterial la Iglesia irrumpe en el campo de la justicia social, iluminando el quehacer de la política y de la economía, en una época de grandes transformaciones sociales.
Se inaugura así un gran capítulo de la historia, donde la Doctrina Social de la Iglesia acompaña al desarrollo de importantes movimientos sociales. Su mayor contribución será el discernimiento moral del bien común, al subordinar el interés privado a la supremacía de este bien superior. Queda así trazado el límite de lo que es bueno y justo, respecto de lo malo e injusto. Así, la Doctrina Social de la Iglesia se transforma en un criterio de orientación de la conducta humana para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, pero para los cristianos adquiere el valor de una obligación moral. En el contexto de una realidad global, Chile acumula una larga lista de lacras sociales que han dañado gravemente la convivencia cívica. Ahí están los abusos, la corrupción y la injusticia social, que provocan indignación y desconfianza. En la base de estos males es vulnerado gravemente el anhelo universal del bien común. La tarea de articular el bien común es responsabilidad individual y colectiva, de la que nadie queda excluido. Sin embargo, la más elevada manera de favorecer el ejercicio de este bien superior es la función política y el servicio público. En esa lógica, el desprestigio de la política encuentra sus raíces en demasiados hechos en que el interés privado, partidista o de grupos de presión ha suplantado al bien común. Consecuentemente, la ciudadanía responde a la transgresión del bien común con desconfianza. Sin embargo, ello tiene un perjuicio inevitable, en cuanto quebranta el propio sistema democrático, debilitando su estructura y sus funciones. Lamentablemente, en Chile, junto con las conductas personales y colectivas que vulneran el imperio del bien común, hay un elemento estructural propio que ha impedido su ejercicio pleno y es la Constitución de 1980. Su porfiada vigencia garantiza el derecho preferente de unos pocos en perjuicio del interés general, representado por la necesidad de garantizar derechos sociales universales. En dicha constitución el eufemismo neoliberal remite erróneamente a la Doctrina Social de la Iglesia mediante el denominado rol subsidiario del Estado. Bajo ese principio se establece la no discriminación del Estado en materia económica, para consagrar la libertad económica privada y restringir la acción del Estado a un rol subsidiario y pasivo, allí donde no existe iniciativa privada. Dicho precepto constitucional encuentra su símil en el principio de subsidiaridad de la Doctrina Social de la Iglesia. Sin embargo, hay una diferencia sideral en cuanto el rol subsidiario exacerba la libertad económica, mientras el principio de subsidiaridad establece la obligación moral del Estado de asegurar la realización plena del bien común, tendiente a garantizar derechos sociales fundamentales. En un país de innegable raíz cristiana como Chile, surge una consecuencia moral incuestionable y es el imperativo del bien común. Al respecto, es oportuno tomar conciencia que entre los ciudadanos existe una reserva moral que se mantiene intacta y que remite a él, prueba de ello es el repudio social de la indignación que despiertan las faltas a la probidad de algunos actores políticos y sociales. Actualmente Chile enfrenta una importante encrucijada histórica en un contexto de desconfianza social generalizada. El país, o se deja llevar por interesados ideologismos o decididamente opta por volver a darle cabida a la moral del bien común, como el principio rector de la conducta pública que debe regir el comportamiento de sus líderes sociales. En medio de la desconfianza que afecta a muchas instituciones fundamentales del país, hay la gran oportunidad de abrir el camino de retorno al imperio del bien común. UNA LLAMADA SOLIDARIA DEL PAPA FRANCISCO NO ATENDIDA POR JUECES Y ECLESIÁSTICOS
