Fiesta de Santa Maria, Madre de Dios. Tres actitudes para el nuevo año por: José Luis Sicre12/31/2021 El libro bíblico de los Números no lo escribió san Francisco de Asís (Nm 6,22-27)
Muchas personas piensan que esta bendición es de san Francisco de Asís. La escribió muchos siglos antes un autor bíblico para que la pronunciaran los sacerdotes sobre los israelitas. Es tan breve, clara y profunda que cualquier comentario sólo sirve para estropearla. Tres actitudes para el nuevo año (Lucas 2,16-21) El texto relaciona dos acontecimientos muy distintos, separados por ocho días de distancia. El primero, la visita de los pastores, es lo mismo que leímos el 25 de diciembre en la segunda misa, la del alba. En la escena se distinguen diversos personajes: empieza y termina con los pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios; está también presente un grupo anónimo, que podría entenderse como referencia a la demás gente de la posada, pero que probablemente nos representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores. Finalmente, el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios. Tres actitudes muy recomendables para el próximo año. La segunda escena tiene lugar ocho días más tarde. Algo tan importante y querido para nosotros como el nombre de Jesús lo cuenta Lucas en poquísimas palabras. Su sobriedad nos invita a reflexionar y dar gracias por todo lo que ha supuesto Jesús en nuestra vida. En vez de propósitos y buenos deseos, una buena compañía El comienzo de año es un momento ideal para hacer promesas que casi nunca se cumplen. También se formulan deseos de felicidad, generalmente centrados en la clásica fórmula: salud, dinero y amor. La liturgia nos traslada a un mundo muy distinto. Abre el año ofreciéndonos la compañía de Dios Padre, que nos bendice y protege, de Jesús, que nos salva, de María, que medita en todo lo ocurrido.
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Cada 22 de julio en Occidente y en la mayoría de las Iglesias orientales, se celebra la fiesta de María Magdalena. Fue una de las fiestas más importantes, en ella se recitaba el credo de Nicea, algo que solo ocurría los domingos y en las fiestas de los Apóstoles. La celebración se ha mantenido constante desde el siglo X, se celebraba en Constantinopla, donde se creía que habían sido depositados sus reliquias procedentes de Éfeso. Desde el siglo XI su fiesta se difundió en Roma y en Occidente. En el misal de Letrán en el siglo XIII se funde su nombre con otras mujeres del Nuevo Testamento, como la pecadora que unge los pies a Jesús, la mujer adúltera e incluso con María de Betania, recogiendo la herencia del papa Gregorio Magno en el siglo VI y cuyo equívoco ha llegado casi a nuestros días.
Según el evangelio de Lucas, María Magdalena, no se dedicaba al comercio sexual, como tradicionalmente se ha presentado, incluso en el arte y la iconografía. Fue librada de siete demonios, es decir, fue curada por Jesús de algún tipo de enfermedad muy grave, física, mental o espiritual, donde había perdido todo el sentido total de su vida. Después de esta curación se pondrá al servicio de la buena noticia de Jesús, lo dejará todo y, se hará seguidora y discípula, entregando sus bienes a la misión evangélica. Posiblemente fuera una de las primeras mujeres en seguir al grupo de Jesús y tenía un rol importante dentro del grupo de las mujeres, aparece nombrada en todos los evangelios y el orden de aparición en los textos no es casual. Con el Maestro, al igual que los otros discípulos, le acompañó por pueblos y aldeas y, aprendió los nuevos valores del reino de Dios que guiarán la vida entre las personas y con Dios, humanizando la existencia Por otro lado, María Magdalena, es la única de las mujeres del Nuevo Testamento que no es definida respecto a la pertenencia a un varón, marido, hermano o hijo (María de Cleofás, María de Santiago). Magdalena hace referencia a su lugar de pertenencia, Magdala, una ciudad a orillas del lago de Galilea, cerca de Tiberiades, dedicada al comercio de mercancías con otras ciudades cercanas, destacando las empresas pesqueras y la salazón de pescado. Parece que María Magdalena, junto con otras mujeres ricas de Tiberiades, también curadas por Jesús, como Juana mujer de Cusa, administrador de Herodes, o Susana, asistían con sus bienes al grupo. No era un mero papel doméstico, sino que debió ser algo parecido a lo que hacían los varones, ya que el "servicio" era una obligación para todo discípulo. María Magdalena destaca de una forma especial, no sólo estará presente a los pies de la cruz en la pasión, sino que se convirtió en la primera testigo y anunciadora del Resucitado (Jn 20, 1.11?18). María en la soledad de la noche, después de ser testigo de la crucifixión, acude al sepulcro. Es en la oscuridad de la muerte y las tinieblas de la pérdida, donde encontrará el acompañamiento de Dios para superar los miedos y encontrar la luz del resucitado: "Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo..." (Sal 23,4). María recibirá el apelativo "apóstol de apóstoles", que es utilizado por los primeros Padres de la Iglesia. Santo Tomás de Aquino le dedica un bello comentario: "Así como una mujer había anunciado al primer hombre palabras de muerte, así también una mujer fue la primera en anunciar a los apóstoles palabras de vida" ("Super Ioannem", 2519). Su testimonio sobre las últimas horas de Jesús y sobre la suerte de su cuerpo es fundamental para los seguidores de Jesús y las comunidades posteriores. María Magdalena parece que fue un discípulo muy especial en el plano espiritual, no solo recibe el encargo de anunciar la resurrección a los apóstoles, ella misma es signo de la llegada del Reino que Jesús anuncia no sólo con palabras, también con diversos signos. María, con su curación, experimentó una liberación radical, haciendo suya la causa del Reino, por lo que será incluida dentro de los discípulos caminando con ellos junto a Jesús. Los verbos seguir y acompañar, que aparecen en los evangelios refiriéndose a María Magdalena, tienen una connotación de adhesión personal y seguimiento. María Magdalena, es un modelo de creyente para el cristiano de hoy. A veces, no es fácil "ver a Jesús" o reconocerle en nuestra vida de cada día, a pesar de la eucaristía y la oración. María atravesó la noche oscura y tocada profundamente por el Maestro, hace que despliegue un amor y una confianza en Jesús, que hace que sea la primera testigo de la resurrección. Hay un fuerte paralelismo entre la esposa del Cantar de los Cantares, que "busca al amado de su alma: lo busca y lo encuentra", con María Magdalena. Antes del amanecer, marcha al sepulcro de Jesús y se encuentra desolada por la ausencia del cuerpo, pero en el encuentro con el resucitado, tiene una explosión de gozo: "Encontré al amor de mi alma". Esa búsqueda de María Magdalena tiene su recompensa y debería ser un retrato de nuestra apertura a Dios. La Escritura está llena de exhortaciones a la perseverancia con 16 menciones directas al término “paciencia”. Ser paciente es vivir el presente con confianza, como Jesús, en estado de espera que nos mantiene firmes en nuestra fe, en la vida, en los prójimos y en Dios. Y el texto por excelencia es el libro de Job.
