Estamos casi al final del sermón del monte de Mateo. Al proponer la lectura del evangelio de hoy, la liturgia se ha saltado tres temas importantísimos del relato: limosna, oración y ayuno. Son temas más propios de la cuaresma que estamos a punto de empezar y que se tratarán allí ampliamente.
Hoy se nos propone una seria reflexión sobre lo que es importante y lo que essecundario a la hora de determinar los objetivos de nuestra vida. Lo realmente importante lo tendremos siempre porque no depende de nosotros, sino de Dios mismo. La confianza total tiene que estar fundamentada en esta realidad. Aunque lo secundario nos falle, mi confianza en lo esencial debe permanecer inalterable. No es un tema fácil el que nos propone el evangelio de hoy. Lo que nos pide Jesús es un equilibrio entre lo material y lo espiritual, muy difícil de conseguir. Se puede pecar por los dos extremos. Estar volcado sobre lo material buscando todas las seguridades para satisfacer mis necesidades materiales y de esta manera olvidarse de que el ser humano debe aspirar a algo más que las exigencias de los instintos y sentidos. O por otra parte, despreocuparse completamente de procurar el sustento el vestido y todo lo que es imprescindible para conservar la vida, olvidando que tengo obligación de mantenerla. Ya Pablo vio este peligro y decía en una ocasión: “El que no trabaja, que no coma..." No se nos pide que nos despreocupemos de las cosas materiales sino que no nosagobiemos por satisfacer esas necesidades. Tenemos obligación de procurar lo necesario para la vida, pero sin poner el objetivo de la existencia en ello. Comer para vivir y no vivir para comer. Es decir, preocuparme por satisfacer las necesidades de mi cuerpo, pero no quedarme simplemente en eso, sino buscar, además, mi plenitud como persona. No se trata de una nueva escala de valores que Jesús se haya sacado de la manga. Se trata de tomar conciencia, como él, de que las exigencias de mi verdadero ser tienen un valor superior a todas las exigencias biológicas y sicológicas. Mientras no descubra mi verdadero ser y sus exigencias, será inútil que me dedica a hacer programaciones o a renunciar a lo que sigo pensando que es lo más importante para mí. El problema que tiene el ser humano, es que puede desligar en cada instinto el objetivo final que cada uno tiene asignado y el placer que produce satisfacer esos instintos. La evolución ha desarrollado gratificaciones automáticas agradables cada vez que sacio el apetito. Es precisamente una manera de garantizar que se cumpla el objetivo final que es alimentarme. El hombre, sin embargo, puede comer únicamente para disfrutar del placer, sin buscar el aspecto de alimentación, e incluso yendo en contra de la salud del cuerpo. Cuando ponemos nuestra inteligencia superior al servicio de la parte inferior, estamos tergiversando el instinto y lo convertimos en algo malo. El espectacular desarrollo del cerebro permite al ser humano conseguir, con mayor facilidad que los animales, lo necesario para mantener la salud; de este modo, puede emplear tiempo y energías para desarrollar su capacidad mental, que le permite crecer en humanidad. Este crecimiento espiritual es, en este estadio de la evolución su verdadero objetivo. Si olvidando esta posibilidad se encierra en su animalidad, por mucho placer que pueda proporcionarle, se quedará sin alcanzar su última y verdadera meta. El problema está en que una vez que me he acostumbrado a buscar el placer sensorial, cada vez que prive a un sentido o instinto de ese placer sensible, el organismo biológico responderá causando dolor. Superar ese dolor es imprescindible si de verdad quiero llegar a una plenitud humana. La única manera de superarlo es tener claro cuál es mi verdadero objetivo y descubrir las ventajas de ese esfuerzo que me traerá otra clase de satisfacciones mucho más profundas y humanas. Ya en la primera alternativa que propone el texto, deja bien clara la postura del todo el párrafo. No podéis servir a Dios y al dinero. Debemos recordar que “mammona” era el dios dinero, y por lo tanto se trata de un servicio de adoración y sumisión. Esto es muy importante porque demuestra que no nos está haciendo la comparación entre una cosa y Dios, sino la contraposición de dos dioses. La traducción que reflejaría lo que dice el texto griego podría ser: no podéis servir al dios Mammon y al verdadero Dios. No quiere decir que usar el dinero sea idolatría. Lo que nos destroza es convertirnos en esclavos del dinero, porque esa actitud está manifestando nuestro apego a todo aquello que podemos adquirir con él. Servir a Dios no significa machacarse en aras de un ser superior que me exige pleitesía y vasallaje. Así lo entendieron los seres humanos durante mucho tiempo. Se trata de llegar al máximo posible de mi plenitud, respondiendo así a lo que el creador “espera” de mí. Dios no puede querer de mí nada para Él. Lo único que espera de mí es que sea yo. No se trata de sacrificarse, sino de descubrir qué es lo mejor para mí, teniendo en cuenta mis posibilidades como ser humano, sin caer en la trampa de conformarme con una vida puramente animal, por muy placentera que pueda ser. Mirad las aves del cielo, mirad los lirios del campo. Hay que tener mucho cuidado con los ejemplos de los lirios y los pájaros. La comparación está hecha desde la idea de un Dios intervencionista, que influye directa y puntualmente en todos los acontecimientos de la historia, sean cósmicos o minúsculos. No somos lirios, y por lo tanto, tenemos la obligación de “ocuparnos” de las necesidades que nuestra biología exige. Tampoco somos pájaros, pero fijaros que los pájaros ya se ocupan de buscar el alimento cada día. No siembran, pero si recogen, aunque no almacenen. Muchos otros animales han aprendido a recoger y almacenar cuando hay abundancia de comida, para disponer de alimentos cuando falten. Lo que no hacen los animales es sufrir, no por hambre, sino por la pura especulación de que en un momento futuro les puedan faltar los alimentos. Lo que nos quiere decir el texto es que la tierra produce alimento para todos. Si la comida no llega a todos, o es porque no se busca con ahínco o es porque alguno la acapara. En el caso del hombre, tiene además la inteligencia necesaria para producirla, aunque también tiene el egoísmo de acapararla y no dejar que llegue a los demás; o de no hacer lo necesario para que llegue a todos. Incluso se ha llegado al disparate de preferir destruirla a facilitar la llegada al que la necesita. Con frecuencia se ha predicado una engañosa confianza en Dios, esperando de Él todo lo que necesitamos aun en los aspectos más peregrinos. De muchos santos se ha alabado esta total confianza en Dios e incluso se ha sugerido que esa era la auténtica confianza, y que todo el que no llegara a ella, era imperfecto. Dejar en manos de Dios la satisfacción de mis necesidades biológicas es una falta total de responsabilidad, y si en alguna ocasión se ha interpretado que Dios accedía a esas necesidades, no es más que una mala interpretación de los acontecimientos. Dios no es un tapa-agujeros, y menos va a sacarnos las castañas del fuego cuando lo podemos hacer nosotros tan ricamente. No estéis agobiados pensando qué vais a comer o qué vais a vestir. Por dos veces se repite esta frase en la lectura de hoy. La importancia de este mensaje estriba en que entre todas las necesidades biológicas, las más perentorias para un ser humano son la comida y el vestido. Si ni siquiera las necesidades más urgentes nos tienen que preocupar en exceso, mucho menos todas las restantes que no llegan a tener esa urgencia. Buscar primero el Reino de Dios. El Reino no se identifica con nada externo que tenga que venirnos de fuera, ni con nada que pueda cambiar mi aspecto biológico. El Reino es Dios mismo como fundamento inquebrantable de todo lo que soy. Todo lo demás no afecta a lo que realmente soy. Lo consiga o no lo consiga, mi verdadero yo no quedará afectado para nada. Aunque me falte la comida hasta morir de hambre, puedo seguir en mi plenitud de humanidad. Nuestra primera preocupación debe estar en desarrollar nuestro verdadero ser, todo lo demás, aunque sea imprescindible, es secundario. Para mí, el resumen del mensaje está en la última frase: no os preocupéis por el mañana, a cada día le basta su propio afán. Aquí puede estar la verdadera enseñanza de los lirios y los pájaros. Nos invita a vivir el presente como la única manera de escapar a las tenazas de los razonamientos que pretenden engrandecer el ego y hacernos ver que si no lo potenciamos y le aseguramos su permanencia quedaremos sin consistencia. Todos los agobios proceden del falso yo individualista y egocéntrico, que pretende acaparar la atención y no deja espacio para descubrir lo que somos realmente. El único camino para escapar a ese agobio será descubrir que no soy ese ‘yo’ preocupado por permanecer, sino otra realidad que ‘es’ más allá de todas las apariencias. Meditación-contemplación Somos mucho más que lirios o gorriones. Ellos colman su existencia desplegando su biología. En nosotros la biología no es la meta. Es necesaria, pero no es lo más importante. ………………. Si eres un ser humano, tu plenitud estará en lo humano. Tienes que ocuparte y preocuparte de tu biología, pero debes tomar conciencia de tus posibilidades, más allá de un perfecto estado biológico. ………….. No hay oposición entre mi biología y mi espiritualidad. Lo que me pide el evangelio es una valoración adecuada de cada una. Lo espiritual sería imposible sin lo biológico. Lo biológico cobra pleno sentido si se ordena a lo espiritual.
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«Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura». Las palabras de Jesús no pueden ser más claras. Lo primero que hemos de buscar sus seguidores es "el reino de Dios y su justicia"; lo demás viene después. ¿Vivimos los cristianos de hoy volcados en construir un mundo más humano, tal como lo quiere Dios, o estamos gastando nuestras energías en cosas secundarias y accidentales?
No es una pregunta más. Es decisivo saber si estamos siendo fieles al objetivo prioritario marcado por Jesús, o estamos desarrollando una religiosidad que nos está desviando de la pasión que llevaba él en su corazón. ¿No hemos de corregir la dirección y centrar nuestro cristianismo con más fidelidad en el proyecto del reino de Dios? La actitud de Jesús es diáfana. Basta leer los evangelios. Al mismo tiempo que vive en medio de la gente trabajando por una Galilea más sana, más justa y fraterna, más atenta a los últimos y más acogedora a los excluidos, no duda en criticar una religión que observa el sábado y cuida el culto mientras olvida que Dios quiere misericordia antes que sacrificios. El cristianismo no es una religión más, que ofrece unos servicios para responder a la necesidad de Dios que tiene el ser humano. Es una religión profética nacida de Jesús para humanizar la vida según el proyecto de Dios. Podemos "funcionar" como comunidades religiosas reunidas en torno al culto, pero si no contagiamos compasión ni exigimos justicia, si no defendemos a los olvidados ni atendemos a los últimos, ¿dónde queda el proyecto que animó la vida entera de Jesús? Tal vez, la manera más práctica de reorientar nuestras comunidades hacia el reino de Dios y su justicia es comenzar por cuidar más la acogida. No se trata de descuidar la celebración cultual, sino de desarrollar mucho más la acogida, la escucha y el acompañamiento a la gente en sus penas, trabajos y esperanzas. Compartir el sufrimiento de las personas nos puede ayudar a comprender mejor nuestro objetivo: contribuir desde el Evangelio a un mundo más humano. En su primera encíclica, Juan Pablo II, recogiendo una idea importante del Concilio Vaticano II, nos recordó a los cristianos cómo hemos de entender la Iglesia. Lo hizo de manera clara. "La Iglesia no es ella misma su propio fin, pues está orientada al reino de Dios del cual es germen, signo e instrumento". Lo primero no es la Iglesia, sino el reino de Dios. Si queremos una Iglesia más evangélica es porque buscamos contribuir desde ella a buscar un mundo más humano. La confianza impregna todo el evangelio. La vida de Jesús, sus dichos y sus parábolas contagian una actitud radicalmente confiada ante la vida. Y en él suena más verdadera, porque la suya no fue una vida fácil, sino que estuvo marcada por la incomprensión, el conflicto, el aparente fracaso y la muerte violenta. En medio de todo ello, se eleva la persona serena de Jesús para decir: “Tened confianza”.
