Después de exponer la diferencia entre la actitud cristiana y la actitud legalista de los escribas (los dos domingos anteriores), el Sermón del Monte pasa a indicar la diferencia entre el cristiano y el fariseo con respecto a las obras de piedad (oración, limosna y ayuno). La liturgia ha omitido esta parte. Y también omite el comienzo de la tercera sección del discurso, donde se trata ladiferencia entre el cristiano y el pagano con respecto a los bienes materiales.
La doble experiencia de que Jesús fue traicionado por dinero (Mt 26,14-16) y de que «la seducción de la riqueza ahoga la palabra de Dios y queda sin fruto» (Mt 13,22) hace que el primer evangelio trate con gran energía el tema de los bienes materiales, aunque sus expresiones resultan a veces demasiado concisas e incluso oscuras. Siguiendo el hilo del discurso encontramos los siguientes temas: una exhortación inicial a poner el corazón en Dios, no en el dinero (Mt 6,19-21); una segunda exhortación a la generosidad (6,22-23); imposibilidad de compaginar el culto a Dios con el culto al dinero (6,24); exhortación a no agobiarse y a tener fe en la providencia (6,25-34). La liturgia de este domingo se limita a los dos temas finales. La gran alternativa «Nadie puede estar al servicio de dos amos... No podéis servir a Dios y al dinero». «No tendrás otros dioses frente a mí», ordena el primer mandamiento. «No podéis servir a Yahvé y a Baal», dice el profeta Elías a los israelitas en el monte Carmelo. La formulación tan parecida del evangelio demuestra que las palabras de Jesús se insertan en la línea de la lucha contra la idolatría. Al principio, los israelitas pensaban que los únicos rivales de Dios eran los dioses de los pueblos vecinos (Baal, Astarté, Marduk, etc.). Los profetas les hicieron caer en la cuenta de que los rivales de Dios pueden darse en cualquier terreno, incluido el económico. Para Jesús, la riqueza puede convertirse en un dios al que damos culto y nos hace caer en la idolatría. Naturalmente, ninguno de nosotros va a un banco o una caja de ahorros a rezarle al dios del dinero, ni hace novenas a los banqueros. Pero podemos estar cayendo en la idolatría del dinero. Según la Biblia, al dinero se le da culto de tres formas: 1) Mediante la injusticia directa (robo, fraude, asesinato). El dinero se convierte en el bien absoluto, un dios por encima de Dios, del prójimo, y de uno mismo. 2) Mediante la injusticia indirecta, el egoísmo, que no daña directamente al prójimo, pero hace que nos despreocupemos de él (recordar la parábola del rico y Lázaro: Lc 16,19-31). 3) Mediante el agobio por los bienes de este mundo, que nos hace perder la fe en la Providencia. A este tema, fundamental para la mayoría de los cristianos, dedica san Mateo el apartado más extenso de esta sección del discurso. Del agobio a la fe en la Providencia Seis veces aparece en este breve párrafo el verbo «agobiarse». No habla Jesús de cualquier tipo de agobio, sino del provocado por las necesidades materiales de la comida y el vestido. En ambos casos hace referencia a imágenes cotidianas (Dios alimenta a los pájaros y viste espléndidamente a los lirios) para infundir fe en la Providencia. Pero en medio y al final incluye unas reflexiones más bien irónicas: «por más que te agobies no vas a vivir un año más», y «no te agobies, que ya se encargará la vida de agobiarte». Algunos consideran este pasaje es el más utópico y alienante del evangelio, contrario a toda experiencia y al sentido común. Pero hay que ponerse en el punto de vista de Jesús, que se mueve en dos coordenadas muy distintas a las nuestras: una profunda fe en Dios y un despego absoluto con respecto a los bienes de este mundo. Al ponernos como modelos a los pájaros y a los lirios nos está hablando de seres que simplemente subsisten, no acumulan casas, fincas, joyas, tesoros. Para Jesús, basta con subsistir, con tener «el pan nuestro de cada día». Y está convencido de que Dios lo dará. (Los pobres, o las personas que han pasado en algunos momentos de su vida grandes necesidades, entienden esto mucho mejor que los que se limitan a discutir el problema). Por otra parte, este texto sobre la Providencia se puede entender muy bien aplicando la teoría marxista de los objetivos a corto y largo plazo. Según el marxismo, el objetivo importante es a largo plazo (la dictadura del proletariado); los objetivos a corto plazo (reivindicaciones salariales, aumento del nivel de vida, etc.) pueden convertirse en una trampa para la clase obrera, que terminaría aburguesada y le haría renunciar al objetivo primordial. Jesús, con una perspectiva humana y religiosa, adopta la misma postura. Lo importante es «el reino de Dios y su justicia», esa sociedad perfecta que debemos anticipar los cristianos en la medida de lo posible. Dentro de ella no tienen cabida las desigualdades hirientes ni la injusticia, el que hermanos nuestros mueran de hambre o pasen terribles necesidades mientras a otros nos sobran cantidad de bienes. Pero, si nos preocupamos sólo de la comida y del vestido, de las necesidades primarias, renunciaremos a buscar el Reinado de Dios. En cambio, si nos esforzamos ante todo por el Reinado de Dios, «todo eso (la comida, el vestido) se os dará por añadidura». Para evitar una concepción alienante de la Providencia es útil recordar cómo la entendió la Iglesia primitiva: 1) En primer lugar, no excluye el trabajo. A los cristianos de Tesalónica les dice Pablo claramente: «El que no trabaja, que no coma» (2 Tes 3,10). 2) Cuando alguien pasa necesidad, los demás no piden a Dios que le ayude; lo ayudan ellos. Es lo que hicieron los cristianos de Grecia con los de Jerusalén (2 Cor 8-9). La Providencia de los demás somos nosotros. Lo malo es cuando nuestro egoísmo impide a muchas personas creer en la Providencia. En ese caso deberíamos aplicarnos las palabras de san Pablo: «Por vuestra culpa blasfeman de Dios». En resumen, todo el mensaje de Jesús se sintetiza en dos principios básicos: a) el valor relativo de los bienes terrenos en comparación con el valor supremo de Dios y de su reinado; b) el valor absoluto de la persona necesitada, que exige de nosotros una postura de generosidad. El evangelio, para inculcar la fe en la Providencia habla de Dios como un padre que se preocupa de sus criaturas. La brevísima primera lectura usa una imagen más expresiva aún: Dios comomadre, incapaz de olvidarse del hijo de sus entrañas.
0 Comentarios
Este modo de hablar únicamente es posible en quien ha experimentado "aquello" que es "lo único necesario" (Lc 10,42). Jesús lo nombraba como "Reino de Dios", y se refería a ello como el "tesoro escondido en el campo": quien lo encuentra –decía-, "lleno de alegría, vende todo lo que tiene y compra aquel campo" (Mt 13,44). Y decía también que se hallaba "dentro de nosotros" (Lc 17,20).
