Para captar la originalidad del evangelio conviene recordar otras referencias a la vid en el Antiguo Testamento. Un salmo compara al pueblo de Israel con una vida pequeña, que Dios trasplanta a la tierra de Canaán, donde crece de manera espléndida y extiende sus pámpanos hasta el Gran Río (el Éufrates). Alude al imperio davídico. Pero llega un momento en que la vid se ve asaltada, pisoteada y destruida por los pueblos vecinos y los grandes imperios. ¿Por qué ha ocurrido esto? Una canción de Isaías ofrece la respuesta: la vid, que ha recibido inmensos cuidados por parte del labrador, en vez de dar uvas da agrazones. Pasando de la imagen a la realidad, Dios esperaba de su pueblo justicia y bondad y encontró malicia y maldad.
En el evangelio, la imagen cambia profundamente. La vid no es el pueblo, sino Jesús. Y adquieren un protagonismo inesperado los sarmientos, nosotros. Este pasaje se conoce como «la parábola de la vid y los sarmientos». Título erróneo, porque no tiene en cuenta al protagonista principal, el labrador, que es quien poda, arranca y tira los sarmientos que no dan fruto. Y más bien que parábola es una fábula, donde los protagonistas son animales o plantas que pueden hablar y actuar. En este caso, los protagonistas secundarios, los sarmientos, no hablan, pero sí actúan. Algunos deciden mantenerse unidos a la vid, y dan fruto abundante. Otros deciden independizarse, cortar la relación con la vid, y dejan de dar fruto. (La imagen de unas ramas en movimiento, en este caso alejándose del tronco, recuerda la fábula de Yotán, que comienza: «Se pusieron en marcha los árboles para elegirse un rey»). El enfoque del evangelio, insistiendo en la idea de permanecer en Jesús, se comprende recordando un episodio de Lucas. En la aparición a los discípulos de Emaús, estos terminan pidiéndole: «Quédate con nosotros, Señor». En Juan cambia la perspectiva. Es Jesús quien nos dice: «Permaneced en mí». Es muy distinto «quedarse con» y «permanecer en», aunque parezcan lo mismo. Lo segundo habla de mayor intimidad, como la de un niño en el seno de su madre. El título habitual subraya la importancia de la vid. Y en parte lleva razón: de estar unidos a ella o separados de ella depende el futuro de los sarmientos. Pero la vid no hace nada. Simplemente está ahí. Todas las acciones las realizan el labrador o los sarmientos. Enfoque curioso, que nos obliga a reflexionar sobre la importancia de Dios Padre en la vida del cristiano; y el papel fundamental de Jesús, aunque a veces tengamos la impresión de que no hace nada en nuestra vida. 1ª lectura: la viña y la poda de Dios (Hechos de los Apóstoles 9, 26-31) Aunque no tenga relación ninguna con el evangelio, el texto de los Hechos se puede leer como una concreción del mismo. El final nos dice cómo la vid, la comunidad cristiana, se extiende y fructifica. Y la primera parte, la que trata de Pablo, recuerda lo que dice la fábula a propósito del labrador: «a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto». Podar es cortar, herir al árbol, despojarlo de algo que le ha costado tiempo y esfuerzo producir. Pero el campesino lo hace para que esté más sano y fuerte. Eso es lo que hace Dios con Pablo. Después de su conversión, Pablo podría esperar que lo recibieran muy bien en Jerusalén. Pero ocurre algo muy distinto: no se fían de él, lo rehúyen, hasta que Bernabé lo presenta a los apóstoles. Cuando comienza a predicar, los judíos de lengua griega intentan eliminarlo y debe huir a Tarso. En realidad, toda la vida de Pablo fue una gran poda, una vida llena de persecuciones y sufrimientos. Pero a través de ellos se convirtió en el mayor de los apóstoles. Dio mucho fruto. Una buena enseñanza para los que quisiéramos que todo nos fuera bien en la vida, sin ningún tipo de dificultades. 2ª lectura: cómo permanecer unidos a la vid (1ª carta de Juan 3,18-24) El evangelio insiste en la necesidad de que el sarmiento esté unido a la vid. La segunda lectura nos indica el modo concreto de mantener la unión. El texto, como es habitual en Juan, resulta complicado y mezcla diversos temas: el amor falso y el verdadero, el complejo de culpabilidad, la confianza en Dios, la observancia de los mandamientos, la fe en Jesús y el amor mutuo, la permanencia en Dios y el don del Espíritu. Siguiendo la metáfora del evangelio, es una vid demasiado frondosa que conviene podar. Bastaría recordar que amar de verdad y con obras equivale a creer en Jesús y amarnos unos a otros. Esa es la forma de permanecer unidos a la vid y la única garantía de que daremos fruto como cristianos.
