Es claro que en el "testamento espiritual" de Jesús aparece reflejada la vida de la comunidad joánica: una comunidad que sufre inquietud y agobio, como consecuencia de las persecuciones externas y de la división interna.
A esa comunidad va dirigida la palabra de Jesús: "Que no tiemble vuestro corazón". El verbo utilizado en el original griego (tarassesqw: tarasseszo) indica una conmoción muy profunda, similar a una turbación que ciega. Sin duda, esa sería también la experiencia de los discípulos ante los acontecimientos que se sucedieron en los últimos días de la existencia de su Maestro. Y es igualmente la nuestra cuando nos ocurre algo que nos descoloca profundamente en cualquier sentido. La turbación o la angustia aparecen –con mayor o menor intensidad- cada vez que unimos nuestra suerte a "lo que ocurre", siempre que eso "que ocurre" no coincide con nuestros deseos o expectativas. "Lo que sucede" reviste una doble característica: por un lado, escapa a nuestra voluntad; por otro, es siempre impermanente. Al identificarnos con ello, nos convertimos en marionetas de los acontecimientos, nuestro estado de ánimo se escapa de nuestras manos y sobrevivimos fluctuando en altibajos. La salida no puede pasar nunca por el imposible control de lo que ocurre, sino por situarnos en "otro lugar", en la consciencia de lo que sucede. Lo que ocurre es impermanente; la consciencia permanece siempre: los altibajos son sustituidos por la ecuanimidad. La sabiduría consiste, pues, en hacer el "paso" de lo que ocurre a la consciencia de lo que ocurre. Y nos adiestramos en ello cada vez que, ante cualquier sensación, sentimiento, emoción, estado de ánimo, circunstancia, acontecimiento..., nos hacemos conscientes de lo que estamos sintiendo o de lo que está acaeciendo. Al hacerme consciente, tomo distancia –crezco en libertad- y me conecto un poco más lúcidamente con mi verdadera identidad: no soy nada de lo que pueda ocurrir, pensar o sentir, sino la consciencia en la que todo aquello aparece. La consciencia no se inquieta, no sufre, no se altera; tampoco muere, porque nunca nació. Permite que todo sea. Es sabiduría que conduce todo el proceso. Alinearse con ella significa anclarse en nuestra verdadera identidad y fluir con la corriente de la Vida. A eso mismo apuntan las palabras de Jesús: "Creed en Dios y creed también en mí". Jesús relaciona directamente la fe con la calma (paz), en una llamada reiterada a la confianza. Como si dijera: mantened la confianza, confiad en que el Fondo bondadoso de la existencia os sostiene en todo momento, porque constituye nada menos que vuestra identidad más profunda. No somos llamados a confiar en "algo" que nuestra mente nos presenta, sino en Aquello que se llama, entre otros mil nombres, Confianza y que se encuentra siempre a salvo. Desde la perspectiva no-dual, el mensaje es palmario y sencillo: confía en lo que realmente eres, porque nada ni nadie te podrá dañar en ello. En ese fondo, dice Jesús –aunque en realidad parece tratarse de un dicho tradicional de la comunidad joánica-, "hay muchas estancias", es decir, hay lugar para todos. El plural significa, sencillamente, amplitud. La Consciencia o Dios es el "lugar" ilimitado que todos compartimos, en el que todos nos encontramos. Se trata de la "identidad compartida", en la que "estoy yo y estáis también vosotros". Solo cuando vivimos conectados con ella, nos descubrimos uno con Jesús, uno con Dios. Ante semejante propuesta, no es extraño que se despertara la pregunta que se pone en boca de Tomás acerca del camino, así como la proclamación excelsa por parte de Jesús: "Yo soy el camino y la verdad y la vida". "Yo soy el camino": "Verdad" y "Vida" son otros nombres para referirnos a la Consciencia o a Dios. Y el camino no es otro que la toma de consciencia de que esa es justamente nuestra verdadera identidad: Yo Soy. Jesús habla consciente de esa identidad y anclado en ella. Pero, al ser compartida, sus palabras podemos decirlas cada uno de nosotros..., siempre y cuando nos hallemos también en conexión con quienes realmente somos. Lo que es Jesús, lo somos todos. Lo que sucede es que nos da miedo reconocerlo y continuamos en la ignorancia que nos reduce al pequeño yo o ego, con el que nos hemos identificado. Y para nuestro yo resulta más sencillo, más cómodo e incluso más "sensato" colocar a Jesús en una peana elevada, rindiéndole culto, que verlo como un "espejo" que está reflejando lo que ya somos todos. Nos da más miedo la luz que la oscuridad: y es precisamente ese miedo el que nos impide hacer nuestras las palabras de Jesús.
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El Sínodo sobre la familia, freno a la reforma de Francisco por: Juan José Tamayo, teólogo10/30/2014 La reforma de Francisco parece haber naufragado o, al menos, encallado en el Sínodo celebrado en Roma del 5 al 19 de octubre, que ha reunido a cerca de 200 obispos de todo el mundo para reflexionar sobre la concepción, la actitud y la práctica pastoral de la Iglesia católica en torno a diferentes orientaciones sexuales, a los diferentes modelos de familia y otras cuestiones vinculadas con ella. Éramos muchas las personas de fuera y de dentro de la Iglesia católica que esperábamos un cambio de mentalidad, de orientación y de rumbo en un tema que se caracteriza por planteamientos anclados en el pasado sin apertura alguna a los cambios producidos en las últimas décadas en la sociedad. Pero éramos también conscientes de los obstáculos que se interponían y del peligro de que se produjera un estancamiento
El primer obstáculo lo constituían los propios protagonistas del Sínodo: los obispos. ¿Qué aportaciones podían hacer unas personas que no son especialistas en el tema, ni siguen de cerca los estudios especializados en las diferentes disciplinas que se ocupan del fenómeno de la familia en toda su complejidad? Personas que, además, han renunciado a formar una familia para dedicarse en exclusiva al servicio de la Iglesia. Es verdad que fueron invitados expertos y matrimonios, pero sin apenas influencia en los debates y sin voto a la hora de aprobar las proposiciones finales. El segundo era la herencia de los papas anteriores. Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI se mantuvieron instalados rígidamente en el paradigma tradicional de la familia y de la doctrina sobre la sexualidad y condenaron los modelos de familia que no se atuvieran a la imagen conservadora del matrimonio “cristiano”. Pablo VI, beatificado el pasado domingo por Francisco, condenó los métodos anticonceptivos en 1968 en la encíclica Humanae vitae, en clara oposición a las orientaciones del concilio Vaticano II, que defendía la paternidad responsable, y en contra de la mayoría de la Comisión de científicos y de teólogos que le asesoraba y que era partidaria del uso de dichos métodos para poner en práctica el principio conciliar de la referida paternidad responsable. La encíclica provocó una de las más graves rupturas de los teólogos, las teólogas y de los movimientos cristianos críticos con el Vaticano y generó un clima de malestar profundo dentro de la Iglesia, que desembocó en una actitud de justificada desobediencia colectiva a las orientaciones papales tanto en la teoría como en la práctica. En la encíclica Familiaris consortio Juan Pablo II ya alertaba sobre los signos más preocupantes en torno al tema que ha discutido el Sínodo reciente, entre los cuales citaba “la facilidad del divorcio y del recurso a una nueva unión por parte de los mismos fieles; la aceptación del matrimonio puramente civil, en contradicción con la vocación de los bautizados a “desposarse en el Señor”; la celebración del matrimonio