La primera canonización tuvo lugar cuando Jesús subió aquel día a la montaña y con gran solemnidad declaró felices a los pobres, a los que están afligidos por causa del Reino, a los mansos que no recurren a la violencia, a los que tienen hambre y sed de la justicia, a los misericordiosos, a los que no tienen doblez en su corazón, a los que trabajan por conseguir la paz, a los perseguidos por causa de la justicia. Todos ellos son declarados felices porque son los que más se parecen a Dios.
Pero las bienaventuranzas no solo declaran sino que "apelan". De hecho, dejando abierto ese sujeto, "los que...", se integra tanto a los que ya lo están viviendo como resulta una llamada para todos los demás, ya que te dan ganas de ser bueno. Sientes que te gustaría entrar a formar parte de esa lista que se dibuja con tanta belleza. En realidad la fiesta de los santos es la celebración de la fiesta de un montón de "los que" innominados que han vivido y viven haciendo Reino. En este año de la misericordia seguramente hemos escuchado que, mientras Levítico exhorta a ser santos (Lv 19,2), Lucas reinterpreta esta apelación y nos la traduce. Lo que nos hace más parecidos a Dios es la "misericordia": sed misericordiosos como vuestro Padre Dios es misericordioso (Lc 6,36). La santidad, entonces, se mide y se juega únicamente en la "aprojimación" no en la "separación". Pues "prójimo" es por definición el que practicó la misericordia, el samaritano (Lc 10,37). El evangelio de Mateo tiene una comprensión parecida. El texto que hoy leemos se encuentra al principio (Mt 5,1-12) y está en relación con otro que cierra los cinco grandes discursos: el juicio final (Mt 25,31-46). No en vano si aquí se llama bienaventurados a los misericordiosos, pues se les promete que alcanzarán misericordia, allí se les vuelve a llamar "benditos" –venid benditos de mi Padre– y se les indica quién les alcanzará misericordia: aquellos hermanos pequeños con los que ellos han practicado misericordia. Como en la parábola del samaritano, el criterio último y definitivo no será la religión, las palabras, las buenas intenciones sino lo que habéis hecho a uno de estos hermanos míos más pequeños. Pues bien, según la Escritura cuando alguien vive así, la tierra se llena de fiesta porque es explosión de una fraternidad muy diferente a la del hermano mayor de la parábola. Es una fraternidad no regida por el mérito sino por las necesidades de los otros, instada no por lo que es legal sino por lo que es justo (Mt 20,1-16). No es de extrañar que cuando un acto así suceda, haya fiesta y alegría por todo lo alto en el cielo. Y también que, cuando ocurra lo contrario, Dios diga: "¡estoy harto!" (Is 1,11). Así la primera página de Isaías presenta el contra-modelo de santidad. Dios está cansado de sacrificios que consagran la injusticia. Por eso, insta a llenar el culto de fraternidad. Vivir abiertos a Dios –esto es el culto– es "no vivir cerrados a la propia carne" (Is 58,4), esto es al prójimo. Y esto se traduce en una serie de acciones que son los indicadores de estar en un año de gracia (Is 61,1-3) y que, además, forman parte del programa de Jesús (Lc 4,18-19). Pues son las señales referidas a Juan Bautista ante su pregunta –¿eres tú el que había de venir?– y las señales identificadoras de los hombres y mujeres configurados por las bienaventuranzas (Mt 5,3-12). A todos los que viven se les declara felices y se les promete la herencia de la tierra, ya que son el emblema de cómo poseer la promesa sin violentarla, de cómo servir al otro sin hacerle sentir inferior, de cómo vivir la no dislexia entre ser hijo y hermano. La tierra espera reyes no de espadas sino de arados, gente no de lanza sino de podaderas, pastores no mercenarios sino que den su vida, jornaleros que no se apropien de la herencia, maestros que se ciñan la toalla como siervos. Santos que no estén alejados sino de esos que se hacen prójimos y se manchan con las miserias. Esa es la fisonomía de los misericordiosos porque fue la fisonomía del Hijo de Dios.
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Una vez más se manifiesta la actitud de Jesús hacia los “pecadores”, pero hoy de una manera muy concreta. Nos está diciendo cómo tenemos que comportarnos con los que hemos catalogado como malos. Está denunciando nuestra manera de proceder equivocada, es decir, no acorde con el espíritu de Jesús. Solo Lc narra este episodio. No sabemos si es un relato histórico; pero que lo sea o no, no es lo importante, lo que importa es la manera de narrarlo y las enseñanzas que quiere trasmitirnos, que son muchas.