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Muerte en el mar
Los fallecidos vuelven a ser más de cuarenta: hombres, mujeres y niños. Esta vez el sepulcro es el mar entre Túnez e Italia. Y el verdugo, el que hundió en el mar la pequeña embarcación llena de humanidad herida, no fueron, como la fuente de información insinúa, las malas condiciones, el sobrepeso y las condiciones climáticas adversas, con lluvia, fuertes vientos y gran oleaje; el verdugo está desde siempre en tierra firme, a un lado y otro de esa línea que separa África de Europa, una frontera por la que sin dificultad pasan a Europa las riquezas de África, y por la que no pueden pasar los pobres de África. Transcribo palabras que oiremos proclamadas el próximo domingo en todas las iglesias de Europa: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia… te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación”. “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas… yo doy mi vida por las ovejas”. Suenan bien, suenan normales, suenan consoladoras, suenan luminosas… Pero escúchalas ahora, Iglesia madre de pobres, escúchalas proclamadas en esa barcaza que se hunde... Y esa palabra, que es normal en nuestros ambones, allí, entre hombres, mujeres y niños que mueren aterrorizados, suena a burla, suena a sarcasmo… "Con nuestras opciones políticas, con nuestras opciones ideológicas, los que nos decimos creyentes hacemos mentiroso a Dios" Para nuestra fe adormecida, reducida, deformada, es como si Dios no tuviese hijos en África, como si los pobres no fuesen hijos de Dios. No caemos en la cuenta de que, si Dios no tiene esos hijos, no tiene ninguno. Pero el hecho es que los tiene, y que precisamente ésos, porque son últimos, son para él los primeros, porque son los más necesitados, son para él los más llorados, los más añorados, los más esperados. Y eso que son para Dios, eso que son para el buen pastor que por ellos da la vida, eso han de ser para nosotros porque son nuestros hermanos. Los pobres necesitan que su grito de dolor resuene ampliado en nuestras iglesias, en nuestras instituciones, en nuestra conciencia cristiana. Los pobres necesitan que la Iglesia, la comunidad de los fieles y cada uno de ellos, ungida por el Espíritu Santo, sea esperanza para ellos, sea salvación para ellos, sea evangelio para ellos. Los pobres necesitan que en sus caminos la Iglesia sea una presencia real del buen pastor, Cristo Jesús. Y nosotros necesitamos sacarnos de encima el peso del escándalo de estar haciendo mentiroso a Dios pues negamos su bondad si los pobres no la reconocen en nosotros; negamos su misericordia si los pobres no la encuentran en nosotros; negamos su amor acogedor si nosotros no los acogemos; y lo hacemos sordo a las necesidades de los últimos si nosotros no los escuchamos. Si no amamos a los pobres, negamos a Dios. Feliz comunión con Cristo Buen Pastor. Feliz domingo, Iglesia cuerpo de Cristo Buen Pastor. Suenan duras, pero esperanzadoras, las palabras de Pedro hoy en la primera lectura: “Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos. Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia…”. También por ignorancia fuma el fumador y bebe el alcohólico. Aunque ambos saben que hacen algo que, a la larga, va contra su salud, prefieren “ignorarlo” para disfrutar del incuestionable placer que ambas cosas les procuran en el momento.
Sin duda alguna, es la ignorancia la que nos lleva cien e incluso mil veces al día a emprender cosas que cargan las alforjas con un pesado fardo que endurece la existencia y doblega la espalda. Me refiero a todo lo que nos embadurna de “contravalores”, a cuanto nos achica y deteriora. ¿Por qué lo hacemos entonces? Por ignorancia. Todos los pecados sin excepción son efecto de la ignorancia. Hablamos de una ignorancia acomodaticia, que se pliega muy fácilmente a rutinas confortables frente a exigencias que requieren esfuerzo. Drogarse o emborracharse, contravalores de libro, es placentero, mientras que abstenerse de ello para dedicar su importe a socorrer a un pordiosero, pongo por caso, es un valor también de libro que requiere esfuerzo y sacrificio. El eje valor-contravalor es tan rico que en torno suyo podemos tejer absolutamente la variadísima gama de conductas que en el mundo han sido y enhebrar la rica tipología de hombres habidos y por haber, desde los más ilusos y arcangélicos hasta los más perversos y diabólicos. Saber qué es y qué no es el hombre se sustenta en la fuerza que transmite ese eje y se ilumina con sus destellos. Los enigmáticos enigmas (redundancia buscada) de la lucha titánica entre los polos irreductibles del bien y del mal encajan perfectamente en ese esquema o giran en torno a ese eje. Que el hombre sea un dechado de virtudes rayanas en lo angélico o que se convierta en un lodazal repleto de mierda, propio de lo diabólico, también se acopla perfectamente a esa estructura. No hay ni la más mínima duda, ateniéndonos a los hechos, de que los seres humanos tenemos capacidad para lo más y también para lo menos, sabiendo que “lo más” son valores, siempre abiertos a más y más hasta encumbrarnos en lo sublime, y “lo menos”, contravalores igualmente abiertos a menos y menos hasta hundirnos por completo en el asco, la náusea, el vómito y la nada. Deberíamos ser conscientes de que solo la obnubilación o la equivocación, es decir, la ignorancia, nos llevan a minusvalorar lo bueno para sumergirnos de lleno en lo malo. Por ello, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que quien fuma, se emborracha, blasfema o da esquinazo al resto del mundo cada mañana al levantarse es un vulgar ignorante. Nos lo dicen claramente hoy Pedro en la primera lectura litúrgica y, a su modo, nos lo recuerda también Juan en la segunda, asegurándonos que, aunque nos equivoquemos pecando por ignorancia, tenemos un Abogado que nos defenderá eficazmente ante el trono del Padre, pues no en vano él ha dado su vida por nosotros, derramando su sangre en una atroz muerte de cruz. Saber que contamos con un “Abogado defensor” que jamás perderá un solo caso, es decir, que jamás permitirá que un solo ser