Si hemos vislumbrado en alguna medida lo que nos decía Juan los dos domingos pasados, se nos hará muy cuesta arriba entender la fiesta de hoy y la de los tres domingos siguientes. La subida de Jesús al cielo, la venida del Espíritu, la Trinidad, la Eucaristía están presentadas por los textos litúrgicos como realidades externas que se dieron en otro tiempo. Entendiendo mal los textos, desenfocamos el verdadero sentido.
No podemos seguir utilizando un lenguaje que responde a una visión mítica de la realidad. Cuando se creía que Dios estaba en lo más alto, que el hombre estaba en el medio y que el demonio estaba en lo más bajo, el lenguaje utilizado se entendía perfectamente. De Jesús se dice expresamente: Bajó del cielo, se hizo hombre, descendió a los infiernos y volvió a subir. Nuestra manera de entender la realidad ha cambiado. Hoy no nos dice nada un cielo o un infierno como lugares de referencia. Debemos entender la ascensión como parte del misterio pascual que es una única realidad. Ni la resurrección, ni la ascensión, ni el sentarse a la derecha del Padre, ni la glorificación, ni la venida del Espíritu, son hechos separados. Se trata de una realidad única que está sucediendo en este mismo instante. Los conceptos que le aplicamos son los que utilizamos en esta vida para determinar realidades temporales. La realidad trascendente a la que los aplicamos no tiene lugar ni tiempo; se queda fuera del alcance de los sentidos. Decir de Jesús después de muerto: a los tres días, a los ocho días, a los cuarenta días, a los cincuenta días, no tiene sentido ninguno. Hablar de Galilea o de Jerusalén, o decir que está sentado a la derecha de Dios, es absurdo literalmente. Esto no quiere decir que sea una realidad inventada. Todo lo contrario, esa es la ÚNICA REALIDAD. Es la realidad sujeta al tiempo y al espacio la que no tiene consistencia alguna. Esa realidad intangible ha tenido una repercusión real en la vida de los cristianos, y eso sí se puede descubrir a través de los sentidos. Esa realidad no temporal, es la que hay que descubrir para que tenga también en nosotros la misma eficacia transformadora. Si seguimos creyendo que es un acontecimiento que sucedió hace veinte siglos en un lugar y un tiempo determi-nado, ¿Qué puede significar para nosotros hoy? Las realidades espirituales, por ser atemporales, pertenecen al hoy como al ayer, son tan nuestras como de Pedro o Juan. No han sucedido en el pasado, sino que están sucediendo en este instante. Son realidades que están afectando a nuestra propia vida. Puedo vivirlas yo como las vivieron los apóstoles. Es más, el único objetivo del mensaje evangélico, es que todos lleguemos a vivirlas como las vivieron ellos. La ascensión del hombre Jesús, empezó en el pesebre y terminó en la cruz cuando exclamó: "Todo está cumplido". Ahí terminó la trayectoria humana de Jesús y sus posibilidades de crecer como criatura, de elevarse sobre sí mismo. Después de ese paso no existe el tiempo, por lo tanto, no puede suceder nada para él. Es todo como un chispazo instantáneo que dura toda la eternidad. Él había llegado a la meta, a la plenitud total en Dios. Precisamen¬te por haberse despegado de todo lo que en él era caduco, transitorio, terreno, solo permaneció de él lo que había de Dios, y por tanto se identificó con Dios totalmente, absolutamente. ¿De verdad queremos ser cristianos? ¿Tenemos la intención de recorrer la misma senda, de alcanzar la misma plenitud, la misma meta? ¿Estamos dispuestos a dejarnos aniquilar en esa empresa, a aceptar que no quedará nada de lo que creo ser? Es duro, pero no puede haber otro camino. Si renuncio al don total de mí mismo, renuncio a alcanzar la meta. Como en Jesús, ese don total solo será posible cuando descubra que Dios Espíritu se me ha dado totalmente, y está en mí para llevar a cabo esa obra de amor. Tal vez nos conformemos con quedarnos pasmados mirando al cielo y esperando que él vuelva. Esa es la mejor manera de hacer polvo todo el quehacer de Jesús en esta tierra. La idea de que Dios o Jesús o el Espíritu pueden hacer en un momento determinado algo por mí, ha desvirtuado la religiosidad cristiana. Dios, Jesús y el Espíritu lo están haciendo todo por mí en todo instante. Yo soy el que tengo que hacer algo en un momento determinado para descubrir esa realidad y hacerla mía viviéndola. El relato de Mateo que acabamos de leer, es un prodigio de síntesis teológica. No hay en él ninguna alusión a la subida al cielo, ni a dejar de verlo. Consta simplemente, de una localización dada, una proclamación de poder y tres ideas básicas. Situar la escena en un monte, es una indicación suficiente de que lo que le interesa no es el lugar, sino el simbolismo. El monte significa el ámbito de lo divino, donde está Dios y donde quiere situar también a Jesús. Que Mateo lo sitúe en Galilea, tiene también un significado muy importante. Quiere resaltar que Judea había rechazado a Jesús y no era ya el lugar donde debía uno encontrarse con Dios. La primera idea es la de la glorificación de Jesús. "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra". Jesús no pudo decir que se le ha dado todo poder, porque después del bautismo rechazó todo poder como la mayor de las tentaciones. Esta ambivalencia del lenguaje nos ha despistado. No puede haber un poder bueno y otro malo. Todos son perversos. Quiere indicar la máxima exaltación posible. Se trata de expresar que ha alcanzado la plenitud absoluta por haberse identificado con Dios en el don total de sí mismo. Debemos tener en cuenta que la primera interpretación del misterio pascual, que ha llegado hasta nosotros, está formulada en términos de exaltación y glorificación; antes incluso de hablar de resurrección. La segunda es el envío a predicar. También tiene un carácter absoluto "todos los pueblos". El tema de la misión es crucial en todos los relatos pascuales. La primera comunidad intenta justificar lo que era ya práctica generalizada de los cristianos. El predicar el "Reino de Dios" no es un capricho de unos iluminados sino mandato expreso de Jesús. Todo cristiano tiene como primera obligación, llevar a los demás el mensaje de su Maestro. Es muy importante la particularidad de la enseñanza. No se trata de enseñar doctrinas ni ritos ni normas morales sino de instar a una manera de proceder. Esto está muy de acuerdo con la insistencia de los evangelios en las obras como manifestación de la presencia de Dios en Jesús, y como consecuencia de la adhesión a Jesús. Si tenemos en cuenta que el núcleo del evangelio es el amor, comprenderemos que en la práctica, el amor es lo primero que tiene que manifestarse en un cristiano. La tercera idea es también clave. "Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Fue el tema del evangelio de los dos domingos pasados: "no os dejaré desamparados". Ya los evangelios habían dejado claro que todo lo que hizo Jesús era obra del Padre o que era el Espíritu el que actuaba en él. Ahora sigue siendo Dios en sus tres dimensiones el que va a continuar la obra de salvación a través de sus seguidores. El final del evangelio de Mateo es la promesa de Jesús de estar siempre con nosotros. Recordar que Jesús habla de enviar al Espíritu, de quedarse él con nosotros, de que el Padre vendrá a cada uno. Esta manera de hablar puede hundirnos. Los tres "vendrán" a mi conciencia cuando me dé cuenta de que están ahí. Meditación-contemplación Si no me voy, el Espíritu no vendrá a vosotros. Celebramos la Ascensión, pero estará con nosotros siempre. En esta contradicción está el secreto. Ni se va ni se queda. Para Jesús resucitado no hay lugar ni tiempo. ....................... No puede haber Vida si no trascendemos el tiempo y el espacio. Nuestra Vida "divina" es la misma ahora y siempre. Contemplar, es salir del tiempo y del espacio. Es identificarse con Dios que es eternidad. ..................... El tiempo y es espacio son grilletes que nos atan a la materia. Sin salir de esa cárcel no puedo adentrarme en el Espíritu. Lo que hay de Dios en mí, me lanza al infinito. En Dios, estoy fuera del tiempo y del espacio.
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Subir al cielo como imagen del triunfo
Jesús subiendo al cielo es una imagen bastante representada por los artistas, y la tenemos incorporada desde niños, además de formar parte de nuestra profesión de fe. Alguno podría imaginar que esta escena se encuentra en los cuatro evangelios. Sin embargo, el único que la cuenta es Lucas, y por dos veces: al final de su evangelio y al comienzo del libro de los Hechos. Pero lo hace con notables diferencias. • En el Evangelio, Jesús bendice antes de subir al cielo (en Hch, no). • En Hechos, una nube oculta a Jesús (en el evangelio no se menciona la nube). • En el evangelio, los discípulos se postran (en Hch se quedan mirando al cielo). • En el evangelio vuelven a Jerusalén; en Hch se les aparecen dos personajes vestidos de blanco. Si el mismo autor, Lucas, cuenta el mismo hecho de formas tan distintas, significa que no podemos quedarnos en lo externo, en el detalle, sino que debemos buscar el mensaje profundo. La idea de la ascensión resulta chocante al lector moderno por dos motivos muy distintos: 1) no es un hecho que hayamos visto; 2) se basa en una concepción espacial puramente psicológica (arriba lo bueno, abajo lo malo), que choca con una idea más perfecta de Dios. Precisamente por esta línea psicológica podemos buscar la explicación. Desde las primeras páginas de la Biblia encontramos la idea de que una persona de vida intachable no muere, es arrebatada al cielo, donde se supone que Dios habita. Así ocurre en el Génesis con el patriarca Henoc, y lo mismo se cuenta más tarde a propósito del profeta Elías, que es arrebatado al cielo en un carro de fuego. Interpretar esto en sentido histórico (como si un platillo volante hubiese recogido al profeta) significa no conocer la capacidad simbólica de los antiguos. Sin embargo, existe una diferencia radical entre estos relatos del Antiguo Testamento y el de la ascensión de Jesús. Henoc y Elías no mueren. Jesús sí ha muerto. Por eso, no puede equipararse sin más el relato de la ascensión con el del rapto al cielo. Es preferible buscar la explicación en la línea de la cultura clásica greco-romana. Aquí sí tenemos casos de personajes que son glorificados de forma parecida tras su muerte. Los ejemplos que suelen citarse son los de Hércules, Augusto, Drusila, Claudio, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Los incluyo al final para los interesados. Estos ejemplos confirman que el relato tan escueto de Lucas no debemos interpretarlo al pie de la letra, como han hecho tantos pintores, sino como una forma de expresar la glorificación de Jesús. La segunda lectura de hoy, tomada de la carta a los Efesios, es muy interesante en este sentido. No habla de la ascensión de Jesús al cielo, pero se explaya hablando de su triunfo con una imagen distinta: está sentado a la derecha de Dios, por encima de todo y de todos. Misión La primera lectura (Hechos) y el evangelio (Mateo) coinciden en ofrecernos unas palabras de despedida de Jesús a sus discípulos. También aquí encontramos notables diferencias: • Lucas sitúa la despedida en Jerusalén, los discípulos muestran una vez más su preocupación política por la restauración del reino de Israel, y Jesús desvía la atención hacia la próxima venida del Espíritu Santo. • Mateo la sitúa en Galilea, los discípulos no dicen nada, Jesús los envía de inmediato al mundo entero y lo que promete no es la venida del Espíritu sino su compañía continua: "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo". A pesar de estas grandes diferencias, los dos textos coinciden en la importancia de la misión. • Hechos: Recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo. • Mateo: Id y haced discípulos de todos los pueblos. Por eso, la Ascensión o triunfo de Jesús no es motivo para quedarse mirando al cielo. Hay que mirar a la tierra, al mundo entero, en el que los discípulos de Jesús debemos continuar su misma obra, contando con la fuerza del Espíritu y la compañía continua del Señor. Los cuarenta días El evangelio no dice nada de este período de 40 días entre la resurrección y la ascensión. ¿Qué significa, y por qué lo introduce Lucas? El número 40 se usa en la Biblia para indicar plenitud, sobre todo cuando se refiere a un período de tiempo. El diluvio dura 40 días y 40 noches; la marcha de los israelitas por el desierto, 40 años; el ayuno de Jesús, 40 días... Se podrían citar otros muchos ejemplos. En este caso, lo que pretende decir Lucas es que los discípulos necesitaron más de un día para convencerse de la resurrección de Jesús, y que Jesús se les hizo especialmente presente durante el tiempo que consideró necesario. Textos clásicos sobre la subida al cielo de un gran personaje • A propósito de Hércules escribe Apolodoro en su Biblioteca Mitológica: "Hércules... se fue al monte Eta, que pertenece a los traquinios, y allí, luego de hacer una pira, subió y ordenó que la encendiesen (...) Mientras se consumía la pira cuenta que una nube se puso debajo, y tronando lo llevó al cielo. Desde entonces alcanzó la inmortalidad..." (II, 159-160). • Suetonio cuenta sobre Augusto: "No faltó tampoco en esta ocasión un antiguo pretor que declaró bajo juramento que había visto que la sombra de Augusto, después de la incineración, subía a los cielos" (Vida de los Doce Césares, Augusto, 100). • Drusila, hermana de Calígula, pero tomada por éste como esposa, murió hacia el año 40. Entonces Calígula consagró a su memoria una estatua de oro en el Foro; mandó que la adorasen con el nombre de Pantea y le tributasen los mismos honores que a Venus. El senador Livio Geminio, que afirmó haber presenciado la subida de Drusila al cielo, recibió en premio un millón de sestercios. • De Alejandro Magno escribe el Pseudo Calístenes: "Mientras decía estas y otras muchas cosas Alejandro, se extendió por el aire la tiniebla y apareció una gran estrella descendente del cielo hasta el mar acompañada por un águila, y la estatua de Babilonia, que llaman de Zeus, se movió. La estrella ascendió de nuevo al cielo y la acompañó el águila. Y al ocultarse la estrella en el cielo, en ese momento se durmió Alejandro en un sueño eterno" (Libro III, 33). • Con respecto a Apolonio de Tiana, cuenta Filóstrato que, según una tradición, fue encadenado en un templo por los guardianes. "Pero él, a medianoche se desató y, tras llamar a quienes lo habían atado, para que no quedara sin testigos su acción, echó a correr hacia las puertas del templo y éstas se abrieron y, al entrar él, las puertas volvieron a su sitio, como si las hubiesen cerrado, y que se oyó un griterío de muchachas que cantaban, y su canto era: Marcha de la tierra, marcha al cielo, marcha" (Vida de Apolonio de Tiana VIII, 30). • Sobre la nube véase también Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma I,77,2: "Y después de decirle esto, [el dios] se envolvió en una nube y, elevándose de la tierra, fue transportado hacia arriba por el aire". Con este texto, acaba el evangelio de Mateo. Se recogen en él tres temas muy importantes en las primeras comunidades: la fe en el Resucitado, la misión y la confianza en su presencia permanente. Querría comentar algo sobre cada uno de ellos.
1. A veces, tal como se presentaban los relatos de las apariciones en la catequesis o la predicación, daba la impresión de que los primeros discípulos no tuvieron ningún problema de fe. Según esas presentaciones, ellos habrían visto al resucitado de un modo similar a como lo vieron antes de su muerte. Sin embargo, no pudo ser así, e incluso hay textos –como este- que no lo ocultan. Al mismo tiempo que presenta la actitud del creyente con el signo de la postración –reconociendo a Jesús como el Señor-, no esconde que "algunos vacilaban". No; los primeros discípulos no tuvieron más "ventajas" que los que habrían de venir más tarde. Para unos y para otros, la presencia del resucitado no es accesible –por usar un lenguaje clásico- al "ojo de la carne" ni al "ojo de la mente". Se requiere aprender a mirar con el "ojo del espíritu" (o "tercer ojo"), lo cual es posible en la medida en que acallamos la mente y nos abrimos a experimentar el Misterio, en cuanto núcleo íntimo y omnipresente de nuestro propio ser. 2. La misión, tal como se presenta en este relato, adopta una forma que no se remonta al Jesús histórico. De hecho, el envío que hace Jesús –y que relata el propio Mateo- presenta unas características bien distintas: "Id anunciando que está llegando el reino de Dios. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios" (Mt 10,7-8). ¿Qué ha ocurrido para se expliquen las diferencias entre ambos? Algo muy simple: el primero recoge más bien el sentido de Jesús –favorecer la vida- y contiene directamente su propio sabor; el segundo –que habla ya incluso del bautismo en el nombre de la Trinidad- nace en el contexto de una comunidad de discípulos bastante desarrollada, que entiende la misión en clave proselitista, como cualquier grupo religioso que se inicia. 3. Y la última frase de todo el evangelio es una promesa, fuente de confianza. Las primeras comunidades debieron vivir la certeza de la presencia de Jesús con notable intensidad. ElApéndice del evangelio de Marcos termina con una frase similar: "Ellos salieron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba con ellos" (Mc 16,20). La confianza brota de la certeza de la unidad: "Yo-con-vosotros". Siempre sucede así, incluso en los niños más pequeños. La confianza psicológica del niño, que podrá constituir una plataforma segura en la que apoyarse a lo largo de toda su existencia, se fraguará, básicamente, en el la experiencia de "apego seguro" con la figura materna, en la "urdimbre afectiva" (J. Rof Carballo) entretejida con la madre y otras figuras significativas para él. De un modo similar, la confianza existencial se apoya en la vivencia de la unidad con todo. El yo, al percibirse aislado y separado del conjunto, está condenado a la soledad, al miedo y a la ansiedad. Superado ese engaño, al acceder a nuestra verdadera identidad, descubrimos que podemos descansar confiadamente en lo que es (lo que somos). Pero, además, el autor del evangelio parece hacernos un guiño intencionado y cargado de sentido. El "Yo estoy con vosotros" podemos tomarlo como un nombre propio de Jesús, en cuanto remite al primer capítulo del evangelio mateano, en el que, citando al profeta Isaías, se dice: "Le pondrán por nombre Emmanuel (que significa: Dios con nosotros)" (Mt 1,23). Es decir, Mateo hace lo que se conoce como una inclusión: Jesús es el Dios-con-nosotros (Emmanuel). Así se nos presenta y así se despide. Y con este hermoso y acertado nombre, somos conducidos de nuevo a percibir la Unidad del Misterio, en sus dos caras –lo divino y lo humano, lo invisible y lo manifiesto-, abrazadas en la no-dualidad. Como Jesús, todo lo que es, contiene ese "doble rostro": somos la forma concreta en que se manifiesta la Consciencia una. Esa es la fuente de toda confianza. La diferencia es sutil: los actos homosexuales son un pecado pero la inclinación sexual es un hecho del que las personas que lo tienen no deben sentir vergüenza. Por el contrario: si es vivida en la castidad y si el sufrimiento que deriva se ofrece a Dios, la inclinación homosexual puede convertirse hasta en un instrumento de santificación. Está convencido Philippe Ariño, joven escritor y blogger francés, cuya historia ha suscitado sensación a nivel internacional. Presentamos un resumen de la entrevista realizada por la edición italiana de ZENIT.
Durante la entrevista, Philippe responde a por qué cree que se habla tanto de su blog (L'Araignée du Désert), y de su diccionario de símbolos homosexuales (Dictionnaire des Codes homosexuels). El blogger explica que "la homosexualidad es una palabra que fascina y, al mismo tiempo, asusta, ya que está rodeada de misterio, de sufrimiento, de ignorancia, de silencio, de buenas intenciones y de una gran violencia simbólica". Él explica que antes de ser una persona con tendencia homosexual, "soy un hombre y un hijo de Dios. No me reduzco a mis pulsiones. ¡No soy un animal ni un obsesionado del sexo! Soy un ser humano... habitado por un deseo homosexual más o menos duradero. Eso es todo". Asimismo explica que "actualmente la bipolaridad homosexualidad-heterosexualidad, es decir una humanidad definida por sus fantasmas eróticos, es la piedra en el zapato de nuestros planeta". Philippe indica que "nuestros contemporáneos se sienten perdidos identitariamente en la sexualidad y en el amor, desde el momento que éstos se alejan de las dos rocas que nos funda y que nos ayudan a amar verdaderamente: la diferencia de sexos entre los amantes y la diferencia entre Creador y criatura". A propósito, observa que hay una paradoja a la que muchos hombres modernos no quieren responder: ¿Cómo se puede sostener, en la misma frase, que 'es necesario aceptar todas las diferencias' y también que 'las diferencias no existen porque todos somos iguales y tenemos los mismos derechos'? El blogger responde a cómo poder decirse al mismo tiempo católico practicante y con tendencia homosexual: "Es posible, no practicando la propia homosexualidad sino considerándolo como un deseo realmente existente que pude ser transformado y donado a los otros". Por tanto, "es posible re-descubrir la propia homosexualidad como un poderosos motor de santidad, cuando al principio representaba una vergüenza, una pulsión de la cual era necesario deshacerse". De este modo, indica Philippe que "desde que he elegido vivir en la continencia (desde enero del 2011 he puesto fin a la seducción, a la pornografía y a la masturbación), la vergüenza me ha dejado, mi alegría es más grande, mis amistades son más numerosas y más sólidas". Pero, añade, "la continencia en sí no me basta. No me detengo en esto. Pero es ya una liberación. Con la continencia se ha creado una unidad entre mi condición homosexual y mi amor a la Iglesia". "Dios puede curar todas nuestras heridas, incluidas las psico-sexuales". Y señala que "yo no me focalizo sobre una sola forma de sanación de la homosexualidad. ¡No olvidemos que es Dios quien elige los modos, no nosotros!", dijo. Al respecto observa que algunas personas "son fanáticos de los 'ex-gay' y de las 'terapias reparadoras' en lo que se refiere a la homosexualidad. "Estos están en la negación total de las personas homosexuales, de su libertad, de su recorrido y de la realidad del deseo homosexual", indica Philippe. Y matiza que "un cierto número de católicos tiene la tendencia de focalizarse sobre la curación antes incluso de mirar qué hay que curar, antes de considerar la persona homosexual y ver que algunos de nosotros permanecen con tendencias homosexuales toda la vida". El blogger francés, reconoce que lo que desea es "la dulzura y el respeto de las personas, en la exigencia de la Verdad propuesta por Jesús. Las firmantes afirman que su situación es "un continuo tira y afloja que despedaza el alma"