El cuarto evangelio, que parece acertar especialmente en recoger lo que fueron las actitudes fundamentales del Maestro –aunque luego las haya elaborado desde la perspectiva propia de la comunidad en la que se escribe-, hace de la confianza uno de los regalos del Maestro en su “testamento espiritual”: “No os inquietéis. Confiad en Dios y confiad también en mí” (14,1). “Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar. ¡No os inquietéis ni tengáis miedo!” (14,27). “En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo, yo he vencido al mundo” (16,33). La confianza no es indiferencia ni pasividad. La imagen de los pájaros y de los lirios no es un canto a la dejadez, sino una llamada de atención para evitar la preocupación y el agobio. No somos pájaros ni lirios; eso significa que debemos trabajar para comer y para vestirnos. Pero de ellos podemos aprender a “estar” o a “ser”, confiadamente, porque de fondo estamos sostenidos por el Padre, la Fuente y Sabiduría de la Vida, en quien podemos abandonarnos. Jesús no nos previene frente al trabajo, sino frente al agobio, a la vez que nos alerta para distinguir las prioridades. El agobio nace siempre de una mente no observada, del parloteo mental, o lo que es lo mismo, del ego. Podemos constatar que siempre que nos sentimos agobiados, estamos identificados con nuestro yo y nos hallamos viviendo en la cabeza. A su vez, estar en la mente significa estar fuera del presente y, por tanto, sin contacto con la Vida ni con el Ser, que son la fuente de la quietud que se halla en nuestro interior. Por fin, estar en la mente significa hallarnos identificados con el yo, que es inconsistente. Vacío como es, está afectado de insatisfacción, en la creencia de que siempre le falta “algo” para estar completo o sentirse plenamente bien. Esto explica por qué vive siempre proyectado hacia el futuro. Si el agobio es connatural a la mente, al yo y a la huida hacia el futuro,la confianza y la quietud únicamente habitan en el presente. Y eso es justamente lo que podemos aprender de los pájaros y de los lirios: a vivirnos anclados en el momento presente. Las palabras de Jesús se revelan profundamente sabias, también por las conexiones que establecen: “no os agobiéis pensando...; no os agobiéis por el mañana...; a cada día le bastan sus disgustos”. El agobio aparece vinculado al pensamiento y al mañana. Frente a eso, se trata de aprender a venir al “cada día”, al instante presente, en un proceso de reeducación constante por el que aprendemos a habitar el “aquí y ahora”. Sólo aquí y ahora: ¿cómo adiestrarnos en ello? “Volcándonos” en aquello que estamos haciendo o en lo que nos está llegando a través de los sentidos: el agua al lavarnos, la fruta al desayunar, los pies al caminar, las personas a las que nos dirigimos, el azul del cielo, la hermosura de la naturaleza… Para ejercitarnos en venir al presente, necesitamos estar en contacto con nuestro cuerpo. El es la gran puerta que nos introduce en el aquí y ahora. Basta poner en él nuestra atención, para seguir sintiendo su “energía” –el “cuerpo interno”- y descubrirnos en el presente. Dentro de la escucha al cuerpo, merece una referencia aparte laatención a la respiración. El doctor Mario Alonso, entrevistado hace unos años en La Vanguardia, afirmaba: “Se ha demostrado en diversos estudios que un minuto entreteniendo un pensamiento negativo deja el sistema inmunitario en una situación delicada durante seis horas. El distrés, esa sensación de agobio permanente, produce cambios muy sorprendentes en el funcionamiento del cerebro y en la constelación hormonal. Tiene la capacidad de lesionar neuronas de la memoria y del aprendizaje localizadas en el hipocampo. Y afecta a nuestra capacidad intelectual porque deja sin riego sanguíneo aquellas zonas del cerebro más necesarias para tomar decisiones adecuadas. Pues bien, un valioso recurso contra la preocupación es llevar laatención a la respiración abdominal, que tiene por sí sola la capacidad de producir cambios en el cerebro. Favorece la secreción de hormonas como la serotonina y la endorfina y mejora la sintonía de ritmos cerebrales entre los dos hemisferios”. Pero Jesús no sólo nos previene frente al agobio, sino que tiene cuidado en señalar las prioridades que nos permitirán encontrar la paz que él vivió. La prioridad, dice él, consiste en “buscar el Reino y su justicia”. Todo lo demás se nos dará “por añadidura”. A veces se ha entendido “buscar el Reino” como un “compromiso” que, en no pocos casos, resultaba agotador y, por tanto, fuente del agobio que la palabra de Jesús quería hacernos evitar. Buscar el Reino, en este contexto –y llegando hasta la raíz más profunda-, parece que no significa otra cosa que reconocer nuestra verdadera identidad –la “Identidad compartida”-, más allá del yo con el que solemos estar identificados. El ego es fuente de agobio; cuando podemos “dar un paso atrás” y observarlo en la distancia y nos reconocemos como la Conciencia ecuánime o la Presencia atemporal, emerge la paz y empezamos a saborear lo que es el “Reino de Dios”. Y siempre que nos vivimos desde ahí, estamos practicando su “justicia”. El yo puede decir que se compromete por el Reino, pero mientras pongamos el acento en el hacer, ignorando quiénes somos, aun con nuestra mejor voluntad, seguiremos lejos del “Reino”. Para quienes procedemos de una tradición y práctica religiosa, la palabra de Jesús puede remitirnos al Fondo amoroso de la Vida, al Misterio inefable que todo lo llena y en el que todos somos –y que él llamaba “Abba”, Padre querido-, para dejarnos descansar y reconocer en él. En esa entrega amorosa y confiada, acallando poco a poco la mente, nos vamos dejando ahondar en la experiencia de Unidad –el “Reino de Dios”- que se nos irá regalando. Esa Unidad, que sabe a Amor y a Presencia, es el “Reino de Dios”. En ella descubrimos, a la vez, nuestra identidad más honda –en comunión con todos los seres- y la fuente de toda quietud y confianza: ahí todo está bien; ésa es la fuente de toda confianza. Necesitamos cultivar el silencio, la humildad, la aceptación de toda nuestra verdad y la apertura al Misterio que somos –más allá de nuestro yo-, para reencontrarnos y descansar en él: todo lo demás “se nos dará por añadidura”. Luego, cuando en la vida cotidiana nuestra mente nos introduzca en cualquier tipo de agobio, bastará que, con ayuda del cuerpo y de la respiración, entremos en contacto con esa quietud interna –la serenidad del presente- para volver a reconocernos y vivirnos en quienes somos. La confianza no es el resultado de nada que podamos hacer, sino unacaracterística más de la Presencia. Por eso, basta venir al presente, para que ella se manifieste. Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo por: John Shelby SPONG, obispo emérito de Newark NJ, EEUU2/25/2011 Este texto está tomado del primer capítulo de su libro «Un nuevo cristianismo para un mundo nuevo»,
publicado por Abya Yala, Ecuador, Quito, enero de 2011, 215 pp Soy cristiano. Serví a la Iglesia cristiana durante 45 años como diácono, presbítero y obispo. Hoy sigo sirviendo a esa Iglesia de diversas formas, después de mi jubilación oficial. Creo que Dios es real y que vivo profunda y significativamente relacionado a esa Realidad divina. Proclamo a Jesús mi Señor. Creo que él es el mediador de Dios de una forma poderosa y única en la historia humana y en mi vida. Creo que mi vida personal sufrió un impacto tremendo y decisivo no sólo por la vida de ese Jesús, sino también por su muerte y, claro está, por la experiencia pascual que los cristianos conocen como la resurrección. Buena parte de mi vida la he pasado buscando una forma de expresar ese impacto e invitar otras personas a entrar en lo que sólo puedo designar como “la experiencia de Cristo”. Creo que en este Cristo descubrí la base del significado de la ética, la oración, la adoración, y hasta de la esperanza de vida más allá del límite de mi mortalidad. Quiero que mis lectores sepan quién escribe estas palabras. No quiero ser culpable en absoluto de ocultar la verdad. Me defino primero y sobre todo como un creyente cristiano. Sin embargo, no defino a Dios como un ser sobrenatural. No creo en una divinidad que ayude a una nación a vencer una guerra, que intervenga en la cura de una persona amada, que permita a cierto equipo derrotar sus adversarios, ni que altere el tiempo para beneficiar a alguien, sea quien sea. No me parece apropiado fingir que esas cosas son posibles cuando todo lo que sé sobre el orden natural del mundo en el que vivo proclama lo contrario. Puesto que no considero a Dios como un ser, tampoco puedo interpretar a Jesús como la encarnación de ese Dios sobrenatural, ni puedo asumir con credibilidad que él tenga el poder divino suficiente para hacer cosas tan milagrosas como calmar las olas del mar, expulsar a los demonios, caminar sobre el agua o multiplicar cinco panes para alimentar a cinco mil personas. Si tengo que proclamar la naturaleza divina de ese Jesús, tendrá que ser sobre otras bases[1]. Los milagros naturales -estoy convencido-, dicen mucho sobre el poder que las personas le atribuyeron a Jesús, pero no dicen nada sobre lo que ocurrió realmente. No creo que este Jesús pudiera, literalmente, resucitar a los muertos, curar parálisis médicamente diagnosticadas, devolver la vista a los ciegos de nacimiento o a quienes hubieran la visión por otra causa. Tampoco creo que él hizo oír a alguien que había sido sordo y mudo de nacimiento. Las historias de curación pueden ser vistas de diversas formas. Considerarlas sobrenaturales o milagrosas es, en mi opinión, la posibilidad menos creíble de todas. No creo que Jesús vino al mundo nacido milagrosamente de una virgen, ni que ocurran partos virginales, excepto en la mitología. No creo que una estrella, literalmente, guió a los reyes magos a llevar regalos a Jesús, ni que los ángeles cantaron anunciando su nacimiento a los pastores. No creo que Jesús nació en Belén, ni que haya huido a Egipto para escapar de la ira del rey Herodes. Considero todo eso leyendas que posteriormente fueron transformadas en historia, conforme la tradición iba creciendo y se desarrollaba, mientras las personas trataban de entender el significado y el poder de la vida de Cristo[2]. No creo que la experiencia celebrada en la Pascua por los cristianos sea la resurrección física del cuerpo de Jesús, muerto tres días antes, ni creo que alguien haya hablado literalmente con él después del momento de la resurrección, le haya dado comida, haya tocado en su carne resucitada, ni que él haya caminado físicamente con su cuerpo resucitado. Me parece interesante el hecho de que todas las narraciones que hablan de esos encuentros ocurren solamente en los evangelios posteriores. No creo que la resurrección de Jesús haya sido señalada literalmente por un terremoto, un anuncio de los ángeles o una tumba vacía. Todo eso lo considero también como tradiciones legendarias de un sistema religioso en un proceso de maduración[3]. No creo que Jesús, en el final de su viaje terrenal, haya regresado a Dios ascendiendo literalmente a un cielo ubicado en algún lugar sobre las nubes. Mi conocimiento del tamaño del universo reduce ese concepto a un sinsentido. No creo que Jesús fundó una