Algunas feministas se han sentido extrañadas o molestas porque les parece que el actual obispo de Roma, en su escrito sobre la alegría del amor condena la actual reivindicación del llamado “gender”. Las palabras de Francisco son: “Una ideología genéricamente llamada ‘gender’, que niega la diferencia y la reciprocidad natural entre el hombre y la mujer… lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer” (55). Ya había dicho algo de eso en la encíclica sobre la ecología (ns. 115 y 155). Y dicen que en esta dirección va a orientarse la hipotética nueva constitución para Cataluña.
No sé si las palabras de Francisco son suficientemente claras, ni qué entienden todas las gentes de corazón progresista, por eso del gender. Es significativo que se haya impuesto en todo el mundo la palabra inglesa, porque indica que no vale en este momento la traducción ordinaria de “género”. La definición más pedagógica creo que la da la respuesta de una mujer embarazada cuando le preguntaron si el feto era niño o niña: “¡Ah! Eso ya lo decidirá el bebé cuando sea mayor”. Si esa respuesta sorprende a algunos, puede ser bueno examinar un poco cómo se ha llegado históricamente hasta ese modo de ver. Distinguiría tres etapas. 1.- En la antigüedad el sexo corporal era determinante inevitable de roles sociales. Cuando los humanos eran cazadores, no se cazaba con escopeta, y las guerras se hacían cuerpo a cuerpo, resultaba lógico que las mujeres no fueran cazadoras ni guerreras. El sexo determinaba casi fatalmente las tareas sociales. Y cuando ese determinismo se rompía, era sólo en casos excepcionales, como en la historia de la Judit bíblica. 2.- Cuando cesa el nomadismo, aparecen las ciudades y, con ellas, la vida política, va abriéndose camino la diferencia entre sexo y género. No obstante tropezará con esa convicción tan grecolatina, de que la política (y la economía) son para los hombres y la casa para las mujeres. Muchos todavía mamamos eso de niños. El genio de Aristóteles cree que la mujer es inferior al varón, aunque tenga la excusa de que entonces no se conocía el óvulo y se pensaba que todo el poder generador estaba en el macho (la hembra era sólo una tierra donde se siembra). Y es llamativo que un talento como el de Platón reconozca, por un lado, que la mujer puede estar tan dotada como el varón para esas otras tareas: pues la realidad mostraba que llevar una de aquellas casas antiguas, con su colección de esclavos y familias de éstos, requería un talento empresarial muy distinto de aquel “sus labores” que figuró antaño en muchos documentos de identidad femeninos, para designar las tareas domésticas. Pero, por otro lado y a pesar de eso, Platón se mantiene en que el lugar de las mujeres es la casa y el de los hombres “la polis”. Es el clásico “pagar tributo a la herencia recibida”, cuando ya han cambiado las circunstancias que generaron esa herencia. Dado que la casa (el oikós) era en Grecia la matriz de la polis, esto podría no haber implicado ningún patriarcalismo. Pero no fue así: la autoridad última de la casa era el varón, el llamado “paterfamilias” (derivado del oikodespotês, el hombre que daba nombre a la tribu, y que ha llegado hasta nosotros en la norma, hoy por fin cuestionada, de que el primer apellido sea el paterno). Pablo parece ser el único que supo distinguir entre el evangelio de Cristo y la herencia cultural recibida en este punto, creando escándalo en la primitiva iglesia y en el mundo pagano, y viéndose rebajado después. En cualquier caso, la sociedad irá comprendiendo que las diferencias corporales no tienen por qué marcar diferencias sociales, aunque pueda quedar pendiente la cuestión de si eso vale para todos los casos, o si hay algunas tareas sociales más propias de un sexo y si algunas exclusiones, aunque no vengan directamente determinadas por los órganos sexuales, resultan aconsejadas por consecuencias derivadas de la corporalidad. Por ejemplo: la igualdad absoluta demandaría aquí, no sólo que las mujeres practiquen el fútbol o el boxeo, aparte de los varones, sino que los equipos de nuestra liga estén compuestos por hombres y mujeres, y que valga lo mismo para el boxeo... En total, con excepciones o no, ya parece comúnmente aceptado que la sexualidad corporal no debe determinar el género de tareas sociales que cada sexo ejerce. Y aquí me parece importante otra observación: la Iglesia debe preguntarse si no le estará pasando lo mismo que a Platón y estará dando un mal ejemplo en este punto, al rechazar el ministerio de la mujer. Dice estar obedeciendo a Jesús, pero quizás está pagando tributo a una tradición cultural recibida, ganándose así el conocido reproche de Jesús: “quebrantáis la voluntad de Dios por aferraros a las tradiciones de vuestros mayores”. Indicio de ese error puede ser la increíble declaración de aquel obispo: “las mujeres no pueden ser curas como yo no puedo parir”. Es lógico que uno de los factores decisivos para la génesis del feminismo fuera la reacción contra esa lógica pseudodeterminista: porque esa presunta determinación no era algo natural sino cultural. 3.- El gender da un paso más: la identidad no la determina la constitución corporal, ni tampoco la sociedad y la cultura, sino que es decisión exclusiva de cada individuo y su libertad, una libertad que puede no ya ignorar, sino contrariar la naturaleza. Tener pene o vagina, ovarios o testículos, no tiene nada que ver con el ser hombre o mujer. Aquí se sitúa la anécdota contada al principio de esta reflexión y que es rigurosamente histórica. Ya no es que los órganos sexuales no condicionen papeles sociales o que deban servir para algo más que la reproducción: es que son un puro juguete para jugar a lo que se quiera: al mus, al tute o a la podrida; y sirven sólo para disfrutar de ellos como se quiera, pero no para la reproducción, tal como había profetizado la todavía actual novela de A. Huxley, Un mundo feliz. Como ejemplo: hace años escuché la queja de una muchacha que acababa de tener su primer hijo y a quien el marido le prohibió darle el pecho “para que no se te estropeen los pechos”: porque “tus tetas son mías” (citas literales). 4.- Esta evolución permite percibir las diferencias entre la ideología del gender y la perspectiva de género. Si esas diferencias son exactas, como creo, llega el momento de comentarlas. 4.1.- En el gender se toma la pie de la letra la primera concepción sartriana de la libertad, según la cual la existencia (y con ella la libertad) precede a la esencia. Concepción que Sartre corrigió al final de su vida en una célebre entrevista a Le Nouvel Observateur3. Muchos partidarios del gender han apelado a la célebre frase que abre El segundo sexo de Simone de Beauvoir: “no se nace mujer, se llega a ser mujer”. Pero, en la autora francesa, esa frase tenía el sentido dinámico de Píndaro que después retomó Nietzsche en su Ecce homo: “hazte aquello que eres”; y valía sólo para las mujeres. Ahora en cambio, su punto de partida ya no es una constitución dinámica, sino la nada misma: cualquiera puede llegar a ser mujer. El descubrimiento tan moderno (y exagerado) de que no “tengo un cuerpo” sino “soy mi cuerpo” desaparece para volver a lo anterior (también exageradamente): sólo “tengo” un cuerpo. Como tengo unos cabellos que me puedo cortar, dejar crecer, teñir y peinar como quiera. Ello me parece una ofensa al feminismo. 