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Indignidad, acogida y recompensa por: José Luis Sicre

6/30/2017

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El largo discurso dirigido a los apóstoles (resumido en los domingos 11-13) termina con una serie de frases de Jesús que son, al mismo tiempo, muy severas y muy consoladoras. Las severas se dirigen a los apóstoles; las consoladoras, a quienes los acogen.
¿Quién no es digno de Jesús?
La sección comienza con tres frases que terminan de la misma manera: “no es digno de mí”. Las dos primeras están muy relacionadas: no es digno de Jesús el que ama a su padre o a su madre más que a él, o el que ama a sus hijos o a su hija más que a él. Estas frases recuerdan lo que se dice en Deuteronomio 33,9 a propósito de los levitas. En un caso de grave conflicto entre los vínculos familiares y la fidelidad a Dios, optaron por lo segundo. Leví, representación de todos los levitas, “dijo a sus padres: ‘No os hago caso’; a sus hermanos: ‘No os reconozco’; a sus hijos: ‘No os conozco’. Cumplieron tus mandatos y guardaron tu alianza.”
Se podría decir que Jesús exige a sus discípulos la misma actitud de los levitas. Pero hay una diferencia importantísima. los levitas se comportaron así por fidelidad a los mandatos de Dios y a su alianza. Los discípulos deben hacerlo por amor a Jesús. Al exigir este amor superior al de los seres más queridos, Jesús se está poniendo al nivel de Dios, al que hay que amar sobre todas las cosas.
Los primeros cristianos, en momentos de persecución, se vieron a veces en la necesidad de optar entre el amor y la fidelidad a Jesús y el amor a la familia. La elección era dura, pero muchos la hicieron, convencidos de que recuperarían a sus padres e hijos en la vida futura.
La frase siguiente (“el que no carga su cruz…”) también se entiende mejor a la luz del texto del Deuteronomio. En él se dice que los levitas, por haber mostrado esa fidelidad a Dios, recibieron un gran premio y dignidad: “Enseñarán tus preceptos a Jacob y tu ley a Israel; ofrecerán incienso en tu presencia y holocaustos en tu altar.” Jesús no promete nada de esto a sus discípulos. Añade una nueva exigencia, mucho más dura: ya no se trata de posponer a los seres queridos sino de renunciar a la propia vida, con la seguridad de recobrarla en el futuro.
Acogida y recompensa
La última parte se dirige a las personas que acojan a los discípulos: recibirlos a ellos equivale a recibir a Jesús y recibir al Padre. Estas palabras los sitúan muy por encima de profetas y justos, los grandes personajes religiosos de la época. La primera lectura cuenta como un matrimonio de Sunám decidió acoger en su casa al profeta Eliseo cuando pasaba por el pueblo; le construyeron una habitación en el piso de arriba y le proporcionaron una cama, una silla, una mesa y un candil. Una gran inversión para aquel tiempo. Pero recibieron su recompensa con el nacimiento de un hijo.
En comparación con Eliseo, los discípulos pueden parecer unos “pobrecillos” sin importancia. A nadie se le ocurrirá darles alojamiento permanente. Pero basta un vaso de agua fresca (algo muy de agradecer cuando no existen bares ni agua corriente en las casas) para que esas personas reciban su recompensa.
Si en la primera parte entreveíamos los grandes conflictos familiares provocados por las persecuciones, en este final intuimos lo que experimentaron muchas veces los misioneros cristianos: la acogida amable y sencilla de personas que no los conocían. De estos últimos versículos, sólo uno tiene paralelo en el evangelio de Marcos. El resto es original de Mateo, que ha querido redactar un final consolador, que deje buen sabor de boca.
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El amar de Dios no es relación, no hay distinción entre objeto y sujeto por: Fray Marcos

6/29/2017

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Hace años empleaba yo, en el comentario a este evangelio, palabras como estas: exigencia, radicalidad, renuncia. Hoy considero que ese lenguaje es inadecuado. Jesús no nos pide que renunciemos a nada, sino que elijamos lo mejor. Si elegimos bien, alcanzaremos la plenitud de humanidad, dentro de nuestras posibilidades. El evangelio de hoy propone, en fórmulas concisas, varios temas esenciales para el seguimiento de Jesús. Todos tienen mucho más alcance del que podemos sospechar a primera vista. No podemos tratarlos todos. Vamos a detenernos en el primero y diremos algo sobre otros.
El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. Sería interminable recordar la cantidad de tonterías que se han dicho sobre al amor a la familia y el amor a Dios. El amor a Dios no puede entrar nunca en conflicto con el amor a las criaturas, mucho menos con el amor a una madre, a un padre o a un hijo. Como siempre, el error parte de la idea de un Dios separado, Señor y Dueño que plantea sus propias exigencias frente a otras instancias que requieren las suyas.
Ese Dios es un ídolo, y todos los ídolos llevan al hombre a la esclavitud, no a la libertad de ser él mismo. Hay que tener mucho cuidado al hablar del amor a Dios o a Cristo. En el evangelio de Juan está muy claro: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Creer que puedo amar directamente a Dios es una quimera. Solo puedo amar a Dios, amando a los demás, amándome a mí mismo como Dios manda. Jesús no pudo decir: tienes que amarme a mí más que a tu Hijo.
El evangelio nos habla siempre del amor al “próximo”. Lo cual quiere decir que el amor en abstracto es otra quimera. No existe más amor que el que llega a un ser concreto. Ahora bien, lo más próximo a cada ser humano son los miembros de su propia familia. La advertencia del evangelio está encaminada a hacernos ver que desplegar a tope esos impulsos instintivos, no garantiza el más mínimo grado de calidad humana. Pero sería un error aún mayor el creer que pueden estar en contra de mi humanidad. Aquí está la clave para descubrir por qué se ha tergiversado el evangelio, haciéndole decir lo que no dice.
El evangelio quiere decir, que el amor a los hijos o a los padres puede ser un egoísmo camuflado que busca la seguridad material o afectiva del ego, sin tener en cuenta a los demás. El “amor” familiar se convierte entonces en un obstáculo para un crecimiento verdaderamente humano. Ese “amor” no es verdadero amor, sino egoísmo amplificado. No es bueno para el que ama con ese amor, pero tampoco es bueno para el que es amado de esa manera. El amor surge cuando el instinto es elevado a categoría humana.
Lo instintivo no va contra la persona, más que cuando el hombre utiliza su mente para potenciar su ser biológico a costa de lo humano. El hombre puede poner como objetivo de su existencia el despliegue exclusivo de su animalidad, cercenando así sus posibilidades humanas. Esto es degradarse en su ser especifico humano. Cuando estamos en esa dinámica y, además, queremos meter a los demás en ella, estamos “amando” mal, y ese “amor” se convierte en veneno. Esto es lo que quiere evitar el evangelio. Nada que no sea humano puede ser evangélico. No amar a los hijos o a los padres no sería humano.
Un verdadero amor nunca puede oponerse a otro amor auténtico. Cuando un marido se encuentra atrapado entre el amor a su madre y el amor a su esposa, algo no está funcionando bien. Habrá que analizar bien la situación, porque uno de esos amores (o los dos) está viciado. Si el “amor a Dios” está en contradicción con el amor al padre o a la madre, o no tiene idea de los que es amar a Dios o no tiene idea de lo que es amar al hombre. Sería la hora de ir al psiquiatra. ¡A cuántos hemos metido por el camino de la esquizofrenia, haciéndoles creer que, lo que Dios les pedía, era que odiara a sus padres!
El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará. Ya hemos dicho alguna vez que en griego hay tres palabras que nosotros traducimos por vida, “Zoe”, “bios” y “psiques”. El texto no dice zoe ni bios, sino psiques. No se trata, pues, de la vida biológica, sino de la vida psicológica, es decir, del hombre capaz de relaciones interpersonales. En ningún caso se trataría de dejarse matar, sino de poner tu humanidad al servicio de los demás. Esto no sería “perder”, sino “ganar” humanidad. Quien pretenda reservar para sí mismo su persona (ego) está malogrando su propia existencia, porque pasará por ella sin desplegar su verdadera humanidad.
No quiero terminar sin decir una palabra sobre la gratuidad. El ofrecer “un vaso de agua fresca” a un desconocido que tiene sed, puede ser la manifestación de una profunda humanidad. El dar “sin esperar nada a cambio” es el fundamento de una relación verdaderamente humana. En nuestra sociedad de consumo nos estamos alejando cada vez más de esta postura. No hay absolutamente nada que no tenga un precio, todo se compra y se vende. Nuestra sociedad está montada de tal manera sobre el “toma y da acá”, que dejaría de funcionar si de repente la sacáramos de esa dinámica.
La misma institución religiosa está montada como un gran negocio, en contra de lo que decía uno de estos domingos el evangelio: “Gratis habéis recibido, dad gratis”. Hoy todos estamos de acuerdo con Lutero, en su protesta contra bulas e indulgencias, pero seguimos cobrando un precio por decir una misa de difuntos. Es verdad que debemos insistir en la colaboración de todos para la buena marcha de la comunidad, pero no podemos convertir las celebraciones litúrgicas en instrumentos de recaudación. 
La manera de hablar semita, por contrastes mientras más excluyentes mejor, nos puede jugar una mala pasada si entendemos las frases literalmente. Lo que es bueno para el cuerpo, es bueno también para el espíritu. La lucha maniquea que nos han inculcado no tiene nada que ver con la experiencia de Jesús.
El objetivo primero de todo ser vivo, es mantenerse en el ser. Tres mil ochocientos años de evolución han sido posibles gracias a esta norma absoluta. La misma evolución ha permitido al ser humano ir más allá y puede lograr esa misma meta conscientemente. Todo lo que le acerca a ese objetivo le puede causar satisfacción y en definitiva, felicidad. Por lo tanto la raíz última de todo acto bueno está en la misma biología, no es contrario a ella. Nada más falso que una lucha entre lo biológico y lo espiritual.
La trampa en la que puede caer el ser humano es que puede quedarse en el placer inmediato que le proporciona satisfacer las necesidades de su biología y perder de vista el bien total del individuo a más largo plazo. Ahí está la causa de tanto desajuste en la conducta humana. Debemos tomar conciencia de que lo que es malo a largo plazo, no puede ser bueno de ninguna de las maneras.