iglesia, ni que haya establecido jerarquía eclesiástica, iniciada por los doce apóstoles que perdura hasta nuestros días. No creo que haya creado los sacramentos como medios especiales de gracia, ni que esos medios sean o puedan ser controlados por la Iglesia y por lo tanto tengan que ser presididos por el clero. Todas esas cosas representan para mí un intento de los seres humanos de ganar poder para sí mismos y para sus particulares instituciones religiosas. No creo que los seres humanos nazcan en pecado y que, a menos que sean bautizados o de alguna forma salvados, vayan a ser expulsados para siempre de la presencia de Dios. Considero que el concepto mítico de la caída del ser humano a algún status negativo, no es una visión correcta de nuestro comienzo, ni de origen del mal. Concentrarnos en la caída de la humanidad como un estado de pecado, y sugerir que ese pecado sólo puede ser vencido por una iniciativa divina que restaure la vida humana a un status pre-caída que nunca estuvo, son conceptos muy extraños para mí, que sirven, otra vez, principalmente para construir el poder institucional[4]. No creo que las mujeres sean menos humanas ni menos santas que los hombres, y, por lo tanto, no me puedo imaginar formando parte de una Iglesia que, de alguna forma, discrimine a las mujeres, o sugiera que la mujer no es apta para ejercer cualquier vocación que la Iglesia ofrezca a su pueblo, desde el papado hasta las funciones más humildes de servicio. Considero que la tradicional exclusión de las mujeres de las posiciones de liderazgo en la Iglesia no es una tradición sagrada, sino una manifestación del pecado del patriarcado. No creo que los homosexuales sean personas anormales, mentalmente enfermas o moralmente depravadas. Además, considero que cualquier texto sagrado que sugiera eso está equivocado y mal informado. Mis estudios me llevaron a la conclusión de que la sexualidad en sí, incluyendo todas las orientaciones sexuales, es moralmente neutra, por lo que puede ser vivida positiva o negativamente. Me parece que el espectro de la experiencia sexual humana es muy amplio. En ese espectro, un determinado porcentaje de la población, en todas las épocas, se ha orientado hacia las personas del mismo sexo. Sencillamente así es la vida. No me puedo imaginar ser parte de una Iglesia que discrimine a los homosexuales o a las lesbianas por lo que son. Ni quiero participar en prácticas eclesiásticas que considero basadas en una ignorancia prejuiciosa[5]. No creo que la pigmentación de la piel ni el origen étnico constituyan un asunto de superioridad o inferioridad, y considero inaceptable cualquier sistema social, incluso cualquier parte de la Iglesia cristiana, que opere con ese presupuesto. Los prejuicios de los seres humanos basados en racismos son para mí, simplemente, manifestaciones de pasados tribales; son prejuicios negativos que los seres humanos desarrollaron en su lucha por la supervivencia[6]. No creo que todas las éticas cristianas fueran inscritas en piedra ni en las páginas de las Escrituras, quedando así establecidas para siempre. Soy consciente de que “el tiempo deteriora lo que antiguamente fue bueno”[7], y que el prejuicio fundado en definiciones culturales negativas ha sido, durante siglos, la base sobre la que los cristianos han oprimido a las personas de color, a las mujeres y a aquellos cuya orientación no ha sido heterosexual[8]. No creo que la Biblia sea la “palabra de Dios” en sentido literal. No la considero como la fuente principal de la revelación divina. No creo que Dios haya dictado su texto ni que haya inspirado integralmente su producción. Veo la Biblia como un libro humano que mezcla la profunda sabiduría de los sabios a través de los siglos con las limitaciones de la percepción humana de la realidad en un determinado momento de la historia humana. Esta combinación ha marcado nuestras convicciones religiosas como testimonios ambivalentes de esclavitud y emancipación, inquisiciones y progresos teológicos, libertad y opresión[9]. Supongo que podría prolongar esta letanía de creencias y no creencias durante muchas páginas, pero estos pocos ejemplos son suficientes para plantear las cuestiones que quiero desarrollar. La pregunta principal que quiero plantear con este libro es la siguiente: ¿puede persona declararse cristiana, con coherencia, y al mismo tiempo desechar, como acabo de hacer, tantas cosas que tradicionalmente han definido el contenido de la fe cristiana? ¿No sería más sensato y más honesto hacer como tantos otros de mi generación: simplemente desligarme de ese “sistema de fe” de nuestros antepasados? ¿Debería renunciar a mi propio bautismo y negar ser discípulo de Jesús, asumir la ciudadanía de la ciudad secular, y volverme miembro de la Asociación de Ex Alumnos de la Iglesia? ¿Qué me impide dar los pasos necesarios para abandonar mis compromisos de fe? ¿Falta de fuerza de voluntad, algún apego irracional y emocional que no logro romper, o será deshonestidad espiritual? Ciertamente esa opción haría mi vida mucho más fácil, menos complicada. Para muchos, tanto de la Iglesia cristiana como de la sociedad seglar, representaría un acto de coherencia. Sin embargo, no sería honesto ni seria verdadero con mis más profundas convicciones. Mi fe nunca ha sido para mí un problema. El problema ha sido siempre la forma literal que los seres humanos han escogido para articular esa fe. He optado, pues, por el camino más duro, el más complicado, a pesar de que muchas veces eso ha amenazado con romper mi alma. Al seguir ese mi camino me he sometido a una enorme hostilidad religiosa de los seguidores de mi tradición de fe, que se sentían amenazados por ello, y también, me he expuesto al despido sumario de parte mis amigos seglares, que me consideran una reliquia religiosa de la Edad Media. Frente a la hostilidad religiosa por un lado y por el otro al desprecio de mi propia incapacidad para rechazar mi fe tradicional, sigo insistiendo en que soy cristiano. Me apego con firmeza a la verdad afirmada en primer lugar por Pablo de que “Dios estaba en Cristo” (2 Cor 5,19). Busco la experiencia de Dios que creo que está detrás de las explicaciones bíblicas y teológicas que, a través de los siglos, han tratado de interpretar a Jesús. Creo que es posible separar la “experiencia” de la “explicación”, y reconocer que las palabras del pasado se hicieron cada vez menos adecuadas para captar definitivamente la esencia de cualquier experiencia. Por lo tanto invito a la Iglesia a un cambio radical en la manera con la que tradicionalmente ha proclamado su mensaje, en la forma como se ha organizado para ser depositaria de esa reserva de poder espiritual, y en la forma en la que ha pretendido hablar en nombre de Dios a través de la historia humana. Estoy seguro de que la revaloración del cristianismo que quiero desarrollar tendrá que ser tan completa que provoque que algunas personas teman que el Dios que tradicionalmente adoraron está, de hecho, muriendo. La reforma necesaria ahora, en mi opinión, deberá ser tan absoluta que, en comparación, la Reforma del siglo XVI parecerá un juego de niños. Mirando atrás, aquella Reforma versó sobre cuestiones de autoridad y orden. La nueva reforma será profundamente teológica y necesariamente desafiará todos los aspectos de nuestra historia de fe. Porque creo que el cristianismo no puede seguir siendo el espectáculo religioso irrelevante al que ha sido reducido, quiero involucrar a las mejores mentes del milenio en esta reforma. Espero que nosotros los cristianos no temblaremos frente la audacia de este reto. Hoy nos enfrentamos, como intentaré documentar, a un cambio total en la manera como las personas modernas perciben la realidad. Este cambio proclama que la forma en la que el cristianismo fue formulado tradicionalmente, ya no tiene credibilidad. Por eso, el cristianismo que conocemos da, cada vez más, señales de rigor mortis. El cristianismo postula un Dios teísta, que hace cosas sobrenaturales, muchas de las cuales son consideradas inmorales para nuestras normas actuales. Este Dios, por ejemplo, es descrito en las Escrituras castigando a los egipcios con una plaga tras otra, una de las cuales incluía el asesinato del primogénito de cada familia egipcia, en una campaña divina para liberar de la esclavitud al pueblo elegido (Ex 7,10). Después ese Dios abrió el Mar Rojo para permitir la huida de los hebreos de su vida de esclavitud, y lo cerró justo a tiempo para ahogar al ejercito de los egipcios (Ex 14). ¿Es esa la obra de un Dios moral? ¿Esos actos no reflejan un Dios que los egipcios jamás podrían adorar? ¿Podría cualquiera de nosotros? ¿Queremos creer en tal deidad? Es atribuido al Dios teísta de las Escrituras el acto de haber detenido al Sol en su camino (como si el Sol girara en torno de la Tierra) para ofrecer tiempo de luz suficiente para que Josué matara a todos los amorreos en una batalla (Jos 10). ¿Justifica eso la acción divina? Dejando de lado cualquiera especulación sobre lo que le podía haber ocurrido a la fuerza de la gravedad como consecuencia de tamaña intervención mágica en el universo, seguimos preguntándonos si los amorreos podrían adorar a un Dios de este tipo. ¿Podrían creer que el valor de la vida humana es infinito, cuando los prejuicios tribales eran confundidos con la voluntad de Dios de esa manera? ¿Podemos creer en eso hoy? Ese mismo texto bíblico de Josué permitió a la jerarquía de la Iglesia Católica Romana forzar a Galileo, el científico del siglo XVII, a negar bajo pena de muerte, su afirmación “no bíblica” de que la Tierra no era el centro del universo, sino que de hecho, giraba alrededor del Sol. Aunque las conclusiones de Galileo hicieron posible la exploración moderna del espacio iniciada en 1950, no fue hasta 1991 que la Iglesia cristiana, representada por el Vaticano, finalmente admitió públicamente que él estaba en lo correcto, y que la Iglesia se equivocó al condenarlo. A esas alturas, ni a Galileo ni a la comunidad científica del mundo le importó lo que la voz oficial de la Iglesia declaró sobre su trabajo. Como observó Paul Davies, renombrado físico vencedor del Premio Templeton, de todos modos el Dios trivial que él había conocido en la Iglesia ya no era suficientemente grande para ser el Dios de su mundo[10]. ¿Alguien tiene dudas sobre qué lado de este conflicto tendrá la razón con el paso del tiempo? El cristianismo, utilizando el concepto judío del día del perdón, Yom Kippur, ha interpretado tradicionalmente la muerte de Jesús como un sacrificio ofrecido a Dios en pago por nuestros pecados. Se ha deleitado en referirse a Jesús como el “Cordero de Dios”, cuya sangre lava los pecados del mundo. Este Dios, que necesita un sangriento sacrificio humano, ¿será aún merecedor de adoración hoy, cuando terminemos de tomar conciencia de esta idea ofensiva? Utilizando otra parte de la tradición judía, esta vez la fiesta llamada Pesaj (Pascua), los cristianos desarrollaron el contexto de la eucaristía, su principal acto litúrgico. En la Pascua original de los judíos, otro cordero había sido sacrificado, y el poder mágico de su sangre fue colocado sobre el umbral de las casas judías en Egipto, para evitar que el ángel de la muerte se confundiera y matara a los judíos en lugar