Sueño de Benedicto con Gabriel: sacra familiaridad
Paz a quienes adoran con amor infante, esperanza adolescente y fe adulta Nacer de María y José, y por obra de Espíritu Santo, no niega al Hijo que muestra el rostro encarnado de Abba, el Dios Padre y Madre Quebraba Benedicto el sueño, dando unas cabezaditas durante el telediario de sobremesa, en el día de la Sacra Familia…. Una pálida luz azulada difuminaba la sala cuando se dibujó en el ambiente onírico la figura del arcángel Gabriel. -Alégrate, Benedicto, el Señor también está contigo. -Agradable sorpresa, Gabriel. Llegas en un buen momento. Necesito que me eches una mano para acabar de redactar el capítulo de la Anunciación. -Bien, ya sabes, maestro, haz hermenéutica, que algo queda. -Sí, ya he explicado que los peregrinos de la estrella ni eran tres, ni eran reyes, ni eran magos, que la mula entra en escena por alusión a Isaías; que hay música de salmos de liberación para armonizar el magnifcat del abrazo entre las dos primas embarazadas, telón de fondo de Emmanuel para los nacimientos y gloria en el mutis de los pastores. Ah, y que traduzcan bien lo de la eu-dokía: paz a hombres y mujeres, que por algo son todos y todas objeto de la buena voluntad del Altísimo, que por algo los quiere a todos y a todas la eu-dokía y benevolencia del Señor. -¿Qué más quieres, Benedicto? Tú tienes muchas tablas para clases magistrales. Tu libro será un best seller. ¿Qué te voy añadir yo? -Pues justo lo que te decía: el tema de lo vuestro, quiero decir, lo tuyo con María y José cuando irrumpe el Espíritu. -Escribe bien ese capítulo. Cuando lo pongan en teleserie, la máxima audiencia será para la aparición de Gabriel, susto para la niña: una estéril embarazada y una virgen concibiendo; sendos mensajeros tranquilizan en sueños al esposo de una y al novio de la otra, que el Altísimo, al fin al cabo, bendice a quienes se aman en tiempos revueltos… -Pero es muy delicado aclarar eso. Ahí sí que no me atrevo como con la mula y el buey… -Tú, buen teólogo, puedes hacerlo. Aclara lo esencial. - Sí, eso ya lo he escrito. Mateo y Lucas saben lo que hacen: narrativa de promesa, identidad y vocación con mensaje salvífico. Francisco lo popularizó en los belenes: Paz a quienes adoran con amor infante, esperanza adolescente y fe adulta. Yo les repito el mensaje en el Año de la Fe, medio siglo después de Juan XXIII, el Bueno. Que entiendan bien el mensaje de paz en la tierra por la Encarnación de la Palabra de Gracia. Y que vean, como veía el Papa Juan, la clave del misterio en el rostro de cada bebé, que viene al mundo por la unión amorosa de sus progenitores y por obra y gracia de Espíritu de Vida. -Perfecto, Benedicto. -Ya, pero no basta, porque van a preguntar por la concepción y… si les digo, como hay que decir, que la estrella de Oriente no es tema de astronomía, ni la concepción mesiánica es cuestión de biología, lo van a entender mal. Si me descuido, me denuncian a la Inquisición. -De ningún modo. Llámame a mí por testigo, yo velaba en el umbral mientras María y José dormían su primera noche. Irrumpió el Espíritu Santo. María y José hicieron al niño que el Espíritu les dió. El Espíritu les dió el niño que hicieron ellos. -Ya lo sé, Gabriel, ya lo sé. Pero el pueblo, falto de catequesis adulta, no lo va a entender. Mira la que se armó cuando dije lo del buey y la mula; van a pensar que lo de Mateo y Lucas es cuento de hadas y que no es propio de mí desmitificar tu Anunciación. Tengo que decirles claramente que esas narraciones no son mito, sino historia. -Entonces te criticarán tus colegas de teología, que defienden la verdad mitopoética. -Pero si te desmitifico, Gabriel, el pueblo creyente sencillo se desconcertará. -Y si no lo haces, no pasarán a fe adulta y se quedarán creyendo al pie de la letra, como cuando decían que a los bebés los trae de París una cigüeña. -Calla, Gabriel, calla, por Dios, no mientes a “Cigoñas y cigoñinos”, que trae mala suerte a Religión Digital. -Entonces díselo con palabras de magisterio papal, que eso tranquiliza mucho a los fundamentalistas. Cítales a tu mentor y predecesor: Juan Pablo II, el Firme, acuñó una de las mejores fórmulas para hablar de Anunciación y Concepción virginal. Dice al comienzo de la encíclica Evangelium vitae que “la Navidad manifiesta el sentido profundo de todo nacimiento humano”. Es decir, que si virginidad es culmen de receptividad y donación mutua, María y José no pierden la virginidad al unirse para procrear, sino que se hacen vírgenes al unirse para hacerse padre y madre del fruto de su amor. Hay que ser poeta, como Lucas y Mateo, para plasmar tan bellamente en sus evangelios el misterio: la encarnación de lo divino en lo humano se consuma cuando una mujer y un varón se dan y reciben por completo convirtiéndose en vírgenes por hacerse engendradores de vida. * * * A Benedicto se le cayó de las manos el libro entreabierto y así se despertó. El libro era del filósofo Paul Ricoeur, que hablaba de verdad e identidad narrativa. Los sofistas, decía el filósofo francés, usan metáfora y mito para persuadir de la mentira; los retóricos usan metáforas y mitos para adornar la argumentación. En cambio, la poética dice la verdad por medio de la narración. Las narraciones evangélicas ni son crónica histórica, ni cuento de hadas. Ni verdad histórica literal, ni mera ficción para entretener, sino verdad profunda por medio de ficción poética. Toda criatura humana nace de sus progenitores y, a la vez, por obra de Espíritu de Vida. Nacer de María y José, y por obra de Espíritu Santo, no niega al Hijo que muestra el rostro encarnado de Abba, el Dios Padre y Madre. Sonó un estrépito de cristales rotos. Una cigüeña, que voló desde los Madriles, picoteaba enfadada la ventana del aposento papal y saltaban añicos sobre la plaza de san Pedro… Juan Masiá acaba de publicar “Cuidar la vida” (RD-Herder)