Meditación
El amor puramente teórico no tiene consistencia.
Un vaso de agua puede ser la manifestación más auténtica de amor.
No tiene importancia ninguna lo que hagas.
Lo que vale de veras es la actitud de entrega en lo que hagas.
El amor es anterior a cualquier manifestación del mismo,
pero siempre busca la forma de manifestarse.
Un amor puramente teórico es siempre engañoso.
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Somos plenitud por: Enrique  Martínez Lozano

6/28/2017

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No somos el yo separado (persona) que nuestra mente piensa, sino plenitud de presencia que se expresa, manifiesta y experimenta en esta forma concreta –sumamente frágil y vulnerable– que llamamos “yo”.
¿Cómo pasar de esa creencia errónea –por más arraigada que esté– a la comprensión de nuestra verdadera identidad? En este “paso” se ventila la liberación de la ignorancia y del sufrimiento. Pedagógicamente, podría plantearse en las siguientes etapas:
La creencia: Desde niños hemos crecido pensando que éramos el “yo” que nuestra mente pensaba; creencia que es sostenida y alimentada de manera constante por nuestro entorno familiar, educacional y cultural. Tal creencia hace que nos veamos radicalmente como carencia, que necesita ser “completada” por “algo” exterior de lo que todavía carecemos. Aquella misma creencia nos lleva a pensar que “somos malos” o, al menos, que “podemos ser mejores”. Y ahí nos pasamos la vida en una ansiedad más o menos intensa, entre la autoexigencia perfeccionista y la decepción o frustración inevitable.
La realidad: No somos el yo carente que pensamos ser, sino Plenitud que se expresa en esta forma (persona) débil, frágil y sumamente limitada y vulnerable. Lo que llamamos “yo” es solo una construcción mental, que es fruto de la naturaleza apropiadora y separadora de la mente. Por eso, mientras nos pensamos, nos vemos como “yo”; sin embargo, en cuanto acallamos el pensamiento y atendemos, nos percibimos como Plenitud, una con todo lo que es. Así se explica que cuando no hay pensamiento ni memoria, no existe ningún yo; nunca había existido, salvo en la creencia mental de la que nació.
La consecuencia: No necesitamos “mejorar”, porque no nos falta nada; todo es perfecto tal como es; todo está bien. Cuando has comprendido que eres uno con todo lo que es…, cuando eres consciente de ser Plenitud, ¿qué podrías desear?
La trampa: La mente se apropia también de esta comprensión en beneficio propio, dando lugar a mecanismos de justificación y endiosamiento del yo, utilizando aquella certeza como pretexto para la indolencia y el narcisismo, que perpetúan la “zona de confort” donde el yo se refugia.
La comprensión: Somos pura Presencia –Eso que queda cuando no ponemos pensamiento–. Pero la Presencia no es “algo” que tenemos o un “objeto” del que pueda apropiarse el yo; es, sencillamente, nuestra verdadera identidad, Eso que somos en lo más profundo; una identidad compartida con todos los seres, dado que todo es Presencia o Consciencia que se despliega a través de infinitas formas.
Solo esta comprensión permite sortear las trampas de la mente y del ego. En ella se disuelve también la paradoja entre lo que somos –plenitud de presencia– y la forma (persona) que tenemos o en la que nos experimentamos.
Cuando eso se ha percibido, se comprende que todo consiste en poner consciencia, es decir, en vivir conscientemente en conexión con lo que realmente somos. De esa vivencia –que en realidad es un “fluir” en la Vida que somos– brotará la acción adecuada en cada momento.
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Ir a la montaña y volver por: Mari Paz López Santos

