En la época de Jesús parece ser que había una discusión entre los rabinos acerca de cuál era el mandamiento más importante. Algunos de ellos respondían que el primero era el cumplimiento del sábado.
Cuando se le pregunta a Jesús, este responde dentro de la ortodoxia tradicional: el primer mandamiento para un judío es el famoso Shemá Israel ("Escucha, Israel"), tal como fue recogido en el Libro del Deuteronomio (6,4-9). Este es el primer mandamiento y su vivencia es el criterio que nos hace descubrir que estamos en línea con el proyecto del Reino, del que hablaba el propio Jesús. En la respuesta, Jesús une el Shemá Israel con el amor al prójimo. Lo que hace es anudar dos textos de la Torá: Deut 6,4-5 y Lev 19,18. Sin embargo, tampoco esta unión sería completamente original de Jesús, ya que su propio interlocutor –otro rabino- la reconoce del mismo modo. En realidad, no puede ser de otra manera: el amor no se fracciona; se da o no se da. Únicamente el pensamiento dualista pudo separar ambas dimensiones, hasta el punto de que parecía posible amar a Dios sin amar a los otros y sin amar toda la realidad. Para la mente, todo son objetos separados, por lo que no encuentra problema en imaginar relaciones igualmente "separadas". La realidad, sin embargo, no es dual. No existe un Dios separado, que pueda ser objeto de nuestro amor, al margen de todo lo que es. Por eso, en realidad –Jesús mismo lo había afirmado (Mt 7,21)-, ama a Dios quien ama todo lo que existe. Y quien eso hace, dice Jesús, "no está lejos del reino de Dios". Un imaginario "amor a Dios" que se creyera vivir al margen del amor a los otros sería solo una ficción engañosa de la persona que busca justificarse y, quizás, poner su seguridad en la idea de que está "cumpliendo" con Dios. Pero el amor no tiene que ver, en primer lugar con la emoción ni con el voluntarismo, sino que nace de la certeza de no-separación y se convierte en un abrazo gratuito e incondicional. Como en tantos otros lugares del evangelio, Jesús sitúa la ética por encima de la religión cuando afirma que "estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas". El amor es el fundamento mismo de la Torá, de toda la revelación. Frente a la claridad que percibimos en el evangelio, cuesta entender que, en la tradición cristiana, tanto la autoridad religiosa como la misma predicación hayan puesto reservas a ese planteamiento. Diera la impresión de que, a diferencia de Jesús que solo buscaba el bien de las personas, la religión busca, en primer lugar, autoafirmarse. Pero –el Maestro lo dejó claro- el primer mandamiento no es "salvar la religión", sino vivir en el amor. El amor –decía más arriba- no nace de algún tipo de voluntarismo, sino de la comprensión de quienes somos. Se basa, pues, en la certeza de que todos somos células de un único organismo. Cuando esto se ve, el amor fluye por sí mismo, aunque debamos estar atentos a la inercia del ego, que ve las cosas de modo radicalmente diferente. Se atribuye a Platón un dicho precioso: "El Amor consiste en sentir que el Ser sagrado late dentro del ser querido". Haciendo esa afirmación más extensiva, podría decirse que el Amor consiste en ver en cada ser al Ser uno o la Consciencia que somos; descubrir en cada rostro nuestro propio rostro, Aquel que todos compartimos. Desde una perspectiva no-dual, "amar a Dios" equivale a amar lo que es. Dios no es un Ente individual separado, que reclamara amor y sumisión de un modo ególatra. Dios es Lo que es, absolutamente inefable y radicalmente no-separado de todo lo real. Conscientes de los límites mentales y verbales, quizás podría decirse que Dios es la Mismidad de lo que es. Esa Mismidad última de lo real es Consciencia y Amor, núcleo unificador de todo lo existente y sabiduría que rige todo el proceso en el que se va desplegando. Amar a Dios, por tanto, significa amar lo que es. Nuestra mente divide todo en dos bloques netamente diferenciados: lo que le agrada y lo que le desagrada. Una vez que lo ha etiquetado, tratará de aferrarse a ello (si le agrada) o lo rechazará (si le desagrada). Esto explica que el ego funcione básicamente a partir de la "ley del apego y de la aversión". La mente (el ego), por tanto, es incapaz de amar todo lo que es. Y ahí radica, precisamente, la causa de la confusión y del sufrimiento. Es nuestra resistencia a lo que es la que provoca el sufrimiento. La sabiduría consiste en amar lo que es. Antes de ponerle etiquetas, más allá de los juicios que establezca nuestra mente, al amar lo que es, nos alineamos con el momento presente, dejamos de resistir y empezamos a fluir con la Sabiduría de la vida. Al fluir, es la Vida misma (Dios) quien se expresará a través de nosotros: nos habremos convertido en "cauces" a través de los cuales la vida fluye. Se recupera la armonía y aparece la acción adecuada en cada momento. Soy consciente de que la mente no puede "entender" este planteamiento, que para ella resulta absurdo e incluso "injusto" (con toda la batería de etiquetas añadidas en las que la mente es experta). Se requiere experimentarlo. Sin embargo, hay una pista que me parece elocuente: cuando nuestra mente se halla en paz, lo que queremos es lo que es.
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |