Lucas ha construido el principio de su evangelio como un anuncio del Mesías, haciendo un paralelismo sistemático entre Juan y Jesús: el capítulo 1º se dedica a la concepción y nacimiento del Precursor; el capítulo 2º a la concepción y nacimiento de Jesús. El capítulo 3º, en su primera parte, a la predicación del precursor; en su segunda parte, presenta a Jesús, señalado por el Bautista como "el que ha de venir". Así, Juan, desde el seno de su madre y en su predicación, es el Profeta enviado por Dios para "preparar el camino".
La clave de interpretación de estos textos nos la da la mención expresa y repetida de "El Espíritu Santo". Aquí es Isabel la que, llena del Espíritu, reconoce quién es la que le visita y quién es el que está ya en el seno de María. Es la intención común de Lucas y Mateo con sus evangelios de la infancia: Jesús es "fruto del Espíritu". Primero en Juan Bautista como Precursor y luego en Jesús como Mesías, se está realizando la Obra de Salvación de Dios. Los ojos de carne no ven más que dos mujeres embarazadas, como más tarde en Belén sólo verán un niño pobre recién nacido; los ojos de la fe, por la fuerza del Espíritu, reconocen ahí la presencia de Dios Salvador. R E F L E X I Ó N En el último Domingo de Adviento, la Iglesia centra su atención, más que en las ideas de "la venida del Señor", en "El que viene". El que viene es Jesús, y el anuncio más inmediato de la venida se hace en el Evangelio de Lucas que leemos hoy: María está embarazada y su pariente Isabel es la primera "mensajera" humana del que va a nacer. Isabel proclama ya quién es el niño que aún está en el vientre de María, y para reconocerlo apela a la fe: hay que saber quién es este niño, que para los ojos normales será un niño normal y para los ojos de la fe será "El Señor". Todo esto se introduce con el bello texto de Miqueas y se interpreta en el texto de la carta a los Hebreos. Las palabras que pone Lucas en boca de Isabel forman parte, junto con las palabras del ángel en la Anunciación, de nuestra más bella oración a María: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre". Y las últimas palabras de la escena resumen extraordinariamente bien un eje esencial de nuestra fe: "Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" Estas palabras nos centran en lo esencial de nuestra preparación de la Navidad: tiempo de creer, de intensificar nuestra fe en Jesús, en Dios Salvador. Nuestra formación cristiana está tan insertada en nuestra cultura y educación, que no pocas veces conocemos mucho a Jesús, pero quizá no creemos tanto en Él. Y nuestra celebración de la Navidad tiene más de fiesta de cumpleaños que de misterio de fe. Pero lo que tenemos que celebrar es extraordinariamente profundo, extraordinariamente revolucionario: creemos que en ese que ahora nace conocemos a Dios, y que ese Dios conocido en Jesús es completamente distinto, y muchísimo mejor de lo que creíamos antes de conocer a Jesús. El nacimiento de Jesús es una gran noticia porque Jesús es una gran Noticia, porque el Dios que hemos conocido viendo a Jesús es una estupenda noticia. Navidad es celebrar que creemos en Jesús. No es nada fácil creer en un hombre. Y ése es el desafío que se nos ofrece, creer en ese hombre, tan hombre que vemos cómo su madre lo da a luz, cómo depende tan radicalmente de "sus padres", como les llamará Lucas (2,41), cómo crece y aprende. Será aún más difícil cuando lo veamos aterrado ante la inminencia de la Pasión y orando a Dios desde el más profundo sentimiento de abandono, justo antes de morir. Fue el desafío de sus contemporáneos, el dilema que presenta el cuarto evangelio en el capítulo 6, cuando Jesús invita a que le reconozcan como "el Pan bajado del cielo", y todos murmuran "¿Quién se cree éste que es?, ¿es que no conocemos a su madre, a sus hermanos? ¿Cómo dice que "ha bajado del cielo"?. Y desde entonces muchos, incluso de sus discípulos, ya no andaban con Él. Jesús mismo, en la misma ocasión, se encarga de agudizar el dilema: "Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron. No es Moisés el que os dio pan del cielo, es mi Padre el que os da ahora el Pan del Cielo". Creer en Jesús. Reconocer a Dios en Jesús. Un acto supremo de confianza: todo lo que necesitamos "ver" de Dios, en Jesús lo vemos. "El que me ve a mí, ya ha visto a mi Padre". Ver, ver con los ojos del cuerpo, los que no ven más que cuerpos. A Dios nadie le ha visto jamás (Juan 1, 18). Lo vemos, lo vemos con los ojos, en Jesús. Así, cuando decimos que Dios es "médico", lo decimos porque Jesús se dedica a curar. Cuando decimos que Dios es "compasivo", lo decimos porque vemos a Jesús emocionarse ante las desgracias de cualquiera. Y cuando queremos saber qué clase de "juez" es Dios, nos vamos a Juan 8, el episodio de la mujer adúltera, y vemos la clase de juez que es Jesús, que se juega la vida por poder perdonar a un@ culpable. Navidad celebra por tanto esa maravilla: en un ser de carne y hueso como nosotros, al que "vemos" nacer, conocemos cómo es Dios: y el Dios que conocemos es maravilloso. Esto sí que es una buena noticia: las dos cosas, que podemos "ver" cómo es Dios, y que el Dios que vemos es maravilloso.
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