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El movimiento nacido entre chabolas es situado por sus críticos en el ala ultraconservadora
Lamentaba Erasmo que no bastase el nombre de cristiano, en una época en la que jesuitas, dominicos, franciscanos, bernardos, brigitinos, agustinos y tantos otros monjes competían por lucir mejor y mandar más en la Iglesia romana. “Su ambición no estriba en parecerse a Cristo, sino en no parecerse entre ellos”, les arreó el famoso ilustrado. No han cambiado las cosas, pero sí los protagonistas. Hoy no luce ser monje (o no tanto: monje quiere decir solitario, y se les ha visto demasiado por todas partes), sino que se lleva más pertenecer a alguno de los nuevos movimientos: Opus, Legionarios, Camino Neocatecumenal, Focolares, Comunión y Liberación… En España suman un millón de personas, o casi, y poseen escuelas, universidades, seminarios y hasta obispos. “Difícilmente se entenderá a la Iglesia y al catolicismo contemporáneo sin los nuevos movimientos”, les piropeó el polaco Juan Pablo II. No es oro todo lo que reluce. Los nuevos movimientos, efectivamente, le llenaron estadios al papa Wojtyla, siempre viajero, pero también sembraron desunión y cizaña en parroquias e iglesias de base, adonde llegaron con sus nuevos aires, con sus nuevas liturgias, formando capilla propia, como queriendo comer aparte. En ese conglomerado de nuevos católicos, los kikos son punto y aparte y los más numerosos, de la mano de un fundador extravagante en el mejor sentido de la palabra, Kiko Argüello. Ni siquiera quieren que se les llame movimiento. Una vez lo hizo en público Juan Pablo II y la cofundadora del Camino, Carmen Hernández, cortó al Papa. “Santo Padre, no somos un movimiento”. Wojtyla aceptó la interrupción y prosiguió. Poco después, volvió con lo del movimiento. Y Carmen: “Que no, Santo Padre, que no somos un movimiento”. Y el Papa: “A ver, Carmen, en el Camino andáis, ¿verdad? Pues si andáis, os movéis; y si os movéis, sois un movimiento”. Laico, burgués —hijo de abogado, nieto de inglés y con un segundo apellido suizo-alemán, Wirtz—, pintor premiado ya joven, Kiko era un señorito perdido en los vicios cuando se tituló en la Escuela de Bellas Artes de Madrid. Lo cuenta él mismo con el mismo salero con que san Agustín presume en sus Confesiones de haber probado todos los pecados de la carne antes de caerse del caballo para abrazar santidades. “Si Dios no existe, yo estoy muerto”, concluyó una tarde Kiko después de hacerse preguntas. La decisión que tomó entonces pudo convertirlo en cura obrero, y en carne de cárcel, como a su maestro Mariano Gamo, entonces párroco en una de las barriadas de chabolas al sur de Madrid, muy cerca de donde prosperaba otra comunidad revolucionaria, la del padre Llanos en el Pozo del Tío Raimundo. Kiko vivió él mismo en una chabola de Palomeras Bajas y se curtió de retórica, pero tomó un camino más místico (es un decir), con la fundación, hacia 1964, de la primera comunidad de neocatecúmenos. Hoy son decenas de miles, y Kiko se ha instalado en Roma con todas las bendiciones oficiales. El movimiento nacido entre chabolas es situado ahora por sus críticos, que son legión, en el ala ultraconservadora del catolicismo. Es el riesgo que asume el cardenal Rouco cuando fía al fundador del Camino un protagonismo tan estelar en la jornada de las familias. Ayer, Kiko estuvo sembrado, en su salsa, en medio de su gente. Lo proclamaba uno de sus seguidores, que había acudido con mujer y nueve hijos. “Si Kiko me dice ven, lo dejo todo”. El texto puede tener un fundamento histórico pues los judíos piadosos solían subir al Templo anualmente y los niños les acompañaban al cumplir los doce años. Las caravanas se ordenaban más o menos por familias o por tribus, por lo que no es extraño que sus padres no lo echaran de menos hasta el final del primer día de camino, en la primera acampada.
El resto puede ser más bien la interpretación de Lucas, para subrayar la condición de Jesús, Hijo del Padre, que visita "su casa", aunque desgraciadamente, esa casa, o mejor, sus gobernantes, serán la causa de su muerte. Señalemos "Jesús iba creciendo en saber, en madurez y en favor ante Dios y los hombres" REFLEXIÓN La familia de Dios. No me estoy refiriendo a los de Nazaret, sino a nosotros, la humanidad. Sobre la familia de Nazaret apenas sabemos nada más que el disgusto del Templo de Jerusalén que leemos hoy. La imaginamos como familia modelo, sin más. Pero de la familia humana sí sabemos mucho: es el sueño de Dios, la finalidad última de la Creación, el Proyecto de Jesús, lo que Jesús llamaba "El Reino". Y es que una familia biológica (abuelos, padres, hijos...) puede existir y no ser una familia. Lo mismo pasa en la humanidad, que puede no ser una familia sino una perpetua guerra. La familia no es una relación biológica, es una relación de respeto, de amor, de comprensión. Y cuando esto sucede, la familia es un sacramento, una imagen viva y activa de Dios mismo y de la humanidad soñada por él. Padres que se siguen queriendo después de años de matrimonio, hijos que se sienten queridos por sus padres ... difícilmente encontraremos mejor imagen de Dios y de la humanidad. Y es que lo que cuenta es el Espíritu. Resulta estremecedor aquel pasaje de Lucas: Una mujer de entre la multitud alzó la voz y le dijo: - ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron! Pero