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Justicia, paz y liberación por: José Luis Sicre

12/1/2018

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Comenzamos un nuevo año litúrgico, preparándonos, como siempre, para celebrar la Navidad. La primera lectura promete la venida de un descendiente de David que reinará practicando el derecho y la justicia y traerá para Judá una época de paz y seguridad. El evangelio anuncia la vuelta de Jesús con pleno poder y gloria, el momento de nuestra liberación. ¿Cómo se explica la unión de estas dos venidas tan distintas? Lo intentaré con la siguiente historia.
La esposa del astronauta y la Iglesia
Un día la NASA decidió una misión espacial fuera de los límites de nuestro sistema solar. Una empresa arriesgada y larga que encomendaron al comandante más experimentado que poseía. Cuando se despidió de su mujer y sus hijos, la familia pasó horas ante el televisor viendo como la nave se alejaba de la tierra.
Los niños, pequeños todos ellos, preguntaban continuamente: “¿Cuándo vuelve papá?” Y la madre les respondía: “Vuelve pronto, no os preocupéis”. Al cabo de unos meses, cansada de escuchar siempre la misma pregunta, decidió organizar una fiesta para celebrar la vuelta de papá. Fue la fiesta más grande que los niños recordaban. Tanto que la repitieron con frecuencia. La llamaban “la fiesta de la vuelta de papá”. Pero la inconsciencia de los niños creaba una sensación de angustia en la madre. ¿Cuándo volvería su marido? ¿El mes próximo? ¿Dentro de un año? “La fiesta de papá”, que podía celebrarse en cualquier día del mes y en cualquier mes del año, se le convirtió en una tortura. Hasta que se le ocurrió una idea: “En vez de celebrar la vuelta de papá ‒dijo a los niños‒ vamos a celebrar su cumpleaños. Sabéis qué día nació, así que no me preguntéis más cuándo vamos a celebrar su fiesta.
A la iglesia le ocurrió algo parecido. Al principio hablaba de la pronta vuelta de Jesús, la que menciona el evangelio de este domingo. Pero esa esperanza no se cumplía, y la iglesia pasó de celebrar su última venida a celebrar la primera, el nacimiento. Sin embargo, no ha querido olvidar la estrecha relación entre ambas venidas, y así se explica que encontremos textos tan distintos.
De reyes inútiles y canallas a un rey justo (Jeremías 33, 14-16)
Para comprender esta lectura hay que recordar la trágica historia de los últimos reyes judíos. Josías, del que tanto se esperaba a nivel religioso y político, murió en la batalla de Meguido luchando contra los egipcios (609). Su hijo, Joacaz, fue deportado a Egipto al cabo de tres meses de reinado. Le sucede Yoyaquim/Joaquin (608-598), al que el profeta Jeremías condena por sus terribles injusticias. Mientras tanto, el dominio internacional ha pasado de Egipto a Babilonia. Nabucodonosor deporta a Joaquín/Jeconías (598-597) y nombra rey a Matanías, cambiándole el nombre por el de Sedecías, que significa “Yahvé es mi justicia”. Este nombre parece una broma, un insulto. ¿De qué justicia habla Nabucodonosor? ¿Qué se puede esperar de un fantoche impuesto por el babilonio? Y la gente se preguntaría: ¿de qué sirve la promesa hecha por Dios a David de una dinastía eterna? ¿Para qué queremos un descendiente de David, si todos los reyes son inútiles o sinvergüenzas?
En este contexto se entiende la promesa hecha por Dios a Jeremías de un rey que se llamará “Yahvé es nuestra justicia”. Un monarca cuyo mismo nombre expresa la estrecha relación de Dios con todo el pueblo, y que salvará a Judá y Jerusalén mediante un gobierno justo. Frente a la angustia y la incertidumbre, implantará la tranquilidad.
Lo fundamental es la idea de un monarca que procura el bienestar del pueblo. En el contexto del Adviento, esta lectura nos recuerda que Dios no se desentiende de los graves problemas políticos y sociales de la humanidad.
El amor como preparación a la Navidad (1 Tesalonicenses 3, 12- 4,2)
Lectura brevísima, pero muy importante: indica con qué espíritu debemos vivir siempre la vida cristiana, en especial estas semanas del Adviento: amor mutuo entre los cristianos y amor a todo el mundo.
Esperar y preparar nuestra liberación (Lucas 21, 25-28. 34-36)
El evangelio comienza con las señales típicas de la literatura apocalíptica a propósito del fin del mundo (portentos en el sol, la luna y las estrellas) que provocan en las gentes angustia, terror y ansiedad. Pero el evangelio sustituye el fin del mundo con algo muy distinto: la venida de Jesús con gran poder y gloria; y esto no debe suscitar en nosotros una reacción de miedo, sino todo lo contrario: “cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación”.
A continuación, nos dice el evangelio cómo debemos esperar esta venida de Jesús. Negativamente, no permitiendo que nos dominen el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de la vida. Positivamente, con una actitud de vigilancia y oración.
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Adviento: Esperanza, oración y compromiso por: África de la Cruz