sacramento no movidos por una fe viva, sino por otros motivos; el rechazo de las normas morales que guían y promueven el ejercicio humano y cristiano de la sexualidad dentro del matrimonio”. El cardenal Ratzinger, siendo presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigió en 1986 una durísima carta a los obispos norteamericanos en la que afirmaba que la particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye, sin embargo, una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada objetivamente desordenada. El documento reaccionaba ante quienes creíamos –y seguimos creyendo- que oponerse a la actividad homosexual y a su estilo de vida constituye una forma de discriminación injusta, y osaba aseverar, negando la evidencia, que la actitud de la Iglesia contra la homosexualidad no comporta discriminación alguna, sino que busca la defensa de la libertad y de la dignidad de la persona. En coherencia con este planteamiento, Ratzinger pedía a los obispos que no incluyeran en ningún programa pastoral a organizaciones de personas homosexuales sin antes dejar claro que toda actividad homosexual es inmoral, ordenaba retirar todo apoyo a organizaciones que pretendieran subvertir la enseñanza de la Iglesia en esta materia, prohibía el uso de locales “propiedad de la Iglesia” para actos de grupos homosexuales e instaba a defender los valores del matrimonio frente a proyectos legislativos que defiendan las reivindicaciones de los colectivos homosexuales. Por esas fechas, la Congregación romana para la Educación Católica publicaba la Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional de las personas con tendencias homosexuales con vistas a su admisión en el seminario y a las órdenes sagradas, que prohibía a los homosexuales ingresar en los seminarios y acceder al sacerdocio. Prohibición que sigue manteniéndose hoy a rajatabla. No resultaba fácil romper en el Sínodo con esa tendencia excluyente de las personas homosexuales y de las personas católicas divorciadas y vueltas a casar, ya que en ella fueron educados –mejor instruidos- muchos de los padres sinodales. Un tercer obstáculo fue la creación, desde el comienzo de la preparación del Sínodo, de un “frente” de oposición a cualquier cambio, liderado por el cardenal Gerhard Ludwig Müller, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, nombrado por Benedicto XVI para mantener la ortodoxia y evitar cualquier desviación en materia doctrinal y moral. Se apresuró a escribir un libro sobre la familia recordando la doctrina tradicional, que considera inamovible, y firmó un documento junto con otros cardenales en contra de la reforma que en este tema pretendía introducir Francisco. Pero no todas eran inercias, obstáculos y problemas. Había también síntomas de apertura. Fue el propio papa Francisco quien, al poco de ser elegido, propició un nuevo clima y abrió el debate sobre la actitud de la Iglesia hacia los homosexuales y el acceso de las personas católicas divorciadas y vueltas a casar a los sacramentos. En el propio Sínodo reinó un clima de libertad y los participantes en el mismo pudieron expresar sin ningún tipo de restricciones en lo referencia a la expresión de sus ideas. Dicho clima fue favorecido por Francisco, quien asistió a las sesiones en actitud de escucha y sin interferirse en las discusiones. Ya en el viaje de vuelta de Brasil en julio de 2013, preguntado a bordo del avión por su actitud hacia los homosexuales, respondió de esta guida: “Si alguien es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad ¿quién soy yo para juzgarle? No debemos marginar a la gente por esto, deben ser integrados a la sociedad”. En otra ocasión insinuó la posibilidad de revisar la actual prohibición del acceso de los divorciados que han vuelto a casarse y adoptar una actitud menos excluyente que la actual. Hubo cardenales que remaron en la dirección del papa y mostraron una actitud más abierta y favorable al cambio, entre ellos el cardenal Kasper que, en respuesta a los cardenales firmantes del documento conservador, respondió que “la verdad católica no es un sistema cerrado” y defendió el acceso de las personas divorciadas vueltas a casar a la eucaristía, si bien imponiendo unas condiciones muy severas: “Si un divorciado vuelto a casar: 1. Se arrepiente de su fracaso en el primer matrimonio 2. Se han esclarecido las obligaciones del primer matrimonio, y se ha definitivamente excluido que regrese atrás. 3. Si no puede abandonar sin otras culpas las responsabilidades asumidas con el matrimonio civil. 4. Si, sin embargo, se esfuerza por vivir del mejor modo según sus posibilidades el segundo matrimonio a partir de la fe y de educar a los propios hijos en la fe. 5. Si tiene el deseo de los sacramentos como fuente de fuerza para su situación, ¿debemos o podemos negar, después de un tiempo de nueva orientación (metanoia), los sacramentos de la penitencia y después de la comunión?”. Su respuesta es afirmativa, pero con importantes matices y precisiones: “Este posible camino no sería una solución general. No es el camino ancho de la gran masa, sino más bien el estrecho camino de la parte probablemente más pequeña de los divorciados vueltos a casar, sinceramente interesados en los sacramentos. ¿No es necesario tal vez evitar aquí la peor parte? (o sea la pérdida de los hijos con la pérdida de toda una segunda generación)… Un matrimonio civil como el que fue descrito con criterios claros debe distinguirse de otras formas de convivencia irregular, como los matrimonios clandestinos, las parejas de hecho, sobre todo la fornicación, de los así llamados matrimonios salvajes. La vida no es solo blanco y negro. De hecho, hay muchos matices”. La propia metodología seguida en la preparación del Sínodo permitía albergar esperanzas de cambio. El Vaticano envió una encuesta a todos los cristianos y cristianas en torno a las cuestiones que se iban a abordar en la asamblea episcopal para conocer la opinión de las diferentes comunidades católicas del mundo sobre el tema. La mayoría de las respuestas eran favorables a una mayor apertura y a una actualización de la doctrina sobre la familia más acorde con los cambios producidos en las últimas décadas. Pero ese clima de apertura enseguida se encontró con la réplica del cardenal Müller, que apelaba a argumentos de carácter dogmático y jurídico para oponerse incluso a la posibilidad de discutir sobre el tema: “Si el matrimonio precedente de unos fieles divorciados y vueltos a casar era válido, en ninguna circunstancia su nueva unión puede considerarse conforme a derecho; por tanto, es imposible que reciban los sacramentos”. En el Sínodo se han producido, es verdad, cambios importantes en el análisis de la situación de la familia y en las críticas hacia sus patologías, en las actitudes y en el lenguaje empleado. La proposición 8 hace un buen análisis de las situaciones más graves por las que pasa hoy la familia: discriminación de las mujeres y creciente violencia de género contra ellas, con demasiada frecuencia dentro de la familia; abusos sexuales de los niños y de las niñas; penalización de la maternidad en vez de su consideración como valor; mutilación genital en algunas culturas; efectos negativos de las guerras, el terrorismo y el crimen organizado en las familias; crecimiento del fenómeno de los niños de la calle en las grandes metrópolis y en sus periferias. La actitud ante los matrimonios civiles y las parejas de hecho es más comprensiva y acogedora, ya que, se dice, en ellos deben descubrirse elementos positivos, y en la actitud hacia los homosexuales. Muestra la necesidad de acoger las personas en situaciones difíciles como el divorcio y de buscar