Desde que Jorge Bergoglio se convirtió en Francisco de Roma surgieron diferentes críticas en su contra. Unas apuntaban a su falta de solidez académica -la comparación con su antecesor, el catedrático Ratzinger, era inevitable-: el nuevo Papa era un buen párroco, dijo por ahí un Cardenal, en tono de burla. Otras, por el contrario, y concediendo su condición de teólogo, lo asociaban a la Teología de la Liberación latinoamericana (TL).
Fue por ello que me propuse investigar si entre ese movimiento teológico, surgido en América Latina allá por los 70’s del siglo pasado, y la propuesta teológica -que la tiene- del Papa Francisco existe una ruptura o una continuidad. El libro está dividido en tres bloques. En el primero ofrezco una síntesis de la TL en su historia, metodología, cristología, eclesiología y antropología. Concluí esta primera parte señalando las tentaciones que ha debido enfrentar la TL, entre ellas, y la principal en mi opinión, la de convertirse en una teología demasiado académica, desvinculada de las comunidades populares. Una aproximación todavía más apretada, a la teología de Francisco de Roma, presento en el segundo bloque. Manteniendo el estudio en las mismas disciplinas teológicas, pero privilegiando los influjos que recibió de la Teología del Pueblo, las analizo en los principales documentos del Papa actual: Lumen fidei, Evangelli gaudium, Laduato si’, Amoris laetitia y Gaudete et exultate. En el tercer y último bloque delineo las diferencias y semejanzas que hay entre las dos teologías, y me pregunto si el tema de la misericordia puede ser un puente que una ambas. Pese a que intento realizar una investigación objetiva de ambas teologías, no puedo negar mis simpatías hacia las dos, sin eximirme de respetuosas críticas tanto a los teólogos de la liberación como al Papa Francisco. Concluyo afirmando que ambas teologías nos lanzan el desafío de acercarnos al que, quizá, sea la principal tarea de la Iglesia Católica y de quienes queremos seguir el proyecto de vida que planteó Jesús de Nazaret y que aparece descrito en los Evangelios, y en no pocos apuntes de las propuestas estudiadas: vivir conforme a su ejemplo, de misericordia y cercanía hacia quienes más sufren.
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¡Qué exageración! Imagino que la mayoría diríamos y pensaríamos que no hace falta ser tan radical. Llevo días hablando y orando con esta mujer, anónima como casi todas en los evangelios, y en situación límite, como casi todas también. Y está ahí, un texto brevísimo, precedido por podríamos decir el periódico-telediario de estos días. Es decir, precedido por una descripción magistral de una inflamación crónica a lo largo de la historia producida por el virus del poder, dinero, control sobre todo de la mujer.
Marcos nos sitúa el texto en el Templo, en la Sala del Tesoro donde nos dice (versículo 41) que “Jesús se sentó y observaba como la gente iba echando monedas; muchos ricos echaban en cantidad. Llegó una viuda pobre y echó dos ochavos, que hacen un cuarto. Convocando a sus discípulos, les dijo: Esa viuda pobre ha echado en el tesoro más que nadie, os lo aseguro. Porque todos han echado de lo que les sobra; ella, en cambio, sacándolo de su falta, ha echado todo lo que tenía, todos sus medios de vida.” Lo fascinante es que este texto viene precedido de otro donde Jesús dice:( Mc 12,38ss) “¡Cuidado con los letrados! Esos que gustan de pasearse con sus vestiduras y de las reverencias en la calle, de los primeros asientos en las sinagogas y de los primeros puestos en los banquetes; esos que se comen los hogares de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos tales recibirán una sentencia muy severa.” Esos letrados tenían como tarea y misión la interpretación de la Ley, la Tora, a favor de los desfavorecidos, especialmente los huérfanos y las viudas. Ellos, esos teólogos de profesión se apoderan de la interpretación de la Ley tergiversando los textos para mostrar superioridad y aprovecharse de los bienes destinados a los excluidos. Se unen a los ricos, falsamente religiosos, para justificar su vida de injusticia. Hoy, no voy a describir detalladamente lo que ya no nos entra en la cabeza y menos en el corazón: la hipocresía de los que administran los bienes públicos y morales, la doble vida de tantos personajillos que con vestimentas purpúreas abusan de niños y niñas y para desviar la atención persiguen con la ley en la mano a religiosas y misioneros y teólogos que con su vida, estilo Francisco de Asís, el indignado por excelencia, y otros, anuncian el evangelio de igualdad y liberación para todos y todas. La doble vida de los que se sacan la foto con el poder religioso y “se comen las casas de las viudas” (Mc 12,40) con los desahucios, con sus blanqueos de capital y atosigando la fragilísima economía de tantos hogares con impuestos que ellos evaden en cuanto pueden… porque ellos tienen acceso a buenos abogados y financieros que pagamos nosotros. Mientras ellos utilizan el poder y los medios que les ponemos en las manos con nuestro voto confiado para perderse en interminables reuniones preocupados por mantener una moneda común, financiar a los banqueros, defender su fuga de capitales, apoyar una reforma laboral que ya tiene a seis millones en la calle…, y nos dicen que la economía está mejorando, y lo que sale es la podredumbre que obliga a miles de personas a emigrar mientras ellos lo que consiguen es que emigren sus capitales dudosos a paraísos fiscales…el pan de los pobres, de las familias, que lo dan todo. Esa viuda es esa abuela y abuelo jubilados, que con su escasísima pensión acogen en su casa a sus hijos y nietos para que no se queden en la calle. Esos abuelos tienen en sus carnes enfermedades adquiridas por edad y por trabajos duros que dieron de comer al país y hoy les negamos una sanidad de la que ya disfrutaban y pequeñas ayudas sociales para que no sea tan duro llegar a fin de mes. Hoy lo dan todo, todo sin pestañear, para que sus hijos no se tengan que ir lejos y sus nietos tengan pan. Y los universitarios…los científicos que con nuestros impuestos se han formado en un país que podría seguir avanzando y hoy también derrochan el fruto de tanto esfuerzo en países que se benefician de ellos, simplemente porque aquí no hay trabajo. ¿Cómo que no hay trabajo? Lo que no hay es justicia. Yo siento dolor en las entrañas y una impotencia que se me calma sentándome con Jesús y contemplando lo que él contempla, para que su criterio me oriente y sosiegue. Necesito una palabra de vida y de justicia para todos y todas. Y la palabra de Jesús siempre se hace carne, en este caso en la persona de una viuda que se acerca, y aun siendo su situación histórica, religiosa y social parecida a la nuestra, ella sin dudar, sin pestañear, da todo. Realmente exagerado. Y Jesús la admira. Ellos dos no se conocían. Ella no es discípula, ni cristiana…ella es una mujer de pies a cabeza, que fiel a su conciencia, da todo al Templo cuyo Dios la excluye de casi todo por ser mujer, pero que suponemos, ella sabe, como Jesús, en el fondo de su entraña, que Dios no es como dicen aquellos que oprimen y