Aunque las grandes manchas de color son a veces simplistas, pueden resultar también pedagógicas. Corro pues el riesgo de simplificar para ayudar a entender un poco los universos mentales del Occidente en que vivimos y de ese Oriente al que miramos y al que muchos miran para salir de su sensación de vacío.
La gran aportación de Occidente a la historia humana la dio Grecia con el descubrimiento del “logos”. Este término clásico significa a la vez palabra, razón y sentido: brotó de la experiencia de que las cosas son razonables: tienen una “lógica” que puede ser captada y expresada por nuestra palabra. Esta armonía, este encuentro entre la realidad y nuestra mente es una de las primeras experiencias de sentido: si no hubiera posibilidad de encuentro entre la realidad y nosotros, nos encontraríamos ante un sinsentido impresionante. La experiencia fundamental del Oriente me parece ser la del Tao. Y quizá no es casualidad que la obra de Lao-Tsé, autor del Tao-te-King (libro de la virtud y del Tao) sea, luego de la Biblia, la obra más difundida en la historia del mundo. Pero el Tao es indefinible: no se comunica con conceptos sino provocando su experiencia. La traducicón mejor del Tao podría ser lo que los cristianos llaman el Espíritu, el cual es también inobjetivable. Hay definiciones del Tao que parecen extrañas, pero no lo son: “el Tao es el camino infinito que conduce al Tao”. “El Tao no lleva a cabo ninguna acción, pero no deja nada por hacer”. “Cuando su tarea ha sido cumplida y las cosas han sido acabadas, todo el mundo dice: las hemos hecho nosotros”… ¡Y eso vale exactamente del Espíritu Santo de los cristianos! Dejando ahora las connotaciones religiosas, creo que, con el Logos y el Tao, nos hallamos ante dos experiencias originarias, y complementarias, de apertura a la realidad: una desde la visión y otra desde la respiración. La posibilidad de ver permite objetivar las cosas: así las conocemos (o creemos conocerlas) y podemos manejarlas: por eso es normal que del Logos occidental haya surgido la técnica, que nos permite dominar las cosas, con el peligro de erigirnos nosotros en sujetos y, por tanto, en superiores. En cambio, la conciencia de la respiración nos permite percibir la vida, darnos cuenta de que vivimos y, a la vez, de que vivir es estar recibiendo: pues si te falta el aire te ahogas y mueres. Pero la experiencia de la respiración, del vivir, siendo más honda y menos pretenciosa que la de la vista, puede llevar a un inmovilismo conservador ante el mundo que nos envuelve. Desde la vista, el hombre se siente superior a las cosa; desde la respiración se siente casi inferior a ellas. Y otro detalle curioso: nuestra posibilidad de hablar viene del hecho mismo de la respiración: expulsamos el aire articulándolo en forma de sonidos. Pues bien: un himno medieval al Espíritu Santo decía que “enriqueces la garganta con la palabra” (“sermone ditans guttura”). Si he sabido evocar esa doble experiencia fundante y fundamental, parecerá claro que nuestra plenitud humana reclama el encuentro entre las dos, sin que ninguna ignore o excluya a la otra, pero de modo que ambas se complementen y se controlen. El Logos expresa, el Tao empapa; el Logos explica lo exterior, el Tao llena nuestro interior. La palabra puede ser superficial, el Tao es necesariamente profundo. Con la terminología cristiana (de Palabra y Espíritu), un autor del siglo II, san Ireneo, decía que ésas son “las dos manos de Dios”. Y será verdad que la Encarnación de la Palabra es el tesoro de Occidente, pero es también verdad cristiana que el Espíritu ha sido derramado “sobre toda carne” (Joel 3; Hchs 2). Por eso, toda auténtica experiencia espiritual humana, nazca donde nazca, procede del mismo Dios a quien confiesan los cristianos y no hay, por tanto, posibilidad de exclusivismos sino más bien obligación de acoger a Aquel que (como el aire) “sopla donde quiere” (Jn 3,). La teología, y aún más la piedad occidental (tanto católica como protestante) adolecen de un olvido del Espíritu que ha llevado demasiado a tratar de explicar las cosas, más que a vitalizarlas o cambiarlas. Cuando Marx escribe su famosa tesis 11 sobre Feuerbach (“hasta ahora los filósofos han explicado el mundo; lo que importa es transformarlo”) está dando una versión laica de esta misma tesis teológica: el mundo del Logos necesita al Tao (o al Espíritu en lenguaje nuestro). Más allá de alusiones teológicas, parece claro que Occidente necesita hoy una buena inyección del Tao que devuelva calidad y plenitud humana a su logos, a su razón y a su palabra: porque sin Tao se ha ido convirtiendo en “razón instrumental” y búsqueda del máximo beneficio económico. Aunque también, según me comentó R. Panikkar la última vez que nos vimos en Tabertet, él temía que Oriente esté perdiendo su Tao, contagiado por ese virus occidental del máximo beneficio económico… La primera globalización que necesitamos es, pues, la del encuentro entre el Logos y el Tao.
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“Haced esto en memoria mía”, nos dijo Jesús, o lo que es lo mismo, recrear y no solo recordar, el signo de la presencia de Cristo desde el acto de compartir la vida en comunidad de acción de gracias, que esto significa “eucaristía”. Desde entonces, los cristianos hemos mantenido la celebración del día del amor fraterno que fue aquel Jueves Santo, recreando como digo la presencia amorosa de Dios que se derrama en nuestros corazones. Tras los ritos litúrgicos de la misa late el amor de Dios a la espera de nuestra capacidad de apertura y escucha. Por tanto, quien no ama no puede acceder a ese amor; al menos, debe mantener una actitud humilde de sincero cambio que llegará con la fuerza del Espíritu. La misa, pues, se vive desde el corazón dejándose interpelar por Dios con el ojo puesto en el hermano porque, en definitiva, todo amor en una forma de eucaristía.