nuevos caminos pastorales para las familias heridas, no basadas en “soluciones únicas” Pero en las cuestiones de fondo no se ha producido cambio alguno. Dos ejemplos. La proposición 52 describe las dos tendencias de los padres sinodales en torno a la posibilidad –solo la posibilidad- de que los divorciados vueltos a casar puedan acceder a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía: la que se muestra partidaria de mantener las actuales normas prohibitivas en vigor, y la partidaria de permitir el acceso a los sacramentos, pero con muchas restricciones: no de manera generalizada, sino en algunas situaciones especiales y con condiciones muy precisas. Además, el eventual acceso a los sacramentos debe ir precedido de un “caminar penitencial” bajo la responsabilidad del obispo diocesano. Aun con todas estas restricciones, esta proposición contó con el rechazo de 74 padres sinodales y no logró los 2/3 tercios. Otro ejemplo es la proposición 55 sobre los homosexuales. Defiende la necesidad de una acogida respetuosa y de un trato no discriminatorio hacia ellos, pero es contundente en el rechazo de los matrimonios homosexuales, hasta el punto de excluirlos del plan de Dios sobre la familia y el matrimonio. Con todo, la proposición fue rechazada por 62 padres sinodales y tampoco logró los 2/3. Para frenar la lógica sensación pesimista que deja el Sínodo en quienes esperaban que la apertura fuera real ya, se afirma, como consuelo, que en este Sínodo no se ha dicho la última palabra y que hay que esperar al de octubre de 2015, que elaborará las conclusiones definitivas sobre la familia. Yo pregunto: ¿Cambiará entonces el panorama y se reconocerá sin trabas, prejuicios y prevenciones el acceso de las personas católicas divorciadas y vueltas a casar el matrimonio a los sacramentos de la eucaristía y de la penitencia y el reconocimiento del matrimonio homosexual como lo hace la Iglesia Anglicana, o volverán a emplearse fórmulas ambiguas del “sí, pero no”, tan propias del lenguaje eclesiástica ¿O se dejará la respuesta ad kalendas graecas? ¿Se seguirá pensando con categorías jurídicas o se hará al ritmo de la vida y atendiendo a los problemas reales de la familia? ¿Se buscarán las respuestas apelando al Código de Derecho Canónico o a la racionalidad dialógica? ¿Se seguirá expulsando de la comunidad eclesial y de la eucaristía que, según el Vaticano II, es el centro de la vida cristiana, a quienes se considera pecadores por el hecho de haber iniciado un nuevo proyecto de vida común y de haber formado una nueva familia? ¿Se respetarán y reconocerán en la Iglesia católica las diferentes identidades sexuales: gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, que de hecho existen entre los cristianos y las cristianas como existen en la sociedad? ¿Caminará la Iglesia oficial al ritmo de la sociedad y será sensible, como pedía Juan XXIII, a los signos de los tiempos, entre los cuales se encuentra el reconocimiento explícito de los diferentes modelos de familia, o perderá de nuevo el tren de la historia? Y una reflexión final en clave de realismo. Yo creo que considerar un problema el acceso a la eucaristía a personas divorciadas vueltas a casar y a los matrimonios homosexuales solo existe en las mentes de los jerarcas, no en la práctica. Y negar dicho acceso se encuentra en el Código de Derecho Canónico, no en la vida de las comunidades cristianas. Son muchas las comunidades eclesiales de todo el mundo (parroquias, comunidades de base, grupos de matrimonios, etc.) que ni siquiera se plantean el problema. Las cristianas y los cristianos divorciados que han vuelto a casarse y las parejas homosexuales son acogidos sin ningún tipo de reserva en dichas comunidades, de las que forman parte, y participan en los sacramentos como el resto de los creyentes. Y lo hacen con toda naturalidad, sin ningún complejo de culpa, sin consultar ni pedir permiso a los clérigos y obispos, ni preguntarse si actúan conforme a la disciplina de la Iglesia, sin someterse a ningún “camino de penitencia”. Bastante penitencia ha tenido y sigue teniendo su vida como para añadirle todavía otra más. No hace mucho sentí una impetuosa necesidad de releer la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Leerla a la antigua usanza: en papel, tocando los folios que salieron de la impresora retándome a dedicarle un buen rato de lectura pausada y sin distracciones. ¿Se puede meditar la Declaración Universal de los Derechos Humanos?
Tras los siete considerandos del preámbulo, que son como el flujo de arrepentimiento por todos los horrores cometidos en menos de cincuenta años en las dos guerras mundiales, se van desgranando los treinta artículos que quieren ser una declaración de mínimos para ir avanzando en el compromiso de valorar al ser humano en su esencia más profunda y sin distinción alguna. Una extraña sensación de frío interior me acompañó el resto del día aunque en aquel momento el verano estaba en su esplendor. El documento lleva "durmiendo" en mi mesa unos meses, arropado por otros muchos papeles que le fueron cayendo encima... Metidos en el otoño, Jesús, a través del pasaje del evangelio de Mt 22, 34-40, llega con un mensaje claro, nítido. Le seguían provocando, buscándole las vueltas: se asociaban para dejarle en evidencia. Saduceos, fariseos, maestros de la Ley... maquinaban para ponerle a prueba. "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?" Pocas palabras necesitó para dejarlos fuera de juego: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda el alma, con todo tu ser". Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas". La Ley, que en principio sirvió para enderezar el camino del pueblo de Israel, se contaminó después y se vio reducida a un fardo de prescripciones que se imponían a los más débiles. De los profetas ya sabemos cómo solían acabar: tomados por locos, rechazados y muertos. Jesús comprimió (utilizando esta palabra en términos informáticos a los que estamos hoy acostumbrados) la Ley entera y los profetas en dos mandamientos: ama a Dios y ama a tu prójimo. Los mayores recordaréis aquello que nos enseñaban en la catequesis cuando éramos niños y que aprendimos con una cantinela: se decía con musiquilla infantil: "Estos diez mandamientos se encierran en dos: amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". Si después de más de dos mil años descomprimimos el mensaje original y central que nos dejó Jesús en estos dos mandamientos, habrá muchas sorpresas. En ellos están contenidos todos los documentos, leyes, discursos, programas, mensajes y declaraciones que se hayan creado y puesto en marcha para beneficio de la humanidad. Encontraremos, por supuesto, la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Abolición de la Esclavitud, Las Leyes Anti-aparheid, el Sufragio Femenino, la No-Violencia, etc. y los miles de millones de actos sencillos y silenciosos, de buenas gentes sencillas y silenciosas, que siguen abonando y fertilizando la vida de la humanidad para que la paz no se extinga, la violencia no lo pueda todo y el ser humano lo sea cada día más. La poesía tiene la facultad de decir mucho en poco espacio: Nacimos del mismo destello dentro del corazón de Dios. Tiempo y espacio no son medidas de eternidad. Si el nacer te hace hijo, ¡hijo de Dios! reconocerlo te hace hermano, ¡el otro!". Yo soy en el otro. Abrámonos a esta comprensión y nos resultará fácil descomprimiren toda su profundidad el mensaje de Amor que Jesús nos dejó. ¡Cuánto hemos complicado las cosas! ¡Cuántas leyes, preceptos y normas hemos establecido! ¡Cuántos códigos hemos promulgado! El de la Iglesia católica tiene más de 1700 cánones o "artículos".