El joven profesor “Daniel” escribió una carta al Papa Francisco informándole de los abusos sexuales que él y otras personas menores de edad sufrieron desde la infancia por parte de algunos sacerdotes y seglares de la archidiócesis de Granada. Francisco le llamó en dos ocasiones para pedirle perdón, mostrarle su apoyo, comprometerse a investigar el caso y decirle que lo pusiera en conocimiento del arzobispo de Granada, quien, a decir verdad, no mostró la misma diligencia que el Papa, ya que tardó en responder a las llamadas del joven agredido sexualmente. “La verdad es la verdad, y no debe esconderse, cueste lo que cueste”, dijo Francisco. La solidaridad del Papa con las personas abusadas sexualmente por eclesiásticos contrasta, por una parte, con el silencio y el encubrimiento de un sector de la jerarquía católica que obstruye la investigación de la justicia y parece ponerse del lado de los pederastas y, por otro, con sentencias absolutorias de los jueces que dudan del testimonio de las personas objeto de pederastia e incluso llegan a culpabilizarlas. Pareciere que existe una complicidad entre un sector de la judicatura, la jerarquía eclesiástica y las personas pederastas. Quizá los jueces sientan todavía en España un respeto reverencial por las personas pertenecientes a la clerecía en sus diferentes grados: sacerdotes, obispos… Dejémoslo en un “quizá”. Yo no voy a entrar aquí a juzgar las sentencias, porque no me compete. Sí quiero hacer una reflexión teológica sobre la pederastia, que es mi campo. La raíz de tan abominable, violenta y criminal práctica se encuentra, a mi juicio, en la estructura patriarcal de la Iglesia católica y en la masculinidad hegemónica; más aún, en la masculinidad sagrada. Como afirma la filósofa feminista norteamericana Mary Daly en su libro pionero de teología feminista Beyond God the Father (Boston, 1973, 19), “Si Dios es varón, el varón es Dios”. La masculinidad de Dios convierte al varón en representante único de Dios en la tierra y en dueño y señor en todos los campos del ser y del quehacer humanos y, muy especialmente dentro de la institución eclesiástica: organizativo, doctrinal, moral, religioso-sacramental, sexual, etc. Y no cualquier varón, sino el clérigo -en sus diferentes grados: diácono, sacerdote, obispo, arzobispo, papa-, que es elevado a la categoría de persona sagrada. La masculinidad sagrada legitima todos los actos del varón, por muy perversos que sean, en cuanto representante y portavoz de Dios: guerras de religiones, violencia patriarcal, violencia religiosa, simbólica, psicológica, intolerancia religiosa, autoritarismo, etc. Con similares comportamientos se convierte a Dios en un ser violento y, en definitiva, en asesino. La masculinidad sagrada se torna condición necesaria para ejercer el poder, todo el poder, en el mundo religioso. Este poder empieza por el control de las almas, sigue con la manipulación de las conciencias y llega hasta la apropiación de los cuerpos en un juego perverso. Se trata de un comportamiento diabólico programado con premeditación y alevosía, practicado con personas indefensas, a quienes se intimida, y ejercido desde una pretendida autoridad sagrada sobre las víctimas a la que se recurre para cometer los delitos impunemente. El poder sobre las almas es una de las principales funciones de los sacerdotes, si no la principal, como reflejan las expresiones “cura de almas”, pastor de almas”, etc., cuyo objetivo, dicen, es conducir a las almas al cielo y garantizar su salvación, conforme a una concepción dualista del ser humano, que considera el alma la verdadera identidad del ser humano e inmortal, y a la que hay que proteger de todo contacto con el cuerpo que la contamina y la torna impura. Es esta una forma de violencia. El poder sobre las almas conduce al control de las conciencias. Solo una conciencia limpia, pura, no contaminada con lo material, garantiza la salvación, se argumenta. Por eso la misión del sacerdote, en la más clásica concepción del ministerio ordenado, es formar a sus feligreses en la recta conciencia que exige renunciar a la propia conciencia y someterse a los dictámenes morales de la Iglesia. Se llega así al grado máximo de alienación y de manipulación de la conciencia. Violentar la conciencia personal, torcer la conciencia individual, obligar a actuar en contra de la conciencia es una de las formas más sutiles y graves de violencia ejercida con frecuencia por los dirigentes e ideólogos religiosos sobre las personas creyentes que siguen