11/30/2018

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Pregón de Adviento: Cobrad ánimo, levantad vuestras cabezas porque se acerca la liberación que trae la venida del Hijo del Hombre. Adviento y Navidad es un tiempo propicio para revisar nuestra espiritualidad, nuestra fe y nuestra vida cristiana. 
Estrenamos un nuevo año litúrgico. Es Adviento. Cuando empezamos algo nuevo, lo emprendemos con ilusión y ponemos en activo nuestra mejor disposición. El Adviento nos invita a empezar de nuevo. A renovarnos. Se nos ofrece una nueva oportunidad de romper inercias, de dejar atrás lo viejo y explorar algo nuevo en nuestras existencias.
Adviento habla de esperanza-confianza en algo mejor que está por llegar y que nosotros podemos acelerar su llegada. Esta esperanza es como la impronta, la huella, el anhelo que Dios ha puesto en nuestro corazón. Dios ha soñado al hombre, y el hombre anhela a Dios. Nuestra historia cobra un nuevo sentido desde esta fe-esperanza-confianza. La fe confía en Dios. La esperanza confía a Dios. La Liturgia de hoy nos presenta a Dios como nuestra justicia. Dios levanta al oprimido, hace valer al que no vale, porque a Él todos los seres humanos le importan como hijos.
Los cristianos, en estas fechas de Adviento y Navidad, celebramos que Dios está en y con nosotros. Que es la Presencia liberadora de nuestras esclavitudes. Celebramos la fe en el Dios encarnado y en la humanidad que nos hace presente a Dios. Celebramos el valor divino de lo humano y el valor humano de lo divino. Celebramos que Jesús, Enmanuel, es nuestro salvador, nuestro modelo de vida. Que ha venido a enseñarnos a ser y vivir como Él.
La esperanza se alimenta con la oración. El Evangelio de hoy nos llama a estar alerta, a tener el corazón libre de los vicios, del libertinaje y de las preocupaciones de la vida, orando en todo tiempo, “para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está por venir y podáis estar en pie delante del Hijo del Hombre”, para hacernos dóciles al Espíritu del Señor. Nos llama a “estar despiertos y orando”, porque este Espíritu se descubre por la fe y con una esperanza viva: punto de encuentro entre las promesas de la fe y los signos de los tiempos presentes y venideros.
La oración no es para cambiar a Dios; es para cambiar nuestras actitudes y comportamientos. Para cambiarnos a nosotros. La oración da como fruto la conversión hacia la honradez, la bondad y el servicio a los demás. La Liturgia de hoy nos presenta un camino, un itinerario: fe-esperanza-confianza-oración-amor-servicio. En síntesis, espera vigilante en oración y compromiso con el Reinado de Dios. “Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre”. Vigilad y orad. Estad despiertos. Abrid los ojos. Se acerca vuestra liberación. La conversión del corazón. La conversión es un cambio de mentalidad, un cambio de rumbo en nuestra existencia, un cambio de valores. Porque cuando se cambian los valores de nuestra vida, transformamos nuestra forma de ser, de vivir y de actuar.
Se acerca nuestra liberación, la de los otros y la de la naturaleza. Liberarnos de nuestra inhumanidad, indignidad e injusticia. La actitud de vigilancia a que nos lleva el adviento es estar alerta a descubrir el “Cristo que viene en las circunstancias actuales y a afrontarlas como proceso necesario de una liberación total, de la humanidad y su hábitat. Tenemos que descubrir en nuestras “higueras” los signos de los tiempos que nos toca cuidar y liberar. Tenemos que trabajar la liberación de tanto sufrimiento humano y de tanta devastación de la naturaleza. En nosotros existe la angustia, el miedo y el espanto, no causados por “las señales en el sol, la luna y las estrellas”. Nuestras angustias e inseguridades están causadas más bien por las crisis económicas, por los conflictos sociales, por el abuso del poder, por la falta de pan y trabajo, por la frustración... de tantas estructuras injustas, que sólo podrán ser removidas por la llegada del amor de Dios y su justicia al corazón de los seres humanos. (Servicios Koinonía). Este es nuestro compromiso con el Reinado de Dios aquí y ahora.
Para finalizar y como resumen: Dios se ha encarnado en Jesús de Nazaret y esto cambia la historia. También, Dios se encarna en cada uno de nosotros y eso cambia, para bien, nuestra vida: Dios nos libera de nuestro mal y nos capacita para el bien: De nuestra inhumanidad, indignidad e injusticia a la humanidad: honradez, bondad y servicio. Yo tengo que hacer presente a Dios con mi vida y mi palabra. Soy Belén para los demás. Soy adviento para ellos ¿Cómo? Con oración, fe, amor, servicio. (Teresa de Calcuta)
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Reflexiones y lamentos de un cristiano de a pié por: Miguel Ángel Munárriz

11/29/2018

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Fue una suerte para mí conocer a un jesuita que creía en el poder de la eucaristía; que pensaba que era la asamblea de fieles la que la celebraba, no la que la oía; que predicaba la palabra desde su fascinación por Jesús; que hablaba siempre de Abbá, del Reino y la Buena Noticia; que nos invitaba a comulgar con Jesús –con sus criterios y valores–, que nos daba la bendición final para recordarnos que fuera nos esperaba la misión...
Pero murió, y entonces caí en la cuenta de lo difícil que resulta encontrar una eucaristía donde se hable de ese Jesús contagioso, siempre rodeado de “gente maldita y empecatada”, siempre en compañía de mendigos y tullidos, que no dudaba en tocar a los leprosos para sanarles, o en jugarse la vida para librar de la muerte a una adúltera. Que no se arrugó ante los poderosos sabiendo que eso le iba a costar la vida, y que murió en la cruz. Por el contrario, son muchas las homilías centradas en supuestas sabidurías ajenas al evangelio en las que se omite cualquier alusión a Jesús. Muchas también con un marcado carácter veterotestamentario donde no queda ni rastro de la Buena Noticia. Otras, en fin, compuestas en base a ocurrencias personales del oficiante que hacen sospechar una falta sustancial de formación en materia evangélica...
Y el tema no es banal. Ruiz de Galarreta describía el camino de la fe por analogía con la experiencia que vivieron los discípulos de Jesús: “Le conocieron, quedaron fascinados por Él, le siguieron y mucho después creyeron”. Es decir, lo primero es conocerle, y sin ese conocimiento es imposible una fe adulta. El problema, el gravísimo problema que padecemos la Iglesia de hoy –y quizás la de siempre– es que hasta  nuestros pastores parecen desconocer a Jesús. Y al no conocerle, llenan sus homilías de contenidos no evangélicos y condenan a los fieles a creer en un personaje mitificado y desconocido.
Quizás haya llegado el momento de que la jerarquía de la Iglesia se replantee muy seriamente la formación de sus pastores. Quizás sobre tanta filosofía docta y tanta teología dogmática ajena al estilo de Jesús, y falte el estudio profundo del evangelio; de Abbá, de la Buena Noticia, del Reino. Se da la circunstancia de que quienes predican el evangelio sin ambages escandalizan a la jerarquía y se ven acosados por ello; y ése es un síntoma muy malo...
Pero hay una segunda parte no menos preocupante, y es el desacierto de los textos litúrgicos que acompañan al evangelio. Habitualmente, la primera lectura versa sobre hechos e ideas que no están en concordancia con los criterios de Jesús; o que los contradicen explícitamente; o que narran salvajadas fruto del arcaísmo religioso de sus autores (como la matanza de los primogénitos de Egipto, o la aniquilación del ejército del Faraón). En la segunda lectura son habituales las interpretaciones parenéticas que no aportan nada al evangelio y casi siempre le restan esa frescura que fascina e interpela. Jesús hizo la mejor teología de todos los tiempos contando cuentos sencillos a gente sencilla, y todo lo que se salga de ahí, resulta al menos temerario.
Y es que el Antiguo Testamento es la prehistoria de Jesús. Probablemente sea muy valioso para los exegetas a la hora de interpretar adecuadamente el evangelio, pero tratar de iluminar a los fieles con él, es como sustituir la luz del día por una vela vacilante. Las Cartas contienen las interpretaciones teológicas de Pablo y de los apóstoles –y ofrecen pasajes preciosos–, pero no pasan de ser comentarios a pié de página más o menos afortunados. Los Hechos nos ayudan a conocer el funcionamiento de las primeras comunidades cristianas, y de ahí su valor para nosotros. El Evangelio –según la exégesis más actual– recoge de manera fidedigna la fe de aquellas primeras comunidades, y a través de los testigos nos lleva hasta el mismo Jesús.
Poner en la eucaristía las tres lecturas en el mismo plano no tiene ningún sentido porque es evidente que no tienen el mismo valor. Seleccionar lecturas que poco o nada tienen que ver con la Buena Noticia es un disparate notable, porque no solo nos alejan del mensaje de Jesús, sino que lo escamotean...
Evidentemente todo esto no pasa de ser una opinión personal cuyo único valor es el que cada uno le quiera dar. El concilio Vaticano II supuso un salto importante en la recuperación de la eucaristía, pero queda mucho trecho por recorrer. Estaremos en el buen camino cuando al despertarnos cada domingo no pensemos que tenemos que ir a cumplir con Dios, sino que pensemos: “¡Qué bien; hoy toca eucaristía!”.
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Basta de homofobia dentro de la iglesia por: José María Rodríguez

