Los textos bíblicos de los cuatro domingos de Adviento no constituyen propiamente una preparación a la Navidad, sino una introducción a todo el nuevo año litúrgico. Por eso abarcan etapas muy distintas: 1) lo que se esperó del Mesías antes de su venida; 2) su nacimiento; 3) su actividad pública y las reacciones que suscitó; 4) su vuelta al final de los tiempos.
Estas cuatro etapas se mezclan cada domingo y resulta difícil relacionar las distintas lecturas. Si buscamos un elemento común sería el tema de la esperanza: ¿qué debemos esperar?, ¿cómo debemos esperar?
Podríamos contemplar este hecho con escepticismo: el ser humano no tiene remedio. La ambición, el odio, la violencia, siempre terminan imponiéndose y creando interminables conflictos y guerras. Sin embargo, la lectura de Isaías propone una perspectiva muy distinta. Todos los pueblos, asirios, egipcios, babilonios, medos, persas, griegos, cansados de guerrear y de matarse, marchan hacia Jerusalén buscando en el Dios de Israel un juez justo que dirima sus conflictos e instaure la paz definitiva. El texto de Isaías une, lógicamente, la desaparición de la guerra con la desaparición de las armas. En este contexto, hoy día es frecuente hablar de las armas atómicas, los submarinos nucleares, los drones de última generación. Quisiera recordar unos datos muy distintos, de armas mucho más sencillas. En 2013 se estimaba que en el mundo había un arsenal de 639 millones de armas de fuego, la mitad de las cuales en manos de civiles, el resto a disposición de los cuerpos policiales y de seguridad, lo que supone un arma por cada diez personas. A fines de 2017 el número había crecido hasta aproximadamente 857 millones de armas de fuego civiles en los 230 países y territorios estudiados. Desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial (1945), unos 30 millones de personas han perecido en los diferentes conflictos armados que han sucedido en el planeta, 26 millones de ellas a consecuencia del impacto de armas ligeras. Estas armas, y no los grandes buques o los sofisticados aviones de combate, son las responsables materiales de cuatro de cada cinco víctimas, que en un 90% también han sido civiles (mujeres y niños en particular). Esta primera lectura bíblica nos anima a esperar y procurar que un día se haga realidad lo anunciado por el profeta: De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.
La actitud de vigilancia queda expuesta en dos comparaciones, una basada en el AT, y otra en la experiencia diaria. La primera hace referencia a lo ocurrido en tiempos del diluvio. Antes de él, la gente llevaba una vida normal, despreocupada. La catástrofe le parecía inimaginable. Lo mismo ocurrirá cuando venga el Hijo del Hombre. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. La segunda comparación está tomada de la vida diaria: la del dueño de una casa que desea defender su propiedad contra los ladrones. El mensaje es el mismo: estad en vela. A propósito de estas comparaciones podemos indicar dos cosas: 1) Ambas insisten en que la venida del Hijo del Hombre será de improviso e imprevisible; no habrá ninguna de esas señales previas que tanto gustaban a la apocalíptica (oscurecimiento del sol y de la luna, terremotos, guerras, catástrofes naturales). 2) Las dos comparaciones exhortan a la vigilancia, a estar preparados, pero no dicen en qué consiste esa vigilancia y preparación; se limitan a crear un interés por el tema. Esta falta de concreción puede decepcionar un poco. Pero es lo mismo que cuando nos dicen al comienzo de un viaje en automóvil: «ten cuidado». Sería absurdo decirle al conductor: «Ten cuidado con los coches que vienen detrás», o «ten cuidado con los motoristas». El cristiano, igual que el conductor, debe tener cuidado con todo.
NOTA: Ya que el ciclo A que hoy comenzamos está dedicado al evangelio de Mateo, con vistas a poder leerlo durante este año he escrito un comentario extenso, pero asequible: El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz. Editorial Verbo Divino, 2019.
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“Como sucedió en tiempos de Noé, sucederá también en los días en que venga el Hijo del hombre…” (Lc 17,26).
La noticia se había corrido como pólvora: “Noé tiene alzheimer”. “- No, es demencia senil” decían otros. “-Nosotros ya le veíamos raro hace tiempo”, añadieron los más enterados. Fuera lo que fuera, las señales eran alarmantes: una cosa es que, de siempre, le hubiera gustado el bricolaje, pero lo de ahora era otra cosa: había talado árboles hasta dejar un claro en medio del bosque, serraba madera haciendo listones y había comenzado a montar un armazón inmenso y extraño. “- Construyo un arca”, contestó secamente a los curiosos. “-Me lo ha mandado el Señor y tengo que calafatearla para que pueda flotar”. “-¿Cómo que flotar? Pero Noé, hombre, que se te ha ido la olla, que estamos a más de mil kilómetros del mar… ¿Es que piensas ir empujándola hasta la orilla?”. “-Va a haber un diluvio y punto. Lo ha dicho el Señor. No hay más preguntas”. Y ya no volvió a abrir la boca. “-Pobrecillo, qué pena da”, dijeron los más compasivos. Los más cínicos se acercaban de vez en cuando por allí para burlarse: “¿-Y para cuándo dices que llegan las lluvias?”; “- A mí resérvame un buen camarote, el de mi suegra puede estar cerca de las pocilgas”; “-¿Qué suplemento hay que pagar para llevar más de una pareja de gatos?”