Los gobiernos con cierta frecuencia promulgan leyes y códigos que más que proteger al pueblo en su conjunto, con bastante frecuencia buscan favorecerse a si mismos, a los suyos o al poder. A veces consagran el clasismo, la desigualdad, la discriminación, como la ley de extranjería, los aforamientos, etc. 2 Sin embargo Jesucristo con cuatro palabras lo puso todo muy claro, sencillo y fácil de entender para cualquiera. En el texto del Evangelio de hoy así lo expresa: con tan solo dos mandamientos lo formula muy claro: a) Mandamiento primero: amar a Dios, por encima de todo y sobre todo. b) Mandamiento segundo: amar al prójimo como a uno mismo. Y puntualiza dos cosas: Amar a Dios y al prójimo son totalmente inseparables. Y con cumplir estos dos mandamientos está todo cumplido. Jesús lo deja meridianamente claro en este pasaje, pues el texto griego de Mateo dice que el segundo es "omoía" (igual), al primero. Esta palabra griega significa "equivalente, mismo, igual, que tiene la misma fuerza". Por tanto, se trata de un mismo y único amor. No es posible uno sin el otro. Igual que para formar una cruz son igualmente necesarios el palo vertical y el horizontal, y si falta uno no hay cruz. Así pasa con el amor a Dios y al hombre, son inseparables uno del otro. Pero, ¿cuál de los dos amores es primero? ¿Hay que colocar primero el palo vertical, dirigido a Dios, o el horizontal, dirigido al hombre? Al final del camino Jesús solo nos va a preguntar por el horizontal (Mateo 25,31-46): "Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me atendisteis, en la cárcel y fuisteis a verme". Para practicarlo no hace falta ni saber que es así. Ellos no sabían que se lo hacían a Jesús y por eso le preguntan cuándo se lo hicieron a Él. Jesús les contesta: "lo que hicisteis a los más necesitados a mí me lo hicisteis". Sin duda hay muchos no bautizados que son cristianos y muchos bautizados que no son cristianos. Dios no necesita nada de nosotros para Él, pues es Dios, pero lo necesita todo en los necesitados del mundo. Solo llega El lo que pasa a través de los demás. 3 Pero es mucho más fácil y menos comprometido acogerse al palo vertical y reducir nuestra fe a celebraciones, cultos, ritos, peregrinaciones, rezos, músicas, vestimentas, imágenes, procesiones, medallas, altares, coronas, etc. etc., y quedarnos tranquilos porque ya hemos cumplido, aunque luego nuestra vida vaya por caminos muy diferentes, sin compromiso con la justicia, la fraternidad, la solidaridad, el amor, la honradez, la lealtad, la ética, la misericordia, la lucha por el cambio de una estructura neoliberal que hace cada vez más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Dice Dios por boca del gran profeta Isaías (1,11-18): "no soporto vuestras solemnidades, me tapo los ojos para no veros, aunque menudeéis la plegaria yo no os oigo... porque vuestras manos están llenas de sangre... desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, haced lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano..." El profeta Amós (5,21-24) pone en boca de Dios estas palabras: "Detesto vuestras fiestas, no me gustan vuestras reuniones, no me complazco en vuestras ofrendas, canciones y arpas. Quiero que fluya el juicio como agua y la justicia como torrente inagotable". ¡Qué enorme falta tenemos de este torrente de justicia inagotable en el mundo de hoy! ¡Qué lejos están de practicar esta justicia, el BM, el FMI, la OCM, los grandes bancos con sus desahucios, etc. etc. Jesús sigue esta misma línea profética cuando dice (Mateo 23,23) "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas... que descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe!" 4 Por tanto toda celebración que no anime, sirva y fortalezca nuestro compromiso de fe con los oprimidos del mundo, no vale nada, no sirve para nada, y lejos de ser grata a Dios le resulta insoportable. Así pues, al mismo tiempo que nos reunimos para celebrar la fe en Jesús y su mensaje, al mismo tiempo ayudamos a todo el que lo necesita. Practiquemos apasionadamente la justicia, exijamos justicia, luchemos por la justicia, denunciemos a los injustos, para que todo ser humano pueda vivir dignamente: ¡hay de sobra para todos! No se puede consentir que el 80% de los bienes del mundo se los lleven unos pocos. En la época de Jesús parece ser que había una discusión entre los rabinos acerca de cuál era el mandamiento más importante. Algunos de ellos respondían que el primero era el cumplimiento del sábado.
Cuando se le pregunta a Jesús, este responde dentro de la ortodoxia tradicional: el primer mandamiento para un judío es el famoso Shemá Israel ("Escucha, Israel"), tal como fue recogido en el Libro del Deuteronomio (6,4-9). Este es el primer mandamiento y su vivencia es el criterio que nos hace descubrir que estamos en línea con el proyecto del Reino, del que hablaba el propio Jesús. En la respuesta, Jesús une el Shemá Israel con el amor al prójimo. Lo que hace es anudar dos textos de la Torá: Deut 6,4-5 y Lev 19,18. Sin embargo, tampoco esta unión sería completamente original de Jesús, ya que su propio interlocutor –otro rabino- la reconoce del mismo modo. En realidad, no puede ser de otra manera: el amor no se fracciona; se da o no se da. Únicamente el pensamiento dualista pudo separar ambas dimensiones, hasta el punto de que parecía posible amar a Dios sin amar a los otros y sin amar toda la realidad. Para la mente, todo son objetos separados, por lo que no encuentra problema en imaginar relaciones igualmente "separadas". La realidad, sin embargo, no es dual. No existe un Dios separado, que pueda ser objeto de nuestro amor, al margen de todo lo que es. Por eso, en realidad –Jesús mismo lo había afirmado (Mt 7,21)-, ama a Dios quien ama todo lo que existe. Y quien eso hace, dice Jesús, "no está lejos del reino de Dios". Un imaginario "amor a Dios" que se creyera vivir al margen del amor a los otros sería solo una ficción engañosa de la persona que busca justificarse y, quizás, poner su seguridad en la idea de que está "cumpliendo" con Dios. Pero el amor no tiene que ver, en primer lugar con la emoción ni con el voluntarismo, sino que nace de la certeza de no-separación y se convierte en un abrazo gratuito e incondicional. Como en tantos otros lugares del evangelio, Jesús sitúa la ética por encima de la religión cuando afirma que "estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas". El amor es el fundamento mismo de la Torá, de toda la revelación. Frente a la claridad que percibimos en el evangelio, cuesta entender que, en la tradición cristiana, tanto la autoridad religiosa como la misma predicación hayan puesto reservas a ese planteamiento. Diera la impresión de que, a diferencia de Jesús que solo buscaba el bien de las personas, la religión busca, en primer lugar, autoafirmarse. Pero –el Maestro lo dejó claro- el primer mandamiento no es "salvar la religión", sino vivir en el amor. El amor –decía más arriba- no nace de algún tipo de voluntarismo, sino de la comprensión de quienes somos. Se basa, pues, en la certeza de que todos somos células de un único organismo. Cuando esto se ve, el amor fluye por sí mismo, aunque debamos estar atentos a la inercia del ego, que ve las cosas de modo radicalmente diferente. Se atribuye a Platón un dicho precioso: "El Amor consiste en sentir que el Ser sagrado late dentro del ser querido". Haciendo esa afirmación más extensiva, podría decirse que el Amor consiste en ver en cada ser al Ser uno o la Consciencia que somos; descubrir en cada rostro nuestro propio rostro, Aquel que todos compartimos. Desde una perspectiva no-dual, "amar a Dios" equivale a amar lo que es. Dios no