él repuso: - Mejor: ¡dichosos los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen! Para Jesús, ni su madre es más importante que hacer las cosas al estilo de Dios. En nuestros días asistimos a un enorme interés de la Iglesia por la familia, y está muy bien. Pero con una condición básica: que los padres escuchen el mensaje de Dios y lo pongan en práctica. Lo que solemos llamar "la transmisión de la Fe" no se produce por sermones ni catequesis, sino con una vida de amor y respeto, con una vida al estilo de Jesús. Los padres tienen una maravillosa misión, que no es dejarles a sus hijos una posición económica desahogada, ni siquiera una formación académica: la esencia de su misión es presentarles a Jesús como alguien atractivo, convincente, fascinante y eso sólo se consigue viviendo al estilo de Jesus. PROFESIÓN DE FE Creo que son felices los que comparten, los que viven con poco, los que no viven esclavos de sus deseos. Creo que son felices los que saben sufrir, encuentran en Ti y en sus hermanos el consuelo y saben dar consuelo a los que sufren. Creo que son felices los que saben perdonar, los que se dejan perdonar por sus hermanos, los que viven con gozo tu perdón. Creo que son felices los de corazón limpio, los que ven lo mejor de los demás, los que viven en sinceridad y en verdad. Creo que son felices los que siembran la paz, los que tratan a todos como a tus hijos, los que siembran el respeto y la concordia. Creo que son felices los que trabajan por un mundo más justo y más santo, y que son más felices si tienen que sufrir por conseguirlo. Creo que son felices los que no guardan en su granero el trigo de esta vida que termina, sino que lo siembran, sin medida, para que dé fruto de Vida que no acaba. Y creo todo esto porque creo en Jesús de Nazaret, el Hijo, el hombre lleno del Espíritu, Jesucristo, el Señor. Este podría ser el único villancico cantable hoy, inteligible para el hombre postmoderno. La cultura consumista exigiría una inculturación de este tipo. Y en los belenes del futuro ya no será necesario colocar ninguna cueva (“Qué hortera ¿no?”), porque el Nacimiento tendrá lugar en unos grandes almacenes o en un Banco. El buey y la mula ya no estarán en torno al pesebre; el buey yacerá dentro de la cuna -pequeñito, pero revestido de oro- para que todo el mundo pueda ebtender lo que en realidad se está celebrando: el nacimiento…del becerro de oro.
Fiesta pagana.-No creo que esta situación tenga remedio en el mundo occidental, ni que el cristianismo primermundista tenga hoy fuerza para cambiar el sentido de una fiesta pagana, como cuentan que supo hacer con la Navidad en los comienzos de su historia. Estas líneas, pues, no pretenden cambiar nada. Se dirigen sólo a aquellos que no creen en ese dios al que Jesús llamaba Mammón, o a aquéllos que se preguntan qué es lo que estuvo alguna vez debajo de toda esa trivial parafina consumista, y qué había en el lienzo originario o en la pintura primitiva de la Navidad. Difícil explicarlo hoy con lo desteñidas que se nos han quedado las palabras. Pero a mí me proporciona cierto acceso a ello la comparación entre un texto hindú y otro texto cristiano. En uno de los libros sagrados de la India, muy anterior a Cristo, se encuentra la afirmación siguiente: “En el principio existía el “Sí-mismo”./Este existía en forma de persona./ Miró: no vió nada más que a Sí,/ y dijo: “Yo soy”./ Este fue el comienzo (Br.arm.Upanishad I, 4,1). Llama en seguida la atención el parecido de ese texto con otro de los clásicos del cristianismo, con el que coincide en casi todo el primer verso: “En el principio existía la Palabra”. Si traducimos un poco lo que significa eso de “la Palabra”, la comparación con el texto hindú se vuelve más luminosa: “En el principio existía el “Salir-de-sí-mismo”,/ y ese Salir-de-sí-mismo era Dios y estaba vuelto hacia Dios./ Esto es lo que ocurría en Dios desde el principio…/ Y ese Salir-de-sí-mismo se hizo poquedad humana./ Y plantó su tienda entre nosotros…(Evangelio de Juan, cap. I). En ambos casos resulta sobrecogedor el esfuerzo del lenguaje humano por asomarse al comienzo de los comienzos, más allá incl-uso de aquel big-bang que -cuando se lo piensa un poco seriamente- no deja de ser también estremecedor. Aquí (“en el principio”) coinciden nuestros textos. Pero comienza a separarse en el contenido de esos orígenes. Para el texto hindú, el inicio de toda realidad es Dios como Sí-mismo absoluto. Para el texto cristiano, en el origen de todo está Dios como salida de Sí o como autodonación absoluta de ese Sí-mismo. En un caso, Dios como Autoconciencia Absoluta. En el otro, Dios como Comunión Absoluta. Pueden parecer formulaciones muy enrevesadas, pero creo que no lo son y que, si seguimos leyendo, se aclararán. Porque -según el texto cristiano, esa concepción del origen extratemporal como Comunión Absoluta es lo que hace posible que, en un tiempo concreto del tiempo, esa Autodonación Absoluta, se hiciera libremente un vulgar ser humana, de esta historia y que de este modo, saliera también hacia nosotros y se comunicara a nosotros. Paz y bien. Malos tiempos estos para la lírica y para sobrevivir. Ahí están los griegos que rebuscan en la basura, que no encienden la calefacción aunque haga frío, que no van al médico aunque estén enfermos y racionan la comida hasta el extremo de que aparecen síntomas de desnutrición. Están deprimidos por dentro y por fuera, y son tan europeos como los alemanes. Tanto como los que consideran que deben pagar ellos su deuda sin atender a más consideraciones. Y atisbamos quiénes serán los siguientes.