Es importante recordar que Lc es el evangelista que más insiste en la imposibilidad de que los ricos entren en el Reino. Unos versículos antes, acaba de decir Jesús: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! En este episodio resulta que llega la salvación a un rico, que además es pecador público. Sin duda Lc está reflejando la situación de su comunidad, en la que se estaban ya incorporando personas ricas que daban el salto del seguimiento sin tener que abandonar su situación social y su trabajo. La única exigencia es salir de la injusticia y pasar a compartir lo que tienen con los que no tienen nada. En el relato hay que presuponer más cosas y más importantes de las que dice: ¿Por qué Zaqueo tiene tanto interés en conocer a Jesús, aunque sea de lejos? ¿Cómo es que Jesús conoce su nombre? ¿Cómo tiene tanta confianza Jesús para autoinvitarse a hospedarse en su casa? ¿Qué diálogo se desarrolló entre Jesús y Zaqueo para que éste haga una promesa tan radical y solemne? Solo las respuestas a estas preguntas darían sentido a lo que sucedió. Pero es precisamente ese itinerario interno de ambos, que no se puede expresar, el que marca la relación profunda entre Jesús y Zaqueo. La reflexión de este domingo conecta con la del domingo pasado: el fariseo y el publicano. ¿Os acordáis? El creernos seguros de nosotros mismos nos lleva a despreciar a los demás, a no considerarlos; sobre todo, si de antemano los hemos catalogado como "pecadores". Incluso nos sentimos aliviados porque no alcanzan la perfección que nosotros creemos haber alcanzado, y de esta manera podremos seguir mirándolos por encima del hombro. “Todos murmuraban diciendo: ha entrado a comer en casa de un pecador”. Zaqueo era jefe de publicanos y además, rico. Pecador, por colaboracionista y por el modo de adquirir las riquezas. Tiene deseos de conocer a Jesús, pero, ¿cómo se podía atrever a acercarse a él? Todos le señalarían con el dedo y le dirían a Jesús que era un pecador. Podemos imaginar la cara de extrañeza y de alegría que pondría cuando oye a Jesús llamarle por su nombre; lo que significaría para él que alguien, de la categoría de Jesús, no solo no le despreciase, sino que le tratara incluso con cariño. Zaqueo se siente aceptado como persona, recupera la confianza en sí mismo y responde con toda su alma a la insinuación de Jesús. Por primera vez no es despreciado por una persona religiosa. Su buena disposición encuentra acogida y se desborda en total apertura a la verdadera salvación. Una vez más utiliza Lc la técnica literaria del contraste para resaltar el mensaje. Dos extremos que podíamos denominar Vida-Muerte. Vida en Jesús que manifiesta lo mejor de sí mismo abriéndose a otro ser humano con limitaciones radicales que le impiden ser él mismo. Vida en Zaqueo que, sin saber muy bien lo que buscaba en Jesús, descubre lo que le restituye en su plenitud de humanidad y lo manifiesta con la oferta de una relación más humana con aquellos con los que había sido más inhumano. Muerte en la multitud que, aunque sigue a Jesús físicamente, con su opacidad impide que otros lo descubran. Muerte en “todos”, escandalizados de que Jesús ofrezca Vida al que solo merecía desprecio. A la vista del resultado de la manera de actuar de Jesús, yo me pregunto. ¿Hemos actuado nosotros como Él, a través de los dos mil años de cristianismo? ¿Cuántas veces con nuestra actitud de rechazo truncamos esa buena disposición inicial y conseguimos desbaratar una posible liberación? Al hacer eso, creemos defender el honor de Dios y el buen nombre de la Iglesia. Pero el resultado final es que no buscamos lo que estaba perdido y, como consecuencia, la salvación no llega a aquellos que sinceramente la buscan. Como Zaqueo, hoy muchas personas se sienten despreciadas por los dirigentes religiosos, y además, los cristianos con nuestra actitud seguimos impidiéndoles ver al verdadero Jesús. Muchas personas que han oído hablar de Jesús quisieran conocerlo mejor, pero se interpone la “muchedumbre” de los cristianos. En vez de ser un medio para que los demás conozcan a Jesús, somos un obstáculo que no deja descubrirlo. ¡Cuento tendría que cambiar nuestra religión para que en cada cristiano pudiera descubrirse a Cristo! Estar abiertos a los demás, es aceptar a todos como son, no acoger solamente a los que son como yo. Si la Iglesia propone la actitud de Jesús como modelo, ¿por qué se parece tan poco nuestra actitud a la de Jesús? Ya lo dice el refrán: Una cosa es predicar y otra dar trigo. Siempre que se ha consumado una división entre cristianos (cisma), habría que preguntarse, quién tiene más culpa, el que se equivoca pero defiende su postura con honradez o la intransigencia de la iglesia oficial, que llena de desesperanza a los que piensan de distinta manera y les hace tomar una postura radical. Lutero por ejemplo, no pretendía una separación de Roma, sino una purificación de los abusos que los jerarcas de la iglesia estaban cometiendo. ¿Quiere decir esto que Lutero era el bueno y el Papa y los cardenales malos? Ni mucho menos; pero con un poco más de comprensión y un poco menos de soberbia, se hubiera evitado una división que tanto daño ha hecho al cristianismo. Hacer nuestro el espíritu de Jesús es caminar por la vida con el corazón y los brazos siempre abiertos. Estar siempre alerta a los más pequeños signos de búsqueda. Acoger a todo el que venga con buena voluntad, aunque no piense como nosotros; incluso aunque esté equivocado. Estar siempre dispuestos al diálogo y no al rechazo o la imposición. Descubrir que lo más importante es la persona, ni la doctrina, ni la norma, ni la ley. No acogemos a los demás, no nos paramos a escuchar, no descubrimos esa disposición inicial que puede llevar a una auténtica conversión. Acogida con sencillez tenían que ser la postura de los seguidores de Jesús. Apertura incondicional a todo el que llega a nosotros con ese mínimo de disposición, que puede reducirse a simple curiosidad, como en el caso de Zaqueo; pero que puede ser el primer paso de un auténtico cambio. No terminar de quebrar la caña cascada, no apagar la mecha que