4.2.- La antropología latente al gender es la del individualismo norteamericano extremado que hoy se nos impone: ni la naturaleza, ni la cultura (o sociedad) pueden imponerle al individuo su identidad sexual. Ese individualismo desconoce todo también el personalismo de Mounier y que, constitutivamente, el ser humano es tan relacional como individual. El cuidado, tan necesario en toda vida humana –tanto el darlo como el recibirlo-, y tan gráfico en el amamantar, desaparece de la constitución corporal y de la base material del ser humano: será una cosa que depende sólo del gusto de cada individuo. ¿No resulta eso profundamente antiecológico? ¿Acabaremos tratando a nuestros cuerpos como hemos tratado a la tierra? Quizá por eso Francisco aludía a este tema en la encíclica sobre el drama ecológico y el cuidado de la tierra. 4.3.- Se busca así desligar la relación sexual de todo ese universo relacional de la persona, donde cada cual es hombre o mujer frente al otro. Ya no se busca en esa relación aquello de “serán una sola carne” sino que “serán muchos y variados polvos”. Y los corridos mexicanos ya no podrán cantar aquello de “recuerda un poquito quien te hizo mujer” (o varón). Cito esa última frase deliberadamente; pues me parece más exacta que el tópico de “la media naranja”: en la relación hombre-mujer no se trata de dos mitades incompletas sino de dos seres completos y bien diversos que llegan a una unidad mayor en su relación: lo de “ya no son dos” no se dice de dos mitades sino dos seres; por ahí va la bíblica “semejanza” con Dios y, por tanto, esa relación se expresa mucho mejor en términos de reciprocidad que de complementariedad (así lo hace Francisco en el texto citado al principio). Aquello de “no separe el hombre lo que Dios unió”, vale aquí mucho más que en el problema de admitir a la comunión a divorciados, donde tantas veces no está claro si Dios había unido algo. 4.4.- Sospecho que, muerto Dios, ya no tiene sentido mirar la diversidad sexual como un dinamismo hacia “la imagen y semejanza de Dios” antes citada. Negada la trascendencia no hay nada que trascender en la relación sexual. Pero como, a pesar de todo, la relación sexual afecta a las fibras más hondas de la persona (tiene siempre un “plus” psíquico), ese plus saldrá por otro lado, en forma de dominio, egolatría, libertinaje, posesividad, celos, violencia sexista… 4.5.- Todo eso no tiene nada que ver con el feminismo.Consecuencia de los dos puntos anteriores es que la desigualdad no tiene nada que ver con la diversidad: ésta debe ser mantenida y aquella desterrada, so pena de ir a dar en una falsa concepción que ha sido muy típica de la Iglesia, y que confundía la unidad con la uniformidad. Creo ser, y quisiera ser, feminista de corazón. Pero creo también que todas las grandes causas pueden desvirtuarse y eso les hace mucho daño. Y que nuestra hora se caracteriza por una tendencia generalizada a, más que “servir a una causa noble”, servirse de ella en provecho propio. Sería trágico que el gender acabe siendo respecto del feminismo, lo que fue el comunismo real frente al verdadero socialismo. Sorprende en este contexto, lo poco que las feministas se han implicado en las dos causas más esclavizadoras de la mujer: la trata de mujeres y la situación de la mujer en lugares como Afganistán.Ambas merecerían una cruzada universal. En vez de eso tales cruzadas se hacen para el lenguaje inclusivo y causas así, de las que valdrían otras palabras de Jesús: “conviene hacer esto pero sin descuidar ni omitir lo otro”. 4.6.- Más que el feminismo, creo que han contribuido mucho a la ideología del gender los grupos GLTB (gays, lesbianas, bisexuales y transexuales), un conjunto muy dispar, donde hay algunas gentes con unos sufrimientos y una dignidad dignas del mayor respeto, y otras gentes de frivolidad muy poco humana, resumible en lo que me dijo hace unos años, un buen muchacho que andaba luchando por salir de esa frivolidad: “para mí el sexo ha sido como tomarte un gintonic, pero mucho más sabroso y, si eres hábil, un poco más largo. Nada más”. Pero quizá ambos grupos se sienten unidos por una comprensible necesidad de reconocimiento exterior que supla la falta de plena aceptación interior de sí mismos. No quiero entrar ahora en discusiones de carácter más científico sobre esos colectivos, pues no me siento preparado para ellas. Pero sí creo posible establecer dos normas de conducta: por un lado la necesidad de dar a estos grupos minoritarios un cauce lo más digno posible. Por otro lado, dar cauce a lo minoritario no puede significar erigirlo en plenamente igual o equivalente a lo mayoritario, o incluso en ley para el todo (“proyectos educativos y directrices legislativas” decía Francisco). Esto segundo sería contrario a la pretensión de una sociedad plural en un estado laico. 4.7.- Me temo que, en toda esta cuestión donde tanto se arguye esgrimiendo derechos, quedan unos derechos muy pisoteados que son los de los niños, precisamente porque no pueden defenderse. Atravesamos una época cultural en que los derechos son vistos mucho más (y casi exclusivamente) como un arma en favor propio, que como una llamada que me llega del otro. A una manifestación contra los CIES acudirán a lo más cincuenta o cien personas, pero a una manifestación para reivindicar algo “para mí” acuden miles. Eso muestra que hemos olvidado la recomendación insistente de aquel paradigma de la izquierda que fue Simone Weil: para que los derechos humanos funcionen bien, es imprescindible una “Declaración de los deberes humanos”. En vez de eso, por ejemplo, se presupone que las consecuencias de todos los devaneos eróticos de los padres no afectan para nada a los niños. Nunca se habla del dolor impotente, la inmensa soledad y el desconcierto de muchos niños y muchachos (ellos y ellas) ante la conducta de sus padres en este campo. Simplemente se da gratuitamente por supuesto que eso a ellos no les afecta nada, cuando no se los incita contra el otro progenitor, o se convierte la “custodia compartida” en un “abandono compartido”. Lo dicho anteriormente sobre la ausencia del cuidado se activa aquí. Hay veces en que a los niños se los quiere como juguete o descarga de la propia afectividad, no como sujetos frente a nosotros y más débiles que nosotros. El niño-objeto sustituye a la antigua mujer-objeto cuando, precisamente frente a ellos (por su debilidad y porque son el futuro), habría que elegir lo mejor. Irónica y divertidamente comentaba una vez una buena mujer sobre los hijos: “cuando son pequeños te los comerías a besos; cuando crecen te arrepientes de no habértelos comido…”. Habría que procurar que eso no deje de ser una humorada irónica para convertirse en una realidad y que, cuando ya no están para comérselos o para presumir de ellos, estén para prescindir de ellos. Sobre todo cuando comienzan a crear mil problemas con sus crisis, sus rebeldías y sus oscuras batallas para cuajar como seres humanos. Por supuesto, de ningún modo pretendo decir que estos problemas y peligros no se den en los dos primeros capítulos del proceso descrito.La pasta humana es la misma en todas las personas. Sólo clamo para que no los olvidemos aquí, como excusa para una falsa libertad nuestra.