6/27/2017

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Fuí a la Montaña... miré, contemplé y escuché atentamente el mensaje que tiene para quien se acerca. Eso hice y volví más ligera de equipaje interior y más atenta a lo que permanece, lo que es verdadero, lo que no se compra ni se vende, lo que hace moverse en la vida con la agilidad de la corza que se cruzó en la carretera; miró y desapareció en la espesura de la noche en el bosque.
La Montaña tiene un algo interior que llamo: imán. Me acerca a su ser, pero en la distancia; me enseña lo que es permanecer; ese verbo tan desconocido en el mundo actual. Ahí está acogiendo impasible el flujo de las estaciones. Entregando lo que almacena en invierno convertido en torrenteras, cascadas, arroyos que convergen en un primer cauce, y se unirá a otros muchos hasta llegar a ser un inmenso y caudaloso río. Y me avergüenzo de lo que va sucediendo en el trayecto... La Creación canta, la Naturaleza danza: que no dejemos que ese canto y esa danza sean interrumpidos por los intereses del dinero y el consumo. Contemplo la montaña... y ríe con carcajadas de agua saltarina.
La naturaleza no es simétrica. Acoge la pluralidad, la diversidad, la complementariedad. Y en ese revoltijo que pudiera entenderse como el caos... ocurre todo lo contrario: la belleza de lo mínimo y lo extremo; la sinfonía del silencio sonoro y la palabra callada. El árbol, la flor, el animal, la cascada, el silbido, el baile de la polinización... ¡En el círculo de la Vida no hay simetría... gracias a Dios!
¡Qué pequeñas se quedan las fotos cuando se quiere capturar la inmensidad que ofrece la Naturaleza por mucha tecnología que nos permita acceder a los más recónditos rincones!
Volviendo a los mensajes de la Montaña. Pensaba en la mañana que no sé si me quedé "colgada" de algún pico... pero no, me he traído la Montaña y sigo en conversación con ella y con vosotros. Y ayer noche se unión también Victor Hugo, gran escritor y pensador, con un pensamiento suyo que encontré en un cuaderno y que va como anillo al dedo para este tiempo: “Produce una inmensa tristeza pensar que la Naturaleza habla mientras el género humano no escucha”.
No sólo no escuchamos, Victor, es que, además de sordos, somos ciegos que miran para otro lado, disimulando para seguir con un estilo de vida que es imposible: el consumo y el crecimiento sin medida a costa de lo que sea.
Gracias, Montaña, por dejarme estar en silencio, escuchando y respetando vuestra conversación, grabando interiormente las palabras de agua de las cascadas del deshielo y de los pájaros que cada mañana siguen anunciando: ¡Despierta, que ya está aquí el Sol; consiguió alcanzar la cima...! ¡Venga, levántate, contempla y agradece!
Que no olvide nunca el sabio mensaje de la Naturaleza que nos habla de sí misma y del Misterio que engloba la Creación entera.
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¿Cristo murió por todos? por: Gabriel Mª Otalora

6/26/2017

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Con la que está cayendo, el nuevo misal litúrgico oficializa una nueva polémica que descentra el mensaje central del evangelio en general y de la celebración eucarística en particular. No es un brindis al sol mi expresión “con la que está cayendo”; Pablo VI ya alertó en su encíclica Evangelii Nuntiandi que “la ruptura entre el Evangelio y la cultura, es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo.” Y uno de los soportes para evitarlo es utilizar un lenguaje que llegue al corazón del ser humano actual. Además del ejemplo, claro está.
En pleno acercamiento al mundo protestante en el aniversario de Lutero (Francisco, Kasper...), que refuerza la redención universal y el que Cristo murió por todos, el nuevo misal retrocede a Benedicto XVI con una peligrosa argumentación que es difícil de entender si no es desde la exclusión del amor de Dios a “algunos”. Y descentrando, de paso, los mensajes divinos de la compasión y misericordia universales. Se trata del cambio en las palabras de la consagración: donde actualmente se dice "será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados", pasa a decirse "será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados".
En Hechos 18, el Señor dio ánimos a Pablo en el sentido de que su labor no sería en vano porque “muchos” llegarían a conocer a Cristo en la ciudad de Corinto. Aunque él se dirigía a todos, al menos iban a ser muchos los que iban a convertirse.
Si el que Jesucristo murió por todos es algo que forma parte de las certezas básicas de nuestra fe, ¿a qué viene detenerse todo un Papa en este matiz, con lo que nos falta de ejemplo vivo en la sociedad de hoy que nos interpela desde una religión clericalista -a pesar de Francisco- capaz de espantar a tantos que buscan? Ya en el año 2006, Ratzinger, entonces cardenal prefecto de la Congregación para la Liturgia, dirigió una carta a los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo para que introdujesen esa modificación en la consagración en los misales. Como no todas le hicieron caso, en abril de 2012, investido ya como Benedicto XVI se dirigió con severidad a algunos presidentes de los obispos, incluido el alemán, para urgir la aplicación de lo ya mandado. Y desde marzo de 2017, en pleno pontificado de Francisco, se modifica en nuestro misal.
Cristo vino por todos, porque es Amor y todos le necesitamos: hemos nacido para Él. Pero en Marcos y Lucas Jesús afirma que vino por los pecadores, no por los justos; su misión preferentemente se concentró en los enfermos, no en los sanos. Esto aleja que nadie puede quedar excluido del amor y la acción de Dios que llegó hasta las últimas consecuencias del asesinato en un madero.
Cuando preguntas por este dislate terminológico, te cuentan que el término “muchos” no se utilizaría aquí en contraste con “todos”, sino frente a “pocos”. Incluso afirman que el concepto “muchos” en algunos casos es un equivalente a “todos”. Entonces, ¿para qué marear el tema y no dejarlo en su sentido de la universalidad del amor de Dios sin fisuras frente a una interpretación sectaria, nada menos que en las palabras de la consagración? Dios invita a todos al Banquete. Lucas refuerza la universalidad de la oferta divina frente a esa idea de “muchos”: un gran señor invita a su gente cercana y como se disculpan y no van, ordena a sus criados que vayan a invitar a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos hasta que la casa se llene de invitados.
Una cosa son los llamados y otra los que responden a la llamada. Podemos elucubrar sobre si se salvan todos, casi todos o muchos o pocos (es de suponer que si el Padre pone en marcha la historia de la humanidad no es porque acabará siendo una empresa fracasada). Pero poner el acento en “muchos” en lugar de remachar el “todos” me indica muchas cosas, y ninguna es buena. Así no conseguiremos parar la sangría y solo atraer a bien pocos nuevos cristianos comprometidos de las nuevas generaciones cuya mayoría son totalmente indiferentes a nuestra institución eclesial.
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Este miedo no se puede combatir directamente por: Fray Marcos