Pero junto a las circunstancias está la capacidad de arrostrarlas de una u otra manera. No solo hay que destacar los suicidios -siguiendo con el ejemplo griego- ante el desahucio de la vivienda. También es noticia quienes, con las mismas penurias, son capaces de sonreír viviendo la tragedia de otra manera; es decir, sin hacerse daño añadido. Porque no es lo mismo ser alegre que estar alegre. Existe la alegría externa marcada por la jovialidad del momento, la luminosidad del día o por ver cumplida alguna ilusión. Sin embargo, este ánimo es de efecto pasajero pues nace y existe alrededor del acontecimiento que promueve la alegría tanto como la eclipsa: la creación artística, la práctica de un deporte, una fiesta... Todo esto nos provoca estar puntualmente alegres. A veces llamamos alegría a la actitud de quien huye de su tristeza interior a base de engañar a los sentidos de manera poco recomendable (alcohol, drogas...). Pero existe otra verdadera alegría más profunda y estable que proviene de nuestro interior, que no depende de las circunstancias externas para manifestarse con fuerza hacia el exterior. Esta segunda alegría es consecuencia de un estado anímico que todos podemos cultivar para vivir saludablemente. Es mucho más valiosa porque contagia su fuerza a todo lo que le rodea palideciendo los sentimientos de aflicción, aburrimiento y tristeza. Por eso no decimos en este caso que la persona "está" alegre, sino que "es" alegre, como una cualidad de su existencia. Eso sí, ambas alegrías son perfectamente compatibles. En esta sociedad materialista, cuán incomprensible de entender resulta que, en medio de sufrimientos, sea posible experimentar algo diferente al resentimiento, impaciencia, abatimiento, rebeldía, rabia y mal humor. De hecho, nuestra sociedad tiende a ocultar la imperfección y la finitud, el dolor, la vejez y la muerte, incapaz de asumir que la actitud de rebelarse contra situaciones irreversibles que causan sufrimiento solo consigue agravarlo. Tampoco estamos sensibilizados en la cultura de querernos y querer a los demás -ambas son dos partes de un todo-. Nuestro patrón es la insolidaridad, el interés calculador y la indiferencia con los más necesitados. Con estos mimbres, la alegría tiene difícil encaje. Todo lo contrario a lo que se nos invita en Navidad: a estar alegres como signo esencial de un cristiano que ha experimentado el amor de Cristo. Trabajar adecuadamente la alegría es mucho más que lograr un buen talante. Está demostrado que la alegría y su medicina del sentido del humor, es un antídoto contra la ansiedad y el desánimo aun en tiempos de crisis y tristeza existencial donde "lo que se quiere" prevalece sobre "lo que se debe", sin ojos ni entrañas para los demás. Nuestra idea de felicidad está demasiado tutelada por el principio de la posesión (cosas, personas...) que nos aleja de las verdaderas fuentes de la vida plena. No obstante, la nube diaria de titulares negativos no puede ocultar los muchos signos y evidencias que destilan alegría por los cuatro costados: personas que se aman, miles de voluntarios que dan su tiempo para generar oportunidades y esperanza en los demás, pruebas de amistad, de solidaridad, de superación personal... Personas que siembran y recogen alegría a raudales, aunque son vistos como rarezas imposibles de emular, tal es la triste deriva de quienes se han acostumbrado ya a la incapacidad de sentir alegría incluso en el placer (anhedonia). Estoy triste o soy triste; esta es la cuestión para quien quiera dedicarle una repensada en estas fechas tan especiales para los cristianos y convencerse de que es posible ser alegre también en este tiempo en que nos ha tocado vivir de noche pero con millones de estrellas luminosas entre nosotros. La principal de todas ellas, el Dios con nosotros hecho uno de los nuestros. Lucas ha construido el principio de su evangelio como un anuncio del Mesías, haciendo un paralelismo sistemático entre Juan y Jesús: el capítulo 1º se dedica a la concepción y nacimiento del Precursor; el capítulo 2º a la concepción y nacimiento de Jesús. El capítulo 3º, en su primera parte, a la predicación del precursor; en su segunda parte, presenta a Jesús, señalado por el Bautista como "el que ha de venir". Así, Juan, desde el seno de su madre y en su predicación, es el Profeta enviado por Dios para "preparar el camino".
La clave de interpretación de estos textos nos la da la mención expresa y repetida de "El Espíritu Santo". Aquí es Isabel la que, llena del Espíritu, reconoce quién es la que le visita y quién es el que está ya en el seno de María. Es la intención común de Lucas y Mateo con sus evangelios de la infancia: Jesús es "fruto del Espíritu". Primero en Juan Bautista como Precursor y luego en Jesús como Mesías, se está realizando la Obra de Salvación de Dios. Los ojos de carne no ven más que dos mujeres embarazadas, como más tarde en Belén sólo verán un niño pobre recién nacido; los ojos de la fe, por la fuerza del Espíritu, reconocen ahí la presencia de Dios Salvador. R E F L E X I Ó N En el último Domingo de Adviento, la Iglesia centra su atención, más que en las ideas de "la venida del Señor", en "El que viene". El que viene es Jesús, y el anuncio más inmediato de la venida se hace en el Evangelio de Lucas que leemos hoy: María está embarazada y su pariente Isabel es la primera "mensajera" humana del que va a nacer. Isabel proclama ya quién es el niño que aún está en el vientre de María, y para reconocerlo apela a la fe: hay que saber quién es este niño, que para los ojos normales será un niño normal y para los ojos de la fe será "El Señor". Todo esto se introduce con el bello texto de Miqueas y se interpreta en el texto de la carta a los Hebreos. Las palabras que pone Lucas en boca de Isabel forman parte, junto con las palabras del ángel en la Anunciación, de nuestra más bella oración a María: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre". Y las últimas palabras de la escena resumen extraordinariamente bien un eje esencial de nuestra fe: "Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" Estas palabras nos centran en lo esencial de nuestra preparación de la Navidad: tiempo de creer, de intensificar nuestra fe en Jesús, en Dios Salvador. Nuestra formación cristiana está tan insertada en nuestra cultura y educación, que no pocas veces conocemos mucho a Jesús, pero quizá no creemos tanto en Él. Y nuestra celebración de la Navidad tiene más de fiesta de cumpleaños que de misterio de fe. Pero lo que tenemos que celebrar es extraordinariamente profundo, extraordinariamente revolucionario: creemos que en ese que ahora nace conocemos a Dios, y que ese Dios conocido en Jesús es completamente distinto, y muchísimo mejor de lo que creíamos antes de conocer a Jesús. El nacimiento de Jesús es una gran noticia porque Jesús es una gran Noticia, porque el Dios que hemos conocido viendo a Jesús es una estupenda noticia. Navidad es celebrar que creemos en Jesús. No es nada fácil creer en un hombre. Y ése es el desafío que se nos ofrece, creer en ese hombre, tan hombre que vemos cómo su madre lo da a luz, cómo depende tan radicalmente