El centro de esta vigilia no es un cuerpo, ni muerto ni vivo, sino el fuego y el agua. Ya tenemos la primera clave para entender lo que estamos celebrando en la liturgia más importante de todo el año. Fuego y agua son los dos elementos indispensables para la vida biológica. Del fuego surgen dos cualidades sin las cuales no puede haber vida: luz y calor. El agua es el elemento fundamental para formar un ser vivo. El 80% de cualquier ser vivo es agua. Recordar nuestro bautismo es la clave para descubrir de qué Vida estamos hablando. Hoy, fuego y agua simbolizan a Jesús porque le recordamos VIVO y comunicando Vida.
La vida que esta noche nos interesa, no es la física, ni la psíquica, sino la trascendente. Por no tener en cuenta la diferencia entre estas vidas, nos hemos armado un buen lío con la resurrección de Jesús. La vida biológica no tiene ninguna importancia para la realidad que estamos tratando. “El que cree en mí aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”. La psíquica tiene importancia, porque es la que nos capacita para alcanzar la espiritual. Solo el ser humano, que es capaz de conocer y de amar, puede acceder a la Vida divina. Si nuestra preocupación se limita a lo biológico, estamos perdidos. Lo que estamos celebrando esta noche, es la llegada de Jesús a esa meta. Jesús, como hombre, alcanzó la plenitud de Vida. Posee la Vida definitiva, que es la de Dios. Esa vida ya no puede perderse porque es eterna. Podemos seguir empleando el término “resurrección”, pero creo que no es hoy el más adecuado porque inconscientemente lo aplicamos a la vida biológica y psicológica, que son las que nosotros podemos descubrir por los sentidos. Pero lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo o palpando. Ni vivo, ni muerto, ni resucitado, puede nadie descubrir su divinidad. Tampoco puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro del objeto de nuestra razón. A la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, solo puede ser objeto de fe. Para los apóstoles como para nosotros se trata de una experiencia interior. A través del convencimiento de que Jesús les está dando VIDA, descubren que tiene que estar él VIVO. Creer en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la Vida. Por eso tiene en esta vigilia tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. Jesús estuvo constantemente muriendo y resucitando. Muriendo a lo terreno y caduco, al egoísmo, y naciendo a la verdadera Vida, la divina. Tenemos una concepción estática del bautismo. Creemos que hemos sido bautizados un día a una hora determinada y que allí se realizó un milagro que permanece. Para descubrir el error, hay que tomar conciencia de lo que es un sacramento. Todos los sacramentos están constituidos por dos elementos: un signo y una realidad significada. El signo es lo que podemos ver oír, tocar. La realidad significada ni se ve ni se oye ni se palpa, pero está ahí siempre porque depende de Dios que está fuera del tiempo. En el bautismo, la realidad significada es esa Vida divina que significamos para hacerla presente y vivirla. Un día han hecho el signo sobre mí, pero vivir lo significado es tarea de toda la vida. Todos los días tengo que estar haciendo mía esa Vida. Y el único camino para hacer mía la Vida de Dios, que es AMOR, es superando el egoísmo, es decir, amando.
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En la noche de Getsemaní las miradas se convirtieron en el lenguaje del silencio hasta coronar el Calvario.
Mirada opaca de Judas y su beso con hedor a traición. Mirada violenta y espada en alto… ¡así no, Pedro, así no! Miradas interesadas y susurros sibilinos de los guardianes de lo “religiosamente correcto” caiga quien caiga… ¡qué más da! ¿verdad… Anás, Caifás…? Tu transparente mirada provoca, afrenta… primera bofetada. ¡Qué engreído el guardia… se sintió con poder, el que envenena! Y las tres miradas incisivas, detectivescas: ¿No eres tú de los suyos? ¿Te he visto con ese hombre?.. insistían los impertinentes que te reconocieron. ¡Ay… Pedro! Tú que querías andar por encima del agua, ahora hubieras querido que te tragara la tierra. Tus evasivas miradas teñidas por el miedo, te dejaron en la intemperie existencial de quien reniega de quien más ama. El sonido del gallo –despertador sin pilas- anunciando el alba de un nuevo día, te encontró sumido en la negra noche de los tiempos de la que solo no pudiste salir. Hartazgo en la mirada del representante del poder político. ¡Pobre Pilatos…! ¡no los aguanto, quiero otro destino, por favor! Mirada excéptica, la única que te puedes permitir: “¿Y qué es la verdad?” La que Jesús te ofrece pero no puedes aceptar, tienes el corazón tan seco que sólo te permite actuar como un autómata. Con benevolente mirada te vuelves al pueblo desde el poder: ¡Venga os lo regalo!... ¿Elegís a éste, que no parece que tenga culpa de nada o al maleante ese que andáis vitoreando? Y la mirada ciega del pueblo manipulado elige lo que le eligen creyendo que fue libre para elegir. Así seguimos. COMIENZA EL ASCENSO… Cargado con una condena opaca, en la que todos son activos participantes y cobardes esquivando responsabilidades; con la cruz, instrumento de tu tortura y muerte, inicias en soledad el ascenso hacia el Calvario. “Salió al sitio llamado de la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota)…”. Sigues avanzando, en este Viernes Santo de 2018, como en todos los anteriores y como cada día de la vida del mundo. Caes ante el peso del infinito sufrimiento humano y te levantas para ayudar a los que siguen avanzando tras tus pasos. Encuentras a tu Madre y cruzas una mirada de dolor por las que no se encontrarán con sus hijos que partieron para lograr una vida mejor y desaparecieron en las aguas del Mediterráneo, o en las tierras sin alma de los desiertos previos a los muros construidos o en construcción. Haces a tu Madre, madre de los niños y niñas que mueren junto a sus madres, padres y hermanos huyendo de guerras atroces, hambrunas escandalosas, violencias irresistibles de denominar… todos se unen a Ti, siguen avanzando. Te sigue una gran multitud, innumerable… invisible para los que miran para otro lado, que avanza sin perderte de vista. Hay Cirineos en todos los siglos, que se implican en el avance. Vocaciones inesperadas, quizás también para ellos mismos; son las luces brillantes en medio de la tiniebla del mundo. Teresa de Calcuta y sus hermanas con los moribundos de las calles de Calcuta y de tantos sitios del mundo; Mons. Romero de América, denunciando la injusticia que provoca la pobreza; Ellacuría y sus compañeros, en El Salvador; Samuel Ruiz y los millones de indígenas de Chiapas (México); Pedro Casaldáliga en el Mato Grosso en Brasil donde sigue como Cirineo de 90 años; los siete monjes cistercienses de Tibhirine (Argelia) que eligieron permanecer junto a sus vecinos musulmanes y eso hicieron hasta su secuestro y posterior muerte. Hay Cirineos como Juan José Aguirre, misionero comboniano y obispo en la República Centroafricana, que permanece, en un