¿Qué es exactamente ese "tesoro" que, cuando se descubre, todo lo demás es "añadidura"? Los humanos lo hemos nombrado de diversas maneras. En clave religiosa, hemos hablado de "cielo", "salvación", "Dios"... En clave laica, se ha llamado "felicidad", "sentido", "plenitud"... En clave espiritual, finalmente, nos hemos referido a ello como "realización", "despertar", "iluminación"... Jesús lo llamaba "Reino de Dios". Pero los nombres no sirven de mucho a quien no lo ha experimentado. De hecho, pueden confundirnos, al menos por dos motivos: por un lado, porque al nombrarlo, corremos el riesgo de objetivarlo y percibirlo como separado de nosotros (caemos en la dualidad); por otro, porque tendemos a leerlo en clave voluntarista, como algo que sería consecuencia de nuestro esfuerzo o exigencia (fortalecemos el ego, que ahora se creería "mejor" que los otros, sin contar con que quedaríamos de nuevo frustrados: porque ese "tesoro" no está al alcance de nuestra exigencia). De entrada, podemos reconocer lo que no es: no es "algo" (un objeto delimitable) y no está "fuera" de nosotros (algo que nos faltaría). No es tampoco algo que pueda ser dañado ni eliminado. Más bien al contrario, es lo único permanente en medio de todo lo demás, que es cambiante. Pero, al no ser un objeto, no podemos definirlo ni pensarlo; únicamente podemos serlo. Estamos hablando, por tanto, de nuestra identidad más profunda, aquello que somos y que compartimos con todo lo que es. Lo nombramos como Presencia o Consciencia de ser; es lo único de lo que no podemos dudar: que somos; es la fuente de nuestro sentido de ser. Pero no podemos buscarlo por el camino del razonamiento –la mente no es herramienta adecuada para ello-, sino en la experiencia inmediata de ser: acallamos el pensamiento, y percibimos la Presencia o Quietud. En la medida en que nos permitimos saborearla, reconocemos la Plenitud y se nos regala lasabiduría. Lo único necesario, por tanto, es responder adecuadamente a la pregunta: ¿quién soy yo? Sin quedarnos a medio camino –en una respuesta psicológica, por ejemplo; o simplemente mental y emocional-, ese interrogante nos conducirá a aquello que es lo único permanente, la consciencia de ser, el núcleo último de todo lo real, el misterio de lo que es. Eso –lo que somos- reviste, entre otras, dos características básicas: se halla siempre a salvo y abraza la realidad completa. Nada se pierde, nada queda fuera de ello: eso es –diría Jesús-el "Reino de Dios". Es esa experiencia –o, por decirlo con mayor precisión, esa comprensión- la que constituye lafuente de toda confianza y de toda desapropiación. En lo que somos, no hay nada que pueda dañarnos. Y si hemos descubierto el tesoro, ¿cómo seguir esclavizados a otros "amos"? El agobio es síntoma de que hemos desconectado de nuestra verdadera identidad, nos tomamos por lo que no somos, nos hemos alejado de nuestro hogar. La sabiduría nos dice que no hay que preocuparse por lo que suceda. Nada de lo que suceda puede cambiar lo que somos. Jesús, el hombre asentando en una confianza inquebrantable, que prevenía contra el agobio, tenía razón: "Buscad el Reino de Dios, y lo demás se os dará por añadidura". Vive en conexión con quien eres, y te verás siempre a salvo y desprendido. El domingo 16, en el silencio de la noche y en un ambiente de oración, hice un repaso de los acontecimientos de la semana, sobresaliendo la muerte de un numeroso grupo de subsaharianos en la costa de Ceuta. Procedían de Camerún. Atravesaron el inmenso país de Nigeria y los inhóspitos desiertos de Níger y de Argelia, hasta llegar a Marruecos en donde sufrieron toda clase de vejaciones, algunos hasta cárcel. Ahí se echaron al agua con la esperanza de llegar a nado a la ciudad de Ceuta. Eran alrededor de 200 personas.
La tragedia comenzó cuando la Guardia Civil, al verlos llegar por mar, les lanzó pelotas de goma y otros materiales antidisturbios para impedir que entren en territorio español, lo que causó pánico en los inmigrantes y provocó que 15 de ellos murieran ahogados. Estos no son números. Son personas, con rostros concretos y cada uno de ellos con una historia de dolor y de esperanza. La muerte de los inmigrantes nos hace tomar conciencia de que vivimos en un mundo injusto, donde las desigualdades norte-sur son cada vez más escandalosas, donde el 57% de la riqueza mundial está en manos del 1% de la población. Un mundo donde cada cuatro segundos muere un niño menor de 5 años por enfermedades relacionadas con el hambre. Los inmigrantes no emprenden el viaje por capricho. Vienen huyendo del hambre, de la guerra, de la miseria, de la explotación de las compañías multinacionales a las que solo les importa los recursos naturales de los países del sur, no las personas. La política de la Unión Europea sobre migración es una política represiva. Desarrolla el libre mercado, la libre movilidad de capitales y de mercancías, pero prohíbe la movilidad de los seres humanos. Nuestros gobiernos les impiden la entrada. Y los que logran llegar son encerrados en los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIES), verdaderos campos de concentración, prisiones para personas que no han cometidos ningún delito. Su delito es no tener papeles. ¿Acaso no dijo Jesús de Nazaret que la persona está por encima de la ley? (Mc 2,27). Europa y Estados Unidos construyen muros cada vez más altos y alambradas con cuchillas, símbolo de la crueldad humana. Dicen que hay que defenderse de los pobres. Desde Lampedusa hasta Ceuta y Melilla para los africanos y el muro en la frontera México-Estados Unidos para los latinoamericanos, son tragedias de muerte y de dolor, vergüenza de la humanidad, en palabras del Papa Francisco. Estos días hemos escuchado a destacadas personalidades del Gobierno y de la Iglesia elocuentes discursos defendiendo la vida de los no nacidos. Yo también estoy en contra del aborto sin causa seria. Sin embargo, hacen silencio ante la muerte de los niños ya nacidos que mueren de hambre y ante los inmigrantes que, buscando una mejor vida, mueren ahogados, y lo que es peor, tiroteados por las fuerzas de seguridad. ¿No nos dirá Jesús hoy aquellas palabras que dijera a los fariseos y sacerdotes de su tiempo: ¡hipócritas, raza de víboras, sepulcros blanqueados… Me honráis con los labios, pero vuestro corazón está lejos de mí! (Mt 23, 1ss)? Y sigue diciendo: No todo el que dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino aquel que pone en práctica la voluntad de mi Padre (Mt 7,21). Y la voluntad del Padre es: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, acoger al forastero… (Mt 25, 35-36). El grito de dolor de los inmigrantes, la impotencia y angustia de muerte de los quince subsaharianos ha llegado al corazón de Dios. ¿Sonará también su grito en los templos, en los palacios episcopales, en las catedrales y en las homilías dominicales? Otro grito más fuerte, que no hay poder político o religioso que lo ahogue, se oye hasta donde no quisieran que se oyera. Es la voz de Dios que nos interpela: “¿Dónde está tu hermano? Su muerte me pide a gritos que haga justicia”. Este título habría podido encabezar muchos artículos a lo largo de la historia de la Iglesia a través del tiempo. No es algo nuevo que ella esté en la encrucijada de los caminos. No obstante, esta vez, las escogencias son más radicales y afectan más profundamente la doctrina y la fe. Sobre la fotografía en la portada del presente artículo, se ve al sacerdote poeta, Ernesto Cardenal, que el papa Juan-Pablo II ha sermoneado al llegar al aeropuerto de Managua, en Nicaragua. La segunda fotografía es la del cardinal Canizares Dos iglesias, dos mundos.
La Iglesia institución llegó a un punto tal que, en su doctrina y en el ejercicio de sus cultos, perdió en gran parte su credibilidad. Esta Iglesia institución, representada por sus cardenales, nuncios apostólicos, obispos, todos envueltos de rojo eclesiástico, bien ceñidos, no responde más a las aspiraciones y esperanzas de una humanidad cubierta, cada vez más, del color rojo de la sangre. Esta Iglesia, por más que se diga, resiste siempre a los cambios, por no decir a la conversión que se impone. No está dispuesta a cambiar sus ropas imperiales por los de una humanidad en búsqueda de justicia y respeto. En efecto, unos fuertes vientos soplan para despojarlos. ¿Hasta cuándo podrán resistir? Otra Iglesia, de la cual se habla poco, está obrando hoy en varios ambientes de vida a través del mundo y de manera particular en América Latina. En los últimos días del Concilio Vaticano II, el 16 de noviembre de 1965, cuarenta obispos, en su mayoría latinoamericanos, se reunieron en una catacumba de Roma bajo el impulso de Don Helder Camara. Allí, firmaron lo que se llamó el “Pacto de las catacumbas”. Un gesto profundamente profético que indica la dirección que se debe tomar para que la Iglesia institución reencuentre su alma. Les invito a leer en su conjunto el contenido de este pacto del cual me permito destacar algunos extractos: 1. Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. Cfr. Mt 5, 3; 6, 33s; 8-20. 2. Renunciamos para siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos) y en símbolos de metales preciosos (esos signos deben ser, ciertamente, evangélicos). Cfr. Mc 6, 9; Mt 10, 9s; Hech 3, 6. Ni oro ni plata. 3. No poseeremos bienes muebles ni inmuebles, ni tendremos cuentas en el banco, etc, a nombre propio; y, si es necesario poseer algo, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales o caritativas. Cfr. Mt 6, 19-21; Lc 12, 33s. 4. En cuanto sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser menos administradores y más pastores y apóstoles. Cfr. Mt 10, 8; Hech 6, 1-7. 5. Rechazamos que verbalmente o por escrito nos llamen con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor…). Preferimos que nos llamen con el nombre evangélico de Padre. Cfr. Mt 20, 25-28; 23, 6-11; Jn 13, 12-15. 6. En nuestro comportamiento y relaciones sociales evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de privilegios, primacía o incluso preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo en banquetes ofrecidos o aceptados, en servicios religiosos). Cfr. Lc 13, 12-14; 1 Cor 9, 14-19. 7. Igualmente evitaremos propiciar o adular la vanidad de quien quiera que sea, al recompensar o solicitar ayudas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a que consideren sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social. Cfr. Mt 6, 2-4; Lc 15, 9-13; 2 Cor 12, 4. 8. Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida y el trabajo. Cfr. Lc 4, 18s; Mc 6, 4; Mt 11, 4s; Hech 18, 3s; 20, 33-35; 1 Cor 4, 12 y 9, 1-27. 9. Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus mutuas relaciones, procuraremos transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes. Cfr. Mt 25, 31-46; Lc 13, 12-14 y 33s. 10. Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, estructuras e instituciones sociales que son necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de todo el hombre y de todos los hombres, y, así, para el advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. Cfr. Hech 2, 44s; 4, 32-35; 5, 4; 2 Cor 8 y 9; 1 Tim 5, 16. 11. Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en miseria física cultural y moral -dos tercios de la humanidad- nos comprometemos: * a compartir, según nuestras posibilidades, en los proyectos urgentes de los episcopados de las naciones pobres; * a pedir juntos, al nivel de organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio, como lo hizo el papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria. 12. Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio. Así, Después de 48 años de la firma de este pacto, la figura visible de la Iglesia institución no ha cambiado aún. Debemos volver hacia los países del Tercer Mundo para hallar estos testigos de la Iglesia de los pobres para los pobres. Conocemos, en efecto, el testimonio de Monseñor Oscar Romero. Sin embargo conocemos menos a estos numerosos sacerdotes religiosos y laicos voluntarios que trabajan, bajo la inspiración de la teología de la liberación, en lugares más y más desfavorecidos. Son esas mismas personas que el papa Juan-Pablo II quiso silenciar con la ayuda de Joseph Ratzinger, quien más tarde llegó a ser el papa Benedicto XVI, y hoy un papa emérito. Sobre esta fotografía vemos al papa Juan Pablo II sermonear el padre Ernesto Cardenal, entonces Ministro de la Cultura. Vale la pena ir a la página web más arriba sobre este sacerdote y leer lo que él dice sobre la visita del Papa. ¿Un nuevo pacto de las catacumbas? Don Pedro Casaldáliga, obispo emérito de la Prelatura de São Félix de Araguaia (Mato Grosso) publicó, en marzo de 2009, un artículo que podemos leer como un segundo pacto de las catacumbas. He aquí algunos extractos: “La gran crisis económica actual es una crisis global de Humanidad que no se resolverá con ningún tipo de capitalismo, porque no cabe un capitalismo humano; el capitalismo sigue siendo homicida, ecocida, suicida. No hay modo de servir simultáneamente al dios de los bancos y al Dios de la Vida, conjugar la prepotencia y la usura con la convivencia fraterna. La cuestión axial es: ¿Se trata de salvar el Sistema o se trata de salvar a la Humanidad? A grandes crisis, grandes oportunidades. En idioma chino la palabra crisis se desdobla en dos sentidos: crisis como peligro, crisis como oportunidad.sia queremos vivir, a la luz del Evangelio, la pasión obsesiva de Jesús, el Reino. Queremos ser Iglesia de la opción por los pobres, comunidad ecuménica y macro ecuménica también. El Dios en quien creemos, el Abbá de Jesús, no puede ser de ningún modo causa de fundamentalismos, de exclusiones, de inclusiones absorbentes, de orgullo proselitista. Ya basta con hacer de nuestro Dios el único Dios verdadero. «Mi Dios, ¿me deja ver a Dios?». Con todo respeto por la opinión del Papa Benedicto XVI, el diálogo interreligioso no sólo es posible, es necesario. Haremos de la corresponsabilidad eclesial la expresión legítima de una fe adulta. Se puede leer el artículo completo aquí. ¿QUÉ PENSAR DEL PAPA FRANCISCO? No hay lugar a duda en mi espíritu que el papa Francisco pertenece al segundo grupo, el de las catacumbas, por su modo de vida y su proximidad con los marginalizados. No obstante, al observar de cerca a aquéllos que él nombra para aconsejarlo y dirigir los distintos dicasterios de la Iglesia, el Papa nos da la impresión de alguien que quiere guardar a la Iglesia institucional allí donde está. L'Opus Dei, que no tiene la reputación de ser pobre con los pobres, se ve confiar numerosas responsabilidades otorgadas a varios de sus miembros. Es lo que vemos en el caso de los Comités destinados a la transformación del banco del Vaticano, a la gobernanza del Estado vaticanista, al del G-8 sobre la reforma de la Curia romana, etc. Con el nombramiento del cardenal Oscar Andrés Rodriguez Maradiaga como coordinador, los conservadores y los adeptos del statu quo pueden dormir tranquilos. Está allí para vigilarlo todo. No debemos olvidar que es éste cardenal que participó directamente en el golpe de Estado militar en Honduras, en junio de 2009. Este considera, sin más matices, que el socialismo del siglo XXI es como el marxismo del siglo pasado, tal como se vivió en los Estados de la Unión