El papa Francisco ha recibido una carta firmada por 26 mujeres que han vivido, viven o desearían vivir una relación con un sacerdote y querrían hacerlo sin tener que esconderse ni sentirse culpables, sin que la Iglesia siga obligando a sus parejas a elegir entre ellas, Dios o la doble moral de un amor escondido: "Nosotras amamos a estos hombres y ellos nos aman a nosotras. No se puede romper un vínculo tan fuerte y hermoso". Se trata de la vieja discusión sobre el celibato sacerdotal, que ahora resurge ante la esperanza de que Jorge Mario Bergoglio reconsidere una tradición eclesiástica que ha apartado a unos 100.000 curas de la Iglesia católica desde la década de los 70. Durante años se las llamó "las rivales de Dios". Ahora, un grupo de ellas ha decidido escribir al Papa para contarle la angustia de un amor prohibido. De las 26, solo una firma con su apellido y adjunta un número de teléfono para dar autenticidad a la iniciativa. El resto solo deja constancia de su nombre de pila. "Querido papa Francisco", empieza la carta difundida por el diario La Stampa, "somos un grupo de mujeres de todas las partes de Italia. Cada una de nosotras tiene o ha tenido una relación de amor con un sacerdote. Se sabe muy poco del devastador sufrimiento al que está sometida una mujer que vive junto a un sacerdote la fuerte experiencia del enamoramiento. Queremos, con humildad, depositar a sus pies nuestro sufrimiento con el fin de que algo pueda cambiar, no solo para nosotras, sino para el bien de toda la Iglesia". Ellas llaman a su situación "un continuo tira y afloja que despedaza el alma". Pero no es solo su alma la que se resiente. En una época ya larga de crisis vocacionales, el amor mundano está causando más bajas en la Iglesia que la falta de fe. No hay estadísticas actualizadas ni los cálculos son fáciles, pero según Mauro Del Nevo, presidente de la asociación de presbíteros con familia Vocatio, "solamente en Italia los sacerdotes casados son 8.000 o 10.000 y en todo el mundo la cifra supera los 100.000". Hasta l'Osservatore Romano intentó un cálculo de los sacerdotes que habían pedido dispensa entre 1970 y 1995 y la cifra rondó los 46.000. Los años en que se solicitaron más dispensas fueron 1976 y 1977, entre 2.500 y 3.000, y en la actualidad el Vaticano concede unas 700 al año. La carta de las 26 mujeres no habla, en cualquier caso, de números, sino de sufrimiento. "Cuando, destrozados por tanto dolor, nos decidimos a un alejamiento definitivo, las consecuencias no son menos devastadoras y a menudo queda una cicatriz de por vida tanto en ellos como en nosotras. Las únicas alternativas son el abandono del sacerdocio o la condena perpetua a una relación secreta. En el primero de los casos, la grave situación con la que la pareja tiene que chocar se vive con gran sufrimiento por parte de los dos: porque también nosotras deseamos que la vocación sacerdotal de nuestros compañeros pueda ser vivida plenamente, que puedan seguir sirviendo a la comunidad. La segunda opción, el mantenimiento de una relación secreta, conlleva una vida escondiéndose continuamente, con la frustración de un amor incompleto que ni siquiera puede soñar con un hijo, que no puede existir a la luz del sol. Puede parecer una situación hipócrita, permanecer célibes teniendo una mujer al lado, en silencio, pero desgraciadamente no pocas veces nos vemos obligadas a esta dolorosa elección". Las 26 firmantes piden una reunión con el Papa, tal vez alentadas por unas declaraciones de Pietro Parolin, el nuevo secretario de Estado del Vaticano, quien admitió que "el celibato se puede discutir porque no es un dogma, sino una tradición eclesiástica". No obstante, Jorge Mario Bergoglio siempre se mostró a favor del celibato, si bien siguió manteniendo amistad con algunos de sus colaboradores que optaron por colgar los hábitos por amor. En Sobre el cielo y la tierra, un libro de conversaciones publicado junto al rabino Abraham Skorka –con el que viajará a Tierra Santa el próximo fin de semana–, el entonces arzobispo de Buenos Aires dejaba claro que lo prefería incluso "con todos los pros y los contras que conlleva, porque en diez siglos de experiencias hay más puntos positivos que errores; la tradición tiene un peso y una validez". El anterior obispo de Buenos Aires incluso ponía el ejemplo de cómo actuar ante un caso real: "Si uno viene a verme y me dice que ha dejado embarazada a una mujer, yo lo escucho, intento tranquilizarlo y poco a poco le hago entender que el derecho natural está antes que su derecho como sacerdote. Y, como consecuencia, debe dejar el ministerio y hacerse cargo del hijo, incluso en el caso de que decida no casarse con la mujer. Porque de la misma forma que aquel niño tiene derecho a tener una madre, también tiene derecho a tener un padre con una cara. Ahora", continuaba Bergoglio, "si un cura me dice que se ha dejado llevar por la pasión, que ha cometido un error, lo ayudo a corregirse... La doble vida no nos hace bien, no me gusta, significa dar sustancia a la falsedad". EL PAPA FRANCISCO ABRE LA PUERTA A DISCUTIR EL CELIBATO EN SACERDOTES "Al no ser un dogma de fe, siempre está la puerta abierta...". No hay reglas ni zonas rojas. Los periodistas preguntan lo que consideran oportuno y el Papa Francisco responde. Ya lo hizo a su regreso de Río de Janeiro -"¿quién soy yo para juzgar a los gays?"- y lo vuelve a hacer ahora en el avión de El Al, la compañía aérea israelí, en el trayecto entre Tel Aviv y Roma. Una de las cuestiones planteadas es la del celibato obligatorio de los sacerdotes, un asunto que vuelve a estar de actualidad después de que, hace sólo unos días, un grupo de 26 mujeres enamoradas de sacerdotes remitiera una carta al Pontífice pidiéndole que deje de prohibir "un vínculo tan fuerte y hermoso". El Papa no se esconde en la respuesta a la pregunta de si está dispuesto a plantear una discusión incómoda en el seno de la Iglesia: "La Iglesia Católica tiene curas casados. Católicos griegos, católicos coptos hay en el rito oriental. Porque no se debate sobre un dogma, sino sobre una regla de vida que yo aprecio mucho y que es un don para la Iglesia. Al no ser un dogma de fe, siempre está la puerta abierta". De ese modo, la aspiración de un sector de la Iglesia de que los curas puedan casarse y tener hijos sin verse obligados a abandonar el ministerio sacerdotal vuelve a renacer. Como también la de integrar a los nuevos modelos de familia, como los separados vueltos a casar, un colectivo numeroso sobre el que el próximo sínodo de la familia tendrá que debatir y llegar a soluciones. Uno de los asuntos sobre los que el Papa respondió de forma clara fue el de los abusos sexuales: -¿Qué hará usted si hay un obispo que no ha observado estas normas, se le excluye, se le pide que dimita u otras sanciones? ¿Cómo se puede enfrentar en sentido práctico?, le preguntaron. "En Argentina, a los privilegiados les decimos 'este es un hijo de papá'. Pues bien, en este problema no habrá 'hijos de papá'. En este momento hay tres obispos que están bajo investigación: uno ya está condenado y se está estudiando la pena que hay que ponerle. No existen privilegios. El sacerdote que hace esto traiciona el cuerpo del Señor, porque, en vez de llevarlos a la santidad, abusa. Y esto es gravísimo. Es como... Les haré una comparación: es como una misa negra, por ejemplo: tú tienes que llevarlo a la santidad y lo llevas a un problema que va a durar toda la vida". El Papa devela que dentro de unos días se celebrará una misa en la residencia de Santa Marta, en la que participara un pequeño grupo de víctimas de abusos: "Son seis u ocho personas, de Alemania, de Inglaterra o Irlanda. Y luego se reunirán con el cardenal (Sean Patrick) O'Malley, el presidente de la comisión contra los abusos. Pero sobre esto tenemos que seguir adelante, adelante. ¡Tolerancia cero!". Asimismo, el Pontífice dijo que, eventualmente, está dispuesto a retirarse al igual que su predecesor, Benedicto XVI, en lugar de quedarse en el cargo toda la vida, y que el concepto de un "Papa emérito" podría ser algún día normal en la Iglesia. "¿Habrá más (renuncias papales)? Dios sabrá, pero la puerta está abierta", señaló. "Haré lo que el Señor me diga que haga", agregó. A primera vista, el título de este escrito puede parecer contradictorio. ¿Cómo podría tener una experiencia religiosa una persona que considera imposible pronunciarse sobre la existencia o inexistencia de Dios?