. Y Noé callado, impertérrito, construyendo el arca, como le había dicho el Señor. Los discípulos conocían la historia de Noé y seguramente también el midrash en el que, al comentar el Génesis, los sabios alababan la obediencia de Noé que se arriesgó a creer que la palabra del Señor se cumpliría, a pesar de las burlas de sus vecinos. Y quizá pensaron más de una vez, cuando arreciaban las críticas en torno a ellos, que se estaba repitiendo lo de Noé y que iban a tener que acostumbrarse a que aquel Reino del que hablaba su Maestro tuviera algo de un-arca-tierra-adentro. Les cuestionaban los demás y se cuestionaban ellos mismos: ¿no era rarísimo dedicarse a tantas las causas perdidas, desvelarse por personas o grupos no cualificados ni rentables, carentes de influencia y de significación social o religiosa, desprovistos de influencia? ¿Qué garantía de futuro podía tener tanta atención a enfermos, mujeres, niños, publicanos, extranjeros? ¿No era un disparate juntarse con recaudadores de impuestos y prescindir de un escriba, del prestigio intachable de un fariseo, del poder de un saduceo o de la rectitud y el ascetismo de un esenio? En tiempos tan duros como los que estaban viviendo ¿no era una locura optar por “comportamientos débiles” de no apagar mechas vacilante ni quebrar cañas cascadas? Tenían que construir “un arca-tierra-adentro” con la misma terca obediencia de Noé. Tenían que aguantar burlas por estar dejando atrás comportamientos seguros y familiares y avanzar por un camino desconocido e incierto sin más garantía que la palabra dada por Jesús. También en nuestras pequeñas vidas en las que querríamos tener todo previsto y acomodado pueden entrar, como un torbellino de Adviento, el riesgo, la alarma y el sobresalto que provoca el juego. El mismo juego que Jesús se atrevió a jugar antes que nosotros. Teología Política en el hoy de nuestra sociedad
Las reflexiones aquí expresadas, de tiempo atrás ,tienen validez plena para el momento actual La religión cristiana es una religión pública Los que se profesan cristianos, tiene razones para afirmar que la religión cristiana es una religión pública y que, por lo mismo, y sin pretender monopolizar ni imponer nada, obrando de acuerdo con los principios y valores de esa religión, su conducta reflejará la marca, inspiración y medida de esos valores. Sencillamente porque la persona es unidad y unitariedad, y si la religión la inspira e impregna en su totalidad, debe impregnarla en lo que es la amalgama de esa totalidad: convicciones, actitudes, sentimientos y opciones. Cada persona elige un estilo de vivir. Y, para los creyentes, la religión es parte importante y hasta esencial de ese estilo. Un estilo que no hay que presuponerlo extraño o peligroso, pues la fe, al menos la cristiana, comienza por ser fe humana, es decir, fe en el hombre, en su dignidad y derechos. Ese es el primer artículo de la fe cristiana y sin él la fe se toma sospechosa, vacía o falsa. Y, desde esa fe en lo humano, el cristiano expresa su identidad y comunión con todos aquellos que -ateos o no- viven con el sueño de hacer una ciudad humana universal: fraterna, igualitaria, libre. Hay, pues, un caminar común, porque hay un terreno y fe común. El estilo de vida del cristiano Pero, ¿cuál es el estilo, si lo hay que, junto a esos elementos comunes, debe configurar al cristiano? El estilo es el de Jesús de Nazaret. Cualquier otra coartada, que aspire a definir el cristianismo sin pasar por ahí, es cuestionable. Se es cristiano porque se elige con libertad personal vivir la vida como Jesús de Nazaret. Y Jesús de Nazaret es todo un estilo: en el pensar, en el sentir y en el obrar; en relación con Dios, con uno mismo y con los hombres; en relación con la justicia y con el culto; en relación con los ricos y con los pobres; en relación con el poder religioso y con el poder político; en relación con la interioridad y la exterioridad; en relación con lo que es vicio y lo que es virtud; en relación con la vida material y espiritual, personal e institucional, histórica y escatológica. Puesto a describir el estilo de Jesús, me gustaría destacar algunos de los trazos más salientes: 1. El mesianismo teocrático Inmerso en su pueblo, participa de todo lo que constituye su historia. Sabe que la expectación sobre el Mesías es grande y varias las maneras de interpretarlo y acogerlo. Resulta predominante la de un mesianismo teocrático, nacionalista, excluyente que restaurará la gloria de Israel con fuerza y esplendor. No se concibe un Mesías que no vaya asociado al poder, al éxito, la gloria. El mesianismo de Jesús es de muy distinta naturaleza: “Sin hacer alarde de ser igual a Dios, se vacía de sí mismo y toma la condición de esclavo haciéndose uno de tantos” (Fp 2,6-8). Escribe Rafael Díaz Salazar:“La forma de Dios como esclavo entregándose a la liberación de los esclavizados con una radicalización que le lleva a la muerte con la doble acusación de subversivo y blasfemo es única en la historia de las religiones.” (1) Tan única que este mesianismo cambia de raíz las relaciones de Dios con la política en el sentido de que no habrá otra forma de hacer política divina sino aquellas que, de verdad, sirvan al servicio y liberación de los empobrecidos desde los valores propios del Evangelio. 