fuego cruzado, en un país roto, ayudando a pacificar fuegos y socorrer a un pueblo que está extenuado… y avanza con ellos hacía el Calvario de todos los días. Avanzan, se unen miles de cruces… Te siguen. Y aquí, un poco más debajo de Gibraltar, Santiago Agrelo, franciscano, obispo de Tánger, la voz que grita en el desierto de las Redes Sociales, denunciando los asentamientos, las muertes, los injusticias que se cometen con los africanos que quieren cruzar a Europa. No se corta al decir “que sin los pobres el evangelio se queda sin destinatarios”. Y el cirineo Francisco, Papa Francisco… te ayuda con la cruz dentro de la Casa, la Iglesia, invitando a dar pasos hacia las fronteras donde las cruces crecen como trébol en primavera Y llegan muchos Cireneos y Verónicas, hoy mismo, desconocidos, invisibles que son requeridos para ayudar a otros a avanzar con sus cruces, que las hacen suyas. Son Cirineos que se acercan con nombre de siglas de ONG’s, que son tantas veces atacados, despreciados; luchan por los Derechos Humanos, por los derechos de los invisibles; se mueven avanzando con las corrientes migratorias de millones de personas huyendo de sus países, por la violencia, la desaparición de los recursos de sus tierras… Verónicas que con el whatsapp ayudan a localizar pateras para poder ser rescatadas; enjugan lágrimas, abrazan bebés ateridos… y todos siguen avanzando, aunque les quieran detener; se unen a los diariamente crucificados de este mundo y la marea sigue creciendo, como una gran mancha de aceite hacia la colina, escueta colina del Calvario. Miras con infinita compasión a las mujeres que llorando te siguen: “No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos”… millones de mujeres siguen llorando pero avanzando, porque pararse es perder y hay que llegar al final para volver a empezar. Y cuando ya todo parece que va a acabar: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, le dices a tu Madre; y al discípulo que tanto querías: “Ahí tienes a tu madre”. Tomando aire para un último impulso: ¡Madre, estate cerca… que no olviden que todos son hermanos!... llegará la Pascua, y… nos vemos en Pentecostés. El tema central del Triduo Pascual es el AMOR. El Jueves se manifiesta en los gestos y palabras que lleva a cabo Jesús en la entrañable cena. El Viernes queda patente el grado supremo de amor al dar la vida por no renunciar al bien del hombre. El Sábado celebramos la Vida que surge de ese Amor incondicional. En la liturgia de estos días intentamos manifestar, de manera plástica, la realidad del amor supremo que se manifestó en Jesús. Lo importante no son los ritos, sino el significado que éstos encierran.
La liturgia del Jueves Santo está estructurada como recuerdo de la última cena. La lectura del evangelio de Jn nos debe hacer pensar; se aparta tanto de los sinópticos que nos llama la atención que no mencione la fracción del pan, pero en su lugar, nos narra una curiosa actuación de Jesús que nos deja desconcertados. Si el gesto sobre el pan y el vino tuvo tanta importancia para la primera comunidad, ¿por qué lo omite Juan? Y si realmente Jesús realizó el lavatorio de los pies, ¿por qué no lo mencionan los tres sinópticos? No es fácil resolver estas cuestiones, pero tampoco debemos ignorarlas o pasarlas por alto a la ligera. Seguiremos haciendo sugerencias, mientras los exégetas no lleguen a conclusiones más o menos definitivas. Sabemos que fue una cena entrañable, pero el carácter de despedida se lo dieron después los primeros cristianos. Seguramente en ella sucedieron muchas cosas que después se revelaron como muy importantes para la primera comunidad. El gesto de partir el pan y de repartir la copa de vino era un gesto normal que el cabeza de familia realizaba en toda cena pascual. Lo que pudo añadir Jesús, o los primeros cristianos, es el carácter de símbolo de lo que en realidad fue la propia vida de Jesús. El gesto de lavar los pies era una tarea exclusiva de esclavos. A nadie se le hubiera ocurrido que Jesús la hiciera si no hubiera acontecido algo similar. Es una acción más original y de mayor calado que el partir el pan. Seguramente, en las primeras comunidades se potenció la fracción del pan, por ser más sencilla. Poco a poco se le iría llenando de contenido sacramental hasta llegar a significar la entrega total de Jesús. Pero esa misma sublimación llevaba consigo un peligro: convertirla en un rito estereotipado que a nada compromete. Aquí veo yo la razón por la que Jn se olvida de la fracción del pan. La explicación que da de la acción, lleva directamente al compromiso con los demás y no es fácil escamotearla. Parece demostrado que, para los sinópticos, la Última Cena es una comida pascual. Para Jn no tiene ese carácter. Jesús muere cuando se degollaba el cordero pascual, es decir el día de la preparación. La cena se tuvo que celebrar la noche anterior. Esta perspectiva no es inocente, porque Jn insiste, siempre que tiene ocasión, en que la de Jesús es otra Pascua. Identifica a Jesús con el cordero pascual, que no tenía carácter sacrificial, sino que era el signo de la liberación. Jesús el nuevo cordero, es signo de la nueva liberación. Los amó hasta el extremo. Se omite toda referencia de lugar y a los preparativos de la cena. Va directamente a lo esencial. Lo esencial es la demostración del amor. “Hasta el extremo” (eis telos) = en el más alto grado, hasta alcanzar el objetivo final. Manifestó su amor durante toda su vida, ahora va a manifestarse de una manera total y absoluta. “Había amado... y demostró su amor hasta el final”, dos aspectos del amor de Dios manifestado en Jesús: amor y lealtad, (1,14) amor que no se desmiente ni se escatima. Dejó el manto y tomando un paño, se lo ató a la cintura. No se trata en Jn de la cena ritual pascual, sino de una cena ordinaria. Jesús no celebra el rito establecido, porque había roto con las instituciones de la Antigua Alianza. Dejar el manto significa dar la vida. El paño (delantal, toalla) es símbolo del servicio. Manifiesta cuál debe ser la actitud del que le siga: Prestar servicio al hombre hasta dar la vida como Él. Jn pinta un cuadro que queda grabado para siempre en la mente de los discípulos. Esa última acción de Jesús, tiene que convertirse en norma para la comunidad. El amor es servicio concreto y singular a cada persona. Se puso a lavarles los pies y a secárselos con la toalla. El lavar los pies era un signo de acogida o deferencia. Solo lo realizaban los esclavos o las mujeres. Lavar los pies en relación con una comida, siempre se hace antes, no durante la misma. Esto muestra que lo que Jesús hace no es un servicio cualquiera. Al ponerse a los pies de sus discípulos, echa por tierra la idea de Dios creada por la religión. El Dios de Jesús no actúa como Soberano, sino como servidor. El verdadero amor hace libres. Jesús se opone a toda opresión. En la nueva comunidad todos deben estar al servicio de todos, imitando a Jesús. La única grandeza del ser humano es ser como el Padre, don total y gratuito para los demás. ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Esta explicación, que el evangelista pone en boca de Jesús, nos indica hasta qué punto es original esa actitud. Retomó el manto pero no se quita el delantal. Se recostó de nuevo, símbolo de hombre libre. El servicio no anula la condición de hombre libre, al contrario, da la verdadera libertad y señorío. La pregunta quiere evitar cualquier malentendido. Tiene un carácter imperativo. Comprended bien lo que he hecho con vosotros, porque éstas serán las señas de identidad de la nueva comunidad. Vosotros me llamáis “Maestro” y “Señor” y decís bien porque lo soy. Jn es muy consciente de la diferencia entre Jesús y ellos. Lo que quiere señalar es que esa diferencia no crea rango de ninguna clase. Las dotes o funciones de cada uno no justifican superioridad alguna. Los hace iguales y deben tratarse como iguales. La única diferencia es la del mayor o menor amor manifestado en el servicio. Esta diferencia nunca eclipsará la relación personal de hermanos, todo lo contrario, a más amor más igualdad, más servicio. Pues si yo os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Reconoce los títulos, pero les da un significado completamente nuevo. Es “Señor”, no porque se imponga, sino porque manifiesta el amor, amando como el Padre. Su señorío no suprime la libertad, sino que la potencia. El amor ayuda al ser humano a expresar plenamente la vida que posee. Llamarle Señor es identificarse con él, llamarle Maestro es aprender de él, pero no doctrinas sino su actitud vital. Sienten la experiencia de ser amados, y así amarán con un amor que responde al suyo. Os dejo un ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Los sinópticos dicen, después de la fracción de pan: “Haced esto para acordaros de mí”. Es exactamente lo mismo, pero en el caso del lavatorio de los pies, queda mucho más claro el compromiso de servir. Lo que acaba de hacer no es un gesto momentáneo, sino una norma de vida. Ellos tienen que imitarle a él como él imita al Padre. Ser cristiano es imitar a Jesús en un amor que tiene que manifestarse siempre en el servicio a todos los hombres. Es una pena que una vivencia tan profunda se haya reducido a celebrar hoy el día de la “caridad”. Tranquilizamos nuestra conciencia con un donativo de algo externo a nosotros, siempre de lo que me sobra, o por lo menos, que en nada compromete mi nivel de vida. Podemos aceptar que no somos capaces de seguir a Jesús, pero no tiene sentido engañarnos a nosotros mismos con ridículos apaños. Celebrar la eucaristía es comprometerse con el gesto y las palabras de Jesús. Él fue pan partido y preparado para ser comido. Él fue sangre (vida) derramada para que todos los que encontró a su paso la tuvieran también. Jesús promete y da Vida definitiva al que es capaz de seguirle por el camino que nos marcó. La misma Vida de Dios, la comunica a todo el que acepta su mensaje. No al que es perfecto, sino al que, con autenticidad, se esfuerza por imitarle en la preocupación por el hombre. De la manera menos pensada, encontramos a veces puertas que nos abren a la iluminación. Buscaba yo una información en internet, cuando de pronto aparece una reflexión que conocía, pero a la que no le había hecho caso cuando me la enviaron. Y ahora, sin buscarla, me ha puesto a meditar en el contexto de la Cuaresma. Y como este blog pretende ser un punto de encuentro, la comparto. Si a una sola persona le resulta gratificante, me doy por satisfecho. Es un cuento muy sencillo, que no simple:
Una joven fue a ver a su padre. Le contó sobre los momentos que estaba viviendo y lo difícil que le resultaba salir adelante. No sabía cómo iba a hacer para seguir luchando y que estaba punto de darse por vencida. Ya estaba cansada de luchar desde la impresión de que tan pronto lograba encontrarle la solución a un problema, inmediatamente surgía otro. Su padre le pidió que la acompañara a la cocina. Llenó tres ollas con agua. En la primera colocó zanahorias, en la segunda huevos y, en la última, colocó granos de café molidos. Sin decir una palabra esperó que el agua de las ollas empezara a hervir. Unos veinte minutos más tarde apagó los fuegos. Retiró las zanahorias, los huevos y café líquido y los colocó en tres recipientes diferentes. Dirigiéndose a su hija, le preguntó: ahora dime lo que ves. Veo zanahorias, huevos y café, fue la respuesta de la hija, un poco extrañada de la conducta de su padre, que le pidió que se acercara y tocara las zanahorias. Ella comprobó que estaban blandas. Después le invitó a que tomara un huevo y lo pelara. Una vez retirada la cáscara, pudo observar que el huevo se había endurecido. Finalmente, le ofreció un trago del café. La hija sonrió al oler el rico aroma que desprendía la infusión. Entonces la hija le preguntó: ¿A qué viene todo esto? Su padre le explicó que cada uno de esos productos naturales se había tenido que enfrentar la misma adversidad -el agua hirviendo- pero cada uno había reaccionado de una manera diferente. La zanahoria era dura, resistente en el momento de haber sido colocada en el agua. Sin embargo, al ser sometida al agua hirviendo, quedó blanda y débil. La frágil cáscara exterior había protegido al líquido del interior del huevo. Pero, una vez hervido, el interior se endureció. Sin embargo, los granos de café molidos operaron de forma diferente. Una vez colocados en el agua hirviendo, fue el agua la que cambió. ¿Con cuál de estos elementos te puedes identificar? le preguntó a la hija ¿Cómo le respondes a la adversidad cuando ésta golpea a tu puerta? ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café? Piensa en esto: ¿Qué soy, la zanahoria que parece ser fuerte pero, con el dolor y la adversidad me marchito y pierdo mi fuerza? ¿Soy el huevo que al principio tiene un corazón blando, pero cambia con el calor? ¿O la que tengo un espíritu sano pero después de una muerte, una separación, un problema económico o alguna otra situación difícil, me he vuelto duro y rígida? ¿Será que el aspecto de mi cáscara no cambió pero, por dentro, me he convertido en una persona amargada y difícil, con un espíritu rígido y un corazón endurecido? ¿O es que eres como los granos de café? De hecho, el grano hace cambiar al agua caliente, precisamente a la circunstancia que le produce dolor. Cuando el agua se calienta, el grano libera la fragancia y el sabor. Si tú eres como el grano de café entonces, cuando las cosas han llegado a su peor momento, empiezas a mejorar y a cambiar la situación creada alrededor tuyo. Créeme, te puedes elevar a otro nivel en los momentos más sombríos y madurar con fortaleza al enfrentarte a enormes desafíos. ¿Cómo nos enfrentamos a la adversidad cuando llama a la puerta? ¿Como una zanahoria, como un huevo o como unos granos de café? Pidamos a Dios para que en esta Cuaresma podamos siempre esparcir e irradiar alegría y servicio, el dulce aroma del café. Se nos acaban los curas. Llega el día del seminario y volvemos sobre lo mismo: que hay que rezar por las vocaciones sacerdotales y que a ver si animamos a los jóvenes a hacerse curas.