de los egipcios (que sí eran considerados merecedores de tal destrucción). Entonces los judíos asaron y comieron el cordero sacrificado antes del éxodo de Egipto. Desde entonces las familias judías se reúnen cada año alrededor de la mesa para celebrar aquella antigua liberación, festejando con el cuerpo y la sangre del cordero sacrificado. Es un extraño ritual, cuando observamos sus elementos fuera del contexto litúrgico; sin embargo ha modelado la eucaristía cristiana a través de los siglos. Hoy, esos conceptos, que todavía se encuentran en el culto cristiano, provocan imágenes repugnantes para la conciencia moderna. Sospecho que este desarrollo litúrgico comenzó cuando uno de los primeros predicadores cristianos escogió como base para un sermón aquella exclamación de Pablo: “Cristo, nuestro cordero pascal, ha sido sacrificado” (1 Cor 5,7). Ese hipotético predicador relacionó entonces en la homilía la Pascua judía con la historia de Jesús, para establecer una correlación cristiana con esa práctica judía. En esa explicación, la cruz en que Jesús fue clavado, se volvió el portal del mundo. La sangre de Jesús, derramada en la cruz, fue vista como la ruptura del poder de la muerte, en favor de todos los pueblos. De esta forma, el significado de la muerte de Jesús se interpretó de modo semejante a la muerte del cordero pascual que había protegido al pueblo judío del enemigo final, en un momento pasado de crisis nacional. Sólo faltaba un corto paso para que los cristianos crearan un acto sacramental, como hicieron los judíos, que recordara esa muerte y la recreara en el presente, permitiendo simbólicamente que las personas reunidas comieran y bebieran la sangre del nuevo cordero de Dios. También era inevitable que, con el tiempo, esos símbolos fueran entendidos literalmente. Pero esos símbolos, entendidos literalmente o no, ¿todavía pueden ser traducidos para esta generación? ¿Todavía pueden tener un significado en el mundo posmoderno? La magia de acabar con el poder de la muerte poniendo sangre en el dintel de la puerta o en la cruz es extrañamente primitiva. El ritual antropófago de comer la carne del Dios muerto está lleno de antiguos matices psicológicos que alteran la sensibilidad moderna. La práctica litúrgica de representar el sacrificio de la cruz y creer que nuestra participación en esa representación es necesaria para la salvación, no es un modelo moderno convincente. De la misma manera, la idea eclesiástica de que sólo las personas ordenadas pueden presidir estos actos es ridícula para los oídos modernos. ¿Verdaderamente esperamos que estas ideas ganen la confianza de las mentes modernas? Pero, si removemos todo esto del culto cristiano, ¿qué nos queda? Creo que los cristianos necesitamos enfrentar abiertamente todas esas cuestiones y dificultades mencionadas, para luego trascenderlas con nuevas imágenes. Para los cristianos que han identificado a Dios con estas antiguas interpretaciones de la divinidad, la transición no va a ser fácil. Pero, claramente, ha llegado el momento de que todos vayamos más allá de la deconstrucción de estos símbolos inadecuados y rechazables, que históricamente han sido tan significativos en la vida de la iglesia cristiana, y dediquemos nuestra atención a la tarea de delinear la visión de lo que la iglesia puede y debe ser en el futuro. La tarea apologética principal que enfrenta la iglesia actualmente es separar lo esencial de lo irrelevante, la experiencia de Dios atemporal, de las explicaciones temporales del Dios del pasado. Deconstruir es definitivamente un camino más fácil cuando intentamos describir porqué una forma de entender un sistema religioso pasado es inadecuada. Pero es mucho más difícil dibujar la nueva visión, algo que la gente no ha probado nunca. Sin embargo, los reformadores no se pueden apoyar en los molinos de viento de la antigüedad. Tienen que elaborar nuevas visiones, proponer nuevos modelos y planear nuevas soluciones. Ésa es la tarea que me propongo realizar. No creo que ese esfuerzo atraiga especialmente el interés, ni la respuesta, del público eclesiástico. Sin embargo, eso no me preocupa, porque las personas con quienes quiero comunicarme constituyen un grupo muy específico y a ellas dirigiré mi mensaje de la manera más directa posible. No estoy interesado, por ejemplo, en confrontar ni desafiar los elementos conservadores y fundamentalistas del cristianismo actualmente dominantes. Creo que ellos morirán por su propia irrelevancia, sin mi ayuda. Han atado su comprensión del cristianismo a actitudes del pasado que están echando a perder el vino. La mejor indicación de eso es observar la utilización del término cristiano en los días de hoy. Piensa qué imagen viene a tu mente cuando un negocio se denomina “librería cristiana”, u oyes a un comentarista político que se refiere al “voto cristiano” en una elección. Las “librerías cristianas” son principalmente conocidas por su postura anti-intelectual, por el apoyo a la ciencia de la “creación” opuesta a la evolución, porque sus libros sobre educación infantil defienden métodos tiránicos que, en mi opinión, rayan en el abuso infantil; por los intentos de mantener los modelos de patriarcado que están desapareciendo, y por su negatividad hacia la homosexualidad. La Derecha Cristiana sostiene políticamente causas similares, con su oposición al aborto y la condena de la homosexualidad, que son sus detonantes emocionales. Los seguidores de ese movimiento político han envuelto estos dos temas en una cruzada moralista que desfila bajo palabras como “valores familiares” y “restaurar la integridad del gobierno y de la vida civil de América”. Sin embargo esa cruzada maneja símbolos, y no sustancia. Tanto el aborto como la aceptación de la homosexualidad son el producto de una revolución del pensamiento sexual que no fue alimentada por una inmoralidad descontrolada, como sostienen los que proponen los valores desfasados, sino por los grandes descubrimientos en el desarrollo del conocimiento y en el cambio de vida. Los que se oponen al aborto, por lo que describen como fundamentos morales, lo consideran un símbolo de la eliminación del castigo en la sexualidad. Cuando se introdujeron los métodos seguros y efectivos de control de la natalidad, en forma de píldoras, a mediados del siglo XX, y la planificación familiar se volvió una posibilidad real, esos cambios también provocaron resistencia de parte de los mismos sectores de la sociedad, y sobre la misma base. Actualmente el control de la natalidad y la planificación familiar son practicados universalmente, por lo que ningún candidato político se arriesgaría a oponerse a ello. El aborto, en cambio, todavía tiene encanto político, especialmente cuando se lo enmarca con lemas moralistas como “el derecho a la vida”, o es descrito gráficamente como un “aborto de nacimiento parcial”. Probablemente haya un consenso político actualmente en torno a la idea de que el aborto debe ser “seguro, legal y excepcional”, y, de hecho, así será cuando la sociedad acepte el hecho de que las reglas sexuales cambiaron, porque la vida misma ha cambiado. Hace cuatrocientos años la pubertad comenzaba varios años mas tarde que hoy en día. Se ha ido disminuyendo como medio año por siglo, como resultado de una alimentación más sana y un mejor cuidado médico. Sin embargo, como ahora creemos que las mujeres deben frecuentar las universidades, son capaces de realizar trabajos graduados y seguir carreras anteriormente reservadas a los hombres, como derecho, medicina, economía y hasta carreras eclesiásticas, el matrimonio se pospuso hasta después de los 25 años de edad. El periodo que quedó entre la pubertad y el matrimonio generó una revolución inevitable en la ética sexual. El problema del aborto es el último vestigio de esa revolución, y la fácil adquisición de la píldora del día siguiente, que ya se usa en la mayor parte de Europa, efectivamente terminará esta batalla. La homosexualidad es otro tema candente para la “derecha cristiana”, y, una vez más, los seguidores de ese movimiento mantienen sus prejuicios porque están significativamente mal informados. Definen la homosexualidad como una opción tomada por personas que son enfermas mentales, o moralmente depravadas. Si son enfermos mentales, esas víctimas deberían buscar curación, dicen los cristianos conservadores. Si son moralmente depravadas, deben buscar la conversión y parar sus actos pecaminosos. Esa mentalidad se enfrenta a una gran cantidad de evidencias médicas, científicas y psicológicas que indican que la homosexualidad es comparable más bien con características como ser diestro o sordo. Forma parte del propio ser de una minoría de la familia humana, y por lo tanto es algo que surge en la persona, no algo que se elige. Esas organizaciones, que en general son identificadas con el fundamentalismo cristiano o la propaganda evangélica que anuncia que son capaces de “curar” la homosexualidad, son, en mi opinión, no solo ignorantes, sino verdaderamente fraudulentas. Así que seré claro. No me dirijo a esos conservadores ni a los devotos que considero que viven fuera de la realidad. No pretendo convertirlos, discutir con ellos, ni tampoco afrontarlos, a menos que amenacen con convertirse en una mayoría que intente imponer su postura al resto del mundo. Creo que la divulgación del conocimiento logrará eventualmente que esas actitudes irrelevantes desaparezcan del debate del cristianismo futuro. Al mismo tiempo, no espero que estos esfuerzos de reforma o el planteamiento de una nueva visión del cristianismo, sean recibidos con nada más que un bostezo indiferente de parte de los miembros de nuestra sociedad que ya decidieron que cualquier religión es una superstición empleada por los débiles. Esas personas que optaron por la vida en la ciudad secular, en lugar de mantenerse ligadas a las instituciones religiosas, no tendrán interés por mi propuesta, que considerarán como un intento de hacerle cirugía plástica a un difunto… Esa actitud secularista la ilustré bellamente en un debate en el que participé recientemente en un programa de TV en Londres. Uno de los compañeros invitados, periodista iconoclasta, se identificó como ateo y se quedó bastante perturbado cuando me rehusé a repetir como un papagayo las posturas religiosos tradicionales que él estaba acostumbrado a ridiculizar. ¡Fue la primera vez que fui atacado por un ateo por no creer correctamente! El crítico tenía una larga experiencia de cómo lidiar con el punto de vista religioso tradicional, y había hecho paz con él abandonándolo por completo. Pero no sabía qué hacer con alguien que rechazaba los mismos aspectos de la religión que él mismo no aceptaba. Así que se quedó divertidamente irritado. Si mis ideas van a llamar la atención del mundo secular, será por los ataques públicos de los conservadores. Sin embargo, aunque esos ataques se vuelvan noticia, la ciudad secular probablemente no optará por adherirse a mi punto de vista. Pero será la única oportunidad que yo tenga de llamar la atención de los ciudadanos. Con toda seguridad los ataques conservadores serán vistos por los pensadores seculares como otra pelea religiosa de la cual se sienten felizmente liberados y en la cual no tienen ningún interés real. Aun en las principales tradiciones religiosas, no será fácil para mí encontrar un auditorio o establecer apoyo significativo. Las iglesias principales se dedican mucho más a conservar el poder institucional que a enfrentar las cuestiones de “vida o muerte”. El miedo que sienten los miembros de estas iglesias los llevará a comentarios del tipo: “¡Esta vez ha ido demasiado lejos!”