Dicho lo anterior, nuestras misas languidecen y no son precisamente celebrativas, al menos en el Primer Mundo. En este contexto, creo que pasó desapercibido el Motu proprio del Papa Francisco Magnum Principium (de 3 de septiembre de 2017) con la que se modifica el canon 838 del Código de Derecho Canónico. La explicación de estas variaciones la ofrece el mismo documento pontificio. La finalidad del cambio es definir mejor el papel de la Sede apostólica y de las conferencias de obispos, llamadas a trabajar dialogando entre ellas, respetando sus propias competencias, que son diferentes y complementarias, tanto para la traducción de los libros típicos latinos, como para eventuales adaptaciones de textos y ritos. Lo que el Papa pretende es modificar la liturgia desde abajo, dando carta blanca a las Conferencias Episcopales y a las Diócesis para que actualicen y hagan más vivas las celebraciones según las exigencias locales y al lenguaje moderno. A partir de aquí, tampoco ha sido noticia relevante que el cardenal arzobispo de Wellington, Nueva Zelanda, ordenase un cambio creativo en la Misa siguiendo el contexto del Motu Proprio de Francisco al que me estoy refiriendo. El cardenal John Dew pidió a las iglesias que se desvíen del protocolo litúrgico de la lectura del Evangelio conducido por el clero, como está ordenado, con una lectura de la Lectio Divina del Evangelio del día realizada por un laico. Algo que es “completamente contrario” al documento de gobierno para todas las celebraciones de la Misa Católica; pero que él ha insistido en que lo hizo inspirado por el Papa Francisco: “Esta iniciativa en clave de Lectio Divina es una manera en que la Archidiócesis está respondiendo a la súplica del Papa Francisco de hacer que las Sagradas Escrituras sean más conocidas y difundidas”. Él nos ha recordado que podemos tomar iniciativas creativas en nuestras parroquias para que podamos convertirnos en ‘vasijas vivientes para la transmisión de la palabra de Dios'”, dijo el cardenal. ¿Qué es lo más importante de todo esto, según lo veo yo? Que la cerrazón ante una norma litúrgica, da igual el resultado práctico, es contraria, como toda cerrazón, a la esencia del evangelio o Buena Noticia; porque hoy la Misa no es una buena noticia y quienes asisten al culto, tienen una media de edad por encima de los sesenta años. Jesús encandilaba, atraía, arrastraba a las gentes, sobre todo a las más sencillas de corazón, a los pobres en su aceptación más primaria y a personas de otro nivel pero que abrieron su corazón a la escucha. De la misma manera que una fe sin obras es una fe muerta, una celebración de la Misa como la actual no puede verse como lo que realmente es: una “celebración” del amor cristiano que nos impele a cambiar el día a día empezando por cada uno de nosotros. Mala noticia si es más importante la vasija que su contenido: odres nuevos para vinos nuevos... ¿nos suena? Ando en reflexión sobre las personas con las que me he ido encontrando a lo largo de mi vida. La mayoría se esfuman dejando algún recuerdo, unas veces es bueno y otras mejor olvidarlo, pero no forman parte de mi vida actual. Otras son mis amigos, con los que he transitado ya varias etapas del camino.
Pero mi reflexión viene por los tres reencuentros que tuve la suerte de disfrutar la pasada semana. ¡Tres en cinco días… una suerte y tres bendiciones! El primer encuentro fue con el abad. Mi interés por la vida monástica y los mensajes que descubro para ser digeridos en la vida del mundo, hacen que esté expectante y abierta a la escucha del monje que vive dentro del monasterio. Sin darse cuenta, en la conversación, me deja regalos de sabiduría que me llevo puestos para salir al mundo. Luego los desenvuelvo y me ayudan a mirar la vida con una sana distancia aunque esté metida en el remolino del día a día, con toda su complejidad. El segundo encuentro fue con el obispo que estaba de paso. Vino desde corazón de África y con África en su corazón. Ahora es obispo, pero es misionero casi desde que vino al mundo, sólo hay que restar el tiempo mínimo que necesito para darse cuenta de la misión que Dios le tenía preparada y que es su vocación. Delante de un café fuimos compartiendo palabras, recuerdos, experiencia de África, del país y las gentes africanas que tanto ama y que tantísimo sufren por la violencia y la injusticia; de las maravillas de amor y solidaridad que suceden en esa marabunta. Le pregunto cómo ve este mundo supuestamente rico, le cuento mis enfados con tantas situaciones que están dejando mucha gente en las cunetas. Nos despedimos y, aunque estaremos en contacto con los medios tecnológicos a nuestro alcance, nada es igual que el reencuentro en persona, con animada conversación y un café en una tarde muy fría de invierno. Vuelvo en el coche con más regalos de sabiduría para ir abriendo desde dentro y viendo como compartir hacia fuera. Por último, el tercer encuentro fue con la que vive con los pobres. A ella la tengo muy cerca hablando en kilómetros, vivimos en la misma ciudad; pero su vida al cuidado de los que no tienen hogar, es complicada para poder estar un rato de sosegada charla. Sucedió la pasada semana después de varios meses. ¿Qué contar?... no conozco a nadie que disfrute tanto de las cosas pequeñas, las más mínimas: una palabra, una foto, contarle un proyecto, una experiencia de viaje, llevarle un escrito… todo es recibido como único, como novedad, haciéndose partícipe de la alegría, la preocupación o lo que traiga para compartir alrededor de su mesa. Le pregunto por los acogidos, por quienes ya no están, por las dificultades de la casa… la vida. Vida de