Los creyentes tenemos una lección que vivir desde la paciencia -como virtud activa- ante la experiencia del sufrimiento: ¿Dios mío, dónde estás?, se pregunta el inocente que sufre. Deberíamos leer y releer el libro de Job. Yo apunto aquí algunas claves que pueden ayudar a vivir en sana y santa paciencia. 1. Es importante destacar que el sufrimiento narrado es extremo para que nadie se sienta ajeno a la realidad dolorosísima que puede ocurrirnos en la vida y en varias modalidades: muertes de seres queridos, graves pérdidas materiales e incluso el grave deterioro de la salud. Y por si fuera poco, la permanente tentación que llega desde sus amigos con razones teológicas para que reniegue y maldiga a Dios. 2. La historia de Job es desconcertante porque, en justicia, él no merecía nada de lo que le estaba pasando; muy al contrario, lo que merecía según su religión era la bendición y prosperidad que vienen de la mano de Dios: a los buenos les va bien, a los malos, mal tal y como se entendía. 3. El relato plantea una cuestión crucial: si el ser humano puede creer en Dios de forma desinteresada frente a la concepción mercantil (do ut des) de la religión que defienden los amigo de Job, pero que es utilitaria sin que se produzca un verdadero encuentro con Dios. Está en juego la retribución y la gratuidad con Dios en medio de la realidad sufriente. Job no requiere del bienestar para confiar en Dios, a quien no enjuicia. 4. Job espera en Dios desde su honradez sin relacionar su fe con su mala suerte. Llega a maldecir el día en que nació: “Que Dios acabe de una vez”, tal era su sufrimiento. Pero no habla mal de Dios y no se desespera aunque no comprende su calamidad que le ha convertido en un apestado social hasta el punto de que es recriminado ¡incluso por sus amigos que fueron a consolarle! por su actitud de fe verdadera. 5. Protestar contra el dolor que Job entiende de buena fe como injusto, puede ser un testimonio de fe mayor que el de quienes se acostumbran sin esperanza a la injusticia e incluso la justifican para que no lleguen males mayores. 6. Ninguno, cuando sea probado, diga que es Dios quien me prueba porque Dios no prueba a nadie (Santiago 1, 13). En todo caso, Dios permite que pasen cosas en el devenir de nuestra vida, en aras a la libertad, para mostrarnos cosas mejores y hacernos mejores: Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman. 7. Todo no tiene explicación en este mundo, mas todo tiene un propósito. Hay dos preguntas que son recurrentes en el sufrimiento: ¿por qué? y ¿para qué? Pero este tipo de preguntas no suelen tener respuesta. Si acaso, a posteriori desde la experiencia de fe como les pasó a los discípulos, que no entendieron nada de lo que le venía encima a Jesús y se acobardaron llenos de angustia. 8. Confiar en el amor de Dios. Job finalmente logra su restauración y es colmado de explicaciones es para que no olvidemos que Dios es más fuerte que el mal y que su lógica, desconocida para nosotros, es mucho más justa que la nuestra. Job forma una nueva familia, mucho más fecunda que la primera, prospera económicamente más que antes y su fama como hombre bendecido se extiende por todas partes lleno de salud. El autor bíblico quiere expresar que todo es gracia y a Dios nadie le gana en amor misericordioso. 9. En la Biblia, la queja y la esperanza van de la mano. Lo vemos sobre todo en Job y en muchos salmos. No es posible encontrar una explicación racional del sufrimiento. Pero la fe nos saca de la resignación para lograr una actitud de humildad esperanzada, de aceptación ante el sufrimiento injusto o inevitable y de lucha por mejorar aquello que todavía es posible. 10. Con Dios es necesaria la confianza que necesita de la paciencia, ya que sus tiempos no son nuestros tiempos. Pero sus promesas se cumplen y son mucho más generosas que nuestros deseos. La respuesta de Dios a Job me confronta a mí también, sabiendo que su propósito es más elevado que mi entendimiento. Y que lo mejor es confiar en Él. Hoy no es siempre. En definitiva, liberación y acción de gracias acaban siendo lenguaje divino. A medida que pasan los años cada vez más necesitamos recogernos, replegarnos sobre nosotros mismos, refugiarnos en la vida interior. Pero no es preciso esperar a la vejez. La vida interior, si se tienen resueltas las necesidades básicas, es un recurso al alcance de cualquiera que nos sitúa en la verticalidad de la vida biológica, plenamente conscientes de los sesenta segundos de que se compone el minuto, pero en otra dimensión. La vida interior, ese espacio de la mente y del espíritu que nadie más que uno mismo ocupa.