6/25/2017

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El “no tengáis miedo”, que hoy hemos escuchado una y otra vez en el evangelio, está encuadrado en el contexto de la misión. Jesús acaba de decir a sus seguidores que les perseguirán, les encarcelarán, incluso les matarán. Sin embargo, está claro que la advertencia podemos aplicarla a todas las situaciones de miedo paralizante que podemos encontrar en la vida. No solo porque Jesús dice lo mismo en otros contextos, sino porque así lo insinúan las bellísimas imágenes de los gorriones y los cabellos.
El miedo es un sentimiento que surge en el hombre ante un estímulo que interpreta como peligroso para su subsistencia. Es un logro de la evolución y por lo tanto bueno. Su objeto primero es defender la vida biológica; sea huyendo, sea liberando energía para enfrentarse a la amenaza. Este miedo es natural y sería inútil luchar contra él. Pero el ser humano puede ser presa de un miedo aprendido racionalmente, que le impide desplegar sus posibilidades de verdadera humanidad. Este miedo artificial en lugar de defender, aniquila. Este miedo es lo más contrario que podamos imaginar a la fe-confianza.
¿Por qué tenemos miedo? Anhelamos lo que no podemos conseguir y surge en nosotros el miedo de no alcanzarlo. No estamos seguros de poder conservar lo que tenemos y surge el temor de perderlo. El miedo racional es la consecuencia de nuestros apegos. Creemos ser lo que no somos y quedamos enganchados a ese falso “yo”. No hemos descubierto lo que realmente somos y por eso nos apegamos a una quimera inconsistente. Jesús dijo: “La verdad os hará libres”. Los miedos, que no son fruto del instinto, son causa de la ignorancia. Si conociéramos nuestro verdadero ser, no habría lugar para esos miedos.
Si Jesús nos invita a no tener miedo, no es porque nos prometa un camino de rosas. No se trata de confiar en que no me pasará nada desagradable, o de que si algo malo sucede, alguien me sacará las castañas del fuego. Se trata de una seguridad que permanece intacta en medio de las dificultades y limitaciones, sabiendo que los contratiempos no pueden anular lo que de verdad somos. Dios no es la garantía de que todo va a ir bien, sino la seguridad de que Él estará ahí en todo caso. Cuando exigimos a Dios que me libere de mis limitaciones, estoy demostrando que no me gusta lo que hizo.
La confianza no surge de un voluntarismo a toda prueba, sino de un conocimiento cabal de lo que Dios es en nosotros. Aceptar nuestras limitaciones y descubrir nuestras verdaderas posibilidades, es el único camino para llegar a la total confianza. La confianza es la primera consecuencia de salir de uno mismo y descubrir que mi fundamento no está en mí. El hecho de que mi ser no dependa de mí, no es una pérdida, sino una ganancia, porque depende de lo que es mucho más seguro que yo mismo. Mi pasado es Dios, mi futuro es el mismo Dios; mi presente es Dios y no tengo nada que temer.
Hablar de la confianza en Dios, nos obliga a salir de las falsas imágenes de Dios. Confiar en Dios es confiar en nuestro propio ser, en la vida, en lo que somos de verdad. No se trata de confiar en un ser que está fuera de nosotros y que puede darnos, desde fuera, aquello que nosotros anhelamos. Se trata de descubrir que Dios es el fundamento de mi propio ser y que puedo estar tan seguro de mí mismo como Dios está seguro de sí. Por grande que sea el motivo para temer, siempre será mayor el motivo para confiar. Confiar en Dios no es esperar su intervención desde fuera para que rectifique la creación. Confiar es descubrir que la creación es como tiene que ser y lo que falla es mi percepción.
El miedo no solo es explotado por empresas que se dedican a toda clase de seguros, si no también por las religiones, que explotan a sus seguidores vendiéndoles seguridades, después de haberles infundido un miedo irracional a lo sagrado. Creo que todas las religiones han intentado manipular la divinidad para ponerla al servicio de intereses partidistas. El miedo es el instrumento más eficaz para dominar a los demás. Todas las autoridades lo han utilizado siempre para conseguir la docilidad de sus súbditos.
En nuestra religión, el miedo ha tenido y sigue teniendo una influencia nefasta. La  misma jerarquía ha caído en la trampa de potenciar y apuntalar ese miedo. La causa de que los dirigentes no se atrevan a actualizar doctrinas, ritos y normas morales, es el miedo a perder el control de lo absoluto. La institución se ha dedicado a vender, muy baratas por cierto, seguridades externas de todo tipo, y ahora su misma existencia depende de los que sus adeptos sigan confiando en esas seguridades engañosas que les han vendido. Han atribuido a Dios la misma estrategia que utilizamos los hombres para domesticar a los animales: zanahoria o azúcar y si no funciona, palo, fuego eterno.
Las religiones siguen necesitando un Dios que sea todopoderoso, y que ese poder omnímodo lo ponga al servicio de nuestros intereses. Pero Dios es nadapoderoso, porque todo su poder ya lo ha desplega­do, mejor dicho lo está desplegando constantemente, por lo tanto no puede en un momento determinado actuar con un poder puntual. Por eso mismo, tenemos que confiar totalmente en él, porque nada puede cambiar de su amor y compromiso con los hombres. La causa de Dios es la causa del hombre. No nos engañemos, ponerse de parte de Jesús es ponerse de parte del hombre. Dios no está desde fuera manejando a capricho su creación. Está implicado en ella inextricablemente. Su voluntad es inmutable. No es algo añadido a la creación, sino la misma creación.
Si de verdad me creo que vistas desde Dios, las criaturas no se distinguen del creador, entonces surgirá en mí un sentimiento de total seguridad de total confianza en mí, en lo que soy y en lo que yo significo para Dios. Lo mismo que descubriré lo que Dios significa para mí. Esta experiencia no tiene nada que ver con lo que yo individualmente sea. La confianza no es un regalo para los buenos, sino una necesidad de los que no lo somos. Cuando confiamos porque nos creemos buenos, entramos en una dinámica peligrosísima, porque no confiamos en Dios, sino en nosotros mismos. Jesús nos invita a no tener miedo de nada ni de nadie. Ni de las cosas, ni de Dios, ni siquiera de ti mismo. El miedo a no ser suficientemente bueno, es la tortura de los más religiosos.
Todos los miedos se resumen en el miedo a morir. Si fuésemos capaces de perder el miedo a la muerte, seríamos capaces de vivir en plenitud. Todo lo que tememos perder con la muerte, es lo que teníamos que aprender a abandonar durante la vida. La muerte solo nos arrebata lo que hay en nosotros de contingente, de individual, de terreno, de caduco, de egoísmo. Temer la muerte es temer perder todo eso. Es un contrasentido intentar alcanzar la plenitud y seguir temiendo la muerte. En el evangelio está hoy muy claro. Aunque te quiten la vida, lo que te arrebatan es lo que no es esencial para ti.


Meditación
Si analizas detenidamente tus miedos, descubrirás dos cosas:
Que no has hecho tuya la salvación que Jesús te ofrece
y que sigues buscando la salvación donde no está.
Si has conseguido no temer a los hombres,
pero sigues temiendo a Dios,
en vez de avanzar en tu liberación,
te has metido por un callejón oscuro y sin salida.
No pienses que tienes que ser bueno para salvarte.
Tienes que sentirte ya salvado para ser bueno.
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Ni miedo a hablar, ni miedo a morir por: José Luis Sicre