es un Ente individual separado, que reclamara amor y sumisión de un modo ególatra. Dios es Lo que es, absolutamente inefable y radicalmente no-separado de todo lo real. Conscientes de los límites mentales y verbales, quizás podría decirse que Dios es la Mismidad de lo que es. Esa Mismidad última de lo real es Consciencia y Amor, núcleo unificador de todo lo existente y sabiduría que rige todo el proceso en el que se va desplegando. Amar a Dios, por tanto, significa amar lo que es. Nuestra mente divide todo en dos bloques netamente diferenciados: lo que le agrada y lo que le desagrada. Una vez que lo ha etiquetado, tratará de aferrarse a ello (si le agrada) o lo rechazará (si le desagrada). Esto explica que el ego funcione básicamente a partir de la "ley del apego y de la aversión". La mente (el ego), por tanto, es incapaz de amar todo lo que es. Y ahí radica, precisamente, la causa de la confusión y del sufrimiento. Es nuestra resistencia a lo que es la que provoca el sufrimiento. La sabiduría consiste en amar lo que es. Antes de ponerle etiquetas, más allá de los juicios que establezca nuestra mente, al amar lo que es, nos alineamos con el momento presente, dejamos de resistir y empezamos a fluir con la Sabiduría de la vida. Al fluir, es la Vida misma (Dios) quien se expresará a través de nosotros: nos habremos convertido en "cauces" a través de los cuales la vida fluye. Se recupera la armonía y aparece la acción adecuada en cada momento. Soy consciente de que la mente no puede "entender" este planteamiento, que para ella resulta absurdo e incluso "injusto" (con toda la batería de etiquetas añadidas en las que la mente es experta). Se requiere experimentarlo. Sin embargo, hay una pista que me parece elocuente: cuando nuestra mente se halla en paz, lo que queremos es lo que es. La pregunta sobre el tributo al Cesar se la hicieron los fariseos y herodianos. A continuación, narra Mateo otra pregunta de los saduceos sobre la resurrección de los muertos, en la que ellos no creían. Quieren ridiculizar la creencia en otra vida con el supuesto de siete hermanos que estuvieron casados con la misma mujer. Jesús desbarata sus argumentos. Por eso, a continuación, el texto de hoy dice: "Al oír que había hecho callar a los saduceos", los fariseos vuelven a la carga: ¿Cuál es el primer mandamiento?
La pregunta no era tan sencilla, como puede parecernos hoy. La mayoría de los juristas consideraba que todos los mandamientos tenían la misma importancia. Otros defendían que guardar el sábado era la primera obligación de todo israelita. También había quien defendía el amor al prójimo como el principal. A nadie se le había ocurrido que el principal mandamiento, eran dos. En Mateo y en Marcos, Jesús responde recitando la "shemá" (escucha), que todo israelita piadoso recitaba dos veces cada día (Dt 6, 4-9); pero Jesús añade una referencia al Lev 19,18, que prescribe amar al prójimo como a ti mismo. La originalidad de Jesús está en la importancia que dio a la propuesta de unir los dos mandamientos. De hecho, lo único que hace es citar dos textos del AT. No se trata solo de una yuxtaposición o de una equiparación. Se trata de una identificación en toda regla, que además, prepara el terreno a Juan para poder decir con rotundidad:"UN mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 13,34). Es el mandamiento nuevo, que convierte la Ley en vieja. Queda establecida la diferencia entre las dos alianzas. Después de veinte siglos, seguimos sin enterarnos. Como veíamos el domingo pasado, el valor absoluto de cada persona es una propuesta exclusiva de Jesús. Hasta entonces el individuo no contaba más que como perteneciente e integrado en el grupo. Desde esa perspectiva, lo único que interesaba eran las manifestaciones del amor, no el amor mismo. De ese modo, el precepto recaía sobre las manifestaciones. El amor que exige Jesús, no se puede alcanzar con el cumplimiento de un precepto. Ya no se trata de una ley, sino de una actitud. "Un amor que responde a su amor" (Jn 1,16). El amor que pide Jesús no puede imponerse desde fuera. El concepto de "prójimo" es modificado por Jesús de manera sustancial. Para un judío, prójimo era el que pertenecía al pueblo y a lo sumo el prosélito. Jesús desbarata esa barrera y postula que todos somos exactamente iguales para Dios. El cristianismo no siempre ha sabido trasmitir esta idea de igualdad y hemos seguido creyendo que nosotros somos los elegidos y que Dios es nuestro Dios, como los judíos de todos los tiempos. Jesús no propone como primer mandamiento ni amar a Dios, ni el amor a él mismo. Dios es don total y no pide nada a cambio. Ni él necesita nada de nosotros, ni nosotros le podemos dar nada. Hablando con propiedad, Dios ni ama ni puede ser amado, es amor. La exigencia de Jesús no es con relación a Dios, sino con relación al hombre. Cuando seguimos proponiendo los mandamientos de la "Ley de Dios" como marco para la vida de la comunidad, es que no hemos entendido o aceptado el mensaje de Jesús. S. Agustín lo entendió muy bien cuando dijo: "Ama y haz lo que quieras". Pero Pablo lo había dicho con la misma claridad: "Quien ama ha cumplido el resto de la Ley". No se trata de una nueva ley, sino de hacer inútil toda ley, toda norma, todo precepto. El "como a ti mismo" (también superado por Jesús: "como yo os he amado") necesitaría un comentario más extenso. Únicamente diré, que el amor solo se puede dar entre iguales. Si considero superior o inferior al otro, mi relación con él nunca será de amor. Desde esta perspectiva, ¿a dónde se van todas nuestras "caridades"? Lo que nos pide Jesús es que quiera para los demás todo lo que estoy deseando para mí. ¿De verdad creo hacer caridad cuando doy al mendigo la ropa vieja que ya no voy a utilizar? Una vez más tenemos que resaltar la imposibilidad de aceptar el mensaje de Jesús sin abandonar la idea de Dios del AT. Esta es la trampa en la que cayeron los primeros cristianos que eran todos judíos. Aquí está, también, la clave para entender tantas aparentes contradicciones en los evangelios. Lo que pide Jesús es más de lo que puede enseñar cualquier institución. La excesiva fidelidad a la institución, impide alcanzar el mandamiento nuevo. Por eso Jesús criticó tan duramente las instituciones religiosas de su tiempo (Templo, Ley, culto); se habían convertido en un obstáculo para llegar al hombre. El amor consiste en desarrollar la capacidad que tiene un ser de salir de sí e ir al otro para enriquecerle como persona. A Dios no se le puede amar directamente ni mucho ni poco, porque no le podemos conocer. Dios no es un sujeto con el que me pueda encontrar. No es nada distinto de mí o de la creación. No está en el cielo ni en ninguna otra parte. Amar a Dios no es hacer algo por Él, sino dejar que Él, que es amor, te encuentre. Demostraré que estoy abierto al Amor que es Dios, si amo a los demás. Si dejo de amar a una sola persona, puedo estar seguro de que lo que me mueve no es el amor, sino el egoísmo, el instinto, la pasión, el interés o la simple programación. El amor no puede ser un precepto. Sus manifestaciones sí. El peligro está en confundir el amor con alguna de sus manifestaciones. No responde a necesidades de algún aspecto de mi ser. Acontece en la profundidad del ser, incluyendo todos sus aspectos. Es el único camino para un crecimiento armónico del ser, impidiendo que el interés de una parte del mismo, se imponga y arrastre a todo el ser, malográndolo (egoísmo, hedonismo). El superar el egoísmo no significa una renuncia a nada sino un acopio de humanidad. No suprime ninguno de los aspectos de nuestra humanidad, sino que los colma y les da su verdadero