Pero no es la de los complejos que luchan entre sí en el pensamiento, la de la confusión, la de la tortura mental que ha de recurrir al ansiolítico o al narcótico. La vida interior es grata. No precisa de tutelas, ni de asistencia médica, ni de libros y manuales de autoayuda, ni de técnicas de relajación. La vida interior es ésa conectada con la consciencia de quien empieza por aceptarse a sí mismo y luego acepta la realidad y especialmente la realidad social que le ha tocado vivir, pero a condición de mantenerse a distancia y de no caer en la tentación de dedicarse a curiosearla y menos de implicarse en ella, tan agresiva, enfermiza y enervante es. La vida interior es ésa que nos permite presumir del “nunca estoy menos solo que cuando estoy solo” que decía Cicerón. Esa clase de vida que se nutre de la emoción estética, de la belleza, de la lectura de un buen libro, de la imaginación controlada, de los programas televisivos o radiofónicos de esparcimiento sano aunque cada vez cuesta más encontrarlos, de la música armónica sin la que la vida biológica carecería de sentido, al decir de Nietzsche, del pensamiento de otros que activa positivamente el nuestro, de la contemplación y, si no nos lastra una batería de prejuicios, hasta de la ensoñación. La vida interior, en fin, es ese alvéolo o cavidad del espíritu de cada cual, que no sé si se sabe ya qué es en España, un país que vive práctica y casi exclusivamente hacia fuera y la desdeña… Pues bien, la vida interior es imprescindible al menos para quienes acusamos demasiado el impacto que nos producen noticias aisladas que nos llegan al alma sin buscarlas, como ésta: “Un millón y medio de familias dependen de las colas del hambre para poder comer“. Es decir, unos 4 millones de personas viven así. Lo que nos reaviva el dramatismo que hay en el hecho de que, sin ir más lejos, en España hay tanta miseria escondida bajo la alfombra como desahogo y opulencia exhibida obscenamente. Pero si no es eso, que por sí mismo lacera la conciencia moral, es la insensatez, la ridiculez, la provocación, la agresividad, las maniobras, los engaños, las trampas que se adivinan en los hechos que se notician o en la manipulación que se entrevé en el relato de la propia noticia. Ya sabemos que siempre fue más o menos así desde que se inventó la imprenta y la gaceta. Pero en todo y siempre hay grados, niveles y circunstancias que pueden relativizar la impresión que nos causan o agravarlas. Y en los inciertos y turbios tiempos que vivimos, de lo que nos llega desde fuera, aunque no queramos, nada hay que se libre de un grado de desvergüenza, de confusión, de hostilidad y del todo vale, que son propios de periodos de preguerra o precursores de cataclismos naturales y sociales, y no señales de que vamos por un camino que conduce a la paz universal. Pero, en el fondo, tampoco esto es novedoso. Desde siempre, unos pocos hacen la historia, alguno la escribe y el resto la padece… Por eso, si no queremos sucumbir antes de que nos lleve por delante una enfermedad física u orgánica, si no deseamos des-vivirnos y que sean otros los que vivan por nosotros parasitando nuestras energías, refugiémonos en la vida interior. Claro que la edad influye mucho, pero no es, estoy seguro, solo la edad exactamente lo que nos empuja a buscar la mente en calma. La necesidad de apartarse, de alejarse de la consternación, de la tristeza, del desasosiego, de la náusea, de la ansiedad, de la depresión… que fluyen desde el exterior sin buscarlo ni apenas poder evitarlo, sólo pueden sortearse de tres maneras: engañándonos por el aturdimiento, mediante una severa medicación, que a la larga o a la corta nos destruirá, o lo que prefieren los espíritus que no han perdido el norte: la enriquecedora vida interior. Desde que Erasmo de Rotterdam escribió “Elogio de la estulticia” y el Nietzsche que asegura que el ser humano no desea realmente “la verdad”, no podemos ignorar que la humanidad se engaña de costumbre para no ver la realidad, tan descarnada es. Bien, quien prefiera eso está en las bases de su derecho natural. Pero los espíritus con cierta altura de miras lo rechazan. Y luego la dosis es lo que importa. Porque vivir prioritariamente sumidos en la vida interior no significa desconocer absolutamente lo que pasa fuera de ella. Y la predisposición al intimismo depende del carácter, pero también de la voluntad. Aceptado esto, la repulsión, el espanto, el miedo o el estremecimiento, momentáneos, pueden ser un potente estímulo para buscar el sosiego en la vida interior. Porque ahora el feísmo, la truculencia y el cuanto peor mejor se han adueñado de la vida colectiva. Y si en las dictaduras la información se hurta a las masas, en el llamado mundo libre se incurre en el exceso contrario. Y más en unos países que en otros. Y España, también en esto, destaca. Sin comedimiento, ni apenas control, los medios, sin descanso y sin pausa, arrojan la información a la cara del pueblo, hasta paralizar a gran parte de la ciudadanía por el miedo al miedo, a la miseria, a la pobreza o a la desesperación… Ser conscientes de que “la noticia”, la información, el relato de todo cuanto se divulga es, indefectiblemente, una agresión