Se nos acaban los curas. “Hazte cura”, dice el lema de este año, “por Cristo y por los demás”; “para dar a conocer el seminario, corazón de la diócesis”. Se nos acaban los curas. ¿Qué diría Jesús? ¿Cómo nos miraría? Me imagino su cara al vernos tan preocupados, su rostro sonriente y compasivo. Se nos acaban los curas… sin darnos cuenta. En las ciudades seguimos teniendo misas y sacramentos para elegir. En los pueblos se acercan para las fiestas y dicen la misa mayor ¿Qué más se puede pedir? Se nos acaban los curas. A las parroquias se les empieza a llamar “unidades parroquiales y de atención pastoral” y nos piden que colaboremos todos, que “don José” vendrá de vez en cuando. Se nos acaban los curas. Parece que este es el mayor problema y la más grande necesidad que tenemos los católicos en los comienzos del siglo XXI. Se nos acaban los curas. ¿Qué curas? Los curas solitarios y entregados totalmente a su labor de pastores, los curas sin familia y a tiempo completo, los curas varones y de ninguna manera mujeres, los curas de parroquia y sin hogar… Se nos acaban los curas de hoy porque su media de edad es de 67 años y un 40% pasan de los 75. Según cuentan en España hay todavía unos 18.000 sacerdotes diocesanos, pero los que fallecen duplican a los que se ordenan. Se nos acaban los curas… y ahora qué. No cabe ninguna duda de la cura que han supuesto muchos sacerdotes a lo largo de la historia. No sería ningún disparate otorgar un “premio Nobel” a este colectivo. No pararíamos de contar las bondades de su buen hacer por toda la tierra… pero, ojo, entre nosotros son una parte y no lo son todo. ¿Se nos acaban los curas? Cuidemos a los que quedan, recemos por los que fallecen y busquemos la manera de distribuirnos las tareas en comunidad. ¿Se nos acaban los curas? Sería bueno volver los ojos atrás, a los orígenes, y volver a comprender cómo vivir en cristiano en nuestros tiempos. ¿Se nos acaban los curas? Los tiempos anteriores no son más importantes que los primeros. En los primeros tiempos se repartían las tareas. ¿Se nos acaban los curas? Busquemos de entre nosotros quién se puede encargar de animar la fe, coordinar la pastoral, dinamizar las celebraciones… ¿Se nos acaban los curas? Volvamos nuestros ojos a la mirada que Jesús dirigió a mujeres y hombres para que le siguieran y no discriminemos nunca más en la Iglesia. ¿Se nos acaban los curas? La comunidad permanece y en ella la mayoría vive en familia; no deberíamos privarnos de personas vocacionadas por el hecho de estar casadas. ¿Se nos acaban los curas? También se irán acabando los obispos tal y como los solemos ver hoy en día. “Nadie es más que nadie entre vosotros”, se nos dijo. ¿Se nos acaban los curas? Que la comunidad los busque entre las personas a las que Dios suscite pasión por servir en la comunidad. Que la comunidad rastree de entre nosotros el rostro de Dios para que se haga presente. Que la comunidad elija a sus dirigentes, animadoras y animadores… servidores. Se nos acaban los curas pero queda mucho Reino por hacer. Este domingo se lee el relato de la Pasión de Jesús en el evangelio de Marcos. Dada su extensión me limito a sugerir dos puntos de atención (Jesús y sus discípulos) y a ofrecer cuatro posibles lecturas de la pasión.