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Paliar el hambre y la indignidad no es “una ocurrencia” por: Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara1/31/2017 Ha sido una afirmación del partido Ciudadanos con motivo de la propuesta de una renta mínima de 426 euros para personas sin recursos, de los restantes partido de la oposición. Se alineó con el PP con el peregrino argumento de “no hacer políticas públicas basadas en ocurrencias”. Si lo que quieren asegurar es que no hay que improvisar soluciones urgentes, sino que es preferible ir hasta el fondo de la cuestión, y atacar los problemas en profundidad, podían haber escogido otro tema y otra ocasión. En casos de máxima urgencia, cuando la vida depende de la inmediatez de una intervención quirúrgica, no pueden los médicos esperar unos meses a estudiar el caso y conseguir soluciones duraderas y estables para el problema. El hambre, la falta de recursos, la situación de postración psicológica, y el sentimiento de indignidad y de falta de la más mínima autoestima, derivado de la total falta de recursos económicos, exige una cirugía inmediata, urgente y resolutiva. Después, intentaremos entre toda la sociedad, políticos, economistas y ciudadanos honrados, resolver definitivamente el problema, o enfocarlo de manera positiva y sostenible.
Entre los políticos de Ciudadanos, que apoyan el argumento de falta de dinero del PP, y entre los miembros de este partido y su familiares más cercanos, no debe de haber nadie que se encuentre en la situación de carencia de todo tipo de recurso económico. Si no, sería muy improbable que usaran ambos argumentos: la falta de dinero, o la descalificación de que esa solución de urgencia es una “ocurrencia”. Dejar sin recursos, así, ¡a ver qué pasa!, a más de dos millones y cuatrocientos mil ciudadanos, (2.400.000) debería ser declarado un acto de exterminio. Y si no lo llega a ser es porque la gente se espabila, y recurre a la propia inventiva, y a la ayuda solidaria de amigos y parientes. Y aquí entraría la economía sumergida, que sería incentivada y obligada por la propia injusticia del trato del Estado. Es decir, éste dejaría en manos de la ciudadanía una sagrada y primera obligación que le corresponde por su propia esencia y constitución: el defender la integridad física, anímica y psicológica de sus conciudadanos. No se puede mentir tan descaradamente. Claro que hay dinero, otra cosa es que, despiadada y cínicamente, no se quiera repartir, no ya en igualdad, sino de manera proporcionada, aunque esta ordenación sea leve, de tal manera que no destruya la pirámide social sino en términos asumibles para los privilegiados. ¿No hay dinero, cuando alguien, como un consejero de las compañías eléctricas, recién elevado a ese cargo, sin muchos trienios ni antigüedad que exhibir, gana 170.000 euros anuales? Dejando ese macro sueldo, escandaloso e injusto, en ¡solo 100.000!, ya daría para pagar 164 meses, es decir, más de 11 años a 14 pagas mensuales. Hagan el mismo cálculo entre aquellos que ganan más de 70.000 euros al años, que significa una paga de 5.000 euros mensuales, ¡que ya está bien!, dejando lo que sobre para incrementar las retribuciones más bajas, como el sueldo mínimo del que hablamos, y así con tantos y tantos que ganan más que eso, y el resultado será un buen ejercicio de justicia distributiva. Porque esto debe de quedar bien claro: la riqueza de un país no se puede repartir con desigualdades astronómicas, como las que, cada vez más, se dan en España. Solo repartiendo equitativamente, pero no con tan injusta, escandalosa y desproporcionada desigualdad, es como llegará el dinero para que nadie, nadie, ni mil, ni cien mil, ni un millón, ni varios millones, -si ahora son 2.4000.000, y seguimos con parecida desproporción, en poco tiempo habrá una masa incontable de miserables-, se quede sin recibir, por lo menos, lo necesario para una vida digna y respetable. Lo contrario será un caldo de cultivo para grandes males, que no demorarán mucho en llegar. Y, a todo esto, ¿Dónde están nuestros obispos, dónde la Conferencia Episcopal Española (CEE), dónde la Comisión Permanente, que puede reunirse y pronunciarse con más celeridad? Si la Iglesia española de hoy no hace como Jesús, que se preocupaba de las necesidades humanas, todas, del cuerpo y del espíritu, que defendía a los más pobres y excluidos, que daba la cara por publicanos, samaritanos, prostitutas, gente impura, etc.,y no denuncia, con la autoridad que todavía le concede la sociedad, la terrible injusticia contra los más pobres, desvalidos y excluidos, como hacen Francisco, o monseñor Santiago Agrelo, o Pedro Casaldáliga, y tantos obispos, curas, misioneros y catequistas de todo el mundo, nuestra Iglesia irá perdiendo credibilidad, y la brecha que hay hoy día entre los jóvenes, los universitarios, la gente de la cultura y del arte, y las clases populares, y la Iglesia, se agravará, hasta hacer muy difícil su restauración. Algunos aspectos del Jesús histórico
Se estima que nació unos 6 años a.C., cuando Israel era colonia romana. Desde su niñez residió en Nazaret de Galilea. Fue un humilde trabajador judío dedicado a labores artesanas como su padre José. Con “una fe que mueve montañas”, al llegar a la madurez fue discípulo del profeta Juan el Bautista. Al recibir el bautismo de Juan como un pecador más entre otros, Jesús debió sentir una iluminación interior, por la que tomó conciencia de ser hijo amado de Dios para cumplir una misión: anunciar que Dios es Padre de los seres humanos y estaba cerca de irrumpir su reinado de paz y justicia en la Tierra. Jesús no tuvo pretensiones de fundar ninguna religión ni iglesia, sino la de renovar la religión judía que se había corrompido y estaba en manos de “guías ciegos”, conforme a los orígenes profundos del Yahvismo. Estimaba que, haciendo suyas las palabras del profeta Isaías, el Padre le enviaba a “liberar a los oprimidos y a dar buenas noticias a los pobres”; destacando en su excelente mensaje de liberación: las Bienaventuranzas, el Padre Nuestro y el juicio final (o fundamental). Aunque actuó localmente sus pretensiones sobre el Reino de Dios eran universales. Viendo los pueblos como se amaban los israelitas –pensaba Jesús–, acabarían alabando a su amado Dios-Padre. Es decir, el Reinado de Dios