2. El mesianismo jesuánico se centra en el anuncio y realización del Reino de Dios. Este Reino es la utopía del Nazareno, a la que consagra por entero su vida:- Él, como profeta, se enfrenta a las autoridades religiosas y políticas de su pueblo para desenmascarar sus errores y contradicciones. Ningún sistema político puede instrumentalizar la divinidad para el encubramiento de unos y la dominación de otros, y ningún sistema religioso puede erigirse como dueño de Dios y utilizarlo con alienación y detrimento de las personas: “Es muy significativo que la persona que se presenta como el enviado de Dios sea condenada por subversivo y blasfemo. La revelación jesuánica de Dios es captada como suprema negación de la divinidad tal como ésta era concebida por la mayoría de los judíos y romanos. Desde ésta óptica no hemos de extrañamos que los primeros cristianos fueran considerados ateos” (ídem, p. 338). – Dios es Padre de todos, sin exclusión de nadie, en una patria y familia universal, sin fronteras ni discriminaciones, en la que la todos son hermanos. Aquí, el parentesco es de otro rango y sobrepasa el simple de la sangre y de la raza, y se incrusta en la ley primigenia del amor, única que libera, que enlaza culto y justicia y que hace presente a Dios mismo en la liberación de los empobrecidos (Cfr. Mt 25, 31-46). – Para hacer efectiva esta patria. Dios no va a suplir a nadie. Él cuenta con la responsabilidad humana y, sobre todo, con las disposiciones y actitudes de cada uno, alejadas del orgullo, de la avaricia y del egoísmo. Se trata de echar abajo una serie de ídolos (el dinero, el poder, el dominio) que alimentan la deshumanización e impiden que la convivencia y las relaciones entre los humanos sean justas y fraternales. – El mensaje de Jesús no se centra en el diseño de una política específica. Las políticas son necesarias y ellas deben ocupar la entrega y compromiso de los hombres pero, en tanto que políticas, son coyunturales y evolutivas, mientras los valores del Evangelio son esenciales, suprapolíticos, válidos para guiar la política y reconducirla cuando haga falta. ¿Qué aporta el cristianismo a la solución de nuestros problemas de hoy? Si tenemos claro cuáles son los problemas que mayormente afectan a la sociedad, claro que la izquierda pretende ofrecer las mejores propuestas para la solución de esos problemas, claro que no hay un sistema económico-sociopolítico que pueda sobrevivir sin ideología , pues todo proceso económico-político resulta indisociable de un determinado tipo de filosofía y ética. ¿La izquierda de hoy adolece de un vacío de espiritualidad y de valores que la propulsen? Está claro que el neoliberalismo constituye un determinado sistema dominante desde el que organizar la economía y también las conciencias, entonces, la pregunta clave es ésta: en la marcha de este proceso, ¿con qué energías y valores morales contamos? ¿podemos seguir abrigando la duda o el escepticismo de la validez del cristianismo para acometer con garantía la solución de esos problemas? En todo caso, y de ser afirmativo, ¿qué tareas o contribuciones puede aportar el cristianismo a la solución de tan ingentes problemas? Aportaciones del cristianismo para una política de igualdad, justicia. fraternidad y paz 1. Organizar la sociedad desde los últimos Tener como criterio de organización sociopolítica y de educación el criterio de que todos los hombres son hermanos y, si hermanos, hay que luchar para que las relaciones sean de igualdad y desaparezcan los obstáculos que más la imposibilitan: el dinero y el poder. Hay que establecer como prioridad que tantos y tantos como se encuentran en la miseria y exclusión (los últimos) sean los primeros, de modo que sea desde las carencias de sus derechos y necesidades como comience a organizarse la sociedad. Si Jesús llama a los pobres bienaventurados es porque les asegura que su situación va a cambiar y para ello es preciso crear un movimiento que sea capaz de lograrlo, devolviéndoles la dignidad y la esperanza. Hay que dar la primacía de los últimos: “El cristianismo originario se enfrenta al reinado del dinero y del poder como mecanismo de dominación e introduce una pasión en la historia: que los últimos dejen de serlo, que se adopten comportamientos y se organicen políticas y economías que les den la primacía para construir una sociedad sin últimos ni primeros o, al menos, con la menor desigualdad entre los seres humanos convocados a ser hermanos.” (2) 2. Combatir las causas de la desigualdad De acuerdo con esta pasión por los últimos, tener sensibilidad y criterio para saber detectar dónde se encuentran en nuestro mundo las causas y mecanismos que producen los primeros y mayores problemas de desigualdad e injusticia. 3. Convertir la pasión por los últimos en fuerza moral y voluntad coleciva movilizadoras Crear una voluntad colectiva que sea capaz de anteponer las necesidades de los últimos y que articule políticas y comportamientos sociales solidarios, con la consiguiente adopción de esfuerzos y renuncias comunes. Si la pasión por los últimos se convierte en idea y fuerza moral movilizadora, tendremos entonces la posibilidad de políticas internacionales de solidaridad, de democracia económica, de asunción de la pobreza evangélica, llegando a crear nuevos sujetos sociales, con una nueva escala de valores antropológicos y una nueva finalidad para la vida personal y colectiva. 4. Sentir como propio el dolor de los oprimidos Hacer propia la cultura del samaritano ante el prójimo necesitado: sentir como propio el dolor de los oprimidos, aproximarse a ellos y liberarlos. Sin este compromiso, toda la religiosidad es falsa: “El cristianismo originario presenta unos valores de fondo que vistos en su conjunto configuran un determinado espíritu o fuerza socio-vital muy importante para la izquierda. La primacía de los últimos, la pasión por su liberación, la crítica de las riquezas, la cercanía a las víctimas de la explotación, el anhelo por construir la fraternidad desde la justicia y más allá de éste, la apuesta por un estilo de vida centrado en la desposesión y comunión de bienes, la unión entre el cambio de la interioridad del hombre y la transformación de la historia, etc. son propuestas vitales muy valiosas para la cultura socialista.” Toda ciencia y toda disciplina operan con categorías propias conforme al objeto de estudio. También la teoría de género. Pero, ¡cuidado con las definiciones de los diccionarios! En el caso de las categorías de esta teoría, los diccionaristas ejercen a veces un trato semántico inadecuado, quizá por desconocimiento de los estudios feministas.