6/24/2017

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El evangelio de este domingo es parte del segundo gran discurso que Mateo pone en boca de Jesús. Dirigido a los apóstoles, comienza con unas instrucciones sobre cómo deben anunciar el Reinado de Dios, insistiendo en el desinterés y la pobreza (Mt 10,5-15). No pueden imaginar que la predicación de este mensaje, o curar enfermos, sobre todo sin pedir nada a cambio, pueda provocarles calumnias y persecuciones. Sin embargo, repetir el mensaje de Jesús y vivir como él vivió provoca mucho malestar en ciertos ambientes. Por eso, les deja claro a los discípulos que van a ser muy perseguidos (10,16-25). Ante esto, corren dos peligros: el de callar, para no meterse en complicaciones; y el de dejarse arrastrar por el miedo a la muerte. La forma en que Jesús aborda este tema resulta de una frialdad pasmosa, usando tres argumentos muy distintos: 1) la muerte del cuerpo no tiene importancia alguna, lo importante es la muerte del alma; 2) todo lo que pueda ocurriros lo dispone Dios; 3) la actitud que adoptéis con respecto a mí la adoptaré yo con respecto a vosotros.
Mateo ha recogido en este breve fragmento frases pronunciadas por Jesús en distintos momentos de su vida. Por eso, pueden desconcertar un poco. En el primer caso, a quien deben temer los apóstoles es a Dios, el único que puede matar el alma. En el tercero, a quien deben temer es a Jesús, que podría negarlos ante el Padre del cielo. En cualquier caso, a quienes no deben temer es a los hombres, idea que se repite tres veces en estos pocos versículos.
Cuando se piensa en los recientes asesinatos de cristianos en Egipto, Siria y otros países, quienes vivimos en una sociedad tranquila y segura (por mucho que nos quejemos) podemos tener la impresión de que estas palabras son inhumanas, casi crueles. Sin embargo, es probable, incluso seguro, que a esos cristianos perseguidos les infundan enorme esperanza y energía para confesar su fe. Han preferido la muerte a renegar de Jesús; han preferido ponerse de su parte, salvar el alma antes que el cuerpo.
La primera lectura sirve de contraste (aunque es probable que quienes la eligieron no cayeran en la cuenta de este detalle). El destino de Jeremías, calumniado y perseguido por sus paisanos de Anatot y por las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén, recuerda lo que anuncia Jesús a sus discípulos. Pero hay una gran diferencia entre esta primera lectura y el evangelio. El profeta termina pidiendo a Dios que lo vengue de sus enemigos. Jesús nunca sugiere algo parecido a sus discípulos. Al contrario, morirá perdonando a quienes lo matan.
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Atención al detalle por: María Dolores López Guzmán

6/23/2017

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Una persona detallista es muy codiciada, y suele llevarse a la gente de calle. Porque es la que se fija particularmente en lo que al otro le gusta o inquieta; la que no se conforma con ser correcta y educada sino que desciende a hacer un bien concreto, palpable, que aparentemente no es importante, pero que marca una diferencia cualitativa en el trato; y la que se detiene en lo que a la otra persona le hace sentirse especialmente cómoda y tranquila. Es aquella que coloca una manta sobre los brazos del sillón antes de que la pida quien se sienta a descansar cuando hace frío; o la que le trae un vaso de agua fresca adelantándose a su sed. La que adivina el cansancio que el otro prefiere ocultar; la que respeta los silencios porque entiende que hay cosas de las que no se puede hablar. La que se queda con los gustos de cada uno para atenderlos; la que sabe seguir el ritmo de los demás por respeto, y que escucha sus sueños para cumplirlos. En definitiva, la que se sale de lo predecible y esperable; que se “adelanta” y regala su cuidado; la que transmite que cada persona es importante y merece su atención.
Increíble que haya personas así. Increíble que nuestro Dios responda a este perfil.
Jesús, en este texto del evangelista Mateo, nos asegura que “hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados”. Difícil decir tanto en tan pocas palabras. Nos transmite con ello no solo que el Señor nos mira, sino hasta qué punto está pendiente de nosotros. Que no se le escapa ni el más mínimo detalle. Y por eso, no podemos dudar de que, si hasta lo pequeño le importa, ¿cómo no va a estar con nosotros en los momentos más duros cuando la vida se tambalea?
La existencia de Jesús está llena de detalles hacia la humanidad. Toda persona que se encontraba con Él recibía una palabra que parecía dicha expresamente para ella, o un gesto con el que curaba aquel rincón del alma más escondido y dañado. Ofreció agua viva a la samaritana para calmar su sed; la liberación a través del perdón a la pecadora que lloraba arrodillada a sus pies; el piropo improvisado a Natanael dejándole en buen lugar ante los ojos de sus compañeros (¡qué ilusión le debió de hacer!); palabras de aliento a los pobres, los que lloran, los perseguidos por la justicia, los honestos… diciéndoles que el Padre está de su parte. A cada uno según su necesidad (un estilo que marcó la pauta de las primeras comunidades, Hch 4,34-35).
Esta atención al detalle de Dios que Jesucristo nos recuerda, es el mejor aval para desterrar el miedo y entregarnos sin fisuras a la causa del Reino con infinita alegría, sabiendo que nada de nosotros se pierde a los ojos del Señor. Porque cuando el mundo solo se detiene en la apariencia, Él repara en el espíritu –ese que no se ve a la primera,  pero que existe y da otro contenido a lo que se muestra–, que alienta nuestras decisiones. Por eso Jesús insiste: “no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”.
Él conoce y ama cada resquicio de esa alma, la nuestra, con sus movimientos y emociones, por escondidos que estén e insignificantes que sean, y ese amor escondido que nadie más que Él conoce, lo tiene en cuenta, lo quiere, y siempre lo salva.
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Ser sacerdote es jugarse la vida por el Señor y por los hermanos por: Jesús Bastante