crédulamente sus orientaciones morales. El final de este juego de controles es el poder sobre los cuerpos, que da lugar a los delitos de pederastia cometidos por clérigos y personas que se mueven en el entorno eclesiástico y clerical. Quienes ejercen el poder sobre las almas y sobre las conciencias se creen en el derecho de apropiarse también de los cuerpos y de usar y abusar de ellos. Es, es sin duda, la consecuencia más diabólica de la masculinidad sagrada hegemónica. Cuanto mayor es el poder sobre las almas y más tiránico el control de las conciencias, mayor es la tendencia a abusar de los cuerpos de las personas más vulnerables que caen bajo su influencia: personas crédulas, niños, niñas, adolescentes, jóvenes, personas discapacitadas, etc. La violencia pederasta es el mayor escándalo de la Iglesia católica de todo el siglo XX y de principios del siglo XXI, el que más descrédito ha provocado en esta institución bimilenaria. Algunos de los que se presentaban como modelos de entrega a los demás, se entregaron a crímenes contra personas desprotegidas. Algunos de los que eran considerados expertos en educación, utilizaron su supuesta excelencia educativa para abusar de los niños y las niñas que los padres les confiaban para recibir una buen formación. Algunos de los que se presentaban como guías de “almas cándidas” para llevarlas por el buen camino de la salvación, se dedicaban a mancillar sus cuerpos y anular sus mentes. ¿Desconocía el Vaticano tan extendida, programada y perversa situación de la pederastia y tan humillantes prácticas para las víctimas? Yo creo que la conocía perfectamente, ya que hasta él llegaban informes y denuncias que archivaba sistemáticamente hasta olvidarse de ellas. Pero no actuaba en consecuencia con la gravedad del delito. Todo lo contrario. A las víctimas y a los informantes les imponía silencio para salvar el buen nombre de la Iglesia, amenazando con penas severas que podían llegar hasta la excomunión si osaban hablar. Tal modo de proceder creó un clima de permisividad, una atmósfera de oscurantismo y un ambiente de complicidad con los abusadores, a quienes se eximía de culpa, mientras que la culpabilidad se trasladaba a las víctimas, que se veían bloqueadas para ir a los tribunales ante la imagen de autoridad que daban los pederastas. Hacerlo público se consideraba una desobediencia a las orientaciones eclesiásticas y una traición al silencio impuesto por las autoridades competentes, que decían representar a Dios en la tierra. No importaba la pérdida de dignidad de las víctimas, ni los daños y secuelas, muchas veces irreversibles, ni las lesiones graves físicas, psíquicas y mentales con las que tenían que convivir los afectados de por vida. Faltó com-pasión y sensibilidad hacia sus sufrimientos. No hubo acto de contrición alguno, ni arrepentimiento, ni propósito de la enmienda, ni reparación de los daños causados, ni se produjo acto alguno de rehabilitación, ni se hizo justicia. Tal actitud supuso una nueva y más brutal agresión. La permisividad del delito, el silencio, la falta de castigo, el encubrimiento, la complicidad y la negativa a colaborar con la justicia convertían la pederastia no solo en una agresión sexual individual, sino en una práctica legitimada estructural e institucionalmente –al menos de manera indirecta- por la jerarquía eclesiástica en todos sus niveles, en una cadena de ocultamiento que iba desde la más alta autoridad eclesiástica hasta el pederasta, pasando por los eslabones intermedios del poder religioso. Sucede, además, que la mayoría de las veces los casos de pederastia se produjeron en instituciones y centros de formación masculinos dirigidos por varones. Lo que demuestra que el patriarcado recurre incluso a los abusos sexuales para demostrar su poder omnímodo en la sociedad y en las religiones y, en el caso que nos ocupa, sobre las personas más vulnerables. Un poder legitimado por la religión, que convierte a los varones en “vicarios de Dios” y portavoces de su voluntad. Es la forma más perversa de entender y de practicar la masculinidad, que despersonaliza y cosifica a quienes previamente ha destruido. Masculinidad y violencia, pederastia y patriarcado son binomios que suelen caminar