11/28/2018

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Ayer publiqué un tuit. Una sola frase: "Basta de homofobia en la Iglesia". Inmediatamente me encontré con un montón de respuestas. Algunas, positivas. Otras, bastantes, negativas.
Entre las negativas, algunas respetuosas con la persona, pero que discutían mi afirmación. "En la Iglesia no hay homofobia" -decían unos-.
Otros cuestionaban que cómo un sacerdote podía afirmar algo así de la Santa Madre Iglesia. ¿Acaso soy un hereje, un tirabombas, un apóstata encubierto? (sí, de todo esto he leído). Luego, también alguno preguntaba ¿es que acaso hablo por mí mismo? Había insultos también, aunque en esto, como siempre hago ante las faltas de respeto personales, prefiero silenciar y bloquear.
Algunos me urgían a releer el catecismo. Otros decían que la Iglesia es la que atiende a los enfermos de SIDA -gracias por la aclaración, yo mismo estuve varios años en un piso de Caritas, haciendo varias noches a la semana y acompañando a personas con HIV en los años 90, cuando la Iglesia era la única institución que se volcaba con las personas enfermas-. (Por cierto, el SIDA no es patrimonio de las personas homosexuales).
Todo eso lo sé. Y amo a la Iglesia, de la que me siento parte. Y me alegran pasos que se van dando, una mayor sensibilidad, y afirmaciones como la del último Sínodo de los Jóvenes, que en el documento final insiste en que "Dios ama a cada persona, y así lo hace la Iglesia, renovando su compromiso contra toda discriminación y violencia por motivos sexuales". Pero en la iglesia hay homofobia.
Esto no es lo mismo que decir que en la Iglesia solo hay homofobia. Porque, efectivamente, en la Iglesia también hay acogida, y respeto. Hay personas, instituciones, y grupos que acogen. Pero, desgraciadamente, hay personas que rechazan y discriminan. En una institución plural como esta, hay personas que manifiestan hacia las personas homosexuales actitudes hostiles e insultantes, a veces sin ni siquiera darse cuenta.
Alguien me preguntaba: "¿Podrías definir homofobia?" Para definirlo no hay más que leer algunas de las respuestas que recibí. Hay quien ha aprovechado para establecer paralelismos, comparando la homosexualidad con el asesinato o con el robo. También hay quien ha vuelto al atrasado argumento de que homosexualidad es igual a enfermedad. Y, por supuesto, están todos los que inmediatamente vinculan homosexual con pedófilo.
¿Y todavía me discuten que hay homofobia dentro de la Iglesia? Sí, desgraciadamente, hay muchos cristianos que no respetan a las personas homosexuales. Los mismos que exigen celibato de por vida para las personas de orientación homosexual, afirman sin ningún rubor que los homosexuales no pueden ser considerados para el sacerdocio porque no son capaces de una vida célibe. ¿En serio? ¿No ven cierta contradicción entre ambas exigencias?
Honestamente, sé que las polémicas pueden ser ocasión para los insultos. Pero también pueden ser ocasión para la reflexión sosegada desde el respeto. Para seguir buscando, en Jesús y su Palabra, lo que más nos pueda ayudar a comprender el mundo en el que vivimos y a tratarnos desde el amor radical e incondicional que está en el corazón del evangelio. En ello estamos. Y aunque a veces uno tendría la tentación de callar y no meterse en líos, seguimos a un Maestro que no tuvo miedo a alzar la voz.
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Mujer creciente, ¿pareja menguante? por: Luis Romasanta