que comenzaba en Israel, se extendería por la Tierra como “levadura en la masa”. Desde que el tetrarca Herodes Antipas apresó a Juan, decapitándolo después, Jesús se fue a Galilea a anunciar la irrupción del Reinado de Dios-Padre que consideraba inminente, con signos de misericordia y curaciones de enfermos. Durante unos dos años (o uno según algunos teólogos), la misión por el Reino de Dios la ejerció, acompañado de discípulos y discípulas, de forma itinerante en aldeas y poblados de campesinos y de pescadores alrededor del lago Tiberiades pertenecientes a la región de Galilea; siendo el poblado de Cafarnaúm como su centro de operaciones. Eso sí, dado que en las ciudades residían los explotadores, los terratenientes y las opresoras autoridades, nunca fue en misión a ninguna gran ciudad excepto a Jerusalén, por ser ésta el centro espiritual de Israel. Más tarde, fue a las poblaciones de Judea para anunciarles el Reino de Dios. Por último, anunció el Reino en el Templo de Jerusalén, asombrando a los creyentes y escandalizando a las élites religiosas, por sus maravillosos mensajes sobre el amor de Dios a los pobres y valientes denuncias a las élites, pero sobre todo, por su acción profética al tumbar las mesas de los cambistas y vendedores de palomas como signos de la sustitución del templo judío corrompido por el nuevo templo de la comunidad del Reino. Anunciar un reino de forma pacifista, aunque sea de Dios y no de un hombre, sin el permiso del César ni la autorización de Herodes Antipas, ni del Sumo Sacerdote Caifás, era peligroso en aquel tiempo tan convulso del siglo I d.C.; máxime, cuando las multitudes que le admiraban aumentaban continuamente. Varios que se arrogaron ser el Mesías, fueron ajusticiados por rebeldes al pretender establecer el reino soberano de Israel mediante las armas. Si últimamente andaba Jesús escondiéndose de la persecución de Herodes Antipas, con esa acción profética ‘no violenta’ de denuncia a las autoridades judías por haber “convertido el templo de oración al Padre en cueva de ladrones” echando a los mercaderes fuera del templo, le acarreó la sentencia de muerte. Después que se despidió de sus discípulos en una última cena cargada de tensión emocional, los romanos, por instigación de las autoridades del Sanedrín, lo crucificaron entre dos rebeldes (se supone un día antes de la Pascua). Ya lo enterraran en una tumba nueva de José de Arimatea, ya probablemente en una fosa común, lo cierto es que las discípulas y los discípulos pronto le sintieron vivo, presente entre ellas y ellos, de una manera nueva y misteriosa, pero real. ¡Jesús ha resucitado!, esa es la fe de los amigos de Jesús y de las Iglesias de fieles que fueron apareciendo en los más de veinte siglos posteriores. Si el proyecto del Reinado de Dios, quedó interrumpido con la crucifixión que padeció Jesús, continúa manifestándose entre los seres humanos y las colectividades a partir de su resurrección. Progresivamente los discípulos integrados en el movimiento cristiano, motivados por su fe, le fueron asignando títulos a Jesús: En vida le llamaron maestro, profeta y Mesías. Pero es a partir de la fe en la resurrección cuando le van añadiendo otros atributos: Señor, Salvador e Hijo de Dios; para terminar por considerarle Dios-Hijo, Dios de Dios y Segunda persona de la Trinidad, que con el Padre y el Espíritu forman el único Dios verdadero. Varios teólogos entre los que destaca Bultmann, desde la primera mitad del siglo XX y en el marco de una cultura secularizada, se fortalece la crítica histórica de carácter científico aplicada a Jesús. En el profeta de Nazaret se distingue “el Cristo de la fe del Jesús de la historia”. Actualmente hay creyentes que les fascina el hijo de María y José como hombre lleno de Dios y no tanto como Dios-Hijo. Jesús es admirable para humanistas, ya sean cristianos y/o agnósticos. Visión de Jesucristo actualizada Para muchos bautizados, las relaciones con Jesús son, desde la fe, en su existencia de resucitado y de acuerdo con el testimonio que nos dio como personaje histórico. Los Evangelios transmitieron su gran figura excepcional, profética, reveladora de Dios-Padre, impulsor del Reinado de Dios, animador de fraternidad entre personas y pueblos, pero sobre todo por su misericordia liberadora de los oprimidos. Muchos cristianos sentimos como Jesús nos ha motivado para tratar de vivir en pobreza (si se quiere en austera generosidad, evitando el consumismo y la acumulación de bienes materiales). Ello, no es óbice para gozar alegre y prudentemente de los inmensos recursos que Dios nos ha dejado en la naturaleza y a través de la creatividad y laboriosidad humana. Si la pobreza evangélica (que comprende la solidaridad) se cumpliera en la Tierra, tendríamos repúblicas democráticas fraternales sin hambrientos, ni marginados, ni víctimas de la violencia. Muchos religiosos, estiman que el celibato es un don de Dios, como igualmente lo es el matrimonio; siempre que ambos sean asumidos libremente por cada persona y los empleemos al servicio del Reinado de Dios, de la paz, de la justicia y de la fraternidad. Innumerables creyentes estimamos que debemos colaborar con la Comunidad Eclesial para anunciar a personas y pueblos, al propio Jesucristo histórico y resucitado que vive entre nosotros. Él es la revelación plena de Dios-Padre. Viendo a Jesús vemos al Padre. Expandir el Reino de Dios, conforme a los signos de los tiempos, que él trajo a la humanidad, es colaborar para hacer posible la vida y la paz, la justicia y la libertad, la dignidad personal y los derechos humanos, así como la fraternidad y el bien común. Si la Iglesia no evangeliza, es decir no libera y fraterniza, no es Iglesia. Tan humano como lo fue Jesús, solamente pudiera serlo Dios mismo. Gracias a Jesús, sabemos que Dios es amor, es Padre y Madre, es el liberador de los oprimidos y de los pobres. Siendo hijo de los humildes israelitas María y José, Jesús destacó entre sus conciudadanos por su inmensa misericordia para los que sufren; puso las bases para reformar los sistemas opresores ya fueran políticos e imperiales, económicos y comerciales, culturales y artísticos, religiosos y espirituales. Por el Magníficat de María sabemos que Jesús con su mensaje y su testimonio, sigue animando a los creyentes a creer en el Dios de los