Un extraño cambio en 1970
Cualquier judío sabe que a un niño hay que circuncidarlo a los ocho días de nacer. Así lo ordenó Dios a Abrahán: “A los ocho días de nacer, todos vuestros varones de cada generación serán circuncidados” (Génesis 17,12). Por consiguiente, cuando la iglesia adoptó el 25 de diciembre como fecha del nacimiento, el 1 de enero pasó a celebrarse la fiesta de la circuncisión e imposición del nombre de Jesús. Existía también una fiesta de Santa María, Madre de Dios, solemnidad que se había introducido en las iglesias orientales hacia el año 500 y que la iglesia católica romana terminó celebrando el 11 de octubre. Parecía lógico relacionar más estrechamente esta fiesta de la maternidad de María con el nacimiento de Jesús. Por eso, a partir de 1970 se trasladó la fiesta al 1 de enero. Esto implicó unir dos celebraciones importantes el mismo día: nombre de Jesús y Maternidad divina de María. Por si fuera poco, a Pablo VI se le ocurrió celebrar también el 1 de enero la Jornada Mundial por la Paz. Dado que incluso los cristianos más piadosos celebran el Fin de Año y no están al día siguiente con la cabeza demasiado despejada, se ha decidido aligerar un poco de celebraciones el 1 de enero. Y lo ha pagado quien menos se podía imaginar. La fiesta del Nombre de Jesús ha perdido la categoría de fiesta y pasa a celebrarse el 3 de enero, aunque se mantiene en la misa del día 1 la referencia a la circuncisión e imposición del nombre. El libro bíblico de los Números no lo escribió san Francisco de Asís (Nm 6,22-27) Muchas personas piensan que esta bendición es de san Francisco de Asís. La escribió muchos siglos antes un autor bíblico para que la pronunciaran los sacerdotes sobre los israelitas. Es tan breve, clara y profunda que cualquier comentario sólo sirve para estropearla. Tres actitudes para el nuevo año (Lucas 2,16-21) El texto relaciona dos acontecimientos muy distintos, separados por ocho días de distancia. El primero, la visita de los pastores, es lo mismo que leímos el 25 de diciembre en la segunda misa, la del alba. En la escena se distinguen diversos personajes: empieza y termina con los pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios; está también presente un grupo anónimo, que podría entenderse como referencia a la demás gente de la posada, pero que probablemente nos representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores. Finalmente, el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios. Tres actitudes muy recomendables para el próximo año. La segunda escena tiene lugar ocho días más tarde. Algo tan importante y querido para nosotros como el nombre de Jesús lo cuenta Lucas en poquísimas palabras. Su sobriedad nos invita a reflexionar y dar gracias por todo lo que ha supuesto Jesús en nuestra vida. En vez de propósitos y buenos deseos, una buena compañía El comienzo de año es un momento ideal para hacer promesas que casi nunca se cumplen. También se formulan deseos de felicidad, generalmente centrados en la clásica fórmula: salud, dinero y amor. La liturgia nos traslada a un mundo muy distinto. Abre el año ofreciéndonos la compañía de Dios Padre, que nos bendice y protege, de Jesús, que nos salva, de María, que medita en todo lo ocurrido.
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El texto del evangelio de este domingo no es la crónica de un suceso. Si fuera así, nos quedaríamos indiferentes, porque se trataría de un hecho que ocurrió hace dos mil años. Ha pasado mucho tiempo.
San Lucas ofrece una catequesis, una interpretación teológica, que fue una Buena Noticia en su tiempo. ¿La percibimos hoy como Buena Noticia? Empezamos por recrear el texto para acercarnos a la realidad social de los pastores en tiempos de Jesús. Una noche más, los pastores de Belén pasan la noche al raso, reunidos junto al fuego. El cielo está repleto de estrellas. Ellos charlan, mientras aguardan con paciencia a que Tomás acabe de hacer las sopas, para tomar un tazón bien lleno y entrar en calor. - ¡Qué vida tan dura la nuestra! Cuidamos los rebaños ajenos y a cambio solo recibimos la comida de cada día. ¿Cuándo cambiará nuestra suerte? - Hace falta que llegue el Mesías para liberarnos de los romanos. - Es verdad, pero ¿quién nos libra de los avaros que nos oprimen? Si las tierras y la riqueza estuvieran mejor repartidas podríamos tener nuestros propios rebaños. - El Mesías se ha olvidado de nosotros. Hace siglos que lo esperamos y no llega. - ¿Creéis que si viniera se iba a acordar de un grupo de pastores? No os hagáis ilusiones. - Claro que se