juntos y causan más destrozos humanos que un huracán. ¿Qué hacer ante el cáncer de la pederastia con metástasis, extendido por todo el cuerpo eclesial? Tolerancia 0, denunciar, colaborar con la justicia, llevar a los presuntos culpables ante los tribunales civiles, y, muy importante, ¡que los jueces pierdan el miedo reverencial a las personas sagradas y las juzguen conforme a su responsabilidad en los delitos, y el delito de pederastia es sin duda de una gravedad extrema! No estamos en un Estado confesional, donde las personas investidas de autoridad sagrada merezcan un trato de privilegio, sino en un Estado no confesional donde la justicia es igual para todas y todos. ¿Y al interior de la Iglesia? Hay que ir a las raíces del fenómeno de la pederastia, a las causas de fondo de tan diabólico comportamiento, que se encuentra en la masculinidad dominante convertida en sagrada, en el poder igualmente sagrado de los varones consagrados a Dios en el poder fálico-sagrado sobre los cuerpos y el sistema patriarcal imperante en la Iglesia católica. Mientras la masculinidad hegemónica se eleve a la categoría de sagrada y siga siendo la base del ejercicio del poder, mientras el patriarcado sea la ideología sobre la que se sustenta el aparato eclesiástico y la forma organizativa del mismo, volverán a producirse dichos comportamientos criminales contra las personas indefensas Se buscarán métodos más sibilinos, pero las cosas no habrán cambiado. Por eso, es necesario cambiar la actual estructura mental, organizativa, legislativa, jurídica, penal y religiosa autoritaria de la Iglesia, que es patriarcal, homófoba y de hegemonía masculina, por otra que sea realmente igualitaria, inclusiva y paritaria. ¡Y cambiar la imagen de Dios Padre padrone! Todos los seres humanos buscamos y deseamos la paz. Ella es un tesoro, un estado interior que nos da equilibrio, serenidad y armonía. ¿Quién no desea adquirir, vivir y permanecer en paz, en la paz? Las expresiones, familiares, como: “déjame en paz”, “no me quites la paz”, “quiero vivir en paz”. Expresan la importancia que la paz tiene para las personas. Dice San Agustín: “La paz es un bien tan grande que no puede poseerse otro mejor ni poseer otro más provechoso”. La paz es un tesoro y como todos los tesoros es difícil de alcanzar; pero no imposible. Basta querer conseguirlo y darse los medios.
Vivimos en un mundo donde la paz está ausente: conflictos entre las familias, en el mundo laboral, social y entre vecinos; en las comunidades de creyentes y en la misma Iglesia; y no digamos entre las distintas religiones… Todo parece que sea piedra de tropiezo para provocar la discordia, la división y el alejamiento de unos de otros, en definitiva, la pérdida de la paz. Y mirando a nivel mundial, vemos los países que están en guerra unos contra otros; con todo lo que esta guerra armada supone de sufrimiento, destrucción y desestabilización de las personas, en definitiva de pérdida de la paz, de estabilidad y bienestar de los pueblos. A todo esto se le añade el terrorismo, azote que tanto desestabiliza a las naciones y tanto sufrimiento conlleva; tantas familias heridas para siempre. Pero, ¿qué hacer y cómo proceder para ser instrumentos de paz en un mundo en continuo conflicto? Cuando la paz se quiebra, sea a nivel que sea, no podemos echarle toda la culpa al otro ni únicamente a los acontecimientos; pues yo también tengo mi parte de responsabilidad, y si no lo reconozco estoy acentuando el conflicto y la discordia; sin jamás darme la oportunidad de llegar a la reconciliación, tan necesaria para la paz. Echando la culpa a los demás no podemos avanzar por el camino de la paz. Reconocer los errores, los fallos y desaciertos, e incluso la omisión, es un comenzar a reconstruir la paz a nuestro propio nivel y entorno. La paz se quiebra fácilmente, rehacerla es mucho más difícil, todo un arte que requiere tiempo y paciencia y empeño. Dice el salmista. “Busca la paz y corre tras ella” (Sal 34,15). La paz tan querida y buscada es frágil y quebradiza… De aquí nuestro desvelo y cuidado en cultivarla. La paz requiere una vigilancia esmerada tanto para que reine en mi propio interior, como para que reine en mi contexto familiar, social, laboral