marginados. El Padre sigue desterrando a los poderosos y elevando a los humildes, despidiendo vacios a los ricos y colmando de bienes a los pobres. En la fe y por la fe, muchos experimentan a Jesús como el amigo que nos ayuda en nuestros problemas, el Profeta que nos anima al compromiso por otro mundo mejor. Jesús es un ejemplo de religiosidad humanista; es el más humano entre los humanos, es el modelo a seguir en la liberación de los pueblos y clases oprimidas conforme a los signos de los tiempos. En la Iglesia, a pesar del “pensamiento único’ que tratan de imponer determinadas jerarquías eclesiásticas, innumerables creyentes viven conforme a una nueva cosmovisión cristiana que comprende: transformar la estructura vertical de la propia Iglesia en una nueva estructura horizontal e igualitaria; la proclamación del Padre-Dios que se manifiesta en toda religión junto a la necesidad de la unidad interreligiosa de las distintas confesiones para colaborar a la paz; la unidad en Cristo desde la diversidad de visiones y compromisos; la separación de Iglesia y Estado para que vivamos los creyentes libremente en el seguimiento de Cristo; impulsar en la Iglesia la pobreza evangélica y la solidaridad con los marginados capaz de frenar la acumulación de los enriquecidos; un estilo de vida humilde y servicial que supere las ansias de poder de las élites; el compromiso por la justicia y la fraternidad como base para superar el capitalismo neoliberal; la teología de la liberación como motor para construir la gran comunidad igualitaria universal; el discernimiento teológico y bíblico mediante el método crítico-histórico basado en la ciencia, que supere las interpretaciones mágicas y espiritualistas; la acción pacifista como estilo político y social para construir un mundo mejor que acabe con la violencia de los fuertes contra los débiles; la prioridad del sacerdocio común de los creyentes y las creyentes por encima del sacerdocio ministerial; la lucha por superar el patriarcalismo imperante para lograr la igualdad entre hombres y mujeres en la Iglesia y en la sociedad; y por último, el esfuerzo común cristiano para promover el profetismo por encima de liturgias y ritos. El seguimiento de Jesús nos exige el esfuerzo de amar a Dios amando al prójimo, tanto a amigos como a diferentes y contrarios, incluso a enemigos, fundamentado todo en el amor a los pobres. Basado en la humildad, tratemos de ver las cualidades y virtudes de los demás, así como ser conscientes de nuestros defectos e impotencias morales. Todo ello sin dejar el compromiso por la justicia, la liberación de los pobres y la denuncia profética como medio de amar a las élites opresoras. Perdonando de corazón, y solicitando perdón cuando las circunstancias lo requieran busquemos amar y orar por todos. En definitiva, ser cristiano nos exige, la conciencia de que somos limitados, asumiendo el esfuerzo humilde de amar hasta que llegue un día de que seamos capaces de dar la vida por los demás. Mejor servir que ser servido, admirando las capacidades de servicios que superan a las mías en otros cristianos y cristianas, de otros grupos y movimientos. *Sacerdote español jubilado ha trabajado muchos años con cristianos de varios comunidades centroamericanas. Aquí estamos acostumbrados a referirnos indistintamente para expresar lo mismo. Lo hacemos en la liturgia y en la manifestación pública de lo cristiano. De hecho, la cruz es el signo cristiano por el que nos reconocen como seguidores de Cristo; también en esto del seguimiento hemos herrado pues tener fe en el Dios cristiano no es creer que Dios existe sino más bien el seguirle con nuestro ejemplo en forma de actitudes y conductas. Ser practicante no es ir a misa -solo- sino actuar a diario conforme al evangelio.
Pero a lo que iba. La cruz y el crucificado los empleamos como sinónimos cuando no deberían serlo. No es en el madero donde ponemos nuestro corazón y nuestra fe sino en Jesús que por amor acabó colgado en él. Su persona es quien nos atrae, como dice Juan: cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos sobre mí (Jn 12, 32) dando entender de qué muerte iba a morir. La cruz es signo de muerte, efectivamente, y fuente de muchos equívocos sobre el sufrimiento cristiano. Dios no quiere sufrir ni que suframos. Murió contra su voluntad, asesinado por mantenerse en su denuncia profética contra quienes impedía la explosión de su Reino de amor para todos. Su sufrimiento fue la consecuencia no querida del lado más oscuro del ser humano al que respetó en su libertad. Pero Jesús predicó la alegría, la solidaridad, el amor; nunca buscó el sufrimiento como una bendición; al contrario, se dedicó en cuerpo y alma a salvar del sufrimiento a los demás, aunque no se sintieran de los suyos. Salva el crucificado en un madero y lo hace con su amor. El madero es santo por el personaje al que se clavó en él. Curiosamente, los protestantes en cambio, no entienden la exaltación del crucificado si Jesús ya ha resucitado. Pero esta es otra discusión. Cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminó en Estrasburgo que la presencia de un crucifijo en las aulas era una violación de los derechos humanos (2009), no rechazaron la cruz. Lo que rechazaron fue al crucificado. Podrán quitarlo de aulas y lugares públicos pero nadie rechaza o se abraza a un madero. No, no es la cruz, es el crucificado. Él es quien nos sigue invitando a remar con audacia hacia el amor que, en definitiva, supone crecer en plenitud humana. Apostar por el bien sobre el mal, la verdad sobre la mentira, la solidaridad frente a la indiferencia egoísta. Nada que ver con la exaltación del sufrimiento. La vida cristiana es un largo aprendizaje para centrarnos en Cristo crucificado y en lo que significa la Salvación como liberación de las cadenas que atrapan lo mejor del ser humano, siguiendo siempre la senda del evangelio que, como todo el mundo sabe, significa buena noticia; misericordia quiere Dios, no otros sacrificios. Trece años de cárcel, nueve de ellos en total aislamiento, derrumbaría hasta un gigante. Sin embargo, no logró quebrar a Francisco Javier Nguyen Van Thuan. En la prisión comprobó que el amor es creativo, y él amaba vivir, amaba su fe y amaba su patria. En esa situación, aunque tenía que cargar cadenas, conservó el corazón libre.