de "sus padres", como les llamará Lucas (2,41), cómo crece y aprende. Será aún más difícil cuando lo veamos aterrado ante la inminencia de la Pasión y orando a Dios desde el más profundo sentimiento de abandono, justo antes de morir. Fue el desafío de sus contemporáneos, el dilema que presenta el cuarto evangelio en el capítulo 6, cuando Jesús invita a que le reconozcan como "el Pan bajado del cielo", y todos murmuran "¿Quién se cree éste que es?, ¿es que no conocemos a su madre, a sus hermanos? ¿Cómo dice que "ha bajado del cielo"?. Y desde entonces muchos, incluso de sus discípulos, ya no andaban con Él. Jesús mismo, en la misma ocasión, se encarga de agudizar el dilema: "Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron. No es Moisés el que os dio pan del cielo, es mi Padre el que os da ahora el Pan del Cielo". Creer en Jesús. Reconocer a Dios en Jesús. Un acto supremo de confianza: todo lo que necesitamos "ver" de Dios, en Jesús lo vemos. "El que me ve a mí, ya ha visto a mi Padre". Ver, ver con los ojos del cuerpo, los que no ven más que cuerpos. A Dios nadie le ha visto jamás (Juan 1, 18). Lo vemos, lo vemos con los ojos, en Jesús. Así, cuando decimos que Dios es "médico", lo decimos porque Jesús se dedica a curar. Cuando decimos que Dios es "compasivo", lo decimos porque vemos a Jesús emocionarse ante las desgracias de cualquiera. Y cuando queremos saber qué clase de "juez" es Dios, nos vamos a Juan 8, el episodio de la mujer adúltera, y vemos la clase de juez que es Jesús, que se juega la vida por poder perdonar a un@ culpable. Navidad celebra por tanto esa maravilla: en un ser de carne y hueso como nosotros, al que "vemos" nacer, conocemos cómo es Dios: y el Dios que conocemos es maravilloso. Esto sí que es una buena noticia: las dos cosas, que podemos "ver" cómo es Dios, y que el Dios que vemos es maravilloso. El misterio de la encarnación que estamos celebrando es un misterio de amor. Por eso lo celebramos con la eucaristía que es el sacramento del amor. Si Dios me ama es porque es amor. Es decir, Dios, que es amor, está en mí. Ese amor es el fundamento de mi ser, o mejor es mi verdadero ser en lo que tiene de fundamento. Todo lo que no es Amor es secundario y accidental en mí. Dios está encarnado en todas sus criaturas y esa presencia es lo que les hace consistentes y lo que les da valor trascendente. El hombre puede descubrir esa realidad y vivirla conscientemente. Esa será su plenitud.
El comienzo del evangelio de Juan es un contrapunto al que hemos leído anoche de Lucas. Con él, la liturgia intenta nivelar la balanza para que no nos quedemos en la paja del pesebre y lleguemos de verdad a la sustancia del misterio de Navidad. Los dos relatos están hablando de lo mismo, pero el lenguaje es tan diverso que apenas podríamos sospechar que se refieren a la misma realidad. Ni uno ni otro hablan con propiedad, porque lo que estamos celebrando no puede encerrarse ni en imágenes ni en conceptos. En el evangelio de Juan se dice: "En la palabra había vida y la vida era la luz de los hombres". No me explico por qué tenemos tantas dificultades para entender esto correctamente. El texto no dice que la luz me llevará a la Vida, sino al revés, es la Vida la que me tiene que llevar a la luz, es decir, a la comprensión. No es el mayor o mejor conocimiento lo que me traerá la verdadera salvación, sino la vivencia dentro de mí. Dios que es Vida está en mí y me comunica esa misma Vida; todo lo demás es consecuencia de este hecho. Lo que salga de mí, será la manifestación de esa Vida-salvación. La encarnación sigue siendo el tema pendiente del cristianismo. Si no lo enfocamos como es debido, lo reducimos a una creencia sin peso alguno en nuestra vida real. El prólogo de Juan dice: "kai Theos en o Logos" y en latín: "et Deus erat Verbum". En castellano podemos traducir: "y la Palabra era Dios" o "Dios era la Palabra". Puede parecer que es lo mismo, pero en realidad expresan algo muy distinto. En el primer caso, se explica lo que es el Verbo, por lo que es Dios. En el segundo, se explica lo que es Dios por lo que es el Verbo. Es Dios el que se identifica con el ser humano Jesús. Si se hizo hombre en Jesús, es que se hace hombre en todos los seres humanos. Por el contrario, si es Jesús el que se hace Dios, nosotros quedamos completamente al margen de lo que allí pasó. No se trata de limitar la singularidad de Jesús, sino de descubrir que todo lo que pasó en él, no es ajeno a cada uno de nosotros. Jesús hizo presente a Dios en un momento determinado de la historia, porque fue un ser histórico; pero la historia no afecta para nada a Dios. Dios no tiene sucesos. Lo que hace en un instante está siempre haciéndolo. Dios se está encarnando siempre. Por lo tanto no se trata de celebrar un acontecimiento pasado, sino de descubrir ese acontecimiento en el momento presente y vivirlo como lo vivió Jesús. En la eucaristía resumimos el proceso que debemos hacer como seres humanos. Tomando conciencia de nuestras limitaciones (pecados, si queréis) patentes en nuestra manera de actuar, lo que sale de nosotros. Luego descubrimos la actitud de Dios para con nosotros, Él es amor que nos acepta como somos, por lo que Él es, no por lo que somos. Tomamos conciencia de su presencia en lo hondo de nuestro ser y nos identificamos con esa parte de nuestro ser que es lo divino. Desde ahí recorremos el camino inverso e intentamos que nuestra vida esté de acuerdo con ese ser descubierto. Se trata de dejar que nuestro actuar, surja espontáneamente de nuestro verdadero ser. Si no descubrimos y nos identificamos con nuestro verdadero ser, nuestra vida cristiana seguirá siendo artificial y vacía de verdadero sentido cristiano. Meditación-contemplación Dios era la palabra y la palabra se hizo carne. ...................... No existe un Dios lejano en alguna parte del universo, y menos aún, fuera de él. Tampoco existe nada fuera de la divinidad. Amor y unidad son la misma realidad. La única experiencia mística posible es la de UNIDAD. ........................... En la Palabra había Vida, y la Vida era la luz de los hombres. La Vida es lo primero. La luz es la consecuencia de la Vida. No es el conocimiento el que me llevará a la vida espiritual. Es la Vida la que me hará comprender, sin necesidad de comprender. ..................... Cuanto más profunda es la tiniebla más necesaria, pero también más patente se hace la luz. Éste es el sentido de la fiesta de Navidad (solsticio de invierno). Si descorres las tupidas cortinas de tu ego, aparecerá la luz, iluminará tu ser y todo lo que te rodea quedará también iluminado. Cualquier clase de discurso hoy se me antoja ridículo. Nada se puede decir con propiedad del misterio que estamos celebrando. Hoy mejor que nunca debíamos aplicar el proverbio oriental: "Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate". Solo en clave de silencio seremos capaces de entender algo. Esta noche debemos intentar una meditación sosegada sobre Jesús y sobre lo que su figura supone para todos nosotros. Lo que tienes que descubrir y vivir no puede venir de fuera, tiene que surgir de lo hondo de ti mismo.