todavía humea, ya sería una postura interesante; pero hay que ir más allá. Hay que tratar de restablecer y vendar la caña cascada, tratar de avivar la mecha que se apaga. El final del relato no tiene desperdicio: “He venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. ¿Cuándo nos meteremos esto en la cabeza? Jesús no tiene nada que hacer con los perfectos. Solo los que se sienten perdidos, podrán ser encontrados por él. Esto no quiere decir que Jesús tenga la intención de restringir su misión. Lo que deja bien manifiesto es que todos fallamos y todos necesitamos ser recuperados. Claro que solo el que tiene conciencia de estar enfermo estará dispuesto a buscar un médico. La salvación de la que aquí se habla no es conseguir el cielo en el más allá, sino repartir y compartir en el aquí y ahora. Pero esta lección no nos interesa ni como individuos ricos ni como iglesia. Para nosotros es preferible dejar las cosas como están y predicar una salvación para el más allá que nos permita mantener los privilegios de que gozamos aquí y ahora. En realidad no nos interesa el mensaje de Jesús más que en cuanto podamos manipularlo. Meditación-contemplación “El hijo de Hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido”. Solo lo que está perdido, necesita ser buscado. Solo el que se siente enfermo irá a buscar al médico. Solo si te sientes extraviado te dejarás encontrar por él. ................. No se trata de fomentar los sentimientos de culpabilidad. Tampoco de sentirse “indigno pecador”. Se trata de tomar conciencia de la dificultad del camino Y sentir la necesidad de ayuda para alcanzar la meta. .................. Se trata de sentir la fuerza de Dios en lo hondo de mi ser. Pero también de buscar y aceptar la ayuda de los demás, que van por delante y saben por dónde debo caminar. Si me empeño en caminar en solitario, seguro que me perderé. Banqueros y publicanos
El protagonista del evangelio de hoy es un jefe de publicanos y rico. Este término no sugiere al lector actual del evangelio el odio y desprecio que sentía el pueblo judío hacia los miembros de esta profesión, que trabajaban al servicio de los romanos y oprimían al pueblo con el cobro de los impuestos. El antiguo publicano no tiene nada que ver con el banquero actual. Pero el odio que suscitan los banqueros en mucha gente desde hace unos años ayuda a entender el evangelio más que una larga exposición histórica sobre los publicanos. Sobre todo, cuando el banquero se ha enriquecido, mientras quienes depositaron su dinero en el banco lo han perdido todo o casi todo. ¿Mandamos a todos los ricos al infierno? Hasta ahora, en su evangelio, Lucas no se ha limitado a defender a los pobres y a anunciarles un futuro definitivo mejor. Ha criticado también con enorme dureza a los ricos. Ha puesto en boca de María, en el Magníficat, unas palabras más propias de una anarquista que de una monja de clausura, cuando alaba a Dios porque «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos.» Y Jesús se muestra aún más duro en el Discurso de la llanura (equivalente al Sermón del Monte de Mateo): «¡Ay de vosotros, los ricos, porque recibís vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados, porque pasaréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque lloraréis y haréis duelo! (Lc 6,24-25). El ejemplo más claro del rico que llora y hace duelo es el de la parábola del rico y Lázaro, que no podrá disfrutar de una eternidad feliz. ¿Significa esto que ningún rico puede salvarse? El episodio del rico que pretende seguir a Jesús, aunque al final desiste porque no es capaz de renunciar a su riqueza, demuestra que un rico puede salvarse si observa los mandamientos (Lc 18,18-23). ¿Qué ocurre cuando se trata de un rico explotador? La respuesta la da Lucas en el evangelio de hoy, cuya enseñanza podemos resumirla en los puntos siguientes. El caso de Zaqueo (Lc 19,1-10) 1. Jesús no le pide que lo invite a comer, le dice que quiere alojarseen su casa. Se trata de algo mucho más personal. Cuando Jesús continúe su camino, seguirá presente en la casa y la vida de Zaqueo. 2. La conducta de Jesús resulta escandalosa. Esta vez no escandaliza a fariseos y escribas, a seglares piadosos y teólogos rancios, sino a todos sus seguidores y partidarios, que han aplaudido hasta ahora sus críticas a los ricos. 3. La diferencia entre Jesús y sus partidarios radica en la forma de considerar al jefe de publicanos. Mientras Jesús lo considera una persona y lo llama por su nombre («Zaqueo, baja…»), sus partidarios lo desprecian («un pecador»). Ellos se dejan guiar por una ideología que condena al rico, mientras que Jesús se guía por la fe («también Zaqueo es hijo de Abrahán») y por su misión de buscar y salvar al que se ha perdido. La historia de Zaqueo recuerda las parábolas del hijo pródigo y de la oveja y la moneda perdidas. 4. La conducta de Zaqueo supone un cambio radical y muy duro. Sin que Jesús le exija nada, por pura iniciativa, da a los pobres la mitad de sus bienes y está dispuesto a restituir cuatro veces, si se ha aprovechado de alguno. Zaqueo no es como los banqueros de las subprime. Y esto es lo que Lucas pretende enseñar: incluso un rico hipotéticamente injusto puede convertirse y salvarse; pero no basta invitar a Jesús a comer, debe darse un cambio profundo en su vida, con repercusiones en el ámbito económico. 5. Finalmente, la conducta de Jesús con Zaqueo trae a la memoria el refrán castellano: «más moscas se atraen con una gota de miel que con un barril de hiel». Jesús podía haber criticado y condenado a Zaqueo. Sus seguidores lo habrían aplaudido una vez más. Y Zaqueo habría seguido explotando al pueblo. Un texto precioso La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría (11,22-12,2) es un excelente complemento al evangelio. Muchos piensan que el Dios del Antiguo Testamento es un ser cruel y justiciero, enemigo despiadado del pecador. Quien lea este texto tendrá que cambiar de idea: la actitud de Dios es la misma que la de Jesús con Zaqueo. Hace dos días unos publicanos vinieron a casa de Zaqueo, su jefe. Le traían una noticia importante.