aparentan…sino como dicen los profetas y los salmos…y se confía totalmente. Jesús ya había estado en el Templo, limpiándolo de lo que siempre ocupa el sitio de Dios, hasta en su propia casa, el dinero. Hoy no es diferente. Pero esta vez no se enfada, sino que se admira de la viuda, y eso a él le da fuerza, y por ello convoca a los discípulos, para aclararles las ideas y decirles donde está el amor y la autenticidad, y que no se equivoquen, porque el discípulo y discípula tenemos que tener en Dios nuestro tesoro. Jesús convoca a unos discípulos que no habían aceptado su exigencia de dejar la riqueza (Mc 10,23-26) el famoso texto del joven rico, que tan nerviosos nos pone porque da en el clavo. Pues es lo que pasa con Jesús, que sabe cómo hacerlo, y esta vez, la contempla a ella, ¿pensaría en su madre? en todas las mujeres pobres que a lo largo de la historia mantendrían hogares, comunidades cristianas, animarían a los y las presas, visitarían a los y las enfermas…y siempre con un detalle, con una ternura y con carácter, claro. Los débiles no entran en el reino, se quedan en el sofá, las pobres entran en todas las puertas donde hay necesidad, o sea el reino. Nuestra viuda anda por nuestras calles y parroquias, y Jesús la sigue admirando. Porque es esa capacidad de darlo todo sin medida lo que convierte a una persona en discípula. Jesús, de nuevo nos pone a una mujer, pobre e insignificante, como modelo de discípulo. Mira que le gusta el tema, pero no se da cuenta que esto no mola y que posiblemente va a acabar mal…pues sí, pero no se calla, porque hay tan poca gente que dice la verdad, que a los que la dicen les quitan de en medio. Caramba, que raro es el evangelio. ¿Y si lo contáramos así? No sé, tú, impresiona un poco. Me lo pensaré. Tal vez a los niños y jóvenes les gustaría saber cómo fue en realidad Jesús. Tendremos que buscar a algunas de esas “viudas” para que se lo cuente y les contagie de ese reino. Era la misma y ancha era de altura. ¿Qué tendrá esa era privilegiada de la que despegan tan fáciles nuestros sueños? Sonó la música y al igual que hace treinta años, volvimos a brincar en ese espectacular prado de fondo aéreo. Era el mismo espíritu de alegría y comunión. Fue grato volver a ese círculo de nuestros años mozos. Habían pasado varias décadas, pero no habían caducado nuestras ganas de construir un nuevo mundo, de llenar ruinas y campos de nuevo color, ilusión y vida.
He vuelto a Lakabe después de muchos otoños. Ha sido con motivo de las excelentes jornadas sobre despoblación rural, "Del abandono a la vida", que ha organizado la Red Ibérica de Ecoaldeas junto con el Gobierno de Navarra. Guardo muy buenos recuerdos de todo el tiempo allí pasado. Quizás los mejores tiempos de juventud. Fue un tiempo de construir y no solo de tumbar; de azada, paleta y llana; de crear y alumbrar, no sólo de echar abajo... Mi hermano fue de los pioneros y tuve la suerte de acompañarles por temporadas. Ya ha desaparecido aquel perenne barro entre las recias casas de piedra. Un olor a pan recién cocido inundaba en la visita sus calles ya empedradas y vestidas de otoño. Nuevas construcciones de vanguardia, nuevas familias pioneras. Mucha huerta goza ya del abrigo de los plásticos. Todos los tejados están arreglados. Grandes planchas de cristal guiñan y solicitan al sol su energía y calor. Las aspas de los molinos más robustas roban también más fuerza al viento huraño y hermano. Los niños de entonces sostienen en sus brazos otros niños. En realidad sostienen ya el peso de todo un legado. Esos niños sostendrán otros niños... Un futuro más sencillo, austero y perdurable ya nos ha alcanzado. Los niños de ayer son los padres de hoy. Mantienen el fuego y han tomado en muchos aspectos las riendas de la comunidad. Había relevo, hay, habrá relevo. Estamos hablando de la fuerza insobornable de la utopía, del eterno anhelo del humano de levantar un mundo mejor, de más compartir y colaborar. “No era un rollito de verano...”, tal como se mencionó en el arranque en Pamplona de las mencionadas jornadas. No era una locura de momento, la chaladura de unos objetores de conciencia que se habían cansado de estómagos vacíos y huelgas de hambre, de sentarse al atardecer delante de los Gobiernos militares. No se marcharon con los primeros fríos, tal como pensaban los responsables de Montes de la Diputación. No era una chifladura de cuatro inquietos “hippies” de los exaltados ochenta. Era, es una conspiración planetaria, un amor profundo por la tierra, una aspiración sincera de empezar a transformar el mundo de forma silenciosa. Otras ruinas aguardan, otras ruinas llamadas a inundarse de otras flautas y “txistus”, de otro olor a pan cocido, llamadas a cubrirse de nueva arcilla y calentarse con vieja leña. Otros jóvenes aguardan un futuro desafiante, creativo, sostenible, que no pase por fichar ocho horas en un trabajo mecanizado. La tierra comienza a inundarse de cada vez más “Lakabes", de cada vez más anhelo comunitario y de vuelta a la Madre Tierra. Iremos a por nuevas ruinas, las que ahora son, las que vendrán, cuando una civilización caduca basada en el individualismo, el consumismo y materialismo se vaya desmoronando, pues sencillamente no es sostenible. Iremos a por nuevas ruinas, colgaremos paneles solares, las rodearemos de huertas y haremos sonar música en sus nuevas plazas recién empedradas. Lakabe ha elegido su propia forma de hacer ecoaldea. En realidad hay tantas formas de hacer comunidad como comunidades mismas y ya van más de 10.000 en los cinco continentes, considerando sólo las que están coordinadas en el marco del GEN (Global Ecovilage Network). En esa variedad de hacer comunidad está la riqueza de este movimiento imparable y variopinto de alcance mundial. Cada comunidad su forma de labrar, brincar y agradecer; su caserío particular, sus flores de verano y su hojarasca de otoño...; cada una enfoca desde un ángulo sus molinos al viento, sus paneles al sol. En una comunidad suena el “txistu” saltarín, en otra el dulce violín, en otra el sencillo y poderoso “gong”… Lo importante es ponernos en marcha tras otro sonido, tras las pistas de una más consciente y responsable civilización. No consumiremos pan blanco, ni aparcaremos nuestra bicicleta a la vera de una gran fábrica. Sólo nos resta pensar cómo construiremos el nuevo mundo. Es cierto que nos equivocamos en muchas cosas, pero no erramos cuando sentíamos que teníamos que tirar para el monte, cogernos de la mano e intentar hacer realidad, siquiera en pequeño círculo, el sueño de otra música y otro baile, de otra “era” de más verdadera y fraterna comunión. Lo que fui y lo que soy, es lo que siempre seré. Mi tarea es descubrirlo por: Fray Marcos11/18/2018 Estamos en el c. 13 de Mc, dedicado todo él al discurso escatológico. Este capítulo hace de puente entre la vida de Jesús y la Pasión. Los tres sinópticos relatan un discurso parecido, lo cual hace suponer que algo tiene que ver con el Jesús histórico. Pero las diferencias entre ellos son tan grandes, que presupone también una elaboración de las primeras comunidades. Es imposible saber hasta que punto Jesús hizo suyas esas ideas.