Soviética. Para mí, él es la sombra que planea sobre el Vaticano y que sabe utilizar todas las oportunidades que le dan sus funciones de coordinador para hacerse ver y posicionarse para una eventual elección al papado. Como piloto de avión, sabe sobrevolar. Se le ve como un músico que sabe jugar con las notas en sus composiciones, y como político, sabe utilizar los medios necesarios para estar siempre al lado de las soluciones y no de los problemas. Por fin, el nombramiento de Pietro Parolin, ligado por afinidad al Opus Dei, como Secretario de Estado, no anuncia nada bueno para los grandes cambios en las políticas del Vaticano, nada nuevo en las relaciones con las potencias del Occidente e igualmente nada nuevo en el sistema de las nunciaturas apostólicas, verdaderas contraseñas de una Iglesia pobre con los pobres. Ese personaje acaba de regresar de Caracas donde actuó, desde 2008, como jefe de la Nunciatura apostólica. Su pensamiento ideológico se incorpora perfectamente al del cardenal MARADIAGA, un buen amigo de Washington y de las oligarquías nacionales. Sobre estos dos personajes, les invito a leer algunos artículos escritos sobre el tema. ¿Debemos ver en estos nombramientos a un papa “astuto” que “sabe operar” o un papa “ingenuo y pecador? Sin embargo no podemos acusar al papa Francisco por su compromiso personal y su testimonio de simplicidad que irradia de su persona. ¿Pero para el resto, será preciso esperar un segundo “Pentecostés” o un “maremoto” en el Vaticano? Nunca hay que olvidar que Jesus se rodeo de discípulos que se convirtieron de verdad con el advenimiento del Espíritu santo en su vida. !Ojalá que sea así con los que forman cerco alrededor del papa Francisco. Traductor : Marius Morín La directora de un documental sobre las maestras de la república, ha declarado que: "Estamos poniendo otra vez la educación en manos de la Iglesia Católica". Es admirable la capacidad que tienen algunas personas de formular frases rotundas, capaces de interpelar a muchas personas y cosechar adhesiones sinceras o interesadas... a pesar de que en el fondo carecen de fundamento. No nos dice quiénes son los desaprensivos que están cometiendo este atropello, pero nos alerta de una intriga para que nuestros hijos sean adoctrinados por quienes no deben.
Quizás convenga aclarar —una vez más— el concepto de "patria potestad". La patria potestad de un menor tiene por objeto garantizar su cuidado, desarrollo y educación integral, y corresponde a sus padres. Son los padres los que tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos; y nadie más. Ni el estado ni nadie. El problema surge cuando la inmensa mayoría de padres no tienen ni el tiempo necesario, ni la preparación adecuada para educarles por sí mismos, y tienen que delegar este derecho en terceras personas. Por tanto, es cada padre el que, libremente, "pone la educación de sus hijos en manos de..." quien cree conveniente. Si hay muchos escolares en la enseñanza concertada, es porque hay muchos padres que quieren este tipo de educación para sus hijos. Pero no debemos pararnos en esta consideración, porque hay mucho más. El origen de la controversia está en la distinta concepción que tenemos los hombres de la realidad que nos rodea. Para unos, en nuestro mundo no hay más realidad que la que vemos y entendemos, el universo no tiene por qué tener un sentido, el hombre nace y muere como cualquier otro ser viviente, y sus normas de conducta deben venir marcadas por la conveniencia individual y colectiva. Para otros, la realidad es más de lo que vemos y entendemos, el universo es creado, Dios le da sentido, como también da sentido a nuestras vidas más allá de la muerte material, y Dios es el referente final del éxito o fracaso del hombre... (Entre paréntesis, ambas posturas ante la vida son perfectamente legítimas, y la primera lección que hemos de aprender es que todos tenemos el derecho a profesar nuestras convicciones y el deber de respetar las convicciones de los demás). Así las cosas, si vamos al fondo de la cuestión veremos que sólo existen dos modelos educativos: el que considera al hombre como un animal racional cuyo destino es la muerte; y el que le supone también una dimensión trascendente. Podemos empeñarnos en presentar la enseñanza laica como un modelo de enseñanza neutro, pero no lo es, porque no existe ningún modelo neutro. La enseñanza laica, por propia definición, opta por una concepción del hombre materialista; sin Dios ni trascendencia... pero hay mucha gente que no está de acuerdo con esta forma de concebir al hombre. Como curiosidad; entre el setenta y cinco y el ochenta por ciento de los españoles declaran creer en Dios y en la vida después de la muerte, aunque muchos de ellos no practiquen ninguna religión. En teoría, la solución podría consistir en que los niños adquieran en el colegio conocimientos sobre distintas disciplinas académicas, y que sean los padres los que les eduquen —según sus criterios— en materia de moral y religión. Pero al expulsar a Dios de las aulas e ignorar el sentido trascendente de la vida, estamos jugando con las cartas marcadas. Estamos entronizando una concepción del hombre en detrimento de otra no menos legítima. Estamos poniéndoselo muy difícil a los padres que quieren trasmitir a los hijos sus convicciones religiosas... No caigamos en la trampa de confundir la aconfesionalidad de la educación con el laicismo sectario y beligerante. Una mera suposición, pero expresada desde la fe
en Jesús, que nos invita a estar siempre cercanos a las víctimas del sistema. Esta vez no bajaron corriendo, sino lentamente, con velas, linternas y todo lo que pudiera iluminar una noche tan oscura, sin luna. Una procesión en silencio, desde los montes hasta la playa del Tarajal. La playa de la muerte. De nuevo cientos de inmigrantes convocados para tener un recuerdo, una oración, un deseo de que una tragedia de este tipo no se vuelva a repetir. Les acompañan miembros de la ONG Caminando Fronteras, Red Interlavapiés, Ferrocarril Clandestino, SOS Racismo, Servicio Jesuita a Migrantes, Asociación sin Papeles, Coordinadora de Barrios, Madres Unidas y muchas otras personas solidarias con sus luchas y esperanzas. Al llegar a la playa se reunieron en círculo, unidos unos a otros, dándose calor y esperanza. La valla con sus cuchillas asesinas a un lado. El mar abierto al otro. Solo se escuchaban las olas cuando rompían sobre la arena ensangrentada, en medio de los gritos ahogados de la desesperación y la rabia. Pero, en medio de esa calma tensa, se oyó la voz de alguien que les llamó desde una barca situada a tres o cuatro metros de la playa. Asombrados, enmudecidos, dolientes, escucharon atentos sus palabras: - Esta noche hemos sido convocados por las 15 personas que perdieron la vida al intentar cruzar esta valla infame de muerte. Hoy seguimos denunciando sobre esta tierra sagrada, por la muerte infame de nuestros hermanos, todas las vallas y fronteras que separan, que hieren, que matan a personas deseosas de vivir en un país de acogida, fraterno, donde puedan sobrevivir al hambre, la persecución, la guerra. Estas personas que han muerto aplastadas por la indiferencia, oprimidas por el racismo, ahogadas por el pragmatismo, tenían familia, nombres y apellidos: Keita Ibrahim, Blaise Fotchin, Armand Debordo Bakayoko, Yves Martin Bilong, Larios Fotio... Nombramos a los que se han identificado, para hacerlos presentes en esta noche fría de la Europa libre y civilizada, donde pueden circular libremente los capitales, o los inmigrantes ricos, pero no los empobrecidos que estáis aquí, en esta playa, con enorme tristeza y dolor contenido. Pero yo os digo