[11]. En una ocasión oí a un ex-maestro de teología de la Universidad de Oxford, reconocido entonces como uno de los académicos anglicanos más distinguidos, mientras hablaba públicamente sobre la resurrección de Jesús. Fue una notable presentación que no ofendía a nadie, pero tampoco decía nada nuevo. Sospecho que para la mayoría de sus oyentes (y lectores) quedará como una ocasión eminentemente irrelevante. Ningún crecimiento, nada interesante, ninguna buena noticia. Sin embargo, de alguna forma, ese teólogo logró en esa oportunidad alcanzar su objetivo de difundir preguntas manteniendo un aura de sabiduría, sin aportar ninguna conclusión perturbadora ni afrontar un solo problema. A veces la ausencia de ofensa no es deliberada, sino una coincidencia. Karl Rahner, un académico muy creativo, escribió unos textos profundamente obtusos y densos, y por eso raramente leídos por las personas que se sientan en los bancos de su iglesia católica. Murió muy respetado y honrado por la alta jerarquía del Vaticano. Pero su discípulo, Hans Küng, profesor católico de teología en la Universidad de Tübingen, tenía un gran don de comunicación y se volvió el teólogo católico más leído del siglo XX. Cuando Küng escribe, la gente entiende cuáles son los temas que aborda, y responde tanto con amenazas, como con libertad. Pero, a los ojos de sus superiores eclesiásticos, Küng ha cometido un pecado imperdonable: ha permitido que las preguntas broten en el corazón de los fieles, en los cuales, según la iglesia, sólo deben residir respuestas apropiadas, y no preguntas, y, por lo tanto, ha “causado mucha inquietud en el pueblo”. Por su “pecado”, fue removido de su posición de teólogo “católico”, y sigue siendo, hasta el día de hoy, poco apreciado en su propia tradición religiosa, un mártir de la necesidad neurótica de esa Iglesia de controlar la verdad, una necesidad que, en la era actual de la información, es tan imposible como quedarse frente al mar con la esperanza de frenar una marea. La historia me demuestra que las reformas normalmente surgen de la gente. Los reformadores plantean una visión, pero si no prende en la gente, rápidamente se apaga. La experiencia me enseña a no esperar que la reforma provenga de las principales iglesias o desde sus defensores académicos, sino hasta que alguien que esté en contacto con la gente de la calle plantee las cuestiones de manera tan convincente que los líderes principales la iglesia y sus académicos se vean forzados a responder y a unirse al esfuerzo. El auditorio al que me quiero dirigir es más pequeño, más distinguido y más específico. Hablo para aquellas personas comunes que son legión. Son personas que tienen sed espiritual, pero saben que ya no pueden beber de las fuentes tradicionales del pasado. En esencia, este grupo será una pequeña minoría de la población, pero se verá aumentado por un grupo mucho más grande de compañeros de viaje que, si tienen la oportunidad de oír, van a responder. Estas personas aplaudirán, reflejando su agradecimiento profundo y verdadero. Algunas dirán: “Finalmente alguien me permitió -como si ese tipo de permiso fuera necesario- ver las cosas desde una perspectiva nueva, más allá de las formulas tradicionales que han doblegado mis anhelos religiosos”. Este grupo va a vibrar con la idea de que sus dudas y preguntas sobre Dios y la religión no las definen como locas, ni como malas. Sus dudas y cuestionamientos sólo significan que respiran el aire del siglo XXI. Van a regocijarse por encontrar finalmente una forma de conectar su cabeza con el corazón. Este grupo ha constituido mi principal auditorio durante toda mi carrera. Todavía poseen una profunda conciencia de Dios, que no encaja en los moldes que las instituciones religiosas dicen que es la única forma de pensar en Dios. Si la nueva reforma del cristianismo tiene éxito, empezará y echará raíces en este grupo, un grupo que generalmente no es visto ni oído por los líderes religiosos de nuestro mundo. En la medida en que los distintos públicos reaccionen e interactúen con mis sugerencias y propuestas, valdrá la pena tener presente la pregunta que quiero abordar en este libro, presentada al principio de este texto: el cristianismo radicalmente reformado al que convoco, ¿estará suficientemente conectado e identificado con el cristianismo pasado para que pueda ser reconocido no sólo como su heredero, sino como parte de la misma tradición de fe? Si la respuesta es no, como afirmarán muchos de mis críticos, entonces sus acusaciones, de que quiero crear una nueva religión, tendrán fundamento. Sin embargo sospecho que la respuesta a esa acusación puede quedar en duda durante muchos años, tal vez por una o dos generaciones. Estoy profundamente consciente de que estoy caminando sobre el filo de la navaja, tanto la de la fe como la de la práctica, pues una solución para la enfermedad del cristianismo puede ser a la vez una curación fatal. Mi esperanza más profunda es que la Iglesia, en sus innumerables formas institucionales, no se precipite en juzgar, sino que permita que el tiempo determine si soy amigo o enemigo, profético en mi visión, o engañado por la arrogancia. Permítanme, sin embargo, afirmar, para empezar, tanto mi deseo consciente como mi convicción. Busco reformar y repensar algo que amo. No tengo ninguna intención de intentar crear una nueva religión. Soy cristiano e iré a mi tumba como miembro de esa familia de fe. Considero que cualquier esfuerzo para construir una nueva religión está condenado al fracaso, inevitablemente, desde el inicio. Ninguna religión, incluido el cristianismo, nació como algo nuevo. Los sistemas religiosos siempre representan un proceso en evolución. El cristianismo, por ejemplo, evolucionó del judaísmo, que de hecho se formó en parte por las religiones de Egipto, Canaán, Babilonia y Persia. El recorrido cristiano por el dominio del mundo occidental fue marcado por la incorporación de elementos de los dioses del Olimpo, del mitraísmo y de los cultos mistéricos del Mediterráneo. Mientras el cristianismo se mueve actualmente en el mundo moderno, empieza a reflejar ideas recogidas de otras grandes religiones humanas. La evolución es el modo del caminar de las religiones a través de la historia. Lo que me propongo hacer es simplemente delinear la evolución futura de esta tradición de fe. Dejo a los futuros críticos y creyentes juzgar si el cristianismo que sobreviva en este siglo XXI todavía seguirá estando conectado con el cristianismo que surgió en Judea en el primer siglo y después pasó a conquistar el Imperio Romano en el siglo IV, dominó la civilización occidental en el siglo XIII, soportó la Reforma del siglo XVI, siguió la bandera de la expansión colonial europea del siglo XIX y se encogió drásticamente en el siglo XX. Permaneceré firme en mi convicción de que la palabra Dios representa y significa algo real. De alguna manera continuaré afirmando que la figura de Cristo fue y es la manifestación de la realidad que yo llamo Dios, y que la vida de Jesús abrió para todos nosotros un camino para entrar en esa realidad. Es decir, seguiré sosteniendo que Jesús representó un momento definitivo en el recorrido humano hacia el significado de Dios. Plantearé mi visión sobre cómo creo que ese poder logra trascender el tiempo, y permite que las personas de hoy sean tocadas por él, e incluso entren en él, y necesiten comunidades de adoración y liturgias vivas. Finalmente, para realizar esa tarea, me veré obligado a arrancar de ese cristianismo del futuro cualquier intento de leer literalmente los mitos y las leyendas del pasado. Intentaré liberar al cristianismo de sus prerrogativas de exclusividad y de su necesidad de poder, que distorsionaron totalmente su mensaje. Trataré de ir detrás del sistema religioso institucional desarrollado que marcó tanto el cristianismo, y de explorar el poder que ese sistema se esforzó por explicar y organizar. Aunque estoy ansioso por escapar de esos límites, no deseo huir de la experiencia que obligó a las personas a través del tiempo hasta el día de hoy, a decir: “¡Jesús es el Señor!” Esas son mis metas. ¿Pueden ser alcanzadas? ¿O son la fantasía de alguien que está viendo las cenizas de una tradición religiosa e incluso de un largo trabajo de vida, pero es incapaz de admitir que no pueden ser reavivadas? Dejaré que mis lectores decidan. En cuanto a mí, creo que ésta es la única manera de continuar fiel a las promesas bautismales que hice hace tantos años: “Seguir a Cristo como mi Señor y Salvador, buscar a Cristo en todas las personas, y respetar la dignidad de todo ser humano”[12]. ——————————————————————————– [1] He tratado estas cuestiones con más detalle en el libro Why Christianity Must Change or Die: a Bishop Speaks to Believers in Exile. [2] He tratado estos temas anteriormente en el libro Born of a Woman: a Bishop Rethinks the Virgin Birth and the Treatment of Women by a Male-Dominated Church. [3] He tratado estos temas anteriormente en el libro Resurrection: Myth or Reality? A Bishop Rethinks the Meaning of Easter. [4] Para más detalles sobre estas ideas, véase mi libro Why Christianity Must Change or Die: a Bishop Speaks to Believers in Exile, cap. 6. [5] He abordado estos temas en un libro anterior llamado Living in Sin? A Bishop Rethinks Human Sexuality. [6] He discurrido sobre esa convicción de vida en el libro Here L Stand: My Sruggle for a Christianity of Integrity, Love, and Equality. [7] Esta frase es de un poema de James Russell Lowell, en [el himno "Once to Every Man and Nation Comes the Moment to Decide", himno número 519 del himnario Episcopaliano de 1940. [8] Richard Holloway, primado de la Iglesia Episcopal en Escocia, abordó esos temas en el libro Godless Morality, que fue totalmente malentendido por sus difamadores eclesiásticos, liderados por el arzobispo de la Cantuaria. [9] He desarrollado mucho más intensamente ese asunto en el libro Rescuing the Bible from Fundamentalism: a Bishop Rethinks the Meaning of Scripture. [10] Davies es el autor de Dios y la nueva física y de La mente de Dios. Esos comentarios, sin embargo, fueron hechos para mí personalmente, en una conferencia en 1984, en la Universidad de Georgetown. [11] Palabras atribuidas a Pheme Perkins, católica maestra de la cátedra de estudios de las Escrituras en la Facultad de Boston, al ser indagada sobre una de las controversias engendradas por uno de mis libros, que ella todavía no había leído. [12] Tomado de las promesas bautismales del Libro de Oración Común Episcopaliano de 1979. ——————————————————————————– Este texto está tomado del primer capítulo de su libro «Un nuevo cristianismo para un mundo nuevo», publicado por Abya Yala, Ecuador, Quito, enero de 2011, 215 pp Soy cristiano. John Shelby Spong obispo emérito de Newark NJ, EEUU En este domingo, continuamos con la lectura de las “antítesis”, que habíamos iniciado la semana anterior.