los que no se ven y que es también su vida. Me despide con un abrazo de dos vueltas. Poniendo en marcha el coche me di cuenta de que he recibido más regalos de sabiduría que me ayudarán a no olvidar a los olvidados. Estas tres personas, a las que quiero, respeto y me ayudan con el testimonio de sus vidas y vocaciones, tienen en común, además del amor a Dios y a los hermanos, que les mantiene vivos y comprometidos en sus respectivas vocaciones, el hecho de vivir en las fronteras. Fronteras diferentes fronteras, pero fronteras. La vida monástica es una frontera que en estos tiempos parece que atrae a mucha gente necesitada de paz y sosiego, que anda en búsqueda, que quiere encontrar sentido a su propia vida, y en el monasterio encuentra cosas que están echadas a perder en el mundo, como el silencio, la soledad y tantas otras. La vida monástica tiene algo de frontera exótica que atrae, una rara avis que se contempla como una excepción y, dando media vuelta, nos alejamos pensando que los que la viven son raros. La vida misionera es una frontera con socavón y trincheras donde algunos viven su vocación al lado de hermanos que son los olvidados de la Tierra; dando visibilidad a los que se invisibiliza, palabra a quienes no pueden hablar y amor a quienes continuamente son diana de la violencia. Escuchamos sus testimonios cuando vienen o aparecen en los medios de comunicación y, es verdad que generan admiración, pero para muchos están considerados como locos. La vida de pobreza con los pobres, los “sin techo”, los que ya no pueden vivir solos ni siquiera en la calle, es la frontera con los vecinos, la tenemos ahí mismo en las grandes ciudades. No hay que viajar, están a nuestro lado. Pero son invisibles. Quienes viven con ellos como opción de vida, se les mira de reojo, con mirada incrédula. Me siento muy afortunada por poder estar cerca del abad, del obispo y de la que vive con los pobres porque sus testimonios son de primera mano. No me cuentan estadísticas, me comparten la esencia de sus vidas y vocaciones, con pocas palabras; pero, si estoy atenta, descubro que quien vive desde su centro, desde lo hondo de su ser, la vocación a que han sido llamados, se destila por sus poros, sus sonrisas, su escucha y sus abrazos. ¡Ah… no quiero dejar de decir que ellos siempre quieren saber de mi vida, de los míos, de mis proyectos! Y les cuento, por supuesto, porque sé que vamos todos juntos y hemos de caminar unidos. Doy gracias por los tres y por todos los que llevan en sus corazones. Cuando somos capaces de tomar distancia –la observación desapegada es principio de la sabiduría–, no es difícil apreciar la inconsistencia e incluso el infantilismo que se esconde en cualquier actitud etnocéntrica.
Frente a la ignorancia que nos mantiene enjaulados en “lo nuestro” –en la propia tribu–, es urgente reconocer (caer en la cuenta, comprender) que no somos una bandera, no somos una creencia, no somos un país, no somos nuestro pensamiento, no somos nuestro sentimiento, no somos el yo… Somos la misma y única Plenitud que en todo se manifiesta y expresa. Y cada vez que busco afirmarme a través del contraste y de la contraposición con los otros, he caído en las redes del narcisismo y en la ignorancia radical que me desconecta de lo que realmente soy (somos). Es solo la ignorancia la que nos hace encerrarnos en nuestra “jaula” particular y creernos separados de los demás. Por eso mismo produce aún más tristeza comprobar que grandes corrientes ideológicas que presumen de “progresistas” confundan qué significa exactamente “progreso” y, creyendo avanzar, no hagan sino aferrarse a niveles de consciencia que tendrían que ser superados. Me parece una verdadera tragedia olvidar que la verdadera revolución es aquella que transforma nuestro “modo de ver”, sacándonos de la estrecha y encapsulada visión egoica y abriéndonos a la comprensión de la unidad que somos. La sabiduría invita a quitar fronteras, soltar banderas y dejar caer creencias. Al caer las creencias, nos abrimos a la verdad; al abandonar las banderas, es posible reconocer la misma y única realidad compartida; al quitar las fronteras, empezamos a habitar la misma y única “casa” que constituye nuestra identidad. ¿Significa esto una invitación a la resignación, la pasividad o la indolencia? ¿Hay que renunciar a la defensa de lo propio, quizás con frecuencia postergado, ignorado o incluso aplastado? En absoluto. Más allá del “mecanismo acción–reacción”, entre la reactividad egoica que separa y enfrenta y la claudicación que paraliza y aletarga, emerge el camino de la sabiduría que consiste en la defensa irrefrenable de lo propio desde la comprensión de que nuestro horizonte y nuestra meta es la unidad, porque esa es precisamente nuestra identidad. El camino de la sabiduría no es un camino de autoafirmación narcisista –ese el camino del ego, individual y colectivo–, sino de apertura empática y reconocimiento de aquello que somos y que trasciende las diferencias. Porque, en definitiva, tal como afirmaba recientemente el que fuera vicepresidente del primer gobierno sandinista de Nicaragua Sergio Ramírez, premio Cervantes 2017, “la mayor revolución es ver el mundo como lo ve el otro”. En los tres ciclos litúrgicos leemos, el segundo domingo de cuaresma, el relato de la transfiguración. Hoy leemos el de Mc, que es el más breve, aunque hay muy pocas diferencias con los demás sinópticos. Lo difícil para nosotros es dar sentido a este relato. Marcos coloca este episodio entre el primer anuncio de la pasión y el segundo. Parece que hay una intención clara de contrarrestar ese lenguaje duro y difícil de la cruz.