El agnóstico es alguien que piensa que la existencia de una deidad, u otros tipos de afirmaciones religiosas, son incognoscibles, y por lo tanto, no afirma ni niega que puedan existir, a diferencia del creyente o ateo que las ratifica o rechaza respectivamente. Aquí voy a hablar desde mi propia experiencia... Desde muy temprana edad, comencé a replantearme aquellas verdades "reveladas" que mi colegio católico me enseñaba, y de a poco fui relegando de mi sistema de creencias aquellas cuestiones que me resultaban implausibles, que atentaban contra mi razón y mi sentido común. Desde esa época hasta hoy, mi razón y mi fe han estado en una lucha constante, tratando ambas de abrirse camino en un terreno belicoso, en el que bombas de información desbaratan una visión del mundo para dar lugar a otra, a veces compaginando, otras suprimiendo, pero sobre todo, pensando, dudando; pues los pilares de mi pensamiento son el escepticismo, la reticencia, la duda, la inseguridad... Mi experiencia religiosa ha tenido y sigue teniendo sus vaivenes. En ocasiones, he experimentado que el misterio último de la existencia se encuentra en aquel Misterio original al que le hemos dado el nombre de "Dios", y ante el cual se ahogan las palabras y flaquean todas las representaciones que nos podamos hacer de él; Misterio inefable, portador de sentido y fundamento último de la esperanza ante un mundo atestado de muerte y sufrimiento. Sé muy bien, a su vez, lo que es padecer el azote del vacío existencial, el sin sabor de la nada frente a la finitud y transitoriedad con que se nos presenta la vida. Es precisamente en esta pugna entre la razón y la fe donde se manifiesta "el sentimiento trágico de la vida" al decir de Unamuno, es decir: la angustia de ser, de existir. Y esta angustia, esta preocupación frente a la muerte y la ambigüedad de la vida, frente al misterio al cual nos dirigimos inexorablemente, es lo que me impele tenazmente a preguntarme sobre la posibilidad de la existencia de Dios, del destino final de nuestro "yo" detrás de la barrera de la propia mortalidad. El hombre es por naturaleza, un ser metafísico. En esta mota de polvo, enclavada en algún rincón de un universo insondable, hay un ser que se pregunta por el mundo, por el sentido de todo en cuanto existe; y es allí donde se manifiesta la experiencia religiosa frente a las preguntas "¿por qué? ¿para qué? ¿por qué hay algo y no más bien nada?", frente a la finalidad de una existencia con la que nos topamos al nacer. Heidegger lo llama el "Dasein", es decir, el ser-ahí, arrojado a la existencia. Y en este impulso hacia la existencia, el ser humano es el único que se hace preguntas, que sigue viviendo y procura encontrar sentido a su existencia aun sabiendo que tarde o temprano inevitablemente morirá, y en eso precisamente radica la verdadera grandeza del ser humano. La existencia es tragedia, angustia, desesperación que nos embarga al sabernos finitos, limitados y lanzados a una existencia incierta, donde los interrogantes más hondos del ser humano no pueden ser respondidos; y en medio de tanto misterio y desolación, la religión aparece para concedernos ese Absoluto que todos buscamos en el fondo de nuestro ser como respuesta total a todas las preguntas, esa satisfacción de nuestros anhelos y deseos más profundos, arrojando luz y esperanza en la superación de un vivir en presencia de la muerte. Serví a la Iglesia cristiana durante 45 años como diácono, presbítero y obispo. Hoy sigo sirviendo a esa Iglesia de diversas formas, después de mi jubilación oficial. Creo que Dios es real y que vivo profunda y significativamente relacionado a esa Realidad divina.
Proclamo a Jesús mi Señor. Creo que él es el mediador de Dios de una forma poderosa y única en la historia humana y en mi vida. Creo que mi vida personal sufrió un impacto tremendo y decisivo no sólo por la vida de ese Jesús, sino también por su muerte y, claro está, por la experiencia pascual que los cristianos conocen como la resurrección. Buena parte de mi vida la he pasado buscando una forma de expresar ese impacto e invitar otras personas a entrar en lo que sólo puedo designar como "la experiencia de Cristo". Creo que en este Cristo descubrí la base del significado de la ética, la oración, la adoración, y hasta de la esperanza de vida más allá del límite de mi mortalidad. Quiero que mis lectores sepan quién escribe estas palabras. No quiero ser culpable en absoluto de ocultar la verdad. Me defino primero y sobre todo como un creyente cristiano. Sin embargo, no defino a Dios como un ser sobrenatural. No creo en una divinidad que ayude a una nación a vencer una guerra, que intervenga en la cura de una persona amada, que permita a cierto equipo derrotar sus adversarios, ni que altere el tiempo para beneficiar a alguien, sea quien sea. No me parece apropiado fingir que esas cosas son posibles cuando todo lo que sé sobre el orden natural del mundo en el que vivo proclama lo contrario. Puesto que no considero a Dios como un ser, tampoco puedo interpretar a Jesús como la encarnación de ese Dios sobrenatural, ni puedo asumir con credibilidad que él tenga el poder divino suficiente para hacer cosas tan milagrosas como calmar las olas del mar, expulsar a los demonios, caminar sobre el agua o multiplicar cinco panes para alimentar a cinco mil personas. Si tengo que proclamar la naturaleza divina de ese Jesús, tendrá que ser sobre otras bases. Los milagros naturales -estoy convencido-, dicen mucho sobre el poder que las personas le atribuyeron a Jesús, pero no dicen nada sobre lo que ocurrió realmente. No creo que este Jesús pudiera, literalmente, resucitar a los muertos, curar parálisis médicamente diagnosticadas, devolver la vista a los ciegos de nacimiento o a quienes hubieran la visión por otra causa. Tampoco creo que él hizo oír a alguien que había sido sordo y mudo de nacimiento. Las historias de curación pueden ser vistas de diversas formas. Considerarlas sobrenaturales o milagrosas es, en mi opinión, la posibilidad menos creíble de todas. No creo que Jesús vino al mundo nacido milagrosamente de una virgen, ni que ocurran partos virginales, excepto en la mitología. No creo que una estrella, literalmente, guió a los reyes magos a llevar regalos a Jesús, ni que los ángeles cantaron anunciando su nacimiento a los pastores. No creo que Jesús nació en Belén, ni que haya huido a Egipto para escapar de la ira del rey Herodes. Considero todo eso leyendas que posteriormente fueron transformadas en historia, conforme la tradición iba creciendo y se desarrollaba, mientras las personas trataban de entender el significado y el poder de la vida de Cristo. No creo que la experiencia celebrada en la Pascua por los cristianos sea la resurrección física del cuerpo de Jesús, muerto tres días antes, ni creo que alguien haya hablado literalmente con él después del momento de la resurrección, le haya dado comida, haya tocado en su carne resucitada, ni que él haya caminado físicamente con su cuerpo resucitado. Me parece interesante el hecho de que todas las narraciones que hablan de esos encuentros ocurren solamente en los evangelios