11/27/2018

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"Mujer Creciente, ¿pareja menguante?" -"entre interrogaciones", apuntó- ha sido el título elegido por nuestro compañero el escritor, periodista y sacerdote Antonio Aradillas para celebrar, en Azuaga (Badajoz) unas muy singulares "bodas de diamante": hace sesenta años abandonaba a sus feligreses de la parroquia de Nuestra Señora de la Consolación rumbo a otras feligresías, después de que este imponente templo gótico-isabelino viviera su primer destino como sacerdote tras ordenarse en su pueblo de Segura de León en 1951.
Desde ese año hasta 1958 fue destinado a aquellos lares. Tres curas entonces, uno solo hoy para atender a Azuaga y a un montón de poblaciones más. Va a tener razón este hombre que recientemente publicó su penúltimo libro, con un título que no deja lugar a dudas: "La Iglesia que se acaba".
Sesenta años después, el Ateneo de Azuaga, una entusiasta asociación de la comarca que preside, con una productividad digna de encomio, la escritora local Pepa Gómez Bustamante (ojo a su última novela, "Tumbas en el alma"), tuvo el viernes como invitado a nuestro colaborador, en un escenario que merece una consideración especial por su afán de incrementar el uso de la razón (es decir, el ejercicio de la lectura), la librería-espacio de ocio Alejandría.
Se trata de un espacioso y relajante lugar de encuentro de toda la comarca que, desde sus comienzos en 1999, luce en su página web el lema de Cervantes: El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho.
Un escenario idóneo para reivindicar el papel de la mujer en un mundo, religioso y social, gobernado por los hombres.
Ante un auditorio que llenó el local, Aradillas hizo un encendido elogio del papel de la mujer y de la bochornosa marginación que ha padecido a lo largo de la historia.
Sus primeras diatribas las recogió de la Biblia, citando al historiador romano Josefo Flavio: "la mujer es inferior al hombre en todo; el protagonista, siempre, según la Torá, es el varón. Fuera del hogar la mujer no podía existir".
Lo malo es que esta marginación, añadió, la ha cultivado la Iglesia católica a lo largo de los siglos y en la Constitución vaticana. La mujer solo puede dar la comunión. Sin embargo, "ningún artículo del dogma impide que la mujer pueda acceder al sacerdocio".
Aradillas fue también crítico con las opiniones de algunos pensadores históricos al respecto, y citó en concreto a Santo Tomás de Aquino, para quien "la mujer es inferior al hombre en virtud y dignidad".
Para el conferenciante, de igual modo que el celibato sacerdotal debe ser opcional ("Cristo contó con hombres casados para su Iglesia, no lo olvidemos"), que la mujer aún no pueda acceder al sacerdocio resulta una humillación y hasta un insulto.
"La mujer tiene derecho a irrumpir en la Iglesia en todas las competencias de ésta, naturalmente incluida la de ser cura. No se entiende cómo alguien pueda impedirlo hoy".
"Uno de los grandes mensajes que Cristo nos dejó fue el trato de los apóstoles a la mujer. Porque lo que Cristo quiso comunicarnos no fue la muerte, sino la resurrección, y esta idea básica se la encargó Jesús a una mujer, María Magdalena. O sea que el gran mensaje de la vida lo transmitió Cristo a través de la mujer".
Aviso a navegantes... Atacó Aradillas ferozmente ese "vil insulto de que la mujer procede de la costilla del hombre, idea transmitida para justificar sencillamente sumisión. Algo que debió corregirse hace muchísimos siglos, y que no se ha hecho".
Y que tampoco, a su juicio, lo ha hecho la Iglesia actual, una "Iglesia del amén, donde no siempre el diálogo es factible, cuando debe ser algo esencial". Por ejemplo, respecto a la jerarquía. "Pero vamos a ver: ¿qué significa jerarquía? Ese concepto encierra un servicio a los demás, no una pleitesía al jefe".
Y para remediarlo insinuó el conferenciante el registro de una advocación nueva: "Nuestra Señora del Diálogo, rogad por nosotros".
Para Aradillas, el papel de la mujer en la sociedad en general, y en la Iglesia católica muy en particular, tiene que alcanzar un plano de igualdad con el hombre. Primus interpares, la mujer entre iguales. Esta es una realidad imparable, y el conferenciante pasó a examinar a continuación una derivada de esta constatación: a medida que crezca la mujer, ¿qué va a pasar con la pareja?
En su opinión, no debería ocurrir nada grave, si el varón toma conciencia -como ya lo está haciendo- de una situación que, simplemente, está alcanzando el nivel que debería haber alcanzado hace siglos. De aquí que justificara el título de su charla. "Mujer creciente, pareja menguante", fue el título de un libro que escribí, sin interrogantes, cuando la democracia echaba a andar, en unos tiempos en que se decía que el matrimonio era indisoluble, pero en verdad era indisoluble solo para los pobres, puesto que quienes tenían dinero compraban su separación sin problemas".
Y añadió más: me preocupa la expresión "lo que Dios ha unido... ¿Ha unido Dios a una pareja que se gusta y decide contraer matrimonio?".
La sala se fue animando según el orador exponía sus tesis, y no faltaron después quienes le preguntaron directamente por su opinión sobre lo que piensa el papa Francisco sobre el asunto.
"En mi opinión, sin duda no cabe otra conclusión que la aceptación de la mujer en la Iglesia hasta sus últimas consecuencias teológicas. Y si digo en la Iglesia, que es una institución conservadora por naturaleza, no hará falta que insinúe siquiera el papel que debe cobrar la mujer en la sociedad actual. Es una aberración que pueda encontrarse marginada, sea en la faceta que sea".
El coloquio añadió más calor aún a una noche de viernes calurosa en Azuaga, donde Aradillas comenzó su andadura de cura, como él recordó, allá por 1951, y desde 2012 es grato constatar que una asociación como El Ateneo de la localidad lucha por difundir la cultura en todos sus ámbitos.
Como final de charla, imagínense ustedes: clamor unánime exigiendo que la Patrona de Extremadura, la Virgen de Guadalupe, pase a depender eclesiásticamente del lugar donde está, y no de la diócesis de Toledo.
Un asistente lo dejó claro: "Si Toledo quiere seguir adueñándose de Guadalupe como trofeo de guerra, hoy por razones de economía de ingresos, ¿qué más dará que dependa de Extremadura que es su lugar, si la empresa recaudadora es la misma, y la Iglesia debe estar presidida por la transparencia y la igualdad sin discriminación alguna?". Ahí quedó eso....
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Sagrado pero no religioso por: Gonzalo Haya