- No te lo vas a creer, hemos conocido a un hombre que habla bien de nosotros- le dijo Benjamín. - Además, se atrevió a regañar públicamente a unos fariseos que se tenían por justos y despreciaban a los demás. Nos contó una parábola de dos hombres que fueron al templo a orar, y nos dijo que Dios escuchó la oración del publicano y bajó a su casa justificado. Le aplaudimos, y le pedimos que nos contara más parábolas. Nos prometió que vendría a Jericó – añadió Amós. - ¿Quién es ese hombre? –preguntó Zaqueo. Me gustaría conocerlo. Debe ser un insensato para enfrentarse a los fariseos y defendernos a nosotros. De sobra sabemos todos en qué consiste nuestro trabajo. - Se llama Jesús, es galileo, de Nazaret. Desde hace días está predicando a orillas del río Jordán. Mañana vendrá a Jericó y predicará en la plaza. Se espera que venga una multitud, porque se ha extendido su fama por los pueblos de alrededor. Los comerciantes hablan de él por todas partes. Es de noche. Zaqueo está preocupado. ¿Cómo podré escuchar a Jesús –se pregunta- si viene una multitud? Los cobradores de impuestos somos impuros. Si alguno de mis vecinos tropieza conmigo o roza mis vestiduras, debido a la aglomeración, quedará impuro también. Estoy harto de que la gente me maldiga y se aparte de mí cuando paso a su lado. Tengo que encontrar el modo de escuchar a ese hombre. Si es necesario pediré ayuda a la guardia romana, como he hecho otras veces, para hacerme respetar. De repente encuentra la solución. Seguramente muchos niños se subirán a los árboles de la plaza para curiosear, como es costumbre cuando vienen forasteros, pero al sicómoro no se subirá nadie. Los fariseos consideran este árbol impuro; él puede trepar hacia lo alto y pasar desapercibido. A la mañana siguiente se dirige a la plaza y se acomoda en el sicómoro. Agazapado entre las hojas, se sienta tranquilamente en una rama a esperar. Recuerda las humillaciones que ha recibido desde que era pequeño por su baja estatura. Lo que más le dolió fue lo que le hicieron sus suegros cuando fue a pedirles la mano de su hija Sara, la joven que los padres de Zaqueo le habían elegido como esposa. Él y su padre fueron a negociar con los futuros suegros, como era habitual; llevaban el contrato que había redactado un escriba y doscientos denarios, para pagar la dote y conseguir a la joven. También llevaban un pellejo lleno de vino con el que esperaban celebrar la firma del contrato. Pero no hubo acuerdo. El padre y los hermanos de Sara pusieron todo tipo de objeciones a la boda. ¿Cómo podría cultivar los campos Zaqueo con tan poca estatura? ¿Cómo iba a realizar tareas que requerían mucha fuerza física? La familia de Sara acordó que sólo permitirían el enlace si entregaban cien denarios más. Zaqueo tuvo que trabajar con ahínco durante meses para conseguir ese dinero. Poco después de la boda llegó a Jericó un cuestor para reclutar algunos varones judíos que cobraran los impuestos en nombre de Roma. Él se ofreció inmediatamente. El cuestor le dio una larga lista, con los nombres de las personas a las que tenía que cobrar y la cantidad de dinero que debía pagar cada una. Lo que exigiera de más a cada persona era asunto de Zaqueo y podía quedarse con ese dinero. No sólo era una manera de ganarse cómodamente el pan de cada día, sino una forma de enriquecerse; nadie le iba a pedir cuentas del suplemento que cobrase. El primer año fue duro. Sus vecinos no podían creer que se hubiera vuelto un traidor al servicio de Roma. Todos sabían que el dinero recaudado se empleaba en hacer grandes construcciones fuera de Israel y en pagar un sueldo al ejército que les oprimía. ¡Y su vecino facilitaba ese trabajo sucio al invasor! ¡Había que maldecirlo! Otro año hubo una gran sequía y mucha gente perdió la cosecha. Cuando llegó el momento de pagar los impuestos tuvieron que pedir préstamos a los usureros, que aprovecharon la situación para exigir el 50% de interés. Los vecinos suplicaron a Zaqueo que les aplazara la deuda, o que negociara con los romanos, pero él ni se inmutó. No sólo era el momento de recaudar los impuestos sino de hacer que sus vecinos “pagaran” las humillaciones que él había recibido durante años. Fue exigiendo el dinero a uno tras otro. Cuando alguno no podía pagar, Zaqueo anotaba su nombre en un papiro que luego entregaba a los romanos para que se encargaran del castigo correspondiente. El cuestor le recompensó generosamente y le nombró jefe de los publicanos de Jericó. De este modo su fortuna aumentó considerablemente. Su aislamiento también. Se convirtió en un pecador, en un hombre impuro que vivía al margen de la Torá. La gente rehuía su presencia y le negaron hasta el saludo. Sólo se relacionaba con su familia y con los publicanos que estaban a su servicio. Muchas veces había pensado empezar de nuevo y devolver lo robado, pero ni tenía fuerzas ni sabía cómo hacerlo. Sara y él hablaban de vez en cuando del tema. Vivían tan aislados que ya no les compensaba la riqueza que habían adquirido. ¿Y