a vosotros y a todas las personas solidarias que les acompañáis, protegéis, cuidáis, buscáis papeles o trabajo y denunciáis las injusticias que se cometen contra ellos y ellas: • Felices seréis si habéis comprendido que la pluralidad, las culturas, la diversidad os enriquece, os hace crecer como personas, os invita a sentiros como hermanos de una sola familia humana. • Felices sois ya quienes acogéis con profundo respeto y calor a quienes vienen de lejos, de fuera de nuestras fronteras, quienes os acordáis de cuando vuestros abuelos, vuestros padres o vuestros hijos y hermanos hoy han tenido que emigrar a otro país. • Seréis dichosos si gritáis a toda la sociedad que nadie es extranjero, que ningún lugar es propiedad privada. Porque todos y todas somos ciudadanos, vecinos, compatriotas. • La dicha se mostrará en vuestros ojos si disfrutáis al ver en el metro, en el autobús, en el parque a tantas personas, de diferentes razas, culturas, religiones, que dan tanto calor y color a la vida. • Seréis perseguidos, difamados, incomprendidos si defendéis a los inmigrantes ante tantos ataques de racismo, de desprecio, de odio, de indiferencia, de nacionalismo excluyente. Pero la satisfacción y la libertad interior no os la podrá quitar nadie. • Os invadirá el gozo cuando descubráis que todas las naciones y culturas son el resultado de una mezcla de muchos pueblos que, a lo largo de los siglos, han creado los países de los que hoy formamos parte. • Os llenaréis de regocijo cuando acudáis presurosos, como esta noche, a las llamadas de quienes defienden los derechos de los inmigrantes, cuando se respeten sus derechos, cuando consigan trabajo, integración, amistad, cercanía. • Solo seréis felices de verdad si trabajáis por un mundo sin fronteras, por romper prejuicios, por la multiculturalidad, por conocer otras culturas y religiones, por hacer sentirse como en su casa a quienes vienen de lejos, solos, asustados, apenados y les ofrecéis cariño, respeto y solidaridad. Entonces bajó de la barca, y se integró en el círculo de la fraternidad sin fronteras. Hoy volverán a refugiarse en los montes cercanos. Pero cualquier otro día volverán a intentar saltar la valla de la vergüenza. Porque el Espíritu de la libertad y la dignidad, la santa Ruah, les habita y les da fuerza, esperanza y audacia. Y, ¡ay de quienes no lo entiendan así! Es el inaceptable pecado contra el Espíritu del buen Dios, Padre y Madre de los inmigrantes y de todos los oprimidos de nuestro mundo. Decenas de personas curiosas, con uniforme o sin él, les miraban ocultos por la oscuridad detrás de la valla. Parte de ellos permanecían indiferentes, otros cumpliendo las órdenes de vigilancia a que les obligaban las autoridades políticas, forzadas a su vez por las inhumanas directrices europeas. Pero muchos otros sentían deslizarse por su rostro las lágrimas que brotaban, culpables y desafiantes a la vez, desde el manantial de su corazón. Sigue Mateo en el sermón del monte, con la intención de armonizar el AT con la predicación de Jesús. Ante la lectura de este evangelio, uno se queda sin aliento. "No hagáis frente al que os agravia". "Ama a tu enemigo y reza por él". "Sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto". Si repaso detenidamente estas exigencias, descubriré lo que me falta para cumplirlas como nos pide Jesús. Tal vez Nietzsche tenía más razón de lo que pensamos, cuando decía: "Sólo hubo un cristiano y ese murió en la cruz."
Sinceramente creo que la verdadera dimensión cristiana está aún por inaugurar. Hemos construido miles de templos; hemos llevado la cruz a todos los rincones del orbe; hemos elaborado sumas teológicas como para parar un tren; hemos creado leyes que regulan todos los ámbitos de nuestra existencia; pero el único principio esencialmente cristiano está olvidado y sin repercusión alguna en nuestra vida. Parece que nos han colocado el listón tan alto, que hemos optado por olvidarlo y pasar olímpicamente por debajo. Está mandado: "ojo por ojo y diente por diente" Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. El 'ojo por ojo', fue un intento de superar el instinto de venganza que nos lleva a hacer el máximo daño posible al que me ha hecho algún daño. Tenemos asumido que la meta es la justicia, identificada con el ojo por ojo. Creo que la racionalidad y el jurisdicismo occidental nos impiden la comprensión del mensaje cristiano. Tenemos incrustada esta idea, y no nos queda lugar para la visión cristiana del hombre. Reclamamos justicia, pero si examinamos esa justicia que exigimos, descubriremos con horror, que lo que intentamos todos, es hacer de la justicia un instrumento de venganza. Se utilizan las leyes para hacer todo el daño que se pueda al enemigo; eso sí, dentro de la legalidad y amparados por la sociedad. Los buenos abogados son aquellos que son capaces de ganar los pleitos cuando la razón está de parte del contrario. Las frases tan concisas y profundas pueden entenderse mal. No nos dice Jesús que no debamos hacer frente a la injusticia. Contra la injusticia hay que luchar con todas las fuerzas. Tenemos obligación de defendernos cuando nos afecta personalmente, pero sobre todo, tenemos la obligación de defender a los demás de toda clase de injusticia. Lo que nos pide el evangelio es que nunca debemos eliminar la injusticia con violencia. Si tenemos que utilizar la violencia para eliminar una injusticia, estamos manifestando nuestra incapacidad de eliminarla humanamente. No convenceré al injusto si me empeño en demostrarle que me hace daño a mí o a otro. Pero si soy capaz de demostrarle que con su actitud se esta haciendo un daño irreparable a sí mismo, sin duda cambiaría de actitud. Lee este párrafo una y otra vez; es vital que lo comprendas bien. Habéis oído que se dijo: "amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo" Pero yo os digo:Amad a vuestros enemigos. Hay que aclarar que para ellos el prójimo era el que pertenecía a su pueblo, a su raza, a su familia. El "enemigo" era siempre el extranjero, que atentaba real o potencialmente contra la seguridad del pueblo. Para poder subsistir, no tenían más remedio que defenderse de las agresiones. Jesús da un salto de gigante y podemos apreciar que la diferencia entre ambas propuestas es abismal. ¿Por qué tengo que amar al que me está haciendo la puñeta? El camino para la comprensión de esta norma, es largo y muy penoso. Tenemos que llegar a él, a través de un proceso de maduración, en el que debemos tomar conciencia de que todos somos una sola cosa, y que en realidad, no hay enemigo. En el fondo, el amor al enemigo no es más que una manifestación del verdadero amor, que por ir en contra del instinto de conservación, se ha convertido en la verdadera prueba de fuego del AMOR. La dificultad mayor para comprender este amor, está en que confundimos amor con sentimiento o con instinto. El amor evangélico no es instinto ni sentimiento. Por lo tanto no podemos esperar que sea algo espontáneo. El verdadero amor, sea al enemigo o a un hijo, no es el instinto que nace de mi ser biológico y está grabado en los genes. El amor de que estamos hablando es algo mucho más profundo y también más humano, por lo tanto tiene que estar originado y orientado por la parte más elevada de nuestro ser. Enemigo es el que tiene una actitud de animadversión, no el que la sufre. El enemigo no tiene por qué obtener una respuesta de la misma categoría que su acción. Alguien puede considerarse enemigo mío, pero yo puedo mantenerme sin ninguna agresividad hacia él. En ese caso, yo no convierto en enemigo al que me ataca. Aquí está la clave para superar la aporía. Si le constituyo en enemigo, he destrozado