Estamos ante una manera de hablar que no nos dice nada hoy. No se trata solo del lenguaje como en otras ocasiones. Aquí son las ideas las que están trasnochadas y no admiten ninguna traducción a un lenguaje actual. Tanto en el AT como en el NT, el pueblo de Dios está volcado sobre el porvenir. Israel se encuentra siempre en tensión hacia la salvación que ha de venir y nunca llega. Desde Abrahán, a quien Dios dice: "sal de tu tierra", pasando por el éxodo hacia la tierra prometida; y terminando por la espera del Mesías definitivo, Israel vivió siempre esperando que Dios le diera lo que echaba en falta. Los profetas se encargaron de mantener viva esta expectativa de salvación futura y total. En principio, el día de esa salvación debía ser un día de alegría, de felicidad, de luz; pero a causa de las infidelidades, los profetas empiezan a anunciarlo como día de sufrimiento, de tinieblas. Será el día de Yahvé (dies irae dies illa) en que castigará a los infieles y salvará al resto. Pero ni siquiera este mito fue original del judaísmo. La idea del premio y el castigo por parte de Dios ya existía en muchas culturas y religiones circundantes. La apocalíptica es una actitud vital y un género literario. La palabra significa “desvelar”. Escudriña el futuro partiendo de la palabra de Dios. Nace en los ambientes sapienciales y desciende del profetismo. Desarrolla una visión pesimista del mundo, que no tiene arreglo; por eso, tiene que ser destruido y sustituido por otro de nueva creación. Invita, no a cambiar el mundo sino a evitarlo. El mundo futuro no tendrá ninguna relación con el presente. El objetivo es alentar a la gente en tiempo de crisis para que aguante el chaparrón. Escatología procede de la palabra griega "esjatón", que significa “lo último”. Su origen es también la palabra de Dios, y su objetivo, descubrir lo que va a suceder al final de los tiempos, pero no por curiosidad, sino para acrecentar la confianza. El futuro está en manos de Dios y llegará como progresión del presente, que también está en manos de Dios, y es positivo a pesar de todo. Este mundo no será consumido sino consumado. Dios salvará un día definitivamente, pero esa salvación ya ha comenzado aquí y ahora. Para la escatología, Dios es el dueño absoluto del universo y de la historia. El hombre puede malograr la creación, pero no puede volver a enderezarla. Solo Dios puede salvarla. Al superar la idea del dios intervencionista, se nos plantea un dilema: por una parte sabemos que Dios no tiene pasado ni futuro sino que está en la eternidad. Por otro lado, el hombre no puede entender nada que no esté en el tiempo y el espacio. Meter a Dios en el tiempo para poderlo entender es un disparate. Sacar al hombre del tiempo y el espacio, es imposible. En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predicación de Juan Bautista y de Jesús. También en la primera comunidad cristiana se vivió esta espera de la llegada inmediata de la parusía. Solamente en los últimos escritos del NT, es ya patente un cambio de actitud. Al no llegar el fin, se empieza a vivir la tensión entre la espera del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Se sigue esperando el fin, pero la comunidad se prepara para la permanencia. Hasta aquí hemos intentado explicar la salvación desde una visión mítica que ha durado miles y miles de años. Ahora vamos a situarnos en el nuevo paradigma, en el que nos movemos hoy, y desde el que comprendemos el mundo. Sabemos con absoluta certeza que no puede haber conciencia individual sin la base de un cerebro sano y activado. ¿Cómo podemos seguir aceptando una salvación para cuando no quede ni una sola neurona operativa? ¡Piensa! Y piensa por tu cuenta, no sigas tragándote el “pienso” que otro ha preparado para ti, no sin antes haberte puesto orejeras para que la realidad no te espante. Hoy sabemos que el tiempo y el espacio son productos de la mente. ¿Qué sentido puede tener el hablar de tiempo y espacio cuando ya no haya mente? Hablar de un cielo o infierno más allá de este mundo no tiene ningún sentido. Hablar de un “día del juicio”, cuando no haya tiempo ni espacio, es un contrasentido. No hay inconveniente en seguir empleando ese lenguaje, pero sin olvidar que se trata de un lenguaje simbólico y no de realidades objetivas. En el lenguaje corriente seguimos diciendo: al salir el sol. Pero todos sabemos que no sale. No esperes más a salir de una mitología que nos ha mantenido pasmados durante tanto tiempo. Ni Dios tiene que cambiar nada ni Jesús tiene que volver al final de los tiempos a rematar su obra. Esperar que el bien triunfe sobre el mal, supone, no solo que existe el mal y el bien (maniquísmo), sino que sabemos perfectamente lo que es bueno y lo que es malo y pretendemos, como en el caso de Adán y Eva, ser nosotros los que decidamos. Todos los seres humanos que han vivido una experiencia cumbre han experimentado la verdadera salvación, que consiste en una conciencia clara de lo que son. Para alcanzar esa plenitud no se necesita ningún añadido a lo que ya es el hombre ni quitarle nada de lo que tiene. Desde esta perspectiva no necesitaríamos un Ser supremo que nos quite lo que no nos gusta y nos dé todo aquello que creemos necesitar y no tenemos. Tú lo eres todo. Estás ya en la plenitud de ser y puedes vivir lo absoluto que hay en ti. No tienes que esperar ninguna salvación que te venga de fuera, porque ahora mismo estás absolutamente salvado. La plenitud está en ti y estás ya totalmente en ella. Solo tienes que tomar conciencia de lo que eres y vivirlo. Todo está en ti en el momento presente. Nadie te puede añadir nada ni quitar nada de lo que te es esencial. En ningún momento futuro tendrás más posibilidades de ser tú mismo que en este precioso instante. Eres ya uno con todo en el instante presente y no hay ningún otro instante que pueda añadir nada a lo que ya eres. Ni Dios puede añadir nada porque se te ha dado Él. Todo miedo y ansiedad debe desaparecer de tu vida, porque todas tus expectativas están ya cumplidas y sin ninguna limitación posible. Si echas en falta algo es que aún estás en tu falso ser y pesa más lo accidental que lo esencial. Ningún tiempo pasado fue mejor y ningún tiempo futuro puede ser mejor que el ahora. Lo que te ha pasado, lo que te pasa y lo que te pasará es lo mejor que te puede pasar. Deja de dar valor a las circunstancias positivas y deja de temer las adversas. Descubre lo que eres en esencia y vívelo. Todo el que te prometa una salvación para mañana o para después de tu muerte te está engañando. Si alguien te convence de que eres una mierda y tiene que venir alguien a sacarte de tus miserias, te está engañando. Aquí y ahora puedes descubrir en ti una absoluta plenitud y alcanzar la felicidad sin límites. No esperes a mañana porque mañanas estarás en las mismas condiciones y volverás a decir lo mismo. Muchos seres humanos lo han conseguido a través de la historia, ¿por qué no lo vas a conseguir tú? Meditación La realidad que todos vemos por igual está diciendo cosas distintas a cada uno. El ser humano tiene que aprender a ver mucho más de lo que le entra por los ojos. La verdadera realidad hay que descubrirla. Las lecturas del penúltimo domingo del Tiempo Ordinario parecen trasladarnos siempre a un mundo de ciencia ficción, difícil de ser tomado en serio. Sin embargo, los tres evangelios sinópticos contienen este discurso de Jesús sobre el fin del mundo. Lo cual significa que, para los primeros cristianos, era algo esencial: un mensaje de esperanza y consuelo en medio de las persecuciones. La 1ª lectura y el evangelio coinciden en ser la respuesta a momentos de crisis, mucho más profundas de las que nosotros a veces padecemos. Ambos textos pretenden consolar a los que atraviesan esta dura prueba.