y político etc. “Trabajen, oren, hagan todo lo posible por conseguir la paz; pero recuerden que la paz no es nada sin el amor, sin la amistad, sin la tolerancia”. Esto se les decía el papa Francisco a los africanos de Bangui el 29 de noviembre 2015. El amor, la amistad y la tolerancia. Tres palabras fundamentales para que la paz reine en los corazones y entre las naciones. Jesús nos ha dejado su paz, «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón» (Jn 14, 27). Tal vez, nuestros conflictos, radican en que no nos apoyamos en la paz que nos ha dejado Cristo, y lo que intentamos es construirla a nuestra manera, a la manera del mundo: superficial y pasajera. Por eso se turba nuestro corazón, porque la confianza la ponemos es nosotros mismo, y la realidad es que por nosotros mimos no llegamos a alcanzarla y menos a trasmitirla y hacer que sea estable. En la Biblia, la paz implica estar en completa y en permanente armonía con Dios, consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. Por tanto, la paz incluye bienestar, salud, justicia, bendición, seguridad, riqueza, amistad, felicidad, salvación; esa es la paz que nos ofrece Jesús. En la celebración de la eucaristía, antes de la comunión, compartimos esa paz de Jesús. Darse la paz en la celebración litúrgica, no es un gesto de buena educación: el Señor nos da su paz con la condición de que todos nos convirtamos en anunciadores, transmisores y constructores de paz, de Su paz. Jesús nos comunica y nos deja su paz. No es una paz cualquiera. Es una paz que debe cambiar nuestra manera de pensar y de vivir como hermanos uno de otros. Como cristianos estamos llamados a ser anunciadores de esta paz, sembradores del amor, constructores de fraternidad, de libertad y de justicia; sin las cuales la paz no es posible. Cada uno a su manera y en su entorno propio, seamos sembradores y constructores de paz. ¡Qué maravillosa misión en medio de este mundo tan hambriento y sediento de paz! Y termino con las palabras de San Juan Pablo II, que decía: “la paz exige cuatro condiciones esenciales: Verdad, justicia, amor y libertad”. Oremos sin cesar para que Cristo resucitado nos alcance Su paz, para el mundo, para las familias y para cada uno de los que formamos este maravilloso planeta que es Nuestra Madre Tierra. Recogemos por escrito la conferencia que se grabó en la Parroquia de San Félix, Villaverde Alto, el pasado 5 de mayo de 2017. En la Escuela está disponible en vídeo.
Estamos en Nazaret… Nos acercamos a María como vecinas suyas, porque es una mujer del pueblo, como nosotr@s, y queremos comprender su situación, sus dificultades, sus sentimientos y su respuesta de fe. Nos imaginamos que viajamos a través del tiempo, para recordar la situación que vivió en su contexto histórico, político, económico, social y religioso. La situación era muy difícil, mucho más de lo que creemos, porque se ha idealizado la vida en Nazaret. María, como la gente de su tiempo, vive esperando la llegada del Mesías, que debía nacer en Judea, anunciado por unas señales prodigiosas que deberían verse en el cielo (Mateo 16, 1-4). Pero esas señales no ocurren cuando nace Jesús. Treinta años después, los saduceos y fariseos siguen pidiendo a Jesús esa señal del cielo, para poder reconocerlo como Mesías prometido, pero Jesús ofrece señales muy diferentes. El pueblo lleva siglos bajo el dominio reiterado de pueblos extranjeros: Persia, Grecia, y Roma. Los conquistadores han impuesto al pueblo sus leyes y han gobernado a través de unos reyes crueles e inhumanos. Les obligan a pagar impuestos tan altos que muchos padres de familia deben venderse como esclavos para pagar las deudas; así evitan la prostitución a su mujer e hijas. La gente le pregunta a Jesús si deben pagar impuestos al César. Muchos delitos pueden ser castigados con crueles penas de muerte, porque el pueblo está a merced de la injusticia de los políticos. María, como sus vecinos, siente miedo al ver los riesgos a los que se expone su hijo, porque muchos jóvenes galileos han sido crucificados. Herodes (padre) y Herodes (hijo), reyes de Galilea, son un ejemplo típico de la crueldad de su tiempo. El propio emperador César Augusto dijo: “Es mejor ser un cerdo que ser un hijo