sentido. El amor no es algo que se pueda alcanzar directamente, sino una consecuencia del conocimiento. Los escolásticos decían: "no se puede amar nada, si antes no se conoce". Pero debe quedar muy claro, que de un conocimiento sensitivo o racional nace el egoísmo. Las conclusiones de un razonamiento serán siempre egoístas. Solo de un conocimiento vivencial (experiencia) puede nace el verdadero amor. Si necesitamos motivos para amar, no hemos descubierto el amor. Si amamos para hacer un favor al amado, funcionará sólo a medias. Tengo que descubrir que soy yo el que me enriquezco al amar. El problema está en que ese enriquecimiento se produce en mi verdadero ser, y eso no nos interesa demasiado. El mayor peligro a la hora de comprender el amor es que lo confundimos con el deseo de que el otro me quiera. El deseo de que otro me ame es instintivo y no va más allá del interés egoísta. La mayoría de las veces, cuando decimos te amo, en realidad queremos decir: "quiero que me quieras". Esto no tiene nada que ver con el mensaje de Jesús. Lo que más aterroriza a un niño es el miedo a que sus padres dejen de quererle. A las personas mayores les obsesiona el miedo a ser un estorbo para sus hijos. Es ignorancia creer que podemos amar a Dios aunque no amemos al prójimo; o peor aún, que podemos amar a uno mucho y a otro poco o nada. El amor es uno solo porque es una actitud personal. El amor queda especificado en la persona que ama, no por la persona amada. Tiene que existir antes de manifestarse. Lo que llega a los demás, lo que se percibe al exterior, son solo las manifestaciones de ese amor. La actitud vital es única en cada persona, pero el amor tengo que manifestarlo de distinta manera a cada uno. Meditación-contemplación Tu verdadero ser es amor y nada más que amor. Descubrirlo es la meta de todo ser humano. La buena noticia que Jesús nos aportó, es que puedes llegar a identificarte con lo que Dios es. ....................... Si estás en la disyuntiva: quiero amar pero no puedo. es que no has recorrido el camino adecuado. El amor que Jesús nos pide es fruto de un descubrimiento, que solo puedes hacer viajando hacia tu interior. .................... La razón sola siempre considerará un disparate, ese Amor, porque su objetivo es la vida con minúscula. Más allá de lo razonable, tú puedes descubrir la Vida. La VIDA de Dios que está en ti y está en todas las cosas. ¿Cuál es el mandamiento principal? Muchos católicos responderían: «Ir a misa el domingo». Los que piensan así probablemente no irán a misa este domingo. A los que piensen de otro modo y vayan, les gustará recordar lo que pensaba Jesús.
El problema de sus contemporáneos En los domingos anteriores, diversos grupos religiosos se han ido enfrentado a Jesús, y no han salido bien parados. Los fariseos envían ahora a un especialista, un doctor de la Ley, que le plantea la pregunta sobre el mandamiento principal. Para comprenderla, debemos recordar que la antigua sinagoga contaba 613 mandamientos (248 preceptos y 365 prohibiciones), que se dividían en fáciles y difíciles: fáciles, los que exigían poco esfuerzo o poco dinero; difíciles, los que exigían mucho dinero (como honrar padre y madre) o ponían en peligro la vida (la circuncisión). Generalmente se pensaba que los importantes eran los difíciles, y entre ellos estaban los relativos a la idolatría, la lascivia, el asesinato, la profanación del nombre divino, la santificación del sábado, la calumnia, el estudio de la Torá. ¿Se puede reducir todo a uno? Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, de saber qué era lo más importante. Este deseo se encuentra en una anécdota a propósito de los famosos rabinos Shammai y Hillel, que vivieron pocos años antes de Jesús. Una vez llegó un pagano a Shammai y le dijo: «Me haré prosélito con la condición de que me enseñes toda la Torá mientras aguanto a pata coja». Shammai lo despidió amenazándolo con una vara de medir que tenía en la mano. El pagano acudió entonces a Hillel, que le dijo: «Lo que no te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpretación" (Schabat 31a). También el Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) sintetizó toda la Ley en una sola frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo; este es un gran principio general en la Torá». La novedad de Jesús Mateo había puesto en boca de Jesús una síntesis parecida al final del Sermón del Monte: «Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). Pero en el evangelio de hoy Jesús responde con una cita expresa de la Escritura: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente» (Deuteronomio 6,5). Son parte de las palabras que cualquier judío piadoso recita todos los días, al levantarse y al ponerse el sol. En este sentido, la respuesta de Jesús es irreprochable. No peca de originalidad, sino que aduce lo que la fe está confesando continuamente. La novedad de la respuesta de Jesús radica en que le han preguntado por el mandamiento principal, y añade un segundo, tan importante como el primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19,18). Una vez más, su respuesta entronca en la más auténtica tradición profética. Los profetas denunciaron continuamente el deseo del hombre de llegar a Dios por un camino individual e intimista, que olvida fácilmente al prójimo. Durante siglos, muchos israelitas, igual que muchos cristianos, pensaron que a Dios se llegaba a través de actos de culto, peregrinaciones, ofrendas para el templo, sacrificios costosos... Sin embargo, los profetas les enseñaban que, para llegar a Dios, hay que dar necesariamente el rodeo del prójimo, preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una sociedad justa. Dios y el prójimo no son magnitudes separables. Tampoco se puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. Ambos preceptos, en la mentalidad de los profetas y de Jesús, están al mismo nivel, deben ir siempre unidos. «De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas» (v.40). El prójimo son los más pobres (1ª lectura) En esta misma línea, la primera lectura es muy significativa. Podían haber elegido el texto de Deuteronomio 6,4ss donde se dice lo mismo que Jesús al principio: «Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón...» Sin embargo, han elegido un texto del Éxodo que subraya la preocupación por los inmigrantes, viudas y huérfanos, que son los grupos más débiles de la sociedad (la traducción que se usa en España dice los «forasteros», pero en realidad son los inmigrantes, los obligados a abandonar su patria en busca de la supervivencia, marroquíes, senegaleses, rumanos, etc.). Luego habla del préstamo, indicando dos normas: si se presta dinero, no se pueden cobrar intereses; si se pide el manto como garantía, hay que devolverlo antes de ponerse ponerse el sol, para que el pobre no pase frío. Es una forma de acentuar lo que dice Jesús: sin amor al prójimo, sobre todo sin amor y preocupación por los más pobres, no se puede amar a Dios. El biológo francés Jacques L. Monod en su ensayo “El azar y la necesidad” (1.970) explica que las variables del logos y el azar de la evolución humana serían aspectos complementarios de las necesaria adaptación evolutiva de los seres vivos ante los cambios drásticos para asegurar su éxito reproductor (supervivencia) con lo que asistiríamos a la irrupción de un “escenario teleonómico” en contraposición al llamado “escenario teleológico” vigente en la actual sociedad occidental y en el que la finalidad de los procesos creativos eran planeadas por modelos finitos que podían intermodelar o simular varios futuros alternativos y en los que primaba la intención, el propósito y la previsión.