Tres años terribles (169-167 a.C.) Los años 169-167 a.C. fueron especialmente duros para los judíos. El 169, Antíoco Epífanes, rey de Siria, invadió Jerusalén, entró en el templo y robó todos los objetos de valor, después de verter mucha sangre. El 167, un oficial del fisco enviado por el rey mata a muchos israelitas, saquea la ciudad, derriba sus casas y la muralla, se lleva cautivos a las mujeres y los niños, y se apodera del ganado. Al mismo tiempo, Antíoco, obsesionado por imponer la cultura griega en todos sus territorios, prohíbe a los judíos ofrecer sacrificios en el templo, guardar los sábados y las fiestas, y circuncidar a los niños [como si a nosotros nos prohibieran celebrar la eucaristía y bautizar a los niños]; y manda contaminar el templo construyendo altares y capillas idolátricas, y sacrificando en él cerdos y animales inmundos. Estos acontecimientos provocaron dos reacciones muy distintas: una militar, la rebelión de los Macabeos; otra teológica, la esperanza apocalíptica, que encontramos reflejada en la 1ª lectura de hoy. Apocalipsis significa “revelación”, “desvelamiento de algo oculto”. La literatura apocalíptica pretende revelar un secreto escondido, que se refiere al fin del mundo: momento en que sucederá, señales que lo precederán, instauración definitiva del Reino de Dios. Es una literatura de tiempos de opresión, de lucha a muerte por la supervivencia, de búsqueda de consuelo y de unas ideas que den sentido a su vida. La única solución consiste en que Dios intervenga personalmente, ponga fin a este mundo malo presente y dé paso al mundo bueno futuro, el de su reinado. La respuesta de Daniel El pequeño fragmento del libro de Daniel recoge algunas de estas ideas. Se anuncia al profeta que habrá un tiempo de angustia como no lo ha habido nunca; pero, al final, se salvará su pueblo, mientras que los malvados serán castigados. Todo esto no puede ocurrir en este mundo, el autor está convencido de que este mundo no tiene remedio. Ocurrirá en el mundo futuro, cuando unos resuciten para ser recompensados y otros para ser castigados. Entre los buenos el autor destaca a los doctos, a los que enseñaron a la multitud la justicia, que brillarán como las estrellas, por toda la eternidad. Con ello deja clara su opción política y religiosa: la solución no está en las armas, como piensan los Macabeos. Una década fatal (60-70 d.C.) No sabemos con seguridad cuándo se escribió el primer evangelio. Pero lo que ocurrió en la década de los 60 del siglo I ayuda a comprender lo que dice el texto de este domingo. El año 61 hubo un gran terremoto en Asia Menor que destruyó doce ciudades en una sola noche (lo cuenta Plinio en su Historia natural 2.86). El 63 hubo un terremoto en Pompeya y Herculano, distinto de la erupción del Vesubio el año 79. El 64 tuvo lugar el incendio de Roma, al parecer decidido por Nerón y del que culpó a los cristianos. El 66 se produce la rebelión de los judíos contra Roma; la guerra durará hasta el año 70 y terminará con el incendio del templo y de Jerusalén. El 68 hubo otro terremoto en Roma, poco antes de la muerte de Nerón. El 69, profunda crisis a la muerte de Nerón, con tres emperadores en un solo año (Otón, Vitelio y Vespasiano). En la mentalidad apocalíptica, terremotos, incendios, guerras, disensiones son signos indiscutibles de que el fin del mundo es inminente. Por otra parte, la comunidad cristiana sufre toda clase de problemas. Unos son de orden externo, provocados por las persecuciones de judíos y paganos: se les acusa de rebeldes contra Roma, de infanticidio y de orgías durante sus celebraciones litúrgicas; se representa a Jesús como un crucificado con cabeza de asno. Otros problemas son de orden interno, provocados por la aparición de individuos y grupos que se apartan de las verdades aceptadas. La primera carta de Juan reconoce que “han venido muchos anticristos”, no uno solo (1 Jn 2,18), y que “salieron de entre nosotros”. La respuesta del evangelio de Marcos En este ambiente tan difícil, el evangelio de Marcos también ofrece esperanza y consuelo mediante un largo discurso (capítulo 13). Todo comienza con un comentario ocasional de Jesús. Estando en el monte de los Olivos, donde se goza de una vista espléndida del templo, dice a los discípulos: «¿Veis esos grandes edificios? Pues se derrumbarán sin que quede piedra sobre piedra.» A ellos les falta tiempo para identificar la destrucción del templo con el fin del mundo. Entonces, Pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntan en privado: «¿Cuándo sucederá todo eso? ¿Y cuál es la señal de que todo está para acabarse?» Los dos temas que obsesionan a la apocalíptica: saber qué señales precederán al fin del mundo y en qué momento exacto tendrá lugar. La lectura de este domingo ha seleccionado algunas frases del final del discurso, en las que reaparecen estas dos preguntas, pero en orden inverso: primero se habla de las señales, luego del tiempo. En medio, la gran novedad, algo por lo que no han preguntado los discípulos: la venida gloriosa del Señor. Las señales del fin y la venida del Señor Las señales no acontecen en la tierra, sino en el cielo: el sol se oscurece, la luna no ilumina, las estrellas caen del cielo. Pero lo que ocurre no provoca el pánico de la humanidad. Porque la desaparición del universo antiguo da lugar a la venida gloriosa del Señor y a la salvación de los elegidos. Indico algunos detalles de interés en estos versículos. 1) A Dios no se lo menciona nunca. Todo se centra, como momento culminante, en la aparición gloriosa de Jesús. 2) De acuerdo con algunos textos apocalípticos judíos, se pone de relieve la salvación de los elegidos. Esto demuestra el carácter optimista del discurso, que no pretende asustar, sino consolar y fomentar la esperanza, aunque no encubre los difíciles momentos por los que atravesará la Iglesia. 3) A diferencia de otros textos apocalípticos, que conceden gran importancia a la descripción del mundo futuro, aquí no se hace la menor referencia a ese tema, como si pudiera descentrar la atención de la figura de Jesús. El momento del fin La parte final contiene tres afirmaciones distintas: 1) vosotros podéis saber cuándo se acerca el fin (parábola de la higuera); 2) el fin tendrá lugar en vuestra misma generación; 3) el día y la hora no lo sabe más que Dios Padre. La segunda es la más problemática. Si se refiere a la caída de Jerusalén no plantea problema, porque tuvo lugar el año 70. Pero, si se refiere al fin del mundo, no se realizó. A pesar de todo, es posible que así la interpretasen muchos cristianos, convencidos de que el fin del mundo era inminente. Así pensó Pablo en los primeros años de su actividad apostólica. Pero al lector debe quedarle claro lo que se dice al final: nadie sabe el día ni la hora, y lo importante no es discutir o calcular, sino mantener una actitud vigilante [este tema, importantísimo, lo ha suprimido la liturgia de forma incomprensible]. Desde hace años, asistimos a cambios profundos en la naturaleza. Se están produciendo fenómenos de una magnitud desconocida, y pequeños hechos que nos sorprenden. Por ejemplo, ha llovido en el desierto de Atacama y ha cambiado la biodiversidad de esa zona.