de Herodes”. Galilea es un nido de rebeldes, es “tierra de gentiles”, o sea, de gente que no es judía, que “no ha sido elegida por Yahvé”. En general es gente antimonárquica, porque creen que los males vienen de la monarquía, mientras que los habitantes de Judea son ultra monárquicos. Se les considera gente sin tradición, inmunda, que contamina a las personas piadosas; a sus mujeres no se les considera personas, sino “reptiles”. La capital es Séforis, los romanos la destruyen totalmente, porque es refugio de galileos rebeldes, y creen que allí se esconde “Judas el Galileo”. Pensemos en el impacto que causan estos hechos en toda la población. Jerusalén es considerada “el centro del mundo”, porque el templo alberga dos cosas fundamentales en su tiempo: la gloria de Yahvé y el “banco” más importante de entonces. Galilea es la zona más alejada de Jerusalén (en todo el sentido de la palabra alejamiento) Nazaret es una aldea muy pobre, está en la ladera de una montaña, con cuevas en las que habita la gente. ¿De ahí puede salir algo bueno? (Juan 1, 46). De Galilea no salen profetas (Juan 7, 52). Con buena voluntad, los pintores se han encargado de ofrecernos unas imágenes idílicas de la casa de María, pero la realidad es que la gente vive en esas cuevas naturales de la ladera de la montaña y que es una aldea muy pequeña. La sociedad, en tiempos de María, está dividida en clases sociales muy rígidas. Si la representamos en forma de pirámide, empezando por la cumbre y descendiendo, tenemos: · El sanedrín, con el sumo sacerdote que lo preside · Los saduceos, que sacan provecho de cualquier situación · Los fariseos · Los obreros –pueblo sencillo · Los extranjeros, pecadores y enfermos · Las mujeres y los niños Desde el momento del nacimiento queda patente la marginación de las mujeres, por el modo de reaccionar los vecinos y el propio padre del bebé. Si ha nacido un niño hay cantos de júbilo y felicitaciones al padre. Si ha nacido una niña hay un silencio profundo, sólo se oye el llanto del bebé y la gente le desea al padre de familia: “Que el próximo sea varón”, pero no le felicitan por la niña que ha tenido. ¿Cuál es la clave de la desigualdad? Las mujeres no pueden ser circuncidadas, por eso no pueden recibir el signo de la Alianza con Dios (Génesis 17, 10-11). Después del exilio de Babilonia (siglo V a.C.), con la reforma de Esdras y Nehemías, comenzaron la intolerancia y el fanatismo religioso: 1. La Torá se convirtió en la ley del estado. 2. El pecado se castigaba con la muerte (Esdras 7, 26). 3. A las mujeres se les privó de los derechos que tenían. 4. Esdras decidió que se repudiara a todas las mujeres extranjeras, junto con sus hijos (Esdras 10, 1-3 y ss.) El padre de familia reacciona como amo y señor de la vida. Cuando nace un bebé, la ley dice: “Si es un varón, tenlo, si es una niña, exponla”. Eso significa que pueden “exponer” a las niñas, o sea, sacarlas fuera de la población y dejarlas a la intemperie, a merced de cualquier animal que las devora o de alguna persona que quiera cogerlas, para bien o para mal. Las niñas son casadas en la adolescencia. Son mayores de edad a los once años y un día, pero no se celebra ninguna fiesta. A los chicos, cuando cumplen trece años y un día, se les hace una gran fiesta y se les considera adultos a todos los efectos. A la hora de buscarles marido, ellas son tasadas trozo a trozo, para pagar menos por ellas, y poder rebajar su valor ante cualquier pequeño defecto que tengan. Sin embargo la dote que deben llevar ellas al matrimonio se tasa al alza y la administra el varón. El marido es el dueño y señor de la mujer. Es su ba’al (que significa: propietario, amo, señor, dios, dueño, marido) y la mujer es be’ulah (poseída). El matrimonio significa “hacer uso del recipiente”. Cuando Jesús quiere cambiar algunos aspectos del matrimonio le replican: “Así no trae cuenta casarse” (Mateo 19, 10). Lo que trae cuenta es que los varones gocen en el matrimonio de todos los privilegios que han adquirido a lo largo de siglos. Por ejemplo, las mujeres no pueden repudiarlos, ni siquiera cuando ellos son adúlteros o violentos. Sin embargo, hay muchas causas (escritas en los comentarios a la ley) que permiten a los maridos repudiar