humano quede relegado de su acción salvadora, lejos de invitarnos a la desidia y a la molicie de lo que vulgarmente entendemos por “una buena vida pecaminosa”, debe estimularnos a la emulación, es decir, a colaborar en tan magna empresa para llevar “una buena vida virtuosa”. Puede que sin pasiones exacerbadas la vida resulte un aburrimiento, si bien es muy seguro que con ellas desbocadas es un infierno real. En el evangelio, Lucas relata un episodio en el que ese mismo Abogado, Jesús resucitado, “abre las mentes” de sus discípulos para que entiendan que sus seguidores no han de tener ningún miedo y que su “status” de vida ha de ser la alegría: “no temáis, alegraos”. El cristianismo bien entendido, lejos de ser una fantasía de crédulos e ignorantes apocados que esperan resarcirse en el más allá de las penalidades que conlleva el hecho de ser tales, es una forma de vida que despeja por completo el miedo y se alimenta de alegría. Teniendo lo dicho en cuenta, no se entiende bien el enconamiento de unos líderes eclesiales y de cuantos, convencidos de ser sabios teólogos que invocan continuamente a Dios y a Jesús de Nazaret, apalancan sus elucubraciones y consignas en el mismísimo diablo, cuyas huellas ven por todas partes, y se atreven a hablar del infierno como si ya hubieran estado en él. ¿Por qué insisten machaconamente en tan gran perversión de las ideas y en tan amargo destino para los humanos díscolos? Sin duda alguna, lo utilizan como un recurso fácil para adueñarse de las mentes de sus seguidores, pues nadie quiere verse expuesto a atroces castigos eternos. ¡Qué enorme contrasentido hablar de la fuerza de la cruz y del esplendor de la resurrección de Jesús sirviéndose del terror a un sumarísimo juicio final condenatorio y a un espantoso infierno eterno! La sorpresiva presencia de Jesús resucitado en medio de sus discípulos aquieta sus ánimos, los libera del miedo y los llena de alegría. Es justo lo mismo que los cristianos deberíamos sentir hoy, más de dos mil años después, si logramos verlo en tantos lugres y personas que requieren nuestra ayuda conforme a lo más genuino de la fe que profesamos. Solo debería hacernos temblar la constatación de que en el mundo ya no queda nadie que necesite nuestra ayuda, pues en ese momento habrían desaparecido todas las razones para vivir. Confesémoslo o no, hoy vivimos realmente aterrorizados. Razones objetivas no nos faltan, pues no en vano, además de padecer las continuas secuelas que nos dejan tantas conductas humanas desajustadas, frente a nosotros se ha alzado un enemigo común que mina nuestra salud y llena de desolación nuestros cementerios. Además, ya hemos comenzado a sentir los terribles zarpazos de una crisis económica que hace inviable la vida de millones de seres humanos. Frente a las conductas humanas perversas, los cristianos debemos gritar el esperanzador cambio radical de la conversión que fomenta nuestra fe. Frente a una pandemia que pone a prueba nuestra capacidad de resistencia y puede incluso agotar nuestra paciencia, los cristianos debemos gritar la solidaria fraternidad que nutre esa misma fe. Y, finalmente, frente a la aguda crisis económica que ya genera tanta hambre y miseria, los cristianos debemos convertirnos en altavoces para que resuene en todas partes que los bienes de la tierra pertenecen colectivamente a todos los seres humanos de tal manera que, contando con que trabajen todos los que puedan hacerlo, a nadie debería faltarle nunca vivienda, comida y vestido. Capitalismo, comunismo y liberalismo, por muy poderosos que hayan sido y sigan siéndolo todavía, son intentos fallidos en la búsqueda de tales objetivos por la simple razón de haberse olvidado de girar en torno a la fraternidad universal que es la vida y que propugna nuestra fe. Diremos una y mil veces que el Jesús que nos libera de miedos y nos llena de esperanza y alegría, el que realmente ha cargado con todos los pecados del mundo, camina hoy por las calles de nuestras ciudades y se aloja, por lo general, en insalubres suburbios urbanos, suplicándonos con su mirada que compartamos con él no solo sonrisas compasivas, sino también el pan nuestro de cada día. A fin de cuentas, nadie puede abrogarse la posesión absoluta de nada, pues la vida, que siempre será corta a pesar de que hoy logremos alargarla tanto, no nos permite más que el usufructo de cuanto pone en nuestras manos. Cualquiera que sea la forma en que la organicemos, siempre nos alimentará más el pan que damos que el que comemos. ¿Dónde detectamos vida nueva esta primavera? ¿Qué nos recuerda que la vida se renueva constantemente y que lo que parece muerto, inerte, frío, despierta una vez más y nos llena de esperanza y de ilusión?
Desde luego la naturaleza a nuestro alrededor sí, desde las hierbas más pequeñas y aparentemente más inútiles hasta las manifestaciones más deslumbrantes de formas y colores en plantas, flores, cascadas… Leía el otro día que España en este momento es el segundo país, después de Suecia, con más bosques de toda Europa y alegra saber que vamos tomando conciencia de lo importante que es cuidar el medio ambiente para el bienestar de todxs. Parece que el aumento de bosques está proporcionado con el menor uso de la tierra en lo que respecta a la agricultura y la ganadería. Cuanto menos explotamos los recursos naturales de forma descontrolada, hay más espacio para los “pulmones” de la tierra donde habitan millones de especies creando hábitats para todxs. A primera vista parece que un bosque no es comparable a nivel de producción con la misma cantidad de terreno empleado para la agricultura, y sin embargo la FAO nos dice que 20 países en desarrollo han mejorado sus niveles de seguridad alimentaria manteniendo o aumentando la cobertura forestal. Los bosques eliminan 2,1 millones de dióxido de carbono al año, redistribuyen hasta el 95 % del agua que absorben donde más se necesita. Mantienen el agua en el suelo, evitando la erosión, y luego la liberan de nuevo a la atmósfera, produciendo un efecto de enfriamiento. Su ciclo de vida está relacionado con el ciclo de vida de otros seres, incluidos