toda posibilidad de poder amarle. Un ejemplo puede aclarar lo que quiero decir. En el mar siempre habrá olas, de mayor o menor tamaño, pero siempre estarán ahí. Al llegar al litoral, la misma ola puede encontrar la roca o puede encontrarse con la arena. ¡Qué diferencia! Contra la roca estalla en mil pedazos. Con la arena se encuentra suavemente y de manera imperceptible. Incluso si la ola es muy potente, en la arena rompe sobre sí misma y pierde su fiereza. ¿Necesitas explicación? Pues voy a dártela. Los enemigos van a estar siempre ahí. Pero la manera de encontrarte con ellos dependerá siempre de ti. Si eres roca, el encuentro se manifestará estruendosamente y ambos se dañarán. Si eres playa, todo su potencial queda anulado y llegará hasta ti con la mayor suavidad. Un detalle, la roca y la arena, están hechas de la misma materia, solo cambia su aspecto exterior. Como en el caso de la roca, tu rígida postura lo que hace es potenciar la fuerza del enemigo, dejando patente su energía. Es lo que espera y lo que recompensa su actitud. La mejor manera de 'vengarte' del que se acerca a ti como enemigo, es privarle de esa satisfacción y demostrarle así lo ridículo de todo su poder. Así seréis hijos de vuestro Padre... Aquí encontramos una de las mejores muestras de lo que se entendía por hijo en tiempo de Jesús. Hijo era el que salía al padre, el que era capaz de imitarle en todo. Viendo al hijo, uno podía adivinar quién era su padre. También podemos descubrir la idea de Dios que tenía Jesús. Un Dios que ama a todos por igual porque su amor no es la respuesta a unas actitudes o unas acciones sino anterior a toda acción humana. Dios me ama no porque yo sea bueno sino porque él es bueno. Imposible de comprender esta exigencia del evangelio mientras sigamos pensando en un dios que manda a sus enemigos al infierno. En contra de lo que se nos ha repetido hasta la saciedad, Dios no ama exclusivamente a los buenos, sino que Él ama infinitamente a todos. De la misma manera, el amor que yo tengo a los demás, no puede estar originado ni condicionado por lo que el otro es o tiene, sino por la calidad de mi propio ser. El amor no es respuesta a las actuaciones o cualidades de un ser; su origen tiene que estar en mí, y solo afecta al otro como objetivo, como meta. Si somos incapaces de amar al enemigo, podemos tener la certeza de que todo lo que nosotros hemos llamado amor, no tiene nada que ver con el evangelio, y por lo tanto con el amor que nos ha exigido Jesús. Es imprescindible hacer un examen de conciencia para saber de qué estamos hablando cuando nos referimos al amor del evangelio. Meditación-contemplación Si quieres vivir en paz y en armonía no pretendas ir a nadie como ola agresiva. Pero al que venga hacia ti con violencia latente, acógele con suavidad y quedará frustrado en su violencia. ............... No se te ocurra intentar amar a otra persona si te acercas a él considerándolo enemigo. Descubre, más bien, que no tienes ningún enemigo, porque eso depende exclusivamente de ti. .............. El verdadero amor de una madre a su hijo tiene que haber superado el instinto. De la misma manera, el amor al que viene a hacerte daño tiene que superar el instinto contrario. De entrada, puede sonar extraño leer semejante consigna: "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto". Sobre todo, si somos conscientes, tanto de las nefastas consecuencias del perfeccionismo, como de los problemas no resueltos que busca ocultar –y que suelen guardar relación directa con sentimientos de culpabilidad y de indignidad-.
Algunos exegetas interpretan que, en hebreo, se querría aludir a algo "completo". En ese sentido, la invitación a ser "perfectos" habría que entenderla como una llamada a aceptarse en toda la propia verdad. Este sentido sería totalmente asumible desde una antropología humanista, como un principio básico de unificación y crecimiento: acéptate con toda tu verdad, con tu luz y tu sombra, tus aciertos y errores, tus cualidades y defectos... Pero no sería extraño que el escriba autor del evangelio quisiera realmente hacer una llamada a la "perfección", tal como la han entendido muchas personas religiosas a lo largo de la historia. El propio grupo fariseo se caracterizaba por una actitud de ese tipo y numerosos colectivos religiosos han nacido y han crecido siguiendo las pautas de formación del llamado "ideal de perfección", que tanta rigidez, culpabilidad, escrúpulos... y fariseísmo ha generado. No sería extraño que esa fuera la interpretación de Mateo, porque ya Lucas modifica las palabras de Jesús para escribir: "Sed misericordiosos [compasivos] como vuestro Padre es misericordioso [compasivo]" (Lc 6,36). Sin duda, esta expresión parece más ajustada, incluso por todo el contexto. La compasión constituye una de las entrañas del mensaje evangélico, y ha sido especialmente subrayada por Lucas. Jesús aparece fundamentalmente como el hombre compasivo y fraternal, hasta el punto de identificarse con todos, especialmente con aquellos que pasan necesidad, llegando a decir: "Lo que hicisteis a uno de ellos, me lo hicisteis a mí"(Mt 25,31-45). Porque la compasión nace de la comprensión. Solo cuando yo sé –no conceptual, sino experiencialmente- que "tú eres otro yo", brotará de mi corazón un sentimiento compasivo y una acción eficaz en tu favor. Y únicamente entonces seremos capaces de leer y comprender las palabras de Jesús que recoge el texto que estamos comentando. Sin aquella experiencia –sin la sabiduría que nace más allá de la mente-, es imposible amar al enemigo, dar la capa a quien te quiere quitar la túnica, o no rehuir a quien te pide. Una tal actitud brota únicamente en aquellas personas que, de un modo consciente o no, se viven en conexión con su verdadera identidad, la identidad compartida con todos los seres. De otro modo, es imposible. Y convertimos el texto del evangelio en un principio moralizante que exige algo inhumano, para terminar frustrados, decepcionados o cínicos. Vivirse en conexión con la verdadera identidad implica haber tomado distancia del ego, hasta el punto de dejar de creer que lo es que bueno para el ego es bueno para mí. Y empezar a descubrir justamente lo contrario: quien "yo soy" sabe que "tu bien es mi bien", porque somos solo uno. Lo que ocurre es que eso no puede verse ni vivirse desde el yo. Porque mientras dure nuestra identificación con él, no podremos hacer otra cosa que sostenerlo a toda costa y a cualquier precio. Sin embargo, en los momentos en que nos hallamos en conexión con nuestra verdadera identidad, no solo amamos lo que es, sino que vemos caer cualquier exigencia egoica, porque el ego ha dejado de ser nuestro centro de interés. La conclusión a la que llegamos parece evidente: se trata de favorecer la comprensión, de crecer en consciencia. Y ello implica avanzar en la desidentificación del yo. Todos los medios que nos ayuden a reconocer que no somos el yo, serán bienvenidos como herramientas que nos hacen crecer en libertad y en consciencia de nuestra verdadera identidad. Esta es, en mi opinión, la razón última por la que Jesús no fue un moralizador, sino un maestro de sabiduría. Porque solo desde la sabiduría (= el reconocimiento "saboreado" de nuestra verdadera identidad) es posible la compasión. El domingo pasado vimos dos recursos de Jesús para combatir el legalismo de los escribas: llevar la ley a sus últimas consecuencias(asesinato, adulterio) y anular la ley en vigor (divorcio, juramento). El evangelio de este domingo termina de tratar el tema añadiendo un nuevo recurso: cambiar la norma por otra nueva. Lo hace hablando de la venganza y de la relación con el prójimo.