Es muy complicado entender el significado de este relato. Para mí, es inaceptable que Jesús se dedicara a hacer una puesta en escena particular. Mucho menos que tratara de dar un caramelo a los más íntimos para ayudarles a soportar el trago de la cruz (cosa que no consiguió). Con ello estaría fomentando lo que tanto critica Mc en todo su evangelio: El poner como objetivo último la gloria; aceptar que lo verdaderamente importante es el triunfo personal, aunque sea a través de la cruz. La estructura del relato, a base de símbolos del AT, nos advierte de que no se trata de un hecho histórico, sino de una teofanía. No quiere decir que Dios en un momento determinado, realice un espectáculo de luz y sonido. Son solo experiencias subjetivas que, en un momento determinado, atestiguan la presencia de lo divino en un individuo concreto. La presencia de lo divino es constante en toda la realidad creada, pero el hombre puede descubrir esa cercanía y vivirla de una manera experimental en un momento determinado de su vida. A Dios nunca podemos acceder por los sentidos. Si en esa experiencia se dan percepciones aparentemente sensoriales, se trata de fenómenos paranormales o psicológicos. Dios está en cada ser acomodándose a lo que es como criatura, no cambiando o violentando nada de ese ser. Es más, la llegada a la existencia de todo ser es la consecuencia de la presencia divina en él. Esto no quiere decir que la experiencia de Dios no sea real. Quiere decir que Dios no está nunca en el fenómeno, sino en el noúmeno. “Si te encuentras al Buda, mátalo”. Jesús, plenamente humano tuvo que luchar en la vida por descubrir su ser. El relato de hoy quiere decir que, aun siendo hombre, había en él algo de divino. Seguramente se trate de un relato pascual que, en un momento determinado, se consideró oportuno retrotraer a la vida de Jesús. En los relatos pascuales se insiste en que ese Jesús Vivo es el mismo que anduvo con ellos por las tierras de Galilea. En la trasfiguración se dice lo mismo, pero desde el punto de vista contrario. El Jesús que vive con ellos es el mismo Cristo glorificado. La manera de construir el relato quiere demostrar que lo que descubrieron de Jesús después de su muerte, ya estaba en él durante su vida, solo que no fueron capaces de apreciarlo. Jesús fue siempre lo que se quiere contar en este relato, antes de la muerte y después de ella. Lo que hay de divino en Jesús está en su humanidad, no está añadido a ella en un momento determinado. Este mensaje es muy importante a la hora de superar visiones demasiado maniqueas de Jesús con el fin de manifestar de manera apodíctica su divinidad. Pedro, Santiago y Juan, los únicos a los que Jesús cambió el nombre. Era buena gente, pero un poco duros de mollera. Necesitaron clases de apoyo para poder llegar al nivel de comprensión de los demás. Los tres acompañan a Jesús en el huerto. Los tres son testigos de la resurrección de la hija de Jairo. Pedro acaba de decir a Jesús que de pasión y muerte, ni hablar. Santiago y Juan van a pedir a Jesús, en el capítulo siguiente, que quieren ser los primeros en su reino. Los tres demuestran que no entendieron el mensaje de su Maestro. La montaña alta, la nube, la luz, la voz, el miedo, son todos elementos que aparecen en las teofanías del AT. El monte es una clara referencia al Sinaí. La nube fue signo de que Dios les acompañaba, sobre todo en el desierto. La nube trae agua, sombra, vida. Los vestidos blancos son signo de la divinidad. El hecho de que todos sean símbolos no disminuye en nada la profundidad del mensaje que nos quieren transmitir, al contrario, el lenguaje bíblico asegura la comprensión de los destinatarios, que eran todos judíos. Moisés y Elías, además de ser los testigos de grandes teofanías, representan todo el AT, la Ley y los profetas. Me pregunto, cómo supieron que se trataba de esos dos personajes. También me gustaría saber en qué lengua hablaban. Está claro que lo que se intenta es manifestar el traspaso del testigo a Jesús. Hasta ahora, La Ley y los profetas eran la clave para descubrir la voluntad de Dios. Desde ahora, la clave de acceso a Dios será Jesús. ¡Qué bien se está aquí! Para Pedro era mucho mejor lo que estaba viendo y disfrutando que la pasión y muerte, que les había anunciado unos versículos antes Jesús para dentro de muy poco. Cuando les anuncia por primera vez la pasión, Pedro había dicho a Jesús: ¡Ni hablar! Ahora se encuentra a sus anchas. El mismo afán de gloria que a todos nos acecha. Vamos a hacer tres chozas. Pedro está en la “gloria”, y pretende retener el momento. Pedro, diciendo lo que piensa, manifestando su falta total de comprensión del mensaje de Jesús. Le ha costado subir, pero ahora no quieren bajar, porque se habían acercado a Jesús con buena voluntad, pero sin descartar la posibilidad de medrar. Al poner al mismo nivel a los tres personajes, Pedro niega la originalidad de Jesús. No acepta que la Ley y los profetas han cumplido su papel y están ya superados. La voz corrige esta visión de Pedro. ¡Escuchadlo! En griego, “akouete autou” significa escuchadle a él solo. A Moisés y Elías los habéis escuchado hasta ahora. Llega el momento de escucharle a él solo. El AT es el mayor obstáculo para escuchar a Jesús. Hoy lo son los prejuicios que nos han inculcado sobre Jesús. “Escuchar” es la actitud del discípulo. En el Éxodo, escuchar a Dios no es aprender de Él, sino obedecerle. La Palabra que escuchamos nos compromete y nos arranca de nosotros mismos. No contéis a nadie... Es la referencia más clara a la experiencia pascual. No tiene sentido hablar de lo que ellos no estaban buscando ni habían descubierto. No sólo no contaron nada, sino que a ellos mismos se les olvidó. En el capítulo siguiente nos narra Mc la petición de los primeros puestos por parte de Santiago y Juan. Pedro termina negándolo ante una criada. Hechos que hubieran sido impensables después de una experiencia como la transfiguración. Lo importante no es que Jesús sea el Hijo amado. Lo determinante es que, cada uno de nosotros somos el hijo amado como si fuéramos únicos. Dios nos está comunicando en cada instante su misma Vida y habla en lo hondo de nuestro ser en todo momento. Esa voz es la que tenemos que escuchar. No tenemos que aceptar la cruz como camino para la gloria. No llegamos a la vida a través de la muerte. En la “muerte” está ya la Vida. Con relación al AT, tenemos un mensaje muy claro en el relato de hoy: Hay que escuchar a Jesús para poder comprender La Ley y Los Profetas, no al revés. Seguimos demasiado apegados al Dios del AT. El mensaje de Jesús nos viene demasiado grande. Como Pedro, lo más que nos hemos atrevido a hacer, es ponerlo al mismo nivel que la Ley y Los Profetas. Meditación En Mc, Jesús nos habla con sus hechos. El mayor atractivo de Jesús es su coherencia. En él, lo que pensaba, lo que decía y lo que hacía era todo uno. Esa autenticidad es la clave de un verdadero ser humano. Jesús era verdad, le miraras por donde le miraras. Ahí tenemos el modelo de la divinidad. El domingo 1º de Cuaresma se dedica siempre a las tentaciones de Jesús, y el 2º a la transfiguración. El motivo es fácil de entender: la Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua; no sólo a la Semana Santa, entendida como recuerdo de la muerte de Jesús, sino también a su resurrección. Este episodio, que anticipa su triunfo final nos ayuda a enfocar adecuadamente estas semanas.