nosotros, por supuesto. Su salud y crecimiento redunda en abundancia para todos. Podríamos decir que la vida nueva viene de emplear lo que necesitamos y después devolver “vida” al universo en formas que permitan la vida a otros seres. En medio de la crisis sanitaria, económica, climática, política y social que estamos experimentando, que ya nos habían advertido que vendría con el cambio de paradigma, también vemos brotes de vida en personas que se “reinventan” y con ello suman con otrxs y sacan de la escasez abundancia, del desaliento esperanza. A pesar de que las noticias nos bombardean con los aspectos negativos del comportamiento humano, sabemos que hay miles de iniciativas que tienen que ver con la solidaridad y el olvido de los intereses personales. Un año más nos volvemos a preguntar: ¿Y qué significa la resurrección? ¿Cómo la vivo y entiendo hoy? Los cristianos, no hemos tenido problema a lo largo de los siglos de identificarnos con la cruz, pensando que el sufrimiento por la enfermedad, las dificultades, era “redentor” como el de Cristo y nos “servía” para hacer méritos para la otra vida. Sin embargo no entendemos todavía, que si la comunidad cristiana sigue existiendo, es precisamente y sólo por la resurrección, por la experiencia personal y comunitaria de que la vida ha vencido a la muerte. Somos parte de la Vida, estamos inmersos en ella y en la medida que tomamos conciencia de ello vamos entendiendo esa dinámica constante de muerte y vida que es nuestra existencia. La resurrección es, primero, una experiencia personal. Es la que vivieron los primeros seguidores de Jesús de que continuaba vivo en medio de ellos, de otra forma pero con una presencia real. Esa es la que ha animado a millones de personas a seguirle a lo largo de la historia y la que nos anima a ti y a mí cada día. Por eso estás hoy aquí, porque un día lo entendiste y a pesar de todas las crisis, las dificultades, los tiempos de inercia o de mediocridad no has renunciado a esa experiencia. No la buscamos fuera, ¡qué va!, si es más íntima a mí que yo misma… A veces me produce un gozo inmenso, pero la mayor parte del tiempo está ahí como el aire que respiro. Necesito alimentarla como toda relación que valoramos. Voy adentrándome en esa relación a través de la oración que me alimenta cada día, y me ayuda a entender cómo vivir la vida desde la misma perspectiva que vivió Jesús. Me va transformando, no sé muy bien cómo, pero voy sintiendo que mis valores se van afianzando que voy creciendo en libertad, en asertividad que puede más en mí la compasión que la rabia o la frustración, que mi corazón se vuelve más generoso. Pero también me transforma la vida y la manera de interpretar sus pequeños y grandes acontecimientos, las personas con quienes hago camino y lo que voy eligiendo después de discernir, cada vez con más ternura, que es lo que inspiraba a Jesús la gente con la que se encontraba. Cuando me encuentro con personas que ven la vida de esta misma manera, siento que he encontrado un tesoro; no sé si hay muchos o no, pero los encuentro si soy capaz de comunicar abiertamente lo que llevo dentro. El cristianismo no es una espiritualidad que me construyo a mi gusto. No me puede encerrar en mi “yo” en una relación tú-yo, privada en el ámbito de lo personal. Cuando nos cerramos de esa manera es porque tenemos miedo, nos han herido, o hay algo que queremos esconder. La experiencia de la resurrección es una llamada en comunidad para la comunidad como lo atestiguan los evangelios. En ellos, no olvidemos, son escritos post-pascuales, siempre encontramos a Jesús enseñando, predicando, curando y conviviendo, con sus seguidores, aprovechando cualquier ocasión para proclamar el mensaje del reino entre ellos y con los demás. Ante sus rivalidades, sus prejuicios, sus imposiciones, sus faltas de sensibilidad a las necesidades de los demás Jesús les va “despertando” el oído y el corazón se les va transformando; por supuesto es un camino que dura toda la vida como el nuestro. El testimonio más fuerte es el de la unidad; no todos piensan igual, ni tienen una manera de ser parecida, ¡qué va!, si son muy diversos…pero comparten el mensaje de Jesús de proclamar lo que creen, lo que han visto y oído, el mensaje de liberación que primero les liberó a ellos. En comunidad sienten la fuerza de esa presencia de Jesús que les saca de su pequeño mundo y les invita a compartir con los demás. Se apoyan unos en otros, el don de la palabra de éste, la sabiduría de la otra, la constancia, la fortaleza… se alegran con las buenas noticias y comparten el sufrimiento apoyándose mutuamente. Llevamos tiempo ya defraudados por una institución que tiene miedo a la evolución y se aferra a un “poder” que no es real, por lo menos en amplias capas de la sociedad. No tenemos por qué permanecer allí donde no hay vida. Luchar por ideologías, por tradiciones, por posiciones de poder no nos lleva más que a la frustración; hoy vivimos la fe fuera del templo, en las pequeñas comunidades cristianas. Se nos llama a participar de una comunidad de Vida que envuelve todo el universo. No somos nosotrxs los que “poseemos” una vida. Estamos envueltos en la red de la Vida que lo permea todo. Se nos presenta como reto romper moldes de división entre lo divino y lo profano, ensanchar nuestras tiendas para que quepan todxs, denunciar y anunciar como los profetas las injusticias, las opresiones y anunciar con la palabra y la vida el amor incondicional, la entrega sin límites. Ser canales de vida… como la naturaleza a nuestro alrededor que nos invita a crear redes, a consumir lo imprescindible, a devolver lo que no necesitamos transformado para que otrxs puedan vivir. Para la gran mayoría de nuestros contemporáneos, al menos en nuestro ámbito noroccidental, la imagen del pastor resulta anacrónica, cuando no provoca, además, sarpullidos. En el primer caso, porque nos hallamos muy lejos de aquella cultura agrícola y ganadera en la que nació; en el segundo, porque nos chirrían las imágenes que se mueven en la clave de autoridad/sometimiento, y que arrastran, con frecuencia, una historia de dominación.