Dos puntos de atención ¿Quién es Jesús? El relato del capítulo 15 supone un gran contraste con el de los dos anteriores, 13-14. En estos, Jesús se enfrenta a toda clase de adversarios en diversas disputas y los vence con facilidad. Ahora, los adversarios, derrotados a nivel intelectual, deciden vencerlo a nivel físico, matándolo (14,1). Lo que más se destaca en Jesús es su conocimiento y conciencia plena de lo que va a ocurrir: sabe que está cercana su sepultura (14,8), que será traicionado por uno de los suyos (14,18), que morirá sin remedio (14,21), que los discípulos se dispersarán (14,27), que está cerca quien lo entrega (14,42). Las palabras que pronuncia en esta sección están marcadas por esta conciencia del final y tienen una carga de tristeza. Como cualquiera que se acerca a la muerte, Jesús sabe que hay cosas que se pierden definitivamente: la cercanía de los amigos ("a mí no siempre me tendréis con vosotros": 14,7), la copa de vino compartida (14,25). No falta un tono de esperanza: del vino volverá a gozar en el Reino de Dios (14,25), con los discípulos se reencontrará en Galilea (14,28). Pero predomina en sus palabras un tono de tristeza, incluso de amargura (14,37.48-49), con el que Marcos subraya ―una vez más― la humanidad profunda de Jesús. Cuatro veces se debate en estos capítulos la identidad de Jesús: el sumo sacerdote le pregunta si es el Mesías (14,61), Pilato le pregunta si es el Rey de los judíos (15,2), los sumos sacerdotes y escribas ponen como condición para creer que es el Mesías que baje de la cruz (15,31-32), el centurión confiesa que es hijo de Dios (15,39). A la pregunta del sumo sacerdote responde Jesús en sentido afirmativo, pero centrando su respuesta no en el Mesías, sino en el Hijo del Hombre triunfante (14,62). A la pregunta de Pilato responde con una evasiva: "tú lo dices" (15,2). A la condición de los sumos sacerdotes y escribas no responde. Cuando el centurión lo confiesa hijo de Dios, Jesús ya ha muerto. Los discípulos Los datos son conocidos. Se entristecen al enterarse de que uno de ellos lo traicionará; pero, llegado el momento, todos huyen. Una vez más, Pedro desempeña un papel preponderante. Se considera superior a los otros, más fiel y firme (14,29), pero comenzará por quedarse dormido en el huerto (14,37) y terminará negando a Jesús (14,66-72). En este contexto de abandono total por parte de los discípulos adquiere gran fuerza la escena final del Calvario, cuando se habla de las mujeres que no sólo están al pie de la cruz, sino que acompañaron a Jesús durante su vida (15,40-41). Cuatro lecturas posibles de los relatos de la pasión de Jesús. La lectura de identificación personal y afectiva El testimonio escrito más antiguo que poseemos en este sentido es el de san Pablo. A veces, cuando habla de la muerte de Jesús, lo hace con frialdad dogmática, recordando que murió por nuestros pecados. Pero en otra ocasión lo enfoca de manera muy personal y afectiva: "He quedado crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí. Y mientras vivo en la carne vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí" (Gal 2,19-20). En línea parecida, san Ignacio de Loyola, en la tercera semana de los Ejercicios espirituales, cuando se contempla la pasión, el ejercitante debe pedir "dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, llanto, pena interna de tanta pena como el Señor pasó por mí". La lectura indignada Es la que practicamos todas las mañanas al leer el periódico, cuando acompañamos la lectura de los titulares y de las noticias con toda suerte de imprecaciones, insultos y maldiciones. Los relatos de la pasión cuentan tal cantidad de atropellos, injusticias, traiciones, que se prestan a una lectura indignada. Sin embargo, los evangelios nunca invitan al lector a indignarse con la traición de Judas, a maldecir a las autoridades judías o romanas que condenan a Jesús, a insultar a quienes se burlan de él, a sentir como en el propio cuerpo los azotes, la corona de espina o los clavos, a llorar la muerte de Jesús. En ningún momento pretenden los evangelios excitar los sentimientos y, mucho menos, fomentar el sentimentalismo. Descargar en PDF Mi comentario, que puede bajarse de la dirección indicada más arriba, consiste en una lectura del texto, prestando gran atención a cuatro aspectos: 1) la división minuciosa de cada episodio, que a veces quizá parezca exagerada, como cuando distingo siete momentos en el relato de la oración del huerto; pero es la única forma de no pasar por alto detalles importantes. 2) los protagonistas, advirtiendo qué hacen o no hacen, qué dicen o no dicen, cómo reaccionan, por qué motivos se mueven, qué sienten. 3) la acción que se cuenta y sus presupuestos; a veces predominará lo informativo, ya que ciertos detalles a veces no se conocen bien, como la celebración de la Pascua en el mundo judío y en Qumrán o el proceso ante el Sanedrín. 4) el arte narrativo de Mc, que a menudo no se tiene en cuenta, pero que sirve también para captar su teología. Este tipo de lectura, aunque aplique el mismo método a todas las escenas, pone de relieve lo típico de cada una de ellas y deja claro que el relato de la pasión está formado por episodios aparentemente cotidianos y por otros terriblemente dramáticos, como la oración del huerto. Lo importante es captar el espíritu y mensaje de cada episodio y el mensaje global de cada evangelio. La lectura interactiva y orante Sería la respuesta personal al comentario anterior, reflexionando cada cual sobre lo que el texto le sugiere y lo que le invita a pedir. Como en el caso de la purificación del templo, no podemos pensar que la entrada en Jerusalén fue una manifestación multitudinaria. Hubiera sido la ocasión ideal, que los dirigentes judíos estaban esperando, para prender a Jesús. Probablemente se trató de un pequeño grupo de seguidores que se unieron a los discípulos en aclamaciones espontáneas. Jesús había desarrollado toda su actividad en Galilea, y la mayor parte de los peregrinos que venían a la fiesta eran galileos. Muchos de ellos reconocerían a Jesús, que también subía a Jerusalén, y se unieron a su grupo.
Lo verdaderamente importante en el relato de la pasión, está más allá de lo que se puede narrar. Lo esencial de lo que ocurrió no se puede meter en palabras. Lo que los textos nos quieren transmitir hay que buscarlo en la actitud de Jesús que refleja plenitud de humanidad. Lo importante no es la muerte física de Jesús sino descubrir por qué le mataron, por qué murió y cuales fueron las consecuencias de su muerte para los discípulos. Semana Santa es la ocasión privilegiada para plantearnos la revisión de nuestros esquemas teológicos sobre el valor de la muerte en la cruz. Estamos en el mejor momento del año para tomar conciencia de la coherencia de toda la vida de Jesús. Dándose cuenta de las consecuencias de sus actos, no da un paso a tras, y las acepta plenamente. Es una advertencia para nosotros, que estamos siempre acomodándonos para evitar consecuencias desagradables. Sabemos que nuestra plenitud está en darnos a los demás pero seguimos calculando nuestras acciones para no ir demasiado lejos, poniendo límites “razonables” a nuestra entrega; sin darnos cuenta de que un amor calculado es egoísmo camuflado. ¿Por qué le mataron? La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo frontal y absoluto por parte de los jefes religiosos de su pueblo. Rechazo a sus enseñanzas y rechazo a su persona. No debemos pensar en un rechazo gratuito y malévolo. Los sacerdotes, los escribas, los fariseos no eran gente depravada, que se opusieron a Jesús porque era buena persona. Eran gente religiosa que pretendía ser fiel a la voluntad de Dios, que ellos encontraban en la Ley. También para Jesús era prioritaria la voluntad del Padre, pero no la buscaba en la Ley sino en el hombre. ¿Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo? La respuesta no era tan sencilla. Por una parte, Jesús iba claramente contra la Ley y contra el templo, signos inequívocos del antiprofeta. Pero por otra, los signos de amor a todos eran una muestra de que Dios estaba con él, como apuntó Nicodemo. Lo mataron porque denunció a las autoridades religiosas que, con su manera de entender la religión, oprimían al pueblo. Le mataron por afirmar, con hechos y palabras, que el valor del hombre concreto