Durante el curso 2018-2019 he impartido la asignatura “Principales categorías de la teoría de género” dentro del Postgrado de Gestión en Políticas de Igualdad, del Instituto Universitario de Estudios Género, de la Universidad Carlos III de Madrid, del que soy investigador. En este artículo ofrezco una reflexión sobre la primera de dichas categorías: el feminismo. 1. El feminismo es una teoría crítica de la sociedad que analiza y cuestiona la estructura patriarcal del orden social, cultural, económico, simbólico, religioso, posibilita una nueva interpretación de la realidad y ofrece nuevas categorías de análisis. 2. Es un movimiento social y político reivindicativo que ha permitido a las mujeres constituirse como sujeto colectivo con una historia común de opresión y exclusión y de lucha contra su discriminación y por la igualdad y la paridad en todos los ámbitos: legal, laboral, doméstico, político, económico. 3. Es una de las principales revoluciones de los últimos siglos que intenta recuperar la subjetividad de las mujeres negada en el Renacimiento, en la Ilustración, en la Revolución Francesa y en general en todas las revoluciones. Reconoce a las mujeres como sujetos políticos, morales con identidad propia, no en relación con los varones. Es una revolución incruenta, que está provocando una reacción violenta del patriarcado. 4. El feminismo es un estilo de vida coherente con la teoría, que se caracteriza por que cada mujer a nivel personal tenga tiene su proyecto, diseñe su propio futuro, viva con autonomía, sin depender caracterizado por un proyecto de vida propio, viva con autonomía, sin someterse a las dependencias que en todos los niveles le impone el patriarcado. En el epílogo de su Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, de 1791, que escribió como respuesta a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de carácter patriarcal, la política francesa Olympia de Gouges escribió: “¡Mujer, despierta!; el arrebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de prejuicios, fanatismo, superstición y mentiras. La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de la necedad y la usurpación. El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ¡Oh, mujeres!, ¡mujeres!, ¿cuándo dejaréis de estar ciegas?, ¿qué ventajas habéis obtenido de la revolución?: un desprecio más marcado, un desdén más visible. […] Cualesquiera sean los obstáculos que os opongan, podéis superarlos; os basta con desearlo”. El 3 de noviembre de 1793, durante el gobierno de Robespierre y Murat, fue guillotinada, sin lograr que se cumpliera el artículo décimo de su declaración: “Si la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna”. Subió al cadalso, pero, aun siendo una prestigiosa política, no logró subir a la Tribuna DE LA Asamblea Nacional Francesa 5. El feminismo es una instancia crítica sobre nuestro legado de pensamiento, que critica el interés patriarcal de los discursos y desvela la contradicción en que incurren. Es una “filosofía de la sospecha” (Amelia Valcárcel) del discurso ilustrado de la universalidad de la razón y de los derechos humanos y de la igualdad de todos los seres humanos, que excluye a las mujeres y, por ello, desmiente su universalidad. De-construye los discursos de la tradición filosófica que perpetúan la desigualdad, denuncia el lado oscuro de quienes reclaman igualdad y libertad, pero no se las reconocen a las mujeres. Como ejemplo de tal contradicción Luisa Posada se refiere a Rousseau y a Kant1: – El filósofo político Rousseau incurre en una crasa contradicción: en El Contrato social hace una defensa radical de la igualdad y en Emilio o de la educación presenta a la compañera del ciudadano como prototipo de la mujer recluida en el hogar y desigual por naturaleza. El Contrato social solo reconoce derechos políticos a los varones y los niega a las mujeres. El pacto social no tenía vigencia en el hogar, donde la mujer debía estar sometida al marido. Léase para comprobarlo el capítulo V del libro de Rousseau), cuya protagonista es Sofía, la compañera de Emilio, que en las relaciones morales debe ser pasiva y débil y cuya función es “agradar al hombre”: “En la unión de los sexos, cada uno concurre de igual forma al objetivo común, pero no de igual manera. De esa diversidad nace la primera diferencia asignable entre las relaciones morales de uno y otro. Uno debe ser activo y fuerte, el otro pasivo y débil; es totalmente necesario que uno pueda y quiera, basta que el otro resista poco. Establecido este principio, de él se sigue que la mujer está hecha para especialmente para agradar al hombre. Si el hombre debe agradarle a su vez, es una necesidad menos directa, su mérito está en su potencia, agrada por el mero hecho de der fuerte. Convengo en que no es esta la ley del amor, pero es la de la naturaleza, anterior al amor mismo”2. – Kant, prototipo de filósofo ilustrado, por una parte, reclama la autonomía y la auto-legislación de la razón humana y el lema ilustrado “¡Atrévete a pensar!”, y, por otra, afirma que: “una mujer letrada (…) tendría además que tener barba”. Me parece interesante el revisar si vivimos según el evangelio o simplemente “nadamos” en las aguas religiosas. Me permito sugerir algunos puntos de test para diagnosticar si vamos por camino evangélico:
1.- Nuestra teología. ¿Vivimos el cambio de paradigma que nos indica el papa? ¿Hemos avanzado en nuestra creencia teológica y en nuestra vivencia de fe? ¿Vamos por el camino de las parábolas o por el camino de las grandes creencias? ¿Vamos por el camino de la sencillez de Jesús o de la complicada teología? ¿Hacemos graves discursos o vemos la vida con la sencillez de Jesús ante la naturaleza y ante las muchedumbres hambrientas? 2.- Nuestra presencia en el mundo. ¿Levadura o espectáculo? La levadura se esconde, se confunde en la masa, no se ve, actúa desde dentro y en silencio. Un hecho o una palabra en una realidad concreta anuncia la Salvación o denuncia el mal. El espectáculo son fuegos artificiales que meten gran estrépito, acuden grandes multitudes y pasan sin que nada quede de ellos: solo el olor a multitudes e incienso. Muchas celebraciones en nuestros templos y calles ¿no son espectáculos con ropas, signos, señales, incensarios...? Jesús no dio espectáculos. No se tiró del alero del templo. 3.- Estar con la gente normal, más cuanto más pobres; ser gente normal, vivir habitualmente en sencillez, en familiaridad, en colaboración, o subirse a los púlpitos de la televisión, de la gran prensa. Pasar desapercibidos en la caridad ¿Recibimos homenajes? Antes de predicar ¿lo vivo yo o predico para los demás? Hacer de la vida cotidiana una ofrenda a los hermanos o delegar en una ritualidad sacerdotal de los sacrificios sagrados. 4.- Celebrar la eucaristía fraternalmente, alrededor de la mesa, entender y compartir la Palabra, entenderse como grano de trigo molido y granos de uva estrujados para ser pan y vino para el mundo, comulgar con los demás al comulgar con Jesús el Pan y el Vino entregado por todos… ¿Asistir a ceremonias a las que solo pueden participar “algunos”, o “muchos” o “todos”? 5.- Ser aplaudido o ser criticado: “¡Ay de vosotros cuando todo el mundo os alabe y hable bien de vosotros! Así trataron vuestros padres a los falsos profetas”. La señal del cristiano es el amarnos, y todo el que quiere vivir cristianamente, ama. La señal de Jesús no es el aplauso de las naciones, sino la persecución y el ser grano sembrado y podrido en tierra que da fruto. Si nos aplauden los medios de comunicación, es que somos de su cuerda, que no molestamos. Por eso sabemos que en la Iglesia hay mucha gente en el buen camino, en el camino de Jesús, porque son perseguidos, marginados, silenciados, asesinados, no canonizados…. Es una buena señal; hay Espíritu de Jesús en la Iglesia. Aunque no en todas partes. No se puede estar con el crucificado y con los crucificadores. 6.- Escuchar. Ser capaces de oír sin prisa, de escuchar con absoluta paciencia a las personas. Dedicarles todo el tiempo y todas las atenciones, sin juzgar. Acoger y ser receptores de lo que nos quieren transmitir. Incluso buscar a esas personas que necesitan comunicar sus sentimientos una y otra vez. 7.- Ser positivos, transmisores de esperanza, de luz. Creer y comunicar a los demás esa fe en el resultado de las cosas y de las empresas en que nos metemos por causa del evangelio. No buscar grandes éxitos y números, sino la sencillez de la semilla de mostaza. No recibimos cruces de oro en la solapa sino cruces pesadas a la espalada en bien de los hermanos. 8.- Medir el resultado por lo pequeño, por lo sencillo, por lo no llamativo, porque no nos conceden homenajes ni títulos. Ni nos declaran santos. Vivir sencillamente e intentar ser reflejo en nuestras vidas de lo que creemos. Como fundamento: la pobreza, la sencillez (caminar en borriquillo y prestado). 9.-Vivir, trabajar, en equipo, en grupo, en asamblea; Es signo de caminar con Jesús. No ser grandes líderes, sino animadores y promotores. Estar, ser y trabajar con otras personas. Ser y vivir como pueblo de Dios, no como pirámides en lo alto de la cúspide. 10.- ¿Descubrimos las pequeñas semillas, como la mostaza, en el bien que va creciendo en las personas o nos fijamos en los títulos y nobleza de quien nos obnubila? Ahora voy a sumar los puntos. Y comentarlos con Jesús en el evangelio. Cuando Moisés, el rescatado de las aguas, en plena huida de falsas seguridades y de las consecuencias de hacer justicia a su manera, se adentra en su desierto, no vislumbra su futuro ¡es lo que tiene el desierto!