a sus mujeres; se llega a considerar causa suficiente el que la mujer se entretenga a hablar junto a la fuente con otras mujeres, o que se les queme la comida. Las mujeres deben ir cubiertas siempre con el velo, si se lo quitan para salir a la calle pueden ser repudiadas, sin devolverles la dote acordada para el repudio. Las prostitutas no llevan velo. Para una mujer repudiada es tan difícil volver a casarse que suelen recurrir a la prostitución para sobrevivir. A las mujeres se les pide un comportamiento intachable, para que sus padres y esposos se sientan orgullosos de ellas. ¿Quién es la mujer perfecta? Podemos leer con ojos críticos el canto a este modelo de mujer (Proverbios 31, 13-ss) y la sobrecarga de trabajo al que estaban sometidas. Si la novia se queda embarazada antes del matrimonio, una vez comprometida, el novio tiene varias opciones: · Si el hijo es del novio se adelanta la ceremonia de la boda · Si el novio afirma que el hijo no es suyo, la novia puede ser apedreada, lapidada. De nada sirve el testimonio de la mujer. · Si el novio no quiere que lapiden a su novia debe huir muy lejos, lo que supone una vergüenza pública para él y para toda la familia. · La posibilidad de que el novio acepte al niño como hijo, sin serlo, es algo absolutamente extraordinario. El nacimiento de un hijo varón confiere su dignidad a las mujeres, que pasan a ser reconocidas y valoradas” porque han engrandecido al pueblo. El nacimiento de una niña sólo es una pérdida, “una semilla desperdiciada”. Tener una hija es como recibir un castigo, porque hay que vigilarla: “es una secreta inquietud, la preocupación por ella aleja el sueño” (Eclesiástico 42,9). “El padre no está obligado a alimentar a su hija” (comentario a la Torá). “El mundo no podría existir sin varones y sin hembras, pero ¡feliz aquel cuyos hijos son varones! Y ¡ay de aquel cuya descendencia son hembras!” Las impurezas de la sangre condicionan la vida de las mujeres. Si han dado a luz a un niño tienen que guardar 40 días de impureza tras el parto, si han tenido una niña la impureza dura 80 días, lo que condiciona mucho la vida familiar y social porque incluso rozarlas “contamina”; hay que hacer ritos y ceremonias para purificarse de nuevo (Levítico 12, 5) En algunas etapas de la historia se cree que las mujeres son seres “pestilentes”, el padre las puede vender como esclavas, no tienen que decir “la gran oración”. No pueden llevar filacterias, ni recitar la bendición de la mesa. Pueden orar desde casa, en lugar de ir a la sinagoga. Todo el pueblo tiene que ir al Templo de Jerusalén, excepto: “sordos, idiotas, niños, hombres con los órganos escondidos, andróginos, mujeres, esclavos, cojos, ciegos, viejos, enfermos y los que no pueden caminar”. Es decir, tienen que cumplir la ley, pero con muchos pretextos se les libera de algunos mandamientos que amplían su horizonte vital. Se les prohíbe estudiar la Torá, porque se cree que las mujeres son incapaces de comprenderla. El Talmud (comentario de la Ley) dice: “Quien enseña a su hija la Torá es como si le enseñara obscenidades”;“Que las palabras de la Torá sean destruidas por el fuego, antes que enseñárselas a las mujeres”. A diario, las mujeres oyen a los varones orar en voz alta tres veces al día, dando gracias a Yahvé, porque “me has hecho hebreo, no me has hecho mujer, no me has hecho ignorante”. En el botín de la guerra, las mujeres aparecen después de los asnos (Números 31, 34-35.39-40). No tienen derecho a la herencia. Si muere su marido deben casarse son su cuñado para darle descendencia al marido difunto. Si no tienen cuñado, deben volver con su familia, que a menudo no las acepta de nuevo porque se considera una vergüenza esta vuelta. A menudo tienen que dedicarse a la prostitución o se ven envueltas en la pobreza hasta la muerte. Se les considera responsables del pecado de Adán (Génesis 3), de la muerte, del nacimiento de los demonios y del diluvio (Génesis 6, 5-ss). En caso de peligro de muerte, siempre hay que salvar primero al marido. Las madres educan a los niños hasta los 7 años. La ley decía: “Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo, le dirás…”(Deuteronomio 6, 20- 25). Las palabras del Señor “las enseñaréis a vuestros