para el espíritu, siempre presentes entre sus pliegues la injusticia, el abuso, la prepotencia, la amenaza la torpeza o la estupidez… Percatarnos de que las guerras, el crimen, el hambre, las catástrofes, la desgracia, lo que ordinariamente llamamos el Mal o la maldad… están desde siempre uncidos, como los bueyes a la yunta, a la vida social humana.. Distinguir que la única diferencia entre este tiempo y el pasado es que “antes” apenas emergía, pero en éste “la noticia” se filtra por las paredes más resistentes calculadas para aislarnos psicológicamente, porque las redes sociales hipertrofian “la noticia”, nos puede ayudar mucho a evitarla. Esa “noticia” que nos impacta, aunque no queramos saberla, en cuanto simplemente crucemos un saludo cortés con el vecino. Todo eso áspero e inquietante que se cuenta se palpa o se respira. Es tal la opresión que se siente al mirar, aun de reojo, hacia fuera que la necesidad de permanecer en la ignorancia se convierte en un mandato. En otros tiempos, junto a las ventanillas de algunos trenes se veía este aviso: “es peligroso asomarse al exterior”. Pues bien, eso, no asomarnos al exterior del mundo más allá de nuestra estricta cercanía, es lo que hemos de recordarnos para no sucumbir a los venenosos componentes de “la realidad” y de “la noticia”. Sólo se pueden tolerar una y otra, dando un vistazo al exterior, de vez en cuando y a hurtadillas, para no aislarnos por completo y evitar la esquizofrenia. Pero la sofocante atmósfera psicológica sigue ahí. Por todo ello, quien podemos permitírnoslo porque nos acompaña la suerte de no tener que consumir todas nuestras energías en sobrevivir, como por desgracia les ocurre a tantos seres humanos, tenemos también el privilegio de poder refugiarnos en la vida interior. Creo, en fin, que sólo viviendo a menudo en ella podemos evitar la angustia vital sin medicamentos. Sólo desde ella podemos neutralizarlos, incluso burlarnos, de los efectos de la “nueva normalidad”. Y la “nueva normalidad” no es otra cosa que el impacto entre paralizante y adictivo, del miedo, del estremecimiento y del apocamiento que los poderes públicos (y aún más quienes trabajan contra ellos pero para ocupar su lugar), la medicina dominante y los medios como vector, como las ratas lo son del bacilo de la peste bubónica, y lo mismo que un alto horno que nunca se apaga, transmiten o inoculan a las masas… ¡gracias Jesús!!! ¡Tu vida hace mucho bien... un abrazo!!
¡¡Gracias Jesús, Mila ezker Por el Jesús de la Vida!! Porque tú eres Jesús de Vida No eres de la muerte Porque ya venciste a todo lo malo. Aún hay muchos que no te quieren mucho y quieren que te recordemos como el hombre Jesús fracasado, sin patria, sin DNI divino! Tú eres el Jesús de mi vida Y me has dado la vida Y por ello le has dado sentido. ¡Y tu Vida me ha cambiado cómo me la ha cambiado!!! ¡Y he recuperado mi DNI divino!! ¡Gracias!! Gracias, ¡Por decirme que no debo preocuparme de nada y que hasta los cabellos de mi cabeza están contados y que el aliento de mi esperanza eres tú y no debo más preocuparme! Solo ocuparme de ti!!. Porque cada día tiene sus preocupaciones y alegrías su alborada y su ocaso y nada de eso podré cambiarlo. ¿Qué soy yo, entre todo lo Creado, si no permito que me vuelvas a crear cada día? Tú bien dices que.- Que lo verdaderamente importante eres Tú. Que todo es relativo en tu Reino que ya está aquí. ¡¡¡Todo es relativo menos Tú y la canallada de la Injusticia!!!. ¡Gracias Jesús por ser tu hijo al 100% y tener pasaporte divino! Ya jamás estaré solo Y lo único que me pides es que acepte y quiera llevar tu corazón, para ser una transparencia tuya y que la gente diga: Mira este que feliz es, que es Misericordioso con todos. ¡Es un hombre de Paz y bien! Y así por fin habré descubierto mi DNI. Divino y habré vivido feliz como hijo de Jesús, como Jesús vivió. Eso es lo verdaderamente importante, vivir como hijos y amigos de Jesús, que para eso fuimos creados y criados por él. ¡Gracias Jesús por recordarme mi DNI divino y mis manos y brazos humanos para seguir trabajando desde tu mirada limpia, desde tu corazón! ¡Gracias!! Por la Fe que nos regalaste. ¡Por la esperanza que nos diste Y por la Confianza de sabernos amados!! ¡Por la Vida, a pesar de las dificultades y de las noches oscuras! ¡No hay verdadero crecimiento sin purificación! En 1833, Antonio Rosmini terminó de escribir su polémica obra Las cinco llagas de la Iglesia, cuyo título se inspira en el discurso con el que el papa Inocencio IV inauguró el I concilio de Lyon en 1245, en el cual comparaba con Cristo crucificado a la iglesia, la cual, como Él, también mostraba cinco llagas. Las cinco llagas que Rosmini ve en la Iglesia son la división entre el clero y el pueblo; la insuficiente formación del clero; la desunión entre los obispos; el nombramiento de estos, abandonado al poder laical; y la servidumbre de los bienes eclesiásticos. En efecto, desde el siglo VI, los cristianos, que habían sido hasta pocos años antes ferozmente perseguidos y que se habían constituido paladines de la libertad de conciencia, aprendieron muy pronto a utilizar las armas de la represión contra sus adversarios y perseguidores de otras épocas.