11/26/2018

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Creo que es un error frecuente identificar lo religioso con lo sagrado. Lo religioso trata de socializar lo sagrado, aunque no siempre sea ese su objetivo; pero lo sagrado rebasa ampliamente lo religioso.
Lo religioso se concreta en el culto organizado a un ser superior, personal o impersonal, -designado como Dios o Diosa- mediante creencias, normas y ritos, dirigidos por una jerarquía.
Lo sagrado se refiere al reconocimiento y respeto espontáneo a un valor superior, que trasciende nuestros intereses, y es universalmente reconocido, aunque sin explicaciones o normas establecidas. La sabiduría popular ha sabido identificarlo sin entrar en definiciones, y no duda en afirmar que el amor, la dignidad, los derechos humanos... hasta los pactos, son sagrados.
Y no se trata de que el lenguaje popular hable de sentimientos, no de conceptos, y por eso confunde la realidad de las cosas. Creo, por el contrario, que la sabiduría popular intuye la realidad de las cosas, incluso donde los conceptos no son capaces de explicarla.
La actitud popular vive el amor o la justicia como algo nuestro, pero que al mismo tiempo nos supera; algo que nosotros no podemos cambiar, algo que nos dignifica cuando lo asumimos. Sin una definición conceptual ni rituales específicos, ese reconocimiento y respeto es un encuentro con lo trascendente. Y por lo tanto es algo sagrado.
Lo sagrado puede ser vivido en forma religiosa o laica, porque lo contrario a sagrado no es lo laico sino lo profano. Un ateo, que rechaza al Dios definido por las religiones, puede reconocer y respetar los valores sagrados, incluso mejor que sus vecinos religiosos; es laico, pero no es profano. Profana sería una actitud agresiva contra esa vivencia de lo sagrado, tanto si es de una imagen religiosa o de un cementerio civil.
Jesús consideró que el Templo de Jerusalén estaba siendo profanado, pero no se refería a Herodes o Pilato, sino a los sacerdotes que se beneficiaban de unas ofrendas y unos sacrificios religiosos. No eran solamente aquellos “gentiles” los que profanaban el Templo; era la institución religiosa la que lo estaba profanando.
No profanó Jesús el Templo cuando lo maldijo y anunció su destrucción, sino que expresó de esta forma su profundo respeto y amor por lo sagrado. Al rebelarse contra el Templo, Jesús actuó por su “celo” sagrado contra la institución religiosa.
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Fiesta de Cristo Rey por: José Luis Sicre

11/25/2018

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Como la Iglesia siempre va por sus caminos, el próximo domingo termina el año litúrgico, con más de un mes de anticipación al año civil. Los domingos de diciembre los dedicaremos a preparar la Navidad (tiempo de Adviento) y a celebrarla. Pero ahora nos toca cerrar el año, y la Iglesia lo hace con la fiesta de Cristo Rey.
Motivo y sentido de la fiesta
No se trata de una fiesta muy antigua, la instituyó Pío XI en 1925. Por eso, cuando se buscan imágenes de Cristo Rey en Internet, aparece una serie de estampitas horribles, de pésimo gusto, en las que siempre lleva una corona en la cabeza. En cambio, el arte románico y el gótico, cuando representan a Jesús en majestad lo hacen como Maestro, con la mano derecha levantada en señal de enseñar, no como Rey.
¿Por qué quiso Pío XI subrayar este aspecto? Para comprenderlo hay que recordar la fecha de la institución de la fiesta: 1925. La Primera Guerra Mundial ha terminado hace siete años. Alemania, Francia, Italia, Rusia, Inglaterra, Austria, incluso los Estados Unidos, han tenido millones de muertos. La crisis económica y social posterior fue tan dura que provocó la caída del zar y la instauración del régimen comunista en Rusia en 1917; la aparición del fascismo en Italia, con la marcha sobre Roma de Mussolini en 1922, y la del nazismo, con el Putsch de Hitler en 1923. Mientras en los Estados Unidos se vive una época de euforia económica, que llevará a la catástrofe de 1929, en Europa la situación de paro, hambre y tensiones sociales es terrible.
Ante esta situación, Pío XI no hace un simple análisis socio-político-económico. Se remonta a un nivel más alto, y piensa que la causa de todos los males, de la guerra y de todo lo que siguió, fue el “haber alejado a Cristo y su ley de la propia vida, de la familia y de la sociedad”; y que “no podría haber esperanza de paz duradera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de Cristo Salvador”. Por eso, piensa que lo mejor que él puede hacer como Pontífice para renovar y reforzar la paz es “restaurar el Reino de Nuestro Señor”. Las palabras entre comillas las he tomado del comienzo de la encíclica Quas primas, con la que instituye la fiesta.
La posible objeción es evidente: ¿se pueden resolver tantos problemas con la simple instauración de una fiesta en honor de Cristo Rey?, ¿conseguirá una fiesta cambiar los corazones de la gente? Los noventa años que han pasado desde entonces demuestran que no.
Por eso, en 1970 se cambió el sentido de la fiesta. Pío XI la había colocado en el mes de octubre, el domingo anterior a Todos los Santos. En 1970 fue trasladada al último domingo del año litúrgico, como culminación de lo que se ha venido recordando a propósito de la persona y el mensaje de Jesús.
Ahora, la celebración no pretende primariamente restaurar ni reforzar la paz entre las naciones sino felicitar a Cristo por su triunfo. Como si después de su vida de esfuerzo y dedicación a los demás hasta la muerte le concedieran el mayor premio.
Las lecturas
La primera lectura, de Daniel, anuncia el triunfo del Hijo del Hombre, que recibe el poder y la gloria.
La segunda, del Apocalipsis, llama a Jesús “Príncipe de los reyes de la tierra”. Pero no se considera por encima de nosotros ni lejos de nosotros. “Nos ama y nos ha lavado con su sangre”, y nos hace compartir su dignidad convirtiéndonos en un “reino de sacerdotes”. Tras la desaparición de la monarquía judía, esta expresión significaba que el pueblo estaría regido por sacerdotes. El Apocalipsis lo enfoca de manera distinta: no exalta el poder de los sacerdotes, sino el carácter sacerdotal del pueblo de Dios.  
La tercera, del evangelio de Juan, ofrece una visión más crítica de la realeza. Es un auténtico interrogatorio, en el que Pilato formula cuatro preguntas; pero Jesús no es un acusado que se limita a responder. A la primera pregunta responde con otra pregunta casi insultante para un prefecto romano. A la segunda, “¿Qué has hecho?”, tampoco responde. Se remonta a la pregunta inicial de Pilato sobre si es el rey de los judíos, y se expresa de forma tan desconcertante, hablando de “un reino que no es de aquí”, que a Pilato no le quedan las ideas claras. Su pregunta final no es “¿Eres tú el rey de los judíos”, sino “¿Luego tú eres rey?”. La dimensión nacionalista desaparece; lo importante es la realeza misma de Jesús. Después de lo anterior, lo lógico sería que Jesús se limitase a responder: “Sí, soy rey”. En cambio, añade algo absolutamente nuevo: no ha venido a gobernar, ni a recibir honor y gloria, sino a dar testimonio de la verdad. Si recordamos que él es “el camino, la verdad y la vida”, Jesús ha venido a dar testimonio de sí mismo, a darse a conocer, a demostrar a la gente que “tanto amó Dios al mundo, que le dio a su hijo unigénito”. Un testimonio por el que lo acusarán de blasfemo y que, entre otros motivos, le costará la vida.
Reflexión personal
Generalmente esperamos de la homilía que nos ilumine y nos anime a ser mejores, a vivir de acuerdo con la enseñanza y el ejemplo de Jesús. Y esto es esencial si tenemos en cuenta las últimas palabras del evangelio: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pero la fiesta de Cristo Rey nos invita también a felicitar, dar la enhorabuena a quien tanto ha hecho por nosotros.
Al mismo tiempo, el sentido primitivo de la fiesta encaja perfectamente con la situación que vivimos hoy de problemas sociales, políticos y económicos. No podemos ser ingenuos en las soluciones, pero tampoco podemos negarle la razón a Pío XI: si el mundo viviese de acuerdo con el evangelio, otro gallo nos cantaría.
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Serás rey de ti mismo si despliegas las exigencias de tu verdadero ser por: Fray Marcos