El cambio climático ya está aquí, entre nosotros; sus efectos devastadores, también. Pero estamos a tiempo de controlarlo y de dar un giro, para recuperar la armonía con la naturaleza. Algo similar ocurría cuando el evangelista Marcos escribió este texto: los cambios sociales, políticos y religiosos eran tan profundos que solo podían comprenderse con la imagen de un cataclismo en la naturaleza. ¿Podía pasar algo peor que el hecho de que cayeran “sobre sus cabezas” el sol, la luna y las estrellas? Si el firme-firmamento que sostenía los astros se quebraba… nada en el universo era estable y firme. Cuando se escribió este texto, Jerusalén ya había sido destruida y muchas comunidades cristianas se habían dispersado por temor al martirio. En Roma y Jerusalén cada día era más difícil ser cristiano. La situación política y religiosa era confusa. ¿Merecía la pena mantener la fe hasta dar la vida? Jesús había muerto como un proscrito ¿merecía la pena esperar su venida de nuevo? ¿Y si no volvía y perdían la vida mientras esperaban? ¿Cuántas preguntas se harían en las comunidades? ¡Como intentarían recordar las palabras y gestos de Jesús para encontrar sentido a lo que estaban viviendo, para encontrar fuerza y poder resistir con fe firme! Marcos recoge la angustia de la comunidad y muestra el sentido de la espera. En medio del caos, el evangelista reaviva la esperanza de que Jesucristo (el Hijo del Hombre) se manifestará con poder y gloria, empezará un tiempo nuevo, una nueva creación; habrá un llamamiento universal, hacia los cuatro puntos cardinales (los cuatro vientos) y hasta los confines de la tierra. En el texto de hoy, Marcos ofrece dos tipos de señales para mantener la esperanza: cósmicas y de la naturaleza. Las imágenes de destrucción del cosmos corresponden a la tradición de los profetas y del lenguaje apocalíptico; era un lenguaje familiar para las primeras comunidades. El riesgo está en que ahora nos quedemos “con el decorado” y no busquemos el mensaje más profundo que conllevan. Las señales de la naturaleza conectaban perfectamente con su vida diaria. Es como si Marcos les dijera: intentad comprender los signos que os rodean, con la misma agudeza que observáis las ramas de la higuera. Hoy tenemos muchas señales en la sociedad y en el cosmos: el calentamiento global, la contaminación atmosférica, la basura espacial, la brecha entre pobres y ricos, la carrera de armamentos, el enriquecimiento de muchos hombres y mujeres que se dedican a la política y olvidan el bien común etc. Son señales evidentes del deterioro progresivo de la calidad humana y del cuidado del universo. Se oyen muchas voces que nos invitan a la conversión y a la esperanza. También se hacen y hacemos gestos. Sería muy cómoda una segunda venida del Señor para que empezara una segunda creación…, pero el cambio está en nuestras manos. En las tuyas y en las mías. En los pequeños gestos de cada día y en las manifestaciones, denuncias y protestas. Dentro de nuestro hogar y en las urnas, en la acción política. En tiempo de Jesús, era motor de esperanza el imaginar al Hijo viniendo con poder y majestad entre las nubes. Ojalá hoy sea motor de esperanza y de cambio el recordar que somos imagen y semejanza de Dios. Hoy Jesús no viene entre nubes, viene entre la justicia y la misericordia, cuando trabajamos para transformar la tierra y que sea un hogar que ofrece alimentos, amor, trabajo y dignidad para tod@s. Hablar -o escribir- del hecho de rezar no está de moda ni entre los propios católicos, al menos en del Primer Mundo. El problema es que la oración se ha convertido en algo secundario a lo que dedicamos poco tiempo al cabo del día y de manera superficial. Nos gustaría rezar más pero nos justificamos con el ritmo de vida que reduce el tiempo para parcelas tan importantes como la familia, los amigos y el mismo Dios.