El contexto Jesús ha anunciado que debe padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar. Pedro, que no quiere oír hablar de sufrimiento y muerte, lo lleva aparte y lo reprende, provocando la respuesta airada de Jesús: «Retírate, Satanás». Luego llama a toda la gente junto con los discípulos, y les dice algo más duro todavía: no sólo él sufrirá y morirá; los que quieran seguirle también tendrán que negarse a sí mismos y cargar con la cruz. Pero tendrán su recompensa cuando él vuelva triunfante. Y añade: «Algunos de los aquí presentes no morirán antes de ver llegar el reinado de Dios con poder». ¿Se cumplirá esa extraña promesa? ¿Hay que hacerle caso a uno que pone condiciones tan duras para seguirle? El cumplimiento: la transfiguración Seis después tiene lugar este extraño episodio. El relato podemos dividirlo en tres partes: la subida a la montaña, la visión, la bajada. Desde el punto de vista literario es una teofanía, una manifestación de Dios, y Marcos utiliza los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. La subida a la montaña (v.1). Es significativo el hecho de que Jesús sólo elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. No se trata solo de un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presenciado por todos. Por otra parte, se dice que subieron «a una montaña alta». Mc usa el frecuente simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios. Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí. También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén. La visión En la visión hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud. 1) La transformación de las vestiduras de Jesús, que se vuelven «de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo». Mc parece sugerir que del interior de Jesús brota una luz deslumbradora que transforma sus vestidos. Esa luz simboliza la gloria de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan sorprendente. 2) Elías y Moisés. Curiosamente, el primer plano lo ocupa Elías, considerado en el judaísmo el precursor del Mesías (Eclesiástico 48,10); el puesto secundario que ocupa Moisés resulta difícil de explicar. Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara. Sin Moisés, humanamente hablando, no habría existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin él, habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípulos (no a Jesús), es una manera de confirmarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de los siglos pasados, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud. 3) En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres tiendas suenan a simple despropósito. Mc lo justifica aduciendo que estaban espantados y no sabía lo que decía. Generalmente nos fijamos en las tres tiendas. Pero esto es simple consecuencia de lo anterior: «qué bien se está aquí». Pedro no quiere que Jesús sufra. Mejor quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que tener que seguirle con la cruz. 4) La nube y la voz. Como en el Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella. Sus primeras palabras repiten exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: «¡Escuchadlo!». La orden se relaciona con las anteriores palabras de Jesús, que han provocado tanto escándalo en Pedro, y con la dura alternativa entre vida y muerte que ha planteado a sus discípulos. Ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado. «¡Escuchadlo!» Este episodio está contado como experiencia positiva para los apóstoles y para todos nosotros. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias: 1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) se les aparecen Moisés y Elías; 3) escuchan la voz del cielo. Lo cual supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados sus vestidos tienen la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) al aparecérseles Moisés y Elías se confirman en que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revelación de Dios; 3) al escuchar la voz del cielo saben que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios. El descenso de la montaña (vv.9-13). La orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite (v.9) se inserta en la misma línea de la prohibición de decir que él es el Mesías (16,20). No es momento ahora de hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria. Dos padres, dos hijos, y un tribunal El relato del Génesis sobre el sacrificio de Isaac y el pasaje de la carta a los romanos de Pablo ofrecen un interesante contraste. Abrahán está dispuesto a sacrificar a su propio hijo, pero Dios no lo acepta y termina bendiciéndolo. En cambio, Dios Padre entrega a su propio Hijo a la muerte por nosotros. Esto, que puede parecer el mayor fracaso y la mayor crueldad, se convierte para nosotros en fuente de bendición. Pablo imagina un tribunal en el que se decide nuestro destino. Pero el fiscal, Dios Padre, está de nuestra parte, nos entregó a su Hijo. El juez, Jesús, en vez de condenarnos, dio su vida e intercede por nosotros. Imposible imaginar un tribunal más partidista. La mejor forma de ser agradecidos con este fiscal y este juez es vivir de acuerdo con sus palabras en el evangelio: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo”. No pocos cánticos chirigoteros y cuchufletas (*) habrían de ser otros tantos puntos de reflexión y examen de conciencia para corregir comportamientos, también jerárquicos, dentro y fuera de la Iglesia.