El evangelio que acabamos de leer (Lc 2,1-14) nos coloca ante el misterio, pero tendrás que adentrarte tú solito en él. Es muy fácil que se desborden los sentimientos con las estampas navideñas, pero eso no basta para vivir el misterio que celebramos. Es una noche, no para el folclore sino para la meditación. Sin esta contemplación, se quedará en algo vacío sin ningún sentido religioso. El valor de esta fiesta depende de la actitud de cada uno. Nada suplirá el itinerario hacia el centro de mí mismo. Solo allí se desarrolla el misterio de la encarnación. Solo en lo hondo de mi ser descubriré la presencia de Dios. Recordar el nacimiento de Jesús, nos puede ayudar a encontrar a Dios dentro de nosotros y en los demás. Jesús vivió y murió en un lugar y un tiempo determinado. Pero debemos tener mucho cuidado en no creer que estamos celebrando un cumpleaños. Los datos históricos no tienen mayor importancia. Jesús nació, no sabemos dónde, no sabemos cuándo, ni en qué día, ni en qué mes, ni en qué año. ¿No os parece curioso? Pues todo lo que digamos de Jesús, desde el punto de vista histórico, apunta al mismo desconcierto. El encuentro con Jesús que apareció en un momento de la historia, me tiene que llevar al encuentro con Dios que no tiene historia. Dios es siempre el mismo, no puede cambiar ni lo más mínimo. El tiempo no pasa en Él. El espacio no existe para Él. La lectura de los evangelios nos puede ayudar si no caemos en la tentación de quedarnos en la letra. La manera de narrar el misterio es un ejemplo más de lo indecible del acontecimiento. El relato de Lucas que acabamos de leer, o el muy distinto de Mateo, tienen muy poco que ver con el prólogo del evangelio de Juan, aunque los tres nos están hablando de lo mismo. Los sencillos relatos de Mateo y Lucas, apuntan al misterio, si no nos limitamos a verlos como una crónica de sucesos. La elevada cristología metafísica de Juan, nos está diciendo exactamente lo mismo, si sabemos desentrañar los conceptos que utiliza. La encarnación no es un hecho puntual, sino una actitud eterna de Dios que se encarna siempre en todas sus criaturas. Dios no tiene actos. Todo lo que hace, lo es. Si se encarnó, es encarnación, es Emmanuel. Si en Jesús se hizo patente la presencia de Dios, debemos aprovechar esa realidad para buscar en nosotros lo que descubrimos en él. No se trata de recordar y celebrar lo que pasó hace dos mil años en otro ser humano, sino de descubrir que la presencia de Dios, se da en mí en este momento, y debo de descubrir y vivir conscientemente esa presencia. Lo que pasó en Jesús, está pasando ahora mismo en cada uno de nosotros, está pasando en mí. Este es el sentido religioso de la Navidad. Ni María ni José ni nadie de los que estuvieron relacionados con los acontecimientos que estamos celebrando, se pudo enterar de lo que estaba pasando, porque Dios actúa siempre acomodándose a la naturaleza de cada ser. En lo externo no puede acontecer nada que dé cuenta de la realidad trascendente que estaba en juego. Hoy, la mayoría de los cristianos seguimos sin enteramos del verdadero significado de la Navidad, porque nos limitamos a recordar acontecimientos externos y extraordinarios que nunca se dieron. Si yo quiero enterarme tendré que hacer un esfuerzo para superar el ambiente y entrando dentro de mí, tomar conciencia de lo que Dios me ofrece en este instante. Durante el Tiempo de Navidad, vamos a leer una y otra vez relatos del comienzo del evangelio del Lucas y Mateo; lo que se llama "el evangelio de la infancia". Los exegetas nos han demostrado por activa y por pasiva, que esos textos no podemos tomarlos como si fueran crónicas de sucesos.