acordará. Los profetas anunciaron que llegaría un buen pastor para Israel. - Eso fue hace siglos. Ahora los pastores somos considerados gentuza. Todo el mundo nos desprecia y nos llama ladrones. - No entienden que a veces nos llevamos un cordero a casa porque tenemos que alimentar a nuestra familia. Si los dueños lo comprendieran no tendríamos que robarlos del rebaño, nos lo darían, que nuestro trabajo lo merece. - Y si un día viene el Mesías ¿en qué lugar creéis que nacerá? - Yo creo que en Jerusalén. Es la ciudad santa y ahora lo romanos la han llenado de basura. Que empiece a liberar a su pueblo en Jerusalén. - Allí no durará mucho, los romanos se encargarán pronto de hacerlo desaparecer, como han hecho con tantos jóvenes de nuestros pueblos, a los que han crucificado por protestar. ¿Qué hemos hecho para estar dominados desde hace siglos por pueblos extranjeros? - Yo creo que debería nacer en Belén, porque es la ciudad del rey David y el Mesías es su descendiente; así lo dice la Escritura. De repente, el anciano Melquisedec dio un grito, mientras señalaba con la mano en dirección a Belén: - Mirad, mirad, ha habido un resplandor. Como si una estrella fugaz hubiera pasado sobre el pueblo, iluminándolo todo. - Yo no he visto nada. Creo que tienes mucha hambre y ves visiones. En cuanto estén las sopas, tomate un buen cuenco. - Os he dicho que he visto algo. No me voy a quedar aquí sentado. ¿Y si es una señal del cielo? El anciano se levantó y se puso a caminar en dirección al pueblo. Poco a poco se fueron levantando otros pastores y le siguieron, hasta que el grupo se perdió de vista en la oscuridad de la noche. Al día siguiente, la expresión de sus rostros daba fe de que algo había ocurrido esa noche en Belén. ------------------ San Lucas intercala en su evangelio multitud de señales. Aparentemente son signos sin importancia. Ni siquiera hace falta que sean datos históricos, esas señales son catequesis, interpretaciones teológicas muy sugerentes. Una señal es Belén. Los otros tres evangelistas no se detienen en este dato. Para Lucas es el único lugar apropiado para situar el nacimiento, porque era la ciudad del rey David y Jesús era de su linaje. La segunda señal consiste en situar el nacimiento de Jesús junto a los pastores, uno de los colectivos más empobrecidos y marginados de su tiempo. No sólo es una señal, sino un escándalo. Las condiciones laborales de los pastores eran tan duras que tenían que recurrir a la picaresca para sobrevivir. Los “sabios de este mundo” estaban en Jerusalén, leyendo e interpretando las Escrituras, sin percatarse del profundo cambio que ocurría en la humanidad. Un colectivo marginado ve una señal, se levanta para ir a buscar, corre, mira, escucha, interpreta, responde, alaba a Dios y da testimonio de “todo lo que ha visto y oído”. Los pastores, marginados, se convierten en testigos. Estupenda lección de teología y de catequesis que debería interrogarnos hoy. A los ocho días había que circuncidar a Jesús. No deja de ser curioso que una pequeña intervención, que facilitaba la higiene y la salud de los varones, se había convertido en la señal por excelencia de pertenencia a un pueblo. Y esa señal, que no podían tener las mujeres, conlleva desde hace siglos privilegios y poder en el ámbito judío. Vamos a dar un paso más: quitamos el envoltorio “inocente” del texto, para buscar la Buena Noticia que se anunció; y traducimos hoy esa novedad para nuestro mundo. Me atrevo a traducirla así: Jesús apostó de tal modo por los colectivos marginados de su tiempo que al narrar su nacimiento lo sitúan ya en esa perspectiva. Al ser circuncidado se convirtió en un hijo de la ley, en un varón judío con las prerrogativas de su tiempo. Pero con sus palabras y sus hechos se fue desmarcando de los privilegios que le otorgaba la circuncisión para vivir con plenitud como hijo del Abbá, despertarnos la filiación y acompañarnos en el proceso de crecer como hijos e hijas de Dios. Anoche nos hablaban de un Niño, del pesebre, de pastores, de ángeles. En esta mañana nos habla del Verbo, Palabra preexistente, de Dios eterno y trascendente. Es una prueba más de que nos encontramos ante algo indecible. Curiosamente termina diciendo exactamente lo mismo: y la PALABRA se hace carne, Niño. Los dos relatos, como buenos subalternos, te colocan ante el misterio, pero el que tienes que torearlo eres tú. Sólo tú puedes adentrarte en la realidad que está en ti, “más dentro de ti mismo que lo más íntimo de ti mismo”. Pero está ahí, y sólo tú puedes descubrir ese tesoro y disfrutar de él.