posteriores. No creo que la resurrección de Jesús haya sido señalada literalmente por un terremoto, un anuncio de los ángeles o una tumba vacía. Todo eso lo considero también como tradiciones legendarias de un sistema religioso en un proceso de maduración. No creo que Jesús, en el final de su viaje terrenal, haya regresado a Dios ascendiendo literalmente a un cielo ubicado en algún lugar sobre las nubes. Mi conocimiento del tamaño del universo reduce ese concepto a un sinsentido. No creo que Jesús fundó una iglesia, ni que haya establecido jerarquía eclesiástica, iniciada por los doce apóstoles que perdura hasta nuestros días. No creo que haya creado los sacramentos como medios especiales de gracia, ni que esos medios sean o puedan ser controlados por la Iglesia y por lo tanto tengan que ser presididos por el clero. Todas esas cosas representan para mí un intento de los seres humanos de ganar poder para sí mismos y para sus particulares instituciones religiosas. No creo que los seres humanos nazcan en pecado y que, a menos que sean bautizados o de alguna forma salvados, vayan a ser expulsados para siempre de la presencia de Dios. Considero que el concepto mítico de la caída del ser humano a algún status negativo, no es una visión correcta de nuestro comienzo, ni de origen del mal. Concentrarnos en la caída de la humanidad como un estado de pecado, y sugerir que ese pecado sólo puede ser vencido por una iniciativa divina que restaure la vida humana a un status pre-caída que nunca estuvo, son conceptos muy extraños para mí, que sirven, otra vez, principalmente para construir el poder institucional. No creo que las mujeres sean menos humanas ni menos santas que los hombres, y, por lo tanto, no me puedo imaginar formando parte de una Iglesia que, de alguna forma, discrimine a las mujeres, o sugiera que la mujer no es apta para ejercer cualquier vocación que la Iglesia ofrezca a su pueblo, desde el papado hasta las funciones más humildes de servicio. Considero que la tradicional exclusión de las mujeres de las posiciones de liderazgo en la Iglesia no es una tradición sagrada, sino una manifestación del pecado del patriarcado. No creo que los homosexuales sean personas anormales, mentalmente enfermas o moralmente depravadas. Además, considero que cualquier texto sagrado que sugiera eso está equivocado y mal informado. Mis estudios me llevaron a la conclusión de que la sexualidad en sí, incluyendo todas las orientaciones sexuales, es moralmente neutra, por lo que puede ser vivida positiva o negativamente. Me parece que el espectro de la experiencia sexual humana es muy amplio. En ese espectro, un determinado porcentaje de la población, en todas las épocas, se ha orientado hacia las personas del mismo sexo. Sencillamente así es la vida. No me puedo imaginar ser parte de una Iglesia que discrimine a los homosexuales o a las lesbianas por lo que son. Ni quiero participar en prácticas eclesiásticas que considero basadas en una ignorancia prejuiciosa. No creo que la pigmentación de la piel ni el origen étnico constituyan un asunto de superioridad o inferioridad, y considero inaceptable cualquier sistema social, incluso cualquier parte de la Iglesia cristiana, que opere con ese presupuesto. Los prejuicios de los seres humanos basados en racismos son para mí, simplemente, manifestaciones de pasados tribales; son prejuicios negativos que los seres humanos desarrollaron en su lucha por la supervivencia. No creo que todas las éticas cristianas fueran inscritas en piedra ni en las páginas de las Escrituras, quedando así establecidas para siempre. Soy consciente de que "el tiempo deteriora lo que antiguamente fue bueno", y que el prejuicio fundado en definiciones culturales negativas ha sido, durante siglos, la base sobre la que los cristianos han oprimido a las personas de color, a las mujeres y a aquellos cuya orientación no ha sido heterosexual. No creo que la Biblia sea la "palabra de Dios" en sentido literal. No la considero como la fuente principal de la revelación divina. No creo que Dios haya dictado su texto ni que haya inspirado integralmente su producción. Veo la Biblia como un libro humano que mezcla la profunda sabiduría de los sabios a través de los siglos con las limitaciones de la percepción humana de la realidad en un determinado momento de la historia humana. Esta combinación ha marcado nuestras convicciones religiosas como testimonios ambivalentes de esclavitud y emancipación, inquisiciones y progresos teológicos, libertad y opresión. Supongo que podría prolongar esta letanía de creencias y no creencias durante muchas páginas, pero estos pocos ejemplos son suficientes para plantear las cuestiones que quiero desarrollar. La pregunta principal que quiero plantear con este libro es la siguiente: ¿puede persona declararse cristiana, con coherencia, y al mismo tiempo desechar, como acabo de hacer, tantas cosas que tradicionalmente han definido el contenido de la fe cristiana? ¿No sería más sensato y más honesto hacer como tantos otros de mi generación: simplemente desligarme de ese "sistema de fe" de nuestros antepasados? ¿Debería renunciar a mi propio bautismo y negar ser discípulo de Jesús, asumir la ciudadanía de la ciudad secular, y volverme miembro de la Asociación de Ex Alumnos de la Iglesia? ¿Qué me impide dar los pasos necesarios para abandonar mis compromisos de fe? ¿Falta de fuerza de voluntad, algún apego irracional y emocional que no logro romper, o será deshonestidad espiritual? Ciertamente esa opción haría mi vida mucho más fácil, menos complicada. Para muchos, tanto de la Iglesia cristiana como de la sociedad seglar, representaría un acto de coherencia. Sin embargo, no sería honesto ni seria verdadero con mis más profundas convicciones. Mi fe nunca ha sido para mí un problema. El problema ha sido siempre la forma literal que los seres humanos han escogido para articular esa fe. Tomado de...«Un nuevo cristianismo para un mundo nuevo. Por qué la fe tradicional está muriendo y cómo una nueva fe está naciendo», de John Shelby SPONG. Editorial Abya Yala. Spong, estadounidense, obispo anglicano jubilado de la diócesis de Nwark, NJ, EEUU, se ha convertido en el máximo divulgador actual de la propuesta de renovación del cristianismo mediante la confrontación y superación del teísmo. El autor no sólo hace la propuesta sino que la razona y desglosa aplicando su pensamiento a cada uno de los núcleos y dimensiones más importantes y sensibles del cristianismo: Dios, Jesús, Iglesia, liturgia, oración... Se trata de una teología muy elaborada de la presencia de Dios en la primera comunidad. Juan trata de hacer ver a los cristianos de finales del siglo primero, que no estaban en inferioridad de condiciones con relación a los que habían conocido a Jesús; por eso es tan importante este tema, también para nosotros hoy. Nos pone ante la realidad de Jesús vivo que nos hace vivir a nosotros con la misma Vida que él tenía antes y después de su muerte; y que ahora se manifiesta de una manera nueva. Se trata de la misma Vida de Dios. Esto explica que entre en juego un nuevo protagonista: el Espíritu.