Por otra parte, algunas oraciones que conocemos nos dicen poco. La propia Misa, cuando asistimos, tampoco nos comunica demasiado al vivirla como una manifestación rutinaria, triste y poco participativa, en la que no vamos con actitud de vivir una celebración. Nos da vergüenza hablar de nuestra oración como si esto fuera cosa de otro siglo. Dios mismo se ha vuelto un poco prescindible. Para colmo, entre los mayores valedores de la oración se significan sectores conservadores de la Iglesia con fórmulas y propuestas más formales que ejemplares. A pesar de todo, sentimos la necesidad de Dios más allá de los momentos de zozobra por un clericalismo para nada dispuesto a perder su poder y la presión del materialismo que nos envuelve, provocando una indiferencia religiosa de la que es difícil escapar. Dios sigue llamando sin descanso y sentimos su anhelo, la necesidad íntima existencial de comunicarnos con Él y abrirnos a su presencia sanadora. ¿Por qué atravesamos por tiempos difíciles? No es la pregunta que debemos hacernos, ya que no tiene respuesta. En estos casos, no debemos centrarnos en el “porqué”, que no tiene explicación (No hemos venido a entender, sino a amar, Alexis Carrel dixit), sino en la actitud para superarlos sacando lo mejor de nosotros. Dios se sirve de todo, incluso de lo negativo y doloroso que acaece, para que lleguemos a ser lo mejor de uno mismo. Dios nos acompaña convirtiendo la noche en crecimiento personal renovado que señala al hermano como el sujeto del amor de Dios y a Dios. En todo camino, la oración se hace alimento indispensable para avanzar por la vida con los ojos de la fe, la esperanza y el amor. La oración en los tiempos difíciles impide caer en la tentación del desánimo, la desesperación, el abandono, la cobardía o el peligroso autoengaño. Nunca estamos solos. En este contexto, la mejor definición breve de oración es abrirse a la escucha de Dios. Todo proceso de relación con el Otro supone una tarea ardua porque está sujeta a múltiples condicionantes del exterior y del interior: sentimientos, anhelos, imprevistos, condicionantes... pero también actitudes que no trabajamos lo suficiente, empezando por la humildad, la escucha activa y la confianza, necesarias porque nos predisponen para discernir la voluntad de Dios y experimentar su amor inmenso y cercano, inmanente. Una experiencia de fe que como tal está sustentada en el saber más que en el sentir. Si solo nos refugiamos en el sentir a Dios perdemos muchos puntos referenciales de su presencia activa. Saber no implica sentir, aunque nos encantaría. Los místicos tienen honda experiencia de esto, como lo canta san Juan de la Cruz: "¡Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche!". Su voz es anhelo aunque el origen y finalidad están más allá de toda palabra. Abrirse a la dimensión exterior nos entronca con nuestro interior más genuino haciéndonos crecer como personas. Decía anteriormente que orar es abrirse a la escucha de Dios. En realidad no es un acto concreto sino un proceso que dura toda la vida, con sus vaivenes y recaídas. Es un camino de transformación en la medida que escuchamos y actuamos en función de lo escuchado. Dios es quien toma la iniciativa pero requiere de una predisposición concreta de nuestra parte que deje espacio para su Presencia. Eso sí, caben muy diferentes intensidades y niveles en la relación oracional, como ocurre entre las personas, en la medida que vamos dejando espacio a Dios en nuestra vida: humildad, confianza, aceptación (no resignación), apertura... Orar es dejarse amar por Dios. Lo que significa, al menos para mí, que el verdadero poder de la oración es que nos enseña a amar mejor si rezamos bien. No es suficiente la oración comunitaria a pesar de la importancia clave litúrgica pues puede ocurrir que sus registros no se ajusten las a nuestra situación personal, anímica o moral. El amor verdadero es siempre un movimiento hacia Dios. Nada que ver con rezar como si Dios nos debiera algo. La oración, en fin, si está llena de amor, es lo contrario del temor ¿En qué hemos convertido la Eucaristía, que no puede ser otra cosa que una alabanza entusiasta y hermanada basada en la admiración agradecida a aquél que ha realizado maravillas increíbles? Falta dejarnos sorprender por un Dios que nos sigue amando incondicionalmente hasta en nuestras peores flaquezas. ¿Te resulta difícil rezar? Conozco a muy poca gente que le resulte fácil: las distracciones, el ambiente arreligioso, las preocupaciones, la falta de tiempo, nuestra propia manera de ser, el desaliento por no sentirnos escuchados, la sequedad interior o todas a la vez. Y encima tenemos que lidiar con la duda, la pereza y las tentaciones. Pero lo cierto es que Dios confía en nosotros más que nosotros mismos. Como en cualquier otra relación, la oración fluida no aparece como por arte de magia. Las relaciones de amistad necesitan tiempo para desarrollarse y esfuerzo para mantenerse a medida que dejamos sitio para su gracia y aceptamos sus tiempos con humildad a la escucha. ¿Qué pensaríamos de una conversación entre dos personas, en la que una de ellas sólo pidiera y pidiera sin actitud de escuchar, no dejando al otro expresarse? La perseverancia es fundamental en la oración. Orad para ser fuertes y no caer en la tentación, les dijo Jesús a sus amigos en la terrible noche de Getsemaní. La frecuencia señalada insistentemente en el evangelio, no lo es tanto en forma de obligación como por su necesidad: necesitamos de la oración como un alimento básico, que busca lo que Dios quiera, no lo que yo quiero. Teresa de Calcuta tiene una reflexión que me parece inmejorable: "El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio". Los efectos ocurrirán de una manera imprevisible, única, gratuita y salvadora, de un Dios Padre que cumple sus promesas aunque no coincidan con nuestros deseos. El cardenal Manning llegó a decir que todas las experiencias humanas, en el fondo, no son otra cosa que vivencias teológicas. Pero esa experiencia de Dios Amor nos invita al compromiso de ser gracia para otros. Lo que recibimos gratis, debemos compartirlo igualmente gratis; cuánto más el don gratuito de la fe y la experiencia de un Dios Padre-Madre. La oración con Dios debe ser un Tú-yo que debe confluir en un Tú-nosotros: Venga a nosotros tu Reino, danos el pan nuestro de cada día... Si reconoces a Dios en tu corazón, entonces, lo reconoces también en tus semejantes y todo lo que te rodea. El resultado es que la experiencia del amor verdadero genera más amor. Los frutos de la oración no suelen verse a corto plazo, como ocurre con casi todo lo que merece la pena en esta vida: la gestación de la vida, los ríos y las montañas, los cultivos, los árboles, la madurez humana... todo lo importante requiere de tiempo, igual que ocurre con los mejores frutos de la oración sincera, paciente, sentida, frecuente. O lo que es lo mismo, el fruto principal de la oración es ser mejor persona de manera sostenida, a pesar de las dificultades de la vida, con todo lo que esto supone en el día a día. Y su evidencia es la alegría. Estad alegres, nos reitera san Pablo; las personas realmente alegres manifiestan la presencia de Dios, son un signo de madurez y armonía interior. Me refiero aquí a esa alegría íntima y completa, emparentada con el verdadero sentido del humor. La oración, en fin, no está hecha para cambiar a Dios sino para cambiarnos a nosotros. Recomiendo la lectura del pasaje lucano (Lc 10, 38-42) donde se narra la aparente inacción de María y la actividad frenética de Marta. La dicotomía entre la contemplación y la acción no existe. La primera ilumina a la segunda, por eso podemos ser contemplativos -místicos- “entre los pucheros” (Santa Teresa), en la acción. Jesús actuó sin pausa pero reservaba tiempos largos de oración a solas con el Padre. Somos las manos de Dios y la oración, en definitiva, es la que nos llevará a dar frutos en la acción. O lo que es lo mismo, sin el Espíritu no podemos nada. Los cristianos saben que, cuando se reúnen para celebrar la Eucaristía, el elemento principal es la palabra y enseñanza de Jesús. Pero, no es fácil acceder a ella, porque dicha enseñanza está hecha en otro tiempo y en otra sociedad. ¿O nos vale con aplicarla literalmente?