Shakespeare, por boca de un asustado Enrique IV expresa el miedo y la impotencia del hombre debido a la ausencia de certezas ante el caos de la mudanza : “¡Dios mío, si tuviésemos la opción de leer en el libro del destino y ver del tiempo las revoluciones, ver cómo la ocasión se burla y cómo llena el cambio la copa de Mudanza con diversos colores”. Así, la entrada en recesión de las economías mundiales en el 2008 implementó el estigma de la incertidumbre y la incredulidad en una sociedad inmersa en la cultura del Estado de Bienestar del mundo occidental y derivó posteriormente en un shock traumático al constatarse el vertiginoso tránsito desde niveles de bienestar hasta la cruda realidad de la pérdida del trabajo, posterior desahucio e inmersión en umbrales de pobreza, piezas desgajadas del puzzle inconexo del caos en el que estamos ya inmersos. Por caos entendemos algo impredecible y que se escapa a la miope visión que únicamente pueden esbozar nuestros ojos ante hechos que se escapan de los parámetros conocidos. pues nuestra mente es capaz de secuenciar únicamente fragmentos de la secuencia total del inmenso genoma del caos, con lo que inevitablemente recurrimos al término “efecto mariposa” para intentar explicar la vertiginosa conjunción de fuerzas centrípetas y centrífugas que terminarán por configurar el puzzle inconexo del caos ordenado que se está gestando. El citado” efecto mariposa” trasladado a sistemas complejos como la Metereología, Detección y Prevención de Epidemias o la Bolsa de Valores, tendría como efecto colateral la imposibilidad de detectar con antelación un futuro mediato pues los modelos cuánticos que utilizan serían tan sólo simulaciones basadas en modelos precedentes, con lo que la inclusión de tan sólo una variable incorrecta o la repentina aparición de una variable imprevista provoca que el margen de error de dichos modelos se amplifique en cada unidad de tiempo simulada hasta exceder incluso el límite estratosférico del cien por cien, de lo que serían paradigmas el retorno al endemismo recurrente de la Guerra Fría, la agónica situación del Ártico y del Mar de Aral, la globalización del virus del ébola y el actual desplome bursátil. “Sofía Loren, sí; Montini, no”, gritaban por las calles de Madrid cientos de jóvenes falangistas contra Pablo VI una tarde de otoño de 1963. Al día siguiente, el director del periódico Pueblo, Emilio Romero, el gran mimado del dictador Franco, publicaba un regocijado artículo llamando Tontini al Pontífice romano, que llevaba en el cargo apenas tres meses. Fue evidente que Franco estuvo al tanto de aquella grosera salida de tono. Lo supone el cardenal Tarancón en sus memorias, que tituló Confesiones’ Había nacido, en la muy católica España (eso se decía entonces), el anticlericalismo de derechas, un fenómeno que suscitó la curiosidad internacional por su reiterada agresividad. Las manifestaciones (ilegales, pero jaleadas por el Régimen dictatorial) iban a extenderse a partir de entonces por toda España, en una escalada de la tensión que trascendió la muerte de Franco cuando unos llamados ‘Guerrilleros de Cristo Rey’pusieron de moda el grito (y las pancartas) de “Tarancón al paredón”, en alusión al cardenal encargado por Pablo VI de ejecutar sus políticas antifascistas.
Franco supo lo que se le avecinaba nada más conocer la elección del cardenal Montini como sucesor de Juan XXIII. El tradicional contubernio judeomasónico y comunista, el espantajo en que la dictadura sustentaba sus brutalidades, sumaba un enemigo inesperado pero notorio, nada menos que un Papa cuyo antifascismo venía de familia. Su padre, Giorgio, abogado y periodista, dirigió la Acción Católica, fue diputado en el Parlamento de Italia y corrió peligro de ser eliminado por Mussolini. Antes de llegar a Papa, cuando era arzobispo de Milán, Montini hijo había elevado su voz varias veces contra los fusilamientos del franquismo. Por eso, el régimen reaccionó pronto, sin esperanza de arreglo, con ira. Romero, el primer día que tomó la costumbre de llamar Tontini al papa Montini, lo argumentó con desparpajo: “Vamos a disfrutar de una Santidad que da respaldo para incordiar en un país donde se aburren los curas por una paz tan prolongada". Todo empezó en el Vaticano II, que proclamó la libertad religiosa y de conciencia como un derecho humano y exigió de los Gobiernos católicos que renunciasen a sus privilegios. Malas perspectivas en España, que definía en el BOE a la Iglesia romana como una “sociedad perfecta” y la única confesión de los españoles, y que había invertido 340.000 millones de pesetas (la moneda de entonces) a cambio de que la jerarquía católica fuese su “principal apoyo y sustento”. Textual lo que va entre comillas. Las cuentas se las hizo en 1973 el presidente del Gobierno, Carrero Blanco, al cardenal Tarancón. Para entonces, pese a un cruce de cartas entre Pablo VI y Franco intentando suavizar las formas, las relaciones parecían rotas hasta el punto de que el Gobierno de Carlos Arias, que sucedió al de Carrero, llevó a un Consejo de Ministros la propuesta de romper relaciones con el Vaticano. “¿Habéis perdido la cabeza?”, les dijo Franco. Lo cuenta López Rodó en el cuarto volumen de sus Memorias. Tarancón también alude a ese momento en sus recuerdos. “Franco estaba obsesionado con la idea de que un Gobierno que choca con la Iglesia es un gobierno que cae”, escribe. Hacía años que el dictador se lo había advertido más castizamente a ministro de Gobernación, Camilo Alonso Vega: “Camilo, no te metas con los curas, que la carne de cura indigesta”. Franco sumaba un enemigo inesperado: un Papa cuyo antifascismo venía de familia Pese a todo, Franco prohibió a Pablo VI viajar a Santiago de Compostela y permitió abrir una cárcel solo para curas en Zamora. Peor aún: en febrero de 1974, el jefe de Policía de Bilbao puso bajo arresto domiciliario al obispo Añoveros a la espera de la orden de Madrid para enviarlo en avión al exilio. El Gobierno tenía preparada, además, la carta de ruptura de relaciones con el Estado vaticano. Renunció a hacerlo cuando Tarancón enseñó a Franco, ya muy decrépito pero lúcido para lo fundamental, la carta de excomunión ordenada por el Papa, para él y todo su Gabinete, si se consumaba la expulsión del prelado bilbaíno. Había habido antes, a partir de 1965 y para ejecutar los acuerdos del Vaticano II, un amistoso cruce de cartas entre Pablo VI y