No debemos dejarnos confundir por la manera de formular estas ideas sobre la relación de Jesús, Dios y el Espíritu por aquellos cristianos de finales del s. I. No se trata de una relación con alguna entidad exterior al ser humano. Tampoco se está hablando de tres realidades separadas. Si uno se fija bien en el lenguaje, descubrirá que se habla de la misma realidad con nombres distintos. Una y otra vez insisten los textos en la identidad de los tres. Después de morir, el Jesús que vivió en Galilea, se identificó absolutamente con Dios que es Espíritu. Ahora los tres son indistinguibles. "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos". Mandamientos que en el capítulo anterior quedaron reducidos a uno solo: amar. Quien no ama a los demás no puede amar a Jesús, ni a Dios. Los mandamientos son exigencia del amor. Las "exigencias" no son obligaciones impuestas desde fuera, sino respuesta del amor, que se debe manifestar en cada circunstancia concreta. Para Juan, "el pecado del mundo" era uno: la opresión, que después se manifiesta en toda clase de injusticias. El "amor" es también único, que se despliega en toda clase de solidaridad y entrega a los demás. "Yo pediré al Padre que os mande otro defensor que esté con vosotros siempre". Cuando Jesús dice que el Padre mandará otro defensor, no está hablando de una realidad distinta de lo que él es o de lo que es Dios. Está hablando de una nueva manera de experimentar elamor, que será mucho más cercana y efectiva que su presencia física durante la vida terrena. Primero dice que mandará al Espíritu, después que él volverá para estar con ellos, y por fin que el Padre y él vendrán y se quedarán. Esto significa que se trata de una realidad múltiple y a la vez única, Dios. "Defensor" (paraklêtos)=el que ayuda en cualquier circunstancia; abogado, defensor cuando se trata de un juicio. Se trata de una expresión metafórica. La defensa a la que se refiere, no va a venir de otra entidad, sino que será la fuerza de Dios-Espíritu que actuará desde dentro de cada uno. Tiene un doble papel: interpretar el mensaje de Jesús y dar seguridad y guiar a los discípulos. El Espíritu será otro valedor. Mientras estaba con ellos, era el mismo Jesús quien les defendía. Cuando él se vaya, será el Espíritu el único defensor, pero será mucho más eficaz, porque defenderá desde dentro. "El Espíritu de la verdad". La ambivalencia del término griego (alêtheia) = verdad y lealtad, pone la verdad en conexión con la fidelidad, es decir con el amor. "De la verdad" es genitivo epexegético; quiere decir, El Espíritu que es la verdad. Jesús acaba de decir que él era la verdad. "El mundo" es aquí el orden injusto que profesa la mentira, la falsedad. El mundo propone como valor lo que merma o suprime la vida del hombre. Lo contrario de Dios. Los discípulos tienen ya experiencia del Espíritu, pero será mucho mayor cuando esté en ellos como principio dinámico interno. "No os voy a dejar desamparados. En griego 'órfanoús'=huérfanos se usa muchas veces en sentido figurado. En 13,33 había dicho Jesús: hijitos míos. En el AT el huérfano era prototipo de aquel con quien se pueden cometer impunemente toda clase de injusticias. Jesús no va a dejar a los suyos indefensos ante el poder del mal. "El mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque yo tengo vida y también vosotros la tendréis". La profundidad del mensaje puede dejarnos en lo superficial de la letra. "Dejará de verme" y "me veréis", no hace referencia a la visión física. No se trata de verlo resucitado, sino de descubrir que sigue dándoles Vida. Esta idea es clave para entender bien la resurrección. El mundo dejará de verlo, porque solo es capaz de verlo corporalmente. Ellos que durante la vida terrena lo habían visto como el mundo, externamente, ahora serán capaces de verlo de una manera nueva. "Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros". Al participar de la misma Vida de Dios, de la que el mismo Jesús participa, experimentarán la completa unidad con Jesús y con Dios. Es una experiencia de unidad e identificación tan viva que nada ni nadie podrá arrancársela. Es una comunión de ser absoluta entre Dios y el hombre. Por eso, al amar ellos, es el mismo Dios quien ama. El amor-Dios se manifiesta en ellos como se manifestó en Jesús. El que acepta mis mandamientos y los guarda ese me ama de verdad; a quien me ama le amará mi Padre y le amaré yo y yo mismo me manifestaré a él. Su mensaje es el del amor al hombre y no el del sometimiento. La presencia de Jesús y Dios se experimenta como una cercanía interior, no externa. En (14,2) Jesús iba a preparar sitio a los suyos en el "hogar" del Padre. Aquí son el Padre y Jesús los que vienen a vivir con el discípulo. En el AT la presencia de Dios se localizaba en un lugar, la tienda del encuentro o el templo, ahora cada miembro de la comunidad será morada de Dios. No será sólo una experiencia interior; el amor manifestado hará visible esa presencia. "Uno que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y permaneceremos con él". Repite lo ya dicho. Los discípulos tienen garantizada la presencia del Padre y la de él mismo. Esa presencia no va a ser puntual, sino continuada. Una vez más se utiliza el verbo "permanecer" que expresa una actitud decidida de Dios para con el hombre. También queda una vez más confirmada la identidad del Jesús con Dios, una vez que ha terminado su trayectoria terrena. "Os dejo dichas estas cosas mientras vivo con vosotros". Juan sigue en la ficción de la doble perspectiva. Todo lo que hace decir a Jesús, lo está diciendo él mismo, pero tiene que hacer ver que Jesús había preparado a los discípulos para afrontar la nueva etapa en la que él ya no estaría con ellos. Una vez más se hace referencia a la partida. Les acaba de exponer el plan de Dios para el hombre, lo irán comprendiendo porco a poco. "El Espíritu os lo irá enseñando todo, recordándoos todo lo que os he dicho". La total comprensión del mensaje, llegará por la ayuda del Espíritu. Esta era ya la experiencia de las primeras comunidades. Se le llama ahora Espíritu Santo. Es santo o separado porque pertenece a la esfera de lo divino. Es santificador o separador, porque lleva de la tiniebla-muerte a la luz-vida. La enseñanza del Espíritu es la de Jesús mismo. Mientras el Espíritu no nos separe del mundo injusto, no comprenderemos a Jesús. Jesús vivió una identificación con Dios que no podemos expresar con palabras. "Yo y el Padre somos uno." A esa misma identificación estamos llamados nosotros. Hacernos una cosa con Dios, que es espíritu y que no está en nosotros como parte alícuota de un todo que soy yo, sino como fundamento de mi ser, sin el cual nada puede haber de mí. Esa presencia de Dios en mí no altera para nada mi individualidad. Yo soy totalmente yo y totalmente (de) Dios. El vivir esta realidad es lo que constituye la plenitud del hombre. Buscando Vida Dios es uno con Jesús y con cada uno de nosotros. Para Jesús, el único santuario es el hombre. No podemos encontrarlo buscándolo donde no está. Toda la creación y el hombre mismo son sagrados. Nada hay profano donde Dios no esté. El valor supremo es cada ser humano. Despreciamos a Dios cuando despreciamos a un hombre. Si no lo vemos en el hombre no lo descubriremos nunca. El Dios que creemos ver fuera del hombre, es falso. Meditación-contemplación "Yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros" Nos empeñamos en meter en conceptos lo indecible. El místico, desde su experiencia, apunta al sol. Como la luz nos deslumbra, quedamos mirando al dedo. ............. Solo la vivencia puede saciar el ansia de conocer y amar. Lo que te empeñas en buscar fuera de ti, no existe más que dentro. El dedo que señala es sólo una ilusión. El ojo ya no existe, ni hay nada que mirar. ................ Vete al centro de ti y descubre tu esencia. Ese descubrimiento colmará tus anhelos. Descubre que la Vida, desde el centro de ti, ha transformado todo tu ser en Luz. Para el cuarto evangelio, el Espíritu es "otro Paráclito" porque aquellas comunidades de finales del siglo I tienen claro que el "primer Paráclito" es el propio Jesús.