No es fácil y a juzgar por el comportamiento de muchos cristianos, a uno se le ocurre preguntar: ¿Han entendido bien esa enseñanza o la han olvidado y tergiversado? ¿Ignorancia o infidelidad? El evangelista Marcos (10, 35-45) relata cómo Jesús emprende viaje a Jerusalén para celebrar la Pascua judía. Le acompañan sus discípulos. Y, entre ellos en un momento determinado salta la disputa de quiénes estarán a su derecha e izquierda cuando Jesús alcance la gloria con su triunfo. Se le acercaron Santiago y Juan, los dos hijos de Zebedeo, y le dijeron: – Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir. Pero él les preguntó: – ¿Qué queréis que haga por vosotros? Le contestaron ellos: – Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda el día de tu gloria. Jesús les replicó: – No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Le contestaron: – Sí, podemos. Entonces Jesús les dijo: – El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado. Al enterarse los otros diez se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús los convocó y les dijo: – Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las dominan, y que los grandes les imponen su autoridad. No ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera hacerse grande entre vosotros ha de ser servidor vuestro, y el que quiera entre vosotros ser primero, ha de ser siervo de todos; porque tampoco el Hijo del hombre ha venido para ser servido, sino para servir y para dar la vida en rescate por todos. Quizás alguna vez hemos pensado cómo hacía Jesús su enseñanza y cómo la había organizado. ¿Tenía una academia o escuela particular a la que asistían sus discípulos y luego se iban van a casa? ¿O le acompañaban de una manera fija de una a otra parte, de un pueblo a otro e iban aprendiendo en una especie de magisterio itinerante? ¿Abandonaban casa, familia y trabajo para convivir con él? Jesús no procedía como los rabinos. Su enseñanza no se ceñía a un tiempo y lugar concreto, con clases y a base de programas concretos. Su magisterio era itinerante, en el caminar y hacer de cada día. Quería que sus discípulos aprendieran como Él a conocer y tratar a la gente y ofrecerles respuesta a sus problemas: animando, curando, ayudando a los oprimidos, mostrándoles otro rostro de Dios. Y el grupo que le seguía lo hacía a tiempo pleno, conviviendo con Él, desvinculados de casa, familia y trabajo. Les tocaba afrontar juntos las vicisitudes y necesidades de cada día, como una comunidad, en medio de colaboración generosa, opiniones distintas y hasta peleas. Los que le acompañaban es claro que tenían modos de opinar distintos. No creo que María Magdalena pensase lo mismo que Salomé, la madre de Santiago y Juan o que María la madre de Jesús; provenían de formación y ambientes distintos. Jesús trataba de atender a todos y contar con todos. Es seguro que al leer los Evangelios concluimos que los llamados discípulos, que acompañaban a Jesús, eran sólo hombres, como si su movimiento fuera netamente masculino. Sin embargo, una lectura detenida nos dice que con él iban también mujeres, no sólo de paso o casualmente. Las mujeres que habían salido de Galilea para acompañarle de una parte a otra, era de una manera permanente y experimentar en su vida la Buena Noticia que él predicaba, realizando las mismas tareas que los otros discípulos y no sólo para desempeñar los menesteres de cocinar, lavar los platos, servir la mesa, coser la ropa, etc. Ahora, una lectura inmediata no da a entender eso. Pues las mujeres que le seguían sólo las menciona Marcos al final, cuando Jesús ya estaba clavado en la cruz. “Había allí, dice, una mujeres mirando desde lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José. Ellas seguían a Jesús y le servían cuando estaba en Galilea. Y había también muchas otras, que habían subido con él a Jerusalén” (Mr 15, 40-41). ¡Ojo!, no eran mujeres del lugar, que estaban allí como espectadoras del hecho de la muerte de Jesús. Habían venido de Galilea y convivían con Él. ¿Por qué entonces los evangelistas callan este dato y sólo hablan de ellas al final? Muy sencillo, porque en la sociedad judía estaba mal visto que un Maestro enseñara la Biblia a las mujeres y que le acompañaran. Era un dato escandaloso para los lectores y esto se cuidaban muy mucho de recordarlo y hacerlo cumplir los rabinos. Y, por eso mismo, había que callarlo. Sólo que lo de la crucifixión de Jesús era un hecho tan notorio y público, que ya no se podía ocultar y entonces no tienen más remedio que reconocerlo y lo hacen nombrándolas por su nombre: María, su madre; Susana, una vecina suya; Salomé, la madre de Santiago y Juan; Juana, casada con Cusa, administrador que era de Herodes Antipas; María la Magdalena; la esposa del mismo Pedro y otras mujeres: “Ellas seguían a Jesús y le servían cuando estaba en Galilea. Y había también muchas otras, que habían subido con él a Jerusalén” (Mr 15, 40-41. Y el servir a Jesús de que habla Marcos era la misma tarea que la de los discípulos: predicar la Buena Noticia. Todo esto demuestra que Jesús era un transgresor de la ley, un osado y un escandalizador, que se pasaba por alto la autoridad de los encargados de hacerla cumplir. Inevitablemente surge la pregunta: ¿Por qué, si Jesús se negaba a admitir cualquier desigualdad entre sus discípulos –hombres y mujeres–, señalándose como un subversivo, no se impuso esa igualdad dentro de su movimiento? ¿Por qué fue ganando espacio progresivamente el patriarcalismo y el antifeminismo? ¿Por qué tanta resistencia a aceptar aún hoy en la Iglesia y en la Sociedad –que se denominan cristianas– esta igualdad y promoverla sabiendo que él la habría abanderado como nadie en el momento actual? Volviendo al relato del evangelista Marcos, vemos cómo narra la petición que Santiago y Juan le hacen a Jesús de que los tenga sentados a su derecha e izquierda en el día de su gloria. ¿De quién partió el requerimiento? ¿De ellos o de su madre (muy humano) que hábilmente se lo insinuaría en algún momento? No lo sabemos. Pero entre ellos estaba también Pedro, que tenía iguales o mayores méritos, y era natural que los otros no estuvieran de acuerdo con la propuesta. De ahí su indignación. Los “discípulos” llevaban tiempo con Jesús y les repite el destino que le espera. Según Lucas, no entienden nada de lo que les dice. ¿Pues si ellos, pensarán muchos, paisanos de su tierra y cultura, oyéndole a él mismo, no lo entendían, cómo lo vamos a entender nosotros? ¿O es que las palabras de Jesús encierran un enigma especial? En la cabeza de los discípulos no podía entrar que a Jesús lo iban a juzgar y condenar a muerte. No podían entenderlo, porque el Reino que Jesús anunciaba, tenía otro significado y otro alcance. No se trataba de un reino de poder, de autoridad absoluta para dominar y oprimir. Santiago y Juan se colocaban en la misma perspectiva que los jefes de las naciones y los grandes de este mundo. Jesús era sí el Mesías