De "tiempo santo y aceptable" califica la liturgia a los 46 días comprendidos entre el "Miércoles de Ceniza" y el Domingo de la Pascua de la Resurrección -"quadragésimo dies"- y que se consagra a la penitencia y al ayuno "modelado sobre el ejemplo de Moisés y Elías antes de ser admitidos ante la visión de Dios". Las siguientes reflexiones podrán contribuir a la reconversión de tiempo tan sagrado en marco y academia doctrinal y ascética para la auténtica vida cristiana. Ya en el concilio de Nicea (a.325), en su cánon 5, se da por supuesta en las principales Iglesias de Oriente la dedicación de este tiempo litúrgico al ayuno riguroso, a veces mitigado, como preparación adecuada para el bautismo- y con-resurrección de Cristo Jesús. "Como el líquido no rompe el ayuno", las fórmulas para sobrellevarlo en conformidad con el ritual litúrgico no siempre resultaban tan enfadosas e incómodas como para llegar a impedir el trabajo propio o ajeno. Además, a los ricos, con bulas e indulgencias, se les facilitaban cuantas dispensas fueran precisas para eximirles de las culpas y pecados, aún los incluidos en el apartado de la gula y la glotonería. El número "cuarenta" se hace reiteradamente presente en los textos bíblicos, por lo que la consideración e interpretación literales, no siempre tienen por qué ser fieles, sino más o menos aproximadas y simbólicas. El diluvio universal duró cuarenta días. La estancia de los israelitas en Egipto perduró cuatrocientos años. La peregrinación por el desierto, camino de la Tierra Prometida, fue de cuarenta años. Las horas que permaneció enterrado Cristo en el sepulcro resultaron ser cuarenta, al igual que los días de su ayuno antes de haber sido bautizado por Juan. Alrededor de cuarenta años se aceptaba en aquellas épocas el tiempo transcurrido entre una y otra generación entre los humanos… La Cuaresma, es decir, toda la vida, es también el tiempo del segundo bautismo, no habiéndose insistido catequísticamente en que también lo es la penitencia, en igualdad de condiciones que la abstinencia, la limosna y la oración, que son valores tan cuaresmales, o más, que los sacrificios y actos de mortificación corporales. Estos, como otros tantos frutos y consecuencias de la pujanza y validez de la fe, convirtieron la vida de muchos en constantes programaciones de tristezas, incomodidades y desesperanzas, sin posibilidad de disfrutar de lo bueno que con legitimidad proporciona la vida en esferas familiares, sociales y amistosas, no confiando ser verdad aquello de que "Dios creó el mundo para nuestra satisfacción y servicio". La certeza de esta aseveración está documentada hasta en el propio organigrama de la liturgia cuaresmal. Exactamente el cuarto domingo -"dominica laetare"- se denomina de esta manera, por la generosa aportación de santa alegría y apacible serenidad contenida en los textos sagrados de la misa y del Oficio Divino, permitiéndose además que el altar sea revestido de flores, que suene el órgano, y que los celebrantes usen las dalmáticas "jucunditatis", con el color rosa, y no el morado habitual. La bendición de la "Rosa de Oro", que les era concedida por el papa a benefactores de la Iglesia y a determinadas instituciones u obras, exactamente en este domingo, y las bullanguerías populares que se organizaban en tal ceremonia cívico-religiosa, manifiesta con claridad y tersura que la tristeza, por tristeza, es menos, mucho menos, religiosa, que la fe verdadera. La fe es alegría, por lo que cualquier Cuaresma que se ritualice sobre textos y símbolos de desesperanza y tristeza, reclama hoy revisión y restructuración esencialmente litúrgica y piadosa. Es religiosamente constructivo desvelar que los términos "carnestolendas" y "carnaval" definen el periodo de tres días que precede a la Cuaresma y a la fiesta popular, que consiste generalmente en mascaradas, bailes y comparsas. Los dos términos están compuestos con las palabras "carne" y "tollere" o "levare", que significa la desaparición de este alimento de la dieta, además del uso y disfrute de determinados encuentros en la intimidad amorosa. "Antruejo", equivalente también a carnestolendas y a carnaval, procede en su etimología de "introito" o entrada. Merece destacarse además y penitencialmente que no pocos cánticos chirigoteros y cuchufletas habrían de ser otros tantos puntos de reflexión y examen de conciencia para corregir comportamientos, también jerárquicos, dentro y fuera de la Iglesia. Lo de "irreverente" no deja de ser, normalmente, y por vulgar, un simple, disculpable y anecdótico episodio. Como punto y aparte de estas sugerencias aporta la anécdota de que el obispo de una diócesis española prohibió la celebración de un festival taurino en el que intervendrían los más "famosos y notables espadas" en beneficio de la promoción de un grupo de viviendas para pobres... La razón "oficial" aportada no fue otra que la coincidencia del citado festival con el tiempo litúrgico de la sagrada Cuaresma. (Si a alguien le asaltara la tentación de pensar que se trata de un invento antiepiscopal por mi parte, estoy dispuesto a proporcionales cuantos datos, circunstancias, nombres y apellidos, precisen). Algunos lo justificarán aseverando que se trataba de otros tiempos y hasta de otros obispos... (*) Bromas, con letras llenas de ingenio, que se cantan en los carnavales en España y más propiamente en Cádiz. Chan Phap Son, nombre espiritual de Michael Schwammberger, fue durante 15 años monje en Plum Village -Francia-, la sede y comunidad del Maestro zen Thich Nhat Hanh. Ahora se dedica a enseñar libremente en Inglaterra y España.