está por encima de la Ley y del templo. ¿Por qué murió? No podemos saber lo que Jesús experimentó ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco ni era masoquista. Tuvo que darse cuenta que los jefes religiosos querían eliminarlo. Lo que nos importa a nosotros es descubrir las poderosas razones que Jesús tenía para seguir diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a pesar de que estaba seguro que eso le costaría la vida. Tomó conscientemente la decisión de ir a Jerusalén donde estaba el peligro. Que le importara más ser fiel a sí mismo que salvar la vida es el dato que nosotros debemos valorar. Demostró que la única manera de ser fiel a Dios es ponerse del lado del oprimido. No se puede pensar en la muerte de Jesús desconectándola de su vida. Su muerte fue consecuencia de su vida. No fue una programación por parte de Dios para que su Hijo muriera en la cruz y de este modo nos librará de nuestros pecados. Jesús fue plenamente un ser humano que tomó sus propias decisiones. Porque esas decisiones fueron las adecuadas, de acuerdo con las exigencias de su verdadero ser, nos han marcado a nosotros el camino de la verdadera salvación. Si nos quedamos con el Hijo, que murió por obediencia al Padre, hemos malogrado su muerte y su vida. ¿Qué consecuencias tuvo su muerte? Hay explicaciones teológicas de la muerte de Jesús que se siguen presentando a los fieles, aunque la inmensa mayoría de los exégetas y de los teólogos las han abandonado hace tiempo. No debemos seguir interpretando la muerte de Jesús como un rescate exigido por Dios para pagar la deuda por el pecado. Además de ser un mito ancestral, está en contra de la idea de Dios que el mismo Jesús desplegó en su vida. Un Dios que es amor, que es Padre, no casa muy bien con el Señor que exige el pago de una deuda hasta el último centavo. Para los discípulos, la muerte fue el revulsivo que les llevó al descubrimiento de lo que era verdaderamente Jesús. Durante su vida lo siguieron como el amigo, el maestro, incluso el profeta; pero no pudieron conocer el verdadero significado de su persona. A ese descubrimiento llegaron por un proceso de maduración interior, al que solo se puede llegar por experiencia. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización en su persona y a descubrir en aquel Jesús de Nazaret, al Señor, al Mesías al Cristo y al Hijo. En esto consistió la experiencia pascual. Ese mismo recorrido debemos hacerlo nosotros. A nosotros hoy, la muerte de Jesús nos obliga a plantear la verdadera hondura de toda vida humana. Jesús supo encontrar, como ningún otro ser humano, el camino que debemos recorrer todos para alcanzar plenitud humana. Amando hasta el extremo, nos dio la verdadera medida de lo humano. Desde entonces, nadie tiene que romperse la cabeza para buscar el camino de mayor humanidad. El que quiera dar sentido a su vida, no tiene otro camino que el amor total, hasta desaparecer. La interpretación de la muerte de Jesús determina la manera de ser cristiano. Ser cristiano no es subir a la cruz con Jesús, sino ayudar a bajar de la cruz a tanto crucificado que hoy podemos encontrar en nuestro camino. Jesús, muriendo de esa manera, hace presente a un Dios sin pizca de poder, pero repleto de amor, que es la fuerza suprema. En ese amor reside la verdadera salvación. El “poder” de Dios se manifiesta en la vida de quien es capaz de amar entregando todo lo que es. Meditación Ningún sufrimiento salva por sí mismo, tampoco el de Jesús. Lo que salva es la fidelidad a su verdadero ser, Vivir una verdadera humanidad, es perder el miedo a la muerte. El miedo a la muerte es la esclavitud más difícil de superar. Toda opresión nace de esta esclavitud. Domingo de Ramos
La mujer del perfume y el centurión son dos figuras centrales en los últimos capítulos del evangelio de Marcos. Ella y él van a ser quienes orienten a quien escucha o lee el evangelio en como han de entender este momento de la vida de Jesús. Ellos son intérpretes fiables del significado y consecuencias de la cruz de Jesús. Lo buscaban para prenderlo Jesús llega a Jerusalén como un profeta, dispuesto a proclamar el sueño de Dios en la ciudad del poder, a desafiar las fronteras legales y religiosas que impedían a muchos hombres y mujeres tener acceso al encuentro con Dios. Su acción en el templo había provocado el temor de los poderosos que se sentían desafiados por la autoridad soberana del maestro y comenzaron a buscarle para prenderlo (Mc 14, 1-2). A Jesús, por su parte, se le conmovían las entrañas por los pequeños y pequeñas de este mundo, explotados, invisibilizados por los rituales ostentosos y los privilegios de unos pocos. Contemplar la ciudad santa con su magnifico templo encogía sus entrañas porque no era así como su Abba quería encontrarse con sus hijos e hijas. Pero el enemigo era poderoso y sabía que permanecer fiel al Dios del reino podía costarle la vida. La mujer del perfume En Betania, en casa de Simón el leproso, Jesús comparte la mesa con amigos y discípulos. Una mujer innominada entra y lleva a cabo un gesto de gran osadía que provoca el malestar de muchos de los allí reunidos: ungió a Jesús con perfume. Los allí presentes, seguramente en su mayoría varones, se sentían honrados de compartir la comida con el maestro, lo escuchan convencidos de la verdad de su mensaje, pero parecen no haber contado con las consecuencias que puede tener entrar a forma parte de la comunidad del Reino. Esta mujer, sin embargo, lo ha entendido y eso le ha dado fuerzas para entrar, quizás sin ser invitada, y derramar sobre la cabeza de Jesús un perfume caro. Curiosamente nadie se pregunta qué significa el gesto, si no que muchos critican el derroche que supone gastar un perfume tan caro. Jesús recibe agradecido el gesto de la mujer y comprende porque lo ha hecho. Ella ha ungido solemnemente a Jesús como Mesías, pero lo ha hecho en una casa, sin intermediarios, sin solemnidades, solo con su fe proclamada y expresada a través de un gesto sencillo pero cargado de significado. El maestro confronta con sus amigos por no saber acoger a la mujer y no solo les explica el valor de lo que ella ha hecho, sino que les invita a recordarlo siempre que se anuncie la buena noticia del Reino. Esta mujer ha sido capaz de ver más allá y entender que Jesús está comenzando a vivir el momento más duro de su misión y que es ahora cuando hay que apostar con él por arriesgar y entregar la vida. Ella lo unge como mesías, lo confirma en su misión de liberación y reconstrucción de un pueblo hundido y extraviado. Ella, sin palabras, lo proclama mesías porque ya está dicho todo, es el momento definitivo, el momento de la gratuidad, la humildad, la bondad como único argumento. Por eso su gesto ha de ser recordado, porque la buena noticia es la de un Dios que actúa con misericordia y bondad y nadie puede imponerla, ni condicionarla a rituales y normas. La Buena noticia ha de ser proclamada como el gesto de esta mujer, derrochando y si esperar nada a cambio. Así será también la entrega de Jesús. Este hombre es verdaderamente el hijo de Dios El centurión romano, ante la cruz de Jesús, hace la confesión clave de todo el evangelio. Al verlo crucificado entiende lo que sus discípulos no habían entendido: que la grandeza de Jesús no estaba en sus acciones portentosas, sino en su capacidad de dar la vida por entregar el amor al mundo sin reservas, sin condiciones. Él, como el siervo de Isaías, no rompe la caña cascada, ni el pábilo vacilante; se ha dejado vencer para mostrar al Dios de los pequeños/as y desvalidos/as, al Dios que rechaza la venganza, que reconcilia, que pacifica. La divinidad de Jesús es reconocida en su mayor postración su grandeza en su mayor debilidad. En la mirada de un hombre vencido descubre este pagano la acción salvadora de Dios. En la pasión de su mensaje y su actuar descubre la mujer la gratuidad del Abba que derrocha sin límites amor, perdón y bondad. Hace ya ocho años publiqué un librito con el título “Lo que creo que creo” (ediciones feadulta) en el que reunía mis reflexiones al jubilarme y repensar la teología que había estudiado hacía más de 20 años. Durante estos últimos años se han producido profundos cambios socioculturales - “Paradigmas emergentes” decimos en un grupo de estudio- y ya próximo a la hora de la verdad me pregunto: Y ahora… ¿qué creo?