Tampoco nosotras si dejamos que el Dios del desierto sea nuestro compañero de camino. Un evento, una experiencia en el silencio, puede indicarnos el camino a seguir. Y lo que nos parece “accidental” se convierte en determinante de una presencia en nosotras que nos acompaña y de alguna manera nos guía. Moisés, agotado, sediento, llega a un espacio de agua y de amor, es el lenguaje bíblico del pozo, insinuante de “espacio nupcial”. El niño rescatado de las aguas, es ahora un fugitivo, adulto y perdido. Si quieres, intenta identificar estos “lugares teofánicos” (donde Dios se manifiesta) en tu vida. ¡Cuántas veces, en mi oración, me encuentro “sedienta” en el brocal del pozo, esperando un posible encuentro que me habite, que me guíe…! El itinerario de fe es siempre llevado “por el otro, por la Ruah”. Aceptar mi papel secundario es clave para vivir con gozo la travesía, aún a pesar de tantas y tantas dificultades, que obviamente experimentaremos si estamos en camino. Lo del pozo es tentador. Y lo necesitamos, pero la vida sigue. Y en el caso de nuestro Moisés, después de boda y familia y tierras y ganado, algo está adormecido por dentro. Un día cualquiera, en el desierto, y en plena tarea para su subsistencia, escucha un chisporrotear, un “cric-cric” de un fuego ardiendo: caben dos opciones, dejarlo chisporrotear y seguir su ineludible tarea o seguir el cric-cric y el resplandor por dentro; el gusanillo de la inquietud. No estamos hechos para la instalación. Nuestras madres y padres en la fe, eran personas de desierto, de desinstalación y vida frugal. Y, por encima de todo, eran personas avezadas a “escuchar” a Dios en todo. El chisporrotear de una hoguera se convierte en lugar de encuentro, en espacio sagrado, donde Dios y la persona se encuentran y dialogan. El niño rescatado de las aguas es ahora un adulto hablando con el fuego. Un adulto, inquieto, asustado y deslumbrado por lo que está viviendo. Sigue en el desierto, ya habitual para él, y en medio de esta circunstancia, oye el fuego, enfrenta la llama ardiendo, se descalza de su ego que quisiera entender y, despacio, al calor de la llama va comprendiendo. Del pozo a la llama. Una trayectoria. Ahora empieza otra. De la llama vuelta atrás, con otro brillo en los ojos y con una humildad adquirida en la arena del día a día seco y sin grandes horizontes. De pronto le devuelven al río del que fue rescatado para que sea “rescatador de otr@s”. No hay mapas. No hay gps’s, no hay… ¡Hay: hogueras, ríos, arena, estrellas, y la seguridad de que estas cosas son de Dios! Y lo que no quieres perderte, sin lo cual nada es posible, es el pozo. Ahí empieza el diálogo que culmina en la hoguera. Séfora le enamora, pero ella le prepara para la hoguera. No le impide la tarea, es más, le acompaña. Si el texto no fuera patriarcal…igual resulta que es Séfora la convocada… pero eso no se sabrá. Lo que sí se sabe es que hoy la hoguera y el pozo y la tarea es para las y los que “escuchamos” el cric-cric del fuego que nos habla al corazón, y nos envía a rescatar los corazones secos y emperifollados que tratan de disimular su sed. Hace unos días, tres mujeres y un hombre, se acercaban a la hoguera, y el regalo fue que todos l@s presentes sentimos el calor de la llama. Quieren ser hermanas y hermanos Para la Comunidad Cristiana. ¡Qué menos! Estas palabras, cargadas de desierto, para ellas y para todos y todas las que nos dejamos guiar por el chisporrotear de la hoguera, allá en el monte, donde Dios habita, y desde donde nos abraza, nos acoge, consagra y envía. Feliz travesía: del pozo a la hoguera y de la hoguera al río que nos vio nacer. Ese bautismo que nos hace: sacerdotes, profetas y pastores. Toda la liturgia tiene como principio y como fin al mismo Jesús. Comienza el Adviento con la preparación a su nacimiento, y termina con la fiesta que estamos celebrando como culminación más allá de su vida terrena. Como todo ser humano nació como un proyecto que se fue realizando durante toda su vida y que culminó con la plenitud de ser que expresamos con el título de Rey. Pero Jesús respondió a Pilato que su Reino no era de este mundo. A pesar de ello, le proclamamos Rey del Universo. Claro, nosotros sabemos mucho mejor que él lo que es y lo que no es Jesús.