En concreto, la imagen del pastor evoca, por sí misma, la de la oveja y el rebaño. Y el contraste entre ambas hace aflorar en la conciencia de muchos la contraposición entre autoritarismo, por un lado, y sumisión y alienación (borreguismo), por otro. A partir de la modernidad, la autonomía resulta un valor irrenunciable para el ser humano, que ha hecho suya la denuncia de Kant contra los “tutores” y su llamada a la “mayoría de edad”, expresada en el grito “Sapere aude” (atrévete a conocer por ti mismo). Parece indudable que la imagen del “pastor” -como, en otros casos, la del “gurú” o del “maestro”- sirvió de pretexto para justificar abusos de diverso tipo, todos ellos basados en el poder que aquellas mismas imágenes otorgaban. La experiencia y el mayor conocimiento de la condición humana nos han hecho ver que también los pastores, gurús y maestros tienen su zona de sombras. Y que el hecho de querer negarlas o disimularlas no logra sino convertirlas en más peligrosas. Todos somos maestros y discípulos. Todos nos hallamos en un proceso de aprender. Podemos, sin duda, reconocer a personas que nos ayudan y que despiertan lo mejor de nosotros mismos. Pero no será porque se impongan y se empeñen en conducir nuestro camino, sino porque, siendo humildes y transparentes, nos remiten a nuestro propio “maestro interior”. No necesitamos pastores, sino compañeros de camino, acompañantes lúcidos y humildes, compartiendo aquello que a cada cual se nos ha regalado experimentar. ¿Escucho y sigo a mi maestro interior Este texto está enmarcado en un contexto más amplio de polémica entre Jesús y los fariseos, después de la curación del ciego de nacimiento. Quien no entra por la puerta, es ladrón y bandido. Quien no es dueño de las ovejas, sino asalariado, no está dispuesto a dar la vida por ellas. No se trata de una propuesta anodina sino de una denuncia en toda regla. Todo poder que no se pone al servicio del pueblo es contrario a Dios. Hemos abandonado los relatos pascuales, pero no nos salimos del tema pascual, la Vida.
No es verosímil que Jesús se declarara pastor de nadie. Este evangelio se escribió setenta años después de morir Jesús y nos cuenta no lo que dijo sino lo que aquellos cristianos pensaban de Jesús. Ellos sí se sentían dirigidos por Jesús e intentaban seguir sus directrices. En el AT el título se aplicaba a Dios o a los dirigentes. En tiempo de Jesús, el pastor era, casi siempre, el dueño de un pequeño número de ovejas, a las que cuidaba como si fueran miembros de la familia, incluso, cobijándolas bajo el mismo techo, llamándolas por su nombre propio. De ellas dependía el sustento de la familia. El pastor modelo está en contraposición con el mercenario. El pastor, que es dueño de las ovejas, actúa por amor y no le importa arriesgar su propia persona para defenderlas de cualquier peligro. El mercenario actúa por dinero, las ovejas le traen sin cuidado. En (4 Esd 5,18) dice: “No nos abandones como pastor a su rebaño en poder de lobos dañinos”. La figura del lobo está en paralelo con la del ladrón y bandido, que arrebata y dispersa. Precisamente lo contrario de lo que hace Jesús, reunir las ovejas dispersas (Jn 11,52) La imagen del pastor fue muy utilizada en el AT. Se aplicó a los dirigentes, muchas veces para llamar la atención de que no cumplían con su deber. Se aplicó al mismo Dios que, cansado de los malos pastores, terminaría por apacentar Él mismo a su rebaño. La única idea original de Jn es la de dar la vida por las ovejas. Seguramente es una interpretación de la vida y muerte de Jesús como servicio a los hombres. No se trata de un discurso de Jesús, sino de una manera de trasmitir lo que aquellos cristianos pensaban sobre él. Yo soy el buen pastor. No se trata de resaltar el carácter de bondad o dulzura. La traducción oficial devalúa la expresión. “Bueno” en griego, sería agathos. Kalos significa bello, ideal, excelente, único en su género. Denota perfección suma. No se dice solo de las personas (el vino en la boda de Caná, Jn 2,10). Pastores “buenos” puede haber muchos. Pastor ideal solo puede haber uno. El tomar el evangelio que acabamos de oír como excusa para hablar de los obispos y de los sacerdotes no tiene ni pies ni cabeza. La tarea de los dirigentes no tiene nada que ver con lo que nos quiere decir el evangelio. El buen pastor se entrega él mismo por las ovejas. La vida (psukhên) se identifica con la persona. En griego existen tres palabras para designar vida: “bios”, “zoê” y “psukhê”. No significan lo mismo, y por eso pueden causar confusión. Psukhên significa persona, es decir, capacidad de sentimientos y afectos. “Tithesin” no significa dar, sino poner, o mejor, exponer, arriesgar. Como pastor excelente, Jesús pone su persona al servicio de los demás durante toda la vida. Jesús se desvive por los demás. Desvivirse: Mostrar incesante y vivo interés, solicitud o amor por una persona (DRAE). Es exactamente lo que quiere decir aquí Juan de Jesús. La entrega de la vida física es la manifestación extrema de su continua entrega durante toda su vida. Quien no ama hasta dar la vida no es auténtico pastor. El máximo don de sí es la comunicación plena de lo que él es. No se trata de que, por su muerte, se nos conceda algo venido de fuera. Se trata de que su Vida, puesta al servicio de todos, prende y se desarrolla en nosotros. Conozco a las mías y las mías me conocen. No se trata de un conocimiento a través de los sentidos o de la razón. En el AT el conocimiento y el amor van siempre juntos. Ese conocimiento mutuo es una relación íntima, por la participación del Espíritu. Esta reciprocidad nos lanza a años luz de la simple imagen de oveja y pastor. Este mutuo conocimiento-amor lo compara con el que existe entre Jesús y el Padre. La comunidad de Jesús no es una filiación externa, sino una experiencia-vivencia de amor. Tengo otras ovejas que no son de este atrio. Sitúa Juan su evangelio en el amplio contexto de la creación. De ahí deduce la visión universalista de la misión de Jesús. Los supuestos privilegios del pueblo de Israel desaparecen. Ya en el prólogo habla de la “luz que ilumina a todo hombre”. Nada que ver con creernos elegidos o pensar en un Dios propiedad exclusiva nuestra. Todas las religiones han caído en esa trampa; la nuestra ha sido la más exagerada en esa reivindicación de una exclusividad de Dios. Un solo rebaño, un solo pastor. La ausencia de conjunción "y" o preposición "con" entre los dos términos, indica que la relación entre Jesús y el rebaño no es de yuxtaposición ni de compañía. Jesús, como fuente de Vida, es el aglutinante que constituye la comunidad como tal. No puede ser encerrada en institución alguna. Su base es la naturaleza del hombre acabado por el Espíritu que da cohesión interior. Jesús no ha creado un corral donde meter sus ovejas; todos los hombres forman parte de su rebaño. El dar Vida empalma con el tiempo de Pascua, porque la experiencia pascual es que Jesús les comunica Vida. Nosotros tenemos la posibilidad de hacer nuestra esa Vida. Se trata de la misma Vida de Dios. "El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí". El que me come, quiere decir el que me hace suyo, el que se identifica con mi manera de ser, de pensar, de actuar, de vivir. Si Jesús es pan de Vida, no es porque lo comemos sino porque nos dejarnos comer. En la medida que cada uno de nosotros hayamos hecho nuestra esa Vida, estaremos dispuestos a desvivirnos por los demás. El salir de sí mismo e ir a los demás para potenciar sus Vidas no depende de las circunstancias; es un movimiento que tiene su origen en esa misma Vida. El amor que nos pidió Jesús está reñido con cualquier clase de acepción de personas. No estamos acostumbrados a tener este detalle en cuenta, y así creemos que es amor lo que no es más que recíproco interés o simpatía visceral. Meditación-contemplación “Yo doy mi vida por las ovejas”. No se trata de dar la vida muriendo, sino de poner toda tu vida al servicio de los demás. Solo lo que se da, se gana. Todo lo que se guarda, se pierde. En los domingos anteriores se han recordado diversas apariciones de Jesús resucitado. A partir de este domingo, y hasta la Ascensión, las lecturas del evangelio, tomadas siempre del evangelio de Juan, se centrarán en diversos aspectos de la relación entre Jesús y el cristiano: buen pastor, vid y sarmientos, mandamiento nuevo, oración sacerdotal.