4ª. ¿Ojo por ojo? En su momento, la conocida como “ley del Talión” supuso un avance en la regulación moral del comportamiento humano, al limitarse la venganza a una acción que fuera “proporcionada” a la ofensa recibida. Ese logro, que se atribuye a Hamurabi de Babilonia (1792-1750 a.C.), es recogido expresamente en el Libro del Levítico (24,19-20) de esta manera: “Si alguno causa una lesión a su prójimo, como él hizo así se le hará: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; se le hará la misma lesión que él haya causado a otro”. Hoy, sin embargo, a pesar de que nuestros comportamientos sigan guiándose, en la práctica, por aquella misma ley, y a veces “nos pida el cuerpo” medir al otro con la misma vara que él ha usado, notamos reservas a la misma. Dentro del propio proceso evolutivo, parece que, aun con muchos altibajos y retrocesos, se está produciendo la emergencia de una conciencia más “global” o universal, a la que le repugna el enunciado mismo de la ley del Talión. De hecho, de aplicarse el principio del “ojo por ojo”, no sería extraño que todos acabáramos ciegos. Las reservas a esa ley nacen, a mi modo de ver, de una doble constatación, que podemos encontrar en todos los maestros espirituales y que se manifiestan patentemente en el mensaje de Jesús: el reconocimiento de nuestra unidad básica común –que hace que el perdón sea infinitamente más humano que la venganza- y la constatación de que el mal nace siempre de la ignorancia o inconsciencia. Como decía, el mensaje de Jesús en este punto –en estas dos últimas antítesis- es admirable y toca las cimas de la más noble aspiración humana. Por más que nos resulte utópico y difícil de alcanzar, algo en nuestro interior nos dice que es verdadero. Al escucharlo, nuestro corazón se expande, como abriéndose a dimensiones nuevas, desconocidas pero añoradas. Las resistencias al mismo nacen del yo que, ante su incapacidad radical para vivirlo, tiende a desecharlo como algo imposible. Y es así: quien aquí habla, lo hace desde “otro lugar” que no es el yo. Se está expresando desde la Conciencia unitaria, que ve a cualquier otro como “no separado” de sí mismo, por lo que trata al otro como se trataría a sí mismo. El comportamiento que propone Jesús no tiene nada que ver con principios morales ni con esfuerzos voluntaristas, sino con lacomprensión de lo que somos. Por eso, no hay lugar tampoco para el orgullo o la autosuficiencia, ni para la idea del mérito. Se hace porque seha visto. El yo no puede hacer nada sin esperar un beneficio, porque su objetivo “natural” es alimentarse a sí mismo. La conciencia unitaria ofrece otra visión radicalmente diferente, de la que nace un comportamiento nuevo. Situados en ella, somos capaces también de comprender que el mal es producido por la ignorancia. Como dice Eckhart Tolle, “en el planeta, sólo hay un perpetrador de maldad: la inconsciencia humana”. Según Lucas, Jesús mismo murió diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34). Y cuando una persona hace sólo lo que puede, porque “no ve” más, ¿cómo no perdonarla? El mensaje de Jesús parece dar por supuesto que uno mismo responde bien a las exigencias del otro porque no se siente “agraviado”. Pero,para no sentirse agraviado, es necesario no estar identificado con el yo. ¡Al yo, por el contrario, le encanta sentirse ofendido, porque ese sentimiento fortalece intensamente la sensación de su propia identidad! Pocas cosas alimentan tanto al yo como el agravio, la queja y el resentimiento…; si acaso, el elogio. Por eso se ha dicho que, si quieres ver en acción el ego de una persona, sólo hay que adularla o criticarla. Cuentan que un hombre llegó a la conclusión de que vivía muy condicionado tanto por los halagos como por la aceptación de los demás, como por sus críticas o rechazos. Dispuesto a afrontar la situación, visitó a un sabio. Este, oída la situación, le dijo: - Vas a hacer, sin formular preguntas, exactamente lo que te ordene. Ahora mismo irás al cementerio y pasarás varias horas vertiendo halagos a los muertos; después vuelve. El hombre obedeció y marchó al cementerio, donde llevó a cabo lo ordenado. Cuando regresó, el sabio le preguntó: - ¿Qué te han contestado los muertos? - Nada, señor; ¿cómo van a responder si están muertos? - Pues ahora regresarás al cementerio de nuevo e insultarás gravemente a los muertos durante horas. Completada la orden, volvió ante el sabio, que lo interrogó: - ¿Qué te han contestado los muertos ahora? - Tampoco ha contestado en esta ocasión; ¿cómo podrían hacerlo?, ¡están muertos! - Como esos muertos has de ser tú. Si no hay nadie que reciba los halagos o los insultos, ¿cómo podrían éstos afectarte? 5ª. ¿Amar sólo al amigo? Para empezar, es necesario aclarar que el Antiguo Testamento no ordenaba “aborrecer al enemigo”. Quizás se trate de un semitismo, cuyo significado sería: “no estás obligado a amar a tu enemigo”. Jesús, situado en la conciencia unitaria en la que se vivía, invita una vez más a mirar desde ella. Y lo que se ve desde ella es que no existen “enemigos”. La unidad radical –la raíz es el “Padre”- me hace ver a todos tal como Dios los ve. Durante mucho tiempo se enseñó –en una de tantas proyecciones humanas sobre la divinidad- que “Dios premia a los buenos y castiga a los malos”. Jesús dice exactamente lo contrario: Dios es bueno siempre con todos. Pero quien ha hecho un Dios vengativo, está justificando su propia venganza. Mirar como Dios mira significa situarnos más allá del yo separador, en una perspectiva que trasciende la perspectiva egoica y nos conecta con la Unidad que somos. Y en esa no-dualidad, en ausencia del yo, nos “parecemos” al Padre. Mateo, como buen judío, habla de ser “perfectos”. Lucas, con acierto, lo corregirá y dirá: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (6,36). Y tiene razón, porque a los humanos no se les puede pedir que sean “perfectos”; no sólo no está a su alcance, sino que esa demanda puede introducir en un perfeccionismo estéril y agotador. Somos llamados a ser “completos”, aceptando toda nuestra verdad –así crecemos en unificación- y abriéndonos a la identidad que trasciende el yo –y así podemos vivir la misericordia o compasión-. En estas “antítesis” –“se os ha dicho…, pero yo os digo…”- del Sermón de la montaña, se nos ponen delante cinco casos concretos que tienen que ver con la vida relacional y comunitaria: la reconciliación, la mirada limpia que no pretende poseer al otro, la veracidad y transparencia en el hablar, la no violencia (o mansedumbre bíblica) y el amor gratuito que incluye al “enemigo”. En todos ellos podremos avanzar gracias a la comprensión de quienes somos, que nos lleva a desidentificarnos progresivamente de nuestro yo. Comunicado internacional por: Obispos de la Conferencia ecuménica latinoamericana de Costa Rica2/23/2011 Los Obispos de Costa Rica, Miembros de la Conferencia Episcopal Ecuménica Latinoamericana, bendecimos y glorificamos a Dios por el espíritu valiente e inquebrantable que ha dado a nuestro hermano Obispo Mons. Luis Quintanilla, como defensor del Patrimonio Ecológico en Cabañas, República de El Salvador.
Agradecemos de todo corazón y nos unimos solidariamente a las diferentes organizaciones ecológicas latinoamericanas de nuestros pueblos y a los diversos medios de comunicación de El Salvador, por el apoyo que están ofreciendo a los líderes ecológicos frente a las amenazas a muerte que hane stado recibiendo por ser defensores de las riquezas de neura madre tierra. De acuerdo a Mons. Luis Quintanilla el día 19 de febrero recibió por teléfono celular, amenazas a muerte por su lucha contra las compañías mineras que están tratando de sacar el oro en el Departamento de Cabañas. Ya son varios los intentos de asesinato contra nuestro hermano Obispo, defensor de los pobres, y de los recursos naturales de El Salvador. Denunciamos ante Dios y ante nuestros pueblos latinoamericanos, a la compañía transnacional canadiense PACIFIC RIM, la cual, según se nos comunicó, ha interpuesto demanda multimillonaria contra el estado salvadoreño por negarse a permitir la explotación del oro en El Salvador. Tales amenazas se han estado dando también contra los defensores de la tierra en Cabañas y en toda Latinoamérica, por oponerse a que las transnacionales se apoderen del oro y de las riquezas naturales en los diversos países de la región. Se nos ha comunicado desde El Salvador, que *Tres líderes defensores de la tierra han sido brutalmente asesinados por defender el agua y la tierra en la zona sin que la fiscalía general de la república, ni la policía tomen cartas en el asunto para resolver esos casos*. Instamos en nombre de Dios a las distintas instituciones gubernamentales cumplir con su obligación sagrada de velar por el Bien Común de nuestros pueblos y a las organizaciones de la Sociedad Civil, denunciar proféticamente los abusos que se han estado dando contra el patrimonio y riqueza natural de nuestros pueblos latinoamericanos. A la vez felicitamos a los defensores ecológicos de los pueblos y organizaciones por sus grandes valores humanos y espirituales con que han sido impulsados por la fuerza divina para lograr los legítimos triunfos en defensa de nuestro Patrimonio Ecológico Latinoamericano. Afectísimos hermanos en Cristo y María, Conferencia Episcopal Ecuménica Latinoamericana Mons. Higinio Alas Gómez Presidente. Iglesia Comunidad de Comunidades N. S de Guadalupe. Mons. Dixon González Secretario Misión Parroquial San Pablo. Mons. Rodrigo López Chaves Obispo Auxiliar. “NO ME PREOCUPA EL GRITO DE LOS VIOLENTOS, DE LOS CORRUPTOS, DE LOS DESHONESTOS, DE LOS SIN ÉTICA. LO QUE MÁS ME PREOCUPA ES EL SILENCIO DE LOS BUENOS”…MisionVerdad La llamada a amar es seductora. Seguramente, muchos escuchaban con agrado la invitación de Jesús a vivir en una actitud abierta de amistad y generosidad hacia todos. Lo que menos se podían esperar era oírle hablar de amor a los enemigos.