Franco en torno a la vigencia del Concordato de 1953, que Roma quería revisar a toda costa para quitarle al dictador sus privilegios en el nombramiento de obispos. “Renunciaré” (a ese derecho concordatario) si su Santidad renuncia a su vez a sus muchos privilegios en España”, resumió finalmente su posición el llamado Caudillo de España. El Vaticano enmudeció. No volvió a la carga sobre el asunto hasta 1976. Este año arrancó del Gobierno del sucesor del dictador, el rey Juan Carlos I, la renuncia a sus muchas prerrogativas, sin ceder por su parte ni una de las suyas, que siguen siendo cuantiosa tras los llamados Acuerdos de 1979. El régimen reaccionó pronto, sin esperanza de arreglo, con ira Todo había empezado en vida del mítico Juan XXIII, que tenía prohibido pronunciar la palabra “cruzada” en su presencia. Fue el Papa que, junto a Pablo VI, entonces su cardenal preferido, puso en marcha la estrategia para España, convencidos ambos de que la Iglesia romana corría el riesgo de ser arrastrada por la Historia junto a la dictadura a la muerte de Franco, a quien había apoyado desde el principio. En la reunión estuvo, además de Tarancón, entonces un joven prelado arrinconado durante 18 años por el Régimen en la diócesis de Solsona, el primado de Toledo, cardenal Pla y Deniel, partidario de acabar en España “con todos los hijos de Caín”. Así lo había escrito en una carta pastoral. “Esa posición es poco cristiana y debe ser rectificada de inmediato”, le dijo Montini. Pla y Deniel, que ya tenía 88 años, se defendió como gato panza arriba. Franco salvó a la Iglesia; Franco paga la reconstrucción de templos y nos construye seminarios (5.106 millones en ese apartado, ofrece el dato); Franco paga salarios, Franco ha entregado a los obispos la enseñanza primaria y secundaria... El futuro Papa le corta: “Bien, entiendo. Pero la cizaña no puede extirparse. La cizaña ha de convivir con el trigo para que la bondad de este sobresalga”. El Vaticano aspiraba a la reconciliación de los españoles y gran parte de la jerarquía católica del momento no quería esa reconciliación. Es a partir de esa visita al Vaticano cuando Juan XXIII y el cardenal Montini deciden que hay que preparar un golpe de mano en el episcopado español, poniendo al frente a personas que, poco a poco, vayan separando a la Iglesia católica de dictadura tan poco cristiana. El liderazgo lo asumirá Tarancón, que cumplirá el encargo con habilidad vaticana. “El Régimen franquista no tiene futuro. La Iglesia española, si quiere sobrevivir a Franco, deberá irse separando de él poco a poco, pero completamente”, le dice Montini, textualmente. Cuando Franco percibe la operación, hay un debate en su Gobierno sobre cómo reaccionar. Se desespera por lo que escucha. Le dice más tarde a su ministro de propaganda, Manuel Fraga, que se jacta por doquier de nombrar él mismo a muchos obispos: “¿Cree que no me doy cuenta de lo que pasa? ¿Acaso cree que soy un payaso de circo?” No es fácil hablar sobre "lo Divino" ya que no es algo que esté bajo nuestro escrutinio. Cada creyente, agnóstico e incluso ateo, se hace una idea de Dios. Dependiendo del lugar, y la época que uno nace, las ideas sobre lo divino varían según los condicionantes históricos y culturales. Además suele ocurrir que hasta los creyentes varían en sus ideas según pasan los años, debido a las vivencias, las confrontaciones intelectuales, los conocimientos científicos o las preguntas existenciales. Quizás lo que nos han transmitido no sea correcto. Solemos olvidar que todo lo que se dice sobre Dios, son los hombres quienes lo dicen. O bien una supuesta autoridad infalible que pretende ser el portavoz de ese Dios desconocido. Podría ser que la palabra "Dios" significara algo distinto a todo lo que hemos imaginado o pensado. ¿Pero cómo averiguarlo?
Mis amigos Protestantes liberales franceses se conforman con postular la existencia de un Dinamismo creador. Bueno eso lo podemos aceptar todos, pues lo vemos en la Vida y en la naturaleza. No es una respuesta total, pero es una indicación de que los teólogos están tratando de rescatar la idea de "Dios" de una manera creíble. La labor es ardua, compleja y llena de dificultades. Personalmente me atasco en el llamado "Silencio de Dios". No concibo un Dios personal que no controle la malformación de un embrión, una epidemia de Ébola, las violaciones de niñas, tsunamis... Quizás deberíamos poner nombre a esa Ausencia o a ese Silencio. Aunque con eso no se resuelve todo. Hablando con una amiga le decía que el único amor que he visto realmente, es el amor humano. Por ejemplo: en el caso de los niños del Cuerno de África que se mueren de hambre. Si los dejamos "en las manos de Dios" ¿qué pasaría? En cambio, son los seres humanos los que van allí, ONGs, misioneros, voluntarios, para llevar medicamentos, alimentos, esperanza. Podemos afirmar que lo "divino" acontece cuando los seres humanos se aman. En todo caso "ese es el dios en el que creo", la bondad humana, esa interrelación de compasión. José Antonio Marina nos dice que "somos la providencia de Dios". Que así sea. Por supuesto no estoy diciendo que el hombre sea divino. Pues ya sabemos de lo que somos capaces. Lo divino es esa "relación de compasión" que nos eleva por encima de lo meramente biológico, que nos humaniza. Y en todo esto sigo viendo a Jesús de Nazaret como el gran referente. Él consideraba que era inspirado por su Abba, dentro de la cosmovisión judía que tenía. ¿Qué nos inspira a nosotros hoy a tener compasión, a creer en la bondad? Lo que sea y como le llamemos, eso será nuestro "Abba". Lo más profundo de nosotros, que se manifiesta en lo más humano. Y eso es constatable, no es una especulación. Al hambriento, a la niña abusada, al que se siente despreciado... sólo puede confiar en que otro ser humano se le acerque, tenga interés por él, se "la juegue" para ayudarle. Ese encuentro liberador, que revivifica lo que se moría, es la expresión más grande del amor, de lo divino. Jesús de Nazaret nos anunció: "sólo Dios es bueno". Debido a la complejidad actual ¿podríamos traducir las palabras del Maestro como: "sólo la Bondad es divina"? Quizás así podríamos unirnos creyentes, agnósticos y ateos compasivos en el gran proyecto de hacer un mundo mejor. Uno donde cuanto más nos vamos humanizando más se va manifestando la dimensión divina de la vida. |
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