hijos y se las repetiréis sin cesar…” (Deuteronomio 11, 19). Los rabinos decidieron que a las hijas no había que enseñárselas, bastaba con lo que buenamente oyeran en la familia o en la sinagoga (si iban algún día). ¿Qué huella dejó María en la formación religiosa de Jesús? ¿Cómo enseñaría María a orar a Jesús? Pensemos en el paralelismo entre el Magníficat y la exclamación de Jesús sobre lo que Dios revela a los pobres y sencillos (Lucas 10, 21) o en la importancia que le dan los dos a hacer la voluntad de Dios (Lucas 22, 42) Ahora sabemos, gracias a la psicología, la importancia que tiene la educación en los niños y niñas, sobre todo en los primeros años de vida. Jesús, como varón judío, deja a un lado el sistema de reflexión sobre la Torá, que consiste en transmitir fielmente las enseñanzas recibidas, dándole mucha importancia a la casuística. En el Evangelio se ve claramente cómo varias veces los fariseos intentan envolverle en esa forma de razonar: por ejemplo, si una mujer se ha quedado viuda varias veces ¿quién será su marido tras la muerte? Jesús centra su predicación en una Buena Noticia. El día que predica por primera vez en una sinagoga quieren despeñarlo (Lucas 4, 29-30) porque se atreve a anunciar un año de gracia, pero silencia “el día del desquite de nuestro Dios”. Para que el mensaje lo comprenda la gente sencilla, pone ejemplos significativos en la vida diaria de las familias, especialmente las tareas que realizan las mujeres. Es un lenguaje que escandaliza a sus oyentes y expresa la densidad teológica que tiene la vida diaria. Por ejemplo: · El drama que le supone a una pobre vecina del pueblo el perder una monedita de su dote. Las mujeres suelen colgar algunas de esas monedas en los bordes del pañuelo que se ponen en la cabeza, y pueden utilizar esas monedas, en caso de ser repudiadas por su marido. La alegría que siente esa mujer le ayuda a Jesús a explicar una alegría más profunda. · A Jesús, siendo niño, le tuvo que asombrar el efecto que produce la levadura en la masa. No sabemos lo que le explicó María, pero cuando Jesús quiso hablarnos de la desmesura del Reino nos pone el ejemplo de una mujer que mete levadura ¡en 42 kilos de harina! · Todos los niños y niñas ven remendar a sus madres y abuelas. La túnica que los varones reciben a los 13 años, al celebrar su mayoría de edad, sirve para cubrirse, como manta por la noche, para cargar algunos productos… De tanto uso, se rompe a menudo y se remienda una y otra vez. Muchas personas no pueden permitirse el lujo de hacer o comprar otra y usan la misma túnica hasta que son enterrados con ella. Jesús nos habla de ese paño viejo que no admite remiendos de tela nueva, para que comprendamos la novedad de la Buena Noticia y del Reino y no intentemos poner remiendos a algo que se ha quedado viejo. · La túnica de Jesús la echan a suertes, antes de ejecutarlo, para no romperla en varios trozos, porque es una prenda valiosa. · En Israel se usa mucho la sal: a) sirve para frotar a los bebés recién nacidos y evitarles infecciones; b) da sabor a las comidas; c) se usa como moneda (el salario); d) conserva los alimentos en salazón y así es útil en los viajes (por ejemplo, el pescado); e) echando una capa de sal sobre los campos y huertas se destrozan los cultivos de los enemigos, etc. La sal se convierte para Jesús en un símbolo claro y significativo de lo que supone vivir siendo “sal de la tierra” · Es francamente revolucionario que un maestro (rabí) hable de los sentimientos de las mujeres que van a dar a luz. · Habla de Yahvé haciendo referencia a experiencias de la vida cotidiana: Un juez injusto, un banquete de bodas, etc. María tiene que dar un paso de gigante: siente sobre ella el peso de la ley judía y, al mismo tiempo, va sintonizando con la Buena Noticia que predica su hijo. Va dando pasos, dejando lo viejo y entrando en lo nuevo; y no puede poner remiendos, como en una tela vieja, ni echar el vino nuevo en un odre viejo. La actitud de María, en medio de las múltiples dificultades de su tiempo, puede ayudarnos a vivir hoy el discipulado y el paso de lo viejo a lo nuevo, personalmente y en la comunidad, parroquia, grupos, etc. |
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