En sus orígenes bíblicos y patrísticos, es toda la Iglesia la que celebra la eucaristía, y es la eucaristía la que hace y constituye la iglesia, pero a partir del segundo milenio, la eucaristía es celebrada por el clero, y este es el que constituye la iglesia: la iglesia es ante todo la Jerarquía, creándose así la gran división eclesial entre el clero y los fieles. Los laicos pasan a ser sujetos meramente pasivos en la Iglesia, en el culto y en toda la vida eclesial. La iglesia no puede limitarse a anunciar la Palabra, suscitar adhesión a la fe y convertirse en una iglesia de rebaños, de masas, o de gente no convertida, sino que debe buscar la transformación de la persona y de la historia por la fuerza del Espíritu. La moral cristiana no puede reducirse al cumplimiento legal de unos preceptos morales o de unos cánones, sino que se orienta a una vida nueva en el Espíritu, capaz de recrear en cada momento el Evangelio. Los profetas del Antiguo Testamento y el propio Jesucristo critican duramente la conducta de quienes se creen justificados por el hecho de celebrar con toda corrección el culto a Dios, mientras olvidan todas las exigencias de la caridad fraterna y de la justicia. No se puede engañar a Dios. A Dios no lo ciegan los sacrificios y las ceremonias. “Jesús se puso de pie y alzó la voz diciendo: si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn 27,28).Jesucristo inaugura un nuevo culto que sólo podrá realizarse mediante la acción del Espíritu Santo (Jn 4, 23: 7,37). Cristo no desautoriza el culto religioso como no lo desautorizaron los profetas. Pero subraya con toda energía la autenticidad con que se ha de participar en una celebración si se quiere agradar a Dios (Mt 15,10: 5,23) Los dirigentes religiosos están muy preocupados ante la indiferencia y la frialdad religiosa que se manifiesta incluso entre sus propios feligreses. Las grandes iglesias enseñaron a sus fieles lo ficticio y no la realidad de Cristo, debido a esto muchas personas sienten un vacío enorme, pues aprendieron a cumplir con ritos, con normas rutinarias, y a vivir con lo que satisface la carne. Nunca fueron convertidos a una vida nueva. El que es nacido de carne, carne es (JN 3,6). Todo lo que se realiza según la carne, aún en el terreno religioso no puede producir frutos espirituales. Si a las multitudes se les enseñase el cristo evangélico no veríamos es estados de crisis colectiva y los Jerarcas no tendrían motivos para preocuparse y alarmarse. El hecho de que muchos fieles se pasen a las sectas no es algo que pueda considerarse intrascendente. En realidad se trata de una insatisfacción religiosa. En las sectas encuentran comunidades pequeñas y de grandes lazos afectivos, donde cada uno se siente valorado por lo que es; donde se permite la participación directa de todos; donde los ministros suelen ser personas que pertenecen al pueblo… y además de todo esto las celebraciones son verdaderamente vivas y alegres. Así las cosas, un pueblo que no encuentra en la religión la manera de transformar eficazmente su situación tiende a acudir a las sectas en busca de una ayuda y alivio a sus males. Las palabras que K. Rahaner escribió para el sínodo de la Iglesia alemana siguen teniendo actualidad hoy en día: “¿Dónde se habla con lenguas de fuego de Dios y de su amor? Dónde se mencionan los mandamientos de dios, no como un penoso deber que cumplir, sino como una gloriosa liberación del hombre o de la angustia vital y del egoísmo frsutrante? ¿Dónde en la Iglesia no sólo se ora, sino que se experimenta la oración como un don pentecostal del Espíritu, como una gracia sublime…?” Para que la salvación de Cristo llegue a los hombres de nuestro tiempo es tan insustituible la acción de los laicos, según su vocación propia, como la acción de los pastores. En el decreto conciliar sobre la actividad misionera de la Iglesia se reafirma esta exigencia clerical sobre el apostolado laical: “La iglesia no está plenamente formada, ni vive plenamente, ni es representación perfecta de cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajo del pueblo sin la presencia activa de los seglares (AG 21) ¿Se ocupan de manera efectiva la mayor parte del clero y religiosos en despertar y orientar esta vocación apostólica en los seglares? “Todo sacerdote tiene que estar de pie para celebrar el culto y ofrecer uno tras otro los mismos sacrificios, aún que estos sacrificios de ningún modo puedan quitar los pecados. Este en cambio, luego que ofreció un único sacrificio por los pecados, se sentó para siempre a la derecha de Dios (Hebreos 10:11.13) Prediquemos el genuino Evangelio de Cristo y no atiborremos las almas con tantas obligaciones rituales; y siempre acudamos al Señor con fe. Esto es lo que se pregunta el historiador Andrea Riccardi en su último libro. ¿Atinan -me pregunto yo- quienes sostienen que las iglesias en la Europa occidental y en EE.UU, están implosionando, tal y como también se puede leer estas últimas semanas en la prensa especializada? Y ¿qué decir del “punto muerto” en el que, supuestamente, se encontraría la alemana por su incapacidad para luchar contra los abusos, tanto sexuales como de autoridad, del clero según ha sostenido el cardenal R. Marx en su carta de dimisión, finalmente no aceptada por Francisco?