Sólo un loco les podía decir con aquella convicción algo tan absurdo e impensable: «Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen, perdonad setenta veces siete... » ¿Sabe Jesús lo que está diciendo? ¿Es eso lo que quiere Dios? Los oyentes le escuchaban escandalizados. ¿Se olvida Jesús de que su pueblo vive sometido a Roma? ¿Ha olvidado los estragos cometidos por sus legiones? ¿No conoce la explotación de los campesinos de Galilea, indefensos ante los abusos de los poderosos terratenientes? ¿Cómo puede hablar de perdón a los enemigos, si todo les está invitando al odio y la venganza? Jesús no les habla arbitrariamente. Su invitación nace de su experiencia de Dios. El Padre de todos no es violento sino compasivo. No busca la venganza ni conoce el odio. Su amor es incondicional hacia todos: «El hace salir su sol sobre buenos y malos, manda la lluvia a justos e injustos». No discrimina a nadie. No ama sólo a quienes le son fieles. Su amor está abierto a todos. Este Dios que no excluye a nadie de su amor nos ha de atraer a vivir como él. Esta es en síntesis la llamada de Jesús. "Pareceos a Dios. No seáis enemigos de nadie, ni siquiera de quienes son vuestros enemigos. Amadlos para que seáis dignos de vuestro Padre del cielo". Jesús no está pensando en que los queramos con el afecto y el cariño que sentimos hacia nuestros seres más queridos. Amar al enemigo es, sencillamente, no vengarnos, no hacerle daño, no desearle el mal. Pensar, más bien, en lo que puede ser bueno para él. Tratarlo como quisiéramos que nos trataran a nosotros. ¿Es posible amar al enemigo? Jesús no está imponiendo una ley universal. Está invitando a sus seguidores a parecernos a Dios para ir haciendo desaparecer el odio y la enemistad entre sus hijos. Sólo quien vive tratando de identificarse con Jesús llega a amar a quienes le quieren mal. Atraídos por él, aprendemos a no alimentar el odio contra nadie, a superar el resentimiento, a hacer el bien a todos. Jesús nos invita a«rezar por los que nos persiguen», seguramente, para ir transformando poco a poco nuestro corazón. Amar a quien nos hace daño no es fácil, pero es lo que mejor nos identifica con aquel que murió rezando por quienes lo estaban crucificando: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Sigue Mateo en el sermón del monte, con la intención de armonizar el AT con la predicación de Jesús. Ante la lectura de este evangelio, uno se queda sin aliento. No hagáis frente al que os agravia. Ama a tu enemigo y reza por él. Sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto.
Si repaso detenidamente estas exigencias, descubriré lo que me falta para cumplirlas como nos pide Jesús. Me creo perfecto porque no robo ni mato, pero el evangelio me pide mucho más. Tal vez Nietzsche tenía más razón de lo que pensamos cuando decía: "Sólo hubo un cristiano y ese murió en la cruz." Sinceramente creo que la verdadera dimensión cristiana está aún por inaugurar. Hemos construido miles de templos; hemos llevado la cruz a todos los rincones del orbe; hemos elaborado sumas teológicas como para parar un tren; hemos creado leyes que regulan todas nuestras acciones; hemos recorrido el mundo entero en busca de nuevos cristianos; hemos sido extremadamente exigente con relación a algunas normas y leyes; y resulta que el único principio esencialmente cristiano está completamente olvidado y sin repercusión alguna en nuestra vida. Parece que nos han colocado el listón tan alto, que hemos optado por olvidarnos de él y pasar tranquilamente por debajo. Sabéis que está mandado: “ojo por ojo y diente por diente" Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Aunque nos parezca hoy bárbara la máxima de ‘ojo por ojo’, se trata de un intento de superar el instinto de venganza que nos lleva a hacer el máximo daño posible al que me ha hecho algún daño. En nuestra civilización occidental, tenemos completamente asumido que la meta es la justicia, identificada con el ojo por ojo. Creo que la racionalidad y el jurisdicismo occidental nos impiden la comprensión del verdadero cristianismo. Tenemos tan incrustado en nuestro ser, que lo primero es la justicia, que no nos queda lugar para la visión cristiana del hombre. ¿Quién de nosotros, todos muy católicos, ante un agravio se queda tan tranquilo? Reclamamos justicia, pero si examinamos esa justicia que exigimos, descubriremos con horror, que lo que intentamos todos es hacer de la justicia un instrumento de venganza. Se utilizan las leyes para hacer todo el daño que se pueda al enemigo; eso sí, dentro de la legalidad y amparados por la sociedad. (Los buenos abogados son aquellos que son capaces de ganar los pleitos cuando la razón está de parte del contrario. Se considera el mayor éxito profesional y le felicitan por ello.) Como siempre, las frases tan concisas y profundas pueden entenderse mal. No nos dice Jesús que no debamos hacer frente a la injusticia. Contra la injusticia hay que luchar siempre con todas la “fuerzas”. Tenemos la obligación de defendernos cuando nos afecta personalmente, pero sobre todo, tenemos la obligación de defender a los demás de toda clase de injusticia. Lo que nos pide el evangelio es, que nunca debemos eliminar la injusticia dañando al injusto. Si tenemos que utilizar la violencia para eliminar una injusticia, estamos manifestando nuestra incapacidad de eliminarla humanamente. No convenceré al injusto si me empeño en demostrarle que me hace daño a mí o a otro. Pero si soy capaz de demostrarle que con su actitud se está haciendo un daño irreparable a sí mismo, sin duda cambiaría de actitud. Lee este párrafo una y otra vez; es vital que lo comprendas bien. Habéis oído que se dijo: “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo" Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos. Es verdad que no se encuentra la cita exacta en el AT, pero era la práctica común en toda la tradición judía. Hay que aclarar que para ellos el prójimo era el que pertenecía a su pueblo, a su raza, a su familia. El “enemigo” era siempre el extranjero, que atentaba real o potencialmente contra la seguridad el pueblo. Para poder subsistir, no tenían más remedio que defenderse de las agresiones. Jesús da un salto de gigante y podemos apreciar que la diferencia entre ambas propuestas es abismal. Debemos reconocer que el amor al enemigo es una asignatura pendiente. ¿Por qué tengo que amar al que me está haciendo la puñeta? El camino para la comprensión de esta norma, es largo y muy penoso. Tenemos que llegar a él, a través de un proceso de maduración, en el que debemos tomar conciencia de lo que nos une a los demás, que todos somos una sola cosa, y que en realidad, no hay enemigo. En el fondo, el amor al enemigo no es más que una manifestación del verdadero amor; pero por ir radicalmente en contra del instinto de conservación, se ha convertido en la verdadera prueba de fuego del amor. Tal vez la dificultad mayor para comprender esa manera de amar, está en que confundimos amor con sentimiento o con instinto. Más de una vez me habéis oído decir que el amor evangélico no es instinto ni sentimiento. Por lo tanto no podemos esperar que sea algo espontáneo. El verdadero amor, sea al enemigo o a un hijo, sea el amor al terrorista, no es el instinto que nace de mi ser biológico y que por lo tanto está grabado en los genes. El amor de que estamos hablando es algo mucho más profundo y también más humano, por lo tanto tiene que estar originado y orientado por la parte más elevada de nuestro ser. Vamos a desmenuzar un poco el tema, porque es de la máxima importancia para comprender todo el evangelio. El DRAE define “enemigo” como “el que tiene mala voluntad a otro y le desea o hace mal”. Es decir que el enemigo es el que tiene la postura de animadversión, no el que la sufre. El enemigo no tiene por qué obtener una respuesta de la misma categoría que su acción. Alguien puede considerarse enemigo mío, pero yo puedo mantenerme sin ninguna agresividad hacia él. En ese caso, yo no me convierto en el enemigo del que me ataca. Creo que aquí está la clave para superar la aporía. Si me constituyo en enemigo, he destrozado toda posibilidad de poder amarle. Un ejemplo puede aclarar lo que quiero decir. En el mar siempre habrá olas, de mayor o menor tamaño, pero siempre estarán ahí. Al llegar al litoral, la misma ola puede encontrar la roca o puede encontrarse con la arena. ¡Qué diferencia! Contra la roca estalla en mil pedazos. Con la arena se encuentra suavemente y de manera imperceptible. Incluso si la ola es muy potente, rompe sobre sí misma y se destruye. ¿Necesitas explicación? Pues voy a dártela. Los enemigos van a estar siempre ahí. Pero la manera de encontrarte con ellos dependerá siempre de ti. Si eres roca, el encuentro se manifestará estruendosamente y ambos os dañaréis. Si eres playa, todo su potencial queda anulado y llegara hasta ti con la mayor suavidad. Un detalle, la roca y la arena, están hechas de la misma materia, solo cambia su aspecto exterior. Como en el caso de la roca, tu rígida postura lo que hace es potenciar la fuerza del enemigo, dejando patente su energía. Es lo que espera y lo que recompensa su actitud. La mejor manera de vengarte del que se acerca a ti como enemigo, es privarle de esa satisfacción y demostrarle así lo ridículo de todo su poder. Así seréis hijos de vuestro Padre… Aquí encontramos una de las mejores muestras de lo que se entendía por hijo en tiempo de Jesús. Hijo era el que salía al padre, el que era capaz de imitarle en todo. Viendo al hijo, uno podía adivinar quién era su padre. También podemos descubrir la idea de Dios que tenía Jesús. Un Dios que ama a todos por igual porque su amor no es la respuesta a unas actitudes o unas acciones sino anterior a toda acción humana. Dios me ama no porque yo sea bueno sino porque él es bueno. Hacer referencia a la perfección de Dios, nos tiene que hacer pensar en que nuestra capacidad de perfección es infinita, y que no podemos darnos por satisfechos nunca. Dios es infinita bondad. Dios como punto de referencia de nuestro amor, nos puede dar una pista para tratar de comprender el amor al enemigo. Imposible de comprender esta exigencia mientras sigamos pensando en un dios que manda a sus enemigos al infierno. En contra de lo que se nos ha dicho con demasiada frecuencia, Dios no ama exclusivamente a los buenos, sino que Él ama infinitamente a todos. De la misma manera, el amor que yo tengo a los demás, no puede estar originado ni condicionado por lo que el otro es o tiene, sino por la calidad de mi propio ser. El amor no es respuesta a las actuaciones o cualidades de un ser; su origen tiene que estar en mí, y solo afecta al otro como objetivo, como meta. Si no hemos llegado al amor al enemigo, podemos tener la total certeza de que todo lo que nosotros hemos llamado amor, no tiene nada que ver con el amor del evangelio, el amor que nos ha exigido Jesús para ser sus discípulos. Con la palabra ‘amor’ expresamos hoy una infinidad de conceptos, no solo distintos sino radicalmente opuestos. Incluso el más refinado de los egoísmos que es aprovecharse del otro en lo más íntimo, también le llamamos amor. Es imprescindible hacer un serio examen de conciencia para saber de qué estamos hablando cuando nos referimos al amor del evangelio. Meditación-contemplación Si quieres vivir en paz y en armonía No pretendas ir a nadie como ola agresiva. Pero a todo el que venga hacia ti con violencia latente, acógele con suavidad y quedará frustrado y sin violencia. …………… No se te ocurra intentar amar a otra persona, si te acercas a él como enemigo. Descubre, más bien, que no tienes ningún enemigo, porque eso depende exclusivamente de ti. ………….. El verdadero amor de una madre a su hijo tiene que haber superado el instinto. De la misma manera, el amor al que viene a hacerte daño tiene que superar el instinto contrario. Dirigiendo la mirada a los discípulos, les decía: Dichosos los pobres, porque el reinado de Dios les pertenece. Dichosos los que ahora pasáis hambre, porque seréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Jesús de Nazareth…