11/24/2018

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Es muy importante que tengamos una pequeña idea del momento y el motivo por el que se instituyó esta fiesta. Fue Pío XI en 1925, cuando la Iglesia estaba perdiendo su poder y su prestigio acosada por la modernidad. Con esta fiesta se intentó recuperar el terreno perdido ante un mundo secular, laicista y descreído. En la encíclica se dan las razones para instituir la fiesta: “recuperar el reinado de Cristo y de su Iglesia”. Para un Papa de aquella época, era inaceptable que las naciones hicieran sus leyes al margen de la Iglesia.
Ha sido para mí una gran alegría y esperanza el descubrir en una homilía sobre esta fiesta del papa Francisco, una visión mucho más de acuerdo con el evangelio. Pio XI habla de recuperar el poder de Cristo y de su Iglesia. El papa Francisco habla, una y otra vez, de Jesús poniéndose al servicio de los más desfavorecidos. No se trata de un cambio de lenguaje sino de la superación de la idea de poder en el que la Iglesia ha vivido durante tantos siglos. El cambio debía ser aceptado y promovido por todos los cristianos.
El contexto del evangelio que hemos leído, es el proceso ante Pilato, a continuación de las negaciones de Pedro, donde queda claro, que Pedro ni fue rey de sí mismo ni fue sincero. Es muy poco probable que el diálogo sea histórico, pero nos está transmitiendo lo que una comunidad muy avanzada de finales del s. I pensaba sobre Jesús. Dos breves frases puestas en boca de Jesús nos pueden dar la pauta de reflexión: “mi Reino no es de este mundo” y “yo para eso he venido, para ser testigo de la verdad”.
¿Qué significa un Reino, que no es de este mundo? Se trata de una expresión que no podemos “comprender” porque todos los conceptos que podemos utilizar son de este mundo. ¿En qué estamos pensando los cristianos cuando, después de estas palabras, nombramos a Cristo rey, no solo del mundo sino del universo? Con el evangelio en la mano no es fácil justificar el poder absoluto que la Iglesia ha ejercido durante siglos.
Tal vez encontremos una pista en la otra frase: “he venido para ser testigo de la verdad”. Pero solo si no entendemos la verdad como verdad lógica (adecuación de una formulación racional a la realidad) sino entendiéndola como verdad ontológica, es decir, como la adecuación de un ser a lo que debe ser según su naturaleza. Jesús siendo auténtico, siendo verdad, es verdadero Rey. Pero lo que le pide su verdadero ser (Dios) es ponerse al servicio de todo aquel que le necesite, no imponer nada a los demás.
No se trata de morir por defender una doctrina. Se trata de morir por el hombre. Se trata de dar testimonio de lo que es el hombre en su verdadera realidad. El “Hijo de hombre” (único título que Jesús se aplica a sí mismo), nos da la clave para entender lo que pensaba de sí mismo. Se considera el hombre auténtico, el modelo de hombre, el hombre acabado, el hombre verdad. Su intención es que todos lleguen a identificarse con él. Jesús es la referencia para el que quiera manifestar la verdadera calidad humana.
Poco después del párrafo que hemos leído, Pilato saca afuera a Jesús, después de ser azotado, y dice a la multitud: “Este es el hombre”. Jesús no solo es el modelo de hombre, sino que exige a sus seguidores que demuestren con su vida, que responden al modelo que ven en él. Jesús dice: “soy rey”, no: soy el rey. Indicando así que todo el que se identifique con él, será también rey. Esa es la meta que Dios quiere para todos los seres humanos. Rey de poder solo puede haber uno. Reyes servidores debemos ser todos. No se trata de que un hombre reine sobre otro, sino de un Reino donde todos se sientan reyes.
Cuando los hebreos (nómadas) entran en contacto con la gente que vivía en ciudades, descubren las ventajas de aquella estructura social y piden a Dios un rey. Esto fue interpretado por los profetas como una traición (el único rey de Israel es Dios); pero al final tienen que ceder. El rey era el que cuidaba de una ciudad o un pequeño grupo de pueblos. Tenía la responsabilidad de que hubiera orden en las relaciones sociales. Les defendía de los enemigos, se preocupaba de los alimentos, impartía justicia... El Mesías esperado siempre respondió a esta dinámica materialista. Los primeros cristianos no pudieron aceptar un cambio tan radical como el que Jesús les proponía y siguieron con el Mesías glorioso.
Solo en este contexto podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo el contenido que él le da es más profundo. En tiempo de Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios muy distinto; un Reino del que nadie va a quedar excluido, y del que forman parte las prostitu­tas, los pecadores, los marginados. También los gentiles están llamados, pero muchos judíos se quedarán fuera. El Reino que Jesús anuncia no tiene nada que ver con las expectativas de los judíos de la época. Por desgracia tampoco tiene nada que ver con las expectativas de los cristianos hoy.
Hay otros datos que pueden darnos luz. Jesús, en el desierto, percibió el poder como una tentación: “Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria”. En Jn, después de la multiplicación de los panes, la multitud quiere proclamarle rey, pero él se escapa a la montaña, él solo. Toda la predicación de Jesús gira entorno al “Reino”; pero no se trata de un reino suyo, sino de “el Reino de Dios”. Jesús nunca se propuso él mismo como objeto de su predicación. Es un error confundir el “reino de Dios” con el reino de Jesús. Mayor disparate es querer identificarlo con el poder de la Iglesia, que es lo que pretendió la fiesta.
La característica fundamental del Reino predicado por Jesús es que ya está aquí, aunque no se identifica con las realidades mundanas. No hay que esperar a un tiempo escatológico, sino que ha comenzado ya. "No se dirá está aquí o está allá, porque mirad: el reino de Dios está dentro de vosotros”. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un reino que es Dios. Cuando decimos “reina la paz”, no estamos diciendo que la paz tenga un reino. Se trata de hacer presente a Dios entre nosotros, siendo lo que tenemos que ser. No es un reino de personas físicas, sino de actitudes vitales.
¿Es éste el sentido que le damos a la fiesta? Cualquier connotación que el título tenga con el poder, tergiversa el mensaje de Jesús. Una corona de oro en la cabeza y un cetro de brillantes en las manos de Jesús, son mucho más denigrantes que la corona de espinas y la caña que le pusieron los soldados. Si no nos damos cuenta de esto, es que estamos proyectando sobre Dios y sobre Jesús nuestros propios anhelos de poder. Ni el “Dios todopoderoso” ni el “Cristo del Gran Poder” tienen absolutamente nada que ver con el evangelio. El Dios de Jesús es el “Abba”, padre y madre que cuida de nosotros.
Hace unos domingos nos decía Jesús que el que quiera ser primero, sea el último y el que quiera ser grande, sea el servidor. Ese afán de identificar a Jesús con el poder y la gloria, ¿no será una manera de justificar nuestro afán de poder y de estar por encima de los demás? Nuestro yo, creado y sostenido por la razón, no ve más futuro que potenciarse al máximo. Como no nos gusta lo que dice Jesús, tratamos por todos los medios de hacer le decir lo que a nosotros nos interesa. Eso es lo que siempre hemos hecho con la Escritura.