Quiero compartir estas reflexiones resumidas para compensar mis limitaciones con otros puntos de vista. Límites del conocimiento Creo que tenemos tres vías de conocimiento: la experimental, la racional, y la intuición (percepción que se identifica con lo conocido). Simplificando mucho: la ciencia, la filosofía discursiva (vías aristotélicas, esprit de géométrie, que tratan de demostrar) y la sensibilidad ética, estética, o mística. (Vía platónica, esprit de finesse, que solamente pretende mostrar, desvelar aletheia la evidencia). Y sabemos que lo más importante en esta vida -dignidad humana, amor, justicia, y el mismo principio de no contradicción- no se demuestran; se perciben por vía inuitiva. Descartes primero constató que pensaba, y de ahí dedujo “luego existo”. Las tres vías son válidas pero limitadas, y deben complementarse para rectificar sus inevitables errores y desviaciones. Incluso así, no estamos capacitados (al menos en el estadio actual de la evolución) para comprender la realidad en sí misma, porque la realidad rebasa nuestras limitaciones de espacio-tiempo; sólo podemos vislumbrarla intuitivamente y aspirar a una explicación más o menos coherente de nuestra situación en esa realidad. La cultura occidental ha valorado el conocimiento experimental y el racional; en cambio la sensibilidad intuitiva destaca más en la cultura oriental, y creo que también es la característica tanto de las personas sencillas como de las geniales. Las personas sencillas pueden equivocarse con la letra, pero aciertan con la música; los “ilustrados” acertamos con la letra, pero desafinamos con la música. Dios se manifiesta a los sencillos (Mt 11,25). Creer no es saber y, menos aún, demostrarlo; creer es adherirse a una explicación -o a un comportamiento- conscientes de que es una explicación inevitablemente parcial y progresiva, pero nos parece la explicación más adecuada dentro de nuestras posibilidades, y la que coordina mejor los resultados de estas tres vías del conocimiento. La conciencia En la portada de aquel librito plasmé su mensaje principal: un puente de tablas sobre un abismo; las débiles barandillas de cuerda eran las creencia, el suelo de tablas era la conciencia ética. La imagen me vino quizás por aquel puente de tablas en Mozambique, hacia 1994; lo atravesamos reponiendo tablas en los huecos que se habían producido. Hoy me reafirmo. Están cambiando las creencias -las explicaciones- pero mi apoyo más firme es mi conciencia; sé que tiene mucho de subjetivo, que necesita ser completada, pero es la base más sólida por la que puedo avanzar. Puedo rebatir o dudar de muchas explicaciones filosóficas o religiosas -¿dualidad o no dualidad?- pero no puedo dudar del sufrimiento humano. No puedo dudarlo: aliviar ese sufrimiento es mejor que provocarlo, la empatía compasiva es mejor que el egoísmo. “No quieras para tu prójimo lo que no quieres para ti”, es la regla de oro tanto para laicos como para creyentes de cualquier religión. Esto es algo objetivo, no mera educación o consuelo de débiles. Un fundamento Entramos en el terreno de las explicaciones; necesitamos las barandillas del puente para caminar con más seguridad y no ceder al vértigo. He sentido ansiedad al atravesar un puente de cristal. El proceso evolutivo nos ha capacitado para salirnos del presente y proyectarnos hacia el pasado y hacia el futuro, para preguntarnos cómo funcionan las cosas y por qué funcionan, para ampliar nuestro horizonte más allá de las nubes y de las galaxias. Sin embargo no ha conseguido -al menos por ahora- darnos respuestas definitivas a las preguntas más radicales. ¿Por qué existe algo en vez de nada? ¿Por qué la generosidad es mejor que el egoísmo? ¿Por qué es malo abusar de los débiles? ¿En qué consiste el amor? Cada cultura, y cada época, ha tratado de responder a estas preguntas y ha explicado el fundamento objetivo de esas cuestiones según los conceptos elaborados por su propia filosofía y sus experiencias éticas o místicas. Creo que mayoritariamente, los que han admitido la necesidad de ese fundamento, lo han concebido como Dios, como un ser necesariamente distinto (porque si fuera igual no serviría de fundamento último) pero necesariamente semejante (porque si fuera totalmente distinto no podríamos pensarlo). Este Ser y fundamento, visto desde lo racional, es un postulado, un misterio, que ha sido confirmado por la intuición mística y ética de muy diversas culturas. Se ha dicho, con razón, que cada uno de nosotros tiene su propia idea sobre Dios. En qué Dios creo El acuerdo más común sobre Dios es que es un misterio indecible. La teología oriental y los místicos tienden a la teología apofática, que se refiere a Dios por negación de los atributos humanos (derivados de nuestra limitada experiencia); la teología positiva prefiere considerar el sentido analógico de los atributos humanos, y después de afirmar algo sobre Dios tiene que reconocer que “tampoco es eso”. El dilema principal se presenta entre una Realidad única o dual, y entre un Dios personal o impersonal. Actualmente se está extendiendo la idea de la no-dualidad, pero muchos de sus defensores explican que no se trata de un monismo sino de una única realidad fundamental que se manifiesta en diversas formas; “La ola es el mar; pero el mar es más que la ola”. La intuición mística se nos presenta como unidad, pero nuestra mente sólo puede pensar en forma dual. Creo que Dios tiene, o supera, los atributos personales -conocimiento y amor- pero no es un individuo (una persona considerada independientemente de los demás); me gusta considerarlo como “energía lúcida”. La imagen más entrañable, a la que no quiero