Montevideo, 11 de febrero de 2011- En Dakar, en el borde de un acontecimiento histórico en que los pueblos oprimidos del norte de África, se han levantado y recibiendo la noticia de que el gobierno de Mubarak ha caído y de que no pudo maniobrar para establecer en su lugar a su vicepresidente, como la continuación de su gobierno, por lo que debió entregar el poder a una junta militar… En donde a pesar del intento de violencia por parte de los marroquíes, los Saharauis, pudieron gritar al mundo, su grito de libertad….Los oprimidos del mundo, representados en la Asamblea de los movimiento levanto su voz, para anunciar que estamos en el principio del fin de un sistema patriarcal, explotador y homicida, solidarizando con la histórica gesta de los pueblos de Egipto y Túnez a fin de inspirarnos a todos los pueblos…teniendo como referentes los movimientos sociales y populares, que representan a los oprimidos, se ha levantado banderas que son las banderas de la vida y de la justicia…una de ellas es “Reafirmando la necesidad de construir una estrategia común de lucha contra el capitalismo, nosotros, movimientos sociales:”* Los movimientos saben que es necesario unificar bajo una gran reivindicación toda la lucha, coordinar, globalizar el reclamo y la movilización… El incendio del norte de África debe extenderse a todo el orbe, los pueblos deben salir a la calle ha construir su propia historia, es por esto que el reclamo unánime en el Foro fue “Afirmamos que los pueblos no debemos seguir pagando por esta crisis sistémica y que no hay salida a la crisis dentro del sistema capitalista!”* “Se oyó fuerte claro de las organizaciones de mujeres que con heroicidad defienden sus derechos más elementales, desde África, hasta ciudad Juárez, guerreras de la humanización y de la justicia una lucha que muchas veces, les cuesta la vida… “Luchamos contra la violencia hacia la mujer que es ejercida con regularidad en los territorios ocupados militarmente, pero también contra la violencia que sufren las mujeres cuando son criminalizadas por participar activamente en las luchas sociales. Luchamos contra la violencia doméstica y sexual que es ejercida sobre ellas cuando son consideradas como objetos o mercancías, cuando la soberanía sobre sus cuerpos y su espiritualidad no es reconocida. Luchamos contra el tráfico de mujeres, niñas y niños. Defendemos la diversidad sexual, el derecho a autodeterminación de género, y luchamos contra la homofobia y la violencia sexista. Movilicémonos todos y todas, unidos, en todas las partes del mundo contra la violencia hacia la mujer.”* Una lucha que muchas veces se vuelve terrible para los pueblos que sufren la marginación, el despojo de sus tierras y su derechos, la criminalización por resistir y luchar por la defensa de sus derechos más elementales y existe responsables que muchas veces, pagan para que se asesinen a dirigentes sociales…es por eso que la voz en Dakar fue fuerte y clara “Luchamos contra las trasnacionales porque sostienen el sistema capitalista, privatizan la vida, los servicios públicos, y los bienes comunes, como el agua, el aire, la tierra, las semillas, y los recursos minerales. Las transnacionales promueven las guerras a través de la contratación de empresas militares privadas y mercenarios, y de la producción de armamentos, reproducen prácticas extractivistas insostenibles para la vida, acaparan nuestras tierras y desarrollan alimentos transgénicos que nos quitan a los pueblos el derecho a la alimentación y eliminan la biodiversidad.”* La lucha sin cuartel del los grandes movimientos campesinos, unidos en VIA CAMPESINA INTERNACIONAL, que lucha contra un sistema que intenta ahogar a los pueblos y que extendiendo la especulación y el lucro, condena a los pueblos al hambre…y depreda la naturaleza, modificando la biosfera, atentando contra los equilibrios esenciales que sostienen la vida en el planeta… “Luchamos por la justicia climática y la soberanía alimentaria. El calentamiento global es resultado del sistema capitalista de producción, distribución y consumo. Las transnacionales, las instituciones financieras internacionales y gobiernos a su servicio no quieren reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Denunciamos el “capitalismo verde” y rechazamos las falsas soluciones a la crisis climática como los agrocombustibles, los transgénicos y los mecanismos de mercado de carbono, como REDD, que ilusionan a poblaciones empobrecidas con el progreso, mientras privatizan y mercantilizan los bosques y territorios donde han vivido miles de años. Defendemos la soberanía alimentaria y el acuerdo alcanzado en la Cumbre de los Pueblos Contra el Cambio Climático y por los Derechos de la Madre Tierra, realizada en Cochabamba, donde verdaderas alternativas a la crisis climática han sido construidas con movimientos y organizaciones sociales y populares de todo el mundo. Movilicémonos todas y todos, especialmente el continente africano, durante la COP-17 en Durban, Sudáfrica, y la Río +20, en 2012, para reafirmar los derechos de los pueblos y de la Madre Tierra y frenar el ilegítimo acuerdo de Cancún.”* Por esto se nos convoca a todos…a “Movilicémonos masivamente durante las reuniones del G8 y G20 para decir no a las políticas que nos tratan como mercancías!”* A la luz de las lucha de los pueblos de Túnez y Egipto, somos convocados a resistir… “Inspirados en las luchas del pueblo de Túnez y Egipto, llamamos a que el 20 de marzo sea un día mundial de solidaridad con el levantamiento del pueblo árabe y africano que en sus conquistas contribuyen a las luchas de todos los pueblos: la resistencia del pueblo palestino y saharaoui, las movilizaciones europeas, asiáticas y africanas contra la deuda y el ajuste estructural y todos los procesos de cambio que se construyen en América Latina.”* Convocamos igualmente a un día de acción global contra el capitalismo el 12 de octubre donde, de todas las maneras posibles, rechazaremos ese sistema que destruye todo a su paso. Movimientos sociales de todo el mundo, ¡¡avancemos hacia la unidad a nivel mundial para derrotar al sistema capitalista!! ¡¡¡Nosotras y nosotros venceremos!!! También en los momentos actuales, en medio del entramado social de corrupción, intrigas y desconfianza, el ser humano está llamado a ser libre. Pero el miedo, que sale al encuentro en cualquier momento, es el mayor enemigo de la libertad. El miedo se reviste de muchos colores y de muchas maneras.
Algunos al llegar al poder, tan apetitoso en épocas de campañas electorales, se encierran en una especie de soledad dorada, mirando a los demás desde una situación de privilegio y de superioridad olvidando las promesas y los rostros ante quienes las hicieron. Y, por otra parte, tienen miedo a perder “el sillón” que sólo se le prestó para gobernar sirviendo. Surgen así los mecanismos de autodefensa tanto por parte de los que ostentan el poder como por quiénes desconfían de sus representantes políticos porque éstos la mayoría de las veces se entretienen en discusiones absurdas sin encarar los problemas sociales reales. Ante la desgana y la desconfianza de tantos ciudadanos que incluso se plantean el votar en blanco o no ir a votar, es necesario que el movimiento asociativo haga un esfuerzo de sensibilización social para estimular en todos la voluntad de participar y exigir a los políticos que sus compromisos sean serios y asumidos para cumplirlos. Es necesario recordar que una votación democrática no da capacidad a nadie para convertirse en “líder indiscutible”. Quién se considere “líder indiscutible” está a un paso de convertirse en “dictador”. La autoridad no se tiene, hay que ganarla día a día sirviendo al pueblo que es el que tiene el poder y lo delega sin perder la responsabilidad de controlar y participar en la acción de la gestión política. Cuando alguien pretende gobernar sin contar con la opinión y participación de los ciudadanos, además de hacer el ridículo puede traer consecuencias graves para el patrimonio común y la normal convivencia. Los proyectos participativos son más eficaces, más económicos y favorecen las relaciones interpersonales entre los miembros de la comunidad social. Sin embargo, pocos políticos renuncian al protagonismo y no aceptan que otros tengan ideas más brillantes. Conviene convencerse de que los cambios sociales nunca vendrán desde arriba, sino desde las bases, desde la participación ciudadana. Hay que llegar a creerse que cada uno de nosotros tiene “el acta de ciudadano” y si nos unimos en movimientos asociativos es para servir a la misión que tenemos que realizar en la sociedad, buscando siempre el bien común, ayudando a priorizar las necesidades y dar posibles soluciones. El ejercicio de la autoridad en las instituciones representativas debe realizarse dentro de los límites del orden moral, procurando el bien de todos. Es entonces cuando los ciudadanos están obligados a obedecer. Pero si la autoridad pública, rebasando su competencia, oprime a los ciudadanos es lícito que los ciudadanos defiendan sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de autoridad, con todos los medios legales inspirados en la Constitución. Para que tanto las Corporaciones Municipales como las Asociaciones puedan coordinar sus actuaciones en beneficio de todos es urgente y absolutamente necesario poner en marcha un Reglamento de Participación Ciudadana, elaborado y aprobado con la participación de todos. Los Alcaldes y Concejales representan el poder que permanece en el Pueblo. Ellos tienen el “Acta de Concejal” durante cuatro años, pero el resto tenemos el “Acta de Ciudadano” durante todos los días de nuestra vida, con el derecho y el deber de participar en la vida del poder público. El ser humano vive en sociedad. La institución es un mecanismo para favorecer las relaciones humanas y la participación, en un clima de libertad. |
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