si se fueran de Jericó a otra ciudad donde no les conociera nadie? ¿Qué podían hacer para ser felices de nuevo? Se encontraban en un callejón sin salida. De golpe, el ruido de la muchedumbre saca a Zaqueo de sus recuerdos y le devuelve a la realidad. La multitud ve que Jesús entra en la plaza y alza los brazos para aclamarle. Él bendice a la gente, hace un gesto para que haya silencio y comienza a predicar. Zaqueo se emociona al oírle. Tiene la sensación de que Jesús conoce lo que hay en su corazón. Cuando acaba de predicar, el maestro atraviesa la plaza y se dirige directamente hacia el sicómoro. Alza la vista y le dice: - Zaqueo, baja rápidamente del árbol. El hombrecillo le mira sorprendido. ¿Por qué conoce mi nombre? –Se pregunta- ¿Sabe que soy un hombre importante, nada menos que el jefe de los publicanos? Jesús, sonriendo, le hace un gesto con el brazo para que baje del árbol y le dice de nuevo: - Baja pronto, hoy voy a alojarme en tu casa. Y continúa caminando por la plaza, rodeado de niños. Zaqueo intenta decirle que no vaya a su casa, porque es un pecador y quedará contaminado, pero se le hace un nudo en la garganta y no es capaz de decir nada. Baja del árbol y se va corriendo a su casa. Por el camino tropieza con algunas personas, pero esta vez no tiene en cuenta si las roza o no. Quiere contar a Sara lo que le ha ocurrido y preparar la comida para recibir a Jesús. La noticia se extiende por Jericó y empiezan las murmuraciones. Algunas personas se acercan con disimulo a la casa de Zaqueo para cotillear mejor y ver lo que ocurre. Murmuran en voz baja: - Jesús no sabe en qué casa se va a meter. Si realmente fuera un profeta sabría de qué calaña es este recaudador. - ¿Cómo se le ocurre honrar con su presencia la casa de un traidor, de un cobarde? - Podía haber elegido una de nuestras casas para alojarse. Ha elegido la peor. La comida se convierte en un banquete muy especial. Jesús cuenta la conversión de Mateo, el recaudador de impuestos que ahora es discípulo suyo; la familia de Zaqueo se queda sobrecogida al oír esta historia. Les habla también de un joven rico que hace pocos días fue a visitarle porque no sabía qué hacer con su vida; el joven se fue triste porque no quería seguir los consejos que recibió ni desprenderse de su riqueza. Zaqueo siente de nuevo que Jesús está leyendo lo que ocurre en su corazón. Se arma de valor, respira hondo, se pone de pie y dice con voz fuerte, para que le oigan también los que cotillean en la puerta: - Jesús, voy a dar la mitad de mis bienes a las personas que he empobrecido. En toda la casa se hace un silencio sepulcral. A Sara se le saltan las lágrimas y sonríe feliz. Fuera de la casa el murmullo va en aumento. Zaqueo mira fijamente a Jesús, que sonríe, asiente con la cabeza y le mira en silencio, como si esperara algo más de él. El hombrecillo se viene arriba, como si de repente empezara a crecer sin parar y dice: - Jesús, tengo algo más que decirte. Al que haya hecho daño le devolveré cuatro veces más de lo que le quité. Jesús se levanta y le abraza con tanta fuerza que parece que Zaqueo desaparece entre sus brazos. Levantando la voz le dice: - ¡Hoy ha entrado la salvación a tu casa! ¡También tú eres un hijo de Abraham! Zaqueo no puede reprimir la emoción. Desde hacía años le habían llamado de todo y habían maldecido a su madre. Nadie le había llamado hijo de Abraham, el título por excelencia, el que todo varón judío quiere poseer. Y de golpe siente que él es como el publicano de la parábola y que Yahvé ha escuchado su oración y le ha perdonado. ¡Se siente un hombre afortunado! Al día siguiente fue a devolver el dinero a las familias a las que había hecho daño. Empezó por Tabita, una pobre viuda enferma a la que los romanos le habían quitado la casa por no pagar los impuestos. Ella llevaba meses pidiendo al juez que le hiciera justicia, pero el juez no le hacía caso. Después fue a casa de Ezequiel, que se vendió como esclavo para pagar los impuestos y saldar sus deudas; no pudo conseguir un préstamo porque no había devuelto el que le hizo el avaro Benjamín el año anterior. De este modo libró de la prostitución a su mujer y a sus hijas, pero la familia se destrozó. Desde que era esclavo ya no había vuelto por el pueblo; algunos vecinos decían que le habían visto por Jerusalén al servicio de un centurión romano. Se dio cuenta de que no era fácil empezar de nuevo. Algunos vecinos de Jericó no entendían su conversión y se reían de él, pero no le importaba. Zaqueo ya no era el mismo. El encuentro con Jesús le había devuelto su grandeza interior. Ahora entendía con claridad lo que Jesús le había dicho al despedirse: He venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. Desde hace bastante tiempo se viene condenando sin paliativos la ideología de género, diciendo que “no es compatible con la doctrina cristiana sobre la persona humana y sobre el matrimonio y la familia. Es una imposición contraria la antropología sobre el matrimonio y la familia".