Con el evangelio en la mano, ¿podemos seguir hablando de “Jesús rey del universo”? Un Jesús que luchó contra toda clase de poder; que rechazó como tentación, la oferta de poseer todos los reinos del mundo. Un Jesús que dijo: Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de Dios. Un Jesús que invitó a sus seguidores a no someterse a nadie. Un Jesús que dijo que no venía a ser servido, sino a servir. Un Jesús que dijo a los Zebedeo: “El que quiera ser grande que sea el servidor, y el que quiera ser primero que sea el último. Un Jesús que, cuando querían hacerlo rey, se escabulló y se marchó a la montaña. Podíamos hacer más referencias, pero creo que está claro lo que quiero decir. Las palabras Rey, Padre, Hijo, Mesías, Pastor, tienen gran riqueza de significados simbólicos en la escritura. Todas están relacionadas entre sí y no se puede entender separando unas de otras. La idea de un “rey”, en Israel, fue más bien tardía. Mientras fueron un pueblo nómada no tenía sentido pensar en un rey. Cuando llegaron a Canaán y se establecieron en las ciudades conquistadas, sintieron la necesidad de copiar sus estructuras sociales y le pidieron a Dios un rey. Esa petición fue interpretada por los profetas como una apostasía, porque para el pueblo judío, el único rey debía ser Yahvé. Encontraron la solución convirtiendo al rey en un representante de Dios. Para erigir a una persona como rey, se le ungía. Es lo que significa exactamente Mesías (Ungido). La unción le capacitaba para una misión: conducir al pueblo en nombre de Dios. De ahí que desde ese momento se le llamara hijo de Dios. Lo propio de un hijo es actuar como el padre, en lugar del padre. También se le llamaba padre del pueblo y pastor del pueblo. Lo mismo que Dios era padre y pastor para su pueblo, el que era elegido como rey era ungido, hijo, pastor y padre. Los primeros cristianos utilizaron todas estas palabras para referirse a Jesús y nosotros podemos seguir utilizándolas como símbolos. El letrero que Pilato puso sobre la cruz era una manera de mofarse de Jesús y de las autoridades. Es curioso que nosotros hayamos ampliado el ámbito de su realiza a todo el universo. ¿Para escarnio de quien? Los soldados también le colocaron una corona y un cetro para reírse de él. ¿Creéis que Jesús se hubiera encontrado más cómodo con una corona de oro y brillantes y con un cetro cuajado de piedras preciosas? Podemos seguir empleando el título, con tal que no le demos un sentido literal. Todo lenguaje sobre Dios es analógico. También el de Jesús una vez que terminó su trayectoria humana. Las autoridades, el pueblo, uno de los ladrones, le piden que se salve; pero Jesús no bajó de la cruz. Desde el bautismo hasta la cruz, le acompaña la tentación de poder. Jesús se salvó de esa tentación, pero no como esperaban los que estaban a su alrededor. Hoy seguimos esperando, para él y para nosotros, la salvación que se negó a realizar. Nos negamos a admitir que nuestra salvación pueda consistir en dejarnos aniquilar por los que nos odian. Si seguimos esperando la salvación externa, seguridad, poder o gloria, quedaremos decepcionados como ellos. Jesús será Rey del Universo, cuando la paz y el amor reinen en toda la tierra. Cuando todos seamos testigos de la verdad. El centro de la predicación de Jesús fue “el Reino de Dios”. Nunca se predicó a sí mismo ni revindicó nada para él. Todo lo que hizo, y todo lo que dijo, hacía siempre referencia a Dios. El Reino de Dios es una realidad que no hace referencia a un rey. Ese “de” no es posesivo sino epexegético. No es que Dios posea un reino. Dios es el Reino. Jesús se identificó de tal manera con ese Reino. De Jesús terreno carecería de sentido hablar de su reino. Podemos hablar del Reino de Cristo como una gran metáfora, como el ámbito en el que se hace presente lo crístico, es decir, un ambiente donde reina el amor. Entendido de ese modo y no literalmente, puede tener pleno sentido hablar del Cristo Rey. Los cristianos descubrieron esta identificación, y pronto pasaron de aceptar la predicación de Jesús a predicarle a él. Surge entonces la magia de un nombre, Jesucristo (Jesús el Cristo, el Ungido). El soporte humano de esta nueva figura queda determinado por la cualidad de Ungido, Mesías. El adjetivo (ungido) queda sustantivado (Cristo). Lo determinante y esencial es que es “Ungido”. Lo que Jesús manifiesta de Dios es más importante que el sustrato humano en el que se manifiesta lo divino. Pero debemos tener siempre muy claro que los dos aspectos son inseparables. No puede haber un Jesús que no sea Ungido, pero tampoco puede haber un “Ungido” sin el ser humano, Jesús. Cristo no es exactamente Jesús de Nazaret, sino la impronta de Dios en ese Jesús. El Reino que es Dios es el Reino que se manifiesta en Jesús. Para poder aplicar a Jesús ese título, debemos despojarlo de toda connotación de poder, fuerza o dominación. Jesús condenó toda clase de poder. Pero no solo condenó al que somete; condenó con la misma rotundidad al que se deja someter. Este aspecto lo olvidamos y nos conformamos con acusar a los que dominan. No hay opresor sin oprimido. El reinado de Cristo es un reino sin rey, donde todos sirven y todos son servidos. Cuando decimos: reina la paz, no queremos decir que la paz tenga un reino sino que la paz se hace presente en ese ámbito. Jesús quiere seres humanos completos, que sean reyes, es decir, libres. Jesús quiere seres humanos ungidos por el Espíritu de Dios, que sean capaces de manifestar lo divino. Tanto el que esclaviza como el que se deja esclavizar, deja de ser humano y se aleja de lo divino. El que se deja esclavizar es siempre opresor en potencia, no se sometería si no estuviera dispuesto a someter. La opresión religiosa es la más inhumana porque es capaz de llegar a lo más profundo del ser y oprimirle radicalmente. Emplear términos militares, como “guerrilleros de Cristo”, “cruzados de Cristo”, para designar personas o asociaciones vinculadas a Jesús, es muestra de la más burda tergiversación del evangelio. En el padrenuestro, decimos: “Venga tu Reino”, expresando el deseo de que cada uno de nosotros hagamos presente a Dios como lo hizo Jesús. Y todos sabemos perfectamente como actuó Jesús: desde el amor, la comprensión, la tolerancia, el servicio. Todo lo demás es palabrería. Ni programaciones ni doctrina, ni ritos, sirven para nada si no entramos en la dinámica del Reino. Jesús quiere que todos seamos reyes, es decir que no nos dejemos esclavizar por nada ni por nadie. Cuando responde a Pilato, no dice “soy el rey”, sino soy rey. Con ello está demostrando que no es el único, que cualquiera puede descubrir su verdadero ser y actuar según esa exigencia. Meditación “No es de este mundo”, no quiere decir que es un reino para el más allá. Quiere decir que no es un reino como los que conocemos aquí. El reinado de Jesús es el reinado de Dios. Es el reinado del amor, del servicio, de la entrega total. Jesús fue rey porque fue Señor de sí mismo. Lo que había de Dios en él gobernaba todo su ser. El título pretende poner de relieve la relación de la fiesta de Cristo Rey con el momento actual. Cuando Achille Ratti fue elegido Papa en febrero de 1922 y tomó el nombre de Pío XI, tenía la experiencia reciente de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución rusa. Pocos meses después, en octubre, Mussolini organizaba la marcha sobre Roma, que llevaría al triunfo del fascismo. Un año más tarde (8 de noviembre de 1923) Hitler intenta un golpe de estado en Múnich. Pío XI, alarmado por las tensiones crecientes en Europa y en todo el mundo, piensa que la única y verdadera solución a los problemas de tipo social, político, económico, es atenerse al mensaje del evangelio. Si Cristo fuese el rey de este mundo, muy distintas serían las cosas. Entonces instituyó esta fiesta, aprovechando que en 1925 se cumplían mil seiscientos años del concilio de Nicea, que proclamó la realeza de Cristo al añadir al credo apostólico las palabras: “y su reino no tendrán fin”.