El cardenal vietnamita supo sacar bendición de aquello que para todo el mundo era maldición. Con unos alambres retorcidos se fabricó una figura de Cristo que le recordaba que él había padecido primero los manotazos de los hombres, se ganó la confianza de sus carceleros y pudo escribir tres libros aprovechando medios muy rudimentarios. En uno de esos libros (“Testigos de esperanza”) reflexionó acerca de ciertos defectos que encontró en Jesús de Nazaret. Esas falencias fueron: Jesús es un desmemoriado, no tiene idea de las matemáticas, no sabe emplear la lógica, no calcula los peligros y, finalmente, es un completo ignorante en las finanzas. Jesús no tiene memoria. Una sola prueba de esta aseveración: estando en la cruz, agonizando, escucha que uno de los ladrones que sufría el mismo suplicio, le pide que se acuerde él. Jesús se olvida de todas las picardías y robos de ese hombre y le asegura la vida eterna junto a él esa misma tarde. Jesús no sabe matemáticas En sus enseñanzas, Jesús empleaba el método de contar historias, poner ejemplos. Dijo un día que si un pastor tenía 100 ovejas y se le perdía una, dejaba en el redil las 99 y se iba en busca de la oveja perdida. Para él, una sola persona es equivalente a noventa y nueve. O sea, una ecuación que es rechazada de plano por todos los comerciantes del mundo. Jesús no tiene lógica También puso el ejemplo de una mujer que tenía diez monedas de mucho valor. Cuando se le extravió una, barrió toda la casa hasta encontrarla. Y cuando la tuvo de nuevo en su mano, invitó a todo el vecindario a hacer una fiesta. Una fiesta en la que gastaría mucho más que el valor de la moneda encontrada. Es decir, no hay lógica alguna en este ejemplo. Jesús corre demasiados riesgos Los seguidores de Jesús se han contagiado del marketing empresarial y de las planificaciones de los ejecutivos. Ellos piden asesores de planificación. Parroquias, congregaciones, comunidades, grupos pastorales…todos emplean horas y horas para proyectos, planes, objetivos, estrategias. Alguien dijo que al final de los tiempos, Jesús no encontraría a sus seguidores unidos, pero sí los encontraría reunidos… Jesús se lanzó no más con su propuesta del Reino de Dios. No hizo conciliaciones con los doctores de la ley, no buscó alianzas con los fariseos, no tuvo compromisos con los romanos. Lógicamente su proyecto fue un fracaso. Un líder que termine asesinado como un bandolero, entre dos ladrones, solo con su angustia, es un fracasado. El poder de Dios lo convirtió en un triunfador. Jesús no entiende de finanzas ni de economía Si Jesús fuese el administrador de la empresa, de la comunidad, la ruina sería cuestión de días. ¿Como entender a un administrador que paga el mismo salario al que empieza el trabajo antes y al otro que sólo trabaja una hora? ¿Un descuido? ¿Jesús no sabe contar? … ¿Por qué Jesús tiene esas falencias? Porque es el Dios de la Misericordia y el Amor Encarnado. Dios Amor (cf. 1Jn 4,16). Por tanto, no es un amor racional, calculador, que condiciona, ni recuerda las ofensas recibidas. Sino un amor donación, servicio, misericordia, perdón, comprensión, acogida… ¿En qué medida? Infinita. Las falencias de Jesús son el camino de la felicidad. Por eso, damos gracias a Dios. Para alegría y esperanza de la humanidad, esos defectos son incorregibles. En el discurso de su toma de posesión como 45º presidente de los EE.UU. de América el señor Trump invocó varias veces a Dios. Al final, con el famoso “Dios bendiga a los Estados Unidos de América”.. y en el siguiente párrafo, tremendamente significativo:
“No debe haber temor. Estamos protegidos y siempre estaremos protegidos. Estaremos protegidos por los grandes hombres y mujeres de nuestro Ejército y las fuerzas del orden. Y, lo que es más importante, estaremos protegidos por Dios”. Claro que el presidente debe de conocer la teoría filosófica de la actuación de Dios a través de la causas segundas, y bien se preocupa de cuidar y alimentar a estas últimas. Por eso, por si la protección de Dios fuera insuficiente, el recién electo presidente de la nación más rica y poderosa del mundo, -¡por ahora!, y por poco tiempo, a lo que parece- va incrementar la industria americana, y ya sabemos cuales son sus máximos exponentes, en la gran industria, y en el volumen de los lucros conseguidos: el petróleo, gran contaminante, los coches, otros que no se quedan cortos tampoco, y, sobre todo, lo que más dinero y ganancias produce, las armas. ¡Qué gran blasfemia!, que Dios defienda a los Estados Unidos con armas poderosísimas y sofisticadas, y a los que no las tienen, que Dios no los proteja, ¿no?. Me escandaliza la apropiación de Dios para causas inicuas. Todavía recuerdo el estupor que me produjo la escena, posiblemente vista en alguna edición del NODO, del arzobispo de Nueva York Francis Spellman bendiciendo los cañones norteamericanos que ayudarían a los Estados Unidos a ganar la 2ªguerra mundial. Nunca entendí que las aguas pascuales bendijesen artefactos guerreros pensados y fabricados para matar. Pero no es de extrañar nada en un personaje como Spellman, anticomunista furioso, que hacía prevalecer su simpatía republicana sobre la condición de católico de Kennedy en su carrera electoral contra Nixon. O su habilidad capitalista para las finanzas, que lo llevó a administrar los bienes de la Santa Sede y de muchas de las diócesis norteamericanas. Pero estas contradicciones que estoy recordando a raíz de mi pequeña reflexión sobre la “religiosidad” de Trump, nos ayudan a entender mejor las profundas divergencias en la sensibilidad socio-económicas-políticas que subsisten entre la sociedad americana del Norte y la europea. Como me enfada y sonroja que un personaje, que según me he enterado es presbiteriano practicante y asiduo, no se sonroje al proclamar que “primero América”, y, casi, solo América. Como enoja profundamente a los restantes americanos, los dos el norte, Canadá y Mexico, los de América central, y los de sud América, éstos sobre todo, que se sienten despreciados y ninguneados, cuando sus prepotentes vecinos del norte se apoderan también en exclusividad de la condición de americanos. Y que al desprecio sume la ofensa, y a ésta, la amenaza, como la bravuconada de que construirá el dichoso muro, y que, además, lo pagará Méjico. Con lo que demuestra un delicado y apropiado sentido de las relaciones internacionales, del respeto y consideración a todos los habitantes de la misma casa común, que es la tierra, y la predisposición a lanzarse por la calle del medio cuando sienta el menor asomo de menoscabo de su petulante preeminencia. En su Iglesia, ¿no oye las Palabra “Cruz”, “poner la otra mejilla”, “Padre Nuestro, no mío”, ¡ay de los ricos!, “perdonar hasta setenta veces siete”, “bienaventurados los pobres”, o “la parábola del Rico y del pobre Lázaro”? Y también nos asusta, mas que sorprende, la prisa que tenía en demostrar su absoluta falta de solidaridad, que ya parece odio, más que desprecio, a muchos de sus conciudadanos legales, -dejemos un momento metodológicamente a los ilegales-, que se comunican normalmente en español, anulando cualquier posibilidad de contacto en la lengua española con la web presidencial. ¡Y pensar que el 27% del voto hispano fue para un presidente que demuestra tanto agradecimiento! Espero que los ciudadanos de Norte América sepan parar los pies a semejante ejemplar de niño grande, poderoso y mimado. Pero los que no somos ciudadanos de ese grande país, pero sí creyentes en el Dios Padre de Jesucristo, tenemos derecho de solicitar al señor Trump que no se apropie de Él para fines tan alejados de la Sabiduría, la Justicia, la Misericordia y el Amor de Dios. Así se lo pregunta el teólogo brasileño, de origen holandés, Eduardo Hoornaert.