La encarnación sólo tiene realidad dentro de ti, como sólo tuvo realidad dentro de Jesús, no fuera en acontecimientos o fenómenos externos. Sólo dentro de ti y dentro del otro. Buscarlo en otra parte es engañarte. Dice un cuento oriental: Un señor que pasaba por la calle, ve a su vecino que está buscando algo enfrente de su casa. ¿Qué es lo que has perdido? Le pregunta. La llave de mi casa. Yo te ayudaré a encontrarla. Pasa media hora y la llave no aparece. ¿Pero dónde la has perdido? Le pregunta el vecino. Dentro de casa. ¿Entonces por que la estás buscado aquí? Es que aquí hay más luz... Si no vivo lo que hay de Dios en mí, jamás lo descubriré ni en los acontecimientos, ni en los demás, ni en Jesús. Aunque el domingo segundo de Navidad volvemos a leer este evangelio, voy a adelantar una frase: “et Deis erat Verbum”. La traducción puede ser: “y Dios era la Palabra”. También podría traducirse por “un ser divino era el proyecto”, puesto que en esta frase “Theos” no lleva artículo. En castellano también podemos traducir: “y la Palabra era Dios”. Pero debemos tener en cuenta que no se explica lo que es la Palabra por lo que es Dios, sino al revés. Se explica lo que es Dios por lo que es la Palabra. Dios es el que se hizo hombre, y si se hizo hombre en Jesús, es que se hace hombre en todos los seres humanos. Por el contrario, si es Jesús el que se hace Dios, nosotros quedaremos al margen de lo que allí pasó. El despiste está asegurado. No creernos que Dios se ha hecho hombre, y hacemos decir al evangelio lo que nos interesa que diga. No es el hombre el que tiene que escalar las alturas del cielo para llegar a ser Dios, ha sido Dios el que se ha abajado y ha compartido su ser con el hombre. Eso es lo que significa la encarnación. Por medio de Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está ya en la estratosfera, ni en los templos, ni en los ritos, sino en el hombre... Las consecuencias de esta verdad en nuestra vida religiosa serían tan demoledoras que nos asustan; por eso preferimos seguir pensando en un Jesús que es Dios, pero dejando bien claro que eso no nos afecta a nosotros. Meditación-contemplación Dios es encarnación y se está encarnando siempre. Esa verdad teórica, tengo que hacerla vida en mí. Dios se ha hecho carne en mi propia carne, Pero no es mi carne, sino mi Espíritu. .............. Mi verdadero ser, lo que hay de mí más allá de lo biológico, es el mismo Dios que fundamenta el resto de mi ser. Si consigo olvidarme de “mí”, soy Dios. Si me olvido de Dios, soy nada. ............... Atrévete a atravesar el “desván” de tu falso yo. No te importe el tiempo que tardes en conseguirlo. No tienes prisa, es la tarea de toda tu vida. Descubrirás la perla que vale más que todo lo imaginable. Tres misas el mismo día
No sé cuándo comenzó la tradición de celebrar tres misas el día de Navidad, pero imagino que debe de ser muy antigua. Se comienza con la famosa misa del Gallo, por la noche, sigue la misa del alba y se termina con la del día. Cada una de ellas tiene sus lecturas propias, las mismas en los tres ciclos (A, B, C). Dada la abundancia de lecturas (¡nueve!), me limitaré a comentar un texto que asusta a todos los lectores: el Prólogo del evangelio de Juan, que se lee en la misa del día. Presupuesto para entender el Prólogo Las conquistas de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C., supusieron una gran difusión de la cultura griega. En Judea, como en todas partes, los griegos ejercían un influjo enorme: cada vez se hablaba más su lengua, se imitaban sus costumbres, se construían edificios siguiendo su estilo, se abrían gimnasios, se enseñaba la doctrina de sus filósofos. Los judíos, al menos la clase alta, estaban encandilados con la sabiduría de Grecia. Sin embargo, algunos autores no compartían ese entusiasmo. Para ellos, la sabiduría griega era un producto reciente, obra del ingenio humano, y tenía su templo en un lugar pagano: Atenas. La verdadera sabiduría es eterna, procede de Dios, y reside en Jerusalén. Esto puede decirse con palabras vulgares, o poéticamente, presentando a la sabiduría como una mujer y contando su historia. Basándonos en diversos textos bíblicos podemos reconstruir esa historia de la Sabiduría. La historia de la Sabiduría de Dios 1ª etapa: la Sabiduría junto a Dios desde el comienzo (Proverbios 8,22-36). El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los océanos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban encajados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba ni los primeros terrones del orbe. 2ª etapa: la Sabiduría y la creación Cuando colocaba el cielo, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del océano; cuando sujetaba las nubes en la altura y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar, y las aguas no traspasaban su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia; jugaba con la bola de la tierra disfrutaba con los hombres. Tercera etapa: la Sabiduría se instala en Jerusalén (Eclesiástico, 24). Por todas partes busqué descanso y una heredad donde habitar. Entonces el creador del universo me ordenó, el creador estableció mi morada: Habita en Jacob, sea Israel tu heredad. En la santa morada, en su presencia ofrecí culto y en Sión me establecí; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder. Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad. Sin embargo, cabe la posibilidad de que algunos rechacen los consejos de la sabiduría. De hecho, muchos judíos no aceptaban este mensaje. Otro autor presenta a la Sabiduría como una mujer que se queja de no ser escuchada (Proverbios 1,22-25). Os llamé, y rehusasteis; extendí mi mano, y no hicisteis caso; rechazasteis mis consejos, no aceptasteis mi reprensión. En resumen: la sabiduría de Dios está junto a él desde el principio, lo acompaña en el momento de la creación, disfruta con los hombres, se establece en Israel. Pero muchos no disfrutan con ella. Prefieren seguir otro camino, no le hacen caso. La historia de la Palabra El autor del Prólogo aplicó las ideas anteriores a Jesús, introduciendo algunos cambios. Ante todo, en vez de llamarlo sabiduría de Dios, prefirió llamarlo la Palabra. Primera etapa: la Palabra junto a Dios Hay una diferencia notable con el texto sobre la Sabiduría. La sabiduría es creada por Dios. La Palabra, no; existe con él desde el principio. Además, el autor del himno es muy sobrio, no se le ocurre decir que la Palabra jugaba en presencia de Dios. Segunda etapa: la Palabra y la creación Parece un trabalenguas, pero es muy sencillo. Todo fue creado por la Palabra de Dios; el sol, la luna, las estrellas, las montañas, el mar, el mármol, la madera, el cristal... Todo ha sido creado por la Palabra de Dios. Y ella, además de haber creado a los hombres, es también nuestra luz. La única novedad, muy importante, es que desde el principio se entabla una lucha entre la luz y la tiniebla; pero la tiniebla no logra imponerse, no puede derrotarla. Tercera etapa: el mundo, creado por la Palabra, la ignora. Hasta ahora todo ha ido bien. Dios y la Palabra pueden estar contentos. De pronto, advierten que la Palabra es ignorada por el mundo. El mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. En autor del Prólogo piensa en todos los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas formas de idolatría. Cuarta etapa: la Palabra decide instalarse en Israel; su pueblo la rechaza ¿Qué hará la Palabra cuando se vea ignorada por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la sabiduría: “Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”. Eso mismo hace la Palabra, pero se encuentra con una desagradable sorpresa: «Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.» Quinta etapa: la Palabra decide hacerse carne y habitar entre nosotros. La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. La Palabra toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar. Del optimismo ingenuo al realismo mágico La historia de la Sabiduría resulta demasiado optimista. El himno puede parecer muy pesimista. Sin embargo, no lo es. Aunque no sea todo el mundo ni todo Israel, hay un grupo, formado por judíos y paganos, dispuestos a acoger a Jesús, a creer en él. Y ésos, todos nosotros, reciben una enorme recompensa: se convierten en hijos de Dios, contemplan su gloria, y de su plenitud reciben gracia tras gracia. Motivos de sobra para estar alegres y desearos a todos FELIZ NAVIDAD. Una vez más, mandan las Escrituras al decir que el Mesías nacería en Belén. Tanto Lc como Mt dan por supuesto el hecho, aunque lo explican de distinta manera. En Lc se dan razones para justificar que Jesús nació en Belén. Mt trata de justificar por qué terminó viviendo en Nazaret, dando por supuesto que nació en Belén. Ambos resaltan la importancia de que el Mesías perteneciera al pueblo de Israel, y además, fuese descendiente de David, para ellos el rey por excelencia que había nacido allí.
Recordamos el nacimiento de Jesús, que sucedió en un lugar y en un momento determinado. Pero lo que celebramos está más allá del tiempo y del espacio. Dios está fuera del tiempo y del espacio. Dando un paso más, en Dios no se distingue el ser del actuar. Dios todo lo que hace, lo es eternamente. Estamos celebrando que en Jesús, Dios se manifestó. Si se manifestó a través de él, quiere decir que estaba en él, se encarnó en él. Pues bien, podemos estar seguros de que Dios es encarnación y nunca podrá dejar de encarnarse. La realidad divina ni empieza ni termina, ni está aquí ni está allá, ni se crea ni se destruye. Para mí, Dios es exactamente lo mismo que fue para Jesús. Si no se manifiesta en mí como se manifestó en Jesús, la culpa es solo mía. En Jesús ha nacido