esperado, pero menudo chasco se iban a llevar al ver cómo acababa. Los discípulos estaban a mil leguas todavía de entender la soberanía que Jesús anunciaba y desde la que iba a triunfar. Habida cuenta de todas estas circunstancias, ¿Cuál sería el meollo de la enseñanza de Jesús, válido para entonces y válido para nosotros en esta sociedad? Las palabras de Jesús son para dejarle a uno mudo. Jesús trastoca de arriba abajo la escala de valores, vigente entonces, y ahora. No sé por qué seducción maldita, los designados para gobernar –y de cuantos desearían llegar a hacerlo– degradan su ser y deciden actuar despóticamente, como si con ello conquistaran la cima de una grandeza inigualable. Muy otro es el pensar de Jesús: nadie es superior o menor que nadie, y nadie está subordinado al dominio e imposición de nadie. Sabe muy bien que es esa la manera habitual de proceder de quien es jefe o grande en cualquier ámbito de la vida humana. Para Jesús, el camino de la grandeza y de la excelencia humanas lo marca el ser servidor y esclavo de los demás y no amos ni señores. A todos y a cada uno se le tiene encomendado el respeto y dominio de sí mismo, como premisa para respetar y no dominar a los demás. La soberanía, que Jesús establece, es la de la igualdad fraterna, –todos vosotros sois hermanos- posible únicamente cuando se está poseído por la soberanía del amor. ORACION DEL DISCÍPULO Aquí estoy, Señor, tal como Tú me has hecho, tratando de descubrir en el día a día, el sentido que tu voluntad ha impreso a mi vida. En ese caminar propio me sobreañades la vida de Jesús, que me ayuda , marcando mojones en el camino. Soy uno entre tantos, hermano universal de todos, igual que todos, servidor de todos, superservidor en todo caso de los más pobres. Mi ser es amor, verificable en el amor al prójimo, vicario tuyo. Sé que estás en todos, creyentes o no, y a nadie exiges más de lo que es. No me queda sino trabajar, pacífica y amorosamente, en todo lugar, pues tu Reino allí está y crece, donde está cualquier persona. Tu Palabra llega a todos los hombres, cómo sólo Tú sabes. Mi misión evangelizadora es ser yo, interconectado en todos y con todo, abarcando la totalidad de tu Reino. Estaré a la escucha, en respeto y comprensión, sin estorbar, sin discriminar, sin imponer, sin lamentarme, sin infatuarme, acechando el reverbero de tu amor, que de todos sale y a todos llega. Seré feliz, cuando en todos me vea feliz, en esa familia tuya universal, sustentadora de todo amor. Voy a seguirte como María, hermana de humanidad y madre universal Seré feliz, si acierto a hacer creíble tu presencia, en la entrañable casa de la Tierra, imperecedera luego en la Casa del cielo. Para nosotros, occidentales, la palabra “impersonalidad” suele tener evocaciones negativas.
Puesto que hemos concedido un valor absoluto a nuestra personalidad, asociamos la palabra “impersonal” a la anulación de lo que más estimamos: nuestra persona, nuestra individualidad. Efectivamente, la palabra “impersonalidad” tiene una acepción negativa: denominamos así a aquello que diluye la persona, que “despersonaliza”. Pero esta palabra puede tener otra acepción, la que ha tenido para la sabiduría; en este segundo sentido no es sinónimo de “infra-personal” sino todo lo contrario, de “trans-personal”; no alude a aquello que niega o diluye la persona, sino a lo que la supera –sin negarla- porque es más originario que ella. La sabiduría nos dice que lo impersonal es el sustrato y la realidad íntima de lo personal; que no lo excluye, sino que lo sostiene; que, por eso, para ser plenamente personales tenemos que ser plenamente impersonales. […] Es dejar de otorgar un valor absoluto a lo que llamamos “mi cuerpo, mis pensamientos, mis emociones, mis acciones, mi vida, mi persona…”; comprender lo ridícula y miope que es nuestra tendencia a hacer que el mundo orbite en torno a nuestro limitado argumento vital –el definido por nuestro yo superficial-. Equivale a cesar de dramatizar nuestras experiencias, de ver el mundo como el mero telón de fondo de dicho drama, y a las demás personas como los actores secundarios del mismo. Es sentir que las alegrías y los dolores de los demás son tan nuestros como nuestros dolores y alegrías, que el cuerpo cósmico es tan nuestro como nuestro propio cuerpo; desistir de ser los protagonistas de nuestra particular “novela” vital, para convertirnos en los espectadores maravillados, apasionados y desapegados a la vez, del drama de la vida cósmica, del único drama, de la única Vida. El Testigo nos sitúa directamente en el foco central de nuestra identidad. Ahí somos presencia lúcida, atenta, consciente, que es una con todo lo que es. Esta Presencia lúcida que constituye nuestra Identidad central es la misma en todo ser humano. Es nuestra Identidad real, pues es lo permanente y auto-idéntico, mientras que nuestro cuerpo-mente no hace más que cambiar. Esa Identidad central nada tiene que ver con la pseudoidentidad que depende de algo tan frágil y fraudulento como la memoria. Encontré esta oración: “Vengo aquí, mi Señor….”, y ya desde el momento en que la leía encontré ese momento de paz que va serenando por dentro. Cada vez más valoro el tener un tiempo para “respirar”, “tomar aire” o mejor dicho, ese tiempo compartido cuando digo: “Vengo aquí, mi Señor….” y te presento mi vida, con esta oración hoy, e intentando cada día gustar de esa gratuidad cuando el tiempo no lo marca un reloj, no es una actividad más o ahora toca esto, sino que es el querer y sentir que es ahí donde me acoges, donde se alimenta el alma, donde se “pone gasolina”, donde se llame como se llame hay una búsqueda que provoca un encuentro que va más allá y toca en el aquí y ahora de lo que se va viviendo.
Ahora recuerdo un anuncio de este pasado verano con motivo del mundial, de una bebida, que venía a decir que habiendo tenido tiempo para prepararte, que no te falte en el momento más importante esa bebida… más o menos era algo así. En el camino de seguimiento al Señor, el momento importante será cuando nos vayamos dejando guiar, moldear, acompañar por Él. Ahora puede ser tu momento más importante con Jesús, porque es en el hoy que vives, donde puede tener cabida su presencia, es ahora que puedes encontrarle si lo buscas, es ahora que puedes decirle: “Vengo aquí, mi Señor….”. Atrévete a dar el salto, porque hay Alguien que te dará la mano para caminar. Pon tu vida en sus manos y el resto te lo irá mostrando. Uno solo es capaz de dejar las llaves de su casa a alguien en quien confía de verdad. Quizás es el momento de dejarle la llave de tu corazón y confiarle tu vida a Dios. “Vengo aquí, mi Señor a olvidar las prisas de mi vida. Ahora solo importas Tú. Dale la paz a mi alma. Vengo aquí, mi Señor. a que en mí lo transformes todo nuevo… …a adentrarme en tu paz que me serena… …a pedir que me enseñes tu proyecto….” Texto: Hna. Ana Isabel Pérez. |
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