No he oído, en cambio, hacer declaraciones claras y contundentes contra el machismo, en la Iglesia y en la sociedad, sobre la desigualdad entre hombres y mujeres, contra el maltrato y la violencia machista, la discriminación de las mujeres, el odio contra ellas, la necesidad de una plena igualdad… que es lo que está en la base de la inequidad en las relaciones entre hombres y mujeres. Para empezar habría que aclarar que el empleo del término “ideología” ya es un intento de desprestigiarla, pues no se utiliza con el significado de “las ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona o colectividad”, sino como una más de las formas (peores, dicen algunos) de pensar trasnochadas, que ya no tienen utilidad en nuestros días, pues ya estarían superadas en nuestra historia. Lo que no se dice es que lo que miles de mujeres, feministas en su inmensa mayoría, aplican para superar la discriminación en la sociedad y en la Iglesia, es la perspectiva o categoría de género, que es un instrumento de análisis para denunciar desigualdades, cuestionando roles y papeles excluyentes de los derechos y la igualdad que les corresponden, hasta alcanzar la plena igualdad con los hombres. El análisis que realiza la perspectiva de género es profundamente liberadora, porque aporta autoestima, respeto y dignidad a las mujeres, cuando son marginadas y tratadas como inferiores por una sociedad patriarcal, androcéntrica y machista. Los malos tratos, las injusticias, las diferencias salariales, el desprecio… y, en último término, el asesinato hacia ellas, es una clara y dramática demostración de ello. Todo este entramado androcéntrico es una construcción histórica de relaciones sociales y de poder que, igual que se ha ido forjando a lo largo de miles de años, se puede derribar con un esfuerzo colectivo y con voluntad política, mediante actuaciones transversales, inclusivas, en una permanente búsqueda de equidad para recobrar la estima personal y social. Los análisis de género que identifican, desenmascaran todas estas injusticias (sea en el ámbito que sea) y realizan propuestas transformadoras e inclusivas, no tienen ninguna incompatibilidad con el mensaje de Jesús, que es profundamente liberador de cualquier clase de opresión, discriminación o marginación. Y, en concreto contra las mujeres, a quienes unió a su grupo en un plano de igualdad, las sanó de sus dolencias y se dejó interpelar y cambiar en su relación personal con ellas. Hoy día Jesús, estoy seguro, estaría mucho más cercano a esta perspectiva y análisis de género, que a las críticas y descalificaciones que se realizan cada día con más intensidad y sin pudor. Siguiendo el espíritu de Francisco, en lugar de desprestigiar y condenar (sin conocer en la mayoría de los casos de lo que se habla), se debería acoger, dialogar, confraternizar y comprender este instrumento de análisis feminista, tal como se está haciendo con los movimientos sociales, los homosexuales y transexuales, el diaconado femenino… Porque conocer y relacionarse, estando abiertos, intentando aprender del otro, es la base del aprecio y del posible cambio de perspectivas e ideas cerradas y excluyentes. Para dejarse interpelar y no seguir perdiendo a más mujeres de la comunidad eclesial. Arzobispo de Canterbury: “Los valores familiares tradicionales son un mito” por: Cameron Doody10/26/2016 Welby sostiene que el divorcio y el matrimonio gay “son realidades, nos gusten o no”
“La Iglesia ya se encuentra viviendo en una cultura de familia que no acaba de entender” El divorcio, la convivencia antes del matrimonio, las uniones gay… son una realidad “estemos de acuerdo o no” con ellas, según el arzobispo de Canterbury,Justin Welby. La máxima autoridad de la Iglesia anglicana va más allá y asegura que la existencia de valores familiares “tradicionales” es un mito. “Exactamente eso, una mitología”. Welby hizo estas declaraciones durante un acto litúrgico en la Catedral de Winchester con motivo del 140 aniversario de la Unión de Madres (MU), fundada por Mary Sumner, mujer de un cura anglicano, en 1875. “La vida familiar en la época victoriana estaba bajo una gran presión, sobre todo en las partes más pobres del país”, afirmó Welby, refutando así la idea de que esos tiempos hubieran sido modélicos en términos de la familia “cristiana”. “Mary Sumner actuó desde una preocupación no solo por su propia familia sino por un país en una situación terrible en la que no se cuidaba a los niños, las mujeres estaban en riesgo, las familias no eran estables y la Iglesia no hacía mucho al respecto, salvo predicar”, añadió. Estos retos son muy parecidos a los que la Iglesia encara hoy. Y es que la Iglesia y otras instituciones “ya se encuentran viviendo en una cultura que no acaban de entender”. El propio Welby ha vivido en sus propias carnes las realidades de las familias modernas, ya que en abril descubrió que el hombre con el que había crecido no fue su padre biológico. “Sé por mí mismo que no hay lugar más seguro para compartir mis fracasos que alrededor de la mesa en familia”, dijo. “Y sé por haber crecido en un ambiente diferente, en otro tipo de familia, qué bendición más grande es aquello”, sentenció. Por boca de un viejo venerable, el Desengaño, Quevedo nos pregunta en El mundo por de dentro (Los sueños): “¿Tú por ventura sabes lo que vale un día? ¿Entiendes de cuánto precio es una hora? ¿Has examinado el valor del tiempo?”.
Solemos decir que el tiempo es oro, pero luego lo despreciamos y malgastamos como si fuera hojalata. Somos finitos, pero nos comportamos como eternos. Somos frágiles y vulnerables, pero nos creemos indestructibles. ¿Por qué? ¡Vaya usted a saber! Tal vez sea por nuestra disposición natural a la idiotez y simpleza o porque, al comprender que la vida es un suspiro angustioso y melancólico, necesitamos revestirnos de vanidad e ilusión para soportarla. Sea como fuere, la realidad es que la vida es tan solo un breve desvelo; pues, apenas despertamos a la vida, ya nos volvemos a dormir. Por ello, no deberíamos venir a ella a matar el rato, como dicen algunos en su apatía, sino a vivirla con fruición. “Por necio tengo al que toda la vida se muere de miedo que se ha de morir y por malo al que vive tan sin miedo della como si no la hubiese, que este lo viene a temer cuando lo padece, y embarazado con el temor, ni halla remedio a la vida ni consuelo a su fin. Cuerdo es solo el que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir”. Sentencia el viejo venerable. Se aceleran los cambios. Las mentalidades evolucionan. Las autoridades son cuestionadas. ¿Quién tiene real capacidad de orientar a los demás? Cuando la Tierra era “plana” y la ciencia no nos prometía descongelarnos en mil años más; cuando las autoridades eclesiásticas cuadraban la pertenencia religiosa con leyes estatales, era más fácil creer en Dios y en su reinado. Hoy triunfa por doquier la libertad. Pero la liberación de toda forma de asociatividad no augura nada bueno, sobre todo cuando comienzan a predominar otras dependencias.