¿Qué es el mindfulness? ¿En qué nos beneficia el estar presentes? ¿Cómo podemos mejorar nuestra vida y el mundo? ¿Qué es el mindfulness y qué nos puede aportar a los ciudadanos con vidas ocupadas? Mindfulness es la cualidad de estar presente, de ser más conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor. Con mindfulness tenemos unas referencias mucho más positivas. Al ser más consciente de mí mismo esa conciencia me ayuda a esclarecerme, a tener claridad de mi experiencia, a saber dónde tengo que poner energía y saber cómo responder a los retos. ¿Es más fácil practicar el mindfulness en un monasterio que en el día a día trabajando? Para entender la función de mindfulness es bueno hacer un curso o equivalente, así sabremos lo que es exactamente. Una vez tenemos esa experiencia ya podemos aplicarla a la vida cotidiana. La finalidad del monasterio es apoyar primero la “estructura mindfulness”, para poder después introducirla en vida cotidiana. Con “la que está cayendo”, ¿el mundo necesita más mindfulness o más revolución activa? La imagen que me viene a la cabeza es de Gandhi. Sin su componente espiritual difícilmente hubiera podido emprender cambios con la repercusión y profundidad que tuvo. No hay que divorciar el aspecto espiritual del revolucionario. La cuestión es qué clase de revolución queremos. No es necesariamente suficiente ser consciente de una injusticia. Tenemos que tener una perspectiva mucho más amplia en la que se basa nuestra acción. La plena conciencia nos ayuda a saber cómo está todo esto conectado. Nos ayuda a saber que hay una injusticia pero que está conectada a una estructura mucho más amplia. Esa es la finalidad de la plena conciencia: quizá hay una injusticia particular, pero la causa de esa injusticia es mucho más amplia. Todo llega al mismo sitio. Mindfulness no es lineal, no es “voy a hacer una acción para cambiar algo”, sino que se identifican todas las causas. El aspecto espiritual es importante que esté vivo cuando hablamos de una revolución, de una acción social más expresiva, porque es el contexto general el que quieres arreglar, no una cosa particular. Para que nos entendamos, propongo este ejemplo: las acciones de Greenpeace ayudaron años atrás a concienciar sobre los problemas de los vertidos en el mar del norte, y eso es muy importante. Pero todavía más importante es saber por qué consumimos tanto. ¿Cómo sería la sociedad si casi todos practicásemos esta conciencia plena? No sería perfecta, pero habría más condiciones para crear armonía. Para mejorar lo que se puede mejorar, para nuestro crecimiento personal a un nivel más profundo. Ese conocimiento ya nos hace sentir mucho más felices. A veces la infelicidad viene porque no sabemos quiénes somos. Nos dejamos llevar por estructuras mentales superficiales, como la rabia. ¿Desde qué edad podemos inculcar esto a nuestros hijos? Cualquier edad. Pero no se trata de inculcar, es más bien una cualidad que incluye amor, paciencia, benevolencia, compasión, cualidades que automáticamente podemos sentir. Cualquier niño puede sentirse conectado con esas cualidades. No son un adoctrinamiento, son estar en contacto con cualidades que nutren nuestro espíritu. ¿Es optimista Thich Nhat Hanh sobre el futuro? Porque en sus últimas declaraciones augura una extinción. Un buen maestro siempre nos va a decir cuáles son los problemas que tenemos que afrontar, va a definir la situación de peligro. Él siente que si no cambiamos pronto, el futuro no es predecible, y como lo siente lo tiene que decir. No para causar pánico, sino para que podamos asumir responsabilidades. Para que no dejemos que la situación empeore y nos veamos forzados a actuar. Thay dice que lo peor es la desesperanza. Hay una frase que me gusta mucho de Martin Luther, y que viene a decir: “Aunque yo supiese que el mundo se acaba mañana, aun así, hoy plantaría un árbol”. Si emprendo una acción positiva, va a tener una resonancia. Si tengo en mí cualidades de “no miedo”, hay una resonancia que va a ayudar a no crear pánico, miedo, etc. Debemos cultivar cualidades de “no miedo” para no caer en la depresión. ¿Cuáles serían tus 10 consejos para mejorar nuestras vidas? - Parar y descansar más. Necesitamos saber parar para saber cómo actuar desde un sitio de mayor claridad y amor. Parar y descansar son cruciales. - Debemos simplificar nuestras vidas. Llenarlas tanto crea un vacío interior en el que sentimos el impulso de querer llenar; cuanto más lo intentamos llenar (este vacío) más vacíos nos sentiremos. La simplicidad nos ayuda a reconocer lo que ya está presente en nuestras vidas… y siempre ha estado presente, simplemente no lo vemos. - Nutrir nuestras mentes de cosas positivas. - Evitar consumir cosas negativas: ideas, alimentos, conversaciones, ambientes, etc. No es cuestión de evitar, es cuestión de usar nuestra inteligencia para saber lo que nos hace bien y lo que no nos ayuda. - Practicar la generosidad. Esto ayuda a los demás y nos ayuda a estar en contacto con los demás. - Pasar más tiempo con personas sanas y que nos hacen sentir bien tanto intelectual como emocionalmente e incluso espiritualmente. - Practicar una disciplina mental: yoga, meditación, etc. - Cuidar nuestra nutrición. - Contribuir a una concienciación social positiva. No nos quedemos en casa, salgamos a expresar nuestros sentimientos. No dejemos que sean los políticos, economistas, etc., los únicos que dicten qué clase de sociedad queremos. - No destruir, minimizar todo acto que cause daño, que cause destrucción. Me ha gustado. En un encuentro de espiritualidad nos hablaba Fidel Delgado sobre lo efímero y lo eterno. Y lo hacía –como suele hacerlo él tan magníficamente– con un muñeco a quien ponía y quitaba prendas. Lo efímero se puede quitar de nuestra vida. Es más, tarde o temprano se quita… ¡Con qué pocas cosas se puede vivir!