un liberador. Pero en mí sigue habiendo un opresor, porque el salvador que hay en mí, aún no ha nacido. Repito, lo que Dios ha hecho en el hombre Jesús, lo está haciendo hoy en mí. El nacimiento de Cristo en Jesús fue tarea de toda su vida. Nada se le dio como cómoda posesión automática. También él tuvo que nacer de nuevo. El nacimiento del Espíritu tiene que ser consciente. Nunca puede ser un presupuesto, ni para Jesús ni para nadie. Se nos da gratis, pero hay que desenvolver el regalo, y la envoltura tiene muchas capas que nos fascinan y nos invitan (tientan) a quedarnos ahí. Miremos hacia dentro. Cuando Pablo nos dice que somos otro Cristo, quiere decir algo muy real. Dios está en mí; “yo y el Padre somos uno”, no es símbolo, sino realidad más real que el Belén, los pastores, los magos y los ángeles juntos. El portal de Belén no es más que un símbolo sensible, pero dentro de mí, está la realidad de un Dios identificado conmigo. Tengo que descubrir el Niño en mí. Toda la magia y la luz que puedo percibir en esa escena externa, está dentro de mí. No permitáis que la Navidad quede fuera de vosotros, descubridla y vividla dentro. Entonces la llevaréis con vosotros a todas partes y os permitirá caminar, y los que os vean, podrán caminar también a esa luz. La buena noticia no es que “en la ciudad de David os ha nacido un Salvador”, sino que dentro de ti está ese salvador y puedes darle a luz en cualquier instante. Para eso estás aquí. Está dentro de ti, pero tan envuelto en trapos, que puedes no verlo. Como los pastores, puede que no lo creamos, pero por si acaso, debíamos acercarnos sigilosos. Celebrar la navidad es dar a luz en nosotros a ese Niño, para que todos puedan ver que Dios sigue naciendo aquí y ahora. No celebramos un recuerdo. Atrevámonos a vivir una realidad presente y actual. Dios será siempre un Niño que yo tengo que darle a luz. Si miro demasiado hacia fuera, puedo quedar deslumbrado por las lucecitas de las estrellas o por los cantos de los ángeles, pero me perderé el verdadero tesoro que está escondido en mí y en cada uno de los seres humanos. Para Dios, los pastores, despreciados por la sociedad de entonces, son lo preferidos. Dios ve su verdadero valor y los llama a su salvación. Otros en cambio le cierran las puertas. Un pesebre es comedero. Este evangelio se escribió cuando la eucaristía era ya práctica litúrgica significativa para el cristiano. Sin duda quiere hacernos pensar en Cristo pan de vida. Os ha nacido un salvador. Está reflejando las expectativas que lo judíos tenían con relación al Mesías. Los cristianos cambiaron sustancialmente el significado de la salvación, pero siguieron manteniendo el lenguaje aplicando conceptos distintos a palabras idénticas. Aquí se precisa que la salvación es para los marginados, para los que no contaban nada en aquella sociedad, ni desde el punto de vista social ni del religioso. Y en la tierra paz. ¡Ojalá descubriéramos el profundo significado de esta palabra! No se trata solo de ausencia de guerras, de conflictos, de refriegas. La paz es la consecuencia de una armonía, primero interna, luego hacia los demás. Desde lo divino que hay en nosotros, sería impensable cualquier guerra. La paz no es ausencia de problemas. Dios está siempre en paz, y ¡mira que le hacemos la puñeta! Si Dios me acepta como soy, ¿por qué no puedo aceptar a los demás? Descubre que al rechazarlos, rechazamos a Dios. Ser familia de Dios. Esta es una de las grandes noticias que trae la Navidad. Que el Hijo se haya hecho hombre demuestra su cercanía e implicación con nosotros. Nuestra vida ha quedado injertada en la suya. El Altísimo se ha dejado ver, oír y tocar. No está en un mundo aparte, alejado y extraño a nuestra existencia. ¡No se le puede pedir más!
Sin embargo, las celebraciones de estos días suelen ir acompañadas de un sabor agridulce. Las luces externas, el bullicio en las calles y las comidas navideñas nos invitan a la fiesta, pero los conflictos del mundo, la ausencia de seres queridos, las tensiones no resueltas en nuestros entornos, el estrés para terminar las compras de última hora, y las filigranas que hay que hacer para colocar en la misma mesa a quienes no se llevan bien o no saben de qué hablar, acaban por impregnar el ambiente de una sensación de hartazgo y pesadez. Pasado el ecuador de este tiempo, es comentario común el anhelo de volver al ritmo cotidiano. Para vivir la alegría que trae la Encarnación es necesario recuperar el sentido de lo que celebramos. Contamos con la ayuda de la liturgia de todo el día de navidad que, en cuatro Eucaristías que constituyen el ciclo del Nacimiento nos propone la contemplación del Misterio a través de la lectura y escucha orante de algunos textos del evangelio al hilo de las horas, siguiendo el símbolo de la noche y el día. Porque toda la Creación anuncia y acompaña