Mi opinión es que la humanidad tendrá que recurrir más que nunca a sus mejores tradiciones, recuperarlas de la tendencia al olvido, aprovechar su vigor, sus sueños de paz y sus ritos de fraternidad. Pensemos en los credos monoteístas y las religiones étnicas, en la cultura griega acogida y transformada por el judaísmo y la cultura romana, por la modernidad, etc… Un futuro borrascoso como el que se atisba, será descifrado por quienes tengan sentido histórico. Sería lamentable, sin embargo, volver al pasado de un modo tradicionalista. El tradicionalismo y la tradición son antónimos. Será inútil el lloriqueo tradicionalista por los años dorados del pasado. Lo que cuenta es el presente, y las tradiciones que ayuden a interpretar su sentido. ¿Podrá el cristianismo traspasar su reserva civilizatoria a las siguientes generaciones? ¿Podrá extraer de su tradición orientaciones que anticipen el triunfo de la historia humana que la Iglesia promete? En Occidente se diagnostica una crisis en la trasmisión de la fe. Hay países como Chile en los que está apunto de descolgarse una generación completa de jóvenes. ¿Volverán a necesitar el cristianismo pueblos que comienzan a considerarse post-cristianos? Pienso que sí, porque Cristo, creo, expresa la realidad del ser humano a un nivel irrenunciable. ¿Pero será capaz la Iglesia de transmitir a este Cristo –un Cristo radical- a las nuevas generaciones? ¿Podrán hacerlo las autoridades eclesiásticas, desprestigiadas como están, y el común de los cristianos, laicos faltos de convicción? Dejemos en suspenso lo que a estos respecta, aunque sea a larga lo decisivo. Si el cristiano no comunica a Cristo persona a persona, el resto por sí solo es palabrería. Pero para que eso ocurra, la institución eclesiástica ha de cumplir una función facilitadora. ¿Cuál? ¿Cómo describirla en pocas palabras? En el catolicismo, en particular, corresponde a la jerarquía eclesiástica la indispensable tarea del magisterio, esto es, la de actualizar la tradición (tradere = entregar) para que esta transmita (tradere = entregar) el Evangelio. La transmisión de Cristo no depende solo del esfuerzo evangelizador de la institución eclesiástica pues atañe en primer lugar a los bautizados, dotado cada uno del Espíritu Santo para interpretar a Cristo en sus vidas de un modo original e irrepetible. Si a estos el anuncio oficial de Cristo con el paso de los años se les ha vuelto ininteligible, el magisterio tiene que redoblar los esfuerzos por captar en todos los bautizados el habla actual de Dios. A este efecto, la Biblia, recibida y comunicada por la misma tradición, hace las veces de gramática para reconocer la voz de Dios entre tantas otras voces. Pero aun así la autoridad eclesiástica no puede pretender agotar las nuevas y múltiples interpretaciones de la tradición. Ella solo puede reclamar una interpretación exclusiva del Evangelio para salvaguardar la unidad de la comunidad cuando esta se encuentra en grave peligro. Si no es el caso, debe respetar y auspiciar tantas interpretaciones del mismo cuantos cristianos quieran vivir su fe con radicalidad. Cabe recordar aquí que la primera gran tradición de la Iglesia es el Nuevo Testamento. Ella misma lo escribió. Lo hizo, recuérdese, en al menos cuatro versiones: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. No una, cuatro. Cuatro evangelios, más la interpretación genial de san Pablo y los autores de las otras cartas. El porvenir inquieta. Vivimos con enormes incertidumbres. Si la tradición cristiana puede aún servir como acervo de humanidad, tendrá que recortársele las alas al tradicionalismo que como pájaro asustado vuela hacia pasado (no falta quien insista en el latín, el besamanos a los obispos, etc.). Esta tarea le corresponde a la institución eclesiástica. Esta y sobre todo, la de fomentar que los cristianos tengan una experiencia personal e irrepetible de Cristo; del Cristo que, por otra parte, conduce invisiblemente la historia a través de las grandes tradiciones religiosas, culturales y filosóficas, y no solo a través del cristianismo. "No hay nada nuevo bajo el sol", destaca el Cohelet, autor del Eclesiastés. De hecho, todo cuanto nos causa preocupación e indignación –corrupción, violencia, irrespeto a los derechos humanos, etc.– ha sucedido siempre. La diferencia está en que antes vivíamos aislados en nuestra aldea y no existían, como hoy, medios de comunicación que globalizaran la información.