renunciar, es el acercamiento a Dios como Padre, sin embargo creo que la imagen más adecuada a nuestros tiempos es la imagen bíblica de Dios como Espíritu. “Padre” acentúa la dualidad y la distancia; el Espíritu es común a todos nosotros en cualquier tiempo y espacio, pero se diferencia de nosotros. Actualmente va difundiéndose una concepción de Dios “no teísta”. No niega su existencia, pero defiende a ultranza la auto-nomía humana y rechaza cualquier intervención de Dios en el mundo, especialmente la hetero-nomía y los milagros. Una total autonomía del hombre sería contraria al mensaje del evangelio y nos llevaría a un orgulloso pelagianismo y, lo que es socialmente peor, a las dictaduras de los más poderosos. Creo que algunos autores consideran que la acción de un Dios trascendente invadiría la autonomía inmanente del hombre; sin embargo la trascendencia de Dios no excluye su inmanencia en el universo y en el hombre. “Intimior intimo meo” (más íntimo que mi misma intimidad) reconocía san Agustín. Dios es el fundamento de la existencia y de la actividad del hombre, y además lo trasciende. Creo recordar que Lenaers, autor consgarado en esta línea, rechazaba la hetero-nomía pero también la mera auto-nomía, y prefería considerarla teo-nomía, porque Dios es inmanente en el hombre. Creo en el Dios de Jesús; él lo sintió en su experiencia del Jordán como amor de Padre que le enviaba a anunciar la Buena Noticia de la liberación a sus hijos marginados y oprimidos (Lc 4,17-21). Dios es amor; nosotros tratamos de explicarlo con nuestras categorías actuales, pero sólo comprenderemos a Dios -los cristianos o cualquier ser humano- en la vivencia del verdadero amor. Seguiré reflexionando sobre Jesús y la Iglesia, de la que formo parte. La policía vasca es la que mejores condiciones laborales y mejor sueldo goza en el Estado, pero ello no fue óbice para que el día pasado los legítimos representantes del Gobierno Vasco recibieran en Vitoria un bochornoso e injusto abucheo a la entrada del Parlamento por parte de los "reivindicativos" ertzainas. Un amigo pequeño empresario me confesó el día pasado, que cansado de bregar con las constantes e insostenibles demandas de subidas salariales, les planteó seriamente a los compañeros la posibilidad transformar la empresa en cooperativa y nadie le apoyó. Nadie mostró interés por la propuesta.
Todos quieren más, la guardia civil, los policías, ahora los funcionarios de justicia..., también los pensionistas por más que muchos de ellos/as sí que tienen sobradamente justificada su reivindicación. ¿Cómo alcanzar el justo medio, cómo aguzar discernimiento y apurar generosidad para que impere el equilibrio? Hay casos en los que las reivindicaciones son de ley, como puede ser el último ejemplo mencionado de muchos/as pensionistas, sin embargo hay otros en los que la justicia de lo reivindicado queda en cuestión. No vivimos un universo de barra libre. Todo tiene su medida. Será preciso vindicar lo que es ponderado; no lo que va en detrimento de la también justa retribución ajena. Será preciso tomar mirada aérea y por lo tanto conciencia, no sólo de nuestros intereses, sino sobre todo de los colectivos. Todos queremos más, todos pedimos más y más, tan menudo sin pensar, ni reparar en el bien colectivo. La caja común no es infinita. A nivel de administración colectiva lo que se suma a una partida será preciso restarlo a otra. Olvidemos por un momento que es un Partido Popular, en importante medida significado por la corrupción y “el ordeno y mando”, el que tiene la llave de la caja común. Imaginemos que esa llave está en nuestros bolsillos. ¿Nos las podríamos apañar para atender sistemáticamente todas las demandas colectivas? El universo es orden, el orden es administración, la administración es equidad. La responsabilidad colectiva permanece a la cabeza de nuestras asignaturas pendientes. Responsabilidad representa ancha mirada y corazón, capacidad de ver en el otro, otro “tú” con similares necesidades. Priorizar lo general con respecto a lo privado es el espíritu solidario que reclama un mañana mejor. ¿Seremos capaces de acercar algo de ese futuro al presente? ¿Seremos capaces de aparcar pancarta, de acallar el grito cuando nuestras reivindicaciones vayan más allá de los derechos y deriven hacia un interés más exclusivista? El nuevo tiempo será altruista o no será. Comenzar a pensar en clave global antes que en propia, representa seguramente el salto más urgente en la conciencia humana. Vivir cada uno para sí o hacerlo para los demás, he ahí la eterna disyuntiva humana que hoy se evidencia también en numerosos escenarios. La inercia de pedir fuera, ha de ir compensada con el sentido de la responsabilidad adentro. En lo que a la esfera social se refiere, instalarnos en la sistemática y permanente dinámica de la reivindicación es pernicioso, porque pernicioso es pensar en nosotros mismos, al margen de lo que ocurra a los demás. Ya lo dejó bien sentado el “poverello” de Asís: “Es dando como recibimos…”; es en el olvido de nosotros, que no de nuestras más elementales necesidades, como somos colmados. El día en que nos decantemos mayoritariamente por la máxima franciscana, la Tierra será sencillamente un paraíso. Si aún no lo es, es porque colocamos demasiado a menudo nuestro propio y predominante provecho por encima del de la mayoría. Dicho de otra forma, la distancia con respecto al Edén que podría ser la Tierra, es la misma distancia que cada uno de nosotros tenemos hasta interiorizar un genuino sentimiento de unidad fraterna, hasta alcanzar una verdadera conciencia solidaria. |
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