No es fácil encontrar una relación entre las tres lecturas de hoy porque se usan imágenes muy distintas: Piedra angular para hablar de Jesús (1ª lectura); Padre e hijos para hablar de Dios y nosotros (2ª lectura); pastor y rebaño, para hablar de Jesús y nosotros (evangelio). Buscando una relación entre ellas la vería en el ritmo del tiempo (pasado, presente y futuro) de Jesús y de nosotros. Pasado y presente de Jesús (Hechos 4,8-12) El domingo pasado leímos parte del discurso pronunciado por Pedro después de la curación de un paralítico, atribuida a Jesús, condenado a muerte por las autoridades pero resucitado por Dios. Los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos se irritan al escuchar sus palabras, y al día siguiente los convocan ante el Consejo y los interrogan. En la respuesta de Pedro hay que recordar que, para un judío, el nombre equivale a la persona. El nombre de Jesús es Jesús. En estas pocas palabras se resume su pasado y su presente. El pasado ofrece una imagen de Jesús totalmente pasiva: no se recuerda su predicación ni sus milagros. Solo se cuenta lo que hicieron con él las autoridades judías y Dios. Las autoridades lo rechazaron y crucificaron; Dios los resucitó y convirtió en piedra angular. De esto se deduce su situación presente: él es quien ha curado al paralítico y el único que puede salvarnos a todos nosotros. Presente y futuro del cristiano (1 Juan 3, 1-2) La 1ª lectura hablaba del pasado y el presente de Jesús. Esta 2ª habla de nuestro presente y nuestro futuro. El presente: somos hijos de Dios. El futuro: seremos semejantes a Dios. Cuando nace un niño siempre se buscan parecidos con el padre, la madre y otros miembros de la familia. Para el autor de la carta, nuestra semejanza con Dios no es algo que se perciba ya desde ahora; se manifestará en el futuro, cuando veamos a Dios cara a cara. Pero eso no impide que seamos ya realmente hijos de Dios. Lástima que esto no se valore. Si fuéramos hijos de un deportista famoso o de un cantante de moda, todos querrían hacerse una foto con nosotros. Pasado y futuro de Jesús (Juan 10, 11-18) La imagen del pastor era frecuente en el Antiguo Oriente para referirse al rey: simbolizaba la relación correcta con sus súbditos, que no debía ser despótica sino preocupada por su bienestar. Jesús se la aplica, pero llegando a un extremo que no se da entre los pastores: da la vida por sus ovejas. Es cierto que un pastor, a diferencia del asalariado, está dispuesto a luchar con el lobo para defender al rebaño. Pero no es normal que esté dispuesto a morir por sus ovejas. A tanto no llega. Jesús, en cambio, ve así su misión: dar la vida por ellas. No lo hace por obligación, forzado, sino libremente. Sabiendo que esa vida que entrega la podrá recuperar. Y esto tampoco puede hacerlo un pastor normal y corriente. Aunque el evangelio hable de Jesús como «el buen pastor» debería haber dicho: bueno y excepcional. Este pasaje concede también especial importancia al futuro de Jesús: a su labor con respecto a otras ovejas, a las que debe buscar para que haya un solo rebaño y un solo pastor. Es una referencia a las comunidades cristianas que se irían formando en países paganos, y a todos nosotros. Relacionando las tres lecturas, Jesús, buen pastor, nos ha salvado y nos ha conseguido el ser hijos de Dios. A nosotros nos corresponde escuchar su voz y agradecerle el don que nos ha hecho. En las democracias actuales, podría parecer que los líderes, jefes y dirigentes actúan en favor de los pueblos, pues no se imponen como si fueran imprescindibles para la comunidad sino que son elegidos. Mas el asunto es algo más complejo. A lo largo de la historia se constata que las actitudes de éstos, inspiradas casi siempre en la voluntad de poder y de dominio, se van alejando paulatinamente de los principios fundamentales del Bien Común general y la convivencia respetuosa. ¿No son éstos capaces de llegar a acuerdos y recuperar el diálogo social que benefician mayormente a las personas que viven y trabajan en un mismo país?