Como es sabido, esta Iglesia alemana experimenta una caída espectacular de católicos que pagan el llamado “impuesto religioso”, así como de asistentes a misa(en torno a la mitad de la población en 1950 y el 9 % en 2019) y de sacerdotes (17.129 el año 2000 y 12.893 en 2019). Es también sabido que los obispos y un grupo representativo del laicado alemán se vienen adentrando, desde 2019, en lo que llaman el “camino sinodal” con el fin de diagnosticar y aprobar propuestas que permitan atajar la crisis de abusos por parte del clero, la hemorragia -al parecer imparable- de quienes dejan de pagar el impuesto religioso y la falta de vocaciones. Y que están proponiendo revisar el celibato sacerdotal, la doctrina sexual, el papel de las mujeres en la Iglesia, la elección de obispos, el ejercicio de la autoridad y un largo etcétera. Pero igualmente que el nerviosismo se ha apoderado de una buena parte de la curia vaticana, así como de otros episcopados europeos y de no pocos colectivos católicos que añoran volver al siglo XVI, a los tiempos del concilio de Trento o que -en el caso de una parte de la Iglesia española, y también de la vasca- sueñan con reinstaurar el nacionalcatolicismo. Sorprende, sobre todo, el diagnóstico del cardenal W. Kasper cuando denuncia que el “camino sinodal” no está “examinando las cuestiones críticas a la luz del Evangelio” o, con otras palabras, no teniendo “a Cristo como norma”. Es una manera fina de decir que la Iglesia alemana -desentendiéndose de su fundamento- se ha adentrado en una vía cismática. ¿Por qué -se le ha replicado contundentemente y con desparpajo- los católicos alemanes tendrían que olvidarse de una relación con el mundo presidida por la empatía crítica? ¿Por qué tendrían que volver a las autoritarias y estúpidas condenas del “mundo”, tan comunes en las décadas anteriores al Vaticano II? ¿Cómo es posible que W. Kasper se haya olvidado de que el “mundo”, con sus conocimientos y con sus formas de vida, no es lugar de “perdición” sino de “encuentro con Cristo”? Esta denuncia -y otras del estilo- muestran la tentación que, al parecer, no pueden eludir quienes acaban “contaminados” por el autoritarismo y el patriarcalismo institucional que casi siempre se apodera de los que viven demasiado tiempo en la gestión y no a pie de obra; por muy lúcidas que puedan ser sus aportaciones en otros ámbitos. En el fondo, se ha abundado en la réplica, son críticas por parte de nostálgicos de un tiempo que ya no volverá y a quienes ya no queda otra manera de llamar la atención que mentar “la bicha” del cisma o de la ruptura de la comunión y que, por ello, no quieren saber nada de Asambleas o Sínodos de bautizados, a pesar de que Francisco los haya hecho preceptivos antes de cada Sínodo de obispos. Habrá que ver cómo se implementa esta directriz papal entre nosotros. Mucho me temo que, vistas las consultas habidas con ocasión de los sínodos anteriores, no pasará de ser una faena de aliño. Sucede, afortunadamente, que Francisco “ha animado” a la Iglesia alemana a seguir discutiendo “abierta y honestamente las cuestiones planteadas” y formulando las “recomendaciones que permitan una renovación”. Lo ha hecho en la audiencia que ha tenido con G. Bätzing, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, el pasado 24 de junio. Más aún. Ha invitado a que las aportaciones del “camino sinodal” alemán contribuyan a la preparación del Sínodo de obispos de 2023, convocada por él mismo. ¿Arde la Iglesia con el papa Bergoglio? Nada de eso. Más bien da la impresión de contar con demasiados “bomberos” tratando de disolver el impulso sinodal implementado por él y ocupados en aguar la deconstrucción de una estructura anacrónica, autoritaria y patriarcal. Quizá, por ello, no hay que hablar tanto de incendio, implosión o “punto muerto” cuanto de saludable desmoronamiento de una estructura de gobierno y organización más propias del Imperio Romano que del modelo organizativo que se experimentó en los dos primeros siglos de la Iglesia cristiana y de lo que la razón en libertad viene pidiendo desde hace varios siglos. Vista así la situación, es evidente que en la Iglesia católica sobran “bomberos” de esta clase y son necesarios más “pirómanos” por estos motivos y con este perfil. Me tropiezo a veces con la pregunta por “una espiritualidad para hoy”. En cierto modo, la espiritualidad siempre es la misma: salida del propio ego hacia el amor. Lo que puede ser objeto de pregunta son los caminos para llegar a esa meta. Creo que es posible montar una respuesta sobre cuatro columnas, representada cada una por un maestro: dos varones y dos mujeres: D. Bonhoeffer, Oscar Romero, Simone Weil y Etty Hillesum. Ni siquiera son todos católicos de “pertenencia” pero sí lo es su espiritualidad.