El término griego "Parakletos", que se suele traducir como "Defensor", significa literalmente "el que está al lado", para defender, apoyar, consolar, sostener... Por ese motivo, alguien ha insinuado que la traducción más acorde sería, tanto la de "abogado defensor", como la de "asistente social". En la misma evolución de las comunidades, se fue produciendo lo que los expertos denominan un "dualismo eclesiológico": es decir, se marcaron cada vez más distancias entre la propia comunidad y "los de fuera" (el "mundo"). El redactor de esta época ya tardía no pierde ocasión para insistir en que el don de Jesús se dirige únicamente a la comunidad de discípulos: "Lo conocéis vosotros [la propia comunidad joánica]", pero "el mundo no lo conoce..."; "vosotros me veréis, pero el mundo no me verá"... Se trata de una distancia, característica de todo grupo sectario (no en el sentido peyorativo, sino etimológico), que se suele ver agudizada –como era aquel caso- cuando la comunidad se siente perseguida. Más allá de las anécdotas históricas, el Paráclito es llamado aquí "Espíritu de la verdad". Y la verdad –parece añadir más adelante- es que "yo estoy en mi Padre, vosotros en mí y yo en vosotros". La verdad –no podía ser de otro modo- tiene sabor de unidad. Nos faltan palabras para poder expresarlo adecuadamente, pero unidad no es suma o yuxtaposición. La unidad tampoco es algo que podamos producir, ni siquiera gracias al amor. No es, en fin, el "resultado" de nada. Es más bien al contrario: lo primero es la unidad. Todo es Uno. Lo demás –amor, cercanía, equipo...- es simplemente consecuencia de lo que ya es. La unidad se puede percibir como un sentimiento profundo de pertenencia o de vinculación, en un nivel infinitamente más profundo que el psicológico. Se trata de una vinculación del orden del ser: no es que nos hagamos uno, ni siquiera que nos sintamos así. Es que lo somos. El Espíritu de la verdad puede recibir otro nombre como Espíritu de la unidad. Pero no como una entidad separada, tal como nuestra mente pensaría. Si se llama Espíritu de unidad es porque se trata de ese Misterio único del que todos participamos, que todos compartimos, en el que todos somos uno. El resultado de esta comprensión y vivencia no puede ser otro que el amor. No un amor entendido como movimiento sensible o emocional, sino el que se percibe como consciencia clara de no-separación de nada. Amor, por tanto, que se traduce en empatía y compasión. Pero tal comprensión va necesariamente unida a una percepción adecuada de la propia identidad. Porque, mientras yo siga pensando que el yo constituye mi identidad, me estaré cerrando al amor, porque no podré percibir la unidad que somos. Desde el yo (ego) pondré en marcha un comportamiento egocentrado. Solo cuando comprendo que no soy el yo, podrá modificarse radicalmente mi perspectiva. A partir de ahí, ya no "mediré" las cosas desde el interés del ego, sino desde la identidad amplia y una que compartimos. Y descubriré que, con frecuencia, lo que parece "malo" para mi ego puede que sea lo más acertado. Y a la inversa, quizás lo que mi ego persigue con tanta fuerza no sea lo que realmente me (nos) construye en lo que soy (somos). Y aquí nos resuenan las palabras sabias del propio Jesús, que brotaron sin duda de esta misma comprensión: "El que quiera salvar su vida [psiché, ego] la perderá, pero el que pierda su vida, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve a uno [al ego] ganar todo el mundo si pierde su vida? ¿Qué puede dar uno a cambio de su vida" (Mc 8,35-36). No son palabras de amenaza, ni –en primer término- de exigencia o de mortificación. Son palabras de sabiduría, que llaman a "despertar", a salir de los engaños en que nos encerramos, como consecuencia de haber absolutizado la visión estrecha de la mente, y a descubrir la luminosa verdad de que somos Unidad. Las lecturas continúan las tres situaciones de la iglesia que comenté el domingo pasado.
Iglesia naciente: modelo de una nueva comunidad Tras la institución de los diáconos, Lucas nos cuenta la actividad de uno de ellos, Felipe, en la fundación de la comunidad de Samaria. Esto le sirve para indicar las características que debería tener cualquier nueva comunidad. 1) No debe excluir a nadie. Felipe se dirige a Samaria, la región más despreciada y odiada por un judío. 2) Felipe predica a Cristo. Los misioneros no proponen una filosofía moral ni una ética; su intención primordial no es reformar las costumbres sino dar a conocer a Jesús. 3) La palabra va acompañada de la acción. Lucas la concreta en signos y prodigios semejantes a los que realizaron Jesús y los apóstoles: curación de todo tipo de enfermos. 4) El fruto de esta actividad es que «la ciudad se llenó de alegría». El evangelio no es un mensaje triste. 5) Sólo falta algo que el diácono Felipe no puede dar: el Espíritu Santo. Eso lo concede la oración de los apóstoles Pedro y Juan, que simbolizan al mismo tiempo con su presencia la unión entre la nueva comunidad y la iglesia madre de Jerusalén. Iglesia sufriente: calumnias y esperanza La carta de Pedro menciona el tema de las calumnias que sufrían los primeros cristianos. Recuerdo dos de ellas, tomadas de textos de Tertuliano y Minucio Félix. Se decía que cuando uno iba a incorporarse a la comunidad e iniciarse en los misterios, se tomaba a un niño muy pequeño, se lo recubría por completo de harina y se lo colocaba sobre una mesa. Cuando el neófito entraba en la sala, le ordenaban golpear con fuerza aquella masa. Él lo hacía, pensando que no se trataba de nada grave. Y golpeaba una y otra vez hasta matar al niño. Entonces, todos se lanzaban sobre el niño muerto para lamer su sangre y repartirse sus miembros, sellando de ese modo la alianza con Dios. Otra acusación era la del incesto. Según ella, los cristianos se reúnen en sus días de fiesta para celebrar un gran banquete. Acuden con sus hijos, hermanas, madres, personas de todo sexo y edad. La sala está iluminada sólo por un candelabro, al que se encuentra atado un perro. Cuando han comido y bebido abundantemente, ya medio borrachos, excitan al perro tirándole trozos de carne a un sitio al que no puede llegar, hasta que el perro tira el candelabro, se apaga la luz, y todos se abrazan al azar y se entregan a la mayor orgía entre hermanos y hermanas. En este contexto, la carta de Pedro recomienda: 1) Saber dar razón de nuestra esperanza con mansedumbre y respeto. Es decir, saber explicar qué creemos y esperamos, pero sin usar condenas y descalificaciones. 2) Es mejor padecer haciendo el bien que padecer haciendo el mal. Esta conducta, humanamente tan difícil, sólo se puede conseguir recordando el ejemplo de Jesús que, siendo inocente, murió por los culpables. E igual que él resucitó, también nosotros recibiremos el premio de nuestra paciencia. Iglesia creyente: «obras son amores» El evangelio, en pocas palabras, reúne temas tan distintos que resulta difícil encontrar un elemento común. No se puede pedir un discurso lógico y ordenado a una persona que se despide de sus seres más queridos poco antes de morir. Destaco tres temas. 1) Este breve fragmento comienza y termina con palabras muy parecidas: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.» «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama». Como dice el refrán: «Obras son amores, y no buenas razones». La relación entre el amor y la observancia de los mandamientos es muy antigua en Israel: se remonta al Deuteronomio, donde amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser, se concreta en la observancia de sus leyes, mandatos y decretos. En el caso de Jesús hay una gran diferencia, sus mandamientos se resumen en uno solo: «Esto os mando: que os améis los unos a los otros como yo os he amado». 2) Teniendo en cuenta la proximidad de la fiesta de Pentecostés, son importantes las palabras: «Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.» Parece una contradicción manifiesta pedir al Padre que nos dé algo que ya vive en nosotros. Son los dos tiempos en los que se mueven a menudo estos discursos: el de Jesús, que mira al futuro y pide al Padre que nos dé un defensor; y el nuestro, que ya hemos recibido el Espíritu y vive en nosotros. 3) La unión plena del cristiano con el Padre y con Jesús. «No os dejaré huérfanos, volveré.» «Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros.» |
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