También en la Iglesia se corre este riesgo, es decir, que los servidores se conviertan en gobernadores y que el trabajo pastoral se confunda con el ejercicio de un poder. Francisco insiste en que no se puede poner un beneficio particular o propio por encima del bien común, y la Doctrina Social nos recuerda sus dos pilares: la dignidad de la persona y el bien común. Pero, lamentablemente, no parece que vayamos por este camino. Ni en la sociedad civil ni en la Iglesia. La actitud de Jesús en cuanto Pastor, nunca se acaba de aprender. El líder verdadero o el pastor bueno es el que sabe dejar de serlo en beneficio del pueblo. De hecho, da la vida por él, por los demás; no es buen pastor aquel que manipula o vive a costa del rebaño sembrando la división o el odio e incluso entrando en abierta confrontación con otros pastores para conservar su liderazgo, sus votos. El verdadero dirigente ayuda a que la comunidad sea capaz de afrontar responsablemente su propio destino. Jesús, el Buen Pastor, alienta, exhorta y sostiene al ser humano para que se haga pastor de su propia vida, en solidaridad con los demás, con sus hermanos, e incluso con las “ovejas” de otros rediles. La autoridad, pues, en la sociedad y en la Iglesia es un servicio comprometido, exigente, no exento de sinsabores y, llegado el caso, expuesto a dar la vida en defensa de la comunidad, de los hombres y mujeres que integran el pueblo de Dios, con sus luces y sus sombras. Jesús encarna el modelo ideal, único de Pastor. Hemos oído hasta la saciedad, que los pastores en la Iglesia son los sacerdotes y obispos y el resto del pueblo, ovejas, borregos. Nada más lejos de lo que nos quiere decir el texto evangélico. Todos somos ovejas del mismo y Único Pastor. Jesús da la vida, es decir, se arriesga, se ofrece él mismo y se implica, desde el inicio de su vida pública, en la liberación y el servicio a los demás, especialmente a los más vulnerables. Se desvive por todos y esa entrega, por amor, se manifiesta día a día. El vínculo íntimo, profundo que se da entre Cristo resucitado, oculto, y la persona, objeto de su entrega y su amor incondicional, es el conocimiento mutuo que va haciéndose cada vez más perfecto e intenso en virtud del Espíritu que habita en cada ser humano. Y ese vínculo de amor no puede tener otro fin que el llegar a hacerse UNO como el Padre y el Hijo son UNO. Los lobos, ladrones y oportunistas están al acecho de las almas-ovejas que, distraídas en enredos mentales o ídolos engañosos, no se prestan a escuchar la voz del Pastor, de la Verdad. Mas, llegada su hora, también éstas serán atraídas hacia el Amor, destino final de todas las almas-ovejas. La división de los cristianos en rebaños diferentes y antagónicos se debe en parte a planteamientos interesados y egoístas por parte de algunos “pastores”. El verdadero centro del ecumenismo o, mejor, del panenteísmo será el compromiso decidido a favor del “rebaño”, como quiera que se llame. ("La creencia de que el Ser de Dios influye y penetra todo el universo, de tal modo que cada parte de éste existe en Él, pero este Ser es más que, y no se agota en, el universo". Es un modelo de relación libre, recíproca: Dios en el mundo y el mundo en Dios, al tiempo que cada uno sigue siendo distinto. La relación es mutua, aunque las diferencias existen y son respetadas. La absoluta diferencia entre Creador y creatura queda envuelta y abrazada por Dios, que es todo en todo). La condición de Hijo/a de Dios es gratuitamente ofrecida a todo ser humano. Éste, a lo largo de su vida, buscará en su interior el camino que le conduce hacia Él. Sin duda, todos hemos conocido y conocemos personas que se han des-vivido y han amado “hasta el extremo”, dándonos ejemplo y enseñándonos que, aun con las limitaciones humanas, es posible darse con generosidad, amar con gratuidad, actuar con valentía, defender lo débil, lo pequeño, lo vulnerable, lo perdido. Decir hoy Resurrección, significa reconstruir entendimientos, superar desacuerdos, recuperar los sueños rotos, la utopía del ser cristiano, renovar las relaciones humanas, rescatar, a través de diferentes medios, las vidas en peligro, apostar por los crucificados de la historia. “Creer en la resurrección es un compromiso liberador en el aquí y ahora, haciendo posible una nueva humanidad de justicia y equidad". “Es, asimismo, liberación de todo tipo de esclavitudes interiores, rencores, xenofobias, supremacismos, odios, ataduras al pasado, miedos, pensamientos tóxicos, preocupación por cosas que no tienen sentido, obsesión por acumular dinero, prestigio y placeres", como señala atinadamente, Fernando Bermúdez López. Decir Buen Pastor es escuchar Su Voz, hacernos partícipes de su Presencia viva en medio de nosotros, sin hacer discriminaciones por razón de sexo, raza, etnia, género, estatus social, motivos religiosos, diferencias físicas, políticas, de edad, etc. (Hch 10,34 ss). En definitiva, es creer que así me conoce a mí, con mis sueños y mis desolaciones, con mis talentos y mis limitaciones. ¿Me dejo/nos dejamos cuidar por Él? ¡Shalom! El mandato de Jesús fue que evangelicemos, es decir, transmitir la Buena Noticia con hechos de amor: id y predicad; haced esto en memoria mía; envió a otros 72… El anuncio de la Palabra y el ejemplo de una fe con obras, tiene como objetivo vivir el Evangelio en nuestra propia vida y mostrar al Dios de Jesús a quienes no le conocen. Que por algo nos ha revelado gratuitamente la fe para ser sus manos, anuncio para otros. Durante muchos momentos de la historia hemos interpretado que la cantidad es más importante que la calidad, posiblemente porque se institucionalizó que “fuera de la Iglesia no haya salvación”. Mejor hubiera sido poner a Cristo y a su amor en medio de todo siguiendo la máxima evangélica “quien no está contra mí, está conmigo” (Mc 9, 38-39 y Lc 9, 49-50).
