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Grito del inmigrante, grito de Dios por: Fernando Bermúdez López

2/27/2014

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El domingo 16, en el silencio de la noche y en un ambiente de oración, hice un repaso de los acontecimientos de la semana, sobresaliendo la muerte de un numeroso grupo de subsaharianos en la costa de Ceuta. Procedían de Camerún. Atravesaron el inmenso país de Nigeria y los inhóspitos desiertos de Níger y de Argelia, hasta llegar a Marruecos en donde sufrieron toda clase de vejaciones, algunos hasta cárcel. Ahí se echaron al agua con la esperanza de llegar a nado a la ciudad de Ceuta. Eran alrededor de 200 personas.

La tragedia comenzó cuando la Guardia Civil, al verlos llegar por mar, les lanzó pelotas de goma y otros materiales antidisturbios para impedir que entren en territorio español, lo que causó pánico en los inmigrantes y provocó que 15 de ellos murieran ahogados. Estos no son números. Son personas, con rostros concretos y cada uno de ellos con una historia de dolor y de esperanza.

La muerte de los inmigrantes nos hace tomar conciencia de que vivimos en un mundo injusto, donde las desigualdades norte-sur son cada vez más escandalosas, donde el 57% de la riqueza mundial está en manos del 1% de la población. Un mundo donde cada cuatro segundos muere un niño menor de 5 años por enfermedades relacionadas con el hambre.

Los inmigrantes no emprenden el viaje por capricho. Vienen huyendo del hambre, de la guerra, de la miseria, de la explotación de las compañías multinacionales a las que solo les importa los recursos naturales de los países del sur, no las personas.

La política de la Unión Europea sobre migración es una política represiva. Desarrolla el libre mercado, la libre movilidad de capitales y de mercancías, pero prohíbe la movilidad de los seres humanos. Nuestros gobiernos les impiden la entrada. Y los que logran llegar son encerrados en los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIES), verdaderos campos de concentración, prisiones para personas que no han cometidos ningún delito. Su delito es no tener papeles. ¿Acaso no dijo Jesús de Nazaret que la persona está por encima de la ley? (Mc 2,27).

Europa y Estados Unidos construyen muros cada vez más altos y alambradas con cuchillas, símbolo de la crueldad humana. Dicen que hay que defenderse de los pobres. Desde Lampedusa hasta Ceuta y Melilla para los africanos y el muro en la frontera México-Estados Unidos para los latinoamericanos, son tragedias de muerte y de dolor, vergüenza de la humanidad, en palabras del Papa Francisco.

Estos días hemos escuchado a destacadas personalidades del Gobierno y de la Iglesia elocuentes discursos defendiendo la vida de los no nacidos. Yo también estoy en contra del aborto sin causa seria. Sin embargo, hacen silencio ante la muerte de los niños ya nacidos que mueren de hambre y ante los inmigrantes que, buscando una mejor vida, mueren ahogados, y lo que es peor, tiroteados por las fuerzas de seguridad. ¿No nos dirá Jesús hoy aquellas palabras que dijera a los fariseos y sacerdotes de su tiempo: ¡hipócritas, raza de víboras, sepulcros blanqueados… Me honráis con los labios, pero vuestro corazón está lejos de mí! (Mt 23, 1ss)? Y sigue diciendo: No todo el que dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino aquel que pone en práctica la voluntad de mi Padre (Mt 7,21). Y la voluntad del Padre es: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, acoger al forastero… (Mt 25, 35-36).

El grito de dolor de los inmigrantes, la impotencia y angustia de muerte de los quince subsaharianos ha llegado al corazón de Dios. ¿Sonará también su grito en los templos, en los palacios episcopales, en las catedrales y en las homilías dominicales? Otro grito más fuerte, que no hay poder político o religioso que lo ahogue, se oye hasta donde no quisieran que se oyera. Es la voz de Dios que nos interpela: “¿Dónde está tu hermano? Su muerte me pide a gritos que haga justicia”.

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