el amor que se nos revela. Así, en la misa de vigilia, en vísperas de Navidad, leemos primero el texto de la genealogía de Jesús (Mt 1,1-25). Mateo nos recuerda de este modo que el nacimiento no es un hecho aislado, sino que el Señor queda arraigado en una tradición. Gracias a la figura de José, Jesús es descendiente, de pleno derecho, de David. Es heredero legítimo de las promesas que han ido pasando de generación en generación. En la misa de medianoche (Nochebuena) brilla la figura de María que da a luz al Hijo en Belén (Lc 2,1-14). A través de ella el vínculo con el ser humano se hace carnal. Radical. Un paso más en la “inserción” de Dios en nuestra historia, que emparenta con la humanidad no solo por la adopción de José, sino por la carne de María. ¡Era verdad que Dios no nos iba a abandonar jamás! ¡Ha entrelazado su vida divina con la nuestra! Se ha hecho familiar de los hombres y que los hombres se conviertan en familia para Dios. No es fácil de comprender tal derroche de amor, ni de captar la profundidad de lo sucedido al contemplar simplemente a un niño. Por ello, en la misa de la aurora, cuando la luz asoma todavía tímida, se nos invita a unirnos al cántico de los pastores (Lc 2,15-20), es decir, de aquellos que han sido capaces de empezar a vislumbrar el amor escondido en esta escena. A mediodía, cuando el sol está en lo alto, celebramos la misa de Navidad escuchando el comienzo del evangelio de Juan donde se hace una declaración solemne y vibrante del origen último de ese Niño que, aunque nacido de mujer, existía antes porque era Dios y siempre había estado junto a Él (Jn 1,1-18). Una proclamación “con todas las de la Ley”, hecha a plena luz del mediodía. A través de estas narraciones asoma un Dios misterioso que ha realizado acciones propias de un “amor loco”, que le ha conducido a entrelazar su vida con la nuestra. En su árbol genealógico aparece definitivamente la humanidad: María, su madre, de quien toma los “genes”; José, el padre adoptivo, con quien mantiene una relación paternofilial con todas las consecuencias, aunque no haya consanguinidad. Ya nadie queda excluido; ni los que no han nacido de la sangre ni del amor carnal (Jn 1,13). Ahora nosotros formamos parte de su vida. La familia que ya somos con el Señor -gracias a su acción generosa- es una noticia que merece un gran titular. Ojalá que los desencuentros familiares y comunitarios no nos revienten esta gran exclusiva. Porque nadie sobra en esta mesa. Es Él quien la ha preparado y todos nosotros somos sus invitados, lo que Él ha unido, que no lo separe el hombre. Es motivo más que suficiente para celebrar y gozar. No sé si José y María pagaron las alcabalas al salir de Nazaret, con las prisas... Y lo que sí tengo claro es que no pagaron al llegar a Belen. De noche... ¡lo dejamos para mañana! Y el alquiler de la cueva por aquellos pocos días. Era temporada baja y una cueva. Y como tuvieron que huir enseguida perseguidos, pues eso que se ahorraron.
Seguramente que José pensó que al apuntarse en el censo, tendría luego que pagar más impuestos. Porque ya sabes, si constas en el ayuntamiento, enseguida llegan los recibos… o como se cobrase entonces… Pero al llegar de noche a Belén, pensaron que iba de paso. Los pastores querían descontar el cordero y la leche que llevaron a Jesús. Pero todos se pusieron de acuerdo en objetar los impuestos a Herodes, porque los gastaba en comprar armas para matar a los niños. Los ángeles cantaron gratis y no cobraron. No sé si los pañales se los dio la seguridad social. Me imagino que eran de alguna tela vieja. Y claro se ahorraron los gastos de focos, porque una Luz grande les iluminó. Total, que el nacimiento fue muy barato. No hubo gastos extras. Ni comadrona. A no ser que hubiese alguna pastora entendida en esas artes del parto. La calefacción gratis: la mula y el buey. ¡Ojo con los reyes! Solamente eran magos y andaban tan despistados de camino como pobres de dinero. Ahorraron los focos y faroles de los camellos por aquello de la estrella. Pero al aparcar en Jerusalén ya les querían cobrar. Menos mal que dijeron que iban a estar con Herodes… Y claro, tuvieron aparcamiento oficial. Y de teléfono… ni ordenador, ni wasap, ni tarjetas; nada de nada. Todo con ángeles y mensajes divinos. Y no compraron villancicos porque los entonaron a medias entre los ángeles y los pastores. No sé por qué nos empeñamos en grandes costes para celebrar la Gratitud y el Amor de Dios. Bien pensado, tuvieron suerte aunque la clínica no fuese muy famosa. Navidad es celebrar el amor gratuito de Dios. Navidad es siempre, para los creyentes, una llamada a renacer. Una invitación a reavivar la alegría, la esperanza, la justicia social, la solidaridad, la fraternidad y la confianza total en el Dios-Todo-Niño-Encuentro en esta Casa Común, la Madre Tierra que nos acoge a todos.