Una de las críticas que se hacen del Papa, en término futboleros, es que “El papa Francisco juega bien pero no mete gol”, refiriéndose a que abre puertas, propone iniciativas, inicia cambios, pero todo queda a medias, no resuelve nada (cambios en la curia, celibato de los curas, papel de la mujer…). Tal vez algunos esperarían una actuación autoritaria que cambiara las cosas por decreto, con más eficacia en resultados inmediatos. A lo mejor es verdad que el Papa no quiere meter goles, no busca la victoria. Quizás es más como el entrenador que les dice a los jugadores: de vosotros depende ganar o perder; sois vosotros quienes debéis meter gol, no yo. Paradójicamente tendríamos un Papa que está en el poder, en la cúpula, pero no ejerce el poder. Más bien anima a los movimientos populares a que sean ellos quienes cambien las cosas: “hagan lío”, muévanse, no lo esperen todo de arriba. La revolución ha de venir de abajo, no de arriba. Algunos grupos eclesiales sintonizamos con el Papa en ese sentir: creemos que él está haciendo lo que le toca, aunque a veces sólo sean gestos simbólicos, palabras proféticas, invitaciones… Y creemos que bastante hace con lo difícil que lo tiene. Pero a nosotros nos toca hacer lo nuestro: desde abajo: una iglesia pobre y de los pobres. “Prefiero una iglesia herida por salir a la calle que enferma por quedarse encerrada”. Y a los movimientos populares (chatarreros, cartoneros, recicladores, activistas, campesinos sin tierra…) les llama “poetas sociales”: promotores de un proceso en el que confluyen millones de acciones grandes y pequeñas encadenadas creativamente, como en una poesía; por eso quise llamarlos “poetas sociales”. Pienso que es la misma “eficacia” del no poder que Jesús refería al Reino de Dios, que ya está sembrado y va haciendo su labor, que no se impone sino se propone, se ofrece, se siembra. ¿No era también Jesús anarquista contra el poder? ¿Creéis que el Papa Francisco es anarquista? Felices quienes no pretenden ser más que una pizca de sal, un destello de luz, para ser la levadura de un mundo nuevo, dejando un regusto en el paladar y una brizna de esperanza a cada persona que encuentren en su camino.
Felices quienes se entregan generosamente en cada actividad que emprenden, y no exigen nada a cambio. Quienes saben perdonar las debilidades y pedir perdón por sus incoherencias. Felices quienes hablan siempre con sinceridad, cuyas palabras no van más allá del sí o del no; quienes ante una ofensa o un engaño, ofrecen siempre una amable espera y una nueva oportunidad. Felices quienes tienen el amor, el servicio y la ternura como el ideal en su vivencia cotidiana. Y se esfuerzan por no odiar y dialogar, incluso con los que les hacen daño. Felices quienes no desean llegar a la perfección, sino únicamente experimentar y vivir la misericordia con los demás, aprendiendo de nuestro buen Dios, que hace salir cada día el sol sobre todos los seres humanos sin excepción. Felices quienes de sus buenas acciones nadie se entera, quienes oran al Padre en el silencio de su corazón y en el corazón de su existencia, quienes comparten buena parte de lo que tienen y son sin dar a conocer el remitente. Felices quienes poseen como su mayor tesoro no el dominar a nadie, ni el consumir cosas inútilmente, sino que su gran riqueza son los demás: su familia, sus amigos, su comunidad y los más débiles y marginados del mundo del que se sienten parte. Felices quienes no se angustian ante las dificultades de la vida,sino que las afrontan con serenidad y buen ánimo, sacando fuerzas para seguir adelante de su hondón personal y de los buenos consejos que les ofrecen quienes les quieren de verdad. Felices quienes no critican, ni murmuran, ni condenan, sino que analizan antes sus debilidades y disculpan las de los otros, mostrando en cada caso su indulgencia y consuelo. Felices quienes construyen sobre la roca firme de la amistad, del cariño, de la compasión y de la solidaridad. Aquí radica la esencia de la fraternidad universal y la regla fundamental para la convivencia: “Todo lo queráis que hagan por vosotros, hacedlo también vosotros por ellos”. Ahí se encuentra también la voluntad de Dios: buscar sencilla, humana y esforzadamente la felicidad y la plenitud de los demás. En ese camino de donación encontrarán también la suya. "La teología de la liberación fue una cosa positiva en América Latina", afirma el Papa. Responde así a la pregunta del periodista de El País dada en una larga entrevista recién este domingo.