Esos relatos son teología narrativa. En estos casos, que el texto se ajuste más o menos a los hechos, que sea totalmente inventado o que tenga como fundamento mitos ancestrales, no tiene importancia ninguna. Lo importante es descubrir el mensaje espiritual que el autor ha querido transmitirnos. Tenemos la obligación de interpretarlos desde los conocimientos del mundo y del hombre que hoy tenemos, y con la ayuda inestimable de la exégesis. Toda la 'prodigiosa' literatura que se ha desarrollado, tomando los relatos por históricos, no hace más que distorsionar el mensaje. EXPLICACIÓN El texto que acabamos de leer es exclusivo de Lucas. Todo el conjunto tiene un sentido simbólico; desde la primera palabra ‘anastasa’, que significa levantarse, surgir, y que se ha pasado por alto en la traducción oficial. Es el verbo que se emplea para indicar la resurrección. Significa que María resucita a una nueva vida, la del Espíritu, que le lleva a darse a los demás. La visita de María a su prima simboliza la visita de Dios a Israel. La subida de Galilea a Judá nos está adelantando la trayectoria de la vida pública de Jesús. También el Arca de la alianza recorrió el mismo camino por orden de David. María y Jesús (lo más grande) se digna visitar a lo pequeño. El Emmanuel se manifiesta en el signo más sencillo, una visita. Todo acontece fuera del marco de la religiosidad oficial. Desde ahora Dios lo debemos encontrar en lo cotidiano, donde se desarrolla la vida. Jesús, ya desde el vientre de su madre, empieza su misión, llevar a otros la salvación y la alegría. El relato evangélico de hoy, nos quiere transmitir que María descubre al verdadero Dios dentro de ella misma. Ese descubrimiento le impulsa al servicio, "fue a toda prisa a la montaña". Todo el mensaje del evangelio de Lucas está condensado en este sencillo relato. La escena nos está diciendo que la verdadera salvación siempre repercutirá en beneficio de los demás; si alguien la descubre, inmediatamente la comunicará. La salvación no puede quedar encerrada en uno mismo; si es verdadera, la llevaremos a donde quiera que vayamos, aún sin proponérnos¬lo. La visita comunica alegría (el Espíritu), también a la criatura que Isabel llevaba en su vientre. Una vez más descubrimos el empeño por dejar a Juan por debajo de Jesús. Por dos veces en tan corto espacio nos dice que saltó la criatura en su vientre. Si leemos con atención, descubriremos que todo el relato se convierte en un gran elogio a María. Y es el mismo Espíritu Santo el que provoca esa alabanza: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!" ¿Cuántas veces se habrá repetido esta alabanza a través de los siglos? "¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?" "Dichosa tú que has creído". Aquí creer no significa la aceptación de verdades, sino confianza sin límites en un Dios, que siempre quiere lo mejor para el ser humano. A continuación de lo que hemos leído, María pasa el elogio a Dios con el canto del magníficat. Lo que intentan estos relatos de la infancia de Jesús, es presentarlo como una persona de carne y hueso, aunque extraordinaria, ya desde antes de nacer. Cuando afirmamos que esos relatos no son históricos no queremos decir que Jesús no fuera una figura histórica. El NT hace siempre referencia a una historia humana concreta, a una experiencia humana única. Sin esa referencia al hombre Jesús, el evangelio carecería de todo fundamento. Ahora bien, el lenguaje que emplea cada uno de los evangelistas para referirse al mismo Jesús, es muy distinto. Basta comparar los relatos de la infancia de Mateo y Lucas con el prólogo de Juan, para darnos cuenta de la abismal diferencia. Tanto unos como otro, no se pueden tomar al pie de la letra; hay que interpretarlos para que nos lleven al verdadero mensaje. La novedad que se manifiesta en María, no elimina ni desprecia la tradición, sino que la integra y transforma. El relato está haciendo constantes referencias al AT. En ningún orden de la vida, debemos vivir volcados hacia el pasado porque impediríamos el progreso. Pero nunca podremos construir el futuro destruyendo nuestro pasado. El árbol no crece si se cortan las raíces. Lo nuevo, si no integra y perfecciona lo antiguo nunca será auténtico. A esa vivencia de Jesús, hace referencia la carta a los Hebreos que acabamos de leer. Jesús no es un extraterrestre, sino un ser humano como nosotros, que supo responder a las exigencias de su ser. La clave está en esa frase: "Aquí estoy para hacer tu voluntad." (Heb 10,5-10) No se trata de ofrecer a Dios "dones", del tipo que sea. Se trata de darnos a nosotros mismos. Esa actitud es la caracte¬rística de una persona volcada sobre su verdadero ser, proyectada hacia lo divino que hay en ella. Pablo contrapone la encarnación al culto. Dios "no acepta holocaustos ni víctimas expiatorias". Solo haciendo su voluntad, damos culto a Dios. En Juan, dice Jesús: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre". Los primeros cristianos no llegaron a la conclusión de que Jesús era Hijo de Dios porque descubrieron la "naturaleza" de Dios y la de Cristo y vieron que coincidían, sino porque descubrieron que Jesús cumplió, en todo, la voluntad de Dios. Hacía presente a Dios en lo que era y lo que hacía. Para el pensamiento semítico, ser hijo no era principalmente haber sido engendrado si no el reflejar lo que era el padre, cumplir su voluntad, ser imagen del padre. Esa fidelidad al ser del padre era lo que convertía a alguien en verdadero hijo. Descubrir esto en Jesús, les llevó a considerarlo, sin ningún género de duda, Hijo de Dios. Esa voluntad no la descubrió Jesús porque tuviera hilo directo con Dios, que le iba diciendo lo que debía hacer. Como cualquier mortal, tuvo que ir descubriendo a lo largo de su vida lo que Dios esperaba de él. Siempre atento, no solo a las intuiciones internas, sino también a los acontecimien¬tos y situaciones de la vida, fue adquiriendo ese conocimiento de lo que Dios era para él, y de lo que él era para Dios. 