l cristianismo no deja de verse implicado en ambivalencias. Las tradiciones, las culturas y las innovaciones artísticas lo rodean por todas partes… menos por una, que debería ser el Evangelio.
No deja de haber excelentes aportaciones, comentarios litúrgicos y homilías admirables que pueden leerse por doquier, impresas y en internet, en humildes parroquias y en templos de mayor envergadura. Pero a veces da la sensación de que estamos viendo una película admirable a trozos, o capítulos separados y salteados de una excelente telenovela. En definitiva, no cala. Urge una importante declaración pastoral sobre la Navidad cristiana, y una explicación clara sobre el papel del Adviento. Se ha mencionado la inoperatividad teológica y pastoral de las instancias eclesiales más altas. Los textos de los profetas leídos esta primera semana de Aviento nos sitúan en una ciudad y un mundo que ya ha llegado con el Evangelio (no el que vendrá…), y un pueblo de Dios en el que la justicia, el amor y el entendimiento son los pilares de su ser. Los evangelios leídos en estos días nos hablan de un Jesús que viene “según Dios”: dispuesto siempre a socorrer (primer lunes de Adviento), deseoso de ir a casa del centurión; un Jesús que se afirma como hijo de Dios (martes), y que asume en su persona a todos los hombres; un Jesús que anuncia las bienaventuranzas (miércoles) y reconoce la realidad de este mundo; un Jesús que llama a cada uno por su nombre (jueves) y un Jesús que es luz para los ciegos que confían en él (viernes). Un Jesús que no solo es el niño desvalido frente a los absurdos de este mundo (inhóspito, rechazo, precariedad, ausencia de lugar para Él…), sino el hombre Jesús que anuncia la buena nueva. Seamos maduros y no nos dejemos llevar por la imagen de “este mundo”. ¿Es que los pastores de la Iglesia (de España) no tienen nada que decir ante un falseamiento social, comercial, consistorial y partidista de la Navidad cristiana? ¿Es que no se puede alzar un poquito la voz y urgir a los cristianos a que sean más consecuentes con su fe y “se rebelen” de palabra y obra contra “las esferas” y “las fantasías”, “las comercializaciones” y “los excesos” que se avecinan? ¿Seguirá siendo verdad lo de que cada uno vive en su “burbuja” navideña ofendiendo a los que viven y padecen las consecuencias de las guerras, los mercados y los caprichos de los poderosos de este mundo? ¿Hasta cuándo y en qué medida conviene mantener silencio ante la frustración y la tristeza que produce una Navidad “laica” y “aconfesional”? La Navidad, ciertamente, debe llegar a todos, abrirse a cualquier condición del hombre, abrazar toda miseria humana… pero en forma de acogida, de reconciliación, de servicio, de misericordia y de gozo en un mundo fraterno y universal. Si no, no es Navidad. Será una Navidad con un toque de amargura y frustración… aunque nos refugiemos en celebraciones litúrgicas espléndidas (pero que a veces resultan un poco cansinas y sin la frescura profética necesaria). ¿Podría, pues, recomendar a los pastores de la Iglesia, desde mi soledad, un poco de frescura profética ante ciertos despropósitos de nuestra Navidad?
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