Ha pasado casi un siglo. El lenguaje, como tantas cosas, ha cambiado; las verdades profundas, no. No creo que muchos católicos se animen a decir hoy día que la solución a los problemas que afectan al mundo actual sea Cristo Rey. Pero sí debemos estar dispuestos a defender los valores evangélicos del amor al prójimo, especialmente al más necesitado, de reconocernos todos como hermanos, hijos del mismo Padre, de la compasión, la justicia, la paz. Inicialmente esta fiesta se celebraba el domingo anterior a la de Todos los Santos (1 de noviembre). La reforma del Concilio Vaticano II decidió cerrar el año litúrgico con esta festividad, para subrayar la victoria final de Jesús. Las lecturas varían en los tres ciclos y cada año ofrece un aspecto distinto de la realeza de Jesús. ¿Qué une a las dos lecturas principales de hoy? La concepción del rey como salvador en medio de las dificultades. David, el rey salvador (2 Samuel 5, 1-3) La primera lectura solo se comprende recordando los acontecimientos previos. Años atrás, el primer rey israelita, Saúl, ha muerto luchando contra los filisteos. Le ha sucedido un hijo bastante inútil, Isbaal, y el poder se concentra en las manos del general Abner. Pero tensiones internas y externas llevarán al asesinato de Abner y, más tarde, de Isbaal. Las tribus del norte, sin rey ni general, se sienten desconcertadas. Y consideran que la única solución es ofrecerle el trono a David, que ya es rey de Judá desde hace siete años. Y se dirigen a la que entonces era capital de Judá, Hebrón (Jerusalén todavía no había sido conquistada). Nosotros leemos estas palabras sin darle especial importancia. Pero el que los del norte vengan a buscar la salvación en el rey del sur era entonces algo inaudito, que sólo se explica por la necesidad urgente de un rey que los salve. Jesús, el rey incapaz de salvar (Lucas 23, 35-43) Los contemporáneos de Jesús también esperaban un rey con capacidad de salvar. La lectura del evangelio de lo deja muy claro. Las autoridades, los soldados, uno de los malhechores crucificado con Jesús, lo repiten hasta la saciedad. Pronuncian los mayores títulos: Mesías de Dios, Elegido, rey de los judíos, Mesías. Pero sólo están dispuestos a aplicárselos a Jesús si se salva a sí mismo, o, como dice el otro crucificado, «sálvate a ti mismo y a nosotros». La sorpresa aparece al final, en la petición del buen ladrón, cuando reconoce que el reino de Jesús no se realiza en este mundo, no es aquí donde lleva a cabo obras portentosas para que la gente lo acepte como rey. Su reino se encuentra en una dimensión distinta, en la que entrará a través de la muerte. Por eso, el buen ladrón no pide que lo salve. Sólo pide un recuerdo: «acuérdate de mí». A lo largo de su vida, Jesús escuchó muchas peticiones: de leprosos que deseaban ser curados, de ciegos y cojos, de padres de niños difuntos, de discípulos asustados por la tormenta… Pero esta es la petición más bella y más sencilla: «Jesús, acuérdate de mí». El buen ladrón pide muy poco. Pero hace falta una fe profundísima para creer que ese ajusticiado, al que todos rechazan y del que todos se burlan, dentro de poco será rey, y que un simple recuerdo suyo puede traer la felicidad. Así ocurre en la promesa que Jesús le hace: «hoy estarás conmigo en el paraíso». «Acuérdate de mí» y «estarás conmigo» son las dos caras de una misma moneda, de la intimidad plena entre el rey y su súbdito, más satisfactoria que todas las prebendas y beneficios mundanos que regalan otros reyes. Quienes rechazan a Jesús parecen preguntarse: ¿por qué, si Jesús es el rey, si tiene el poder y la fuerza…, no hace algo para evitar su sufrimiento y su muerte?