Meditación
Jesús está hablando de la autenticidad de su ser,
Falso es todo aquello que aparenta ser lo que no es.
Ser Verdad es ser lo que somos sin falsearlo.
El objetivo de tu vida, es descubrir tu verdadero ser
y manifestarlo en todo momento.
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Cristo ¿rey? por: Paula Depalma

11/23/2018

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A lo largo de toda su predicación y especialmente en el inicio de su misión, Jesús nos habla de un reino y de su inminencia. Este reino aparece en los evangelios innumerables veces, para indicar que hay una nueva realidad que está naciendo, que está entre nosotros o que vendrá en un futuro no muy lejano.
No sin razón algunos grupos judíos, como los zelotas, comprendieron este Reino en clave política de salvación del pueblo de Israel. Pero Jesús no parece cumplir las expectativas políticas, por lo menos a primera vista. Su reino es claramente especial y escatológico y para entenderlo hay que hacerse con el lenguaje paradójico y amplio de las parábolas y aceptar su implicancia entre pobres, enfermos, excluidos…
Pero el final de la vida de Jesús abre explícitamente el interrogante: ¿es Jesús el rey de los judíos? Podríamos decir que en los evangelios sinópticos Jesús no quiere responder a la pregunta por posibles interpretaciones erróneas de esta realeza. Pero Jesús no lo rechaza: “Tú lo dices”. Y, si bien los judíos no aceptan el título, este se mantiene firme como testimonio en el letrero de la cruz: “Jesús Nazareno, rey de los judíos”. En el evangelio de Juan, Jesús no solo no lo rechaza sino que además lo confirma “Sí, yo soy rey”.
Así, en todos los casos, el final de Jesús está marcado por la pregunta acerca de esta realeza. Y aparece en comparación con la autoridad romana. El confrontamiento entre Pilato y Jesús abre la comparación entre dos tipos de realeza. ¿Pilato o Jesús? ¿Cuál es el modelo de liderazgo? ¿Quién está del lado de la verdad? En definitiva, ¿qué tipo de rey y qué tipo de reino?
La pregunta se mantiene abierta y la comprensión de la realeza va progresando y adquiriendo nuevos significados tras la muerte de Jesús. Las primeras comunidades entendieron a Jesús Rey por encima de todos los poderes y lo cantaban en sus himnos. Así lo entienden, por ejemplo, los colosenses:
Él es la imagen del Dios invisible,
el primogénito de toda creación,
porque por medio de él fueron creadas todas las cosas
en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles,
sean tronos, poderes, principados o autoridades:
todo ha sido creado
por medio de él y para él.
Él es anterior a todas las cosas,
que por medio de él forman un todo coherente.
Él es la cabeza del cuerpo,
que es la iglesia.
Él es el principio,
el primogénito de la resurrección,
para ser en todo el primero.
Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud
y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas,
tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo,
haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz.
Muchos autores contemporáneos, por su parte, afirman que se trata de un reino político y social. Es decir, seguir a Jesus implicaría regirse por normas económicas y políticas como el cuidado, la austeridad (si no pobreza), el servicio, la no violencia y la afirmación de principios “hasta dar la vida”. También hay interpretaciones más individualistas o sociológicas que hablan de un reino que va naciendo y creciendo en nuestro interior, en nuestros grupos, en la Iglesia. Otros afirman que se trata de un reino escatológico en el que se hará justicia al final de los tiempos. Otros dan una interpretación cristológica que asocia la cruz a la imagen verdadera y plena de la misericordia del Padre y por ello la verdadera imagen de Cristo y su realeza.
Hoy celebrarnos a Jesús como el líder de este reino, el Rey. La Iglesia propone la fiesta de Cristo Rey como el final del año litúrgico. Así, junto a las comunidades de los orígenes y a las de los siglos siguientes y, sea cual sea la interpretación que adoptemos, estamos invitados a posicionarnos respecto a qué realeza y qué tipo de rey queremos. Podemos nosotros buscar nuestra propia comprensión de esta realeza.
Con esta fiesta se cierra el año litúrgico. A partir de ahora comenzaremos el tiempo Adviento y un nuevo ciclo litúrgico.
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Silencio ante el dolor por: Carmen Notario