Bonhoeffer y Romero nos dan la espiritualidad para una sociedad laica y plural. El primero nos recuerda que vivimos en un mundo “mayor de edad” (¡lo cual no significa más virtuoso!) y “no religioso”: lo cual tampoco significa no creyente, pero nos enseña a mirar la “religión” como una expresión cultural de la fe, no obligatoria hoy (como la circuncisión antaño). En este mundo nuestra relación con Dios es vivir “ante Dios pero sin Dios”, como una forma de “estar con Dios en su pasión”[1]. Lo que importa no es ser religioso o no-religioso sino ser hombre de otro modo. Del segundo aprendemos que los pobres, hambrientos y maltratados por ser justos, son los preferidos de Dios y encarnan la presencia y la voluntad de Dios en este mundo no religioso. El compromiso con ellos, y la voluntad de hacer públicos sus sufrimientos (que el mundo tiende a ocultar), encarnan el culto que Dios quiere y nuestra forma de conocer a Dios. Comprometidos con el mundo “no religioso” y con la causa de las víctimas, estos dos testigos eran además muy eclesiales. A Bonhoeffer, su viaje a Roma (y su tesis sobre la “sanctorum communio”) le descubrieron el carácter comunitario de la fe y del seguimiento de Jesús. Romero predicaba que una iglesia que no sufra persecución allí donde los pobres son perseguidos y maltratados, “no es la verdadera iglesia de Cristo”. Así se complementan ambas eclesialidades. Pero en ambas, a la Iglesia hay que “amarla y sufrirla”, según preciosa formulación de M. Moore hablando del obispo Casaldáliga[2]. De entre las mujeres, S. Weil aporta algo que firmarían los dos anteriores: “lo que permite saber si en un alma está el fuego del amor de Dios no es la forma en que habla de Dios, sino la forma en que habla de las cosas terrenas”[3]. Hoy interpela además su honesta capacidad de autocrítica (desaparecida en esta era de la postverdad, de canonización de lo propio y satanización de lo ajeno); y su empeño, no solo por ayudar desde lejos, sino por “estar presente” en el mundo de los oprimidos: no solo el trabajo por las víctimas sino el contacto con ellas que tanto transfigura ese trabajo; lo que en otro lugar llamé “ecumenismo del dolor”[4]. Y a la vez, su capacidad de asombro ante la belleza como mensaje de gratuidad (de “pureza” en palabras suyas). A lo que hay que añadir su decisión de no entrar en la Iglesia (no bautizarse) aunque declara creer todo lo que confiesa la Iglesia y espera que, si Dios la quiere dentro, ya se encargará de hacerla entrar[5]. Una decisión que se apoyaba en la falta de autocrítica de la Iglesia, que prefería llamarse a sí misma santa, y pronunciar el anatema para muchos de sus críticos[6], lo que la volvía incapaz de percibir que estaba más del lado de los ricos que de los pobres. Recordemos su frase en la carta a G. Bernanos: creo que me bautizaría con solo que en todas iglesias hubiese un letrero que diga: “prohibida la entrada a quien tenga una fortuna superior a una determinada cantidad”. Y añadamos el sentido del deber, en un mundo que solo tiene sentido de derechos propios; no puede haber declaración de derechos humanos si no hay una declaración de los deberes humanos. Etty completa a Simone porque lo que en esta parecía fruto del esfuerzo duro, en Etty parece fácil, fruto de la ayuda del Espíritu. Pero aquí habrá que distinguir la espiritualidad de lo que son condicionamientos temperamentales: la timidez afectiva de Simone (acrecentada por su experiencia laboral en la Renault) y la simpatía y el don de gentes de Etty[7]. Simone, desde su desprecio a sí misma, parece que solo pudo percibir la bondad como “ley”. Etty, desde su vida desarreglada, la descubrió como buena noticia. Por ejemplo: es llamativa en esta muchacha (que no tuvo catequesis ni formación religiosa alguna) la seguridad de que cuando rezo bien, “es Dios mismo quien habla con Dios desde mí”. Y debemos quedarnos con los tres principios que guiaban su compromiso: “ayudar a Dios” (a que no desaparezca en el fondo de todas las personas, donde sigue presente a pesar de mil piedras y hojarascas que lo ahogan); ser además “el corazón pensante” de tantas gentes que ni pensar pueden, abrumadas por mil urgencias elementales cotidianas: pero de modo que el que piensa es un corazón. Y finalmente “ser bálsamo para tantas heridas”; lo cual no significa limitarse a las ayudas asistenciales (también puede haber, por así decir, bálsamos estructurales), sino no olvidar en nuestros compromisos, esa actitud del cuidado que hoy volvemos a descubrir Dos últimos detalles: si nuestros testigos varones fueron personas institucionalmente creyentes, nuestras dos mujeres son las dos convertidas, desde familias no creyentes. Lo cual no sé si resulta emblemático en una hora en que se dice que la Iglesia está perdiendo a las mujeres[8]. Unos días antes de morir, Francisco de Asís dejó terminado el famoso poema que ha dado nombre a la encíclica más revolucionaria del último siglo: Laudato Si’. Se trata de un canto a Dios por medio de las criaturas: el sol, la luna y las estrellas, el viento, el agua, el fuego y la madre tierra. En todas estas criaturas, por ser creación de Dios, el Poverelloencontraba a Dios y se extasiaba por ello. Pero, al final del poema, que es un canto a la vida, también da las gracias por la hermana muerte corporal. La muerte, como la vida, es un don, no una imposición. Los cristianos creemos que hemos recibido la vida para desarrollarla al máximo de nuestras capacidades. Una vez recibida, como todo don, exige per-don, lo que significa dar la vida que ha sido recibida, sea mediante la maternidad o paternidad o bien sea mediante la extensión del amor y la misericordia que lleva aparejadas: los cuidados, las caricias, el compromiso por los demás; la construcción, en definitiva, del Reino de Dios. La vida es un don para construir el Reino de Dios, esta es la clave de su comprensión. Esto significa que la vida no es un valor absoluto, sino relativo, está en función del Reino de Dios, que es el valor absoluto de nuestra existencia. Por eso, Jesús pudo dar su vida por el Reino. Pues, si la vida hubiera sido el valor absoluto, el Reino no merecería la muerte por él.