El Papa Francisco, en su visita a Marruecos, donde apenas llega al 0,1% el número de cristianos, ha puesto el dedo en lo esencial afirmando que no es un problema de número: lo preocupante no es lo poco numerosos que seamos, sino lo insignificantes en el sentido de ya no ser fermento, vacíos de significado para los demás. Bien cerca de Marruecos, a lo mejor todavía somos muchos, pero quizá nuestra débil luz poco consecuente no alumbra a nadie o es una sal insípida que ha perdido el mejor sabor a Evangelio. Ante tanto desánimo, agravado por la pandemia, la institución eclesial no es ni debe ser el centro de todo, sobre todo cuando manifiesta una preocupante incapacidad de autocrítica, a pesar de que cada año reducimos el número oficial de creyentes y la Iglesia como comunidad Pueblo de Dios sigue muy debilitada. Entre otras cosas, la institución eclesial no es lo principal porque su misión es estar al servicio precisamente de lo que sí es esencial: vivir la fe en Cristo y contagiar esta experiencia a los demás en el día a día como una comunidad de creyentes. Por esto suelo criticar periódicamente la superestructura vaticana en forma de Estado que, por más que algunos lo defiendan, es un andamiaje de poder humano que para nada buscó Jesús. Al contrario, él vivió de manera sencilla cercano a los marginados y siendo crítico con aquel poder religioso de entonces porque deformaba el rostro de Dios Amor. Como dijo Dietrich Bonhoeffer, el Dios revelado en Jesucristo "pone del revés las ideas sobre Dios de una religiosidad general" (y resulta así más temible que ese dios "genérico" que es para todos, pero sobre todo para los poderes religiosos). Los cristianos, pues, en esta sociedad laicista estamos para convencer con nuestro propio testimonio de obras de amor a Dios y a los hermanos, más que para vencer y ser mayoría en lugar de buena levadura amasada en la humildad. En plena Pascua de Resurrección, somos la luz de Cristo crucificado ante tantas cruces tremendas e incomprensibles que ansían esperanza y un sentido en medio del sufrimiento que solo puede dar el Amor con mayúscula. Si nos preocupamos de ser una gran masa que ocupemos todos los espacios, primaremos la cantidad a toda costa en detrimento de la calidad; Francisco dixit. Seamos auténticos en nuestra vida de fe como anillas de una gran cadena y el Espíritu hará maravillas con ella. Sin olvidar que Jesús de Nazaret no vio el éxito de su misión; murió aparentemente fracasado mientras Caifás, Pilatos y el Sanedrín continuaron a lo suyo. Pero el fermento del Crucificado no murió, sino que dio fruto abundante. Primero calidad, cada cual haciéndose resurrección para las cruces de los demás. La cantidad con calidad vendrá por añadidura, de la mano del Espíritu. Abrámonos a Él con verdadera confianza en este tiempo pascual hasta su gran fiesta de Pentecostés. Empiezo con una confesión de corazón. Quiero, admiro, amo al Papa, por lo que representa y por su forma de actuar: sus hechos, su estilo, sus enseñanzas.
Vaya esto por delante. Pero sí que encuentro en la iglesia un tanto de papolatria. Las informaciones eclesiales, las noticias, las enseñanzas, las referencias casi siempre vienen del Vaticano. Y me gustaría que fuésemos una iglesia con menos tortícolis hacia Roma, como decía el cardenal Tarancón. Yo comprendo al papa como obispo de Roma y por ello, pastor de toda la iglesia. Pero me gustaría- creo que no es ningún disparate- que se hablase menos de él, de sus dichos y hechos y que se manifestase más las palabras y los gestos de toda la comunidad eclesial. Es más: cuando miro a Roma, quiero ver no solo las enseñanzas especiales del papa, sino la vida normal de la diócesis de Roma: cómo funciona en sus parroquias la catequesis, cómo se viven las celebraciones, cómo se promociona a los pobres, cómo se trabaja pastoralmente con los matrimonios, cómo se acompaña a los ancianos en su vida cristiana. Claro que en ese maravilloso viacrucis tampoco me puedo fijar desde la parroquia de un pueblo donde no hay en absoluto tantos medios. No hago sino seguir el mensaje que Él nos transmite de una iglesia de sinodalidad. Me da mucho miedo que estemos atados a lo que el Papa diga o haga, porque puede cambiar y estar un obispo de Roma de distinto estilo. No me gustaría cambiar según su estilo sino según la exigencia que el Evangelio de Jesús nos plantee a toda la comunidad eclesial. Bienvenido el empuje evangélico que nos insufla, pero seamos cristianos cada uno y cada comunidad parroquial. Cierto, en comunión con la Iglesia de Roma, pero no supeditados a sus imposiciones. Ahora mismo, vemos que hay un malestar muy general en la iglesia española respecto de los cambios que nos han impuesto en la liturgia a todos los niveles. Y sería bueno que podamos tener creatividad e iniciativa en las bases. Jesús nos quiere libres, creadores, difusores de su evangelio, pero las formas y los modos, también podemos nosotros irlos desarrollando de una u otra forma legítima. Me gustaría que las revistas que se dedican a transmitir noticias de Iglesia no se queden muchas veces en un anuncio de cualquier actividad o palabra del Papa. ¿No sería mejor pocos mensajes e insistir en ellos? Más la vida del pueblo de Dios y que no sea solo información vaticana. Resulta que nos llegan: año jubilar, año de San José, día de los pobres, día de la de la Palabra, año de la familia… y no damos abasto pues no podemos vivir cada realidad sino que cada año hay demasiados mensajes y acciones a realizar: Fratelli tutti, Patris corde… Escucho a la Comisión vaticana Covid, pero es difícil enterarnos y sobre todo que lleguen sus pistas y propuestas a las bases de nuestra iglesia local. Como dice el teólogo Leonardo BOFF: “Salida de una Iglesia-Papa de todos los cristianos y obispos que gobiernan con el rígido derecho canónico hacia una Iglesia-obispo de Roma, que preside en la caridad y solo a partir de ella se hace papa de la Iglesia universal.” Hay un camino abierto. |
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