11/22/2018

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Estos días conmemoramos en Europa el 100 aniversario del armisticio de la Primera Guerra Mundial. Tengo que confesar que para mí hasta este año me sonaba a un gesto frío de conmemorar un acontecimiento del que ya no hay supervivientes prácticamente.
"Es difícil comprender que unos 65 millones de hombres, se movilizaron en las fuerzas terrestres, marítimas y aéreas entre julio de 1914 y el 11 de noviembre de 1918, el día en que se detuvo la masacre con un alto el fuego que se produjo en un tren, oculto en el bosque francés de Compiègne.
Al final de la guerra, 8,5 millones en las fuerzas armadas habían muerto y 21 millones habían resultado heridos. Unos 7,7 millones más fueron reportados como desaparecidos, y presuntamente muertos, o mantenidos como prisioneros.
Diez millones de civiles murieron por hambre, privaciones, enfermedades y bombardeos. Millones más se unirían a ellos cuando la gripe española cruzó las fronteras y se cobró aproximadamente 8 millones de vidas solo en Europa durante el conflicto."
(Traducido de Patricia Lefevere, en "100 años después del armisticio de la  I Guerra Mundial, recordando el coste humano que eso supuso", National Catholic Reporter)
Tengo que confesar que el estar este año en Bélgica, un país tan tocado por esta guerra, me ha hecho ver la historia de una manera muy diferente. Esa visión raquítica de que lo que no ocurre en mi país ni directamente a "los míos" no me afecta no puede estar más lejos de la realidad.
Ni el tiempo ni el espacio nos alejan de una historia relativamente reciente que tiene una conexión directa con lo que estamos viviendo hoy. El sábado día 10 un grupo de expertos del mundo de la política, de la antropología y sociología y también desde la teología, nos hablaban no solo del pasado sino del presente y el futuro con respecto a los conflictos actuales, la práctica de la no-violencia y la conciencia cada vez más clara de que tenemos que deshacernos del armamento nuclear y muchos países ya lo están implementado.
Por la tarde acudíamos a Abdij van Park, una abadía a las afueras de Lovaina, por cierto, Lovaina fue una ciudad muy golpeada tanto a nivel de construcciones, destrucción de cultura como de muerte de civiles. Los alemanes que destruyeron el reloj de esta Abadía premonstratense, que está hoy en día siendo rehabilitada, han regalado un reloj de carrillón que suena con gran nitidez.
Además de visitar una exposición sobre las tres grandes religiones y la violencia practicada de unos para con los otros sobre todo por desconocimiento e interpretaciones gratuitas, tuvimos la ocasión de adentrarnos en la poesía y la música compuestas durante y después del conflicto creada por personas que sufrieron muy de cerca las consecuencias de la guerra.
Acabamos el día con unos momentos de silencio, en el cementerio de la Abadía, recordando a tantas personas que sufrieron y murieron... Adiós a toda una generación.
Parece mentira que tan solo 20 años después se produjera otra guerra a nivel europeo. Por supuesto que no podemos olvidar que hoy los muchos conflictos bélicos que se cobran miles de muertos y que están originando la emigración masiva de pueblos, está en gran parte orquestada por los países poderosos que no envían a sus hijos a la guerra, ni los cuentan como bajas, pero son nietos y biznietos de aquellos que murieron hace 100 años. ¡Qué rápidamente se nos olvida el dolor humano cuando no es el nuestro!
Esto me trae a la memoria una anécdota que ocurrió hace unas semanas volviendo de Bruselas en el tren hacia Lovaina. Nos habíamos puesto de pie para bajar y de repente vi a una mujer joven enfrente de mí llorando con mucho dolor, sin hacer ruido mientras escuchaba un mensaje o a alguien que le hablaba por teléfono. Se había tapado la cabeza con el gorro de su abrigo y lloraba sin emitir sonido.
A nuestro lado había tres mujeres de una misma familia: la abuela, la madre y una niña de no más de 6 años. Fue ella la que reparó en el llanto de la joven y mientras su madre y abuela hablaban alto y haciendo ruido se volvió hacia ellas haciendo un gesto con el dedo en los labios para que se callaran.
Una niña nos hablaba del "respeto", del mirar atentamente al dolor del otro y callar. No hacer ruido innecesario, no dejarnos llevar por lo trivial ver más allá de lo mío y mi pequeño mundo.
Por supuesto ellas ni le vieron ni le prestaron atención. Eso no iba con ellas. Así que la niña volvió a mirar a la joven y al ver que seguía llorando volvió a intentarlo haciendo el mismo gesto.
A mí me sirvió su sensibilidad. Para captar el sufrimiento del otro tengo que callar y mirar atentamente. Y si no puedo hacer nada más acompañaré a la otra persona con mi mirada silenciosa.
Cuando el dolor, el sufrimiento es muy intenso quisiéramos que el mundo se parara, no podemos comprender cómo todo sigue como si nada. Yo no puedo parar una guerra, un conflicto internacional, pero sí puedo consolar al abatido, respetar su dolor y luchar con todo mi ser para que el sufrimiento de los que tengo cerca experimente el bálsamo de mis manos, de mi mirada, de mi escucha y de mi palabra: unas veces de aliento y otras de la denuncia al dolor causado por la injusticia.
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