Como en tantas épocas, el anuncio de NAVIDAD sigue siendo necesario. Y habla de amor... capaz de apostarlo todo por la humanidad de manera incondicional, definitiva, memorial. ¡La Vida se impone como expresión de Amor! Dios llega a nuestras vidas de forma impertinente. No anuncia su llegada ni señala el tiempo o el lugar. ¡Sencillamente nace! Tampoco sus modos son previsibles: viene revestido de pobreza, vulnerable, indefenso… nacido en un pesebre, a la intemperie. ¡Sencillamente nace! Y solemos tener nuestros hogares tan armados que no tenemos lugar para Él… y, en el mejor de los casos, le indicamos dónde sí necesitan de su presencia: aquéllos pesebres donde nadie quiere entrar. ¡Sencillamente nace! Y Dios, obediente, irá a esos pesebres. En los dolores del mundo y de nuestra existencia habrá de nacer. Y traerá gente, pastores o magos de oriente, sin-techo o refugiados, migrantes o temporeros, mestizos o indígenas, descartados de nuestro tiempo y de nuestra historia… para llenar nuestros vacíos y silencios. Dios, el impertinente, quiere nacer. ¡Sencillamente nace! La Navidad de Dios proclama que “las cosas pueden cambiar”. Seguimos anhelando “las tres T” para este tiempo, para esta historia desigual: la Tierra que da sustento, el Techo que da cobijo y el Trabajo que enriquece. Y en el camino… nos encontramos con el recién nacido que cambia nuestra mirada, que doblega nuestro paso y multiplica la comunión en la intemperie entre los más pequeños. Porque, ¡sencillamente nace! Después de escuchar y releer varias veces el texto evangélico que evoca el nacimiento de Jesús, sigo quedándome sorprendido, sobre todo, por la parquedad del relato: el esperado, el Dios-con-nosotros… nace en el anonimato más absoluto; la que da a luz es una mujer desconocida en el pueblo, el recién nacido es recostado en un pesebre de animales porque nadie les ha ofrecido albergue. ¡Nadie, absolutamente nadie, ha presenciado el nacimiento! ¡Sencillamente nace! Es como si Dios entrara por la puerta pequeña de la historia, sin hacer ruido y se colocara en el último lugar, en el lugar de los que no cuentan y no son significativos para la marcha del mundo. Parece como si el evangelista se quedara sin palabras ante el sorprendente actuar de Dios y quisiera ningunear la entrada de Dios bajo la presencia de un niño pobre recién nacido. Y desde el comienzo, Dios en Jesús comenzó a “oler a pobre”. Todo en el establo de Belén huele a sencillez, pobreza y humildad, a los últimos. La pobreza, la exclusión y la marginación se hicieron presentes en la historia del Dios creador, providente, todopoderoso en Jesús. Y es aquí… ¡donde sencillamente nace! ¿En este niño y estas circunstancias se encarna Dios? ¿Dónde quedan nuestras imágenes adquiridas, asumidas, explicadas y defendidas de un Dios majestuoso, omnipotente, grande y lejano? Nuestra fe se conmueve ante fragilidad de un niño débil e indefenso recién nacido y musitamos: Creemos, Señor, ¡pero aumenta nuestra fe! Tu humanidad nos deja sin palabra. ¡Son tantos los rostros encarnados en que te muestras! Sigue siendo Navidad en cada historia, en cada tierra, en cada vida que se abre al Misterio. En cada verbo que se hace eco de las palabras de justicia y de paz. En cada gesto que se suma en la movilización de los derechos sociales, los derechos de la Tierra, los derechos de la Vida. Sigue siendo Navidad en mi vida, en tu vida, si dejamos que el evangelio acampe en nuestras estancias. Porque… ¡sencillamente nace! ¿Cómo comprender lo que, de algún modo, nos desborda? ¿Cómo percibir el sentido de tu encarnación, de tu nacer tan frágil, de tu hacerte uno de los nuestros? Es Misterio, es gozo, es sorpresa, es esperanza, es promesa, es encarnación, es Buena Nueva, es Verbo. El Dios-Niño viene a darle la vuelta a la lógica del mundo. «Algo nuevo está brotando ¿no lo notáis?» (Is 43, 19). Agradecido, com coração de mãe, yo también digo ES NAVIDAD. l cristianismo no deja de verse implicado en ambivalencias. Las tradiciones, las culturas y las innovaciones artísticas lo rodean por todas partes… menos por una, que debería ser el Evangelio.