Desde que fui alumno de periodismo aprendí que el perro atropellado en la calle de mi barrio me interesa más que los dos mil chinos muertos en el terremoto de Shangai. Por eso nos afecta tanto la crisis brasileña. Y por consiguiente a nuestra vida espiritual. Nos vuelve más irritables, agresivos, pesimistas. Dejamos que la emoción se sobreponga a la razón. Todos tenemos espiritualidad, incluso los desprovistos de fe religiosa. No se debe confundir espiritualidad y religión. Ésta es una institución; aquélla una vivencia. Y hay prácticas religiosas que ya no son fuentes de espiritualidad, así como hay espiritualidades que no son religiones, como el budismo. La espiritualidad es la fuerza interior, cultivada en la oración o en la meditación, que nos mantiene vivos. Es alimentada también por el amor que nos une a la familia, la autoestima profesional, los valores que rigen nuestras actitudes y esperanzas (sueños, proyectos, etc.) y mueven nuestros pasos en dirección al futuro. En tiempos de crisis todos nuestros paradigmas parecen desmoronarse. Amenaza el desempleo, decepciona la política, se oscurece el horizonte utópico, los valores pierden credibilidad. Es como la turbulencia de un avión: no tenemos el control para saber cuándo cesará, y en cualquier dirección que se mire hay un inmenso vacío... El pueblo de la Biblia conoció situaciones semejantes a la nuestra. Y escribió dos libros que expresan muy bien la espiritualidad en tiempos de crisis: Eclesiastés y Job. En el primero el autor nos invita a no dar importancia a ninguna cosa. "Vanidad de vanidades, todo es vanidad". Todo es pasajero. "Travesía", que dijo Guimarães Rosa como última palabra de Grande Sertão. Veredas. Así, quien más despegado está, menos sufre. Lección enseñada por Buda cinco siglos antes de Cristo. Job fue víctima de una crisis profunda, que le arrebató hijos, amigos, bienes y salud. Menos la esperanza. No le quedó más que la confianza en Dios. Miraba el revés del bordado y creía que las líneas asimétricas formaban un hermoso dibujo oculto a sus ojos. Hasta que comenzó a encarar los hechos bajo otro prisma. Dios, al que conocía solamente de "oír hablar" de él, se volvió una presencia amorosa en su vida. La crisis no es un accidente del camino. Es la esencia del camino. Son los "dolores de parto" de la Creación, en opinión del apóstol Pablo. Ante la crisis la espiritualidad nos da sustento y aliento, sobre todo cuando la encaramos desde la óptica histórica, como enseñó Jesús a los discípulos de Emaús. Tanta desgracia alrededor –miseria, terrorismo, asesinatos– indujo a un hombre indignado a querer romper el silencio de Dios: "Y tú, Señor, ¿no haces nada?" y él respondió: "Ya lo hice: ¡Tú!" En el capítulo 12 Lucas nos presenta a Jesús rodeado de mucha gente que busca consuelo y respuestas a sus preguntas (Lc 12,1). El maestro se deja interrogar, cuestionar, a la vez que va proponiendo su enseñanza con claridad y contundencia, tanto dirigiéndose a la multitud como al grupo más reducido de sus discípulos y discípulas.
El texto de este domingo comienza con una petición que uno de los presentes le hace en relación al reparto de la herencia: “Maestro di a mi hermano que reparta conmigo la herencia” (Lc 12, 13). Jesús rechaza intervenir en la cuestión (Lc 12, 14), pero propone una enseñanza que busca iluminar el origen del conflicto que el oyente le había planteado y como han de actuar quienes quieren formar parte de la nueva familia de Reino de Dios a la que él está convocando (Lc 12, 15-34). Posiblemente quien pedía la intercesión de Jesús era el hijo menor de alguien que había muerto sin repartir su herencia. El hijo mayor, que era quien estaba llamado a sustituir a su padre como jefe de la familia, había asumido todo el patrimonio sin compartir con su hermano. La costumbre israelita estipulaba que si uno de los hijos solicitaba el reparto había que hacerlo, por eso este hombre pide al maestro que actúe de mediador para que pueda recibir su parte reconociéndole autoridad para mediar en el conflicto. Sin embargo, Jesús no acepta la propuesta y plantea la cuestión de otra manera. Para entender la respuesta de Jesús y la orientación de la parábola que propone es necesario situarse desde las creencias sociales que sus oyentes comparten. En el mundo antiguo existía un principio básico que guiaba la mayoría de las interacciones sociales: la conciencia de que todos los bienes existentes eran limitados. Estos bienes no solo incluían los de tipo material: tierras, dinero, comida…sino también el honor, el poder, el estatus, la amistad… Nada podía producirse ilimitadamente y quien aumentaba sus riquezas, aunque fueran fruto de sus negocios o su trabajo, no podía acumularlas y debía actuar con generosidad compartiéndolas con otros a través de acciones de beneficencia o patronazgo. De no hacerlo así era considerado un ladrón o un avaro porque se consideraba que si alguien aumentaba sus bienes era porque se la había quitado a otro. La generosidad sin embargo no era un acto gratuito, sino que era recompensado con reconocimiento público, lo que hacía crecer el honor de la persona. Un valor que era mucho más importante que cualquier otro bien material. Jesús al proponer la parábola, va a recoger la sabiduría tradicional sobre la avaricia y la acumulación de riqueza (Ecl 11, 19-20) recordando que el problema de la acumulación de riqueza además de una injusticia social, es una falta de fe en Dios (Ecl 2,1-11). Para el pensamiento bíblico la falta de fe no se corresponde con la incredulidad, sino con la desconfianza. La fe es una experiencia de confianza en la bondad y la misericordia de Dios que actúa constantemente en nuestra vida, quien se aparta de Dios es porque ha puesto su confianza en otros bienes como la riqueza, o el honor y se refugia en ellos para sostener su existencia. Ser necio o insensato, no es para la Biblia una cuestión de habilidades sociales o limitaciones psicológicas, es el término que designa la falta de fe. Por eso, Jesús al proponer la parábola no cuestiona solo la actitud del hermano que no quiere repartir la herencia, ni a quienes actúan de forma similar, sino que está planteando algo más hondo: apostar por la radical experiencia de confiar en Dios como el bien más absoluto, desde la certeza de que lo que recibiremos siempre de él es su amor gratuito y su bondad infinita. Para Jesús no basta con ser generoso como proponía su sociedad. Para él lo importante es la gratuidad, el dar sin recibir nada a cambio, el actuar con el hermano y la hermana como lo hace Dios. Hacerse rico para Dios es atesorar en el corazón todas esas actitudes, pero no como una mera experiencia espiritual, sino como la base desde donde construir ese otro mundo posible con el que Dios sueña. Un mundo en igualdad, justicia y libertad. |
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