Pero eso lo aplico a todos los aspectos. Si quitamos todo lo que es efímero en la Iglesia y en nuestra fe cristiana, sacaríamos trenes llenos de creencias y prácticas que no son substanciales al Evangelio. Lo malo es cuando no distinguimos lo efímero y lo eterno. Y le damos categoría de esencial a lo que es accidental. Decía un profesor: “creo en Dios Padre, Hijo, Espíritu y poquísimas cosas más”. Luego hemos ido poniendo ropajes, adhesivos a nuestra fe, y llega un momento en que ya no sabemos distinguir lo que es esencial y lo que hemos añadido. Veo que hoy hay muchas expresiones doctrinales, litúrgicas, morales que son fruto de los tiempos pasados y que no son consustanciales al evangelio. Buena labor podemos hacer, sobre todo si empezamos a hacer limpieza, como dice el papa Francisco, limpiando con los pobres y desde la periferia. Hay una cosa muy tradicional y con mucha raigambre evangélica pero que tengo ganas de que recupere su esencia. Es la colecta en las misas. Me decía una persona de una tienda “vienen a pedirme calderilla para echar en los cestaños de misa”. ¿No es momento de recuperar esa costumbre…? pero que sea compartir de verdad: problemas, vida, preocupaciones, trabajos, alegrías, dinero… Aquel valor eterno de compartir se ha convertido en la costumbre de echar una limosnita. Conozco a algunos sacerdotes que, después del ofertorio, se lavan las manos. Lo hacen como signo de purificación. Lo veo más como limpieza, después de recoger los frutos de todo tipo en el ofertorio para compartir con los pobres, porque se “habían manchado las manos”. Después de misa, veo que hay personas que se quedan para dar gracias a Dios. Y pienso ¿pues qué han hecho en la Eucaristía sino acción de gracias? Es como después de un banquete, comerse una bolsa de pipas. Rezamos el Señor mío Jesucristo y ahí decimos: “Dios y hombre verdadero, creador Padre y Redentor mío” ¿En qué quedamos…? Y mucho más cuando decimos “porque podéis castigarme con las penas del infierno”. Descubrir lo eterno y lo efímero según Jesús. Aunque a veces nos quedemos un poco desnudos. Porque lo eterno es Jesús y el Amor: “Dios es Amor”; “Amar a los demás como a uno mismo”. Esta ropa sí que me sirve para lo eterno de mi yo. No hace mucho estuve en una reunión con el cardenal de Madrid. En un momento tomé la palabra y me dirigí a él en estos términos: “Creo que los obispos vivís en un mundo aparte pero lo cierto es que mis amigos creyentes y críticos están ya hartos, cansados, aburridos de la Iglesia. Porque cuando no es un reportaje en la Sexta sobre un cura pederasta que se jubiló con todos los honores es un cardenal que dice que el independentismo no es compatible con la conciencia católica, cuando no es una diócesis que arrambla con todas las fincas que puede… Y es que de la Iglesia sólo vienen malas noticias, salvo las que proceden de Francisco. Mira: hace poco en una conferencia una persona muy seria contó una entrevista con el Papa: Santo Padre, le damos las gracias por las iniciativas que toma, por los pasos que da. La contestación fue: Sí, pero yo miro atrás y no veo que nadie me siga”.
Carlos Osoro contestó ensalzando las cosas buenas que hace la Iglesia y enumerando algunas en concreto. Y ahí se acabó el tiempo y el debate. Faltó, claro está, la réplica evidente: si la Iglesia hace tantas cosas buenas ¿por qué tiene tan mala imagen? Pensando en ese episodio, se me ha ocurrido algo que tiene que ver a la vez con los 500 años de la Reforma que acabamos de conmemorar. Como es sabido, Hans Küng ha utilizado muchas veces en sus obras el concepto de paradigma y lo ha aplicado en concreto al proceso de la ruptura de Lutero. Sostiene el teólogo suizo que el enfrentamiento de Lutero con la Iglesia oficial no fue provocado por la corrupción de la jerarquía sino por el choque entre dos paradigmas: frente al católico-romano medieval vigente en la Iglesia desde San Agustín, el fraile agustino formuló un nuevo paradigma mucho más acorde con los tiempos. De ahí su enorme éxito y su amplia y rápida disuasión. El espíritu de la época exigía un modelo nuevo y Lutero fue capaz de darle voz y palabra. Pensando en todo esto me pareció encontrar una clave para dar razón del descrédito de la Iglesia católica. Paradójicamente, en comparación con los siglos anteriores, el catolicismo tiene una mejor teología, es más cercano al Evangelio, es mucho más libre, lleva a cabo en su seno una crítica permanente y sin embargo su declive es innegable. Creo que la razón estriba en que, salvo en el caso de Francisco, se empeña en mantener un paradigma que ya no responde al espíritu de este tiempo. Los que nos iniciamos en la religión en los años cuarenta o cincuenta aprendimos un cristianismo que era ante todo doctrina y culto. En los colegios católicos se enseñaba la doctrina –condensada en el catecismo– y se obligaba a oír misa y rezar el rosario diariamente y a confesar de cuando en cuando. En esas dos palabras se encerraba todo: doctrina y culto. Cuando muchos pusieron en cuestión la doctrina –escolástica– y abandonaron un culto aburrido y repetitivo, no les quedó ya nada. El paradigma hijo de Trento era ya inservible. ¿Y cuál debería ser el nuevo paradigma para una Iglesia en un mundo multireligioso, multicultural y poscristiano? A mi modo de ver, lo definen también dos palabras: acción y espiritualidad. Por una parte, esta díada responde directamente al mensaje de Jesús, que decía: cambiad, el reino de Dios está en medio de vosotros. Y decía: dad la vida unos por otros. Es decir, contemplad la acción de Dios en todas las cosas y echad a los demonios del sufrimiento, de la soledad, del abandono, del hambre, de la opresión, de la falta de sentido. Por otra parte este modelo responde a lo que vivimos en este tiempo. La espiritualidad es, como ahora suele decirse, una tendencia. Está en el ambiente, con variadas formas y caminos. Y la acción a favor del mundo y de los humanos es una necesidad imperiosa y urgente. A mi modo de ver, este paradigma permitiría a la Iglesia ser más fiel a Jesucristo y más fiel al mundo a cuyo servicio está. Y le haría más fácil el diálogo con las otras confesiones, religiones y culturas. ¿Quiere esto decir que abandonemos la doctrina? Por supuesto que no, pero será una doctrina surgida de la experiencia, que ayude a formularla. ¿Y que abandonemos el culto? Sin duda que no, pero un culto que ayude a expresar la espiritualidad, que se dirija a nosotros y no a Dios, que no lo necesita. Sólo una nota más para terminar. Al comienzo he evocado la figura de Francisco. Lo que ha llegado al pueblo de su actuación ha sido no la doctrina –como con Benedicto XVI– ni el culto multitudinario –como con Juan Pablo II– sino la espiritualidad que traslucen sus actuaciones y la acción multiplicada a lo largo del mundo. Sn duda por eso fue nombrado enseguida hombre del año por la revista Time. Vieron sin duda que encajaba en lo que necesitaba este mundo, que se acordaba con un mundo que necesita un paradigma nuevo para sobrevivir. |
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