6/22/2017

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¿Cuáles son los secretos para la vida sacerdotal? El Papa Francisco los tiene claros, y así los transmitió a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Clero: "Orar sin cansancio, caminar siempre y compartir con el corazón".
¿Y qué significa esto? "Significa vivir la vida sacerdotal mirando en alto y pensando en grande. No es una tarea fácil, pero se puede tener plena confianza en el Señor, porque Él, nos precede siempre en el camino", recalcó el Santo Padre, quien aclaró ante los sacerdotes algunos puntos de la nueva Ratio Fundamentalis, que aborda la formación integral de los aspirantes al sacerdocio. "Una formación integral, capaz de incluir todos los aspectos de la vida; y de este modo indica la vía para formar al discípulo misionero. Un camino fascinante y al mismo tiempo exigente".
El Papa se detuvo en los jóvenes sacerdotes, cuyo corazón "vive entre el entusiasmo de los primeros proyectos y el ansia de las fatigas apostólicas, en las cuales se inmerge con cierto temor, que es signo de sabiduría. Él siente profundamente el júbilo y la fuerza de la unción recibida, pero sus espaldas inician a ser gradualmente cargadas por el peso de la responsabilidad, por los numerosos compromisos pastorales y las esperanzas del Pueblo de Dios".
"Esto es lo que quisiera decir a los sacerdotes jóvenes: ustedes son elegidos, son queridos por el Señor, Dios los mira con ternura de Padre y, después de haber enamorado a sus corazones, no dejará vacilar sus pasos. Ante sus ojos son importantes y Él tiene confianza que estarán a la altura de la misión a la cual los ha llamado", destacó el Papa.
La primer actitud es la de "orar sin cansancio". Para que podamos ser "pescadores de hombres", recalcó, en primer lugar "reconocemos ser 'pescados' por la ternura el Señor", abandonando "la tierra de nuestro individualismo y de nuestros proyectos personales, y nos encaminamos hacia el ‘santo viaje', entregándonos a ese Amor que nos ha buscado en la noche y a esa Voz que ha hecho vibrar nuestro corazón". Y es que "la oración, la relación con Dios, el cuidado de la vida espiritual dan alma al ministerio sacerdotal".
En segundo lugar, "caminar siempre, porque un sacerdote jamás termina". Un sacerdote "es siempre un discípulo, peregrino por las vías del Evangelio y de la vida, entre el misterio de Dios y las personas a él confiadas". En este punto, Francisco animó a los sacerdote a "actualizarse siempre y permanecer abiertos a las sorpresas de Dios".
Finalmente, "compartir con el corazón", porque la vida sacerdotal "no es una oficina burocrática, ni un conjunto de prácticas religiosas o litúrgicas por desarrollar". Al contrario, "ser sacerdotes es jugarse la vida por el Señor y por los hermanos, llevando en la propia carne las alegrías y las angustias del Pueblo, donando tiempo y escucha para sanar las heridas de los demás, y ofreciendo a todos la ternura del Padre".
Por otra parte, en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa el Santo Padre se detuvo a considerar estos tres puntos para describir la vida del Apóstol Pablo. El Pontífice puso de manifiesto lo que también hoy nos ofrece el Apóstol de los Gentiles, a saber: anunciar el Evangelio en medio de las persecuciones del mundo y las consolaciones del Señor.
"La vida de Pablo - dijo el Papa - es difícil, y está siempre en movimiento".  Y se detuvo a considerar un pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles propuesto por la liturgia del día del que se desprenden "tres dimensiones" de esta "vida de Pablo en movimiento, siempre en camino".
La primera dimensión - afirmó Francisco - "es la predicación, el anuncio". Y comentó que Pablo iba de un lugar a otro para anunciar a Cristo, y cuando no predicaba en un sitio, trabajaba":
"Pero a lo que más se dedica es la predicación: cuando está llamado a predicar y a anunciar a Jesucristo, la suya ¡es una pasión! No está sentado ante el escritorio. No. Él siempre, siempre está en movimiento. Siempre está llevando adelante el anuncio de Jesucristo. Tenía adentro un fuego, un celo... un celo apostólico que lo llevaba adelante. Y no se echaba atrás. Siempre adelante. Y ésta es una de las dimensiones, que trae dificultades, verdaderamente".
La segunda dimensión de esta vida de Pablo - prosiguió explicando el Obispo de Roma - son, precisamente, "las dificultades. Más claramente las persecuciones". En la Primera Lectura - dijo - leemos que todos se unieron para acusarlo. Pablo va a juicio, porque lo consideran "un perturbador":
"Y el Espíritu inspiró a Pablo un poco de astucia. Sabía que no eran ‘uno', que ente ellos había tantas luchas internas y sabía que los saduceos no creían en la Resurrección, que los fariseos creían... y él, un poco para salir de aquel momento, dijo con fuerza: ‘Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos. Estoy llamado a juicio a causa de la esperanza en la resurrección de los muertos'. Apenas dijo esto, se desató una disputa entre los fariseos, los saduceos y la asamblea, porque los saduceos no creían... Y estos, que parecían ser ‘uno', se dividieron, todos".
El Santo Padre comentó además que estos "eran los custodios de la Ley, los custodios de la doctrina del Pueblo de Dios, los custodios de la fe", "pero uno creía una cosa y otro otra". Esta gente - reafirmó el Papa Bergoglio - "había perdido la Ley, había perdido la doctrina, había perdido la fe, porque la había transformado en ideología", y "lo mismo con la doctrina".
De manera que San Pablo - recordó el Papa Francisco antes de concluir - "tuvo que luchar tanto" por esto. La primera dimensión de su vida -  añadió - "es el anuncio, el celo apostólico: llevar adelante a Jesucristo", "la segunda es: sufrir las persecuciones, las luchas". Y, en fin, la tercera dimensión: la oración. "Pablo - destacó el Pontífice - tenía esta intimidad con el Señor":
"Se le presentaba a su lado tantas veces. Una vez él dijo que fue llevado casi al séptimo cielo, en la oración, y no sabía cómo decir las cosas hermosas que había sentido allí. Pero este luchador, este anunciador del horizonte sinfín, cada vez más, tenía aquella dimensión mística del encuentro con Jesús. La fuerza de Pablo era este encuentro con el Señor, que tenía en la oración, como fue el primer encuentro en el camino hacia Damasco, cuando iba a perseguir a los cristianos. Pablo es el hombre que ha encontrado al Señor  y no se olvida de eso, y se deja encontrar por el Señor y busca al Señor para encontrarlo. Hombre de oración".
"Estas las tres actitudes de Pablo - terminó diciendo el Papa - nos enseñan este paso del celo apostólico para anunciar a Jesucristo; la resistencia - resistir a las persecuciones - y la oración, es decir, encontrarse con el Señor y dejarse encontrar por Él".
"Que el Señor nos dé la gracia a todos nosotros, los bautizados - concluyó Francisco -  la gracia de aprender estas tres actitudes en nuestra vida cristiana: anunciar a Jesucristo, resistir a las persecuciones y a las seducciones que te llevan a separarte de Jesucristo y la gracia del encuentro con Jesucristo en la oración".
Finalmente, en la agenda del Papa se encontraba una recepción a la Federación de Asociaciones Católicas de Familias en Europa, en el 20 aniversario de su fundación, a quienes animó a "contagiar a otras en el servicio a las familias, para que Europa siga considerando a la familia como su tesoro más precioso».
El Obispo de Roma reiteró la importancia del servicio integral a la familia, «célula fundamental de la sociedad» y «levadura que ayuda a hacer crecer un mundo más humano y fraterno, donde nadie se sienta rechazado, ni abandonado». Y recordó que en su Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris laetitia ha querido subrayar que «la unidad de todos los miembros de la familia y el compromiso solidario de las familias con toda la sociedad son aliados del bien común y de la paz, también en Europa».
Sin olvidar que entre las diversas crisis - como la demográfica, la migratoria, la laboral y la educativa, que vive el continente europeo está la de la institución familiar, el Papa alentó la promoción de políticas concretas
«Conozco vuestras iniciativas para promover políticas concretas en favor de la familia en el sector económico y en el laboral, pero no sólo, con el objetivo de ofrecer un trabajo digno y adecuado para todos, en especial a los jóvenes que en muchas regiones de Europa sufren por la plaga del desempleo. En estas iniciativas, así como en las otras que tocan directamente el ámbito legislativo, debe prevalecer siempre la atención al respeto y a la dignidad de toda persona».
Tras reiterar la importancia de la cultura del encuentro y de respuestas adecuadas políticas y sociales, alentando al diálogo constructivo sin olvidar su propia identidad cristiana, el Papa Francisco concluyó su denso discurso con una triple exhortación:
«Los aliento a desarrollar con creatividad nuevos métodos y recursos para que la familia pueda ejercitar, tanto en el ámbito eclesial como en el civil, la triple tarea de sostener a las nuevas generaciones; de acompañar en los difíciles caminos, algunas veces accidentados de la vida; y de guía que muestre referencias de valores y de significados en el camino de cada día. Esta triple misión puede ser una contribución específica que vuestra Federación, con su servicio cotidiano, ofrece a las familias de Europa».
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El cristianismo no es una religión por: Eduardo Hornaert