'La voluntad de Dios' no es algo añadido a nuestro ser o venido de fuera. Es nuestro ser en cuanto proyecto y posibilidad de alcanzar su plenitud. De ahí que, ser fiel a Dios, es ser fiel a sí mismo. APLICACIÓN En todas las épocas, los seres humanos han intentado hacer la voluntad de Dios, pero era siempre con la intención de que el "Poderoso" hiciera después la voluntad del ser humano. Era la actitud del esclavo que hace lo que su dueño le manda, porque es la única manera de sobrevivir. Es una pena que después del ejemplo que nos dio Jesús, los cristianos sigamos haciendo lo mismo de siempre, intentar comprar la voluntad de Dios a cambio de nuestro servilismo. En esa dirección van casi todas las oraciones, los sacrifi¬cios, las promesas, votos, etc. que las personas "religiosas" hacemos a Dios. Salvación y voluntad de Dios son la misma realidad. Jesús, como ser humano, tuvo que salvarse. Para nuestra manera de entender la encarnación, esta idea resulta desconcertante. Como consecuencia de nuestro maniqueísmo, creemos que salvarse consiste en librarse de algo negativo (pecado). La salvación de Dios no consiste en algo negativo (quitar) sino en alcanzar la plenitud, que está más allá de lo fisiológico, lo psicológico y lo racional. Todo ser humano comienza su andadura como un proyecto que tiene que ir desarrollándose. Jesús llevó ese proyecto al límite. Por eso es el Hijo de Hombre, hombre acabado, hombre perfecto. Por eso hace presente a Dios, por eso es Hijo. Jesús, descubriendo las exigencias de su ser y llevándolas al desarrollo pleno, desplegó todas las posibili¬dades del ser humano y nos ha marcado el camino que nosotros debemos seguir para alcanzar también la misma plenitud. Pero cada uno debe recorrer su propia senda. Nadie puede tomar el camino de otro como modelo. La meta sí es la misma para todos, pero el punto de salida es siempre distinto para cada uno. Los demás pueden ayudarme a descubrir mi camino, pero nunca podrán recorrerlo por mí; nunca podrán hacer lo que tengo que hacer yo, porque la meta de todo el recorrido es el centro de mi propio ser. Meditación-contemplación "¡¡Dichosa tú que has creído!!" dice Isabel a María. ¡Dichoso tú si, de verdad, confías! Digo yo. María, después de haber engendrado a Jesús, lo lleva a su prima Isabel. Incluso antes de darle a luz, ya lo manifiesta a los demás. .................................... Con gran atrevimiento dice el Maestro Eckhart: "La tarea más importante del alma es engendrar a Dios". Claro que una vez engendrado, no tiene más remedio que ver la luz. También dice Eckart: Dios me necesita para existir. ......................... La semilla divina ya está dentro de ti. Solo tienes que dejar que se desarrolle. Así de sencillo. Si la dejas crecer en ti, enseguida se manifestará en la superficie de tu ser. Como María, irás a todas partes, llevando a Dios. Con frecuencia, la piedad mariana ha caído en el sentimentalismo e incluso la cursilería, provocando más rechazo que admiración. Eso se ha apoyado en lecturas literalistas de los escasos textos que nos han llegado en torno a la figura de María.
Sin embargo, cuando vamos más allá de la literalidad, el texto nos aparece como una joya de sabiduría permanente, que nos muestra, tanto lo ocurrido entonces, como lo que nos sigue sucediendo hoy. Porque las palabras son deudoras del “idioma” (también cultural) en el que surgen; la sabiduría, sin embargo, es siempre atemporal. Más allá de la anécdota, el texto conocido como “de la visitación” habla de una mujer “preñada” de Dios, de lo que hace vivir así, y de los efectos que eso produce. Una persona que se sabe “preñada” de Dios es siempre feliz (“dichosa tú”), con esa felicidad de fondo que puede convivir con problemas, dificultades, fracasos e infinidad de interrogantes. Porque la felicidad de la que se trata no es “algo”, un objeto que podamos atrapar y apropiarlo en beneficio del ego. De hecho, cuando ponemos la felicidad en objetos, necesariamente acabaremos frustrados y decepcionados porque no existe ningún “objeto” capaz de saciar nuestra sed. La felicidad, lejos de ser “algo” añadido, es otro nombre de nuestra identidad. Siempre está a nuestro alcance, porque siempre lo somos. Nuestra desgracia y la fuente de todo nuestro sufrimiento consiste en que lo ignoramos y nos vivimos a distancia de ella. Decir que la felicidad constituye nuestra identidad más profunda, significa reconocer que la encontramos en nuestro interior. No depende de factores externos, ni está a merced de los vaivenes superficiales. Es indudable que las personas podemos tener tantos condicionamientos (sobre todo, los más inconscientes) que se nos haga muy difícil conectar con nuestra verdad profunda y mantenernos anclados en ella. Las heridas despertadas tienden a reducirnos a ellas, desconectando de quienes somos y viendo las cosas desde el dolor o la carencia. Las carencias se manifiestan como ansiedad. Los miedos pueden atenazar el estómago y nublar la visión. Pero eso no significa que hayamos dejado de ser felicidad, sino sencillamente que todavía no somos capaces de permanecer en ella. María es feliz –dice el relato- porque está “preñada” de Dios. Se trata de una imagen magníficamente bella, y que es válida para todos nosotros. Somos seres “preñados” de Dios: nuestro núcleo más íntimo y constituyente es el Misterio último de lo Real, al que las religiones han llamado “Dios”. Si eso es lo que somos, ¿cómo no sentirnos plenos? Y si somos plenos, ¿qué nos falta para ser felices? “Pobre ser humano deseando siempre tenerlo todo, sin darse cuenta que nunca le ha faltado nada”. ¿Cómo descubrir lo que somos? El texto dice que en María fue posible gracias a que creyó: “dichosa tú, que has creído”. Creer no significa, en primer lugar, algún tipo de asentimiento mental –la fe se habría reducido a una creencia, es decir a un objeto-, sino que remite a unaactitud de confianza básica y a una capacidad de visión. En cualquier circunstancia en que nos encontremos, podemos probar a acallar la mente, con todos sus mensajes inquietos o alocados, y abrirnos al Silencio que aparece. Es probable que podamos hacer pie en una Confianza tan gratuita como evidente, y que sintamos que estamos siendo permanentemente sostenidos por Eso que, aunque innombrable, constituye, al mismo tiempo, nuestra identidad más profunda. Cuando eso se da, la confianza nos habrá conducido a la visión. Y emergerá la dicha de fondo. Finalmente, el texto pone de relieve el “efecto” que produce la presencia de una persona “preñada” de Dios: hasta el feto salta de alegría en el útero de Isabel. La persona que vive conectada a su verdadera identidad, no solo descansa en una Dicha de fondo por la que se sabe sostenida y constituida, sino que despierta y provoca Gozo a su alrededor. Quizás no sepamos explicar a qué se debe, pero en presencia de personas que se viven así, algo “salta de alegría” en nuestro interior, hasta hacernos estallar en Bendición: “bendita tú…”. |
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