A este rechazo, se suma la burla como muestra de desconfianza y, sobre todo, como muestra de su propia autoridad que queda demostrada en la no acción (el no poder) de Jesús. “Si tiene poder, que se libre”, dicen. Y, si no puede hacer esto (liberar del dolor y la muerte), no es el salvador que dice ser. Si no libra del padecimiento y de la muerte, a nuestra manera, no puede ser reconocido como líder. De esta manera, las palabras y las burlas parecen querer demostrar que ellos tienen la razón. Toda su ira es lanzada con la pretensión de demostrar que lo que Jesús decía era mentira. Es como si su hacer daño quedara justificado por el hecho de que es solo una demostración de lo que no era verdad. Como si su verdad primara sobre la caridad. Como si se pudiera hacer daño y matar bajo el pretexto de que la verdad está de nuestro lado y que sabemos cómo son las cosas. ¿Por qué tanta defensa de sus posicionamientos, hasta el punto de matar? Tal vez eso sea una demostración clara de su falta de razón. Ellos afirman que lo que Jesús decía no puede ser verdad porque no se “salva”. Usan sus palabras de salvación porque es lo que quieren desmentir: Jesús no salva y sus palabras y promesas son falsas. Pero las burlas no son más que reflejo de su miedo a perder el prestigio y el reconocimiento. Es como decir: “Menos mal, todo vuelve a su sitio, el que nosotros marcamos, el señalado por nuestras tradiciones y nuestras maneras de comprenderlas. El paso de este hombre no ha producido ningún cambio”. Jesús, sin embargo, asume su destino con libertad. Ha predicado, ha curado, ha enseñado, ha festejado… ha vivido de manera radical la cercanía y la transparencia con la trascendencia. Y era consciente de que ello le traería consecuencias, duras, pero que serían también asumidas y transignificadas por él. Jesús da sentido a su vida y a su muerte como cuerpo ofrecido para la vida del mundo, como cuerpo que se entrega por ustedes para el perdón de los pecados. Él ya se había percatado de su destino próximo de finitud y había hecho algo nuevo: lo había convertido nuevamente en vida para los demás. Jesús había escapado alguna vez de sus perseguidores, pero ahora se dejaba maltratar y crucificar porque no era posible dar marcha atrás. No es posible “salvarse” según entendían sus adversarios. Porque ya estaba entregado y ofrecido. Y lo que está ocurriendo ya tiene un sentido, justamente salvífico para todos. La salvación de Jesús no consiste en eximir del sufrimiento que ha sido asumido como parte de una misión; tampoco consiste en sortear la muerte, tan propia de los seres “vivientes”. Su salvación es misericordia y es vida que perdura, y así lo explica en este texto. No responde a quienes quieren una salvación de sí mismos y entienden el poder a favor suyo. Solo responde a quien le pide algo: “Acuérdate de mí…”. Y le responde confirmándole no solo su pedido sino mucho más. El malhechor le pide entrar en su reino. Jesús le promete el paraíso. Jesús sigue ofreciendo la salvación y sigue siendo el mesías que no comprenden los magistrados. Y se alza en la cruz como aquel que se hace solidario con todos los que sufren y mueren. Y como aquel que es capaz de transformar su existencia en vida para todos. Todo indica que lo único que puede quebrar el proceso de destrucción de nuestro hábitat, es un cambio generalizado de costumbres que instaure una sociedad mucho más austera regida por un modelo económico muy diferente al que tenemos. Pero claro, esto nunca se va a plantear en una cumbre del clima porque es un plato demasiado fuerte para este tipo de evento. Por esa razón seguirán proponiendo soluciones técnicas para atajar lo que en realidad es un problema de índole netamente política o sociológica.
Acabará la cumbre y nuevamente nos propondrán más recursos para la ciencia, más molinillos, más coches eléctricos, más placas solares, y en definitiva, más tecnología, más negocio, más economía... es decir, más de lo que nos ha abocado al desastre... Más huída hacia adelante como pollos sin cabeza. Luego brindarán con champán por el éxito de la cumbre delante de las cámaras, y nos dejarán a todos con la sensación de que nos estamos esforzando en poner los medios para detener el problema. Acallarán su conciencia y nuestra conciencia, y todos contentos. Y así, cumbre tras cumbre, se irá consumando la tragedia, pues la única solución pasa por dinamitar nuestra forma de vivir, y esto lógicamente da mucho vértigo. Pero la realidad es que solo tenemos dos caminos entre los que elegir: una austeridad controlada desde ahora, o una austeridad caótica a la vuelta de unos años. Y si alguien afirma que hay una tercera vía tecnológica, si dice que podemos seguir derrochando y destruyendo porque la ciencia acabará encontrando la salida de este laberinto, o se está engañando o nos está engañando. Resulta temerario vivir permanentemente confiados en que aparezcan nuevos logros científicos que nos saquen de los atolladeros en que nos han metido otros “logros” anteriores, y de hecho, esta actitud está produciendo una situación incontrolable y cada vez más difícil de superar. Hemos hablado de vértigo, pues es evidente que si dejamos de derrochar se enfría notablemente la economía y aumenta notablemente el paro. Pero es lo que hay. Hemos inflado de tal modo la burbuja que ahora no la podemos desinflar sin que nos explote en las narices. Quizás se pudiese paliar el efecto apostando por otro modelo económico más doméstico y mucho más intensivo en mano de obra, pero en cualquier caso, la situación es de tal gravedad, que si alguien piensa que vamos a salir indemnes de ella, es que no se está enterando de nada. En buena lógica, no podemos esperar que sean los líderes mundiales los que vayan a promover este camino, pues bastante tienen con conservar la poltrona sin meterse en números de caballería que disparen su impopularidad. Han convertido el bienestar en un ídolo y ninguno de ellos va a tener el valor de derribarlo. Pero los ídolos exigen sacrificios, y en este caso el sacrificado es el hábitat del que depende nuestra supervivencia. La alternativa sería que la promoviésemos nosotros; el pueblo llano. Que arrepentidos de la vileza que estamos cometiendo con nuestros descendientes decidiésemos bajar nuestro tren de vida; cada uno el suyo. Pero nosotros tampoco estamos por la labor. Hacemos permanente profesión de ecologismo, nos indignamos con la pasividad de los dirigentes, pero no estamos dispuesto a modificar un ápice nuestros hábitos para darle alguna oportunidad a este mundo. No, nada mueve al optimismo; ni al más mínimo optimismo. Por una parte, la promesa de redención con la que se presentó la ciencia se ha convertido en la mayor amenaza de la historia. Por otra, cuando más precisa la humanidad de una ética que conjure la catástrofe que se avecina, menor carga moral existe en la conciencia ciudadana. |
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