La muerte, según el santo de Asís, es como el sol o el agua, una hermana. Va aparejada a la vida. Negarla es tanto como negar la vida, pues sin vida no hay muerte y sin muerte no hay vida. Desde la perspectiva biológica, el individuo debe morir para que la especie continúe. Es el pago por la aparición de la reproducción sexual: dos individuos dan lugar a un tercero distinto a ellos, pero ambos deberán morir para asegurar que la especie sobrevive. La muerte de los individuos como necesidad aparece en el proceso de evolución con la sexualidad, pues la reproducción asexual implica la eternidad del individuo, que se duplica cada vez que se reproduce; técnicamente no muere. La muerte del individuo, por el contrario, es su regalo a la vida en la Tierra. Cuando muero me entrego definitivamente a la segunda ley de la termodinámica, la entropía hace su último trabajo conmigo. El esfuerzo vital de sostener al individuo en equilibrio homeostático cesa y su ser material es asumido por la corriente general del Universo. Mi individualidad vuelve a sumergirse en el magma material universal y mi yo material se diluye en el Todo. El don de la vida es asumido definitivamente en el don de la muerte. La muerte ha sido determinada en nuestros genes. El acortamiento de los telómeros es un reloj biológico de cuenta atrás; llegado el momento, se produce un cese de funciones generalizado y el cuerpo abandona su titánica lucha contra la entropía, una lucha que está perdida de antemano y que cualifica la vida como lucha por la existencia, una existencia con sentido. El ser humano vive para el sentido y por él, para la lucha por algo que le supera, por eso en Jesús vivimos por el Reino y para el Reino. Sin embargo, la muerte también puede sobrevenir por una larga y dolorosa enfermedad, irreversible y terminal, que llevará a un proceso angustioso del que solo se puede obtener sufrimiento inútil. Llegado ese momento, los mejores sistemas sanitarios proponen paliar el dolor, decisión que se antoja muy humana, tan humana, tan racional y tan personal como la decisión de acortar esos momentos finales en los que todo está definitivamente decidido, excepto el día y la hora. Quizás, decidir el día y la hora sea el último gesto humano posible en esas circunstancias en las que, si se es creyente, se busca el camino más rápido para el encuentro con Dios, puesto que ya poco puede hacerse por el Reino que entregar la propia vida al curso vital universal. Entregar la vida de manera consciente es la máxima expresión de lo humano; no hay ningún otro ser vivo que pueda realizar tal gesto último y definitivo. No hay mayor amor que el que entrega su vida por sus amigos. La hermana buena muerte, la eu-thanasia, nos acompaña como seres racionales y sensitivos que somos. Poner los medios para acogerla nos hace mejores como especie y nos acerca más al Creador. El verano es un buen caladero de libros por aquello de tener más tiempo para la lectura y hacerlo en horas en las que sería impensable en el resto del año. Y entre los libros que tengo seleccionados para estos meses, destaco una reedición de especial interés para quienes frecuentan este Punto de encuentro, y acabo de finalizar. Me refiero a la obrita de James D. G. Dunn, Redescubrir a Jesús de Nazaret (Ediciones Sígueme).
Este teólogo nos pone sobre aviso del error que ha supuesto haber contrapuesto “el Jesús histórico” y “el Cristo de la fe” por parte de no pocos especialistas como reacción contra el exceso que supuso el Cristo del dogma cristiano: el Cristo católico apenas era una figura humana, decían. Por tanto -opina Dunn- bastantes optaron por trascender el Cristo de la fe para recuperar al Jesús histórico y “rescatar a Jesús del cristianismo” (Robert Funk) como si en la búsqueda del Jesús histórico, la fe supone un obstáculo que lleva al investigador por el camino equivocado. Hoy tenemos mucho de esto a nuestro alrededor complicando la verdadera dimensión trascendente de todo un Dios que se hace uno de nosotros para convertirse en Buena Noticia. Resultaría un grave error querer reducir el nacimiento del Evangelio a un interés histórico al margen de la fe, pues los evangelios son un producto de la fe. De hecho, para Dunn los apóstoles creyeron en Jesús antes incluso que la experiencia post pascual uniéndose a su misión dejándolo todo y confiándole sus vidas. Cierto es que al principio entendieron a medias el Mensaje, pero su apuesta radical está fuera de duda. Lo que cambia de sus relatos no es lo esencial, sino la adaptación a los diferentes auditorios y situaciones. A juicio de James Dunn, todo no comienza con la experiencia posterior del Resucitado, sino en cada momento del día a día de sus seguidores y seguidoras más cercanos que fueron sorprendiéndose de la manera de entender su Mensaje tan a contracorriente de lo que se predicaba y ordenaba entonces. Esto es histórico y a la vez producto de la fe que acabó siendo el sustrato -oral- de las experiencias escritas que cambiaron sus vidas, reforzadas, claro, con la experiencia de Pentecostés. Por tanto, la imagen de Jesús está marcada profundamente por su Misión en clave de fe. La Tradición pudo comenzar de forma oral antes de poner por escrito las experiencias vividas (Marcos y la fuente Q. Incluso Pablo, el primero que puso por escrito la experiencia cristiana). Lo importante no es conocer si Jesús dijo exactamente esta frase así de literal o no, sino su autoridad y veracidad basada en lo que hizo y dijo, que ha quedado como un referente emblemático. Es decir, lo esencial es la impresión global que ha quedado fijada en los evangelios, sobre todo en los sinópticos, la impronta imborrable que arrastró y sigue arrastrando a tantos al seguimiento radical a Jesús y su Mensaje; su manera frecuente de hablar y actuar como una tendencia clara y radical en el sentido de transformadora y con el amor como epicentro de todo. Más que una realidad histórica por su literalidad, lo es por su mensaje emblemático y veraz. Lo que importa no es la literalidad sino el trasfondo inequívoco de su mensaje en clave de fe. En definitiva, solo la fe de los discípulos nos ha permitido conocer al Jesús histórico, más allá de cuatro referencias romanas superficiales que refuerzan la existencia de Jesús como ser humano que existió en un momento concreto de la historia. Por lo tanto, la verdadera fe en Jesús no es una cuestión solo de ortodoxia reglada sino de ortopraxis hecha vida al calor de su Mensaje desde la fe. Y tan potente es, que ello es lo que da valor y sentido al Jesús histórico. Acabo ya, en el peor de los casos este pequeño libro nos hará reflexionar en oración para conocer mejor a Jesús el Cristo con la ayuda, eso sí, del Espíritu. ¡Que aproveche! |
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