La frase ha debido estremecer a los sectores católicos conservadores iberoamericanos. Dirán que esta es la prueba que faltaba para confirmar que Francisco es comunista.Pero el mismo Papa aclara que la que fue condenada fue la versión de la teología de la liberación que utilizó el marxismo como método de análisis de la realidad. En otras palabras, que no toda la teología de la liberación ha sido marxista. Pero, ¿cuál no lo ha sido? Si hubo una teología de la liberación marxista, terminado el marxismo, ha perdido toda relevancia. Si hubo una teología de la liberación que no fue marxista, ¿qué queda de ella? El periodista y Francisco dan por acabas ambas. "Fue cosa positiva", afirma el Papa. ¿"Fue"? ¿Es? ¿Ha quedado algo de ella? Si la teología de la liberación terminó, felices estarán los sectores católicos responsables en gran medida de la miseria latinoamericana de los años sesenta y de la irreductible desigualdad del tercer milenio. El fracaso de esta teología ha podido satisfacer, además, a obispos como López-Trujillo, Medina y Sodano, entre otros, sus enemigos jurados. Pero la "Iglesia de los pobres" de América Latina habrá perdido su lanza intelectual. Quedará en pie, eso sí, la versión eclesiástica de la Iglesia, la versión que no calienta a nadie. Sostengo, por mi parte, que la teología de la liberación no ha muerto y, por ende, la Iglesia latinoamericana sí tiene futuro. Distingo dos aspectos metodológicos de esta teología que difícilmente pueden ser cuestionados. Esta teología postula que el "lugar hermenéutico" para reflexionar sobre la fe en Jesucristo incide decisivamente en la manera de comprenderla y de vivirla. No es lo mismo el "dónde". No puede ser igual la teología de los africanos, de los asiáticos, de los brasileros o de los centroamericanos. Las iglesias se localizan en la historia y culturas determinadas. Ninguna, ni siquiera la iglesia de Roma, tampoco el Papa, puede decir, bajo todos los respectos y en todas las situaciones, "tengo la única interpretación" del Evangelio. Pero hay otro asunto metodológico -discutido entre los autores- mucho más relevante. Este consiste en postular que aquel "lugar hermenéutico" puede ser también un "lugar teológico". A saber, que Dios puede "hablar" en los acontecimientos históricos que atañen a una iglesia en particular. No es lo mismo que la revelación contenida en las Escrituras ilumine la realidad actual de una iglesia determinada a que Dios "diga" algo a ella en el presente. La teología de la liberación sostiene que Dios hoy repudia la violencia de las maras y el femicidio, dos signos de los tiempos tremendos del continente. En Chile podría decir "acojan a los inmigrantes". Pues, además del método -que siempre debe ser revisado-, mientras haya esclavitudes y dependencias de unos seres humanos por otros o de sistemas impersonales de opresión, como el neoliberismo y la robotización que está acelerando la exclusión de las personas, la teología de la liberación será indispensable. Esta teología acude a socorrer a las víctimas de un "pecado social". Mientras este siga destruyendo al ser humano, los teólogos de la liberación tendrán trabajo. El cristianismo en América Latina está en juego. El catolicismo, en particular, hace agua. En Chile los católicos disminuyen un punto porcentual cada año. ¿Podría la teología de la liberación frenar estas tendencias? Este no es el asunto. Lo único central es el Evangelio. Esta es la apuesta de la única teología auténticamente latinoamericana. Es más, si lo propio de los adultos es pensar con autonomía, una Iglesia latinoamericana dependiente intelectualmente de Roma es una iglesia infantil. Si sigue operando con teología europea, no tiene futuro. La falta de reflexión sobre la experiencia situada personal y colectivamente de Dios no debe considerarse una posibilidad. Es una condición sin la cual se atenta contra el credo de la misma Iglesia, el cual exige articular fe y razón. ¿Cómo se ve el futuro? Sin teología de la liberación, muy oscuro. Si esta no es enseñada en las facultades y los seminarios latinoamericanos, si en estos no hay autonomía y libertad para pensar, si los seminaristas continúan siendo formados para servir las necesidades misioneras de la Iglesia europea, ¿qué se puede esperar? Celebro la postura de Francisco. Ojalá no me equivoque con mi propia opinión. El avance de los discursos basados en el desprecio y el odio a los inmigrantes y a los refugiados, el rechazo visceral del cambio climático… que reflejan el triunfo de Trump y el avance de la extrema derecha en Europa, se convierte en indicador (signo de los tiempos) del grado de deshumanización que está alcanzando nuestra civilización, no tanto por la emergencia de esos personajes, como por los millones de personas ponen su confianza en ellos y en sus ideas. Una situación que devuelve toda la actualidad a esa disyuntiva entre la vida y la muerte que planteó E. Fromm: “No hay distinción más fundamental entre los hombres, psicológica y moralmente, que la que existe entre los que aman la muerte y los que aman la vida”[1], y que también recoge el Deuteronomio: “Os he propuesto la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia” (Dt 30, 19).
Esa opción parece inclinarse del lado de la muerte (no sólo por el auge electoral de esas ideas, sino por lo que está ocurriendo en las fronteras con migrantes y refugiados; lo que sufren tantas poblaciones sometidas a guerras, violencias, violaciones de derechos…) y amenaza con apagar nuestra fe en la persona y en la humanidad. Evitarlo requiere explicar por qué tantas personas apuestan por la muerte, y para ello tendremos que recuperar la categoría de “pecado estructural” que Juan Pablo II desarrolló y que el Papa Francisco ha definido como “… un mal enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y de muerte; es el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro mejor” (Evangelii gaudium, 59). No se trata, por tanto, de un mero problema de bondad o maldad del ser humano; de más o menos cultura… se trata de que nuestra sociedad se levanta sobre un sistema perverso, el capitalismo, que no es sólo un modo de producción, sino también un sistema de producción cultural que tiende a configurar nuestro corazón y nuestro cerebro. Fromm, relacionaba la deshumanización con el abandono de la esperanza en el futuro, a la vista de lo que estaba ocurriendo en el siglo XX: dos guerras mundiales, la inhumanidad del régimen de Hitler y del estalinismo, el peligro inmediato de la total aniquilación del hombre por las armas nucleares… Un fracaso asociado al hecho de que el ser humano se ha hecho acumulador y consumidor, haciendo que su experiencia fundamental en la vida sea cada vez más “yo tengo, yo utilizo, yo disfruto”, y cada vez menos “yo soy”; y ello a causa de que las categorías de la economía (beneficio, competencia…) se han trasladado a la persona, que queda convertida en cosa, en algo muerto, sometida a la degeneración, convirtiéndose en un peligro para sí misma, para los demás, para el medio ambiente…, pues en ese proceso ha perdido los lazos naturales de la solidaridad y de la comunidad; se ha convertido en una persona que está sola y atemorizada; que es libre pero tiene miedo a la libertad. Esa deshumanización, según Fromm, va acompañada de dos graves enfermedades:
Si volvemos al hombre y la mujer del siglo XXI y, en particular a los que optan por poner su confianza en Trump, en Marine Le Pen…. ¿no son un reflejo de esa deshumanización?, ¿un exponente de la globalización de la indiferencia?, una forma de idolatría que pone su confianza en el poder del dinero, de la fuerza, de la violencia…. para mantener su bienestar. Volver a la senda del humanismo se ha convertido en uno de los desafíos más importantes para nuestra propia supervivencia; pero ello no será posible si no somos capaces de formar personas con objetivos vitales distintos a los de la cultura capitalista. Mientras tanto, el sistema seguirá funcionando proponiéndonos alternativas políticas diferentes, aparentemente enfrentadas, pero que tratarán de convencernos de las bondades del sistema recurriendo a estrategias diferentes: la seducción, el miedo o la violencia. *** [1] Erich Fromm: Anatomía de la destructividad humana, pág. 362 [2] Adorar en vez de a Dios las propias obras -una cosa, un objeto exterior- y transferirle la vivencia de sus propias actividades o de sus propias experiencias [3] Situación en la que el hombre se pierde y deja de sentirse el centro de su actividad, se convierte en cosa y está dominado por las cosas. |
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