6/21/2017

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Las CEBs (Comunidades Eclesiales de Base) emergen al inicio de la década de 1970. No pretenden ser la única forma legítima de constituirse en Iglesia, sino que expresan las intuiciones fundamentales de la Iglesia de los Pobres del Papa Juan XXIII y de la opción por los pobres de Medellín.
Por consiguiente, constituyen un desafío al catolicismo en general en todos los países. La historia ya demostró que ellas son visibles, aunque lidien con contradicciones externas e internas. A lo largo de 40 años de experiencia, las CEBs cargan consigo cuestionamientos más o menos explicitados, más o menos visualizados por las participantes. Cuestionamientos que aguardan una base teórica.
En esa línea se sitúa mi colaboración. Presento a continuación algunos comentarios históricos que se relacionan a tres cuestionamientos que, así pienso, están en el horizonte de la reflexión de las CEBs. El primero trata de la comprensión profética de la pobreza; el segundo de la religión y el tercero del sacerdocio.
Cuestionamientos acerca de la comprensión profética de la pobreza
Por causa de muchos siglos de falta de explicitación del compromiso con los pobres por parte de la oficialidad eclesiástica, el cristianismo fue perdiendo la comprensión bíblica y profética de la pobreza. Eso proviene básicamente del hecho de que los grandes intelectuales del primer milenio de la tradición cristiana, los llamados Padres de la Iglesia, practicaron una "lectura griega" de la Biblia.
La Biblia fue elaborada dentro de un tipo de pensamiento que no es el nuestro, el pensamiento semita. El Nuevo Testamento, a su vez, aunque redactado en griego, sigue fundamentalmente un modo de pensar semita. De ahí la importancia de tener una idea de cómo la cultura semita encara el cuerpo y, por consiguiente, la pobreza.
Los semitas no establecen una distinción entre cuerpo y alma. En la Biblia hebrea, dos términos expresan al ser humano: basar y nefesh. Esos términos forman un binomio, o sea, deben ser entendidos en forma correlativa, ya que expresan dinámicas del ser humano que funcionan en conjunto.
El término basar, que la Setenta (traducción griega) traduce por sarks, la Vulgata (traducción latina) por caro y las lenguas modernas por: carne, chair, flesh, cobre en hebreo una gama de sentidos, como cuerpo, piel, carne para el consumo, consanguinidad, parentesco. Ese término nunca es aplicado a Dios (contrariamente al término nefesh que presento a continuación). Aunque acentúe los aspectos frágiles, provisorios y vulnerables del ser humano, sujeto a dolencias, sufrimientos, infortunios y muerte, el término no tiene un sentido negativo.
El término nefesh posee igualmente una amplia gama de significados: vida, respiración, perfume, olor, deseo, fuerza, vitalidad. Expresa el elemento dinámico de la persona humana. Puede significar garganta (órgano de hambre y sed), canal de respiración, fuerza de vida (cuando Raquel muere, su nefesh sale de ella: Gn.36,18), la respiración difícil de la mujer en trabajos de parto (Jr.4,31), el deseo de comida y bebida, el deseo sexual. Hambre, sed, sufrimiento, deseo (inclusive sexual), respiración, alimentación, todo es atribuido a nefesh. La mejor traducción de ese término tal sea "vida" y, en la descripción de la relación con Dios, "deseo".
El problema que nos ocupa aquí reside en el hecho de que la Setenta traduce el término nefesh por "psique", la Vulgata por "alma" y las lenguas modernas por: alma, âme, soul, seele, y que en el recorrido de esas traducciones consecutivas, principalmente a partir del siglo III d.C., el término psique pasa a ganar un significado derivado de la filosofía neoplatónica.
El nefesh desaparece del horizonte y la psique platónica entra y ocupa el centro de la escena, donde permanece por largos siglos. Hoy lo que entendemos por alma pasa lejos del sentido originario de nefesh.
Cuando la Setenta traduce 754 veces nefesh por psique, eso deorienta a comentaristas menos avisados y piensan en la oposición entre espiritualidad y materialidad, cuerpo y alma; o sea, practican una lectura griega (léase platónica) de la Biblia. Traducir nefesh por alma, âme, soul, seele, sin el debido cuidado, es leer la frase bíblica en un sentido equivocado. Lo importante para quien pretende leer la Biblia correctamente hoy día, consiste en restituir al término "alma" el contenido corporal que tiene en los escritos bíblicos.
¿Cómo la lectura griega de la Biblia llegó a penetrar en las reflexiones de los Padres de la Iglesia? Históricamente la cuestión se dio de la forma siguiente. En el transcurso del siglo III, la sociedad romana intelectualizada por medio de Plotino se adhirió macizamente a la antropología de Platón, basada en la idea de una distinción entre cuerpo (soma) y alma (psique), materia y espíritu. Los pocos intelectuales cristianos (los Padre de la Iglesia), deseosos de acompañar la evolución intelectual de su tiempo, pasan a seguir la filosofía neoplatónica sobre el cuerpo, lo que establece una confusión intelectual de larga duración en la tradición de Jesús.
En los escritos de esos Padres aparecen temas como: abyección de la carne (léase: el abandono de cuestiones sociales), elevación del espíritu, comunicación con el cielo, o simplemente espiritualidad en oposición a materialidad. Se devalúa el universo de los cinco sentidos del cuerpo, y se habla de mortificación de los sentidos y de desprecio del mundo. Ese enfoque incide directamente en la evaluación de la pobreza en la literatura patrística. Podemos decir que hay una espiritualización del tema de la pobreza que da como resultado el ocultamiento de las dimensiones económicas, sociales y políticas de la pobreza.
El tema de la opción por lo pobres proclamado en Medellín lleva al redescubrimiento del sentido bíblico de la pobreza, superando la lectura griega. La lectura bíblica de la pobreza significa la vuelta a los profetas bíblicos que declaran que el cuerpo pobre en sí (sin consideraciones morales) es un escándalo para Dios, una situación intolerable. Gustavo Gutiérrez, en su libro Teología de la Liberación, sigue dos líneas de pensamiento bíblico acerca de la pobreza: 1. La pobreza como estado escandaloso; 2. La pobreza como infancia espiritual.
Primer punto: La pobreza como estado escandaloso
Después de analizar brevemente los diversos términos hebreos que designan al pobre (rash, ebion, dal, anaw), Gutiérrez pasa al término grito "ptôchos", que se encuentra 34 veces en el Nuevo Testamento. El pobre tiene miedo a aparecer, anda en los caminos mendigando y se oculta, al lado del ciego, mutilado, leproso, enfermo, mendigo, débil, encorvado y humillado. El hombre del campo (àmha `aretz`) es pobre, pues vive explotado por los dueños de las tierras. El libro de Job describe a ese pobre en Job 24,2-12.
Segundo punto: La pobreza como infancia espiritual
Gutiérrez comenta una segunda línea de pensamiento en torno al pobre y la pobreza. Los términos para indicar al "pobre-escándalo" y al "pobre-espiritual" son los mismos en hebreo, pero el sentido es diferente. Aparece el plural "anawin", cuya explicación se encuentra principalmente en los profetas Jeremías y Sofonías, ambos del siglo VII a.C.
La pobreza y el sufrimiento extremo de los israelitas exiliados en Babilonia son, según Jeremías, señales de una purificación profunda, la fuente de una esperanza y de una renovación de Israel. Sólo un pequeño "resto de Israel" entiende la profecía de Jeremías, pues la mayoría rechaza su pensamiento. El profeta Sofonías (2,3) dice lo mismo: "Señor de los humildes (anawin), vosotros que cumplís sus mandatos; buscad la justicia, buscad la humildad".
El "resto" de Israel, los humillados, oprimidos y pequeños constituyen el futuro de Israel. Ese futuro está en las criaturas espirituales, en los que se tornan pequeños y siguen las palabras de Yavhé en medio de las contradicciones. Pues Yavhé está airado con el Israel orgulloso y comprometido con los poderosos, mientras muestra simpatía por el "resto", que persiste en la pobreza y la humildad.
Esa lectura bíblica permite a Gutiérrez interpretar las palabras del evangelio de Mateo: "Bienaventurados los pobres de espíritu" (Mt.5,3) en el sentido de los anawin de Jeremías y Sofonías. Es con esa perspectiva que él, en el capítulo final de su libro, afirma que los dos puntos señalados respecto de la pobreza (pobreza-escándalo y pobreza-espiritual) llevan a un tercer punto: "pobreza como solidaridad y protesta". Y concluye concretamente: "Optar por el pobre es optar contra el opresor".
Resumiendo: no existe dualismo cuerpo-alma en la teología bíblica. Decir que el pobre en el cuerpo es rico en el alma o que el pobre en dinero es rico en Dios, como se dice tantas veces en ambientes cristianos, es leer la Biblia de forma incorrecta. Los textos proféticos afirman que la pobreza, independiente de consideraciones morales, es un escándalo a los ojos de Dios. En el Reino de Dios no hay pobreza. La persistencia de la pobreza constituye la más clara negación de Dios en nuestras sociedades.
Cuestionamiento acerca de la religión
Un segundo tópico que aparece aquí, existe en la CEBs respecto a la relación entre evangelio y religión. Aquí también, la reflexión de Gustavo Gutiérrez es innovadora. Ya en 1964 decía que "el cristianismo no es una religión" e invoca teólogos como Karl Barth, Dietrich Bonhoeffer y Jonh Robinson para confirmar la frase.
La frase categórica de Gutiérrez encuentra hoy una confirmación en la reflexión de José Comblin cuando éste dice:
En la vida y funcionamiento de la Iglesia, la religión ocupa más espacio y tiene mayor importancia que el evangelio. La religión es un hecho cultural; en cuanto al evangelio, es una apelación a la acción. En la cultura occidental la religión es más determinante que el evangelio, que debería ser la fuerza de contestación y transformación de la cultura de Occidente, sobrecargada de desigualdades, injusticias y violencia. En Occidente, Jesús es más objeto de culto que modelo de seguimiento. En la Iglesia sobran ritos y ceremonias y falta la mística del seguimiento de Jesús que vino para mostrar el camino para que lo sigamos. Eso es lo básico, es el Evangelio.
En su corazón, el cristianismo no es religión, aunque se exprese en términos religiosos. Lo que Jesús pidió a sus discípulos era seguimiento, no adoración, rezo, culto, liturgia. La mayoría de los que hoy siguen el cristianismo no están en el camino de Jesús, sino que están en el otro polo, en la religión, o sea, se dedican a la doctrina, enseñan la doctrina, defienden la doctrina contra los herejes y las herejías.
Cuestiones acerca del sacerdocio
En el seno de las CEBs no se acostumbra a explicitar el papel del sacerdote, pero en la práctica está en curso una nueva imagen del mismo. La imagen tradicional del sacerdote que aparece en la comunidad para celebrar misa, administrar sacramentos, ejecutar ritos y liturgias, cede lugar a la imagen del sacerdote sentado en círculo, al lado de laicos y laicas, participando, escuchando e interviniendo de vez en cuando.
Gustavo Gutiérrez habla del sentimiento del sacerdote de estar "fuera del mundo", de realizar una tarea irreal y de quedarse al margen de un mundo que se construye. Gustavo señala: "Se necesita mucha serenidad para enfrentar ese problema. En este momento, la historia, tal vez, esté llamando al sacerdote a cumplir un nuevo papel". Palabras pronunciadas en la década de 1960, que apelan a una profundización histórica.
Esbozo aquí algunas consideraciones de orden histórico que tal vez ayuden a comprender lo que está aconteciendo en las CEBs en relación a la función del sacerdote.
El sacerdote que acompaña a las CEBs está rescatando la imagen antiquísima del maestro, que caracteriza el movimiento de Jesús en sus inicios. Sabemos que el movimiento de Jesús nace en oposición al sistema sacerdotal hegemónico en la religión judía de la época. En los inicios, esa tradición contaba con maestros, profetas, doctores, rabinos... nombres diversos que indican líderes no sacerdotales.
Los maestros se destacaban por sus cualidades personales, no eran investidos de poder por medio de una legitimación (ordenación) por parte de alguna instancia, no recibían salario por sus servicios, ni se destacaban por alguna ropa especial. Emanados del sistema sinagogal judío, esos maestros modelaron el movimiento de Jesús, por lo menos hasta la segunda parte del siglo II. Ellos representaban el "movimiento de Jesús", un movimiento que articulaba fuera del templo, fuera del sacerdocio levítico, fuera de los ritos y ordenamientos levíticos, un movimiento centrado en la acción concreta, en la cotidianidad de la vida.
Hasta Constantino (siglo IV) no hay distinción entre personas sagradas y profanas en el movimiento de Jesús. Todos son laicos, entre los cuales algunos destacan como maestros. El clero como clase separada del pueblo es una invención de los tiempos de Constantino. En el momento en que el clero aparece, surge el corporativismo y, con él, la idea de la religión como introducción al evangelio. Pues el sacerdote vive de la religión. Eso creó una de las contradicciones que la tradición cristiana carga hasta nuestros días. Todavía la diferencia entre religión y evangelio es fundamental en el sentido de que el evangelio se vive en la vida real, material, social, y la religión se vive en un mundo simbólico.
Todavía hoy la religión católica no abandona oficialmente el modelo de la cultura clerical romana. Eso se debe, entre otros motivos, al hecho de que la imagen del sacerdote ritualista continúa profundamente arraigada en la cultura de la Iglesia, inclusive en el imaginario de las CEBs.
Todavía afloran las antiguas ordenanzas rituales del judaísmo, remanejadas o presentadas bajo nuevas formas. Aflora en el subconsciente eclesial la memoria de las preces, de los ayunos, de los días sagrados, de la imposición de manos, de los preceptos... aflora la mentalidad sacrificialista. Hoy, el sacerdote pasa todavía la mayor parte de su tiempo en la rutina de los ritos, de las misas y del acompañamiento de la religión. Se repite que "los sacerdotes de la Nueva Alianza" participan del "sacerdocio único de Jesús"; celebran el Santo Sacrificio de la Misa para expiar los pecados; que Jesús murió por nuestros pecados; que Él es nuestro Redentor, nos reconcilia con Dios; es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; fue obediente hasta la muerte para salvarnos (de la condenación eterna) y es víctima inocente ofrecida a Dios para salvar a la humanidad del pecado...
Ese modo de hablar expresa un condicionamiento de larga duración y no se puede esperar que sea superado de un día para otro. Sólo por medio de un paciente y persistente estudio de la tradición de Jesús se lograrán resultados.
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