Generosidad frente a venganza El quinto caso toma como punto de partida la ley del talión («ojo por ojo, diente por diente»). Esta ley no es tan cruel como a veces se piensa. Intenta poner freno a la crueldad de Lamec, que anuncia: «Por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz» (Génesis 4,23). Frente a la idea de la venganza incontrolada (muerte por cicatriz) la ley del talión pretende que la venganza no vaya más allá de la ofensa (ojo por ojo). De todos modos, sigue dominando la idea de que es lícito vengarse. En Las Coéforas de Esquilo se advierte el valor universal de esta idea. Después del asesinato de su padre, Electra pregunta al Coro qué debe pedir, y éste le responde: − Que un dios o un mortal venga sobre ellos... − ¿Cómo juez o como vengador? − Di simplemente, "alguien que devuelva muerte por muerte". − Pero, ¿crees tú que los dioses encontrarán santo y justo mi ruego? − ¿Acaso no es santo y justo devolver a un enemigo mal por mal? Jesús no acepta esta actitud en sus discípulos. No sólo no deben enfrentarse al que lo ofende, sino que deben adoptar siempre una postura de entrega y generosidad. Para expresarlo, recu¬rre a cinco casos concretos. ¿Cómo debes comportarte con quien... te abofetea, te pone pleito para quitarte la túnica, te fuerza a caminar una milla (quizá se refiera a los soldados romanos, que podían obligar a los judíos a llevarles su impedimenta esa distancia), te pide, o te pide prestado? Basta hacerse cada una de estas preguntas, pensando cómo responderíamos nosotros, para advertir la enorme diferencia con las respuestas de Jesús. De todos modos, lo que dice no debemos interpretarlo al pie de letra, porque terminaría amargándonos la existencia. El mismo Jesús, cuando lo abofetearon, no puso la otra mejilla; preguntó por qué lo hacían. Lo importante es analizar nuestra actitud global ante el prójimo, si nos movemos en un espíritu de venganza, de rencor, de regatear al máximo nuestra ayuda, o si actuamos con generosidad y entrega. Amor al enemigo El último caso parte de una ley escrita («amarás a tu prójimo»: Levítico 19,18) y de una norma no escrita, pero muy practicada («odiarás a tu enemigo»). Es cierto que el libro del Éxodo contiene dos leyes que hablan de portarse bien con el enemigo: «Cuando encuentres extraviados el toro o el asno de tu enemigo, se los llevarás a su dueño. Cuando veas al asno de tu adversario caído bajo la carga, no pases de largo; préstale ayuda» (Ex 23,4-5). Pero es curioso cómo se cambia esta ley en una etapa posterior: «Si ves extraviados al buey o a la oveja de tu hermano, no te desentiendas: se los devolverás a tu hermano. Si ves el asno o el buey de tu hermano caídos en el camino, no te desentiendas, ayúdalos a levantarse» (Dt 22,1.4). La obligación no es ahora con el enemigo y el adversario, sino con el hermano (en sentido amplio). Alguno dirá que, para el Deuteronomio no hay enemigos, todos son hermanos. Pero es una interpretación demasiado benévola. El evangelio es muy realista: los seguidores de Jesús tienen enemigos. Sus palabras hacen pensar en las persecuciones que sufrían las primeras comunidades cristianas, odiadas y calumniadas por haberse separado del pueblo de Israel; y en la que sufren tantas comunidades actuales en África y Asia. Frente a la rabia y el odio que se puede experimentar en esas ocasiones, Jesús exhorta a no guardar rencor; más aún, a perdonar y rezar por los perseguidores. Lo que pide es tan duro que debe justificarlo. Lo hace contraponiendo dos ejemplos: el de Dios Padre, el ser más querido para un israelita, y el de los recaudadores de impuestos y paganos, dos de los grupos más odiados. ¿A quién de ellos deseamos parecernos? ¿Al Padre que concede sus bienes (el sol y la lluvia) a todos los seres humanos, prescindiendo de que sean buenos o malos, de que se porten bien o mal con Él? ¿O preferimos parecernos a quienes sólo aman a los que los aman? No se trata de elegir lo que uno prefiera. El cristiano está obligado a «ser bueno del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo». Primera lectura La idea de imitar al Dios bueno y santo portándonos bien con el prójimo es el tema de la primera lectura. La formulación es muy interesante, alternando prohibiciones y mandatos. Prohíbe odiar, manda reprender, prohíbe vengarse, manda amar. De ese modo, prohibiciones y mandatos se complementan y comentan. No odiar de corazón significa, en la práctica, no vengarse ni guardar rencor. Reprender es una forma de amar; de hecho, lo más cómodo y fácil ante los fallos ajenos es callarse y criticarlos por la espalda; para reprender cristianamente hace falta mucho amor y mucha humildad. Con Francisco se realiza la profecia de la nueva Iglesia por: Marco Antonio Velásquez Uribe2/20/2014 La mezcla de lucidez, coherencia, apertura al Espíritu de Dios, marginación y perseverancia en la adversidad, son rasgos que acompañan al profeta. La respuesta de Dios es alimento que nutre la convicción, mientras los signos apoyan y confirman nuevos rumbos, en cuyo devenir afloran los tímidos y frágiles primores del profetismo, que llegan al Pueblo de Dios para animar el extenuante camino hacia la Tierra Prometida del Reino, donde manan y fluyen en abundancia frutos de paz, de justicia y de amor. Es la travesía liberadora del Pueblo Escogido, en cuya senda une su destino con otros Pueblos.