No deja de haber excelentes aportaciones, comentarios litúrgicos y homilías admirables que pueden leerse por doquier, impresas y en internet, en humildes parroquias y en templos de mayor envergadura. Pero a veces da la sensación de que estamos viendo una película admirable a trozos, o capítulos separados y salteados de una excelente telenovela. En definitiva, no cala. Urge una importante declaración pastoral sobre la Navidad cristiana, y una explicación clara sobre el papel del Adviento. Se ha mencionado la inoperatividad teológica y pastoral de las instancias eclesiales más altas. Los textos de los profetas leídos esta primera semana de Aviento nos sitúan en una ciudad y un mundo que ya ha llegado con el Evangelio (no el que vendrá…), y un pueblo de Dios en el que la justicia, el amor y el entendimiento son los pilares de su ser. Los evangelios leídos en estos días nos hablan de un Jesús que viene “según Dios”: dispuesto siempre a socorrer (primer lunes de Adviento), deseoso de ir a casa del centurión; un Jesús que se afirma como hijo de Dios (martes), y que asume en su persona a todos los hombres; un Jesús que anuncia las bienaventuranzas (miércoles) y reconoce la realidad de este mundo; un Jesús que llama a cada uno por su nombre (jueves) y un Jesús que es luz para los ciegos que confían en él (viernes). Un Jesús que no solo es el niño desvalido frente a los absurdos de este mundo (inhóspito, rechazo, precariedad, ausencia de lugar para Él…), sino el hombre Jesús que anuncia la buena nueva. Seamos maduros y no nos dejemos llevar por la imagen de “este mundo”. ¿Es que los pastores de la Iglesia (de España) no tienen nada que decir ante un falseamiento social, comercial, consistorial y partidista de la Navidad cristiana? ¿Es que no se puede alzar un poquito la voz y urgir a los cristianos a que sean más consecuentes con su fe y “se rebelen” de palabra y obra contra “las esferas” y “las fantasías”, “las comercializaciones” y “los excesos” que se avecinan? ¿Seguirá siendo verdad lo de que cada uno vive en su “burbuja” navideña ofendiendo a los que viven y padecen las consecuencias de las guerras, los mercados y los caprichos de los poderosos de este mundo? ¿Hasta cuándo y en qué medida conviene mantener silencio ante la frustración y la tristeza que produce una Navidad “laica” y “aconfesional”? La Navidad, ciertamente, debe llegar a todos, abrirse a cualquier condición del hombre, abrazar toda miseria humana… pero en forma de acogida, de reconciliación, de servicio, de misericordia y de gozo en un mundo fraterno y universal. Si no, no es Navidad. Será una Navidad con un toque de amargura y frustración… aunque nos refugiemos en celebraciones litúrgicas espléndidas (pero que a veces resultan un poco cansinas y sin la frescura profética necesaria). ¿Podría, pues, recomendar a los pastores de la Iglesia, desde mi soledad, un poco de frescura profética ante ciertos despropósitos de nuestra Navidad? El ángel les dijo: No temáis. Mirad, os doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo
Un tercio de la población mundial es cristiana, y es el mayor grupo religioso -2.200 millones- de la población terrestre. Que sigamos celebrando su cumpleaños después de más de dos milenios de su nacimiento no deja de ser, como mínimo, sorprendente. En la película ¡Qué bello es vivir! (1946), de Frank Kapra, George mantiene con su hija pequeña este diálogo: -“Procura dormir un poco”. –“No tengo sueño”.-Lo sé, lo sé, pero tienes que dormir. Así soñarás con ella y será un jardín entero”. Un sueño en el que doblan las campanas de todos los templos, de todos los sonidos y tamaños, celebrando con alegres villancicos el nacimiento de un niño en el pesebre de un establo. Le había anunciado el profeta Isaías en 9, 5. Hoy le cantan los ángeles del cielo y los pastores; mañana los reyes de la tierra y la Cristiandad plena. Porque este niño de los mil rostros reflejan la identidad de la Humanidad entera y, como dice el convertido apóstol Pablo: “Porque la gracia de Dios salva a todos los hombres…” (Tit 2, 11) Personalmente le veo como como veía a Treya, su amante esposa, Ken Wilber: “Sus ojos parecían comprometidos con la verdad. Cuando te miraba a los ojos sabías, a ciencia cierta, que esa mujer jamás te mentiría. Todos sus gestos y movimientos parecían impregnados de una integridad que despertaba de inmediato toda tu confianza. Parecía una persona con una gran confianza en sí misma, aunque no, por ello, se mostraba orgullosa ni insolente” (Gracia y Coraje). Verdad, Integridad y Confianza, expresadas limpiamente en la Totalidad del Espacio y fundiéndose en todo el Universo a través de su palabra, sus gestos y sus hechos. Esta imagen seductora de Jesús trae a mi memoria la película Criadas y señoras (2011), de Tate Taylor, en la que las niñas blancas cuidadas por las criadas negras, las quieren, las abrazan y besan: “Tu eres mi mamá de verdad, Emy”, dice una de ellas. Y yo no me resisto, agradecido, a decirle al Buen Jesús otro tanto. El Bom-Jesus de Río acoge al mundo entero con sus brazos abiertos. Porque, como dice una de las protagonistas negras en el citado film: “Dios no repara en el color cuando decide desatar un tornado”. Ni se olvida de los olivos, las aves, los peces, las tortugas y las liebres. LA GACELA Abrió el Cielo su jaula de podencos y mi sangre lloró su ácido dolor sobre la tierra ácida. Mis oraciones eran cicatrices en los jirones de la luna nueva. -¿Por qué estas Navidades no regalas Tarjetas de Crédito a tus fieles? “Abres la mano tú, Señor, y sacias de favores a todos los vivientes”, dice el Salmo. Así que no te olvides de todas tus restantes criaturas: los olivos, las aves y los peces ni tampoco las liebres y tortugas. ¿Por qué una vez creadas, si son tuyas, las dejaste a su suerte abandonadas? |
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