Desde Moisés hasta papa Francisco, muchos hombres y mujeres han sido llamados a ejercer esta rehuida tarea, unos a guiar, otros a advertir los peligros, unos a aceptar el martirio y otros a ser precursores y pioneros porque la Iglesia peregrina se mueve siempre hacia las periferias. Cuando en 1981 Leonardo Boff publicó: "Iglesia; carisma y poder", junto con ganarse la desconfianza y la marginación del poder central de la Iglesia, se anticipó abriendo rumbos insospechados que encendieron las alarmas de los custodios de la Ley, que vieron en un libro peligros y despeñaderos, que perturbaban el solaz y la tranquilidad pastoral. En el Capítulo V Leonardo Boff se pregunta: "¿Pueden transformarse en la Iglesia el poder y la institución?" Una pregunta audaz y escalofriante que lo transporta por el rumbo de un profetismo, que al cabo de 35 años comienza a mostrar signos elocuentes de realización y de esperanza. Precisamente, con el advenimiento del papa Francisco a la cabeza de la Iglesia, concurren en el presente aquellos inconfundibles signos de realización de esa ficción temida por algunos y esperada por muchos. En medio de un riguroso invierno postconciliar, involucionado a costa de voluntad humana, algo relevante ha venido aconteciendo en el Pueblo de Dios, anticipado por L. Boff a modo de profecía: "Un poco por doquier estamos asistiendo al nacimiento de una Iglesia nueva, gestada en el corazón de la vieja Iglesia; comunidades de base en la periferia de las ciudades; Iglesia de los pobres, formada por pobres... Se trata de una Iglesia que ha renunciado definitivamente al poder; su eje lo constituye la idea de Iglesia-Pueblo-de-Dios" (Capítulo V, 5. Eclesiogénesis; de la vieja Iglesia nace la nueva. En Iglesia Carisma y Poder). Desde aquella misma esclavitud relatada en el Éxodo, pero con nuevas formas, parece renovarse aquel grito histórico liberador del Pueblo. Con tal perspectiva el teólogo intuye un hito significativo en este largo proceso liberador, anunciando que... "Estamos asistiendo hoy día a una verdadera eclesiogénesis, precisamente allí donde la estructura institucional manifiesta signos de cansancio y de desilusión." Era el anuncio de una Iglesia renovada donde... "El Evangelio no está atado a un tipo clásico y consagrado de expresión, ... Una Iglesia ... capaz de comprender que no existe para sí misma, sino que su función es la de ser signo de Cristo para el mundo y espacio de actuación explícita del Espíritu ... porque nunca se considera la Iglesia ya completamente realizada, sino siempre por hacer y por convertirse en lo que debe ser; sacramento de Cristo y del Espíritu". Lo que ayer Leonardo Boff gritaba desde el desierto, hoy causa sorpresa y perplejidad, porque desde Roma surgen ecos que -con similar lenguaje, con gestos y signos- constituyen la sintonía con el mismo Espíritu de Dios que guía la Iglesia por los caminos del Evangelio. Lo que ayer L. Boff reconocía era que "Esta Iglesia nueva ... nace en la periferia, porque sólo ahí es posible la verdadera libertad y creatividad frente al poder." Porque "La fe nace y se hace presente por medio del testimonio personal, y no tiene necesidad de ser amparada y velada por la institución." ¿No es ésta precisamente la libertad y creatividad que maravilla al mundo entero al contemplar en el testimonio de Francisco las luces y esperanzas del Evangelio? ¡Cuánto asombro produjo en el Pueblo de Dios cuando en medio de los jóvenes argentinos, reunidos en la JMJ de Río de Janeiro, el papa Francisco los incitaba a hacer lío! Con igual asombro, se comprenden las palabras de Leonardo Boff, cuando decía que: "La Iglesia nueva deberá ser fiel a su camino; deberá ser lealmente desobediente", en el sentido de "buscar una profunda lealtad para con las exigencias del Evangelio; deberá oír la voz del Centro para cuestionarse acerca de la verdad de su propia interpretación evangélica; pero, en caso de estar crítica y profundamente convencida de su camino, deberá tener el coraje de ser desobediente, en el Señor y en el Evangelio, a las imposiciones del Centro ... Esta pureza evangélica -decía Boff- constituye una pro-vocación al Centro para que despierte al Espíritu". ¿No es ésta la tensión entre aquel "vaticano-centrismo" y ese llamado recurrente de ir a las "periferias existenciales", tantas veces escuchado en boca del papa Francisco? Desde que el Hijo de Dios se encarnó en el vientre virginal de María, encarnándose en medio de los pobres como una opción preferencial, no han faltado tentaciones históricas de re-encarnarse en realidades matizadas por distintas formas de poder y privilegios. Con la elocuencia que proveen los medios de comunicación social, estos han desnudado una multiplicidad de contradicciones evangélicas que revelan esa deplorable relación incestuosa de la Iglesia jerárquica con el mundo del poder. Así también, el escándalo de los abusos contra menores, las pugnas de poder al interior de la jerarquía, así como la incoherencia entre fe y vida de muchos fieles, han terminado por minar gravemente la credibilidad de la Iglesia. Afectada la credibilidad queda herida de muerte la tarea de la evangelización, provocando una crisis de insospechadas proporciones. En medio de este desolador panorama, Boff, sin conocer el devenir de graves hechos eclesiales que habrían de suceder, señalaba que... "El futuro de la Iglesia-institución reside en ese pequeñísimo germen que es la Iglesia nueva que nace en los medios pobres y privados de poder, ... que habrá de servir de alternativa adecuada y posible para una nueva encarnación de las instituciones eclesiales en la sociedad, cuyo poder será pura función de servicio". Y con una convicción irrefrenable anuncia que... "El Papado, el episcopado y el presbiterado no perderán su función, sino que adquirirán otras funciones, tal vez, más puras y más cercanas al ideal evangélico de fortalecer a los hermanos en la fe, de ser principio de unidad y reconciliación en la comunidad, de hacer que los líderes religiosos sean capaces de interpretar a la luz del misterio de Cristo el significado de los acontecimientos y de los más profundos anhelos de los hombres, especialmente de los pobres." Cuando el mundo entero observa con agrado la "revolución de la misericordia" emprendida por el papa Francisco, aparecen como renuevos de esperanza aquella cita que L. Boff traía a la memoria en 1981, donde configuraba algunos rasgos del ejercicio del ministerio jerárquico, y particularmente del papado: "El Papa debe ... procurar que la Iglesia cristiana sea cada vez más la luz que brilla sobre la cumbre, conforme a su verdadera vocación. Una luz que dé testimonio de la convicción cristiana de que Dios es un Dios de amor, y que su amor se pone de manifiesto en las cualidades que reviste el amor de los hombres para con los demás ..." Y agregaba que el Papa... "Habrá de ser el más abierto, el más amable, el más confiado de todos los cristianos." De manera que "Su confianza en la empresa cristiana, su apertura a todos los hombres, su alegría por la Buena Noticia y su confianza en la acción del Espíritu deben ser transparentes, deben brillar en sus palabras, en sus actos, en todo el estilo de ejercer su autoridad." Y concluía con una auténtica profecía que hizo suya y que hoy vemos realizada en la persona del papa Francisco: "Cuando el Papado se encarne en un hombre cuyas convicciones resulten así de transparentes, necesaria e inevitablemente se convertirá en la posición de mando más influyente en el mundo»" (Andrew M. Greeley. «Ventajas e inconvenientes de un centro de comunicación en la Iglesia. Punto de vista sociológico», en Concilium 64, 1971). Y como corolario, anticipada una realidad aún lejana, pero largamente ansiada: "Y lo que se dice para el Papa vale también para los niveles inferiores del obispo, el presbítero y otros ministros o monitores encargados de la unidad y dirección de una comunidad." Así, lo que ayer fuera un anhelo, hoy comienza a ser realidad gracias a la audacia profética de Francisco, un hombre que ha sabido anclar sus convicciones y su misión en la consoladora alegría del Evangelio, porque él sabe muy bien que Dios quiere que todos sus hijos e hijas tengan vida abundante en Jesucristo. |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |